Por si acaso
… a dos entrañables y queridos amigos.
Dormitábamos en una zona que habíamos hecho nuestra, encima de un lecho de hojarascas del otoño, cercanos al tronco de un eucalipto, en la alameda del camino de Meca, allá en Quintana. Mi compañero Cheka , un aliado de origen árabe, no paraba de contarme fascinantes historias de sus mil y un día, las recuerdo bien; como la vez que se sintió terriblemente enfermo y el médico del ambulatorio le diagnosticó que por su vientre corrían sapos o aquella otra que tras veinte días de ayuno obligatorio, Al-lah el Dios Padre, descendió de los cielos en un caballo blanco, le subió a la grupa, recorrieron el desierto viendo tormentas de arena, lluvia de estrellas doradas, oasis con ríos de enormes cascadas , caravanas de tuaregs con ropajes de príncipes, bandidos guiados por un sultán, rebaños de cabras pastoreados por princesas, campamentos mágicos … - ¿Kiko, sabías que cuando tenía siete abriles me enteré de mi nacimiento prolongado por años hasta que un anciano bereber dio a mi madre un brebaje para que el alumbramiento tuviese un final feliz?, ¿ y qué desde el comienzo del parto hasta que solté el primer llanto fue un período de mi vida en la cual me relacioné con gente muy propia?, méndigos, solteronas beatas que no consentían a sus sobrinas leer libros de fantasías, todo lo que se aprendía en ellos iba contra el Corán, ancianos muy sabios que habían viajado por el espacio en sus alfombras mágicas y a su regreso contaban las bondades de los extraterrestres, personas sin pasado que deambulaban por las montañas buscando la fuente de la vida y el elixir de la eterna juventud. Así, entre historias, aventuras supuestas, risas y más risas, pasábamos las tardes. - Cheka, tu imaginación no tiene principio ni fin, me desborda, de mayor serás poeta, novelista o director de películas de ciencia ficción. Mientras mi compañero me convencía de irnos al río, en cuya orilla
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habíamos construido una cabaña oculta entre el ramaje de las zarzas, un hombre barbudo con camisa anudada al ombligo, pantalones de recia pana sujetos con cinturón de piel, manos encallecidas y gorra negra en su cabeza, se posó delante de nosotros. - Tranquilo Cheka es mi padrino el tío Manué. El recién llegado se sentó a nuestro lado desprendiendo un penetrante olor a humo y comenzó a hablar. - Siendo yo crío, las familias modestas que vivíamos en en la sierra, apenas si bajábamos al pueblo, los niños no íbamos a la escuela, recorríamos con las ovejas los montes de cabo a rabo, conocíamos el lugar mejor que las calles del pueblo, la cueva el ciervo, cantalcuco, culo guitarra, el cacho del ajorcao, cerro temprano, el estendijón, las panaeras, pindorongo, la joya de frescura, el lantiscar, el cerro de tío Socorro, puerto ancho, la fuente de los cantareros, caña larga, el cortijo de Taramón, los arcabuceros, los terrizos, los frontones, el chaparral de Don Andrés, fuente quemá, la fuente de los pajaritos, los vuelos, la lapa, el cancho que mira y ve, el castillo del portugués, el cerro de Cucala, el cerro del Romo, el cerro de Lechuga, la pedriza de Rebaco, la solana de Pilato, los Garzos, la casa de Tartaja, la casa de Zapatones, la casa de los Abriles, la casa de Chalequillo, la casa de Alejandrillo, la casa de Mendique, la casa de la Jura, la casa de los cazaores, la casa de Silverio, la fuente de la gorgorita, la fuente de los morgaños …, estos eran nuestros libros, aunque nos enseñaban a escribir y leer nuestros padres, si sabían. Había muchos cortijos habitados, se trabajaba de sol a sol, al caer la tarde nos visitábamos unos a otros y sentados alrededor de la lumbre y a la luz del candil se contaban relatos de caza, lobos, brujas, apariciones, fantasmas, encantamientos, tormentas que desprendían rayos mortíferos, bandoleros …, los muchachos nos embobábamos escuchando las leyendas de nuestro mayores. - Anda tío Manué, cuéntanos tú alguna fábula de esas, que lo de Cheka es de otro mundo. - Os voy a referir algo que tiene su qué y nos puede ocurrir a cualquiera; dicen que hace muchos años, un campesino después de estar trabajando sus tierras en el monte, bajaba con su burra hacía su casita y se encontró en el camino un cordero recién parido. Se habrá extraviado del rebaño pensó, voy a llevármelo a casa para protegerlo de los lobos y mañana preguntaré de quien es para devolvérselo. Lo metió en las aguaderas y continuo su ruta. Al poco rato sintió algo extraño a su lado, la burra estaba nerviosa.
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- ¡Burraaaa!. El animal cada vez más inquieto, de repente ve como de las angarillas van saliendo unas enormes zarpas. - ¡Coño, como le van creciendo las patas al borrego! - ¡Y más me van creciendo los dientes! Al escuchar esto se desencajó y se dio cuenta que unos ojos rojos y brillantes le estaban desafiando, unos colmillos afilados como cuchillas le amenazaban. El labrador saltó de la burra, cogió el azadón y empezó a atizarle de lo lindo. El bicho demoniaco salió huyendo. Al llegar a casa Pancracio, que así se llamaba el labrador, se lo contó a su mujer. - De esto ni mijita a nadie, que la gente es mu mala y habla demasiao y no quiero que nos señalen, porque lo que te ha pasao a ti es que se te ha aparecio el diablo y a saber qué quería. Desde entonces Pancracio anda por el campo con cierta precaución, resquemor y con la escopeta en el aparejo por prevenir. - Así envidiados zagales, hay que estar atentos, poner mucha atención y presteza con lo que nos vamos batiendo en el andar de la vida, por si acaso nos encontramos con diabólicas situaciones. Nos despedimos de tío Manué, cogimos la ruta para el río y Cheka, dale que dale. - Por los mares del sur …
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