Boletín Patrimonial
CALLES DE ADoQUINES Centro Cultural Matta Sur , Nº 1, año 2012 www.mattasur.cl / boletinmattasur@gmail.com
Editorial
Familia de Nenita y Jorge Figueroa. Calle Cuevas, 1960.
El barrio es protección y defensa, es el descanso después de un día de trabajo; un espacio de confianza cuando los
vecinos se conocen; un escaño sombreado para capear el calor seco del verano. Los barrios tradicionales tienen estas características y nos aseguran que podamos caminar a nuestra velocidad, más o menos tranquilos por sus calles y sus veredas bien conocidas, hasta lograr descansar por fin y sentirnos protegidos del resto de la ciudad. El sector Matta Sur sigue siendo ese lugar de descanso y de defensa para todos los que no nos movemos como pez en el agua en esta ciudad poco amable. Desde su formación, ha recibido inmigrantes de la provincia y de otros países, todos buscando un lugar de protección. Este boletín, que está naciendo con este primer número, busca reafirmar nuestro estilo de vida y defender este descanso que tenemos en Santiago. Busca también cuidar y poner de manifiesto la valoración de esta comunidad, lo que nosotros, nuestros familiares y vecinos han logrado construir poco a poco desde hace mucho tiempo. Respetamos a quienes quieran vivir en departamentos, condominios o parcelas, pero también queremos que se respete esta otra forma nuestra de vivir que se ha ido construyendo hace más de 100 años. Esperamos que con este boletín la gente de este barrio se sienta identificada y valorada, y podamos fortalecer nuestra identidad barrial, que existe y necesita desesperadamente de nuestra atención.
Griselda, la olvidada En la esquina de Matta con Santa Rosa se ubica la Farmacia Nobel. Esta farmacia además de ser muy antigua en su construcción, la cual data alrededor de 1911, tiene otra característica: allí ejerció su labor la primera mujer farmacéutica de Chile. María Griselda Hinojosa (1875-1959) fue la primera mujer en obtener el título profesional de farmacéutica en Chile, en 1899, de la Universidad de Chile. Ella fue la tercera mujer en Chile en obtener un título profesional, gracias al Decreto Amunátegui promulgado en 1877 por el Ministro de Justicia, Culto y Educación, Miguel Amunátegui. Este decreto permitió que las mujeres pudieran ingresar a la universidad. María Griselda Hinojosa primero se desempeñó como farmacéutica en Copiapó, su ciudad natal, hasta el año 1909, trabajando en la “Botica y Droguería Copiapó” y, posteriormente, en Santiago, en la Farmacia Nobel. Griselda fue una chica de pelo y ojos color miel que escribía en secreto versos de amor y reflexiones feministas. Su mundo estaba dividido entre el liberalismo y el conservadurismo, el catolicismo y el agnosticismo. Ella llegaría a ser anticlerical, radical, librepensadora, positivista, racionalista y esposa de masón, (Diario El Chanarcillo, 14 de marzo de 2009). Griselda Hinojosa escribía poesía y prosa. Varios de sus textos han llegado hasta nosotros permitiéndonos conocer sus pensamientos frente, entre otras cosas, a la Iglesia, el amor, su profesión, la situación de las mujeres de su época y la vida en Santiago, (http://www.bicentenarias.cl/mujeres_norte/griselda_hinojosa.htm).
Mi barrio
“Viejo... barrio... perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón. Que al rodar en tu empedrao es un beso prolongao que te da mi corazón”. Melodía de arrabal (Carlos Gardel - Alfredo Le Pera)
Es domingo y salgo a caminar. En este barrio los domingos son domingo. Lejos de la vorágine consumista de los “moles”, aquí se respira un aire de descanso. Es como si todo el mundo estuviera durmiendo siesta o flojeando. Me dejo llevar por el azar. Camino sin rumbo con un ojo aquí y un ojo allá. A pesar de haber recorrido infinitas veces estas calles, siempre hay alguna sorpresa que me aguarda. Adoro mirar las puertas y ventanas, hay algunas que son verdaderas obras de arte. La fachada de la gran mayoría de las casas cumple con el esquema de una puerta con una ventana a cada lado. Es como una nariz con sus dos ojos. Casi no hay antejardines. Los antejardines son como usar casco, o un disfraz. Este barrio de fachada continua no usa máscaras ni disfraces, mira directo a la cara. Sus calles son rectas y sus manzanas cuadradas, no hay laberintos en los que perderse. Pero no llega a ser un esquema rígido, a cada rato se encuentra un detallito que sorprende. Hay vecinos que han construido mini jardines en las veredas que en algunas épocas se llenan de flores. Otros, ponen macetas en las ventanas. otros pintan sus fachadas de mil colores alegres. Pero deambular por este barrio, no sólo es un placer para la vista, también lo es para el oído. A veces te cruzas con gente conversando y las melodías de sus voces te traen recuerdos de otras tierras. El lindo siseo de los peruanos o la cadencia de los ecuatorianos, incluso los inteligibles sonidos chinos alegran el aire del barrio con su cantito extranjero. Desde algunas ventanas se escapan notas musicales interpretadas por bandas que sueñan con un gran futuro para su trabajo. Las hay de muchos estilos, pero todos tienen en común sus ganas de superación. Y así sigo mi paseo, sorprendiéndome a cada instante, haciendo volar palomas o mirando nubes que se enredan en los techos, hasta que cae la tarde y vuelvo buscando el dulce aroma de un café, a mi casa. VICToRIA oRELLANA
La Escuela de Artes Aplicadas en el barrio Matta Sur La señora Alicia Cárdenas y don Juan Reyes son vecinos del barrio Matta Sur. Viven en Portugal con Victoria y son artesanos orfebres. Dentro de las muchas historias que nos contaron, está la de su paso por la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile. Esta institución, que fue creada y motivada por el artista y músico Carlos Isamitt, tuvo su primera sede en nuestro barrio, en la calle Arturo Prat 1171. Según nos cuenta la sra. Alicia: ìen el tiempo que nosotros estuvimos, el director y alma de esa escuela fue don José Perotti, quien se hizo cargo de su implementación y consiguió la separación de la Escuela de Bellas Artes en 1929î. En el libro De puño y letra: movimiento social y comunicación gráfica en Chile de Eduardo Castillo Espinoza, se indica que la escuela nació como una necesidad de enfocar el arte hacia una visión más aplicada y cercana a la gente. El principal objetivo era orientar la educación artística a objetivos prácticos. Transmitir técnicas artísticas para “la formación de artesanos, artífices y profesores de temáticas de arte aplicado que deben tomar una participación directa y eficaz en nuestras incipientes industrias artísticas” (sic). La escuela consideraba la enseñanza de artes del fuego (cerámica y esmalte sobre metal y vidrio), artes de los metales; artes textiles y artes gráficas. Los alumnos de la Escuela de Artes Aplicadas, en su mayoría, provenían de sectores urbanos populares, a diferencia de la Escuela de Bellas Artes, donde los alumnos eran de sectores acomodados. Nuestros vecinos artesanos nos cuentan que “como generación, tuvimos la suerte de estudiar gratis en la universidad, parece ser que hubiese sido en otro país. Tanto han cambiado las condiciones para la educación hoy en Chile, que resulta extraño. Allí se encontraban personas de distintos niveles educacionales, así como también de distintos niveles socioeconómico. Ese fue uno de los mayores postulados del señor Perotti, crear una escuela para el pueblo, abrir posibilidades artísticas aun para los más pobres. Esa fue una de las razones de abrir la escuela en esa vieja curtiembre en el sector de Av. Matta, en la casona de la calle Arturo Pratt, sector de trabajo y comercio en las barriadas, como se decía en los tiempos del Padre Hurtado”. Samuel Román, profesor de la señora Alicia y de don Juan, fue Premio Nacional de Arte. Este escultor es el creador de las piletas que se encuentran en el bandejón central de Avenida Matta. Los vecinos recuerdan que estas pilas eran ocho, pero
luego de la remodelación que tuvo Avenida Matta para la implementación del Transantiago, quedaron solamente cinco. Doña Alicia nos cuenta que la Escuela de Artes Aplicadas se fue luego a Cerrillos, frente al aeropuerto y, unos años después, en la época de la dictadura, Lucía Hiriart de Pinochet, tomó lo que quedaba de la Escuela y lo llevó a Macul, donde finalmente desapareció. Nos enteramos que ellos recibieron el Premio a la Excelencia que entrega en Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, por su labor en la artesanía; en el año 2010 se lo otorgaron a ella y, en el año 2011, lo recibió don Juan. En su discurso de agradecimiento al otorgársele el premio, don Juan expresó: ìeste caminar se detuvo en esta Escuela de Arte abierta, generosa, como la quisiéramos hoy, que abrió mundos inimaginables de formas, colores para un trasplantado de provincia, con inquietudes artísticas inexpresadasî. “Al salir de la Escuela nos fuimos, porque ya éramos dos, por los caminos de la artesanía, que por esos años recién buscaba su denominación, se hablaba de arte aplicado, artes plásticas, artes menores…” Finalmente nos cuentan: “la artesanía ha sido nuestra vida y su comienzo fue en esta escuela de nuestro mismo barrio, allí nos conocimos y decidimos ir juntos por la vida”. Nunca lamentaremos lo suficiente que la Escuela haya sido disgregada para trasladarla primeramente a Cerrillos y luego transformarla en la Escuela de Artesanos de la Sra. Lucía Hiriat, quien pronto se encargó de hacerla desaparecer. Luego de esta conversación con nuestros vecinos artistas, me queda esa sensación de inquietud melancólica: ¿qué habría pasado si la Escuela se hubiera quedado en nuestro barrio? Cuánta influencia se dejó de realizar, cuántos artesanos dejaron de producirse, cuántos talleres, cuántas obras y artistas perdimos, en fin…
Cines de Barrio
“El Gardel”, un restorán de barrio
En esas butacas discretas y olvidadas se reúnen noche a noche algunos grupos de gente pintoresca y mordaz, trasnochadora y zumbona, que es la verdadera sal del espectáculo. Allí está siempre el último chiste y la mejor crítica de la noche. Daniel de la Vega, 1930
La luz se apaga y el espacio se trasforma para entrar en otra dimensión donde todo puede suceder. Un lugar de infinitas posibilidades, de absurdos, de ilusiones, de sensibilidades y locuras. Una imitación de la realidad, que no es la vida misma, ni un parlamento histórico, porque siempre se queda corto en su relato, y porque siempre la realidad supera la ficción. El cine, es el séptimo arte que nos invita a soñar con los ojos abiertos en su densa oscuridad. Si existe algo en común con mi vecino Jorge, es el gusto por el cine, que no es otra cosa que vivir y disfrutar esa magia que produce la pantalla gigante. En la década de los 40-50 el séptimo arte ocupaba un lugar muy importante en la vida de mis vecinos. Existían cines en distintos lugares, los que también eran denominados teatros porque servían como escenario para grandes espectáculos. Jorge ordena sus recuerdos y me cuenta: “¿Sabía ud. que existían teatros en todos los barrios? Estaba el Teatro América en la plaza Bogotá, el Teatro Imperial, el Mónaco, el Teatro Sur, el Mistral, el Prat en el barrio Franklin, el famoso continental o el Cousiño y el Apolo. Eran otros tiempos; la magia del cine, existía. Con mi hermana Helena íbamos al Teatro Matta, ese que está ubicado en Av. Matta con Santa Rosa; hoy lo ocupan los evangélicos. Allí veíamos películas y las famosas seriales. Cómo no recordar los empolvados con la coca-cola. La pantalla era una ventana al mundo que tan bien describía la revista Ecran. Yo tengo una colección de esas revistas. Los teatros ya no se adornan con los monumentales carteles de la Loren, Ingrid Bergmann o James Dean…” Mis vecinos sentían que la belleza les pertenecía, que era de todos, sin distinción. Era una época donde los sueños eran un derecho y no un privilegio. El cine era más popular antes que ahora, era un acto de la multitud, una recreación masiva que nada tiene que ver con el individualismo de estos tiempos. Patricio Bahamóndez
Sin que el cliente le pida, don José le sirve una “cañita” y dos huevos duros. El cliente realiza su rito: se dirige al baño y luego se sienta, come y bebe. Así se maneja don José con su clientela. No necesita de propaganda, no necesita más comensales que los que ya tiene, a todos los conoce. El orden de sus cosas lo da la confianza y el respeto. Esta filosofía de la amistad es la que emplean todos los antiguos vecinos, y que yo valoro como patrimonio de mi barrio. En un recorrido acompañado por mi perro, me crucé con el dueño del restorán “El Gardel”, don José. Este bar se encuentra en la esquina de las calles Sierra Bella con Sargento Aldea, al frente de la plaza Bogotá. Este señor, que estaba recién abriendo el local, amablemente se acercó a hacerle cariño a mi perro. Aproveché de preguntarle por su local. Me dice que es suyo hace ya 16 años, pero que este tiene más de 50 años de existencia. Me cuenta que lo abre día a día a las 10 de la mañana, hora que le permite la ley, y que podría tenerlo abierto hasta las 5 de la mañana, pero que no se anima y además ya no le interesa tanto trabajo, pronto su hijo dejará de estudiar y a lo mejor puede dejar este rubro y descansar. Me deja entrar para que conozca el local. Me cuenta que es frecuentado principalmente por clientes que él conoce, si no los conoce es posible que no los atienda. “En este rubro, es mejor saber a quién le vendes trago. Si se ponen odiosos con el alcohol, les pides que se vayan y punto”. No es amigo de atender a jóvenes porque pronto se transforman con el alcohol y, a veces, reaccionan mal. Mientras me conversa, atiende a un cliente que recién entra al restorán. Me cuenta que han venido a filmar a su local varias veces, la última fue hace unos meses atrás. Se rodó el documental “El sonido del los matarifes”. También lo han entrevistado para algún proyecto cultural y prometen que cuando tengan listo el proyecto se lo mostrarán, pero generalmente no vuelven. Nosotros tenemos el compromiso de volver con el boletín. Somos vecinos del mismo barrio y nos debemos a las tradiciones que hacen distinto a Matta Sur. Acompañado de tangos, rancheras y boleros, “El Gardel” es un clásico restorán de barrio en extinción. Claudio Narvaez
EL
Restorán
Postal urbana Sin querer, me encuentro caminando por el barrio Franklin, lugar que expresa la cultura popular al desnudo, donde las necesidades humanas no permiten el disfraz estético de mall. No intentaré inmortalizar con mi relato este lugar, solo quiero describir el ajetreo de sus calles, el acuerdo comercial improvisado, su arquitectura escondida detrás del rancherío de los quioscos, sus calles antiguas y grises por el desprecio patrimonial del centro, veredas despedazas por el uso cotidiano, frentes continuos de simple arquitectura que no se salvan de la demolición o de los terremotos por carecer de una importancia histórica según los modernos y finos urbanistas. Lugar que contrasta con el centro de la ciudad y como dice el escritor Pedro Lemebel “el Santiago clasista, recuperado, remozado y afirulado por los urbanistas que preservan solamente la memoria aristócrata. Para que el turismo vea esos palacetes sin alma y piense que no siempre fuimos pobres, que alguna vez Santiago se pareció a Europa, a París, a Inglaterra en esas cáscaras barrocas, llenas de ratones, que las cuidan y pintan como porcelanas chinas”… (sic). Mi visión de la ciudad también es crítica y por eso me pregunto ¿qué patrimonio queremos preservar? No la mirada vintage ni la moda de lo llamado “bizarro”. Esta anarquía productiva de las calles del barrio Franklin, de alguna forma me identifica con su comercio callejero que al sol del verano o al frío de la lluvia trabaja en forma incesante para parar la olla. Al describir estas calles con sus actores como algo particular, estaría retratando una postal siútica que aleja esa realidad de mi cotidiano. Yo, como muchos santiaguinos, necesito del comercio a escala humana; regatear es parte de nuestra cultura; la oferta y la demanda abren las puertas a una relación con el “casero” que entiende mi necesidad y yo la de él. Al fin y al cabo, es hermosa y noble esta energía que a diario se expresa en sus calles y en los mercados. Ahora entiendo a Pablo de Rokha cuando elegía el Mercado de La Vega para vender sus pinturas y su poesía. Mi barrio con olor a provincia trae a mi memoria a mis antepasados campesinos que un día emigraron a la ciudad con la promesa de una mejor existencia. Patricio Bahamóndez
Piletas de Avenida Matta del artista Samuel Román Eran ocho y hoy solo hay cinco. ¿Qué pasó con el resto? El escultor nacido en Rancagua, en 1907, estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde comenzó sus primeras incursiones en escultura, que no abandonó hasta su muerte. Su padre era campesino y su madre descendía de artesanos populares que fabricaban estribos, riendas y aperos, de ahí su singular manera de expresar nuestra cultura. Comenzó a hacer clases en la Escuela de Artes Aplicadas apenas estuvo licenciado, y permaneció en el cargo de docente hasta 1949. Entre los años 37 y 39, perfeccionó su oficio en Alemania, gracias a la Beca Humboldt. Discípulo del gran escultor Virginio Arias quien, a su vez, lo había sido de Nicanor Plaza, el padre de la escultura chilena, Samuel Román fue, por consecuencia histórica, depositario de un legado artístico que con libertad le dio su sello personal. Sus manos creadoras entregaron más de dos mil piezas en diversos soportes, incluyendo dibujos. Creador y Director de la Escuela de Canteros en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, en el año 1943. Recibió el Premio Nacional de Arte en 1964. Su escultura cultivó un sentimiento americanista, en un intento de encontrar y desarrollar una obra con identidad nacional. Murió en 1990 dejando obras en diferentes lugares públicos del país, entre ellas: Monumento al Presidente Balmaceda, Monumento a Educadoras Chilenas, las piletas de Avenida Matta.
Un pueblo al sur de Avenida Matta Recuerdo ir de la mano de una tía a tomar el “carro” de la línea 28, última línea de tranvías que funcionó hasta mediados de los 50. A la misma esquina con Portugal, en que hoy de la mano de mi nieta tomo la 507. Frente al mismísimo Portal Eliseo del Campo, donde alguna vez y por generaciones, nos guarecimos del sol o de la lluvia los vecinos de Avda. Matta. Acompañar a mi madre al establo de Santa Elena, entre Matta y Michimalonco, o al de Rogelio Ugarte cerca de Victoria, para comprar la leche al pie de las vacas. Y la gran lechería en Ventura Lavalle con Carmen, al parecer del Convento, que un gran incendio destruyó en el año 62. Recuerdo grandes llamas y vacas atrapadas. La modernidad embotelló la leche. Desaparecieron esas unidades productivas artesanales y la nata (que era muy rica con un poco de azúcar), quedó atrapada en el colador. Hoy me la ofrecen en caja y mi nieta sólo ve vacas cuando vamos de viaje. O cruzar la línea del tren de carga que llegaba a la Estación Ñuñoa, hoy estación fantasma San Eugenio, para, atravesando pastizales, ir a comprar las flores que cultivaban las monjas del claustro en Avda. Grecia. Esa línea, hoy del Metro, era la frontera oriente del barrio, donde también se alineaban las grandes industrias en el alguna vez llamado “cordón Vicuña Mackenna”. Hoy, al otro lado del paso bajo nivel Ñuble, vemos la “ciudad nueva”, que con otros conceptos de urbanismo y arquitectura contrasta con nuestro estilo de vida a ras de piso. Vida de barrio de amplios horizontes, de patios, de almacenes, de calles largas y arboladas y, lo más importante, de vecindad barrial, patrimonio intangible y desconocido por sus propios habitantes. La historia del barrio se entrelaza con mi vida y con las vidas y las historias que guardan mis vecinos puertas adentro. Familias que vinieron del sur trajeron a mis padres, en las décadas del 30-40. Junto con otros inmigrantes y sumándose a los antiguos pobladores, dieron vida y forma a un apacible pueblo al sur de Avda. Matta. Pueblo de vecinos que hoy y a diario, escriben su historia, con otro paisaje y otros referentes. Para quienes crecimos a partir del 50, eran parte del paisaje
la botica de la esquina, la carbonería, los mencionados establos, la pescadería, el cine a pocas cuadras con programas triples a los que se llevaba cocaví, los faroles con ampolleta, el médico del barrio, las parvadas de pavos arriadas por las calles para venta o permuta en épocas de fiesta, las filminas que proyectaban en las Parroquias, la puerta del vecino y la nuestra siempre abiertas para el libre tránsito, los años nuevos saludándonos casa por casa, toda la cuadra; el teléfono negro de la pared del almacén donde yo jugaba con las poruñas en los cajones de las legumbres. La Avenida Matta con un anchísimo bandejón central bordeado de álamos, Diez de Julio y San Diego eran nuestros malls y los “cambios de revistas” nuestros canales de cable. Y no es nostalgia, es historia. La pequeña-gran historia de la patria cercana que es nuestro barrio. Conocer las raíces nos hará reconocernos en el árbol. Y valorar para defender, antes que lamentar lo que se va perdiendo. En las culturas con tradición, los mayores transmiten la historia de su pueblo. Es otro tiempo. Ni mejor ni peor, es otro tiempo. Lo importante es vivirlo, convivirlo y mantener la tradición de barrio. Creciendo y transformándose, la ciudad pasó de Matta al sur y más allá. Y el pueblo-barrio residencial, pasó a ser este mestizaje de hogares y Pymes, de casas que ya no existen y galpones. Otra política, otra economía, otros planos reguladores, otros intereses, otro mundo. Sólo nosotros somos los mismos, vecinos todos, los antiguos y aquellos nuevos que eligieron vivir aquí y salvaron una casa de la destrucción. Sólo nosotros podemos valorar esta forma de vida y nuestra cultura de barrio. Y el derecho ancestral de mirar al cielo sin interrupciones. Servicio de tranvías: Matadero-Palma tenía el siguiente recorrido: Partía: desde Matadero, seguía por Chiloé, Sargento Aldea, Arturo Prat, Ahumada, Puente, Av. Santa María e Independencia ,hasta la Plaza Chacabuco. Regresaba: por Independencia, Estación Mapocho, Bandera, San Diego y Franklin, hasta el Matadero. Marcelo Castillo
Peter Arensberg D., el relojero Salgo rápidamente de mi casa en dirección a la calle Cuevas. Hace frío. Estamos en agosto, el mes más helado del año. Comienzo a buscar la casa del vecino de los relojes. Me detengo frente al número 1558, golpeo y espero unos momentos. Abren la puerta y me encuentro con la historia del barrio en boca de un –hasta hace un momento– desconocido. El desconocido tiene nombre, Peter Arensberg, hijo de inmigrante alemán, llegado a Chile en el año 1933. Me recibe amablemente en su casa y me hace pasar a su taller. Un lugar lleno de relojes de todas las épocas, de todos los tipos y todos mecánicos. Antes de comenzar la entrevista-conversación escucho el gong de un reloj. Retrocedí en el tiempo, creo que él también. “Llevo 27 años viviendo en el barrio, llegué en el ̕84 y llevo 49 años siendo relojero. Empecé en los años ̕60, a los 17 años. No quise tener patrón, preferí ser independiente. ¿Sabía usted que la calle Cuevas corresponde al nombre de la señora Sara Cuevas? En los años ̕40 instalaron alcantarillados y se dividieron las propiedades y luego obligaron a ponerles fachadas. A mi señora le gustan las fachadas, se entretiene mirándolas”. Don Peter es de hablar pausado, no me mira mientras conversa, prefiere hablar sin esperar que le haga preguntas. Él dirige la conversación, yo escucho atenta.
“Los edificios que están más cerca de Avenida Matta son viejos y los que están lejos son más nuevos. Esta casa debe tener más de cien años; resistió el terremoto del ̕85. La compré y decidí hacerle una entrada especial para mi taller, para que los vecinos y clientes no tuvieran que entrar por la puerta principal. Ahora ya no uso esta entrada porque vienen muy pocos clientes. La gente prefiere ahora los relojes electrónicos y no los mecánicos, que son los que yo arreglo”. Se escucha un nuevo gong. Le pregunto a don Peter cómo se hizo relojero. “En el trabajo de mi padre había un trabajador que iba a limpiar una máquina de escribir, mi padre se acercó y le preguntó dónde había aprendido. Él le respondió que en una escuela. Entonces mi padre decidió enviarme a esa escuela a aprender algún oficio. Yo preferí el de relojero pues pensé que iba a ganar mucho dinero. Ahora tengo muy pocos clientes, incluso algunos de ellos me dejan sus relojes para que se los arregle y luego no los vienen a buscar”. Veo la hora. Son casi las diez de la noche. Le pido a don Peter que me autorice a tomarle unas fotos. Accede gustoso y me cuenta que ya le habían hecho una entrevista anteriormente, pero que no se acuerda qué canal había sido. Me despido de él y de su señora. Convenimos que en otra ocasión volveremos a conversar. Probablemente cuando les llevemos esta entrevista publicada en nuestro primer boletín. PATRICIA PINo
ORGANIZACIONES QUE HACEN CULTURA EN EL BARRIO CIRCO BUFO (Avenida Matta 363, www.casabufo.cl, http://revistareplica.cl/2011/09/02/casa-bufo-el-circo-indoor-de-matta-sur/). En este espacio se imparten diferentes talleres, como tela, trapecio, clown, malabares, circo integral, acrobacia, mastro chino, equilibrio de manos, yoga y danza. Casa Bufo además, se destaca actualmente por sus varietés. Se trata de una jornada de gala en la que se presentan diferentes disciplinas. TEATRO LA CONCEPCIÓN (Calle Lira 1149, www.laconcepcion.tk). Esta compañía de teatro ofrece obras de repertorio escolar que consisten en obras temáticas –bullying, drogas, embarazo adolescente, entre otras– y se realizan al interior de los colegios como apoyo a los temas de orientación. También se ofrecen talleres y capacitaciones para colegios y empresas, diseñadas a medida, enfocando las herramientas del teatro para potenciar habilidades sociales tales como: liderazgo, trabajo en equipo, comunicación eficiente y proactividad, entre otros conceptos. CENTRO CULTURAL CASADANZA (Calle Rogelio Ugarte 1585, http://centroculturalcasadanza. blogspot.com). Realizan talleres formativos de danza, teatro, música, entre otros. Asimismo Casadanza propone a la comunidad y a las organizaciones municipales la valoración de los espacios públicos utilizándolos como plataforma de difusión artística y de comunicación. CLUB SOCIAL Y CULTURAL FRANKLIN (Nataniel cox 1910, Facebook Club Social y Cultural Franklin). Arriendo de salas de ensayo para grupos musicales; arriendo de salón con escenario para el desarrollo de artes tales como teatro, danza; desarrollo de eventos musicales; exhibición de cine y documentales; salón para exposisiones fotográficas, escultura y pintura. ESCUELA DE CARNAVAL PITAMBA (Arturo Prat 1304, http://www.teatrolaempresa.cl/carnaval.html). Es un proyecto social y comunitario que forma parte del Carnaval de San Antonio de Padua, que con los años se ha transformado en toda una tradición, gracias a los vecinos del barrio Av. Matta. En la primera versión participaron 100 personas y ahora moviliza a 15.000. COMPARSA CATANGA (http://comparsacatanga.blogspot.com/) Grupo de candomberos chilenos, argentinos y uruguayos que fundaron el grupo en 1999 bajo el nombre de Lonjas de Uruguay. Posteriormente se llamó Candominga y hoy esta comparsa se agrupa bajo el nombre de Catanga. Se juntan todos los sábados desde las 19:00 hrs. en la Plaza Bogotá y recorren nuestro barrio al ritmo del candombe.