¡Al agua, Cintia!

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2 Cintia era una princesa. Vivía en un palacio y tenía un dormitorio enorme con un gran baño. Pero Cintia nunca se había metido en la bañera. Desde que era pequeña que se negaba a lavarse y los reyes, desesperados, dejaron de insistir convencidos que, con el tiempo, su hija se daría cuenta que no podía ir por el mundo sucia y apestosa. Sin embargo ella no notaba su propio olor y estaba la mar de cómoda.


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5 Pronto Cintia fue conocida en todas partes como la “princesa marrana”. Los criados nunca se acercaban a ella; sus padres se sentaban en la otra punta de la mesa que, por suerte, era más larga que un día sin pan; y, en la escuela, con la excusa de que era una princesa, estaba siempre sola al fondo de la clase. Quien más sufría el mal olor de la princesa era la profesora particular de guitarra, Shaba, que para sentarse junto a ella y enseñarle a tocar todas las notas musicales, se tenía que poner una pinza de tender la ropa en la nariz.


6 –Shaba, ¿por qué llevas esta pinza? –le preguntó un día la princesa. –Es que he puesto trampas con queso apestoso. Es que hay ratones en casa… –mintió la profesora por miedo a ofenderla y que el rey mandara matarla.


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8 Cuando acababa la clase, Cintia siempre paseaba por el Mercado de Provençals, en Sant Martí. Le encantaba estar rodeada de gente, ver las paradas, descubrir frutas exóticas o comprar dulces. Y ahora que se acercaba el 40º aniversario del mercado, todos los comerciantes estaban más animados que nunca preparando una fiesta. Solo les faltaba encontrar el sitio adecuado.


9 A Cintia le habría encantado participar, pero cuando se acercaba a las paradas, todos se alejaban y bajaban la cabeza. “¡Qué pena que todos se aparten de mí porque soy una princesa!”, pensaba ella sin darse cuenta que en realidad se alejaban porque no soportaban su olor.


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11 Y en palacio, los criados empezaron a despedirse con todo tipo de excusas: una madre enferma, un viaje inesperado… Los reyes, que se dieron cuenta, decidieron hacer frente a la situación: –Si no te bañas, no podrás entrar nunca más en palacio –dijo la reina a su hija.


12 Cintia no dio importancia a las palabras de su madre, pero al volver de la escuela encontró la puerta cerrada. Entonces fue a casa de Shaba, pero ella tampoco le abrió. Sus compañeros de clase también la rechazaron y, cuando se acercó al mercado, todos huyeron dejándola sola. Y es que ahora que los reyes la habían echado, nadie temía alejarse de la princesa. Cintia, que seguía sin comprender lo que ocurría, salió del mercado sin saber adónde ir. Cruzó la calle, entró al parque de Sant Martí y se sentó en un banco a llorar.


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15 Unas horas más tarde, Matxi, un vendedor de verduras del mercado muy estrafalario, pasó por delante de Cintia y le hizo una reverencia: –Buenas tardes, princesa –le dijo con su habitual buen humor. La princesa se quedó sorprendida al ver que Matxi no huía de su lado, al contrario, cuando vio que lloraba se acercó a preguntarle qué le pasaba.


16 –Todos se apartan de mí… –dijo Cintia entre sollozos–. Pensaba que la gente me quería, pero a nadie le importo. –Eso no es verdad –respondió Matxi–. La gente os aprecia, no sois una princesa arrogante ni consentida, sois cercana, simpática, pero… –¿Pero qué? –preguntó ella. –Pero oléis muy mal –se sinceró Matxi–. No os quiero ofender, majestad, tan solo quiero deciros la verdad. –¿Y tú por qué no huyes?


17 –Es que yo soy un zombi y los zombis no dormimos, ni respiramos, ni olemos… Pero no se preocupe, princesa, que soy un zombi vegetariano. Cintia se quedó boquiabierta, nunca había visto un zombi. No sabía si empezar a correr, pero, después de pensarlo, se dio cuenta que le daba más miedo quedarse sola que con aquel ser extraño maquillado y con sombrero. Así que le dio las gracias por haber sido tan sincero. Matxi, conmovido, quiso ayudarla: si Cintia era valiente para hablar con un zombi, seguro que también era capaz de ducharse.


18 –¿Queréis estar rodeada de gente, pasear por el mercado y disfrutar con vuestros amigos? Pues debéis limpiaros. Si queréis, podéis venir a mi casa. Cintia no lo pensó ni un minuto, no quería estar sola y si para ello tenía que lavarse, ¡lo haría! Así que aceptó la invitación.


19 Después de andar y andar, llegaron al cementerio donde vivía Matxi con sus amigos zombis. Era una casa subterránea, pero aunque no entrara la luz del sol, las paredes eran de colores vivos y el lugar era a la vez agradable y alegre. Cintia se fue al baño y se limpió. Mientras, en el comedor, todos los zombis le cosieron un bonito vestido hecho con sábanas, manteles y servilletas.


20 Cuando la princesa volvió a palacio y la vieron sus padres, empezaron a llorar de alegría. ¡Por fin Cintia era una princesa que olía a rosas! La reina decidió hacer una fiesta para celebrarlo: invitaría a reyes, príncipes, condes y duques. Pero Cintia le dijo que prefería hacer la fiesta con la gente del Mercado de Provençals. Explicó a su madre que el mercado cumplía 40 años, aunque antes había sido un mercado al aire libre, y que estaban buscando un sitio donde celebrarlo.


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23 Los reyes prepararon la mejor fiesta imaginable y todos bailaron, cantaron, bebieron y comieron. Incluso la princesa tocó un rock al lado de Shaba, que ya no llevaba la pinza en la nariz. Cintia lo hizo tan bien que, a partir de ese día, ya no fue la “princesa marrana”, sino ¡la “princesa rockera”!



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