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No lo conozco, señor

No lo conozco, señor

– ¿Por qué me desconoces, si cuando nos encontramos por primera vez, aquella fría mañana de febrero en el Metro, me dijiste que yo te caía muy bien y que te gustaría que fuéramos amigos? Y después te invité a bailar y aceptaste, y en el bar rozamos nuestras mejillas al bailar la primera pieza, y en la segunda juntamos nuestros vientres, y en la tercera te dejaste robar un beso, y ese beso fue tan prolongado, que no nos dimos cuenta que el bolero había terminado, y que solo lo supimos porque la gente desde sus asientos comentaba, en voz alta, sobre nuestro embelesamiento. Seguramente olvidaste nuestro paseo a Jericó, a visitar el templo de Santa Laura Montoya, un lindo domingo, y que en la misa de doce nos tomamos de la mano durante toda la ceremonia y después almorzamos en el restaurante Suroeste, y que un cantante callejero se acercó y le pedí una canción para ti y él la interpretó magistralmente, acompañándose con una guitarra, y que tú me agradeciste con otro beso prolongado. Y cuando viajé a Urabá, a trabajar en las bananeras para conseguir con qué formar un hogar, porque estábamos enamorados, me escribías constantemente, pero un día dejaste de hacerlo y yo, desesperado, trabajé hasta la semana pasada y me vine a buscarte, para saber qué te había sucedido. – Perdone, señor, pero usted me está confundiendo con mi hermana gemela. Ella murió hace dos semanas.

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