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Tomar la ocasión y cambiar el mundo
La toma de Casa Central representa el símbolo de un proceso que duró varios años y cuyos efectos pueden percibirse incluso en la universidad Católica del presente. Y es que una parte muy importante de la estructura actual de la uC deriva de estas medidas, que la hicieron crecer, le dieron estabilidad y se pusieron en marcha cuando el ideal de proyección estaba marcado por la imagen una “universidad abierta y para todos”.
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Elecciones FEUC. En la imagen vemos a estudiantes en campaña para las votaciones de una nueva federación. Los detalles de carteles y rostros de los jóvenes grafican el estado de politización de ese proceso en el que resultó electo Javier Leturia, del Movimiento Gremial.
Fotografía Juan Domingo Marinello
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Por CLAUDIO ROLLE CRUZ. Académico de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política y doctor en Historia por la universidad Degli Studi di Pisa, Italia. Su labor profesional se centra en el estudio de la historia de Europa y de la música popular.
El espíritu de la Reforma Universitaria que comenzó a manifestarse en la Universidad Católica en agosto de 1967 sigue proyectándose de diversas formas hasta hoy. En 2017 se cumplen cincuenta años de la toma de Casa Central, el acontecimiento que se transformó en el símbolo de un proceso complejo, rico en matices y de una gestación más larga y gradual de lo que frecuentemente se señala.
Quisiera proponer como punto de partida una mirada al mundo contemporáneo, situando las raíces de este movimiento, que buscó transformar la universidad, el país y el mundo, en el contexto de los acontecimientos globales ocurridos a fines de los años cincuenta y durante la década sucesiva. Fue un tiempo de desarrollo científico y tecnológico que presenció fenómenos como los inicios de la era espacial y un fuerte desarrollo de las comunicaciones; que incluyó la llegada de la televisión, la cual en Chile se convirtió en tarea de las casas de estudio, en cuanto espacios de investigación y experimentación, de función pública y de reconocimiento de una forma de autoridad.
Así, casi una década antes de la Reforma Universitaria y de la reorientación de estas instituciones a la actividad de estudio y pesquisa, el Estado les confió la tarea de la investigación científica y la proyección social de la ciencia a la vida de la sociedad. Son señales de que, previo al estallido de la revuelta de 1967, se caminaba hacia un tipo de institución que superase la tarea de la mera formación de profesionales, se orientase a la generación de conocimiento, la realización de la investigación y a la atención de las necesidades de progreso duradero y profundo del país. Una nación que, en ese tiempo, vivía significativas expectativas de desarrollo político y social, que se fundaban en reformas como las vividas por el sistema electoral, que daban garantías a una democracia que aspiraba a crecer y hacerse más igualitaria y paritaria, al tiempo que aparecía en el escenario la imagen de la revolución como vía de cambio.
El atractivo de la revolución había permeado amplios espacios y lenguajes, de modo tal que la Democracia Cristiana alcanzó la presidencia de la república apelando también a ella, pero distinguiéndola de la vertiente cubana y socialista.
Sin embargo, donde resulta más importante y significativo buscar indicios que nos ayuden a entender el origen de este proceso de generación y nacimiento de una nueva forma de entender la universidad, es en la Iglesia Católica. A fines de los años cincuenta, el anciano Papa Juan XXIII, apenas elegido, planteó un desafío que cambiaría la relación del catolicismo con la modernidad. El Sumo Pontífice propuso abrir las ventanas para que entrase un viento nuevo, e inició un tipo de revolución en la Iglesia que, a partir del Concilio Vaticano II, se verá a sí misma como el pueblo de Dios.
No debe sorprender que la revisión crítica de la vida universitaria naciese en las universidades católicas, en las que el viento del concilio y sus mandatos estaban soplando con fuerza.
Años más tarde, el mensaje del sucesor de Juan XXIII, Paulo VI, actuó como un mandato en muchos católicos comprometidos con la traducción viva del Vaticano II, quienes se lanzaron a cambiar el mundo, tomando la ocasión de actuar en diversos campos para construir una nueva civilización.
Con ese espíritu actuaron los jóvenes que impulsaron transformaciones, en una universidad que cambiaba, pero a un ritmo lento para sus aspiraciones, demasiado clerical en sus formas y en sus tiempos. Según la opinión de los estudiantes cercanos a la FEUC, y también de un grupo de académicos, la UC debía responder al llamado de Paulo VI de actuar promoviendo la justicia y la paz: atender al “llamado para una acción concreta en favor del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad”.
Profesores y estudiantes de la Universidad Católica pretendían que esta cambiase, haciéndose más fiel a su misión de incentivar la búsqueda del conocimiento y la verdad, el desarrollo integral y el crecimiento; la capacidad de responder a las necesidades de un país joven, con voluntad de integrar visiones y formas de participación. Una institución que piensa al servicio de la sociedad, más que al de la tradicional formación profesionalizante que había caracterizado a la educación superior en Chile.
Tenían motivos para esperar que sus anhelos y expectativas se cumplieran, dados los cambios que estaban ocurriendo en el mundo. Ya desde algunos años antes, tanto los estudiantes a través de la FEUC como las mismas autoridades superiores de la UC, comenzando por el rector Silva Santiago, tenían conciencia de la necesidad de reformas, de revisión de prioridades, de programar el crecimiento de la universidad. Se aplica aquí la sentencia que Alexis de Tocqueville escribió: “El orden social destruido por una revolución es casi siempre mejor que el que lo precedía inmediatamente, y la experiencia muestra que el momento más peligroso para un mal gobierno es, por lo general, cuando se propone realizar una reforma”.
En efecto, la disposición al cambio y la necesidad de transformar la universidad en un espacio de investigación y de crecimiento intelectual; la demanda por una nueva forma de docencia que se adecuara a los desafíos de esa época y del país; la voluntad de terminar con malas prácticas –ligadas sobre todo a manifestaciones de desigualdad– estaban presentes antes de 1967, y existen documentos y proyectos que lo testimonian con claridad.
El aspecto donde se puede apreciar mejor la proyección de este momento revolucionario es en el territorio de las estructuras académicas, y los desafíos que se planteaban a la nueva universidad.
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Urgencia. La revista Urgencia, de la Vicerrectoría de Comunicaciones, nació en 1967 y en su número dos publicó algunos avances de la reforma.
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Promover la investigación. Las universidades tienen el deber ineludible de incentivar la búsqueda de conocimiento. uno de los puntales de la reforma fue fomentar la investigación y el desarrollo científico al interior del plantel. en las fotografías vemos imágenes del Hospital Clínico de la UC y otras del trabajo desarrollado por científicos en los laboratorios de la institución.
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Trabajo desarrollado por científicos en los laboratorios de la institución
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Trabajo desarrollado por científicos en los laboratorios de la institución
Fue un tiempo de audacia y de confianza en las propias ideas. De valoración de la diversidad y del debate como fundamento de un nuevo tiempo, más abierto también al resto del mundo que, con una sincronía sorprendente, vivió un proceso de revoluciones universitarias profundas pocos meses después.
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Democratización. La reforma promovió una mayor participación e inclusión de los estudiantes. La imagen muestra la intensa vida universitaria que se tomaba las calles durante los periodos eleccionarios
Fotografía Juan Domingo Marinello
Salir del aislamiento académico
Estallaron entonces varios conflictos relacionados con las maneras de interpretar la forma y el grado de la reforma en la vida de la Universidad Católica. Las propuestas de cambios, impulsados desde la dirección superior, eran insuficientes para un sector importante de los estudiantes que dirigían la FEUC. También para un grupo de profesores comprometidos con el cambio de la sociedad, vinculados al momento del catolicismo renovado con el espíritu del Vaticano II, Buga y de la encíclica Populorum Progressio.
Ellos deseaban una participación más directa de todos los componentes de la comunidad en la toma de decisiones y la conducción de la misma; y un compromiso más claro y decidido de la UC con los grandes desafíos del país. Sostenían la necesidad de modernizar la actividad académica promoviendo la investigación y el fortalecimiento de las carreras de investigadores y profesores.
Después de superada la primera fase de la crisis –la de la ocupación de la Casa Central– y, una vez renunciado el rector Silva Santiago por sentirse desautorizado con la nominación como prorrector del arquitecto Fernando Castillo, se puso en marcha un amplio programa de cambios. El proceso se abrió con la elección del rector a través de un procedimiento nuevo, que contemplaba la participación de todos los integrantes de la comunidad a través de la figura del claustro universitario.
El órgano de representación de esta comunidad inauguraba una época de un nuevo régimen de participación y daba espacio a grandes debates y ambiciosos procesos de transformación. El objetivo era salir del aislamiento académico y escolástico, para poner a la Universidad Católica muy clara y explícitamente al servicio del país y sus necesidades urgentes.
Desde la elección de Fernando Castillo como rector, en noviembre de 1967, se iniciaron una serie de iniciativas que cambiaron la estructura de la universidad, la reorientaron y enriquecieron su misión. Además, se desarrollaron acciones que buscaban eliminar el aislacionismo académico, proponiendo en cambio numerosas instancias de diálogo con la sociedad y estimulando la comunicación de la UC con la vida del país.
En este sentido, resultó significativa la creación de la Vicerrectoría de Comunicaciones, que se encargó de la misión de vincular dinámicamente el conjunto de la sociedad chilena, con los desafíos del trabajo de investigación y docencia tradicionales de la vida universitaria.
La nueva vicerrectoría cumplió una intensa tarea en los primeros años de trasformación de la universidad. Esta buscaba proyectar hacia afuera del aula sus descubrimientos y trabajos, mostrando un interés vivo y atento para escuchar a una sociedad demandante de cambios y urgida por conquistar una vida mejor. El cine, la música, la artesanía, la plástica y las artes escénicas, las publicaciones y las comunicaciones, en especial Canal 13 (que vivió en aquellos años su momento de mayor cercanía con la UC), permitieron concretar el sueño de servir mejor a la Iglesia y al país, sin renunciar a la propia misión. En este sentido, hay una línea de continuidad de los desafíos y tareas que la UC de hoy se propone, con esta institución en revolución creativa de los años sesenta y setenta.
A pesar las dificultades generadas después, debido a la intervención de las universidades por parte de la dictadura, el legado de la Vicerrectoría de Comunicaciones y muchas de sus iniciativas se pudieron mantener y han vuelto a cobrar fuerza en los últimos años.
Promover la inclusión: el valor que se mantiene
En “los años de la reforma”, la UC se propuso como tarea mejorar y profundizar los mecanismos de acceso a la universidad, reconociendo las capacidades y talentos; ofreciendo posibilidades imaginativas y originales para acercarse al conjunto de la sociedad. Con los criterios de entonces buscaba formas de inclusión que condujeron a la creación del Departamento Universitario Obrero y Campesino (Duoc), que puso en marcha un ámbito de desarrollo importante e innovador. Su herencia se mantiene hasta hoy, si bien con cambios significativos, pero con una matriz y con retos que mantienen como una preocupación contemporánea la visión de los protagonistas de “la reforma”.
Hoy, la UC reconoce como uno de sus más importantes desafíos, el desarrollo de políticas de inclusión y de reconocimiento de los talentos de los jóvenes chilenos. Un aspecto que ya se había puesto en evidencia con fuerza en ese tiempo de intensos cambios.
Sin embargo, donde se puede apreciar más claramente la proyección de este momento revolucionario es en el territorio de las estructuras académicas. Esto se reflejó en los desafíos que se planteaban a la “nueva universidad” –nombre que tomaron las ediciones de la UC en los años de preeminencia del grupo propulsor de la reforma– en materia de docencia y de investigación. Durante los últimos años sesenta, se organizaron amplios debates, procesos de planificación y planes de desarrollo programados con criterios estrictos, plazos exigentes y con la búsqueda de recursos a través de créditos para hacer posible el crecimiento de la institución.
Una medida fundamental en este sentido fue el aumento de profesores de jornada completa, sentando las bases de la nueva universidad, que combinaba docencia e investigación, en consonancia con una transformación a tono con las necesidades del país. Desde los primeros tiempos de la Reforma Universitaria se regularizaron las carreras académicas y se amplió la jornada de los profesores, lo que les permitió asumir tareas de investigación y de gestión.
También se introdujeron transformaciones en los sistemas de enseñanza, en los programas y en las formas de reconocimiento de los cursos, poniéndose así en marcha lo que luego se ha llamado la “universidad compleja”, que articula múltiples funciones y tiene desafíos poliédricos.
Entre las tareas más importantes asumidas por el rectorado de Fernando Castillo Velasco, discutidas y presentadas ante la comunidad representada en el claustro universitario, estaban la reformulación de las facultades y la creación de nuevos institutos y escuelas. En esta labor se subrayó la responsabilidad que representa para la UC y su función pública la tarea de investigación. De hecho, se fundaron un conjunto de centros directamente pensados para establecer un puente entre el trabajo académico de docencia e investigación y las necesidades de la sociedad chilena. Es el caso del Centro de Estudios de la Realidad Nacional, Ceren, o del Centro de Investigaciones de Desarrollo Urbano, Cidu. Estos eran organismos que permitieron vincular las Ciencias Sociales y la actividad de investigación con la proyección a la vida y las políticas públicas.
Parte muy importante de la estructura actual de la UC deriva de estas medidas, que la hicieron crecer y le dieron estabilidad y condiciones de trabajo bien consolidadas, que se habían puesto en marcha cuando el ideal de proyección estaba marcado por la idea de una “universidad abierta y para todos”.
Fue un tiempo de audacia y de confianza en las propias ideas y de valoración de la diversidad y del debate como fundamento de un nuevo tiempo, más abierto también al resto del mundo que, con una sincronía sorprendente, vivió un proceso de revoluciones universitarias profundas pocos meses después. Ellas transitaron por la vía de la innovación y la transformación de las viejas instituciones, en el año 1968 y los siguientes, dejando una profunda huella en la vida de las sociedades europeas.
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Canal 13. Este medio de comunicación, que vivió en aquellos años su momento de mayor cercanía con la UC, fue fundamental en la comunicación y extensión del quehacer universitario.
Fotografía Revista Debate Universitario
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El diálogo de los campus en la ciudad. Otro objetivo planteado durante el periodo fue la reorganización de la infraestructura de la uC, de acuerdo a la reformulación de las facultades y la creación de nuevos institutos y escuelas.
Fotografía Revista Urgencia
Un compromiso público sostenido en el tiempo
De este modo, con una nueva organización de la docencia y la investigación, que incluyó agrupaciones originales por disciplinas y nuevas formas de administración y colaboración, mientras que se renovaban las opciones de estudio y se modernizaba la enseñanza, la Universidad Católica vivió años intensos de exploración, innovación y propuestas. Estas últimas se distinguieron debido a los desafíos planteados por una mayor participación de la comunidad universitaria.
El periodo que convencionalmente es llamado “época de la reforma”, que se inició con la acción de los estudiantes y parte de los académicos en 1967 y la toma del 11 de agosto, se caracterizó por la intensidad de los debates, por la fecundidad y la elocuencia de las propuestas y la presencia de desafíos exigentes. Ellos buscaban hacer de la UC un espacio de inclusión social y de atenta contribución al desarrollo del país.
Este compromiso vivido con intensidad hace 50 años se mantiene vigente hoy en la UC, a través de un compromiso público indudable y sostenido en el tiempo. Esa misma promesa la convirtió en el símbolo del proceso de transformación de un mundo universitario que aparecía anacrónico y con pocos horizontes, y la llevó a plantearse exigentes metas de crecimiento y superación académica en relación con el medio nacional e internacional.
En efecto, la universidad nacida de los esfuerzos de la reforma y sus propuestas de mejoramiento y cambio, prepararon el camino para el crecimiento sucesivo y la inserción en un escenario abierto al mundo. Este proceso se vio violentamente frenado con el golpe de estado y la intervención militar de los planteles, con el inicio de una contrarrevolución en la UC, exoneraciones de académicos y un tipo de centralización autoritaria.
Pero la fuerza de los procesos puestos en marcha, y las dimensiones “estructurales” de esta transformación modernizante, no fueron removidos enteramente.
Hoy es posible reconocer una continuidad entre el diseño de la universidad de la reforma –con sus exigencias de modernización, crecimiento, rigor, participación y servicio– y las tareas que la UC de inicios del siglo XXI se propone para el presente y el futuro. La misión exige tomar este aniversario como una ocasión para seguir participando en el esfuerzo de cambiar el mundo.