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M Hoy recordamos N
Para entender de dónde venimos, debemos echar la vista atrás y reconocer el trabajo de los ejidenses que han hecho pueblo. Por ello, dedicamos estas líneas a las personas que ya no están con nosotros, pero han contribuido a escribir la historia de nuestro municipio.
Manuel Martínez Sánchez EL DEVOTO FRAGÜERO Cuando hoy en día escuchamos en El Ejido el refrán “a quien madruga, Dios le ayuda”, a todos se nos vienen a la mente los eternos paseos de Manolo, el fragüero, a las 7 de la mañana. Un hombre de palabra, humilde y formal que dedicó su vida a la familia, el trabajo y la iglesia, siendo el único fundador de la Hermandad de San Isidro Labrador que se mantuvo en la Junta de Gobierno desde su constitución hasta 2017.
H
ijo de Manuel Martínez y María Sánchez, y hermano mayor de Lola y Maruja, Manuel Martínez Sánchez vino al mundo el 28 de junio de 1934 en el núcleo ejidense de Tarambana. Desde su infancia el único camino que conoció para prosperar en esta vida fue el de la fe y el trabajo duro. Apenas había aprendido a leer y escribir cuando su padre, fragüero de profesión, le enseñó el oficio con siete años. Debido a su movilidad reducida, necesitaba una persona de confianza que lo ayudara y su hijo no se separó de él ni un solo día. Dadas las circunstancias, incluso quedó exento de cumplir con el servicio militar obligatorio llegado el momento. En estos tiempos en los que se trabajaba de sol a sol, todos los que lo conocieron lo recuerdan en la fragua. A los trece años se trasladó con su familia a El Ejido y establecieron su residencia
El día de su boda, 17 de agosto de 1961, junto a su esposa, Dolores Daza.
en “el empalme”. En la década de los 50, su padre abrió un nuevo taller en el Bulevar, frente a Mari Carmen, “la de los periódicos”, que se dio a conocer como “la fragua del cojo” por la limitación física de su fundador. Por aquel entonces, El Ejido ya contaba con las fraguas de los Puga y los Moya. El motor económico del municipio era, al igual que hoy, la agricultura, por lo que la fabricación y reparación
de aperos de labranza y ruedas de carros estaban a la orden del día. En las cercanías de la fragua, en el Bar Pasaje, conoció a su mujer, Dolores Daza, con la que se casó el 17 de agosto de 1961 en la iglesia de San Isidro después de diez años de noviazgo. Para ella, Manolo siempre fue sus manos y sus pies. Lo hacían todo juntos. En un primer momento, se fueron a vivir al canal, a una casa que le cedió a Manolo su tía Rita. En ella nacieron sus tres hijos: Mariló, Manolo y May, a los que nunca le puso una mano encima y a los que educó en la fe cristiana, inculcándole valores como el respeto, la responsabilidad y la confianza. Rasgos que han heredado sus nietos, Pablo, Juan Manuel, Ana y Manuel; y su bisnieta, Sofía. En 1967, compró el piso de la calle Almería y siguió trabajando en la fragua. Como punto de encuentro, frecuentaban el negocio su cuñado,