Opinión
kaka de luxe
C
uando los burgueses lloran, se compran algo. La sociedad de consumo ofrece una constante reposición de opciones para sortear grandes preguntas. La ciudad occidental ha dado al mundo parte de lo que mejor tiene, incluidas las cartas de naturaleza del individuo. Pero ha perdido el valor de la buena vecindad, esa solidaridad rural arrumada y enseñada por los siglos. De ahí que a veces la gente se siente sola, hace cuentas y huye. El sociólogo Bauman, gran pesimista avisado, decía ver esta sociedad urbana en permanente escapada, como el patinador que siente crujir el hielo y acelera. “Peor es ser optimista” y creer que el hielo, una sociedad blanda y temerosa, no puede fracturarse y perder pie en su extenuante supermercado. Cuando ya se tiene coche, casa, móvil, portátil, home cinema e iPad, darse un lujo es por ejemplo ser independiente: ver izarse la banderita propia en la ONU. ¿Cambiaría algo? No ¿Para qué pues? Para que se nos vea y nos reconozcan. Como todos los días tenemos presentes a Portugal y a Luxemburgo, por ejemplo; dos estados con historia que bien pudieron no haber existido. Hace sólo medio siglo, el viejo reino de Baviera pudo ser independiente –siempre lo había sido– pero pasó página y se dedicó a ser la región más moderna de Europa; no les duelen prendas. Pero ante el nuevo miedo urbanita a perder –el mismo que en los años 20– los bienes raíces cotizan: el nacionalismo –verdugo del siglo europeo– no se ha ido del continente para siempre, machacaba Otto de Habsburgo. ¿Qué es el nacionalismo? Los minutos que uno dedica a pensarse a sí mismo en colectivo, en vez de en sus opciones como persona, y soñar cómo habría sido. ¿Que lo suyo podría haber sido distinto? Bien, tal vez lo mío también, pero prefiero irme al cine. Todo esto se analizó y requetescribió hace más de un siglo: “En el XIX se había descubierto que todo individuo tenía que pertenecer a una nación o a 34 rollingstone.es
Lo que habría que preguntarse, antes de salir corriendo a darles un abrazo, es ¿qué haríamos los demás sin catalanes? una raza estipulada, si realmente pretendía ser reconocido como ciudadano”, escribió Joseph Roth. “De la humanidad a la bestialidad por el camino de la nacionalidad”, agregaba Grillparzer. Ojo, y hablaban de lo bien que habían vivido juntas veintitantas nacionalidades, lenguas y religiones. Con la implosión del socialismo yugoslavo, Michael Ignatieff me explicaba en Croacia el narcisismo de las pequeñas diferencias que Isaiah Berlin vio en Europa: la libertad de identidad como lujo. En el imperio de la moda, decía Lipovetzsky, se celebra siempre lo nuevo.
El “luxe” de Carrefour me recuerda la Movida, aquello que estructuró a los que hoy dirigen y cuya aportación al mundo del pensamiento se resume en “aquí no pasa nada”; “esto es por la cara”; “yo paso de todo”; y “es así porque yo lo valgo”. Kaka de Luxe fueron seminales: “Me aburro…”; “¿Y por qué no?”. Realmente avisaban. Se trataba de no complicarse la vida y preocuparse fundamentalmente por la imagen. Para el nuevo consumidor urbano escribieron: “Pero qué público más tonto tengo”. Parece que siguieran cantándola muchos dirigentes de hoy, ante el nivel argumentativo (una mar-
cha, con el doble de gente de lo tradicional ¡puede cambiar el destino de un país!) Así hoy se habla de nación, federalismo o rescate sin saber visiblemente ni lo que es. En el vetusto Saint Anthony donde enseña, Timothy Garton Ash me confirma dos cosas: Primera, que la independencia es hoy un objeto más de consumo político (y uno puede hipotecarse la vida y la de los hijos, tan en broma como con la casita en la playa); segunda, que Europa puede no seguir siendo siempre así. Pero para forzar los sueños sobre la propia realidad, siempre hay que romper un par de huevos, como decía Lenin; y la campaña puede ser muy dolorosa. Habrá que no ofender, pero prepararse a ser ofendido. Más allá, no obstante, todo el mundo necesita afecto y más en tiempos de angustia; y más el hermano que sintiera que aporta más garbanzos a casa: unos cardan la lana y otros llevan la fama, pero todos son familia. He conocido siempre catalanes faltos de afecto. El último ha sido Ricardo Bofill. Si no fuera tan globalmente célebre, el otro día le habría dado 20 euros. Pero un médico diría que no es eso. Así que le di un abrazo, le agradecí que viniera a Praga, le hice sentir bien. Lo que necesitamos todos. No hay hermano que se marche de la empresa familiar, que no cause un perjuicio a los demás superior al hueco que deja. Y es irremplazable: una tía no sustituye a una hermana. Aunque tampoco hay vecino del edificio, que meta más ruido del normal, que no cree murmullo. Así que, lo que habría que preguntarse, pues, antes de salir corriendo a darles un abrazo, es ¿qué haríamos los demás sin catalanes? Están entre nosotros, casi todos los llevamos en la sangre y, en todo caso, siempre vamos a estar con ellos: no se pueden ir. Ramiro Villapadierna ha sido corresponsal de prensa durante más de 22 años, especializado en Europa Central, los Balcanes, la historia del socialismo y del nacionalismo. Trabaja en siete lenguas. Actualmente es el Director del Instituto Cervantes de Praga.
ilustración: blanca lópez- solórzano.
“¿Qué es el nacionalismo? Los minutos que uno dedica a pensarse a sí mismo en colectivo, en vez de en sus opciones como persona, y soñar cómo habría sido”. El corresponsal Ramiro Villapadierna explica para Rolling Stone cómo ve la situación catalana en el contexto de la sociedad burguesa europea.