El Primer Encuentro
Él se encontraba con la mirada perdida sobre la punta de la Torre Eiffel mientras el sol caía dando sus últimos rayos de luz tiñendo el cielo de amarillo mostaza. Aunque el lugar se encontraba lleno de niños jugando por aquí y por allá, el ambiente para él se sentía frívolo y desértico. Su atuendo reflejaba su estado de ánimo que decaía segundo a segundo: lucía una boina negra sobre su cabeza, una esponjada chaqueta oscura y un pantalón gris plomizo. Su mente estaba en blanco y su vista perdida mientras en su pupila se reflejaba la punta de la torre y el ocaso. Estaba muy quieto divisando la torre, parecía una lápida en un cementerio, al darse cuenta bajó la mirada rápidamente mientras un nudo en la garganta lo estrangulaba junto con una presión en el pecho que le hacía sentir como si alguien machacara sus órganos desde dentro. Caminó por Campo de Marte durante un rato acobijando sus manos cubiertas por guantes negros en los bolsillos de su chaqueta, pues hacía un frío que se intensificaba con furia. Sus ojos estaban
humedecidos pero el yacente frío junto a las ventiscas repentinas lo amordazaban mandando a volar las nacientes lágrimas de su rostro. La brisa chocaba contra él continuamente con ímpetu por lo que decidió marcharse. Se dirigió hacia la carretera y observó a un taxi acercándose. A pesar de que le gustaban ese tipo de climas corría el riesgo de resfriarse, ya que él no pertenecía a un país con esas características climáticas y, aunque había estado viviendo en París durante un relativo largo período de tiempo, prefería prevenir que lamentar. El hombre desvió la mirada del taxi para contemplar por última vez la cima de la torre. Ya oscurecía y la vida para él en aquel lugar se acabaría. No sabía porque le atraía tanto la punta de aquella estructura. Desde niño había tenido la extraña costumbre de mirar hacia el cielo por la noche y buscar la luna, quizás la punta de la torre tenía el mismo efecto en él, sencillamente le atraía por su majestuosidad. Mientras observaba la estructura una mujer bien arreglada, de cabellos oscuros y lisos como la seda bajó del taxi que se aproximaba, el hombre bajó la mirada y se dirigió hacia el mismo auto ignorando totalmente la presencia de la chica. Ni siquiera la había visto. Subió al taxi y se fue. A la mujer le llamó la atención el sujeto, pero no pudo siquiera preguntarle quien era. Sólo se quedó viendo nostálgica como se alejaba el auto, hasta que algo la alarmó. Se tocó el cuerpo bruscamente como si buscase algo para posteriormente observar sus manos y darse cuenta de que había dejado su cartera en el taxi. Se sentía alarmada. Se encontraba sola en aquella ciudad. En su mente se repetía «este no es mi día». Miró hacia los lados con desespero, sintió que alguien le tocaba la espalda y volvió la cabeza. De reojo distinguió a alguien que le parecía familiar, terminó de enderezar el cuerpo y se dio cuenta que se encontraba frente al mismo sujeto que le había llamado la atención, quien le dijo con voz seca.
—La dejaste en el auto. El hombre le entregó la cartera a la muchacha, quien retribuyó con una sonrisa y un somnoliento—Gracias. El sujeto asintió levemente con la cabeza y ya casi después de haberse dado la vuelta para irse se despidió. —Adiós. La chica reaccionó dando un paso al frente y pronunciando con cierto exacerbo—¡Espera! —tragó saliva y continuó—. Gracias por tomarte la molestia de entregármelo. Me has salvado la vida ¿Cómo puedo agradecerte? El hombre sin darse la vuelta le respondió con voz aún más seca y débil—No es nada —Y siguió caminando. Sinceramente parecía que huía de la chica, pero ella lo siguió e instó—No, en serio, insisto, quiero agradecerte. La voz de la mujer se quebraba, quizás el frío tenía algo que ver, su corazón latía fuerte mientras miraba la espalda de aquel hombre que la ignoraba y, que tras unos segundos de notar la insistencia de la muchacha volvió la cabeza un instante para responderle con una sonrisa un tanto forzada. —No necesito nada —dijo. Continuó caminando para evadirla y ella no tuvo más remedio que quedarse parada viéndolo y aunque se encontraba a pocos pasos de él, le ofreció casi gritando. —¡Te invitaré algo! El hombre volteó desviando la mirada al suelo y se negó—No…no. En ese momento la chica percibió la inmensa tristeza del sujeto en su voz y su mirada, por lo que reaccionó con una expresión de inconformidad e impotencia moviendo sus cejas y dejando la vista fija en la cara del sujeto. —De verdad, quiero agradecerte —suplicó.
El tipo se sentía agobiado y para liberarse de su insistencia le aclaró— Es sólo que extraño a alguien que quizás ya se olvidó mí. Ella reaccionó expectante—¿De verdad? No sabía ¿Por qué lo haría? La chica se arrepintió de haber preguntado, pues notó que se había pasado de la raya con sus preguntas e insistencias, y más aún al ver la reacción del sujeto quien se volvió y pronunció con aplomo. —Au revoir. Pero había algo raro. El hombre se había quedado allí, inmóvil. A pesar del frío invernal que envolvía el ambiente, sentía una calidez fortuita e insólita que según él, emanaba de la chica que se encontraba apenas a pocos pasos de él; esa sensación lo hizo quedarse allí, esperando una respuesta. La muchacha se excusaba alarmada mientras se regañaba a si misma por haber «metido la pata». —¡Perdón! ¡No debí decirlo, a veces digo cosas sin pensar! Mostró una sonrisa apenada y el hombre de espaldas le respondió—Nos separamos hace mucho, pero la sigo queriendo como si aún estuviese junto a mí. Ella trató de consolarlo pero sería en vano—Sabes…sé que encontrarás a alguien, eres una buena persona, lo sé porque me ayudaste… —hizo una pausa para tragar saliva, temblaba de nervios y el frío no la ayudaba a tranquilizarse—…A mí, una total desconocida, tal vez no supo apreciarte, quizás encontró un camino distinto y haya tenido sus razones para seguirlo. El hombre movió los hombros y sus huesos crujieron de tal forma que parecían haber quedado congelados. —No entiendes nada. Estoy bien solo y además sólo te ayudé desinteresadamente. No necesito halagos —profirió el tipo. Él sujeto comenzó a alejarse, ella le sonrió a pesar de que él no la veía y se despidió—Está bien, ya no insistiré mas, adiós.
En ese instante él sintió una chispa que recorrió todo su cuerpo y el calor que supuestamente emanaba de la chica se hacía cada vez más intenso y lo envolvía por completo. El hombre se dio la vuelta y la mujer aún seguía contemplándolo, lo cual le hizo sentir algo mal, así que trató de ser más amable—¿Cómo te llamas? —Ella se le acercó mirándolo a los ojos y respondió—Erika. La chica lo vio con ternura y le continuó diciendo—Vivo cerca de aquí. No pierdas la fe, encontrarás a alguien. El muchacho cambió su expresión facial por primera vez desde que había visto Erika. Aunque aún mantenía una expresión seria, su rostro estaba un tanto más relajado. Ella respiró profundo y siguió tratando de extender la conversación pues el sujeto se mantenía callado—Sabes, vine hace poco a París y no conozco a nadie, en ésta cartera… —Elevó su cartera para mostrársela—…estaban todos mis documentos, mi dinero, mis llaves, todo. De verdad me has salvado la vida y te lo agradezco —terminó de hablar casi sin aire en sus pulmones y lo miró perdidamente sin darse cuenta. —Ya veo, entonces ¿Por qué viniste en taxi si vives cerca de aquí? — preguntó él. Ella sonrió pues al fin parecía que el sujeto quería conversar y alegó con sutileza—Algo me dijo que debía venir y rápido, lo cual es extraño porque por lo general no salgo, me gusta este lugar porque es cercano pero el trabajo me consume muchísimo tiempo, recién empecé y es estresante. Él la miró a través de su respiración, que se esparcía en el aire como una leve neblina y comentó—Yo estaba aquí porque debía estarlo. Erika lo miró extrañada, pero se abstuvo de preguntarle más acerca del tema, ya que sentía que había «metido la pata» antes y no quería repetir la misma experiencia. Él, al ver la mirada extrañada de Erika trató de desviarse del tema y le preguntó.
—¿Quieres caminar juntos? Ella se sorprendió al ver la amabilidad del sujeto que aunque parecía ser más frío que aquel clima, tenía una calidez interior que no emanaba de la muchacha si no de él mismo, pero que sin duda esa persona llamada Erika a pesar de ser casi una total desconocida despertaba su calidez y a su vez la complementaba, incluso sólo con su presencia. —¿De verdad? —inquirió ella sorprendida y al ver que el hombre asentía levemente respondió—Sí, por favor. Comenzaron a caminar por Campo de Marte mientras la luna se encontraba es en el ahora cielo obscuro de aquella escena. —París es hermosa de noche —dijo la chica apegándose al sujeto mientras ambos caminaban casi al mismo compás. Él se quedó callado por lo que ella siguió sacando conversación: —¿Desde hace cuánto tiempo vives aquí? —Dos años. Ella se quedó sin nada más que preguntarle. Él al notar su silencio (el cual era poco común), la observó y sintió aún más su calidez. —Eres hermosa —dijo. Erika sonrió y evitó mirarlo—Gracias, eres muy amable. La muchacha sintió un gran acobijo, tomó al sujeto del brazo, le colocó su cabeza sobre su hombro y siguieron caminando. El sujeto trató de excusarse por lo que había dicho pero ya era demasiado tarde y además no se le ocurría que decir. El muchacho despertaba un afecto que era poco común en Erika (por no decir insólito). Ni siquiera ella misma entendía el porqué «Es un extraño…¿Por qué hago esto? ¿Qué me pasa?» preguntaba dentro de sí, pero no se concilió con ninguna de las respuestas que le surgían como agua en un desierto, pero apoyada en el hombro de aquel sujeto y abrazando su brazo no le importaba nada, era extraño…estaba feliz y más raro aún…él también, aunque no lo demostraba.
Una pregunta más inquietante surgió en la chica ¿Acaso lo conozco de algún lado? ¡Tenía sentido! Desde que lo vio subiendo en el taxi le pareció familiar. Quería saber quién era él en realidad y si se conocían de algún lado pero decidió no preguntárselo directamente. —No te pregunté, ¿por lo menos podría saber tu nombre? —comentó ella con voz tierna. Él la observó y cruzaron sus miradas dando un vuelco a sus corazones. Para salir de la incómoda situación él alegó rápidamente—Me llamo Victor. El nombre no le pareció familiar por lo que evadió el tema. —¿Por qué viniste aquí a vivir? Claro, si se puede saber… —preguntó la muchacha creyendo haber «metido la pata» nuevamente, por lo que inmediatamente excusó exaltada—…No quiero ser entrometida, a veces hablo de más —Victor se mantenía en silencio—. De verdad, lo siento, no debí preguntar —La chica ya no esperaba una respuesta pero él le espetó para que se ahorrara las excusas. —Vine a buscar inspiración. Ya habían recorrido un gran tramo del parque y, de hecho cualquiera hubiese dicho que eran una pareja adorable al verlos pasear tan acurrucados, Erika al darse cuenta levantó la cabeza del hombro del muchacho, quien le dirigió la mirada y preguntó: —¿Quieres que haga algo más por ti? Erika sintió gran regocijo y atracción por él en ese momento y sin pensarlo ni un segundo salieron las palabras de su boca—¿Podrías darme un beso? Al darse cuenta de lo que había dicho se sonrojó y comenzó a mecerse levemente insegura, esperando la respuesta. Victor no se inmutó al oír la petición de la chica pues, sencillamente ninguno pensaba coherentemente en aquel momento y preguntó—¿Dónde? Ella comenzó a disculparse antes de que él terminase de pronunciar su pregunta, mientras se regañaba a sí misma «¿Qué estoy diciendo?».
Lo miró aún muchísimo más avergonzada y como si su voz fuese un leve silbido preguntó—¿De verdad puedes darme un beso? Victor no pudo evitar perderse en la mirada de la chica, quien se excusaba—Sé que pensarás que algo es absurdo, pero creo en las casualidades y pues verás… —antes de que terminase de hablar Victor la besó en los labios callando sus palabras y dejando sorprendida a la muchacha que se dejó llevar cerrando los ojos y correspondiéndole. Llevando sus mentes a lugares donde ninguno había estado. El calor que emanaba de ellos los envolvía junto con sentimientos encontrados que flotaban al aire mientras sus labios se estrechaban rosándose con pasión. Era extraño, tan rápido y tan efímero pero sublimemente perfecto. Ninguno de los dos hubiese pensado que a partir de ese momento unirían sus vidas pero…¿sería para siempre? —¿Erika, cierto? —dijo entre dientes el muchacho, ella lo miró ruborizada y con los ojos perdidos en él y aunque trataba de no verlo directamente, no podía evitarlo. —Sí, ¿Victor, verdad? —respondió. —Sí, Victor —alegó en un susurro. La noche yacía profundamente iluminada por la majestuosa luna de plata. El sereno los envolvía y poco a poco el cielo despejado iba opacándose por ligeras nubes grises. —Debo irme… —dijo él. Erika bajó la mirada un tanto resentida, pero antes de que pudiese responderle algo, él propuso—…Lamento no poder llevarte a casa ¿Mañana aquí a la misma hora? La muchacha cambió por completo su expresión, dibujando en su rostro una hermosa sonrisa y lo que sucedería a continuación sería trascendental aquella noche, pues Victor sonrió por primera vez, encantando aún más a Erika.
—Sí, aquí estaré mañana y tranquilo conozco el camino a casa — respondió la muchacha exaltada y risueña—. De verdad, fue un gusto conocerte. La sonrisa de la chica hipnotizó a Victor por unos segundos hasta que entró en sí—À bientôt —Se volvió y se fue alejando en el horizonte. Sin dudas su espalda le parecía imponente, fuerte, ancha, capaz de cargar cualquier peso sin importar que tan liviano o pesado fuese, ella estaba segura de que él podía. —Adiós —despidió Erika. Mientras él se alejaba ella movía su brazo despidiéndose con un nudo en la garganta y un sentimiento amargo y a pesar de todos aquellos sentimientos encontrados, la euforia por volver a verse los consumía. No estaban seguros de lo que había pasado pero, sin dudas era especial, aquel día fue su Primer Encuentro.