La otra vida de Belén Autora Cecilia Curbelo ©Cecilia Curbelo por el texto, a través de VLP Agency Primera Edición, 2014
© Enlace Editorial, por esta edición realizada con el permiso de VLP Agency, Chile 2023 Colección El Tren Dorado, Quinta estación Enlace Editorial. Bogotá — Colombia www.enlaceeditorial.com www.eltrendorado.co
Dirección general, Luis Alfonso Rubiano Dirección global, Alejandra Ramos Henao Dirección editorial, Nathalia Castañeda Aponte Edición, Germán Sánchez Pardo Diagramación, Zulay Urrego Jiménez Diseño de cubierta, Julio Enrique Higuera Monroy
Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la Editorial.
ISBN: 978-628-7593-28-2 ISBN digital: 978-628-7593-29-9
DEVIDABELÉN LA OTRA
Contenido
Biografía 6
Alguien que no soy 11 Aquel mundo lejano 17 De mamá adolescente 27 ¿Se repite la historia? 38 Un colado en mi familia 45 No quiero ser como tú 56 Entre el cielo y la tierra 60 Flotando y en cámara lenta 66 El último adiós 72 Dos tsunamis 78 Propuesta sorpresiva 84 Juntas, siempre juntas 90 Chau, chau, adiós 96
Trayecto infinito 104 Mi futuro confidente 108 Buenos aires querido 113 De cara a la realidad 118 Mi vecina me hiela 125 Primer trago amargo 129
Al fin, una amiga 141 Piyamada reconciliadora 151 Confesiones en la noche 163
Al borde del colapso 171 Antesala al desastre 175 El peor decubrimiento 179 Un milagro en el infierno 183 Cambio de look 185 La humillación más grande 191 Yo no fui 197 Cruel engaño 203 A corazón abierto 206 Plan no planeado 211 Mi ser a prueba 215 Puerta cerrada, ¿ventana abierta? 220 La foto de la verdad 226 Posibilidad de venganza 230 La decisión 232 ¡Directo al grano! 234 Lento pero seguro 250
Cecilia Curbelo
Nació el 23 de enero de 1975 en Montevideo, Uruguay, pero se mudó con su familia a Maldonado, una pequeña ciudad balnearia en la costa este, buscando una vida más tranquila. Comenzó a escribir relatos cortos a los 6 años. Se casó con Diego a los 22 años y es madre de Rocío, quien ama la música y no tanto los libros.
Se graduó de Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Católica del Uruguay a los 23 años. También estudió Guiones Literarios para Cinematografía en la Escuela de Cine. Tras vender más de 150 mil ejemplares de sus obras, Cecilia Curbelo se ha convertido en la escritora de literatura infantil y juvenil más exitosa de Uruguay. Su primera obra que obtuvo gran acogida entre los lectores adolescentes fue LadecisióndeCamila , que conformó la serie Decisiones, compuesta por cinco obras sobre el universo adolescente.
Sus libros han creado una legión de fieles lectores, extendida por 20 países, incluidos Francia y España. Varias de sus historias han sido traducidas al inglés y al francés, y adaptadas para teatro.
Además de escritora, es guionista, editora y comunicadora. Recibió los premios Revelación Bartolomé Hidalgo (2012), el Libro de Oro al libro más vendido en su categoría (2012, 2013, 2014 y 2015), Florencio al Mejor Guion de Autor Nacional (2018, junto a Álvaro Ahunchain) y Mujer del Año rubro Literatura a votación del público (2014, 2017 y 2019).
AGRAdeCiMIEntoS
A mi amiga Marisol, que con su infinita paciencia me llevó a investigar la zona de Caballito, en Buenos Aires, Argentina, un día calurosísimo del mes de febrero. Recorrimos liceos y entrevistamos a docentes, adscriptos y directores.
Además, me empapé de olores, edificios, comercios… que me inspiraron para crear el ambiente y el entorno del barrio donde vive Gustavo.
Gracias a Diego y Roci, siempre.
A mis padres.
Siempre tenían un libro en su mesita de luz.
AlguiEn En QuEnoSoy
Antes de vivir esta pesadilla, antes de sufrir lo que sufrí y sufro, alguien podría haberme advertido que la vida no era fácil… mi Madre, por ejemplo, ¿no? Aunque tal vez me lo haya querido decir varias veces y fui yo misma quien no quiso escuchar… O mi padre, si lo tuviera. Es decir, lo tengo (nadie nace de una madre sin la intervención de un padre, biológicamente hablando), pero no sé quién es y ahora me doy cuenta de que él tampoco sabe quién soy. Me pregunto si le causará al menos curiosidad mi existencia o si directamente no ocupo una sola milésima de segundo en su cabeza… Cacho también podría haberme dicho que la vida no era eso que viví durante mi infancia en el pueblo, con mi amado arroyo, pescando mojarritas con mi calderín verde mientras él y mamá tomaban mate en la orilla.
Recuerdo esos momentos y es como ver una película en blanco y negro… que hoy se tiñe de sepia, acompañada de
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una melodía triste. Tal vez por lo lejano del tiempo, o lo lejano del mapa… o porque ya nada sería igual aunque regresásemos. Absolutamente nada después de que pasó lo que pasó, del derrumbe de todo cuando… cuando supimos del primer gran cimbronazo de mi, hasta entonces, tranquila existencia.
¿Extraño mi otra vida? No lo sé. Ya no sé. No entiendo al mundo, no entiendo a la gente, no comprendo la maldad y solo siento desesperación, un nudo en el pecho y lágrimas contenidas que no quiero que mi mamá vea, porque en el estado en el que está puedo hacerle daño y ella es todo lo que tengo en el universo.
Paso mis dedos por mi cabello lacio, negro y corto, que antes llevaba largo hasta la cintura, y resulta imposible no sentir furia, desolación y tristeza a la vez, mientras miro por la ventana del apartamento que ahora es mi casa, pero que todavía no logro considerar hogar.
Merecuestoapoyandounladodemicaderaenlaparedyme entrauntemblor.¿Defrío?¿Demiedo?¿Deangustia?Mebajo la sudadera que se me enrolló por encima del ombligo, hasta cubrirme las anchas caderas enfundadas en mi jean favorito que tanto me cuesta abrochar. Cruzo los brazos sobre mis pechos, cubiertos por un corpiño talla XL, pero que así y todo escapan a la tela de la prenda interior que intenta sostenerlos en su sitio. Sé que no soy el prototipo de la chica “ideal”.
No.Soycurvilínea,tengopancita,lolasgrandotasysoy“caderona”, como cuchicheaban las "princesas", amigas de mi prima Micaela. Clopén, su abuela, sin embargo, fue más directa y apenas me vio dijo: “Esta chica es de caja grande”.
Pero nunca me traumó, menos cuando me tocó compartir la experiencia de lo que pasó con Mica.
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otra vida de Belén
Hasta que no atravesé por las situaciones que viví en este lugar, jamás me había concientizado de que mi aspecto exterior no concuerda con lo que se espera de una chica “popular” o “exitosa”.
Encima, el color de mi piel tampoco es el estereotipo de lo bonito, ni es de un color concreto como “blanco” o “negro”.
Soy lo que comúnmente la gente llama “café con leche”. Más tirando a café que a leche.
Y, a pesar de esto, aun viendo series donde se muestran adolescentesperfectas,meconsiderabaatractiva,conformeconmigo misma. Mi cabello largo era mi tesoro.
Me lo vuelvo a tocar. ¡Está tan corto! Me siento… me siento fea y desgraciada. Mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas y es cuando escucho su voz.
—Estás triste —me dice mamá. Me doy vuelta y la veo de pie, detrás de mí, apoyada en el marco de la puerta de su dormitorio.
—Mami,¿quéhaceslevantada?¿Notedijoeldoctorquesolo salieras de la cama para ir al baño?
Mi madre no me hace caso al rezongo e insiste: —¿Es por todos los cambios?
Le tengo que mentir. No puedo poner en peligro su vida.
—No, no. Deben de ser cosas de la edad, como dices tú. Pero ya se me va a pasar.
Entonces, mi madre ladea la cabeza y me mira con los ojos llenos de ternura.
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La
—¡Extraño tanto tu risa!
Poso la vista nuevamente en la ventana para que no vea que estoy empezando a llorar otra vez. Yo, que era conocida por lo alegre, por la “chispa” que llevaba en el alma, ahora parece que lo único que sé hacer es llorar y compadecerme.
¿Qué dirían los que me conocen desde que nací si me vieran en este momento? ¿Quién soy? ¿En qué o en quién me convertí? ¿Dónde quedó Belén, la chica que no paraba de hablar, opinar, reír? ¿Hasta cuándo van a persistir las ganas de echarme en una cama para no levantarme más? ¿Volveré algún día a ser aquella persona que era? ¿La nieta que conoció Cacho? ¿La hija a la que estaba acostumbrada mi mamá?
¡QuéilusafuicuandoGustavollegóanuestrasvidas,enamorandoamimadreyalterandonuestrarealidad!¡Quéingenua alcreerque“cambiardeaire”eraloquenecesitábamosyque todo iría genial! Tan inteligente que me consideraba mi tía Laura, pero no fui capaz de pensar un segundo en que algo podía salir mal o que, incluso, para cualquier cambio existen consecuencias que pueden ser, como en mi caso, espantosas. Solo vi lo que quería ver. Evaluamos únicamente lo positivo y dejamos que nuestros corazones soñasen con un futuro mejor en otro sitio.
Bueno, no tengo que culpar a nadie. ¿Quién podría haberse imaginado que me tocaría pasar por esto?
Toso como para disimular la voz gangosa del llanto y le contesto, cruzando los dedos porque sé que lo que diré será una mentira:
—Ya va a volver, te lo prometo. Ahora ve a tu cama, mami, y tellevoalgoparatomar.Tienesquetomarbastantelíquido…
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—Te quiero, Campanita.
Esesobrenombremehacesonreír.Soloellaloutilizaylohace cuando de verdad está sentimental. Me contó que cuando empezaba a aprender a hablar, si me preguntaban mi nombre, me apuntaba a mí misma con el dedo y decía “Bell”. Un cliente de la ferretería de Cacho donde mamá ayudaba, le dijo, al escucharme: “Igual que la película Campanita, Tinker Bell”.Apartirdeesemomento,mamámellamó“Campanita” varias veces, particularmente cuando le hacía una morisqueta que consistía en fruncir la nariz, juntar los labios como para dar un beso y mover mis brazos como si fuesen alas.
—Ay,miCampanita,eresúnica—decía,apretujándomecontra ella y comiéndome los cachetes a besos. Y yo reía y reía, fascinada de sentir ese aroma especial que tiene mi mamá y que me hacía sentir tan segura.
Vuelvo al presente y le contesto: —Y yo a ti, mami.
Sonríe conforme y regresa al lugar donde ha estado pasando los últimos meses por orden médica: una cama. Está débil, hinchada y cansada. No es ni la sombra de Celina, esa mujer activa, llena de energía que fue mi madre desde que nací y hasta hace relativamente poco.
Si ella supiera lo que me sucede hoy, entendería que mi sonrisa se perdió ante las atrocidades que tuve que experimentar en estos últimos tiempos, en un lugar que no es el mío, con gente que no conoce más que una parte de mi historia… y que cambió radicalmente el curso de mi corazón, quitándome la inocencia y aquello de pensar que “todo el mundo es bueno”.
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Inconscientemente, meneo la cabeza. Tengo que llevarle un jugo a mamá. La cocina es grande al lado de la que teníamos nosotras y todo está en su lugar. Gustavo es ordenado, a diferencia de Cacho. La jarra con el jugo está sobre la mesada. Sirvo un vaso grande, le agrego un par de cubos de hielo y se lo llevo.
Está dormitando. Lo apoyo en su mesa de luz, donde un portarretratosdeambasocupalamayorpartedelasuperficie.En la fotografía estamos sonriendo. Me falta una paleta y quedo muy graciosa. Estamos frente a la ferretería… bah, nuestra casa, nuestro hogar en mi pueblo, allá en Rivera. En Uruguay, mi país.
Mi mente se dispara, incontrolable, hasta ese lugar donde todo comenzó… y terminó.
Al menos terminó mi niñez.
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AquEl El mundolEjAno
Nací en un pueblo bastante aislado, el mismo donde nacieron mis abuelos maternos, mi madre y mi tía Laura, la mamá de mi prima Micaela, que se fue apenas cumplió la mayoría de edad.
La gente se movía mucho en carretas tiradas por caballos, donde cargaban productos de limpieza, herramientas y hasta ropa para vender. Es que había, según mi abuelo Cacho, “poco y nada” en el pueblo cuando él era niño, así que cuando llegaba alguna carreta cargada con mercadería, sus padres y la mayoría de los que vivían por los alrededores hacían trueque, cambiando productos locales (más que nada carne de vaca o cueros) por esos que no se conseguían casi de ninguna otra manera. Por ejemplo, tener jabón era algo extraordinario. ¡Qué locura!
Ahora hasta hay internet y mi mente, que siempre fue curiosa, sehizomáscuriosatodavíaconGoogleyWikipedia.Teneruna compu en casa era algo completamente loco. Pero tanto le insistí a mamá después de que vi en el liceo cómo algunos compañeros se conectaban a ese mundo increíble con solo un clic, que la convencí de lo importante que iba a ser para estudiar (bueno, eso le dije yo; mi interés no era solo en el estudio, ¡je!).
Así que para ayudar a juntar dinero, empecé a hacer galletitas y mi especialidad: torta de naranja. Vendía en el liceo y también en la escuela. Pero… éramos tan pocos que no pude ahorrar mucho.
¡Parecía imposible comprar una computadora! Un día, uno de los profesores me dijo que iba a cambiar su notebook y que me la ofrecía con internet móvil. El precio era muy bajo. Creo que me quería hacer un favor. Ese día llegué a casa como una demente, no paraba de hablar y mamá tuvo que darme un té de tilo para calmarme. ¡Mi ansiedad es difícil de controlar a veces!Perocuandocontéeldineroquehabíareunido,incluso con lo que mi madre me dio por su cuenta, no me alcanzaba.
Cacho estaba en desacuerdo con esa adquisición, sin embargo, desapareció en su cuarto y volvió con un paquetito atado con goma elástica. Eran billetes.
—Ve, guría, cómprate eso que quieres, si es que es tan importante para el estudio —dijo, apoyando el paquete y dejándome boquiabierta.
Lo abracé y besé varias veces, gritando, o más bien chillando, saltando y armando un alboroto tal que mi abuelo, fastidiado con esas demostraciones de afecto que no le gustan nada, dejó la ferretería y se fue levantando las manos varias veces en señal de derrota.
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El primer día que tuve internet, juro que me pasé cuarenta y ocho horas casi sin dormir, buscando respuestas científicas, investigando sobre actores, escuchando música y hasta descubriendo países que no sabía que existían. ¡No podía creer que el mundo estaba ahí, en una pantalla!
Y tengo que agradecer a eso también que nos conectamos con mi prima Micaela en una red social y nos empezamos a escribir. Porque antes, cero. Como nuestras madres están distanciadas, nunca nos habíamos visto ni hablado… aunque, eso sí, cada dos por tres recibía una encomienda con su ropa que ya no le quedaba.
Mamá dice que desde chiquita me gustaba observar insectos, que podía quedarme rato largo siguiendo el movimiento de una mosca y luego solía hacerle preguntas que ella no tenía idea de cómo contestar (que cuánto tiempo vivían, que porcuántashoraspodíanvolarsincansarse…)porquemamá quedó embarazada de mí cuando iba al insti y después ya no estudió más. Y aunque hubiera seguido estudiando, no sé si sabría esas respuestas tampoco.
Por eso, cuando tuve compu y acceso a internet, fue el paraíso para mi cerebro. Tengo una memoria de elefante, y por eso mi tía Laura me dice que soy el LibroGordodePetete, una especie de enciclopedia, según dice ella, muy conocida cuando no existía internet, que te daba respuestas a preguntas como las mías.
Mi lugar preferido era el arroyo. Solo los del pueblo sabíamos cómo llegar, porque no es fácil. Te tienes que adentrar por lugares tupidos de maleza y plantas espinosas, para seguir por un caminito angosto y alcanzar el borde del agua. Siempre llegaba rasguñada pero feliz, buscando ángulos de fotografía que imaginaba mediante una cámara invisible que hacía con
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mis dedos y apretaba el inexistente obturador. "Clic", decía, cuando sacaba esa foto imaginaria.
Eso fue hasta que en mi cumpleaños me regalaron una cámara digital a pilas usada. Se le gastaban las pilas enseguida, pero me hizo sentir en la gloria. Me empeñé más en recorrer la orilla para fotografiar contrastes y las ramas que se reflejaban en el agua cuando estaba atardeciendo.
Por lo general, iba con mi amigo João, que no paraba de decirme lo loca que estaba, pero él tampoco se quedaba atrás: llevaba su guitarra y, mientras yo tomaba fotos, él entonaba alguna melodía. Se llama así porque su abuela es brasilera y cruzaron la frontera para vivir en Uruguay.
Somos los mejores amigos. Lo conozco de toda la vida y sé todos sus secretos, que no son nada interesantes pero bue… él cree que sí. Por ejemplo, una vez me dijo, misterioso, que comoerasuconfidente,habíaalgodeélqueteníaquesaber. Enseguida, me puse alerta… y por supuesto, lista para escuchar algo gravísimo, al ver la expresión seria de su rostro:
—¿Qué pasa, João? —le dije, conteniendo la respiración. El corazón me latía como loco y la ansiedad me ganaba. Soy una chica nerviosa que vivo haciendo gestos cuando hablo y encima los hago súper rápido, entonces, tuve que frenar esos impulsos para no ponerlo más histérico de lo que él ya estaba por confesarme ese “gran secreto”.
—No sé si decírtelo, pero…
—¿Cómo que no sabes si decírmelo? —le contesté, cruzando los brazos visiblemente ofendida.
Él se rascó la cabeza. Tiene ojos marrones y redondos, pestañas largas, nariz algo aplanada y el cabello con motas que
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está intentando transformar en rastas, pero ese es otro tema. Es que se hizo fan de Bob Marley y entre que tiene oído para la música y saca los temas en un toque con su guitarra, y lo parecido que es físicamente, creo que está queriendo mutar y convertirse en cantante y luchador, vistiendo ropa holgada, con la mezcla de colores que distinguió a Marley: verde, amarilla y roja.
A veces, incluso, se le daba por decir sus frases, como: “Si perros y gatos pueden estar juntos, ¿porque no podemos amarnos nosotros?”. Y la que vivía repitiendo: “El dinero no puede comprar la vida”.
—Soy tu mejor amiga, João, así que si no confías en mí, nuestra relación de amistad va a tomar un rumbo muy feo porque me voy a enojar de verdad, así que no me hagas decir algo que no quiero, es decir, no me hagas llamarte idiota porque entonces…
—Pero me acabas de decir idiota.
—No, no te dije idiota; te dije que no me hagas decirte idiota.
—Bueno,peroesoescomodecírmelosindecírmelo—¿Lomataba? Por momentos, aunque lo adoro, quiero estrangularlo. Se le da por analizar cada cosita de mis palabras y como hablo tanto, siempre tiene algo para decir sobre lo que dije y, al final, ni nos acordamos de cómo arrancó la conversación. Ya estaba por levantarme e irme de la bronca (aunque la curiosidad me carcomía), cuando me frenó—: Belu, está bien. No te vayas. Tengo que hablarlo con alguien.
—A ver, ¿qué cosa espantosa puedes haber hecho o lo que sea? Dímelo de una vez o me va a venir un ataque y ahí sí te sentirás culpable por haber matado a tu mejor amiga que, encima, va a yacer sobre este suelo de arena y tierra
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negruzca, donde la van a ir pisando los cangrejos y tal vez se la lleve el arroyo, y la vayan comiendo las pirañas que…
—Acá no hay pirañas —me interrumpe João, sonriendo—. Ahora, ¿puedes respirar un poco o vas a seguir hablando? El ataque te va a venir por falta de aire de tanto hablar.
—¡Affff, cállate, exagerado! —le contesto, y respiro profundo. Es cierto que cuando hablo, creo que no me da mucho tiempo de tomar aire porque luego quedo agitada—. ¿Me vas a decir o no? De lo contrario, me iré y ya está. Además, dejamos las bicis ahí en el caminito y me embola que venga el Chango y se las lleve. ¡Siempre hace lo mismo!
—“Me embola” —contesta, burlándose de mi acento y de mis palabras—. Desde que te empezaste a dar con Micaela y vas a Montevideo, no sé si no te das cuenta o qué, pero hablas como hablan allá.
—Ya, cállate…
Lo miré y me tenté. ¡Es un caso!
Me abrazó y sentí su calor. No hay nada romántico entre nosotros, para mí es como abrazar a un primo. Pero no a un hermano porque no tengo y no sé lo que se siente.
—¿DicesqueelChangosenosllevelasbicis?—preguntó,derepente, preocupado. El Chango es uno del pueblo que es medio “lento”, por llamarlo de alguna manera, y por eso no estudia ni hace nada, bueno, nada productivo: vaga por ahí, roba bicicletas o la ropa que tienden en las casas para que luego vayamos a la suya a reclamar lo que nos falta. La madre del Chango es simpática y espera a todos con algún mate, acostumbrada a lastravesurasdesuhijo.Comocobraunapensiónpordiscapacidad,vivensintrabajar.OalmenosesoesloqueopinaCacho.
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Yo no estoy taaaan de acuerdo. El que no hace nada es el Chango, pero la madre, cuando hay algún evento cerca del pueblo, es la primera en instalar un puesto de tortas fritas para vender. Y cuando hace rosca de chicharrones, tiene cola en la puerta para comprarle. Una vez al mes hace feijoada, que es una comida brasilera que acá nos gusta y comemos seguido, y muchos le compran porque a ella le queda mejor que a nadie. Seguro tiene algún ingrediente secreto que no conocemos. ¡A mí me encanta la feijoada! Pero desde que le mandé una foto por mail a Micaela, porque ella no sabía lo que era, y me preguntó si de verdad comíamos “esa cosa negra asquerosa”, cada vez que preparamos feijoada, ¡pienso en mi prima y me tiento!
Así que ella trabaja, no es que viva de la pensión del hijo. Tampoco debe ser fácil tener un hijo como el Chango. Es grande y hay que cuidarlo como a un niño. Cacho puede ser muy tajante a veces y no ponerse en el lugar de los demás.
—No sé, ya no me importa, me aburriste con tanta vuelta en la conversación, así que o me dices ya lo que me tienes que decir o me voy y no te hablo por una semana, lo cual sería terrible para ti con lo que necesitas que alguien te hable y te escuche, aunque no es que te escuche tanto sino que te hablo más de lo que te escucho; sé que me vas a decir eso, pero no me importa porque sabes que igual estoy contigo aunque no sepa escuchar tanto como…
—¡Fin! ¡Meu Deus! —dice, agarrándose la cabeza y riendo.
Lo miré agitada y respiré hondo. Mica siempre se mataba de risaconmiacentohastaqueseacostumbró,peroalprincipio no podía creer que dijera “Rivvvvera” con —según ella— “ese cantito”. Y yo me reía porque le refutaba que ella hablaba también con un cantito, porque decía “Riveraaaaa”, la a casi terminando en o. Ella decía que no, que no y que no. Que no
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tenía “cantito”. Pero es cierto que cambié bastante mi manera de hablar desde que comencé a ir a la capital a visitar a mi prima… aunque a João no se lo voy a admitir ¡jamás!
Lo volví a mirar. João me observaba, todavía aguantando la risa. Es que cuando comienzo a hablar, no me doy cuenta de que tengo tanto para decir, pero se ve que sí tengo bastante, porque me cuesta poner punto final a la oración.
—Perdón, perdón… Bue, ¿y la confesión es…? —le pregunté, tomándolo del brazo. De repente, se escuchó el crujir de ramitas al quebrarse. ¡Alguien andaba en la vuelta! Miramos alrededor y al instante puse cara de fastidio. El Chango, seguro—. ¡Changoooooooo! Llegas a tomar mi bici y te reviento, ¿eh? —le grité, haciendo una corneta con la palma de mis manos alrededor de la boca. Nos levantamos apurados y corrimos hacia detrás de los matorrales, a unos metros, donde las dejamos porque hay una parte que es tan tupida que no pasan. Estaba la mía, pero no la de João.
—Increíble… ¡yo sabía! —le digo a João.
João bajó la vista, apretó los ojos y los puños, furioso. Había crecido mucho y me llevaba como una cabeza.
—¿Y ahora?
—Y ahora lo de siempre. Vas a tener que llevarme en el manubrio. Y vamos derecho a casa del Chango, pero no le aceptes ningún mate a la madre, ¿eh? Mira que después estamos tres horas ahí y yo quiero volver a casa, tengo que ver si me contestó mi prima.
—Dale con tu prima…
—¿Qué? Me parece que estás celoso.
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—¿Celoso de qué?
—Nada, nada —le dije sonriendo y haciendo un gesto con la mano—. Y, al final, no me dijiste el secreto.
—Bah, no era importante, creo que te lo dije aunque no te diste cuenta.
—¿Qué cosa? Tienes una manera de hablar que hay que averiguar todo en vez de escuchar. Eso es horrible João, en serio, o cambias, o no sé qué voy a hacer contigo. Ahora me cuentas que me lo dijiste en la conversación, cuando no me dijiste nada, y yo tengo que suponer que sí lo hiciste, y tengo que dar por sentado que sé cuál es la terrible confesión, pero no tengo idea de lo que me hablas y, al final, quedo como una idiota, ¡porque me hago la que sé, pero la verdad es que no sé!
—Es que si te lo digo así de frente… Me da miedo que te enojes o que te lo tomes a mal, te ofendas y…
—Ya, ya, dime —hizo una pausa. Odio las pausas y los silencios, así que le respondí, revoloteando las pestañas—: Ya sé, estás enamorado de mí. Oh, mi querido príncipe João que has venido a mi vida a traer amor y ternura, y que con tus rastas al viento logras que yo, una simple mortal, caiga rendida a tus pies y… —él rio. Siempre se ríe conmigo y se le achinan los ojos, lo que me da mucha ternura—. Bueno, ¿entonces?
—Nada, para mí es importante… y es eso de tu prima.
—Micaela.
—Esa. Parece que ahora no te gusta ser del pueblo e intentas imitarla.
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—Uhhhhhh,eresunpesado.Okey,granasunto,señores,atención, habló el señor João y contó un secreto inmenso. La humanidad ahora está convulsionada con lo que acaba de revelar, el mundo ya no es el mismo desde que João Acevedo pronunció las palabras que…
Su risa me contagió. Terminamos los dos a las carcajadas, como generalmente nos sucede. Ese era su profundo secreto.
Ya estoy acostumbrada. Cree que todo lo que siente es percibido por el resto de la humanidad y hasta una vez me hizo otra confesión: que en el fondo de su ser sabía que con su guitarra y su música podía cambiar el universo.
Está loco, pero es bueno. Más bueno que el pan, como dicen.
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dEMAmá dEMAmáAdolESCEntE
Mamá quedó embarazada de mí cuando tenía dieciséis años. Llegué al mundo en pleno verano. Mi madre me dijo que ya no podía más con el peso de la panza y que le faltaba el aire. Me contó que se abanicaba con una revista e intentaba seguir ayudando a Cacho en la ferretería, aunque sentada frente a un ventilador que apuntaba directamente a su rostro y cuello.
Mi abuelo Cacho, desde antes de mi nacimiento, empezó a vender tornillos, pinturas e impermeabilizantes. Con el tiempo se fue ampliando y terminó con lo que yo conocí: “Ferretería Cacho”. En realidad no era más que el living de la casa, que da al frente, con un mostrador y estantes.
Nosotros, los tres, vivimos siempre atrás.
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Mamá hacía un gran sacrificio para ir a estudiar. Igual que nos pasa a mis amigos y a mí, debía trasladarse varios kilómetros por día para llegar a otro pueblo más grande, donde está el liceo. Y mi madre, junto con con otros compañeros, caminaban los tres kilómetros que hay desde el pueblo para llegar a la ruta y tomar el bus. A veces, cuando tenían suerte, los tíos de su compañera Roberta los llevaban en una vieja furgoneta que, según mamá, demoraba en prender e incluso ni siquiera arrancaba.
Mi madre dice que mis amigos y yo somos privilegiados porque Hugo, el padre de Jenni, tiene un pequeño camión y hacemos esos tres kilómetros con él. Ahí vamos casi todos los días con Jenni, João, Alina y los mellizos Alvez. Con ellos nos conocemos de siempre. Los Alvez son un año mayores que el resto y João unos meses menor que nosotras, las chicas.
Los mellizos son divertidísimos y se pasan dándose codazos, como si estuvieran peleándose de verdad. Tienen un hermano que vive en la capital y viene una vez por año a visitarlos. Le sale muy caro el pasaje. Cuando viene, trae un montón de cosas para vender en el pueblo. Generalmente, son artículos usados pero que a nosotros nos sirven. Mi cámara de fotos, por ejemplo, se la compraron a él. Es de segunda mano pero anda impecable.
Jenni es hija única y es parecidísima a su madre, Mabel, que tiene los labios como si estuviesen hinchados y con la parte superior levantada, lo que deja ver siempre el nacimiento de los dientes frontales. El punto distintivo de Jenni es un colmillo que tiene salido y le levanta también el labio a un costado, lo que hace que parezca que siempre tiene asco. En contrapartida, su voz es dulce y algo aniñada.
Cuando conocimos a los otros alumnos del liceo que ahora también forman parte de nuestra barra de amigos, y que
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viven en otro pueblo, Alina fue la que más sobresalió intentando llamar la atención. ¡Me irritaba verla moverse de un lado al otro, haciéndose la mejor amiga! ¡Es acaparadora! Quiso hacernos creer que los demás chicos la habían adoptado como su confidente. Y Jenni, que es buenísima pero demasiado curiosa, no se le despegaba cuando Alina empezaba a relatar cosas como:
—Aydeé me contó que Simone tiene una hermana que no conoce y Simone me dijo que Aydeé gusta de Marcelo, el que tiene la moto, pero que a ella le parece que él está con Maika porque los vio que se miran diferente y…
Cuandolaconocieronmejor,Maika,Marcelo,AydeéySimone dijeronqueeraunpoco“insoportable”.Mediopenaporella…
A pesar de eso, logramos armar un grupo muy unido, y con ellos viví momentos que me marcaron, como cuando Maika y Marcelo se pusieron de novios y vi por primera vez “en vivo y en directo” darse un beso de verdad. O cuando uno de los mellizos propuso juntarnos en la vieja estación de tren que pasaba por el pueblo y que ahora está abandonada, que convertimosennuestrolugardereunión.Ahínoscontamosconfidencias, sueños, miedos…
Por ejemplo, yo no sabía que Aydeé soñaba seguido con que se caía de un lugar altísimo y se despertaba cuando estaba por golpearse contra el suelo. O que el padre de Marcelo era el que lo criaba con una señora que no es su verdadera madre, porque su madre biológica se había ido con otro hombre; no la había vuelto a ver, la extrañaba muchísimo y lloraba cuando nadie lo veía.
Una vez, los mellizos le sacaron unas cervezas y unos cigarros al padre y, entre risas ahogadas y temor, probamos. ¡Puaj, asqueroso! Al menos a mí no me gustó nada. La cerveza es
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amarga y el cigarrillo es como tragar humo. Bue, yo tragué humo y los demás se reían porque estaba segurísima de que me estaba ahogando de verdad.
Aunque somos diferentes en un montón de aspectos, somos amigos, nos apoyamos y también nos divertimos, así que mamá tiene razón. Tenemos suerte porque, además de ir en camión hasta la ruta, también compartimos muchos momentos y eso te hace sentir acompañado.
Mi madre creo que no logró hacer grandes amigas. Ella siempre habla de “compañeras” o “vecinas”. Una vez que volvía del liceo, se ponía detrás del mostrador a estudiar y darle una manoaCacho,aunqueeraalgoquedeverdadlaaburríamuchísimo porque su gran pasión está en las plantas. Las cuida como si fuesen hijos… tanto que hasta juro que les habla y alguna que otra vez la escuché cantarles. Ella asegura que así crecen más fuertes. Por eso, siempre le busco información sobre cómo mejorar los bonsáis o cómo lograr que las flores de primavera duren un poquito más.
Los abuelos tenían una quinta que ellos siempre cultivaron juntos, pero desde que murió la abuela, la cuida mi madre. Ahí plantamos de todo según la época del año: acelgas, espinacas, cebolla, papas, tomates. Tanto en el frente de la ferretería como en el fondo de casa donde está la quinta, tenemos flores y plantas. Mi madre dice que el tener flores hace que las plagas no vayan a la quinta. Es increíble cómo sabe tanto sin usar Google ni leer libros.
Asíqueverdurasnonosfaltannunca;naranjastampocoporque el naranjo, que es viejísimo y está a un lado de la casa, sigue dando frutos. Con esas naranjas es que hago mi receta de torta que queda tan rica. Yo creo que es porque no hay como las naranjas de ese árbol.
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Por último, tenemos el gallinero, casi pegado al galponcito. De chica me encantaba espantar a las gallinas: me metía en elcorralylasperseguía.Ellascorríanyagitabanlasalasmientras cacareaban desesperadas. Mamá se enojaba conmigo y Cacho me decía: “Si te viera tu abuela, guría, no salías viva”.
Losbonsáissonespectaculares,almenoslosquehacemamá, y me dio mucho orgullo cuando, como regalo para los quince de mi prima Mica, le mandó el que ella más amaba: un ombú enano que cuidaba hacía un montón de años. Nadie en el pueblo tenía idea de qué era un bonsái, hasta que el hermano de los mellizos trajo unos libros para vender y había uno específicamente de esos árboles enanitos. Creo que fue la primera vez que vi a mi mamá leer con tanta atención.
Parece loco, pero en el pueblo, en vez de conocerla como “la mujer que habla con las plantas”, que sería algo lindo y hasta gracioso, la conocen como “la que quedó embarazada”.
Es feo, pero la gente es así. Dice con tristeza que se sintió muy sola y no tuvo apoyo durante el embarazo, ni siquiera de Cacho.
Aunque claro, Cacho es Cacho, medio bestia a veces, pero bueno, ella era la hija, se supone que debería haberla contenido un poco más. Eso pienso yo, aunque capaz estaba tan enojado por el hecho de que era muy joven para ser madre, estaba sola, sin marido y todo eso, que no le habló por un tiempo cuando ella le confesó que estaba embarazada de mí.
Ella no es como yo, que leo sin parar. Me leí todos los libros de la biblioteca de la escuela y algunos del liceo los leí varias veces. Ahora leo mucho de internet y de los libros que me prestan los profesores, que saben que soy adicta a la lectura.
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Tengo una caja enorme llena de libros que me traje la última vez que fui a la casa de Mica.
Mamá es una genia con las manualidades. Transforma una sábana en varios almohadones. A todo le encuentra una utilidad. No tira nada. “Todo se aprovecha”, dice. Tiene tanta habilidad con lo manual como con la cocina. Hace las tartas de espinaca más ricas. También, hace tarta de puerros y de zapallitos, depende de lo que cosechemos o de la época del año que sea. Lo mejor son los dulces y conservas, como los de tomate. De esos vende un montón, no solo en el pueblo nuestro sino también en el pueblo del liceo porque yo les aviso a mis compañeros y profesores, nos encargan y luego les alcanzo el pedido.
Hay momentos que mamá no da abasto con lo que tiene que preparar. Comenzó como algo para aportar en la economía de la casa y ahora es una entradita, como dice ella, que nos da mayor tranquilidad.
Yo la ayudo mucho, si no, no podría ocuparse de tanta cosa. Así que junto los ingredientes y mientras ella estira masas, yo pelo cebollas, que es una de las tareas más horribles que tiene la cocina, porque aunque leí en internet varios supuestos trucos para que no te hagan llorar —poner la cebolla en el congelador (que no tenemos), colocar un vaso con agua al lado de la cebolla, no respirar cuando la pelas (¿cómo se hace para no respirar por tanto rato?)—, ninguno funciona y termino con los ojos en compota.
Por otra parte, aunque mamá tiene una hermana, mi tía Laura, la mamá de Mica, es como si no la tuviese. Laura se fue del pueblo, se peleó con Cacho y no sé si con mamá, pero no se llevan bien. Ahora nomás se da conmigo porque yo adoro a mi prima y nos vemos lo más seguido que podemos.
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Conmigo Laura es buena. Además, parece una modelo y eso que es más grande que mi mamá. Mami aparenta más años de los que tiene y, según ella, mi tía parece joven porque se vive poniendo cremas carísimas en la cara, hace mucha gimnasia y vive para cuidarse.
No sé. Yo que la conozco más no creo que sea taaaan así. Al menos no eso de que vive para cuidarse, porque luego de lo que pasó con mi prima y cómo mi tía reaccionó, es un poco injusto pensar de esa manera. Bueno, no soy una adulta, pero es lo que me parece, aunque para evitar problemas, no opino.
Laura y su familia viven en Montevideo y tienen una casa enorme también en Punta del Este, el balneario más glamoroso del país. Pero ella no volvió nunca más al pueblo.
Cacho ni siquiera la nombra. Creo que mamá siente algo de celoscuandovoyaquedarmeacasadeMica.Ocapazesmiedo a que me quiera parecer a mi tía, o a que la vida que llevan me deslumbre al ser tan distinta a la que tenemos nosotros y quiera irme, como hizo su hermana. ¡Es humana, no solo mi madre!Ynolacambiopornadie.Esalegre,cariñosaysiempre se las rebusca para que no nos falte nada. ¡La admiro mucho!
Pienso en mi mamá y se me llenan los ojos de lágrimas… Puede resultar raro decirlo, pero la siento mi amiga, aunque sé que es mi mamá. Y pensar que ahora está como está me hace sentir terriblemente sola.
Físicamente no sé a quién salí tan caderona (¿tal vez a mi padre?), porque ella es angosta de caderas y flaquita. El jean que usa siempre le queda holgado, igual que las camisetas. Tiene arruguitas alrededor de los ojos, creo que es porque sonríe mucho, aunque ella asegura que es por culpa del sol que “hoy en día es un veneno”. Usa una cola de caballo larga atada en la nuca y tiene algunas canas en su pelo negro, del mismo
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color que el mío. Es bajita, tiene dientes grandes, las paletas algo separadas y se llama Celina.
Cuando nací, ella cumplió diecisiete años. Aunque mil veces le pregunté por mi padre, la historia que tengo es siempre la misma: un día apareció en la ferretería un vendedor brasilero, ofreciendo una nueva marca de pinturas y no sé qué, y mi madre quedó fascinada con él. Era un hombre de treinta años, de piel oscura, ojos brillantes y voz grave. Según mamá, fue amor aprimeravista,almenosporsuparte.Élsefueyvolvióalasemana, y así durante un tiempo hasta que le dijo que la amaba ytodoesoquesedicenlosnovios,aunqueellosnoerannovios. Y bueno, mi mamá quedó boba con él (eso pienso yo, no es que me lo haya dicho, pero uno se da cuenta de ciertas cosas sin que se las digan), y cuando quedó embarazada, el cuento de hadas se terminó porque el hombre desapareció del mapa. Palabras textuales de Cacho, no mías.
El desaparecido, o sea mi padre, se llama Cássio da Saldanha ysupuestamentenacióenSanPablo,Brasil.Estodoloquesé. Obvio, más que obvio que lo busqué por todas las redes sociales, pero me aparecen varios con ese nombre y es difícil decidir escribirles a todos y decirles “Hola, ¿qué tal? Puedo ser tu hija. ¿Alguna vez viniste a un pueblo cerca de Rivera, en Uruguay? Si es así, acá estoy yo, sangre de tu sangre, blablabla”. Algo bien melodramático a ver si le despierto algún instinto protector y me busca, ¿no? Aunque la verdad nunca he sentido más que curiosidad, porque necesidad por mi padre creo que no tuve. Al menos no mientras crecía.
Aunque Cacho estaba enojado, mamá dice que cuando nací fue como un “soplo de aire fresco” y que él revivió por un tiempo, pero luego recayó. Entre sus defectos, está el visitar demasiadoseguidoelalmacénybardedonTito,desdedonde volvía a casa tambaleándose.
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Al principio nunca me daba cuenta, pero hará unos seis o siete años que le pregunté a mamá por qué el abuelo estaba así, raro, con los ojos rojos y tanto sueño. Y me dijo que desde que murió mi abuela, a la que nunca conocí, Cacho comenzó a beber.
Recuerdo esa conversación y aunque el tema es serio, la verdad es que me río mucho porque ¡era tan inocente!:
—¿Por qué Cacho está así, mami?
—Bueno, Campanita, está así porque a veces no se controla y bebe tanto que lo deja mareado.
—¿Y por qué hace eso? ¿Para qué se quiere marear? Cuando se despierte, le voy a decir que si se quiere marear puedo hacerlo girar bien, pero bien rápido, así en círculos, pero de verdad que bien rápido, y se marea enseguida. A mí me lo hizo Alina en la escuela y veía todo moviéndose, hasta los árboles se movían y yo pensaba que estaba como loca, pero era eso que me daba vueltas. Entonces, si él quiere, yo puedo…
Mamá se reía con ganas.
—No, no, Belu, es que los grandes a veces toman para olvidarse de lo que los pone tristes.
Quedé pensativa un rato, luego la miré seria y le pregunté:
—Estoy triste. Se murió Coco, el cachorrito de João. ¿Me das lo del abuelo?
¡Pobre mamá! Ahí tuvo que explicarme más detalladamente el tema del alcoholismo, y cuando supe que eso dañaba la salud y me vio tan preocupada por el abuelo, me dijo que él ya era un adulto que sabía lo que hacía, y que aunque ella
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intentó varias veces convencerlo de que no tomase más, fue inútil porque él se enojó.
Ahora sé que es una enfermedad, mi madre se olvida de eso.
Lo que me da mucha tristeza es que algunos lo llamasen “borracho”. A mí nunca me lo dijeron a la cara, pero sé que lo decían bajito porque escuché. En el pueblo se sabe todo. Hay un dichoquedice“Pueblochico,infiernogrande”,¿seráqueesasí?
Mis días preferidos eran esos en los que mi mamá y Cacho me llevaban al arroyo. Aunque ellos no eran de hablar demasiado entre sí, se notaba que los unía un lazo de gran amor.
Una vez, en la escuela, había que escribir una redacción que describiese a los abuelos; y la mía, que sacó sobresaliente, decía: Mi abuelo es bien bajito, con una panza inmensa, cachetes gordos y colorados. Usa siempre una boina escocesa que tiene dos agujeros pero no los quiere coser, y pantalones (solo tiene dos y son marrones) con tenis, y camisa a cuadros. En verano cambia la boina por un gorro de visera que dice "Todo en pinturas para renovar su hogar", y los tenis, por chanclas. La camisa se la arremanga y los pantalones se los deja igual, aunque haya más de treinta grados. No sé cómo aguanta. ¡Ah! Se vive apretando la nariz como cuando vas a estornudar, pero él lo hace porque sí. Te habla y se aprieta la nariz. Atiende a alguien en la ferretería y se aprieta la nariz. Si le dices que se deje de tocar la nariz, te mira como diciendo "¿De qué hablas?". Nunca se da cuenta. Ese es Cacho, mi abuelo, y lo quiero hasta el infinito.
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Cacho fue quien me enseñó a pescar. Nunca me voy a olvidar de la sensación y la emoción de ver cómo se hundía la boya de mi caña y, luego, al tirar, sacar mi primer pez que sirvió de cena. El abuelo me dijo: “Siempre calladita, guría, con paciencia, esperas a que se hunda la boya y recién ahí tiras, porque quiere decir que algo picó. Ojo, que puede ser un cangrejo, así que no festejes hasta que veas lo que sale”. Podíamos pasar horas pescando con Cacho, sin cruzar una palabra, algo extraño en mí. También me gustaba usar el calderín para sacar mojarritas. Si llevábamos muchas, mamá las pasaba por harina y las fritaba.
Sí, mi mundo era ideal y yo era feliz. Una vez João me dijo que mi manera de ser es tan explosiva y que soy tan chistosa, que hago que todo el mundo me quiera y le encante estar conmigo.
Algo parecido me dijo Mica. Y yo les creí. Hoy sé que eso no es verdad. Lo aprendí de la forma más humillante y dolorosa.
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