Catálogo proyecto Afiches

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JOSELYN TORRES



El asunto siempre es personal, siempre parte de lo íntimo a lo público, de la significación a la re-significación. Trabajar con palabras es complicado y seleccionar las correctas puede ser peor. Entonces despojémonos del texto propio, enganchemos de algo más, de las palabras de alguien más, de discursos externos, ajenos, tan ajenos que se hacen molestos, particularmente cuando no los entiendes, cuando no estás de acuerdo o, aun peor, cuando se dirigen a ti. Declaro antes que todo, que todas las palabras o frases utilizadas en los afiches creados para el proyecto, fueron extraídos de panfletos, pancartas o discursos homofóbicos o insultos anónimos o directamente dirigidos hacia mi. Te los devuelvo.



Me aferro al afiche por una cuestión de caprichos, todo esto en realidad es puro antojo. Antojo por hacer del texto el protagonista, de las palabras y frases la imagen misma, antojo por hacer del papel y su presencia desechable, el medio para un discurso que ni siquiera es mío. Tomo del afiche su condición urbana, callejera e imperfecta, siempre repetitiva y saturante, como si el mismo mensaje no pudiera ser entendido sólo con leerlo una vez, por si se te pasa te lo repito otra vez y otra vez. Pero de ese tipo de papelería callejera, ese acto fantasma de humedecer muros y pegar mensajes de cualquier índole, es el que veo volverse anónimo y difuso. ¿Quién lo hizo? ¿Para qué? ¿Cuándo? ¿Cuántos? ¿Qué pretende? Publicidad, responden algunos, incluso los sociales-políticos publicitan algo, con más o menos prolijidad no es importante. Pero hay otro tipo de afiche que recojo, uno que no siempre viene en papeles, a veces en pancartas, en redes sociales, en panfletos de instituciones sanadoras del mal


y ausentes de pecado. Afiches moralizantes. Entonces yo vengo a moralizar, a apuntar pecadores y pervertidos con ayuda de más y más panfletos, por pura ansia de gritar: tú también, tú también. La repetición y saturación es primordial. Ese discurso correcto de qué hacer y no hacer, no es meramente una cuestión de contaminación visual en dónde lo encuentres, es más una contaminación social en la que nacimos, sin mucho remedio, es así, es lo que debemos, es lo que tenemos. Normatividad. Y como me satura personalmente que hasta las decisiones más intimas estén normativizadas, te saturo más, te lo repito más, asimilando esos discursos y palabrillas con las que crecimos encasillados, con esos afiches repetitivos, agobiantes y saturantes. Es una ironía o puro cinismo, me dijeron una vez, insistir con discursos que te molestan, repetir lo que no quieres que se repita, gritar basta de panfletos pegando panfletos y siendo fleta, diciendo basta de fletos. Pura contradicción y decisión, un acto de ridiculizar otro acto, una mofa de algo que,


a estas alturas, me parece totalmente digno de mofar. Y ah铆 pasamos a otro punto principal: la repetici贸n agota el mensaje. La insistencia de un frase, la masificaci贸n excesiva de una misma imagen, termina difuminando el mensaje, la intenci贸n, su autor y su receptor. Porque si yo quiero leer fletos en panfletos, entonces eso voy a hacer.




Hablemos de cómo nos enfrentamos a una gran cantidad de normas sociales desde mucho antes de siquiera ser parte oficial de este mundo. Hablemos de cómo apenas se sabe que existirás, se crea un sin fin de líneas disciplinarias que debes seguir apenas sepas cómo. Ese acto inocente de comprar ropa de color amarillo, por mientras, a la espera de enterarse finalmente de tu sexo, sólo para que de esta forma puedan empapelar todo de tonos rosas o azules, con ropas suaves sólo de uno de esos dos colores. Hablemos de cómo, a ti, niña, te de rodean de muñecas, rubias, pálidas y bien vestidas y a ti, niño, de pequeños autitos y muñecos de acción, esos muy parecidos a los que le compran a la niña de enfrente para que sea el novio popular de su muñeca nueva, solo que ese está hecho para eso, ser el novio popular, masculinamente femenino, y no ese hombre de acción, siempre violento pero igual de idealizado. Entonces es un asunto que parte de cuna, inocente y con las mejores intenciones pero, cuando miras atrás, notas que todo vie-



ne desde ahí. En corto y crudo, la sociedad en la actualidad está enmarcada para ti, hombre, y para ti, mujer, para encajar sólo en uno de esos moldes, y sólo para relacionarse afectiva y sexualmente con tu género contrario. Sexualmente, más que afectivo, vale decir, si hablamos de cómo la mujer crece mentalizada para expandir la raza en su cuerpo incubador. Incluso si todo lo anterior parece ser un discurso molesto y una visión pesimista de nuestra cultura, dichas normatividades también suelen venir en formas mucho más amables, por medio de cosas meramente recreativas y hechas para su deleite como la misma música o una buena película de un fin de semana. Canciones románticas de pronombres masculinos a femeninos y de femeninos a masculinos. Películas maravillosamente adorables y románticas también, con el misma temática anterior, siempre igual. Parece ser que todo está hecho de hombre a mujer, de mujer hombre –de vez en cuando– porque así es, porque así se hace, así somos y nada más.


Y quizás yo solo vengo a repetir lo repetido, quizás más para abrirte los ojos o solo reiterar mi molestia. Pero eso es que el rosado termina siendo protagonista, incluso cuando durante el proceso el azul también tuvo su presencia –porque aquí el asunto no es el género sino la sexualización de todo lo existente– pero para una que nace hembrita no hay nada que hacer, estas son las palabras recibidas y el color designado antes de nacer. Y no es solo la repetición de un mensaje lo que parece desbordante, también lo es el acto de apoderarse del espacio, en como el papel se encarna en la superficie, en el muro húmedo de un pegamento de estética poco ortodoxa, para luego secarse y resistirse al tiempo y a las manos que tratan de arrancarlo, de espátulas raspantes para borrar huellas. Parece poético que materiales tan vulnerables y económicos puedan perdurar tanto y abarcar tanto lugar. Pura pasividad violenta, un mensaje silencioso de texto directo pero estética quieta.




Ciertamente el uso de este medio no ha sido el primer intento de hablar de algo que escape del mundo publicitario y consumista, menos será este el primero en ser utilizado en las artes visuales y como objeto mismo de obra. Los afiches como promovedores de ideales y declaraciones marcaron su firma en el Dadaísmo, los que gráficamente, en su relación texto-imagen protestante, resulta ser un referente directo para estos panfletos y sus diseños. Y si hablamos de protestantes, del uso del mensaje en un papel que se masifica a modo de grito de voces descontentas, podemos acercarnos a Chile con el CADA en época de dictadura militar, en el año 1981, cuando sobrevolando por la ciudad en una avioneta fueron lanzados panfletos a merced del viento. Y eso es en la historia, cuando también es fácil recorrer calles cercanas con cuanta papelería protestante tratando de llamar tu atención. Un acto casi vandálico –oficialmente vandálico según las autoridades– siempre fugaz y eficaz.


Finalmente, la creación de un panfleto es una cosa, es todo un tema, es respeto a la composición y a su función informante y mensajera, pero es en la repetición en la que se forma otra imagen y una aun más grande. Y si se trata de calzar frases en un formato gráfico, hasta la diagramación del texto es primordial, ese orden recto y preciso que causa el justificar el texto, posicionándolo en todo el espacio, también forja el nacimiento de nuevas palabras, que logrando quiebres entre sílabas ayudan a tu mente a dialogar con otro mensaje, otra palabra, una que quizás ni siquiera fue intencionada. Si en un solo afiche podemos armar frases, el asunto se maximiza cuando la imagen se multiplica. Afiches convertidos inevitablemente en sopa de letras. Y ahí encontré, casi por casualidad, palabras precisas dentro de las ya utilizadas y fácil fue voltear un discurso con intención ofensiva, a uno más resignado en el mejor de los sentidos. Soy pervertida, soy pecadora. ¿Y quién no?



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