el aroma de la naranja

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El aroma de la naranja César Araos El aroma de la naranja se apoderaba de su cuarto. Mil, diez mil partículas de naranja flotando y besando su nariz, sus poros limpios, impregnándola de esas esencias volátiles y mezclándose con su aroma natural, ahí donde nacía otro, un nuevo

elixir

que

parecía

atravesar

toda

distancia,

que

entonces, como ahora, me mantiene hipnotizado. De lado. De lado la figura en el espejo mostraba su cuerpo hermoso, perfecto. La naranja se hacía agua en su boca, gajo a gajo, en un crujir sensual. Volteaba. Ahora de frente. Con una mano se cubría un pecho, luego el otro y con la otra apretaba la mitad de la naranja que chorreaba su jugo por el antebrazo hasta caer. Siempre es algo parecido, hoy es una naranja. La semana pasada una manzana. Una manzana roja que se desgarraba entre sus dientes y se deslizaba sobre su cuerpo, sobre su ombligo, entre sus senos, allí roja, con la parte mordida hacia la piel, dejando un brillo suave, mojado y fresco en su tez desnuda. Era excitante verla frente al enorme cristal de bordes biselados que la reflejaba mágicamente y que me obligaba a imaginar las delicias de su piel. Porque en ese juego es como si las frutas fueran parte de ella y tomaran vida en la imagen virginal de su cuerpo suave, blanco, espontáneo. Muchas mujeres se ven en los espejos, en las lagunas, en los metales pulidos y saben que su imagen se envuelve en el delirio, se sienten sublimes, casi inalcanzables; sabiendo


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