P100418 Entrevista a Andrzej Wajda

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CULTURAyESPECTÁCULOS

LUNES 19—4—2010

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«Matar la inteligencia era el uso comunista»

Andrzej Wajda, durante la presentación de «Katyn» en el Festival de Berlín de 2008

Andrzej Wajda š Director de cine El «maestro» (85 años, un Oscar) Wajda dedicó miles de metros a recobrar la épica polaca, como el drama de su vida: «Katyn», de triste actualidad. Dice que es el único que podía dirigir el filme «y no es arrogancia» POR RAMIRO VILLAPADIERNA ENVIADO ESPECIAL

VARSOVIA. «Katyn» arranca con la decisión de un polaco sobre un puente, caminando en dirección contraria a la sensatez; al comentarlo con Wajda surge el adjetivo «quijotesco». «Ese caballero andante es una Polonia que caminaba hacia lo desconocido, está sobre un puente y la dirección sería equivocada, tomara la que tomara: detrás tenía a la Alemania nazi y en frente a la Rusia soviética. Pero aún no podíamos imaginar que comunistas y nazis estaban ya de acuerdo. Ese caballero, caminando hacia los rusos en busca de ayuda, se metía él solo en la boca del lobo, en la dictadura del tiro en la nuca». —¿Por qué recordarlo? —Porque no es cualquier crimen. Esa ejecución en masa no es sólo la de los miembros de un pueblo, sino que buscaba descabezarlo, descuartizar la inteligencia: militares, profesores, médicos, magistrados... Acabar con los mejor formados ha sido una herramienta de conquista del socialismo. Es una paradoja del comunismo que implica un desprecio por el pueblo, al que prefiere torpe y manipulable, y teme que estudie y se cultive. —¿Habrían sido ustedes otros sin Katyn? —La nación no hubiera perdido a sus mejores, ni yo a mi padre. Es difícil imaginar cómo habríamos resistido al nazis-

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El 15 de abril de 1943, los alemanes descubrieron en el bosque de Katyn las fosas con los miles de cadáveres de ciudadanos polacos (la élite militar de Polonia, en su mayoría oficiales), que Stalin ordenó exterminar en la que se

mo y al comunismo con nuestros mejores varones. Mi tío murió en Katyn, mi padre en las celdas de Jarkov (Ucrania). Pero si mi película quiere mostrar la descarnada verdad de un plan político, también especialmente la horrorosa angustia de la Polonia que quedó en suspenso, a la espera de un mundo que ya no volvería. E igual de dramático ha sido el silencio impuesto luego durante 50 años; y la mentira de que habían sido los alemanes. Por ello la tragedia fue borrada oficialmente, sólo pudo ser guardada en la memoria de las familias. —¿Hizo las paces con Rusia? —Quería sacar este crimen del olvido para poder avanzar en las relaciones con los rusos sobre una base de verdad. Abrir las heridas, para que puedan curarse y cicatrizar adecuadamente, especialmente en las relaciones con Rusia. Una vez esclarecido, aún falta la plena aceptación

conoce como la masacre de Katyn. Entre el 3 de abril y el 19 de mayo de 1940, desde la tarde al amanecer, a sangre fría, en los campos de concentración donde se les confinó y en parte en el bosque, 22.000 polacos fueron asesinados

por Rusia para llegar a un punto de sutura, pero para Rusia es muy difícil porque implica muchísimo más. —¿Cómo pudo ser más fácil con Alemania? —La famosa carta de los obispos alemanes a los polacos, en los años 70, cambió todo y

«Acabar con los mejor formados ha sido una herramienta de conquista del socialismo: el desprecio al pueblo» «Igual de dramático ha sido el silencio impuesto durante 50 años y la mentira de que habían sido los alemanes»

en los siguientes 30 años Alemania se volcó en ayudarnos, hasta vernos dentro de la UE. Junto a Alemania hemos hecho un largo camino; con Rusia no hemos hecho nada. —¿Pudo imaginar un día a Putin en Katyn? —Estuve allí días antes del siniestro, con (los primeros ministros) Tusk y Putin, y ambos piensan realmente que es el principio de un camino de convergencia, de resolver nuestra tragedia en positivo; algo que ya anticipaba yo en mi película. Puedo empezar a sentir esperanza. —Y su película en la TV rusa… —¡En la pública y en domingo! ¡Con lo que costó encontrar distribuidor! Jamás lo imaginé. El cambio puede ser la punta de un iceberg enorme porque lo que subyace es la actitud de los rusos ante los crímenes del estalinismo. Es la clave a desentrañar; su asignatura pendiente. —¿Abrirán los archivos?

—Si Moscú está dispuesto a revisar lo sucedido en la URSS, la reconciliación con Polonia es bastante posible. Puedo percibir pasos y no me cuesta imaginar que vienen dictados por alguien. —Con el siniestro aéreo se ha hablado de un Katyn II... —No, no es equiparable la caída de un avión, que puede ocurrir a cualquiera, con los hechos conocidos de 1940. No quiero llamar a esto un Katyn II. Como muestra mi película, con los oficiales asesinados moría una concepción de la vida, antitética de los comunistas. La muerte del presidente de Polonia no muestra más que un trágico accidente. —¿Se considera un profesor de historia con cámara? —La historia tiene que estar presente en el imaginario ciudadano. Nuestra historia debía ser recobrada, porque ha estado muy falsificada. El cine es una buena herramienta para esa reeducación.


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Contador de la Historia Nacido en la frontera con Lituania en 1926, Wajda es el gran cronista del cine polaco, reconocido por Hollywood y Berlín. Combatió de muchacho a los nazis y, tras estudiar Bellas Artes en Cracovia, se estrenó con una trilogía antibélica: «A Generation» (1954), «Kanal» (1956) y «Cenizas y diamantes» (1958). Ha rodado 40 películas y dirigido teatro. Con «Tierra prometida» y otras dos cintas fue finalista en los Oscar y llevó su compromiso con Solidaridad dos veces a la gran pantalla, de las que «El hombre de hierro» fue muy premiada.

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—¿Dónde ve la lección de una tragedia? —En mi cine explico mi sentir de cómo la historia puede ofrecer lecciones. Piense en «Kanal», que causó tanta controversia; muchos decían que la sublevación de Varsovia

(ante los nazis, 1944) no llevaba a nada, que sería un suicidio. Mi película dice lo contrario, que hay que luchar siempre. Por ejemplo, admito que yo nunca creí ver el fin del comunismo y su corrosión social; pero la Iglesia sí y de

ahí su fuerza: les hemos visto comportarse igual ante los nazis que ante los comunistas, sufriendo por medio miles de asesinatos. —¿Historia como medicina o sobredosis? —La sobredosis actual es de

cine vacío. Los cines ya son cosa de grandes ciudades, las salas desaparecen; sólo va quien tiene dinero y quiere divertirse. Los problemas de la sociedad tienen pocas posibilidades y la historia sigue siendo desconocida para muchos.

El drama de la traición y el silencio R. V.

VARSOVIA. Una orden del comité central del partido Comunista de la URSS, fechada el 5 de marzo de 1940, ordenaba la ejecución de los militares y funcionarios polacos, retenidos por los soviéticos en su apresurada huida hacia el Este del invasor nazi. Era septiembre de 1939 y aún no se sabía que Stalin y Hitler habían concordado ya en mayo repartirse Polonia; pero los polacos iban a ver aterroriza-

dos que, siguiendo a la invasión alemana en el Oeste y Norte del país, el Ejército Rojo había hecho otro tanto, dos semanas después, desde el Este, provocando una doble huida y capturando e internando en campos a 230.000 patriotas polacos. La orden del partido, que ostenta la firma de Stalin, los calificaba como «enemigos del estado socialista, al parecer prestos a «participar activamente en el derrocamiento del gobierno de los

soviets». En los días entre marzo y mayo, hace 70 años, efectivos de la policía secreta soviética del NKWD (futura KGB) ejecutaron, uno tras otro y de un tiro en la nuca, a casi 22.000 ciudadanos polacos, en su mayoría militares pero también funcionarios, jueces, intelectuales, profesores, músicos y diplomáticos: 4.000 de ellos en el bosque de Katyn, otros en otros puntos de las actuales Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Ante la impo-

sibilidad de ocultar el crimen, Moscú instó a creer durante 50 años que la inusitada masacre había sido perpetrada por las SS alemanas. Sólo con el desplome de la URSS, Boris Yeltsin reconoció el engaño, pero aún los archivos rusos siguen vedados a los investigadores polacos. El drama de la traición y el silencio ha marcado a una sociedad polaca que se ha sentido en dos ocasiones, en el siglo XX, escudo de Occidente ante la URSS.

—¿No se ven los polacos demasiado únicos? —Hay héroes, Papas, premios Nobel, pero para ser felices los polacos necesitan ganar un Mundial de fútbol. —¿Qué película les recomendaría a la postre? —La próxima. Ahora ya soy capaz de realizar una buena película: una que aclare cosas. Al ordenar mi archivo de Cracovia he visto que he dejado más proyectos de los que he hecho. Siempre tengo nuevas ideas. La próxima que rodaré es la vida de Walesa, de la que hay mucho que decir. —Usted dio a Roman Polanski su primer papel en «La generación», y el último, antes de su arresto, en «Venganza». —Desde que vi su energía y talento en sus comienzos, en nuestra Escuela de Cine, vi que había nacido más para cineasta americano. Me honra que, con su inmensa carrera, haya querido aceptar un papel, que los más grandes han hecho ya en teatro, el cobarde Papkin de «La venganza». —¿Cómo resiste su cine histórico al americano? —Con la vuelta de nuestro cine a las pantallas, 7 millones han visto «Con fuego y espada», 6 millones «Señor Tadeusz», y 3 millones «La venganza»; más que las americanas. El cine basado en nuestra buena literatura funciona por su complejidad de tramas y caracteres. Los escritores de hoy están encerrados en su autocontemplación y no producen historias para todos; y no funcionan en cine.


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