CAMINO DE SANTIAGO Sin conocernos muchos, sin hablarnos entre nosotros, emprendimos el viaje a Sarria, para poder hacer juntos el Camino de Santiago. En el tren de camino a Sarria, no fue nada fácil conciliar el sueño. El partido, el importante partido del Real Madrid contra el Bayer de Munich nos tuvo a unos cuantos atentos a los cascos, sufriendo como si estuviéramos en el campo. Al fin y al cabo, prácticamente todo el vagón se contagió de nuestra euforia. Viajamos a Sarria buscando el balón de Sergio Ramos. Al partido le siguieron las innumerables peleas por los asientos y las posturas al dormir, las idas y venidas al bar, al baño…, las partidas de cartas, con algunos tirados en el pasillo…. A las dos menos cuarto, cuando la mayoría estaba durmiendo, algunos no podíamos y simplemente nos dedicamos a hablar y a reír. El primer día, Sarria-Portomarín, fue uno de los peores que recuerdo en mi vida. El paisaje por el que empezamos era muy bonito, lleno de arroyos y agua. Pero la primera cuesta grande, y según los que habían hecho ya el Camino, la única cuesta, nos dejó un poco exhaustos. Seguimos andando y andando, sin mayores incidentes. Al ser el primer día, cansados y más aún sin saber calcular aún los kilómetros y creyéndonos todo lo que decían los demás. Nos quedaban apenas 10km. cuando la lluvia vino a acompañarnos. Todos estábamos auténticos con nuestros ponchos enormes o con nuestros chubasqueros. La lluvia nos dio una tregua, y tras un momento de duda, seguimos el camino a Portomarín. Los últimos 6km. se hicieron eternos. Habíamos llegado a una cima y se divisaba perfectamente el pueblo, pero parecía que no iba a llegar nunca. Unos apenas habíamos bajado las interminables cuestas, cuando otros ya habían cruzado el Miño y esperaban en Portomarín. Para colmo, ese último tramo lleno de bajadas también estuvo lleno de lluvia, y con algún que otro incidente con el saco de dormir y con dolores musculares. Todos los rezagados habíamos tirado prácticamente la toalla y ese fragmento lo pasamos despotricando contra todo. Pero para llegar al albergue, aún tenias que subir una cuesta que desde abajo parecía infinita. Una vez en el albergue, vino la devastación: ampollas en la mayoría de los pies, dolores en las piernas… Simplemente cansancio, mucho cansancio. Ese cansancio se arregló con una siestecilla, y cuando todos estuvimos despiertos, hicimos una visita por Portomarín. Esa noche la mayoría dormimos como benditos, y tanto, que alguna que otra se cayó de la cama y ni se enteró. El segundo día Portomarín-Palas de Rei, las cosas tampoco salieron muy bien del todo. El grupo se dividió en tres y cada uno fue a su ritmo, esperándonos en cualquier parte para ir todos juntos. Algunos nos perdimos en mitad del camino, y después de llamar a unos cuantos móviles, tiramos de orientación. Hubo una cuesta… puff, qué cuesta. Asfalto, aproximadamente un kilómetro de subida. Cuando llegamos arriba, sólo querías mirar atrás y reír por no llorar. Nos llovió un poco, y el viento también acompaño a la lluvia para ponernos las cosa más difíciles. Pero se nos dio mejor que el primer día. Al final terminamos cantando todo tipo de canciones, desde pop hasta canciones de Misa. Las agujetas y los dolores volvieron a invadirnos en el albergue, pero nada que no se pudiera resolver con nuestro querido enfermero jefe. Este enfermero jefe tuvo que echar mano del centro de salud de Palas de Rei en dos casos. Entre partidas de cartas y risas,