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RITO PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA EN AUSENCIA DEL SACERDOTE MIÉRCOLES DE CENIZA Fuente: http://www.pastoraljuvenil.acayucan.org/
•SIGNIFICADO Prácticamente se le asocia al polvo, simbolizando a la vez el pecado y la fragilidad humana. En el Antiguo Testamento también prevalece esta idea. El pecador es ceniza (Cfr. Sab 15,10; Ez 28,18) Para simbolizar esto, el pecador se sienta sobre la ceniza (Job 42,6; Jon 3,6; Mt 11,21) y se cubre con ella la cabeza (Jdt 4,11-15; 9,1; Ez 27,30). También ha sido empleada para significar la tristeza del hombre abrumado por la desgracia (Cfr. 2Sam 13,19) y, sobre todo, del hombre que se ve afligido por el luto y expresa así su nada (Cfr. Jer 6,26). Ya desde el período de la “penitencia pública” y canónica los penitentes en la Iglesia antigua con frecuencia llevaron, sin duda voluntariamente, el cilicio y se cubrieron la cabeza con ceniza. Parece ser que desde los siglos VI-VII se difundió esta práctica al iniciarse la Cuaresma el miércoles anterior a su primera domínica. Es este día (Miércoles de Ceniza) los penitentes eran admitidos al “rito de la penitencia”. Tenían que hacer penitencia durante toda la cuaresma “con cilicio y ceniza”. Se les reconciliaba sólo hasta las proximidades de la Pascua, por ejemplo en Roma el Jueves Santo por la mañana. En los siglos IX y X se da un gran desarrollo litúrgico en este aspecto. El obispo impone el cilicio y la ceniza a los penitentes y los despide fuera de la Iglesia. Parece ser que hacia el siglo XI la Iglesia romana extendió este uso no sólo para los penitentes, sino para la comunidad entera.
•LA CENIZA, ¿POR QUÉ? 1) Porque era una forma que en la antigüedad servia para reconocer que el hombre sin Dios era como polvo. Que el hombre sin Dios, al morir, se vuelve polvo y no resucita a la vida eterna (Cfr. Job 42, 6). 2) Las personas se ponían un sayal que era un vestido corriente, feo y molesto, y sobre su cabeza se ponían la ceniza para manifestar que estaban arrepentidos de sus pecados y harían penitencia por ellos (Cfr. Est 4, 1) 3) Sabiendo que el pecador arrepentido no esta sólo pedían a Dios y a sus semejantes el perdón de sus ofensas y hacían constante oración. Toda la Iglesia oraba con ellos y por ellos para que durante la cuaresma pudieran cambiar a una vida mejor. De acuerdo con el uso bíblico y litúrgico que se refleja en las mismas fórmulas actuales de imposición de ceniza: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Cfr. Mc 1, 15) o bien: “Acuérdate que polvo eres y al polvo has de volver” (Gén 3,19), convendría tener en cuenta los siguientes aspectos:
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1) La ceniza es símbolo de conversión; no se trata de hacer simples actos de mortificación, sino de lograr un cambio radical de la existencia humana, de la opción fundamental que da sentido a la vida, de las actitudes. Se trata de una conversión con su doble vertiente inseparable: vertical hacia Dios y horizontal hacia el prójimo. 2) La ceniza es símbolo de nuestra fragilidad y limitación humana. Ser consciente de que un día moriremos, implica el querer aprovechar nuestra vida para llevar a cabo el plan de Dios, el saber descubrir la verdadera escala de valores en nuestra existencia, el comprometernos para crear un mundo más humano, más justo y más cristiano. 3) La recepción de la ceniza es un acto personal y voluntario. Esto significa el movimiento personal de la conversión que se realiza bajo la gracia y la misericordia de Dios. 4) La imposición de la ceniza es también un acto eclesial. Se recibe en una celebración comunitaria, junto con otros miembros de la Iglesia. Es también toda la Iglesia quien intensifica en este periodo su estado de conversión y purificación.
•Y TÚ... ¿POR QUÉ TE PONES CENIZA? No quisiera que tu fueras uno más de esos cristianos que hacen cosas sin saber por que. Para mucha gente de distintos lugares el Miércoles de Ceniza es algo así como una fecha mágica. Las Iglesias se llenan como nunca, se hacen grandes colas e incluso aparecen ese día quienes nunca van a misa los domingos. • Para algunas la ceniza es cosa de superstición, de suerte. Si no se la ponen piensan que alguna cosa mala les sucederá. • Para otros la ceniza no solo sirve para alejar el mal, sino también para atraer el bien. Es una especie de “amuleto de la buena suerte”. Por eso insisten en que se les ponga hasta a los niños muy pequeños (‘ya tiene su patita de conejo, su ojo de venado y su ajo macho, pero por favor póngale ceniza... para que no se enferme’). • Así como presumen un vestido o un reloj, quieren presumir su cruz. Por eso buscan la Iglesia donde se la hagan más bonita. • Y hay quienes van “por si las moscas”, pues no saben lo que es y a veces ni tiene fe, pero se la ponen para librarse del mal o para obtener algún bien (‘yo, por aquello de no te entumas, pues si no me hace bien, tampoco me hace mal’). Para evitar que cualquiera de las razones anteriores, te muevan a ponerte la ceniza sobre tu cabeza, reflexiona lo siguiente:. • Cada año celebramos la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo. • Pero no se trata solamente de recordar lo que le sucedió, sino de vivirlo junto con Él. • ¿Cómo celebrar que Cristo padece y sufre por nosotros, si nosotros seguimos viviendo igual? • ¿Cómo celebrar la resurrección de Cristo y su victoria sobre la muerte, si nosotros seguimos muertos por el pecado y no queremos nacer a una Vida Nueva de fe, de amor y de esperanza? • ¿Cómo celebrar que su resurrección es el inicio de la familia universal llamada Iglesia, si nosotros seguimos viviendo en nuestro egoísmo y no nos unimos en comunidad, en familia, para ayudarnos, para trabajar juntos, para buscar el bien, par hacer oración...? Para celebrar la pasión, muerte y Resurrección de Cristo, debemos prepararnos. A ese tiempo de preparación la llamamos Cuaresma, porque son cuarenta días en los que reconocemos, de una manera más profunda, que hemos fallado al amor de Dios y arrepentidos buscamos la manera de corregirnos. Por eso la Cuaresma es tiempo de oración, de reflexión, de penitencia, de ayuno y vigilia. Lo importante es la disposición del espíritu; por ejemplo, si uno deja de comer carne, no es para darse un banquete con pescados o mariscos, sino para privarnos de algo que nos gusta, lo cual no necesariamente es material: cigarros, alcohol, televisión, pero también privarnos de hablar mal de las personas, ‘sacrificar’ nuestro tiempo para visitar enfermos, preocuparnos por el vecino, tener paciencia y amor con los ‘viejitos’ de la casa.
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CELEBRACIÓN LITÚRGICA PARA SER CONDUCIDA POR UN LAICO INTRODUCCIÓN La Cuaresma es una experiencia de conversión para todo el pueblo cristiano que, a ejemplo de Jesús, reflexiona sobre su propia realidad y se dispone para la acción de Dios que le seduce nuevamente y lo lleva a vivir plenamente el proyecto de vida propuesto por el Maestro.
Del porqué de este guión litúrgico Esta experiencia cuaresmal comienza cada año con la celebración del Miércoles de Ceniza, donde renovamos el compromiso de vivir según el Evangelio. Esta celebración la presiden ordinariamente los ministros ordenados a quienes corresponde por la función que tienen en la Iglesia. El mismo Señor constituyó a algunos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñaran públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal a favor de los hombres, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, en que "no todos los miembros tienen la misma función" (Cf. Rom 12, 4) Sin embargo, no es raro que, por diversas circunstancias, en algunos casos deban designarse laicos para la celebración de este sacramental. Es por ello que he realizado este guión litúrgico, para servir a los laicos en el cumplimiento de este encargo excepcional. Cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exige, los pastores pueden confiar a los fieles no ordenados, según las normas establecidas por el derecho universal, algunas tareas que están relacionadas con su propio ministerio de pastores pero que no exigen el carácter del Orden.
De la estructura de la celebración La liturgia de los sacramentos posee una estructura general que le da sentido pleno como celebración cristiana, esta consiste en dos partes fundamentales e in-desligables: Celebración de la Palabra y Celebración del Sacramento. Esta estructura, por su valor litúrgico y pastoral, es retomada en la celebración de los sacramentales. Así pues, sobre esta estructura básica se alza el armazón de esta celebración, que se ha enriquecido con una Plegaria Común – como lo pide la Iglesia – y se ha completado con la introducción y el envío, que pretenden servir de puntos de entronque entre experiencia vital y experiencia celebrativa.
ALGUNOS ELEMENTOS A TENER EN CUENTA Sobre las Competencias del Laico • Por el carácter extraordinario de esta celebración presidida por un laico, es importante tener en cuenta algunos elementos: • El laico deberá ser designado para este menester por el párroco o pastor de almas con jurisdicción en el lugar donde se llevará a cabo la celebración. Esta designación debe quedar clara para la asamblea.
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• Si la asamblea que se va a reunir es muy numerosa, conviene que también se autorice a otros laicos para la imposición de la ceniza. • Es ordinariamente el sacerdote o el diácono quien bendice la ceniza y la entrega a quien a quien(es) ha designado para animar la celebración. • Los laicos no tienen la potestad de bendecir, ni de imponer las manos, ni de predicar en nombre de la Iglesia.
Sobre la Celebración •
Son unas pautas básicas respecto al desarrollo de la celebración.
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En la celebración aquí presentada, no se prevé la distribución de la Comunión.
• El laico puede estar o no estar revestido con el alba. Si es un ministro instituido es preferible que esté revestido. • Deberá colocarse un asiento especial para quien va a presidir la celebración; este estará ubicado en un lugar visible para que desde allí pueda conducir la asamblea en su oración. Si la celebración se lleva a cabo en un templo, no podrá usarse la sede, aún cuando ésta sea móvil, sino que se dispondrá otro asiento diferente en un lugar adecuado. • Antes del canto o silencio inicial, o después del saludo del animador, es conveniente que se haga una monición que introduzca toda la celebración. Ésta podrá ser realizada por el animador, pero también por otro laico. • En la Celebración de la Palabra pueden utilizarse todas las lecturas con el salmo respectivo y el verso (o canto) antes del Evangelio; o la lectura del Antiguo Testamento con el salmo, el verso (o canto) antes del Evangelio y el Evangelio; o sólo el Evangelio, que puede estar antecedido de un canto que invite a la escucha de la Palabra de Dios. Téngase en cuenta, sin embargo, la importancia de la escucha de la Palabra de Dios en la celebración cristiana y, de manera especial, en el tiempo de cuaresma. • Debe recordarse que mientras las lecturas se anuncian, el salmo y el verso antes del evangelio no se anuncian, de ahí que aparezcan en letra diferente su enunciación. • En cuaresma está prohibido el canto del Aleluya, por ello debe cantarse el verso antes del Evangelio señalado para este día u otro canto adecuado. • En vez de la homilía, que sólo corresponde a un ministro ordenado, puede hacerse una de las lecturas patrísticas propuestas o el mensaje para la cuaresma que el Papa publica cada año, o el mensaje para la cuaresma del obispo de la propia diócesis, u otro texto adecuado que halla sido aprobado por el párroco o sacerdote con jurisdicción en el lugar. • Es recomendable que durante la imposición de la ceniza se cante o recite el salmo 50, por su carácter penitencial. Sin embargo, pueden emplearse otros cantos. • En la oración común, al finalizarse las preces que se presentan en el guión litúrgico, pueden añadirse intenciones libres. Éstas deben corresponder con el carácter universal de la oración oficial de la Iglesia, más que a intenciones particulares. • No es necesario que luego de cada una de las intenciones libres se diga o cante la respuesta de la asamblea. Debe recordarse, sin embargo, que esta respuesta sí ha de hacerse después de cada una de las intenciones propuestas en este guión litúrgico.
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• Lavarse las manos después de la imposición de la ceniza, es, en esta celebración, una necesidad y no un gesto ritual, por lo cual deberá llevarse a cabo con gran sobriedad y, preferiblemente, en privado o en la sacristía, según el caso. • La exhortación que finaliza la celebración debe ser de verdad corta y no una catequesis. Luego de esta podrá cantarse, si se considera oportuno, un canto a la santísima Virgen María.
MIERCOLES DE CENIZA INTRODUCCIÓN Canto o silencio La celebración puede iniciarse en silencio o con un canto adecuado. Podrían cantarse las letanías de los santos.
Signación El animador se signa junto con toda la asamblea. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén Saludo** El animador saluda con las manos juntas a la asamblea con una de las siguientes invocaciones.
1. Nuestro auxilio es el nombre del Señor R. Que hizo el cielo y la tierra. 2. Sea bendito nuestro Dios en todo tiempo y lugar, ahora y por los siglos de los siglos. R. Amén.
Monición El animador u otro de los presentes, puede hacer una monición que introduzca la celebración. He aquí un modelo:
«Conviértanse y crean en el Evangelio», ésa es la invitación que Jesús nos hace hoy a través de la Iglesia. Convertirse quiere decir volverse hacia Dios. Supone más un dirigirse hacia Alguien que llama que un desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. Para acoger un mensaje, hay que elevar ante todo los ojos hacia el mensajero. Por este motivo, Jesús hizo una llamada a la conversión en el momento en que iba a anunciar a los hombres la Buena Nueva del Reino de Dios, y Pedro reitera
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esa misma llamada el día de Pentecostés. La conversión, a la que somos invitados, consistirá, ante todo en una intensificación de nuestra relación personal con Jesús.
Oración colecta El animador invita a orar, y todos harán silencio por breves momentos. Si lo desea puede utilizar el tradicional Oremos. Luego hace la siguiente oración con las manos extendidas.
Padre bueno, concédenos poder inaugurar con este ayuno santo la vigilancia propia de nuestro combate cristiano, para que el vigor que comunica a nuestro ser la austeridad de la Cuaresma, afirme nuestra fortaleza en la lucha cotidiana contra el mal y en el progreso de la virtud. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
CELEBRACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS El animador o, preferiblemente, otro(s) laico(s) que se encuentre(n) presente(s) proclama(n) las lecturas, incluido el Evangelio. Si se considera más oportuno, puede hacerse sólo la lectura del Antiguo Testamento con el salmo y el Evangelio, o sólo el Evangelio, precedido de un canto adecuado.
Monición El llamamiento que hace el profeta Joel al pueblo de Dios para una celebración comunitaria de penitencia y su alusión a la conversión íntima nos dispondrán a escuchar la invitación de San Pablo, que nos pide "por Cristo, que nos dejemos reconciliar con Dios», pues «ahora es el día de la salvación». Al ver seguidamente en Jesús con qué espíritu se debe hacer la limosna, la oración y el ayuno, descubriremos que no es la Iglesia quien ha elaborado las diversas modalidades de penitencia, sino que las ha recibido de su Señor. Lecturas bíblicas y cantos interleccionales. Del libro del profeta Joel
2, 12-18
Dice el Señor todopoderoso: Conviértanse a mi de todo corazón, con ayunos, con llantos y lamentos; rasguen sus corazones, no sus vestidos, y conviértanse al Señor su Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo. ¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá dejando tras de sí la bendición, ofrenda y libación para el Señor, su Dios! Toquen la trompeta en Sión, proclamen un ayuno santo, convoquen a la asamblea, reúnan a la gente, santifiquen a la comunidad, llamen a los ancianos; congreguen a los muchachos y a los niños de pecho; salga el esposo de la alcoba y la esposa del tálamo.
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Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, servidores del Señor y digan: «Ten compasión de tu pueblo, Señor; no entregues tu heredad al oprobio ni a las burlas de los pueblos. ¿Por qué van a decir las gentes: “Dónde está su Dios?”» Entonces se encendió el celo de Dios por su tierra y perdonó a su pueblo. Palabra de Dios. Salmo 50 R. Misericordia, Señor: hemos pecado. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti sólo pequé. R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará su alabanza. R. De la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
5,20-6,2
Hermanos: Por eso nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él. Y como cooperadores suyos, los exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: «En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé». Pues miren: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. Palabra de Dios. Verso antes del evangelio
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No endurezcan hoy su corazón; escuchen la voz del Señor. Hechas las lecturas y el salmo, o si estos no tuvieron lugar, se lee el texto evangélico.
Escuchen la Palabra del Señor, según el Evangelio de san Mateo 6, 1-6. 16-18 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tienen recompensa de su Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad les digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.» Palabra del Señor.
Lectura de un texto apropiado. Después de la proclamación del Evangelio y de unos breves momentos de silencio, puede hacerse una de las lecturas patrísticas del oficio o la lectura de un texto aprobado por el párroco o sacerdote con jurisdicción. En este caso transcribimos algunos apartes del mensaje del Papa para la Cuaresma.
1.
La fe como respuesta al amor de Dios
“...No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un ‘mandamiento’, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro... Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por ‘concluido’ y completado. De aquí deriva para todos los cristianos... la necesidad de la fe, del ‘encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor
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y abra su espíritu al otro... El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor... está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo” 2. La caridad como vida en la fe “...Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí... La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica... La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen.” 3. El lazo indisoluble entre fe y caridad “...Nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad... Por un lado... representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe... La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios... La Cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y la limosna”. 4. Prioridad de la fe, primado de la caridad “...La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud... La caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos... Les deseo a todos que vivan este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida.”
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IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
El animador y, si es el caso, otros laicos, impone(n) la ceniza a los presentes diciendo a cada uno:
Conviértete y cree en el Evangelio. O bien:
Acuérdate que polvo eres y en polvo te has de convertir. Mientras tanto pueden cantarse las antífonas y el responsorio que se proponen a continuación otro canto apropiado.
Antífona 1 Cf. Jl 2, 13 Cambiemos nuestro vestido por la ceniza y el cilicio: ayunemos y lloremos delante del Señor, porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso para perdonar nuestros pecados. Antífona 2 Jl 2, 17; Est 13, 17 Entre el atrio y el altar lloran los sacerdotes, ministros del Señor, diciendo: Perdona, Señor, a tu Pueblo, no cierres la boca de los que te alaban. Antífona 3 Sal 50, 3 Señor, borra mi culpa. Está última antífona puede repetirse después de cada una de las estrofas del salmo 50:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra Ti, contra Ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.
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Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de u rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos, Los pecadores volverán a Ti. ¡Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, salvador mío!, y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias. Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos. Responsorio V. Corrijamos aquello que por ignorancia hemos cometido, no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos, sin poder encontrarlo, el tiempo de hacer penitencia. R. Escúchanos, Señor, y ten piedad porque hemos pecado contra Ti.
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V. Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre, líbranos, Señor. R. Escúchanos, Señor, y ten piedad porque hemos pecado contra Ti. Terminada la imposición de la ceniza, el animador y, si es el caso, sus colaboradores, se lavan las manos.
PLEGARIA COMÚN El animador de la celebración, con las manos juntas, invita a la oración con estas palabras:
Pidamos confiadamente a Dios, Padre misericordioso, para que, por la penitencia y la escucha de su Palabra, vivamos en santidad y justicia todos nuestros días. Digámosle: Santifica, Señor, a tu pueblo. U otra invocación adecuada. Otro laico, o el mismo animador, hace las preces.
Padre santo, que nos diste a Cristo como pastor de nuestras vidas, ayuda a los pastores y a los pueblos a ellos confiados, para que no falte nunca al rebaño la solicitud de sus ministros ni falte a los pastores la obediencia de su rebaño. R. Dirige, Señor, el sentir de los pueblos y la mente de sus gobernantes por los caminos de tu voluntad, para que procuren con empeño el bien común. R. Tú que creaste a todos los hombres a imagen tuya, haz que sintamos horror de las injusticias y desigualdades entre los hombres. R. Llama a tu amistad y a tu verdad a los que viven alejados de ti, y a nosotros enséñanos cómo podemos ayudarlos. R. Pueden añadirse algunas intenciones libres.
Padrenuestro A continuación, el animador, con las manos juntas, exhorta a la asamblea con estas u otras palabras.
Con el gozo de sabernos hijos de Dios, acudamos a nuestro Padre diciendo: Padre nuestro… Oración Antes de la oración final, conviene que el animador motive a los fieles a unirse activamente a la campaña anual de la Cuaresma, gracias a la cual la Iglesia puede realizar a lo largo del año, apoyo a distintas comunidades que padecen los efectos de emergencias, tanto por causas naturales, como por causa de la violencia. Esta campaña se prolonga a lo largo de toda la Cuaresma, tiempo durante el cual, como fruto de sus privaciones podrán entregar la donación al párroco,
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en la curia o invitarlos a visitar la página del Secretariado Nacional de Pastoral Social www.pastoralsocial.org Recordar que este año la campaña tiene como lema “Yo creo en el amor que ayuda”, pues la fe, como ha dicho el Santo Padre está muerta si no desemboca en obras concretas de amor al prójimo. Una pequeña ayuda puede lograr grandes cambios, si todos dan. El animador, con las manos extendidas, concluye la Oración Común diciendo:
Dios, que conviertes a ti los corazones de los creyentes, escucha nuestras súplicas: Concédenos abandonar los senderos del error para seguir a Cristo tu Hijo, por el camino que conduce a la vida; para que fieles a las promesas del bautismo, vivamos coherentemente con nuestra fe, testimoniando con valor la verdad de tu Palabra. Por Cristo nuestro Señor.
ENVÍO Bendición** El animador, con las manos juntas, invoca la bendición de Dios sobre la asamblea con una de estas fórmulas.
Dios nos colme de todo gozo y esperanza en la fe. La paz de Cristo reine siempre en nuestros corazones. El Espíritu Santo infunda sobre nosotros la abundancia de sus dones. R. Amén. Si parece oportuno que la bendición se haga según una fórmula más solemne, podrá utilizarse la siguiente fórmula:
El Señor, Dios de Israel, visite y redima a su pueblo. R. Amén. Nos dé la gracia de servirlo en santidad y justicia, todos los días de nuestra vida. R. Amén. Ilumine a quienes están en las tinieblas y en las sombras de la muerte y dirija nuestros pasos por el camino de la paz. R. Amén.
Despedida El animador de la celebración despide a los fieles con una breve exhortación a vivir este tiempo de cuaresma como un camino de conversión. He aquí un modelo:
Que esta ceniza sea signo de nuestro compromiso de vivir la cuaresma como un camino de conversión que nos lleve al encuentro personal con Jesucristo resucitado, liberador del hombre caído en esclavitud.
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Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI para la Cuaresma del 2012 Texto completo «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16) Queridos hermanos y hermanas: La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la Fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás. 1. La fe como respuesta al amor de Dios En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» {1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento'', sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» [Deus cantas est, 1). La fe constituye la adhesión personal –que incluye todas nuestras facultades– a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por "concluido" y completado» {ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor –«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14) –, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios. «La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza
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para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7). 2. La caridad como vida en la fe Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20). Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12). La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30). 3. El lazo indisoluble entre fe y caridad A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista. La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Le 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangéli-
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co debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Cantas en veritate, 8). En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto –indispensable– con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás. A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de San Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La Cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna. 4. Prioridad de la fe, primado de la caridad Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20). La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos
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hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5). La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela germina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13). Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de Cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor. Vaticano, 15 de octubre de 2012
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