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Un Pasquín — Ed. 104
from Un Pasquín — Ed. 104
by VladdoStudio
Fascismos…
Opinión de Santiago Londoño Uribe
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«¡ No pasarán!» gritaba Dolores Ibárruri, La Pasionaria, por la radio desde Madrid el 19 de julio de 1936. Franco, en ese momento en Canarias, amenazaba con desembarcar en la península para poner fin a la República y la dirigente comunista animaba a los ciudadanos a enfrentar al fascismo. Aunque no fue la primera en usar dicha proclama, pues se dice que el General Robert Nivelle alentó así a sus tropas ante la avanzada alemana en la batalla de Verdún (1916), la asturiana la convirtió en un grito de resistencia contra el fascismo que se utilizaría en canciones, afiches, poemas y muchos otros discursos a lo largo de la guerra civil española.
Siempre me han sorprendido varios asuntos que rodean la ya legendaria arenga. El primero de ellos es que a pesar de la fuerza y la pasión, valga la redundancia, con la que la utilizó doña Dolores, y de los miles de muertos que pusieron los republicanos en los casi tres años de la guerra, los fascistas sí pasaron. No solo pasaron sino que gobernaron España bajo una dictadura por más de 35 años. La frase entonces no apunta propiamente a un exitoso ejercicio de contención del fascismo y sorprende que, siendo esto así, se recurra con tanta efusividad a la misma. Sospecho que aquellos que la usan quieren resaltar la defensa de la institucionalidad y la ventaja moral que significa enfrentarse al extremismo, pero quizás habrían mejores ejemplos en la lucha contra Hitler, por ejemplo, o quizás en las elecciones en las que se ha evitado que los extremistas lleguen al poder (Segunda Vuelta francesa en el 2002).
El segundo aspecto que me sorprende y que veo cada vez más en el ámbito del debate político es la facilidad, ligereza e irresponsabilidad con la que se utiliza el término «fascismo» para referirse al contrincante. Ya no es necesario revisar ni los planteamientos ni las formas ni la historia ni las acciones de los otros. Ahora basta con que sean diferentes y quieran disputar el poder para que les caiga el señalamiento de fascistas y, consecuentemente, para que se grite y se taguee el #NoPasarán. Hoy es fascista la OMS, la Unión Europea, la empresa privada, el sector de izquierda o de derecha que no te gusta o aquel que simplemente sea de izquierda, de derecha o de centro (dependiendo desde dónde se debata). El fascismo es señalamiento, insulto y bala explosiva del debate. Es también, cada vez más, una muletilla vacía.
Uno de los ejemplos más absurdos de la deformación de los términos y de la «costalización»(meter a todo el que no te gusta en el mismo costal) del adversario se da actualmente en Medellín. Acá, un alcalde que se autodefine como «independiente», pero ha militado en tres partidos y dos movimientos y gobierna con los clanes políticos de los Suarez Mira de Bello, los azules de Itagüí, con Luis Pérez y Julián Bedoya (ladrón de título), con la mitad de la bancada del Centro Democrático y con Juan Carlos Vélez (el Gerente del NO) ha querido, con la desfachatez que describe al populista, definirnos a todos los que señalamos sus mentiras recurrentes y denunciamos los daños, que le viene haciendo a los programas sociales y a la institucionalidad de la ciudad, de uribistas. No importa que él sí gobierne con uribistas o que entre sus críticos estén personas como el ex magistrado Iván Velásquez (investigador de la parapolítica y Zar anticorrupción de la ONU) o María Victoria Fallon (abogada de las víctimas de la Operación Orión y del caso de Jesús María Valle, entre otros muchos) o Jesús Abad Colorado (foto reportero de nuestro conflicto armado). Un uribismo muy particular, pero muy útil para plantear la narrativa de descalificación y destrucción del otro.
Esas mentiras descaradas y recurrentes, los pobres resultados en la ejecución del Plan de Desarrollo, el nepotismo de la familia Quintero-Osorio y su ataque rastrero a una parte del empresariado, han movilizado a varios sectores de la ciudad (incluidos algunos efectivamente uribistas) para poner en marcha el ejercicio constitucional de la revocatoria del mandato. Una herramienta compleja (los resultados lo demuestran) y riesgosa (un mal gobernante que la supere se fortalece), pero, sin duda alguna, democrática.
En su cruzada por reescribir la historia, a quienes desde la palabra, las instituciones y la democracia señalamos las mentiras y la corrupción de Quintero, nos llaman fascistas y ellos, los que gobiernan, negocian y hacen campaña con lo peor de la clase política, pasan por víctimas o por líderes del cambio. «¡No pasarán!» ya gritaron desde el Pacto Histórico de Gustavo Petro (aliados del Alcalde de Medellín) al ver avanzar y tomar fuerza la revocatoria. Facilismo mentiroso y pavoroso.