Profecías

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Otro ejercicio de escritura automática. En este caso no revisé otra mitología, sino la mía propia. Tal vez los que hayáis leído alguna de las novelas ambientadas en Ridia sepáis por dónde van los tiros; los que no, espero que lo disfrutéis igualmente, al menos tanto como disfruté yo al escribirlo:)

PROFECÍAS

—¿Tenías que hacerlo? —exclamó Sueño, contrariado. Su rostro habitualmente ceniciento se había vuelto de un interesante tono morado oscuro, como las remolachas—. ¿No te valía con obligarme a volverle loco del todo? ¿Además tenías que hacer que acabase convertido en una puta mancha en el suelo? Destino miró en la dirección que Sueño le señalaba. Sus ojos negros como pozos sin fondo resbalaron sobre el montoncito de ceniza como si fuera un elemento más de la ya de por sí recargada decoración de la estancia; ni siquiera enarcó una ceja cuando se posaron sobre las dos sandalias todavía humeantes que asomaban apenas por debajo de la ceniza, sus tiras de cuero cuidadosamente aceitado cubiertas por una crocante capa de color gris parduzco. Sin inmutarse, Destino volvió la cabeza hacia Sueño. —Yo no he sido. —Se encogió de hombros—. Ya te lo dije: la profecía hablaba del ascenso del Imperio y la conquista de todo el mundo conocido a manos del rey coronado por el profeta. No decía nada de la muerte del profeta, ni de... —Todo era una puta mentira —susurró Sueño, furioso—. Admítelo, hombre. Me diste la profecía para que se la metiera en la cabeza aquella noche en la que estaba tan borracho que el tío no sabía ni cómo coño se llamaba. Pero no era auténtica, ¿verdad...? Esta vez era un juego. O te faltó darme la segunda mitad, o...


Destino se encrespó. Por primera vez que Sueño pudiera recordar, la figura alta e imponente parecía emanar una sensación de furia muy poco acorde con su habitual flemático. —Ya te lo dije, chaval: yo no miento. —No le da el cerebro. —Ambos se volvieron a la vez para mirar a la mujer que había hablado. Recostada sobre una pequeña montaña de cojines forrados en seda, había adoptado una postura que remarcaba a la perfección todos los detalles de la curva de su cadera, visible bajo la capa de gasa de color melocotón y las ondas que su pelo brillante hacía al cubrir parte de su brazo y su espalda. Ella pestañeó, coqueta—. No miente porque no da tanto de sí, pobrecito mío. Sueño notó cómo el cuerpo de Destino se ponía en tensión al mirarla. Por un instante pensó que era de deseo; al instante siguiente, cuando vio sus puños apretados y el músculo que vibraba en su mandíbula, cambió de idea. Mentalmente tachó "sexo" y escribió "cabreo". —¿No crees que ya has hecho demasiado? —dijo Destino en voz baja, tratando de disimular la rabia que sentía y fracasando estrepitosamente. Ella se echó a reír alegremente; su risa burbujeaba como un arroyo travieso que bajase por la ladera de una montaña pese a la prohibición explícita de mamá fuente de ir más allá de la entrada de su cueva. —Oh, cariño —dijo ella, estirándose con un movimiento felino que hizo tragar saliva a Sueño y apresurarse a ponerse las manos sobre el regazo—. Si no he hecho nada más que empezar... —Deja de meterte en mis asuntos —siseó Destino. —Me meteré en lo que me dé la gana —replicó ella, dirigiéndole una lánguida mirada que, sin embargo, estaba preñada de peligro. Destino apretó los dientes.


Entonces, Sueño lo comprendió. Abrió la boca, la cerró, la miró a ella, lo miró a él, y al cabo de un instante soltó un bufido impaciente. —Me cago en... ¡Destino! —aulló, tan enojado como para saltar sobre él y decidirse de una vez por todas a darle de hostias, pero no tanto como para apartar las manos de su regazo y demostrar en todo su esplendor lo muchísimo que la presencia de ella le afectaba—. ¡Joder! —exclamó, concentrándose en su propia exasperación y pugnando por dejar de lado todo lo demás—. ¡La próxima vez que...! ¡La próxima vez que tengas una bronca con tu parienta, haz el puto favor de pegarte con ella, o tirártela, o las dos cosas! ¡Pero no la dejes suelta, coño! ¡Que ya sabes lo bruta que puede llegar a ser! —Me lo tomaré como un cumplido, Sueño —sonrió ella. Destino entrecerró los ojos. —Mis asuntos con mi esposa no son cosa tuya —masculló. —Lo son, si le da por joderme —contestó él. Al instante, notó cómo su rostro se sonrojaba violentamente—. Es decir... No quería... Yo... —Lo hemos entendido, Sueño —dijo ella con voz suave, risueña. Sueño volvió a tragar saliva y se aseguró de que sus manos seguían estratégicamente colocadas sobre su entrepierna. —Lo que quería decir —murmuró—, es que... Joder, Destino —retomó el hilo, cuidando de que su voz dejase entrever la exasperación que sentía y ninguno otro de sus sentimientos—, si te cabreas con ella sabes lo que pasa... Tu esposa no es de las que prefieren no interferir… —No —admitió Destino—. De hecho, a mi esposa no hay nada que le guste más que interferir. —Venga ya —rió ella, incorporándose y apoyando el rostro sobre la mano, el


codo sobre uno de los blandos cojines de seda—. Sin mí, vuestra vida sería un auténtico aburrimiento. Y lo sabéis de sobra. ¿Qué emoción puede haber? Mi esposo canta un poema, fatal, por cierto —sonrió—, y tú se lo envías en sueños a cualquiera que en ese momento esté sintonizado con nosotros. Y el pobre hombre, o la pobre mujer, se parte los cuernos para cumplir al pie de la letra todas y cada una de las palabras de la cancioncita de mi querido esposo. Si al menos rimasen... —Se encogió de hombros. —Es el destino —gruñó Destino—. Está escr... —Cariño, todos sabemos que la mayoría de esas canciones se te ocurren en la ducha —rió ella—. Si al menos fueras un poquito original... Pero no: todas hacen referencia a lo mismo. El fin del mundo, el ascenso del mal, la caída de los cielos... Y total, para que luego todo sea una metáfora mal interpretada. Qué aburrimiento. —Al menos, yo les doy un sentido a sus vidas. —Oh —replicó ella—, pero yo les doy algo mejor. Les doy sorpresa. ¿Y qué sería de la vida de los hombres sin la sorpresa...? —La vida de éste habría sido más larga, para empezar —intervino Sueño—. El rayo que hiciste que le cayera encima... —Ah, pero ahora al menos ya no se preocupa por si cumple o no las palabras de la canción de mi esposo, ¿no? —comentó ella. Destino volvió a gruñir algo ininteligible. Sueño sacudió la cabeza con tristeza y se sentó en el suelo, desalentado. Y ella, Azar, volvió a recostarse sobre los almohadones, cogió una cereza y se la llevó a la boca con un ademán perezoso, ignorando el montoncito de ceniza que había sido, hasta unas horas antes, el Segundo Profeta.


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