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Todo está conectado

«los problemas de degradación medioambiental dicen relación con crisis sociales y éticas que no se pueden ignorar, y esfuerzos positivos de preservación de este están íntimamente ligados a fortalezas en la vida social».

p. Andrés Ferrada

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aferradm@uc.cl Doctor en Teología con mención en Teología Bíblica por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Profesor y Director de la Licenciatura en Teología UC.

una de las ideas recurrentes del mensaje de la nueva encíclica del Papa Francisco Laudato si’ es que “todo está conectado”1: “y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás”.2

“El cuidado de la casa común”, la ecología, pone de manifiesto la imperiosa necesidad de una comprensión integral de la realidad que comprenda la persona, la familia, la sociedad y el medio ambiente. La unidad de estas facetas se observa bien a partir de sus vínculos de interdependencia y al contemplarse la fragilidad de cada una de ellas y la concomitante necesidad de custodia y protección que precisan, de manera que si se afecta una repercute en todas las demás. Por esto, los problemas de degradación medioambiental dicen relación con crisis sociales y éticas que no se pueden ignorar, y esfuerzos positivos de preservación de este están íntimamente ligados a fortalezas en la vida social y a decisiones personales que dignifican.

La cuestión medioambiental es una faceta del dilema ético y social que enfrenta la humanidad. Cada estado, cuerpo intermedio, familia y persona afronta con especificidad y profundidad particulares las preguntas: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Hasta qué punto se puede intervenir la naturaleza? ¿Tiene algún valor el sufrimiento? ¿Cómo establecer un orden donde haya justicia y paz? ¿Cómo defender los derechos de los más débiles?

La respuesta a este tipo de inquietudes requiere del concurso de varios puntos de vista que iluminen la realidad en su complejidad y que ayuden a desplegar soluciones con realismo, gratuidad y eficacia, en el plano material e inmaterial, que redunde en actitudes y disposiciones constantes que propendan al mayor bien posible, personal; familiar y comunitario; nacional e internacional. Sin realismo podría avanzarse en soluciones utópicas que dejarían insatisfechas las necesidades e interrogantes más radicales. Solo con gratuidad, se las sacia y responde de un modo integrado al bien de los demás, de las comunidades y de los pueblos. Una actitud conducida por la gratuidad permite ver un bien en la renuncia o la limitación de la satisfacción de una necesidad para que otros puedan disfrutar de lo que hoy se conserva o preserva. Sin eficacia en el ejercicio de la autoridad en las distintas facetas de la realidad, la promoción del bien común pertenecería solo al plano ético, fácilmente reductible a la esfera de lo privado sin poder ser exigible en los distintos contextos comunitarios.

La cuestión medioambiental interesa en particular a la Universidad, pues guarda relación con su misión fundamental. Es sobre todo en la investigación que puede abordarse las distintas facetas de la realidad de un modo integral e interdisciplinario, para comprender los problemas de degradación y conservación del medio ambiente en la amplitud de su significación y repercusiones. Más aún en una Universidad Católica que está llamada a evaluar estos problemas “desde el punto de vista cristiano”3, discerniendo “los valores y normas dominantes” que están en juego. Ello requiere desarrollar la “auténtica antropología cristiana, que tiene su origen en la persona de Cristo, y que permite al dinamismo de la creación y de la redención influir sobre la realidad y sobre la justa solución de los problemas de la vida”.4

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