Ambiente familiar / Familiar Setting

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Fiestas Patrias

¿Para qué correr riesgos si uno puede evitarlos?, dice Maca después de los saludos. Sábado 18. Mediodía.

Están en la puerta de entrada y mi mujer intenta convencer al socio para que regrese a la calle, encienda elmotor yguardeelautoennuestroestacionamiento.

A metros de la puerta, yo sigo echado en el sillón mirando las paredes.

Cuando por fin se asoman al living, el fanfarrón de Álvaro restriega las suelas 44 sobre la alfombra como si se tratara de un felpudo. Imbécil. A Macarena se le escapa una risita ebria de «¡Uy, me pasé de copas!», pero aún es mediodía y nadie ha descorchado los vinos. El socio y su nueva conquista se atropellan para llegar hasta donde yo sigo echado. Un paso más atrás veo a los mocosos, seguidos por Maca, quien me hace unas musarañas es su segundo idioma para sacarme de la modorra. A centímetros del sofá ella se adelanta.Me paro en un santiamén.

Él es Enrique, mi esposo dice, dirigiéndose a esa mujercita que viene por primera vez a casa. Me inclino y le ofrezco amablemente la mano, pero Álvaro, apurón como siempre, me saluda, y en un enredo de holas, mucho gusto y besos cruzados, tomo la mano de la invitada dos veces y dos veces miroel borde del sosténque se trasluce bajo la blusa. Copa DD. Impresionante. Macarena no usa ese tipo de telas; la transparencia no está entre sus atuendos. Miro la cintura de Viarly y sus redondeces. Así que esta es la última conquista de Alvarito, la famosa divorciada con dos hijos, mira tú. Hacen una pareja

cómica: él alto y musculoso, ella, bajita y tetona. Macarena les ofrece asiento en las duras poltronas que afean el living y que nadie usa. Los mocosos se van al patio,entusiasmados por ver la tortuga.Yo regreso a mi lugar. El socio con voz radiofónica habla de una ola de frío para los próximos días, del relleno de unas empanadas y de que en cualquier momento se nos viene la Navidad. Una cháchara de una originalidad sin precedentes.Parece nervioso,acelerado.

Enrique… dice por lo bajo Macarena y con su mirada telepática de esposa omnipresente me dice el resto: muévase, amor, sonría; ofrezca pisco sour, sea amable; arréglate el cuello de la polera, hombre; por favor, Enrique, vamos, un poco más de ganas; ¡Por la mierda, Enrique! ¡Haz algo!

Respondo a sus peticiones, me pongo de pie, me estiro para parecer más alto, sonrío como un gentleman, miro gustoso a la audiencia y complacido con lo que veo ofrezco pisco sour. Elegante, me encamino hacia la cocina a buscar el sour casero, hace media hora metí una botella en el frízer. A marido obediente,nadie me gana.

En el trayecto me topo con los mocosos. Tío, ¿podemos ver tele? Al parecer mis dos nuevos sobrinos,de entre seis y ocho años no solo calculo tallas de sostenes , ya se aburrieron de la tortuga. Les acaricio la cabeza. Dos cabezas tibias, redondas y suavecitas. Sí, lo reconozco, pensé en el par de tetas que seguían en el living.

En la cocina, mojo con agua el borde de cuatro copas y las apoyo boca abajo, muy suave, en un plato con azúcar. No sé por qué imagino que los mocosos han regresado a dar vuelta a la tortuga. Miro por la ventana de medio punto. No los veo. Sobre la dichondra verde Luna arrastra su existencia monótona, ignorante del mundo que la rodea. Me siento estafado: me habría gustado ver la cara traviesa de los pendejos y a la tortuga apoyada en el caparazón, moviendo las patas, esperando ser auxiliada. Salgo de la cocina con las copas en una bandeja.En el pasillo,mi mujer lleva un crío en cada mano y con voz impostada de profesora de párvulo les va detallando un sinfín de actividades. En un éxtasis de patriotismo, ni bien iniciado septiembre, compró trompos, volantines y unas horrendas ocarinas de greda pintada, y en un exceso de mal gusto colgó una guirnalda plástica de banderitas chilenas en el acer japonés. ¡Chi, chi, chi, le,le,le!

Ofrezco el pisco sour y al apoyar la bandeja en la mesa ratona veo la carnosidad de unas pantorrillas.

¿Tú lo preparaste? dice la mujercita y descruza lentamente las piernas a lo Sharon Stone. Soy una cajita de sorpresas me arrepiento en el acto. Temo que Álvaro se levante de la poltrona con su metro noventa y me pegue un combo. Pero no pasa nada, y mi Sharon, melena hasta los hombros, toma un primer sorbo y arrastra con la puntita de la lengua,lento,muy lento,un resto de azúcar que le ha quedadoenellabio superior. 9

¿Cómo me quedó? pregunto, coqueto y calentón,sentándome en el sofá.

Su mirada se detiene en mis ojos antes del segundo sorbo. Todavía produzco curiosidad en algunas mujeres, pienso. Y el asunto me altera a tal grado que mientras la parejita alaba mis dotes de barman, un insecto zumbón entra por mis oídos, me recorre por dentro y en medio de un proceso microscópico de rejuvenecimiento celular me deja liviano como el aire, me elevo, el insecto sale por mi espalda, por el mismo agujero comienzan a crecerme unas alas y cuando estoy listo para comenzar a planear Maca entra en el living y aterrizo.

Me pongo de pie con la rapidez de un resorte y copa en mano me voy a la cocina a buscar una tablita de quesos.

Frente al lavaplatos, tomo un trago de pisco sour, miro las filigranas grises de los azulejos, la grifería ostentosa, los granos de choclo en el colador de los fideos, los tomates pelados para la ensalada chilena. Miro, miro todo, al borde de una erección.

La celebración continúa en el patio. El socio se instala a mi lado sin dejar de parlotear. El olor a carbón encendido me anima. Acerco las palmas a la parrilla, compruebo la temperatura, la limpio con media cebolla. Macarena va y viene con potes de ensaladas, servilletas tricolores, vasos plásticos con Coca-Cola. La invitada se sienta en la banca y ayuda a sus hijos a desentrañar los misterios del trompo. La falda se levanta unos centímetros. Acomodo los

chorizos y los salpico con una rama de perejil untada en chimichurri. Brindamos por el cumpleaños de la patria con una alegría tan genuina que imagino a una prima llamada Patria, llegando en cualquier momento.

Nunca en mi vida los choripanes me habían quedado tan crujientes y jugosos. Macarena me celebra la gracia con un nuevo brindis, se emociona, qué exageración, y la menudita aplaude mi talento, chocando sus manitas blancas a la altura del escote. Transpiro por el calor de las brasas e imagino una gota de cerveza bajando desde el cuello de Viarly hasta sus pezones. ¿Cómo serán sus areolas? Veo un mascarón de proa como ese de la casa de Neruda: cabellera suelta, torso desnudo, pezones rosados y erectos. Pongo los trutros al fuego. Álvaro me habla de cómo los equipos europeos siguen con interés los partidos de la selección y miran con lupa a nuestros jugadores. Lo dice con la boca llena, atragantándose con estas alentadoras noticias del fútbol chileno. Nunca ha entendido que el fútbol no me interesa. El insecto me ha dejado muy liviano, abro una marraqueta, necesito ganar densidad. Me armo un segundo choripán, esta vez con ají. Macarena lleva a los mocosos a ver televisión, el socio los sigue y los cuatro entran a casa.

Viarly se para a mi lado, me habla de series y de la molesta publicidad del cable. Trabaja de secretaria en un centro de medicina antroposófica. ¿Antropo qué?, pregunto con cara de alumno travieso. Ella habla y habla de la medicina antropo-no-sé-qué,que

por supuesto no escucho, pues toda mi atención se concentra en el movimiento de su boca. A medida que habla, gana altura y prestancia. Una Venus. Con brazos.

Almorzamos sin apuro pasadas las dos. En el punto culmen del patetismo de aquella tarde, quizás después de la quinta o sexta botella de Carmenere que llevábamos entre todos,recité con voz calentona a Neruda.Correspondía.

Delrestodelatardetengopantallazosparpadeantes comodetelevisorochenterosinantena;incoherentes, dudosos. ¿Gritos? ¿Discutimos por algo? Sí, recuerdo entrar a la cocina medio tambaleándome e intentar contar el arsenal de botellas vacías que Macarena tan ordenadita ella había dejado al lado del basurero; no solo había botellas de vino, también latas de Heineken y una que otra Corona, entonces de sopetón vi a Viarly detrás de mí. ¿Casualidad? No. Llegando a los cuarenta nadie cree en casualidades. Mi tetona (a esa altura de la tarde ya era mi tetona) me preguntó por agua caliente y agregó, cómplice, que necesitaba con urgencia un café. Y mientras yo intentaba enchufar el hervidor no fue fácil ella observó mis manos con arrebato de escultora.

Se fueron bien entrada la noche con los mocosos dormidos en el asiento trasero del auto. Los cuatro estábamos francamente borrachos.

¿Y si nos tomamos un juguito?, me dice Viarly al teléfono. ¿Quién lo hubiera imaginado? Hace una semana y media estaba desparramado en el sofá de mi dulce hogar medio arrepentido de ese asado de Fiestas Patrias para conocer a Viarly, la nueva conquista del socio. Viarly, bonito nombre. Le propongo un lugar a cuadras de su trabajo. Apago el computador, arrincono unos papeles, saco la billetera, reviso las tarjetas y paso el dedo por el borde de los billetes azules. Nunca pagar un motel con la Visa. Nunca, nunca. Me pongo la chaqueta, aflojo la corbata y salgo. No queda nadie en la oficina. Que conste que ella me llamó, practico dentro del ascensor para un futuro interrogatorio. Los nudillos de Macarena me golpean el pecho, pidiendo explicaciones: ¿Y tú qué hiciste? ¿Qué hiciste cuando la mosquita muerta te llamó? Dime qué hiciste. Nada, mujer. ¿Qué iba a hacer? Le dije que tenía mucho trabajo. Que no podía.Qué sé yo,Maca,ya ni me acuerdo.

En la calle, el frío y la carga de adrenalina me sacuden.

Al principio íbamos al motel una vez a la semana. Después buscamos, o yo busqué, un motel más económico y más alejado del centro, y comenzamos a vernos cada quince días. Ella nunca se quejó de nada y en eso se diferenciaba de Macarena. Bueno, 13

también en otras cosas. Tenía un seno más grande que el otro, coronados ambos por unos inmensos pezonesoscurosygranulosos.Nomeestoyquejando, la disfrutaba como al mejor asado dieciochero: de primera calidad, abundante y a un precio módico. Y aunque por momentos algo en la mujercita me aburría, reconozco que Viarly me despertó de una modorra acumulada; de la casa piloto pulcra como museo; de un domingo en casa de los padres de Maca y al siguiente en la casa de los míos;de la conversación con mi suegro acerca del acontecer nacional, que si la izquierda, que si la derecha; de mis padres preguntando por el nieto que no llegaba. Años de un puzle que podíamos armar de memoria. Quizás por eso sentí el llamado de la infidelidad como el deber impostergable de borrar el dibujo fome en que nos habíamos convertido. Responsable de esa encrucijada en la que el destino, el universo, Dios, o vaya a saber quién mierda, nos había instalado, me asumí por un rato como el marido infiel que busca despercudirse para regresar renovado donde su mujer; incapaz de sentir culpa alguna. Hasta que Viarly comenzó con sus insinuaciones.

Al mes de la aventurilla y mientras retozábamos en la cama del motel, la mujercita me habló de su ruptura con Álvaro. Lo relató con la distancia emocional de un funcionario público explicando un trámite. Un mal funcionario público. Macarena ya me había adelantado algo, pero yo, el gentleman de nuevo, escuché a Viarly con cara de asombro y fingí interés, aunque no pregunté detalles. En encuentros

anteriores, esa misma mujercita se había explayado, explicando sus creencias sobre la reencarnación, las flores de Bach, la ley de la atracción y la cacha de la espada, y se había puesto parlanchina y medio filosófica.Aquella vez no le di pie.

Semanas después, en el motel de siempre, en la pieza de siempre y el momento de siempre, ese momento de la conversación sosegada antes de la ducha, bautizado por mí como el momento «esto no es solo sexo»,Viarly, un poco molesta por mi desgano de ese día, el que ella achacaba a que la relación había comenzado a languidecer, me lanzó, a pito de nada, que le daba un poco de pena mi inocencia.Recuerdo que me reí escandalosamente.También recuerdo que pensé enseguida que ella se confundía al hablar y que en el fondo me estaba tratando de indolente porque nuncamáslehabíapreguntadoporÁlvaro,perocomo no quería que siguiera quejándose, o dijera algo más, le expliqué que el proyecto presupuestario me estaba asfixiando, que mi jefa pedía informes y análisis de gastos a cada hora, y que lo único que yo deseaba esa tarde era meterme a la ducha y regresar pronto a mi hogar, porque, la verdad, para un auditor de un importante ministerio, no era época para escaparse a moteles ni escuchar quejas y menos de la amante que debía relajarlo a uno y ser un oasis de placer entre tanta cifra subiendo y bajando por la cabeza . Esto último solo lo pensé. Finalicé mi disertación con que lo único lánguido allí era mi cerebro y que su Enriquito no era ningún indolente. Viarly puso cara de no saber de qué mierda estaba hablando y enseguida,sin cambiar de expresión,abrió la bocota.

Todoloquesiguiólorecuerdocomoenesosjuegos de realidad virtual, en los que uno escapa de criaturas despiadadas. Todavía escucho la jauría acercándose; cientos de perros negros me derriban en un camino polvoriento, mi cuerpo cae el suelo y los perros me pisotean con sus patas inmundas. Soy nada, un estropajo de carne y hueso, con la boca contra el piso, tragando tierra y sangre. Como si fuera el making-off de mi vida, mientras la mujercita hablaba, vi escenas que nunca habían salido al aire y entendí de una mordida feroz por qué le resultaba a Macarena tan complicado administrar el gimnasio que tenía en sociedad con Álvaro. Supe de esas extenuantes jornadas de los sábados para acomodar horarios de losprofesores,cotizar nuevosequipamientos,diseñar estrategias publicitarias; del departamento que el socio había comprado en Viña y el que Macarena, según Viarly, había decorado primorosamente bajo el influjo del fengshui; de cómo hacía más de un año había comenzado la sucia traición de ambos; y del ultimátum que el propio Álvaro le había hecho a Macarena el día del asado de Fiestas Patrias, para que se separara de mí de una buena vez. Álvaro se lo había contado a la mujercita en medio de una borrachera. Me bajé de la cama. Necesitaba salir de allí. Las piernas se me aflojaron. Seguía sintiendo las patas de los perros en mi espalda. En la ducha, mis manos enjabonaron otro cuerpo y yo me aboqué a la ardua tarea de secarlo, de ponerle una camisa cuyas mangas se atascaron en los codos, lidiando con ojales inexistentes, con el cierre del pantalón que se trabó

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