En el tiempo que vivimos

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La experiencia, la educación y la cultura ante el desconcierto

En el tiempo que vivimos “ Creo que la educación que necesitamos es la que nos permita aprender de lo que hemos vivido para que pasemos del terreno de al experiencia al campo de la cultura cívica. Debemos formar una ciudadanía y lo podemos hacer. Los pueblos no están condenados. Todo aquel que tiene posibilidad de interpretar lo que toca vivir, tiene un porvenir”

Tal vez un punto de partida

interesante para reflexionar sobre la crisis sea preguntarnos que idea del porvenir podemos formularlos desde el presente argentino. El hombre no puede vivir sin dimensión del futuro. El futuro no es lo que nos guarda allá adelante; es la experiencia del porvenir que tenemos en nuestro presente. El futuro esta aquí; es lo que experimentamos hoy bajo la forma de oportunidad, de perspectiva, de matiz que desmiente el carácter cerrado que a veces suele presentar la realidad actual. El futuro es constitutivo del sujeto, es su disposición abrir significados nuevos, a buscar alternativas nuevas. Por lo tanto, imaginar que concepto del futuro podemos forjar hoy, remite a una serie de conceptos básicos que atañen al argentino, pero atañen fundamentalmente al hombre como tal. Distingamos inicialmente dos nociones: la de coentaneidad y la de contemporánea. Nadie puede jactarse de ser, cronológicamente hablando, parte de un siglo. Nadie puede decir: “ Es un hombre del siglo XX”, por el hecho de haber nacido en él. Coentaniedad nos da una inscripción fatalmente cronología; no es meritoria. La contemporaneidad, en cambio, es asumir como propios los problemas de nuestro tiempo y hacerlos parte de nuestra intimidad.

¿Cuál es su mayor ambición?, Le preguntó un periodista a Roland Barthes. El gran escritor francés en el último reportaje que brindó, poco antes de morir, respondió: “ Me gustaría llegar a ser un hombre del siglo XX. No dijo que lo era, sino que le gustaría llegar a serlo, y que le gustaría llegar a ser lo porque esta convencido de la contemporaneidad) es decir. , La aprobación de los problemas de nuestro tiempo por parte de nuestra persona) es una larga, lenta, ardua y apasiónate tarea. Esta distinción entre lo coetáneo y lo contemporáneo permite entender la distancia entre caer en un siglo porque se ha nacido en él, y convertirse en un protagonista vivo de ese siglo a través de la disolución creciente de las barreras que se paran nuestra intimidad como personas y ciudadanos, forma también parte de nuestra privacidad. Ese pasaje no se cumple sólo ni fundamentalmente a través de un tacto voluntario, sino a través de la educación. Podemos caracterizar a la educación, al menos inicialmente, como el proceso que permite pasar de la inscripción contemporánea; y podemos dar por lograda una educación cuando sabemos planear los problemas de nuestro tiempo como parte indispensable


de la construcción de subjetividad.

nuestra propia

Creí necesario comenzar por esta distinción por que la meta de esta conversación no puede ser otra que la de interesarnos sobre las características que de debe reunir la educación para formar personas, que es algo muy distinto que el de capacitar técnicos. Un buen técnico a decir simple una siempre una sólida persona; de lo contrario no será un buen técnico. Tal vez nada resuma mejorar el espíritu de lo quiero decir que una advertencia de Lord Edington, uno de los grande físicos de nuestro tiempo: “todo fisco sabe que, desde cierta perspectiva, su mujer no es mas que un conjunto de átomos y células.” Ahora bien, si la trata así, la pierde. El ejemplo es elocuente. Dentro de un laboratorio uno tiene derecho a olvidarse de quienes aquella con quien esta casado. Pero si reduce el mundo alo que e entendido en el laboratorio, se pierde como persona. Martín Buber, gran pensador Europeo del siglo XX, cuenta en uno de sus libro que tenia él habito de escribir sobre una mesa de madera rustica. En el momento mismo en que él comenzaba su tarea, aparecía su gato de angora y se instalaba en uno de los bordes de la mesa. Sentadito, ahí ronroneaba mientras él trabajaba. Un día advirtió que el gato - que no le quitaba los ojos de encima – no veía a un pensador, ni si quiera un pensador llamado martín buber y mucho manos alguien que hablaba alemán. Lo que el gato veía era otra cosa que la el creía ser para sí. Puesto que un gato no distingue entre un filosofo y teólogos, empresarios o poetas ¿Qué veía el gato? Buber dice: “Me supe mirando desde una perspectiva que estaba por completo a mi compresión y sin embargo cordialmente mirando”.

Es bueno asomarse desde Lord Edingtno o desde martín Buber a la evidencia de que nuestra identidad no es un hecho equivoco. Somos, como diría Oscar Wilden, aproximadamente uno mismo. Pero no hay que exagerar en la presunción de discernimiento que alcanzamos a entender de nosotros. Conviene ser cauto en esto debe saber quien es uno; y, cada tanto, cuando uno se mira al espejo, tratarse de usted. No tenemos una visión exhaustiva de nuestra identidad ni una perspectiva a cada de mi significado, somos fundamentalmente tarea. Una de las características de la tarea que somos, es ir dándonos cuenta de cuales son los dilemas que nos convocan con mas intensidad y más asiduidad en la época en que vivimos. El siglo xx, que acaba de pasar, planteo por lo, menos tres transformaciones inéditas en la historia del hombre, que vale tener en cuenta para pensar quienes somos. Uno de esos cambiase el que atañe al concepto de naturaleza. El otro, a la idea de conocimiento. Y el tercero al concepto de progreso. Quiero comentarlos porque me parece que si podemos aprender a descubrir los dilemas propios de nuestro tiempo, podemos darle a nuestra contemporaneidad un alto grado de rentabilidad interpretativa y de eficacia a nuestra acción. La naturaleza, durante centenares de miles de años, fue aquello durante lo cual el hombre debía abrirse un lugar. El hombre a pugnado, a lo largo de casi toda su historia, por ser de naturaleza, por abrir un espacio para sí, por no dejarse avasallar por el entorno. A esto lo llamo cultura. Pues bien, en el siglo xx, y a través de un proceso que se inicia ciertamente en el siglo xx, el hombre se va enfrentando por primera vez en su


historia a una paradójica situación: ya no la de tener que abrir en lugar en la naturaleza, sino la de tener que abrirle a la naturaleza un lugar. Tiene que aprender a preservarla, a cuidarla; debe invertir la relación que tradicionalmente mantuvo con la naturaleza y ser ahora quien se cuide de avasallarla porque al hacerlo se exterminara a sí mismo. El hombre no tiene experiencia en esta materia de ser cuidador de la naturaleza. Paso muchos miles de años disponiendo arbitramento de ella, sin reconocer un limite a la instrumentación de los recursos naturales, y por primera vez en el siglo xx se ve enfrentado a la necesidad de aprender a convivir y a inscribir la instrumentación de la naturaleza dentro del campo del respecto a la presencia de ese otro que al agonizar lo extermina. Esta materia carecemos, todavía, de respuestas claras. Tenemos necesidades urgentes, pero no respuestas claras. Acabamos de advertir el riesgo que corremos; sin embargo, nos hemos dado cuenta de algo sumamente auspicioso, venturoso: que el destino del rió es mi destino. En otras palabras, que yo soy lo otro, que él limite de mi cuerpo no termina donde termina mi piel, que mi cuerpo esta involucrado en él concepto de lo que se excede, que yo soy mi entorno. Y esta antiquísima verdad vuelve n nuestro tiempo a florecer con la pujanza de una urgencia insoslayable. O aprendemos a pensar como aquello que incluye a lo que nos excede, es decir a lo que excede ingesta piel, o no podremos cuidar nuestro cuerpo. Esta idea de que el cuerpo propio remite a la alteridad, a todo lo otro, a lo que no somos nosotros, es auspiciosa porque invita a la convivencia. Nuestra única posibilidad de sobrevivir es convivir. No se trata de un deseo de expresión voluntarista, como quien dice: lo mejor que nos puede pasar

es que aprendemos a estar juntos. Se trata de urgencia elemental. El hombre, convengámoslo, no se transforma éticamente porque tenga solo ni primordialmente predisposición al bien. Es el fracaso y la angustia de sus fracasos lo que lo induce a cambiar; y en una buena hora. Lo importante no es como podamos aprender, sino que aprendamos. El otro concepto que plantea un dilema contemporáneo interesantísimo, por lo novedoso, es el cambio que se ha producido en el concepto del conocimiento. Nuestra época-me refiero a la modernidad-se encuentra en las antipodas de la edad media temprana. La Europa medieval esta profundamente segmentada en unidades autosuficientes que sé autoabastecen geopolítica y económicamente. El cristianismo leda unidad a esa fragmentación geopolítica que es el feudalismo. Nuestra situación es inversa. Tenemos una creciente interdependencia geopolítica y una sorprendente fragmentación del conocimiento. Pero no se trata de promover un club de leña convivencia donde todos nos llevamos bien. Se trata de advertir que un concepto rico del conocimiento plantea la necesidad de que las distintas perspectivas sobre la realidad descubran su parentesco. Fernando Pessoa observa en un poema: “ El binomio de Newton es tan hermoso como la venus del milo, solo que es muy poca gente se da cuenta y aprende a describir la belleza del binomio de Newton.” Es imprescindible a quien se diga sensible a la belleza en el campo de la música o cualquiera de las áreas tradicionalmente asociadas a lo bello. A propósito de lo que es un físico, Albert Einstein expresa que “la autentica estirpe de un físico, no la demuestra el hecho de


que se interese por el conocimiento de las leyes, sino por el hecho de que evidencie perplejidad por que las hay”. Que haya leyes no es materia de la física. Materia de la física son las leyes que hay. Pero Albert Einstein advierte que quien como estudioso no entiende sensibilidad frente al hecho de que haya leyes, no puede estudiarlas de un modo hondo; Lo hará de un modo superficialmente funcional. Tenemos que darnos cuenta de que el hombre es un creador e infinidad de ordenes, pero es también una criatura. Así como produce las leyes, hay leyes que producen a el, que lo inscriben en comportamientos necesarios y en necesidades ineludibles que no están determinadas por él. El hombre no tiene vida inconsciente porque quiere, pero la tiene. El hombre no esta condenado porque lo desea, pero lo esta. El hombre no nace inscripto en una lengua y en una cultura determinada porque lo ha elegido, ni pertenece a un sexo determinado por u propia voluntad. Esta excedido por imperativos que son tan significativos como el hecho de que el ser creador de leyes. El conocimiento cabal de una compresión equitativa y plena de la relación que hay entre el hombre como creador de leyes y el hombre como producto de leyes. Solo integrado estas dos perspectivas podemos valorar con decisión, pero con mesura, el logro de nuestra libertad. Comprendiendo cabalmente que el hombre es libre porque esta dotado de recursos que el no a creado para hacerlo. La libertad es producto de nuestra decisión, pero nuestra decisión es producto de nuestros atributos. En nuestro siglo, pues, el conocimiento convoca a la interdependencia. Es imprescindible que aprendamos a descubrir la dimensión orquestal del saber. Si yo me vuelvo indiferente hacia todo lo que

hago, are infinitamente peor de lo que hago. Un especializa en arterias puede ser un profesional idóneo, pero solo Serra un medico cabal si sabe que las arterias son de una persona. De lo contrario, los grandes problemas generales de la orientación de nuestra civilización, del destino de cultura, del destino de la solidaridad, vayan saber en manos de quien quedara. Cada uno esta en lo suyo, apenas si tiene tiempo para ocuparse de lo suyo y el destino lo decida otro. No es así. Tenemos responsabilidades profesionales cabales cuando comprendemos el mundo en el cual debemos desplegarnos. Por eso el tercer concepto dilemático de mi tiempo es el progreso. Tradicionalmente el progreso ha sido entendido como la posibilidad de superar dificultades y aprender a instalarnos en un grado alto de eficiencia y funcionalidad. Es la visión positiva del progreso: a mayor cantidad de respuestas, menor cantidad de incógnitas. Pues bien, en el siglo XX se ha descubierto que la cosa no es así.. Que el verdadero progreso no consiste solo en dar respuestas, sino en aprender a descubrir enigmas nuevos mediante las respuestas que alcanzamos. Se progresa verdaderamente cuando se tiene acceso a problemas insospechados. Y podríamos decir que la calidad de una nación se puede medir por la calidad de los problemas nuevos que es capaz de plantearse. Cuando no hay problemas nuevos, cuando se supone que la ausencia de problemas es positiva, cuando estamos ante alguien que no tiene problemas, estamos ante un difunto que no lo sabe. No es de ningún modo interesante una persona que no tiene problemas. Tampoco lo es el que los tiene. Lo interesante es la relación que uno tiene


con los problemas ineludibles que debe enfrentar. El interés pasa básicamente por la manera en que nos situamos frente a lo problemático. Quejarnos de que tenemos problemas, es no comprender que es la vida. La calidad de los problemas que tenemos depende de la originalidad con que buscamos las soluciones. Cuando un adolescente atraviesa por la crisis que todos hemos vivido, y algunos conocemos como padres y otros como abuelos, sabemos que lo que le deseamos a los adolescentes no es que dejen de tener problemas, sino que supere los problemas de la adolescencia y empiece a tener problemas de adulto. Lo queremos bellamente problematizado por los problemas de su edad y no sin problemas. Les voy a contar una anécdota deliciosa que tiene que tiene que ver con esta idea de que la funcionalidad consiste en tener respuestas para todo y no tener preguntas de nada. Cuando Oscar Wilde visito los estados unidos por primera vez en el siglo XX un gran numero de admiradores de su producción teatral, de sus novelas y de su poesía lo fue a esperar al puerto de nueva York. Entre ellos había también un grupo de empresarios norteamericanos. En un momento dado el vocero del grupo le dije: “Sr. Wilde, es para nosotros un inmenso honor tenerlo aquí y nos encantaría, a modo de atención hacia usted, mostrarle el salón contiguo algo que es completamente nuevo”. Wilde fue con ellos hasta allí y le mostraron en una de sus paredes una caja de madera empotrada empotrada en la pared con dos sostenes de metal en la parte superior sobre los que había un tubo, una manivela, sobre el lado derecho de la caja de madera y una circunferencia de metal con los números desde cero a nueve que estaba en el centro de la caja. Los anfritiones levantaron el tubo, se los

pusieron en el oído, dieron vuelta la manivela, discaron números y dijeron: “Mire, esto se llama teléfono y usted en menos de un minuto y medio puede hablar con Boston”. Wilde lo miro y dijo: “Y dígame, ¿hablar de que?”. Con todo respeto por las compañías telefónicas, creo que es sumamente interesante la respuesta de Wilde. No confundamos los niveles. Que tengamos recursos para comunicarnos mas y más rápidamente, no significa que nuestra comunicación es más rica. Que la riqueza de nuestra comunicación depende de la calidad de subjetividad, tampoco significa que necesariamente un e-mail deba servir para plantear problemas metafísicos, pero deja de tener correspondencia en torno a estos problemas puede ser problemático. Por lo tanto, si la calidad del progreso es alta, es porque la calidad de enigmas que enfrentamos es rica. Un hombre interesado o una mujer interesada se definen por él vinculo que tienen con sus problemas. Nadie puede pretender ser original desde el punto de vista patológico. Las neurosis son mas o menos impersonalidades aunque nos afecten a todos. “¿Quieres que te diga quien soy? Soy un neurótico obsesivo”. Por lo tanto estos tres dilemas el que nos plantea la naturaleza, el que nos plantea el conocimiento, el que nos plantea el progreso remiten, si los vínculos con nuestro país a una serie de desafíos interesantísimos, no porque ignore que son acuciantes, sino porque creo que no es cierto que nos haya tocado vivir en el peor de los tiempos posibles. Esta es al menos mi convicción y me gustaría decirles porque. Creo que cuando no podamos decir que nos ha tocado vivir en el mejor de los tiempos posibles, nuestro narcismos nos obliga a decir “Bueno, pero por lo menos nos toca el peor de todos, ¿no?”. Claro,


no vamos a tener otro rol que no sea un rol estelar. Esta notable tendencia a presumir que lo peor que nos ha tocado a nosotros, no solo revela un desconocimiento abismal de la historia, sino una jactancia inaceptable. En una cata memorable atribuida a Virgilio, este le dice a su amigo Mecenas: “querido Mecenas, te escribo esta carta desde Roma donde estoy intentando finalizar el poema que me pidió cesar” se refiere a la Eneida “pero es imposible trabajar en esta ciudad, el estruendo de las calles es descomunal, los coches pasan, los careros gritan los niños juegan las mujeres hablan. Yo así no puedo escribir. Ya hoy en roma no se puede trabajar como en otra época”. Y coltaire decía”nos a tocado vivir en un hermoso siglo de hierro, donde el perfume que llega de las fabricas se mezclan con el humo. Y este es nuestro tiempo y habrá que aprender a respirar en él”. Él autentica optimismo nos nace de la presunción de que todo va a cambiar, sino de la conciencia de que todo a cambiado siempre. Tener esperanzas no significa que creemos que habrá un tiempo mejor que este, sino haber advertido que el presente no se agota en un diagnostico absolutamente cerrado y único, sino que esta plagado de matices; como hay matices en la personalidad de quien pude estar abrumado por los problemas. Es un signo de profunda abdicación espiritual el tener diagnósticos terminales sobre las situaciones. Él desafió mas bien consiste en poder como podemos matizar los términos absolutos. Se trata de un durísimo aprendizaje por tres razones. La primera, porque, como nacemos imbuidos de una altísima propensión al narcismo que además desarrollamos en nuestra vida, no parece que no debe tocar lo mejor siempre, porque a criaturas tan divinas como nosotros que nos puede

pasar sino lo mejor. Lo cual es totalmente falso. El segundo elemento por el que esto se hace difícil es porque creemos que él carece de respuestas no tiene salidas. Y el tercero, es porque no nos hemos reconciliado con la temporalidad. Con respecto al segundo punto el que carece de respuestas no tiene salidas, nuestra civilización muchas veces es propensa a firmar que lo define el conocimiento es el repertorio de respuestas con que se cuenta. Yo podría en duda esta afirmación o por lo menos me atrevería a relativizarla: es mas bien la estirpe de las preguntas que nos formulamos, las que nos pueden dar indicio del porvenir que tenemos. En intima relación con la idea de que el conocimiento nace de la calidad de enigmas que nos planteamos, creo que las preguntas no preceden a las respuestas, vienen después. Una respuestas en su etimología la palabra respuesta tiene que ver con responso es una caracterización de una realidad o de un problema que no deja margen a lo equivoco. Si yo pregunto que hora es, nadie me puede decir: “Y...mas o menos”. Cuando yo voy a un banco y me preguntan si soy Fulano, no puedo decir, como Wilde”: Aproximadamente”. Hay contextos en los cuales necesitamos tener respuestas inequívocas o afirmaciones inequívocas, pero no son estos contextos los que agotan las exigencias que nos presentan la realidad. Las respuestas que cierren toda posibilidad de ser replanteadas tienen un valor dogmático y están allí fundamentalmente para paralizar nuestra relación con el tiempo. Si una respuesta es definitiva, entonces no nos que más remedio que repetirla infinitamente. Cuando una respuesta estalla, se llama pregunta. Porque una pregunta no es otra cosa que una respuesta que a estallado. Y tenemos que aprender que darle la bienvenida, por que si una respuesta


estalla es porque ha aprendido funcionalidad. Si una respuesta estalla es por que ya no nos aporta la posibilidad de comprendernos a trabes de ella. Antes de entrar aquí, les contaba algunas personas y amigos una anécdota preciosa acerca del valor de la relatividad y de duda. Cuando yo era estudiante de filosofía, estudiaba filosofía medieval en una aula que estaba pasillo de por medio frente al aula en la cual Borges enseñaba literatura inglesa, y a mí me encantaba mirarlo enseñar. Pero un día, mientras me distraía de mi clase mirando la clase de Borges, vi a un señor que esperaba ansiosamente que la clase terminara para encontrarse con Borges: miraba su reloj, hasta que la clase termino. Borges salió de aula y este señor lo detiene, le dice: “Perdón, usted es Jorge Luis Borges”. Y Borges, como Wilde, le contesta: “Aproximadamente”. Me pareció una respuesta maravillosa porque mientras ese otro lo cristalizaba a través de su admiración, en una identidad inamovible, él le decía: “Mire, yo entiendo que tal vez despierte su respeto, pero yo para mí soy una tarea, no soy algo acabado. Si yo me tratara a mí como me trata usted, evidentemente yo no tendría ninguna posibilidad de crear nada”. Podemos crear porque no nos podemos instalar en lo equivoco. Si es cierto que un tembladeral absoluto nos quita la posibilidad de pensar, la ausencia del movimiento también nos esteriliza. De modo que la propuesta en torno de un país como el nuestro, es poder comprender que la crisis, ante todo, exige educación para enfrentarla con recursos subjetivos que respondan a la convicción de que no nos a tocado vivir el peor de los tiempos ni en una época que terminal, salvo en un único sentido. Es importante entender que algo sé a acabado en nuestro país. En buena hora. La crisis que la argentina esta viviendo hoy en orden

dirigencial, en el orden político, es el resultado de aquí no habido una autentica transición a la vida democrática. No hemos salido de los años traumáticos del proceso hacia una democracia a través de un largo proceso de preparación. Hemos salido compulsivamente del autoritarismo uniformado al autoritarismo de saco y corbata. El que no haya habido una autentica transición a la vida democrática, es lo que se traduce en la preponderancia de un corporativismo que no aspira a integrarse en el ideal del bien común, de un gremialismo que aspira, feudalmente a su subsistencia a expensas de lo que sea. Justamente porque la mentalidad que se hizo cargo del afianzamiento de las instituciones demográficas, no aprendió de su propio fracaso, es que lo repitió. Y es por eso que estas dirigencias seniles que tuvo la argentina en estos veinte años, no han sabido interrogarse debidamente para comprender él desafió que el tiempo les planteaba y han reiterado modelos que evidencian una pobre capacidad de auto interrogación, mas allá de otros conflictos. Creo que es bueno recordarlo, porque así como no podemos presumir que todos son responsables, del mismo modo es evidente que la cultura de una nación tiene tendencias laterales y centrales. De haber sido nosotros preparar la transición a la vida democrática, a través de un aprendizaje critico y autocrático de lo que nos indujo a la inestabilidad, hubiéramos podido capitalizar nuestro sufrimiento. Lo que nuestra democracia tiene de fallida, es lo que nuestro sufrimiento tiene desaprovechado. Poder capitalizar el dolor, es posiblemente una de las experiencias que más madurez exige, tanto en el orden personal como en el orden colectivo. El don del duelo revela los recursos con que cuenta la subjetividad y la sociedad para tramitar sus conflictos de modo provechoso. Si no


es posible soslayar el dolor; si es posible no quedar atrapados en él. Pero para esto hace falta como saber proceder y lo primero que se requiere para saber como proceder, es comprender que nos hemos equivocado. De modo que la nación no tendrá porvenir porque todo esta mal y va a cambiar, sino porque lo que hemos podido lograr parece ir convirtiéndose muy lente, muy confusamente en una demanda de transformación estructural que, si llegamos a capitalizarla bien, puede abrir gradualmente un horizonte muy interesante para la vida en Argentina. Para que esto tenga lugar es indispensable que haya un concepto nuevo de educación.. Es muy importante empezar a distinguir que significa enseñar y que significa trasmitir. La enseñanza supone que hay alguien que tiene el monopolio del conocimiento y alguien que debe recibirlo pasivamente. Hay enseñanza cuando alguien dice que es lo que importa y alguien acata aquello que importa a partir de lo que se dice. En cambio hay transmisión cuando quien propone una caracterización de un problema o de una realidad invita a quien lo oye a que produzca interpretaciones de eso que se le dice a fin de que el conocimiento se convierta en una materia de elaboración simultanea y reciproca. Podemos decir que hay cultura donde la experiencia es materia de interpretación. Una persona no es culta porque sabe mucho, sino porque tiene con lo mucho que se sabe una relación problemática rica. Él mucho saber pasivo se llama erudición. Él mucho saber activo se llama cultura. La cultura no es la experiencia que tenemos. Para que una vida transcurra solo hace falta que dure. Conque dure basta para que trascurra, perdono es lo mismo vivir que durar. Vivir es invertir

nuestro transcurso en un proyecto interpretativo. Es aprender a interpretar. En la tradición judía un niño o una niña se vuelven adultos en el momento en que pueden tomar lo libros sagrados e interpretarlos. Si no los pueden interpretar, no son adultos. Ahora bien. , La interpretación es un riesgo. Quien interpreta queda expuesta al error. El error solo amenaza quien es capaz de interpretar y es un síntoma de la relación creativa que se tiene con los hechos. No se trata de creer que interpretamos cuando damos en lo cierto, sino cuando damos en lo plausible. Lo plausible es lo reviste un grado creativo de verdad, y puede esa verdad afianzarse mas y más a medida que compartimos con otro el debate de lo que creemos. La interdependencia fortalece el sentido de la interpretación. Creo que la educación que necesitamos es la que nos permita aprender de lo que hemos vivido para que pasemos del terreno de la experiencia al campo de la cultura cívica. Un ciudadano no es el que tiene un documento, sino el que sabe que es lo que tiene. Debemos formar una ciudadanía y lo podemos hacer. Los pueblos no están condenados. Todo aquel tiene posibilidades de interpretar lo que le toca vivir, tiene porvenir. Me parece bueno recordar esto porque nos permite a la cuestión fundamental que es una pregunta con la que quisiera ir acercándome al desenlace de esta exposición: ¿qué es el hombre? Esta pregunta, como todas las grandes preguntas, supone una respuestas que a caído. La respuesta que ha caído es que sabemos que es el hombre. Cuando cae como evidencia inequívoca la certeza de que es hombre, surge la pregunta que nos devuelve al seno de una cuestión eminente. A diferencia de cualquier otra especie, el hombre sabe que es una tarea, que la dimensión de la naturaleza no agota su identidad, que el orden biológico


no agota sus posibilidades de despliegue existencial. Un ejemplo un tacto contundente y divertido, pero muy cierto. No hay canguros del barroco, bisontes románticos, elefantes del periodo clásico. Solo en nuestra especie, la dimensión del tiempo aparece como construcción de identidad. Un canguro no tiene porque empeñarse para llegar a ser canguro. No hay un padre canguro que le dice a su niño: “vos tensa que...” La biología se ocupa de todo. En nuestra especie no. La biología no se ocupa de todo. La biología predispone, dispone, autoriza, habilita o restringe las posibilidades de llegar a ser hombres y mujeres, sin duda alguna, para ser un hombre o una mujer hay que tener ciertas características biológicas y anatómicas, pero un hombre y una mujer no es esas características. Una mujer es una tarea. Un hombre también. Y esa tarea consiste en saber como empeñamos el tiempo para poblarlo de significación y de libertad. Sea cual fuera el orden en el que actuemos, si no tenemos con el tiempo una relación laboral creativa, poblándolo de significación y de libertad, no vamos a ser buenos profesionales. Yo me gradué en Filosofía con una tesis sobre el pensamiento de Martín Buber, y tuve que defender la tesis ante un jurado integrado, entre otras personas, por mi patrimonio de tesis que fue el profesor Eugenio Pucciarelli. Después de defender la tesis tuve aguardar en un saloncito que estaba de la sala donde había hecho la defensa, que deliberara el jurado y determinara si yo me graduaba o no. Fueron minutos fuertes de espera. Al rato, salió mi padrino y muy formalmente me dijo: “lo felicito. Es usted ahora un licenciado en generalidades. No deje de serlo nunca”. Fue una de las clases de Filosofía más hermosas que recibí en mi vida. Me estaba diciendo Eugenio Pucciarelli”:

Mire, esta bien. Se recibió. Perfecto. La tesis estaba bien, pero cuide de ser únicamente y primordialmente, un especialista. No se encierre en un coto de casa. No reduzca el universo a un fragmento. Cuídese mucho de no redescubrir la puerta de la salida hacia todo lo que trascide el campo donde usted esta. Aprenda a perderse y no solo a encontrarse”. El tiempo me fue enseñando cuanta sabiduría había en lo que me había dicho Pucciarelli. Sin abandonar las responsabilidades propias de la especialización, puesto que todos debemos integrar una orquesta en la que cada cual debe saber tocar su propio instrumento, no debemos olvidarnos que lo esencial es la orquesta y no el solista. Tener sentido de dimensión orquestal, es tener sentido de nuestra pertenencia de cosmos. La pregunta que es un hombre o que es el hombre remite a esta evidencia. La planta, el animal y yo respiramos, estamos inmersos en la tierra, y la atmósfera en el cielo, y el cielo en la atmósfera, y la atmósfera en el cielo y el cielo en eso que abusivamente llamamos universo. Acaso nunca podamos entender nuestro hospedaje en el infinito. Porque saberlo nos ayuda a ser personas mas lucidad, de todo lo que encierran como enigmático, como fecundamente problemático, y eso nos habilita al trato con nuestros semejantes. Hay un mandamiento bellísimo y muchas veces malas entendido dice “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”. A fuerza de repetir las cosas, terminamos por no entender muy bien de que nos habla. Amar al prójimo como a uno mismo, quizás no quiera decir brindarle parte del amor que nos tributamos y hacer con nuestro narcisismo una especie de distribucionismo, por citar experiencias políticas recientes. No se trata de voy a desviar parte de la autoestima que me tengo para tributársela a otro. Esto no es


el amor al prójimo. Yo sé que soy un enigma. Sé que no puedo apoderarme de mí como un objeto. Sé que mi identidad no se agota jamás en lo que sé de mí. Sé que el prójimo es inagotable y no puede ser sometido por ninguna voluntad de dominio, puesto que es inagotable tan enigmático como yo, tan real como yo, tan imponderable para sí mismo como yo. En consecuencia, amarlo es reconocer en todo lo que tiene de presente, de rico de complejo y de inasible. El verdadero amor es un tributo a la complejidad del otro; y el tributo a la complejidad del otro es el respecto solidario que tenemos con él. Cuando de veras estamos ante un semejante, sentimos el estremecimiento de su presencia. Y su presencia es la vida. El amor podría ser caracterizado de este modo: es una experiencia en la uno advierte que hay alguien que al amarnos ve en nosotros algo que nosotros no vemos, y que al ser amado por nosotros percibe de nosotros una identidad que el mismo no se atribuye. En toda gran relación hay por lo menos cuatro: lo que soy, y lo que el otro sabe de el a través de mí. El amor es una experiencia de apertura a la complejidad de la presencia de apertura a la complejidad de la presencia del otro. Quizá por eso es tan difícil, porque normalmente la entendemos posesivamente y nos parece que amamos de verdad cuando conocemos al otro. Amar a alguien de veras es aprender a conocerlo cada vez mejor, cada vez mas radicalmente. Los conceptos de transmisión, de dialogo, de prójimo, de aprender a preguntar, que tiene que ver con la educación, se impone como imprescindible allí donde reina la fe. La fe ¿qué es? ¿Es la certeza de lo que va a venir? No. Es la idea de que la crisis alienta el nacimiento de la vida. Y si no esta asegurado que con la crisis nos va a ir bien, es cierto que nos ha dejado mal, de cierta manera, para que tratemos de

que nos vaya mejor de otra. No es una cuestión voluntarista. Es una profunda cuestión reflexiva. El voluntarismo no es otra cosa que creer que uno puede siempre con la realidad. Y no se trata de eso. Se trata de entender que con la realidad hay que pactar, tener encuentro de trabajo, en un encuentro de dialoga. Quiero terminar refiriéndome a un tema que, a lo largo de los años, siempre me resulto rico, inquietamente: la vocación. Una persona que tiene vocación no a elegido que hacer, lo han elegido para hacer algo. Cuando uno tiene interés y no esta determinado por una vocación, elige que hacer, pero cuando uno tiene vocación hace aquello que lo convoca de un modo acuciante o se frustra. Las convocaciones remiten a un problema interesantísimo, y es que ellas nos hablan de seres que están a disposición de un mandato. En las cartas que Mozart le escribe a su padre los veinte años, le dice que Alemania hay tres músicos: Bach, Haydn y él. Lo primero que sentimos al leer esa afirmación es: ¡que lastima que este joven nació en el sigloXVIII! Una buena terapia lo hubiera ayudado a ser más modesto. Pero ocurre que tenia razón antes de ser Mozart. Cuando escribe esto no había compuesto la sinfonía 40 ni el concierto a cuatro manos. Era una mujer que decía: Alemania tiene tres músicos, Bach, Haydn y yo. Si podemos salir del terreno de la presunción de que estamos ante un petulante, absolutamente maniaco, creo que es interesante preguntarse que es lo que él sabe. Él sabe que su vocación es incontenible y que esta sostenido por ella para la realización de su vid, sea cual fuere esta vida. Mas allá de que haya seres que tienen vocación y seres que no la encuentren o no la tienen o la abandonan, hay algo que es comuna todos nosotros, todos los seres humanos tenemos una vocación


compartida, que es la de construir el significado de nuestras vidas. Nadie renuncia a la construcción del significado de su vida, a menos que por razones patológicas crea que ya lo conoce y que no tiene ningún valor, o crea que ya lo conoce y que no tenga que hacer nada para que cumpla. Si exceptuamos estos dos extremos, lo cierto es que la vocación de infundirle un significado a nuestra vida, es común a todos nosotros, y es una vocación humana. Es decir. Solo los seres humanos estamos llamados a hacer de nosotros un significado. Y un significado es el repertorio de sentidos con que vamos poblando nuestros días a través del debate incesante con aquello que queremos, podemos y no podemos hacer. Quien renuncie a esta pelea ha dedicado de su condición humana; quien crea que le ha impuesto un significado definitivo y encerrado su vida en una significación terminal, ha delegado la construcción de su vida en la palabra de otro. Pero quien entienda que la persistencia en la construcción de los significados de su vida es una tarea que no puede tener fin, es un hombre esperanzado. Porque la esperanza es la convicción de que hoy se nos hace evidente que luchar tiene sentido. Tiene esperanza quien cree que sin esa lucha él esta de mas y no quien cree que le va a ir bien. Una vieja sentencia de antiguos navegantes, que recuerda Sófocles, tenia una trace gloriosa: navegar es precioso, durar no. No es precioso para nosotros durar; somos también la única especie a la que la mera duración no le reporta beneficio alguno. Hemos nacido para construir nuestra temporalidad como significado y aquí es donde yo creo que radica una de las enseñanzas más hermosas de la finitud, del hecho de que seamos temporales. La muerte, al revez de lo que suele decirse, no es una tragedia en la que desemboca fatalmente toda la vida. La

autentica muerte es la renuncia a la construcción de nuestra identidad. El que renuncia a la construcción de su identidad muere dos veces: una a manos de la naturaleza, y la otra a manos de su profundo descorazonamiento. Pero para no descorazonarnos nos hace falta creer que no nos va ir bien, basta con recuperar el sentimiento de la complejidad de nuestra vida. Y la complejidad es un repertorio de propuestas problemáticas frente alas cuales, si el hombre esta adecuado, puede sentir con gratitud que vivir es ser creador.


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