Nací y crecí dentro de un macetero.
Ahí, en medio de la ciudad, soñaba con vivir algún día en otra casa más bonita y más grande.
El día que cumplí dos años me celebraron con una gran festa a la que vinieron todos los caracoles del barrio. Ya era mayor de edad y debía encontrar mi propio hogar.
Me tomó días dejar atrás la ciudad. Cuando por fn llegué al campo, me instalé en una hermosa casa de madera a la sombra de un manzano. Estaba listo para ser feliz.
Pero no era feliz. “Quizás esta casa sea demasiado grande”, pensé.
Así que partí a la playa, donde me busqué algo cómodo con vista al mar.
No hubo manera de acostumbrarme a la humedad. Además, la brisa marina no dejaba de despeinarme. Entonces decidí cruzar fronteras.