Microrrelatos
De la literatura al microrrelato Muchas han sido las recreaciones que a lo largo de la historia han hecho los diferentes escritores de personajes mitológicos, bíblicos y literarios. Aquí tienes una amplia selección de microrrelatos en los que Penélope y Odiseo, Blancanieves o el Diluvio Universal se nos presentan de un modo diferente a como estamos acostumbrados a verlos. Ahora os corresponde, por medio de un microrrelato, dar vuestra particular visión sobre un personaje de la mitología griega.
La obsesión de tejer... ¿y Penélope? Confesión esdrújula Penélope nictálope, de noche tejo redes para atrapar un cíclope. Luisa Valenzuela, Libro que no muerde
Penélope No creáis mi historia: los hombres la forjaron para que el sacro fuego de inventados hogares no se apagara nunca en femeniles lámparas. No creáis mi historia. Ni yo esperaba a Ulises, Tantas Troyas y mares y distancias y olvidos..., ni mi urdimbre de tela desurdida de noche se trenzaba en su nombre. Mi tela era mi escudo, no del honor de Ulises, no de la insomne espera del ya más extranjero que los lejanos príncipes que acechaban mi tálamo. Y si el arco de Ulises esperaba su brazo, es porque yo al arquero sólo desdén profeso, y nada me interesan sus símbolos de pureza: sus espadas, sus arcos,
Microrrelatos sus tremolantes cascos y las espesas sangres de su inútil combate. No creáis en mi historia. Cuando volvió el ausente me encontró defendiendo con mi ingeniosa urdimbre mi derecho inviolable al tálamo vacío, a la paz de mis noches, al buscado silencio: la soledad es un lujo que los dioses envidian. Isabel Rodríguez Baquero, Tiempo de lilas La tela de Penélope o quién engaña a quién Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas. Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo. De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada. Augusto Monterroso Si Penélope
Si Penélope, señores Diputados, en lugar de tejer y destejer improductivamente hubiese sólo tejido, la industria textil de Itaka habría recibido un impulso fenomenal y Grecia ocuparía hoy un lugar más relevante en la Comunidad Económica Europea. Fabián Vique
Microrrelatos Lamento enajenado Yo nunca he sabido tejer...Maldita seas, madre, que con esta labor interminable has alimentado esa leyenda absurda sobre mí. Y maldito seas tú, padre, que en nombre del honor has dejado que me atrapen en esta red infinita. Con estas palabras se lamentaba, resignada, al tiempo que deshacía la tarea silenciosa que había sido tejida en su nombre durante el día.
Un Hércules corto de entendederas
El trabajo número 13 de Hércules Según el apócrifo Apolodoro de la Biblioteca, “Hércules se hospedó durante cincuenta días en casa de un tal Tespio, quien era padre de cincuenta hijas a todas las cuales, una por una, fue poniendo en el lecho del héroe porque quería que éste le diese nietos que heredasen su fuerza. Hércules, creyendo que eran siempre la misma, las amó a todas”. El pormenor que Apolodoro ignora o pasa por alto es que las cincuenta hijas de Tespio eran vírgenes. Hércules, corto de entendederas como todos los forzudos, siempre creyó que el más arduo de sus trabajos había sido desflorar a la única hija de Tespio. Marco Denevi
Microrrelatos
La sequía universal Ocurrió que Yahvé quiso poner fin a la corrupción reinante en los orbes marinos. Así, dispuso que todos los océanos se secaran durante un periodo de cuarenta días y cuarenta noches. Sin embargo, el Todopoderoso resolvió ser compasivo, de modo que avisó a Noé para que construyera una gran pecera, donde una selección de los peces más virtuosos pudiera salvarse de la catástrofe. Alberto Salas Calvo
Génesis Contó los días. Eran siete. En el primero, conectó los cables y dio luz a la casa. El segundo arregló el calefón y tuvo agua caliente y fría. Aprovechó el tercero para plantar flores en el jardín. El cuarto, instaló luces con células fotoeléctricas en el parque que se encendían y se apagaban solas durante las cuatro estaciones. El quinto día fue al acuario, compró peces tropicales y los dejó en una gran pecera para que se reprodujeran. También llevó a la casa pájaros, gallos y gallinas. En el sexto recogió un perro y una perra en la calle. Por la tarde, contrató a una mujer como sirvienta y al marido como jardinero. El séptimo día despertó contento mirando la pecera, escuchando el canto de los gallos y los pájaros, mientras Eva le traía el desayuno a la cama y Adán cortaba el pasto del jardín. Héctor Manuel Román
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La honda de David Había una vez un niño llamado David N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera despertaban tanta envidia y admiración entre sus amigos de la vecindad y de la escuela, que veían en él –y así comentaban entre ellos cuando sus padres no podían escucharlos- un nuevo David. Pasó el tiempo. Cansado del tedioso tiro al blanco que practicaba disparando sus guijarros contra latas vacías o pedazos de botella, David descubrió un día que era mucho más divertido ejercer contra los pájaros la habilidad con que Dios lo había dotado, de modo que de ahí en adelante la emprendió contra pardillos, alondras, ruiseñores y jilgueros, cuyos cuerpecitos sangrantes caían suavemente sobre la hierba, con el corazón agitado aún por el susto y la violencia de la pedrada. David corría jubiloso hacia ellos y los enterraba cristianamente. Cuando los padres de David se enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho, le dijeron que qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y convincentes que, con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió sincero, y durante mucho tiempo se aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros niños. Dedicado años después a la milicia, en la Segunda Guerra Mundial fue ascendido a general y condecorado con las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más tarde degradado y fusilado por dejar escapar viva una paloma mensajera del enemigo. Eduardo Galeano
Blancanieves y los siete explotadores La manzana de la discordia Cuando despertó ya no era la misma. Le dio largas a un príncipe bobalicón cuyo beso le supo a sapo y cuyos ojos apagados parecían las ventanas de una triste y solitaria mole. No entendía qué hacía en medio del bosque rodeada de unos hombrecillos minúsculos, machistas, exigentes, malolientes. Ya le habían llamado la atención varias veces por dedicarse a pintarse las uñas y a maquillarse en lugar de fregar o hacer las camas. Así que se había decidido por fin: esta misma tarde se iría definitivamente, pero no sin antes dejarles preparada una última sorpresa, una exquisita tarta de manzana como no iban a comer otra en sus vidas.
Microrrelatos -Júrenos que si despierta, no se la va a llevar –pedía de rodillas uno de los enanitos al príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal-. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quien nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine. Opus 8, Armando José Sequera
La cucaracha soñadora Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha. Augusto Monterroso
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Los personajes del Quijote El precursor de Cervantes Vivía en el Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosas novelas de éstas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de Don Quijote de la Mancha. Decía que Don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por Don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de terciarias. Marco Denevi
La verdad sobre Sancho Panza Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin. Franz Kafka