Llegar al bosque / Reaching the Forest

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Sofía…

… mira fijo su avatar. Eligió a la chica de pelo violeta y traje plateado.

Siempre elige a la misma, aunque le digan que son mejores el androide, la espartana o el que parece un oso polar.

Va por el desierto esquivando zombis.

Para moverse no usa comando, usa el teclado de la compu. Los dedos de la mano derecha y los de la mano izquierda tienen que hacer distintas posiciones. Es difícil, a veces no le sale. Pierde bastante por eso. Quisiera tener dedos más largos, más fuertes.

Los zombis salen de la derecha, brotan de la izquierda.

Ella va decidida hacia ese bosque hecho

completamente de cuadraditos azules y verdes que se ve en el horizonte. ¿Cuánto falta?

Mira de reojo el reloj que titila en amarillo: todavía faltan tres minutos de carrera por el desierto.

No tiene que permitir que esa cosa negra y pegajosa que lanzan por la boca la alcance.

Si la tocan también pierde.

Sabe que sus amigos la miran desde sus pantallas. No le gusta que la miren, no le gusta que la vean perder. Siempre hay alguno que se pasa con las burlas.

Ve que el bosque está más cerca. Decide usar la función de la súper velocidad.

Aprieta las teclas, todas a la vez para lograrlo y… noooooooooooooooooooooooooooo.

Un zombi aparece justo y la chica se vuelve una masa negra y pegajosa. La pantalla se oscurece.

—Perdiste otra vez en el mismo lugar, Sofi —dice Sabrina en el chat.

—Ya van como doce veces que pierde ahí —agrega Federico.

Sofía, enojada, siente un calor que le sube por el cuello. Nadie la ve.

—Sí, es que no me sale… Vuelvo en un rato —responde, tratando de que su enojo no se note.

Va a la cocina y se sienta con un suspiro. Mamá la mira.

—¿Qué pasó?

—Nada. Perdí de nuevo. ¡Pierdo siempre!

Mamá hace con los hombros y los brazos un gesto que Sofi conoce: significa que no es importante.

Mamá no entiende nada de lo que pasa en la compu. Ella no juega, no sabe.

Le empieza a hablar, pero Sofi sigue enfurruñada. No la escucha. Se mira las manos, las coloca en la mesa como debería colocarlas en el teclado para activar la súper velocidad.

Mamá la sorprende cuando le pregunta:

—¿Qué pensás...

2 … de lo que estoy diciendo?

No sabe qué responder. Recuerda frases sueltas, de esas que los grandes comentan mientras miran programas de noticias o revisan las cuentas que tienen que pagar: “preocupados”, “precios por las nubes”, “otro trabajo”, “ayudarnos entre todos”.

Se mira las piernas y ve que la piel se le llenó de puntitos. Le da un escalofrío. ¿Es de nervios o es de frío? Porque siente las dos cosas...

La abuela le dice “piel de pollo”. A veces las emociones ponen la piel así, como cuando tocan el himno en la escuela con el piano y la guitarra, en vivo.

Frío, nervios, emociones…

—Contestame, hija —insiste mamá.

Ella la mira. Nota que se está enojando.

—No sé.

—¿Me prestaste atención, Sofi?

Se queda callada, baja la vista hacia sus uñas mordidas. Siente que de los ojos de mamá sale algo que le quema la piel. Mira para la compu, que sigue encendida en el escritorio del living. No cerró el juego; las lucecitas que están al lado de cada jugador le indican que el chat está muy activo. Intenta escuchar. Se nota que hay mucha gente jugando. ¿Quiénes estarán? ¿Estarán hablando de ella? Mira a mamá y en voz bajita dice:

—Perdón, mami. Me distraje. Te juro que fue sin querer.

Mamá pone cara aún más seria.

—Bueno, te lo resumo: con papá necesitamos que ayudes en todo lo que puedas.

—Pero ¿por qué?

—Te lo acabo de explicar lo mejor que pude, Sofi.

—Pero no entendí…

—NO. No me escuchaste. Es distinto, hija. No estuviste escuchando. Y eso no puede ser. No voy a repetir todo.

—Pero…

—En la cena lo vamos a hablar otra vez. Ahora apagá la compu y andá a hacer la tarea.

—Pero estaba jugando. ¡Quiero volver a ver si esta vez gano! No tengo tarea.

—Bueno, no me importa. Apagá la compu y andate a tu pieza. Leé, dibujá, hacé lo que quieras, pero en tu pieza.

—¿Me prestás el celu?

Mamá la mira como si la hubiera insultado.

—¡De ninguna manera!

3

Llega la hora...

… de la cena. Nacho y Sofía están sentados en la cama de ella, mirando un video en el teléfono de él. Papá los llama desde la cocina. Nacho contesta que ya van, pero ni se mueve, quiere terminar de ver. Sofi se para.

—Dale, Nacho, vamos.

—Ya voy, Sis . Deciles que ya voy.

—No, dale. Vení ahora. Y no me digas Sis que no me gusta. Dale, que no quiero ir sola.

—¿Por qué no te gusta más? Antes te gustaba.

—Porque ya no me gusta el inglés. Nacho pone pausa y mira a su hermana.

—¿Por qué no te gusta?

—No te quiero contar.

—Dale. ¿Por qué no te gusta?

—Porque el otro día la Miss me hizo leer en voz alta y pronuncié todo mal y todo el grado se rio de mí. Y yo vi que la Miss también se quería reír y se contuvo.

—¿Y por eso no te gusta más el inglés?

—dice Nacho aguantándose la sonrisa.

—¡Basta, Nacho! ¡No te rías vos también!

—Okey, okey. ¿Y qué pasó con mamá?

—¡Ay, Nacho! ¡Te conté recién, cuando viniste a mi cuarto!

—Bueno, pero no me acuerdo. ¿Qué te pensás, Sis? ¿Que sos la única distraída de la familia?

—Pero si vos me preguntaste qué me pasaba...

—Bueno, okey, perdón. Dale, decime, ¿qué pasó con mamá?

—No la escuché y se enojó —responde Sofi

NOCHEFUGAZ

al tiempo que se escucha la voz de mamá llamándolos nuevamente.

Sofía ve que su hermano se para y va para la cocina. Mientras lo sigue se pregunta: ¿será que ser distraídos es algo de familia?

Hay en el aire un aroma especiado, algo picante. Lo reconoce: es el pollo con salsa que prepara siempre papá.

—¿Qué pasa, ma? ¿Por qué la retaste a Sofi hoy? —pregunta Nacho, dejando el celular al lado del plato.

Sofía se sienta en el lugar de siempre.

—El teléfono fuera de la mesa, hijo —la voz de papá suena apesadumbrada.

—Uh, debe ser algo importante. ¿Qué te perdiste, Sis ? —responde él, mirándola serio mientras guarda el celular en el bolsillo.

A Sofi se le arma un remolino en la panza.

—¡Basta, no me digas así! —responde por lo bajo.

Pero ¿tanto le molesta que Nacho la llame Sis ? ¿O en realidad lo que siente en la panza es por otra cosa? Respira hondo para ver si el remolino se le desarma, pero cuando escucha la voz de mamá, aparece esa sensación de tormenta oscureciendo el cielo, de agujero negro y frío que conoce tan bien.

—Alcanzame tu plato, hija —dice. Ella lo hace.

Le sirve una pata de pollo y un montón de ensalada de papa, huevo y mayonesa.

Sofía mira el plato. ¿Cómo se hace para comer cuando el estómago está lleno de remolinos?

4

—Me echaron.

—¿ C ómo que te echaron?

—Me echaron del trabajo, sí. A mí y a catorce personas más.

Cuando Sofi escucha a papá, se acuerda. Se acuerda de todo. Era eso lo que mamá le había contado. Por eso dijo que había que ayudarse entre todos. Recuerda que se puso a mirar la pantalla de la compu porque no quería ver a mamá a punto de llorar. Ahora sí quiere mirarla y decirle que ya sabe de qué hablaron. Lo hace, en voz baja, en un momento en que papá hace silencio:

—Me acordé de todo, mami.

—¿Y por qué la retaste tanto a Sofi? —pregunta Nacho.

—Porque ya está grande para andar tan colgada de la palmera, hijo.

Apenas escucha eso, Sofi se imagina colgada de una palmera altísima, en una isla perdida en el mar, lanzando un coco hacia la playa porque ya probó mil maneras de abrirlo y no pudo y ya no sabe q…

—¡SOFI! —dice Nacho con voz firme. Ella se sobresalta—. Uy, Sis, mamá tiene razón. ¡Te quedaste en la palmera! ¡Sos más distraída que yo!

—¡Ay! —reconoce Sofi, tapándose los ojos con las manos—. Me imaginé que tenía cocos y estaba en una isla, como en el jueguito que jugamos el otro día.

Papá larga una carcajada, Nacho otra; mamá sigue seria y mueve la cabeza para ambos lados.

—Sofi, Sofi… No está bien esto de irte a la luna tan rápido. Tenés que empezar a prestar más atención. Ya estás grande…

—¿Diez años es grande? Los cumplí hace poco…

—Paren, que quiero seguir hablando de lo del trabajo —interrumpe Nacho—. ¿Por qué te echaron?

Papá suspira y deja los cubiertos. Apoya los codos en la mesa y entrelaza las manos a la altura del mentón. Sofi ve que debajo de los ojos

tiene ojeras hinchadas; escucha la voz menos firme, más temblorosa. No parece nada fácil para él hablar de lo que le pasó.

—Achicaron la empresa y se quedaron con una sola persona en la oficina donde trabajaba. Me dijeron que me echaban a mí porque seguramente voy a conseguir trabajo más fácil que mi compañero.

—Ah, ¡qué buena onda! Con el otro, digo —opina Nacho. Mamá sonríe por primera vez en todo el día. Con esa sonrisa leve y, aún así, luminosa, mira a Sofi.

—Capaz exageré. Perdoname, hija, es que estoy nerviosa... No sé bien cómo nos vamos a arreglar hasta que papi consiga un trabajo nuevo. Yo tomé más horas en el profesorado a partir de la semana que viene, pero igual, un solo sueldo no alcanza, y bueno, dentro de poco hay que renovar el contrato de alquiler…

—¿Y eso qué significa? —pregunta Nacho.

—Aún nada que tenga que preocuparnos —se apura a responder papá.

—Que capaz tengamos que mudarnos —dice, al mismo tiempo, mamá.

Las voces encimadas igual se entienden clarito clarito para los hermanos, que no pueden más que quedarse…

Llegar al bosque

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