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El esperpento de Daniel Ortega

Apartir de la década del treinta del siglo pasado Nicaragua fue gobernada por una sola familia, los Somoza. Padre e hijo; Anastasio Somoza García y Anastasio Somoza Debayle, fueron dueños de todo. No había nada que no les perteneciera. Las leyes se hacían para beneficiarlos, pues muchas de ellas eran proyectos que ellos mismos sometían a la legislatura. Esto iba acompañado de los abusos y atrocidades contra el pueblo. Violación de derechos humanos, corrupción desenfrenada —a veces legal— porque las leyes lo permitían, e impunidad para los de la clase dominante.

Esto provocó que el pueblo se levantara en armas y se formó lo que históricamente se conoce como la Revolución Sandinista, que triunfó el 19 de julio de 1979, cuando el dictador Somoza abandonó el país y se exilió en la ciudad de Miami, para al poco tiempo después irse a Paraguay, porque el presidente Jimmy Carter no le quiso dar asilo político. Al paso de los días Carter dio órdenes de que le confiscaran todas las propiedades que tenía en el estado de la Florida.

Sin embargo, tan pronto los sandi- nistas alcanzaron el poder, demostraron que la explotación del hombre por el hombre, los abusos sistemáticos, la corrupción, la falta de derechos y las violaciones de derechos humanos podían darse también desde la izquierda. El nuevo régimen tenía el apoyo de Cuba y los hermanos Castro, quienes los ayudaron en logística y asesoramiento para poder derrocar al dictador Somoza.

El régimen duró diez años. El 26 de febrero de1990 el pueblo eligió a Violeta Chamorro, quien recibió un respaldo abrumador. Ortega estaba destruido. Jimmy Carter, como parte del trabajo del Carter Center que estaba de observador de las elecciones, le dijo al comandante, “I have won a Presidential election and lost one, and losing wasn’t the end of the world.” (Véase a Robert Pastor, Whirlpool: U.S. Foreign Policy toward Latin America and the Caribbean). Luego de las elecciones se dio la famosa piñata. Todos los líderes sandinistas —menos Ernesto Cardenal— se apropiaron de casas lujosas y otras propiedades. (Véase a Sergio Ramírez, Adiós Muchachos: una memoria de la revolución sandinista).

Luego de la derrota de los sandinis- tas vino un proceso democrático que no estuvo exento de corrupción. Sin embargo, el sistema funcionó y el pueblo ejercía su voluntad democrática en cada elección. En varias elecciones Daniel Ortega se postuló para la presidencia, pero no tuvo éxito. No lució mal, pues obtenía cantidades considerables de electores. Lo que podía ser explicado con aquella famosa frase: “El diablo se postula y saca votos”.

En las elecciones de 2007, Ortega obtiene un triunfo dramático. Desde ese momento ha permanecido en el poder consecutivamente, ganando todas las elecciones. Pero la embriaguez de poder ya es evidente, pues como dijo Lord Acton, “el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. Con la Venezuela de Nicolás Maduro y la Cuba castrista representan lo peor de la izquierda latinoamericana, que se han distinguido por convertir a sus países en regímenes despóticos que fomentan el exilio del pueblo en grandes cantidades, que solo busca un nivel digno de vida y la libertad que en su patria no tienen.

En 2018 el pueblo se tiró a la calle a protestar por la reforma hecha al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, donde los trabajadores perderían muchos de los beneficios y derechos conquistados. El gobierno lanzó sus esbirros para golpear a los que pacíficamente protestaron. Periodistas recibieron igual suerte y fueron víctimas de robo por adláteres del gobierno de Daniel Ortega. Sobre 450 personas murieron y alrededor de 1,300 desaparecieron.

A esto hay que añadirle —entre los múltiples abusos— que en las últimas elecciones Daniel Ortega encarceló a casi todos los líderes de la oposición y ganó impunemente las elecciones. Los líderes adversarios fueron perseguidos a mansalva y Nicaragua se convirtió, tal vez, en el mayor país del mundo con más presos políticos per cápita.

La última demostración de barbarie por el régimen de Daniel Ortega fue la expulsión de 222 presos políticos. Lo hizo sin avisarles y los despojó de la ciudadanía nicaragüense, lo que los convirtió en apátridas. Ellos fueron encarcelados de manera arbitraria y abusiva, y recibieron humillaciones a granel. Este es el régimen que respalda la izquierda cartón piedra en Latinoamérica y los líderes independentistas en Puerto Rico.

Los presos políticos llegaron a la tierra de la libertad, los Estados Unidos, donde garantizado por la constitución, pueden protestar, expresarse libremente y asociarse, sin ser encarcelados.

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