Cuentos de esta edición:
El burrito Chume El pollino Chume—un pillo El toro Chibolón, amigo inseparable Flora maravillosa El chivito Socorro
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uerido Papá, Rafael, Rafito, tío como cariñosamente muchos te llamábamos. Gracias por dejarnos estas lindas historias donde dejaste parte de ti , tus recuerdos en el Arahuay que tanto quieres para que todos los que te queremos podamos recordarte, llevarte siempre con nosotros y contarles a los que no te conocieron quien fuiste y lo que significaste para nosotros. No dejaremos de darle gracias a Dios por permitirnos vivir junto a Rafael momentos inolvidables de felicidad, alegrías, logros, tristezas y aprendizajes. Trataremos de no olvidar todo lo que nos dejaste, recordaremos tus bromas y seguiremos tus consejos que nos ayudaron a ser mejores personas. Estarás siempre con nosotros 10 de Julio de 2011 A un mes de tu encuentro con El Señor
La gran madrugada Nació 11de abril de 1937 Nos dejó el 10 de junio de 2011
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Mi burrito Chume Mi nombre es Rafael Sánchez Bravo; hasta los 13 años viví en el distrito de Arahuay, provincia de Canta. Tenía 7 años cuando cursaba el primer año de primaria. Un lunes cualquiera, mi primo Gaudencio Carrillo Sánchez se apareció jalando un burro de color plomo que todavía era pollino; me gustó mucho y le puse de nombre Chume. Con el asnito iba a todo lugar, a traer leña, cosechar papas, choclos, alfalfa y muchas cosas que eran necesarias. Nos hicimos muy amigos, juntos recorríamos el campo, las chacras; especialmente paseaba montado en mi jumento por las alturas, donde pastaban las vacas. Cuando se cansaba, se detenía, giraba el pescuezo y se quedaba mirándome, pidiendo, muy molesto, que me bajara porque quería descansar, dando grandes resoplidos, dignos de todo un burro. Descansábamos un rato y durante ese tiempo se dedicaba a comer, lo que hacía con ganas, mientras me recostaba sobre el pastizal. De vez en cuando se asomaba para chequearme y, al verme dormido, regresaba a alimentarse. Cuando estaba satisfecho de haber llenado la panza, me despertaba con un fuerte resoplido, si no le hacía caso rebuznaba y su ensordecedor eco resonaba en los cerros mientras proseguíamos nuestro camino. Yo iba delante del bendito asno que me seguía, pero de pronto se paraba y no quería continuar, no sabía el motivo del por qué se detenía. Con su hocico me empujaba y parecía que sonreía socarronamente; descubría que deseaba cargarme, me montaba y mi querido Chume retomaba el andar y de alegría daba un sonoro grito.
Chume conocía el camino, solito se orientaba, no necesitaba guía, era un animal muy inteligente llamado burro; los meses de enero, febrero y marzo disfrutaba de estar y andar juntos cuando íbamos a diferentes lugares a apañar leña, por ejemplo, a Chacura, Tonuno, Sequiña, Querqueza, Piedra de agua, Machura y Patarhuanca. -4-
Me levantaba temprano para traer a mi burrito Chume, al verme retozaba de alegría dando rebuznos, le abría la puerta y enrumbábamos al pueblo de Arahuay, donde mi tía Eustaquia Pilar me esperaba con el desayuno y el fiambre; le colocaba el sudadero con el lomillo y salíamos con destino a Huamanillca, pasando por Mataruyo, Huascamayo, Sequia viejo, Antapampa, Huaitama y Querquesa. Al llegar recogía la leña, al jumento lo soltaba para que pastara y se alimente, pero él, cuando no me veía me buscaba y al localizarme, en señal de conformidad, rebuznaba de satisfacción; volvía a pastar, al llenarse dormía pero primero se revolcaba en la pampita, o sea, en la tierra dejaba una nube de polvo y descansaba un par de horas para reponer las energías. Como había tiempo también me quedaba dormido, me despertaba siempre el burro Chume. Luego, preparaba la carga de leña en un lugar alto para poder colocarla en el lomo del asnito, que colaboraba acercándose; el animalito ayudaba, flexionaba sus patas cuando sentía el peso en el lomo y luego las enderezaba; con mis pocas fuerzas apretaba con un lazo la madera, para que no se caiga. Cuando ya estaba listo, Chume iniciaba la caminata, y si sentía la cuerda un poco floja, se detenía y me encargaba de ajustarla. El problema que tenía era mi edad, no contaba con el vigor necesario, pero juntos formábamos un lindo equipo, ayudándonos llegábamos a nuestra casa muchas veces demasiado tarde, pero conseguíamos terminar el viaje. Rafael Sánchez Bravo Mi hermoso burrito Chume y yo vivimos muchas aventuras, Dios me lo dio como amigo; con él pasaba muchas horas, de los corrales sacábamos a las vacas para llevarlas al río a tomar agua… bueno, esa es otra historia qué muy pronto contaré.
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El pollino Chume, un pillo
que no estaba y se convencieran de que él no pudo invadir la propiedad ajena.
Después de realizar las tareas le quitaba el sudadero a mi burrito; para que descanse lo encerraba en el corral, donde se quedaba tranquilo. Con sus resoplidos me daba a entender que estaba contento y con su mirada pedía que me alejara, jamás pasó por mi chirimoya que mi chochera se saldría de allí; el cerco era alto, medía casi dos metros.
—¿Dónde está el desgraciado burro? —gritaba, desesperado y jalándose los pelos, don Isidoro— No es posible, he visto al asno comiendo la alfalfa.
El señor Isidoro Amaya era dueño de una chacra junto al corral; cada vez que dejaba al burrito Chume encerrado, después de una o dos horas se aparecía en la casa. —Compadre Catalino, su burro se ha metido a mi potrero de mataruyo y está haciendo daño a la alfalfa —gritaba, reclamando a viva voz, el vecino. —Rafucho, ven —me llamaba mi abuelo, muy amargo, y sobre el pucho me preguntaba—. ¿Dónde has dejado a Chume? —En el corral, abuelito, ahí lo he dejado. La pregunta me había puesto nervioso, pero todavía no acababa la conversación. Don Isidoro, muy molesto, seguía reclamando. —Mentira —contestó—, cuando bajaba por el camino de herradura vi al asno comiendo la alfalfa en el potrero. —No es posible —respondí—, al burro lo dejé en el corral y coloqué los palos de la tranquera. —Vamos a ver —dijo mi abuelo, y confiando en lo que aseguré se puso su poncho de color marrón y los tres enrumbamos a la chacra. Me adelanté para ver si mi burrito estaba en el potrero, pero no lo encontré; confiado esperaba que llegara la comitiva para que viera
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Para que se convenciera de que mi amigo Chume estaba encerrado en el corral fuimos allá para comprobarlo. Llegamos y encontramos al jumento durmiendo, tieso como un muerto en un rincón, «¡Chume!», le grité; levantó la cabeza y muy molesto sacudió sus orejas, reclamando porque le perturbaban el sueño. El propietario del alfalfar, preocupado, se preguntaba por lo que había visto en su chacra. —Tenga más cuidado, compadre, antes de reclamar compruebe que sí existen los daños —sentenció mi abuelo, antes de retirarnos. Sin embargo, la duda me dejó inquieto y quedé preocupado, así que regresé al corral y me escondí detrás de una quequera, así llamábamos a los montes que abundaban en la zona. Después de media hora vi cómo Chume se levantó y sacudió a conciencia, miró a todos lados para comprobar que no había nadie, contempló los muros y de pronto comenzó a escalar como una cabra llegando al borde del cerco y dando un gran salto digno del mejor felino se encontró en la ruta y caminó con destino al potrero. Al llegar derrumbó con la cabeza el cerco provisional, antes de ingresar oteó para asegurarse de estar solo y comenzó el banquete. Comió rápido, hasta saciarse, y se retiró feliz y con la panza llena al corral; de igual manera buscó un lugar por dónde subir, parecía que conocía porque lo encontró y al instante trepó dando otro gran salto; noté cómo el asno se dirigía al mismo rinconcito a descansar. Lo cierto es que tenía un borrico inteligente, especialmente por su forma de ser en los trabajos, donde participaba cooperando con alegría. Por todo eso quería mucho a mi pollinito Chume, tengo varias aventuras con él, como cuando ayudábamos a cosechar los choclos, ya les contaré… Rafael Sánchez Bravo
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El toro Chibolón, amigo inseparable Las vacas comienzan a parir en noviembre; el ganado vacuno se encontraba pastando en el lugar de Sunchez, a unos 2.900 metros sobre el nivel del mar. El frío es intenso pero cuando uno se abriga bien es soportable; yo tenía una vaquilla de nombre Flor de habas, por sus colores blanco y negro. Mi linda vaquilla parió un hermoso ternero de color negro, pero como el terreno era accidentado el recién nacido rodó unos metros embarrándose, lo que le cambió el olor y el humor, como pude lo acerqué a su madre pero no lo aceptó, alejándolo de su lado. El cachorrito quería mamar pero la vaca no lo consentía, al comienzo lo retiraba con delicadeza pero después con la trompa empujaba al ternerito, el que con su tierno mugir exigía alimento. «¿Qué puedo hacer?, pensaba, ¿cómo hago para alimentar a este torito negro?» Encontré un balde, me armé de valor y me acerqué con sumo cuidado, tenía temor de que me atacara, pero gracias a Dios Flor de habas dio autorización para ordeñarla y saqué toda la leche que podía contener el balde. Otro reto al que me enfrenté en ese momento fue lograr que el dichoso ternero mame el alimento que logré extraerle a la vaquilla. Tuve mucha suerte cuando encontré una botella grande de gaseosa, la lavé y enjuagué y la llené de leche, fui en busca del ternerito que al verme se acercó, le puse el recipiente en su boca y comenzó a tomarla con desesperación. La cría tenía leche para todo el día, le daba de mamar tres veces al día: 7:00 a. m., 1:00 y 6:00 p. m. Los terneros comienzan a caminar muy rápido, a los cinco días de nacido me seguía a donde iba, seguramente creía que yo era su madre. Pasaron unos meses y se transformó en un bellísimo novillo, era totalmente negro intenso, en las noches sus cuernos brillaban y cuando había luna llena el resplandor era más fuerte, siempre se notaba la luminosidad de los cachos pero a él no lo veíamos. Me olvidaba de algo importante: le puse de nombre Chibolón; cuando cumplió un año lo celebramos en un bonito lugar junto al río Chico, donde reservé pastos frescos para la conmemoración.
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Yo estudiaba y para poder ir a la escuela lo encerraba en un corralito donde había alfalfa y agua. Cuando jugábamos me colgaba de sus astas, correteábamos y entre los dos nos perseguíamos, éramos grandes amigos, ambos nos queríamos mucho. Por causas de estudio viajé a Lima y regresé después de dos años. Al día siguiente de llegar a mi pueblo de Arahuay, subí a los cerros a buscar a mi toro Chibolón; en las alturas de Ocubamba vi un impresionante semental negro parado sobre una piedra en Carhuampata, me emocioné y grité con toda mi fuerza su nombre. No pasó mucho cuando noté que levantó la cabeza mirando a los costados, grité otra vez, miró fijamente hacia el lugar de dónde provenía mi voz y comenzó a descender corriendo por el camino, dejando una estela de polvo. Cuando me vio se detuvo de golpe, me observó detenidamente y se fue acercando lentamente, agachó la cabeza y colocó su frente en mi pecho, parecía que lloraba, un buen rato estuvo así y luego levantó la cabeza. Me miraba con tristeza y alegría, pasaba su trompa, con mucho cuidado, por mi cara, sentí tanta alegría que lloré mucho abrazado a mi torito Chibolón; permanecí más de un mes en Arahuay, durante ese tiempo pasamos buenos momentos juntos, jugando, correteándonos; la gente del lugar no terminaba de creer que existiera tanto cariño entre un niño y un toro. Viajé a Lima para seguir estudiando; al año siguiente regresé a mi hermoso pueblo arahuaíno, llegando pregunté dónde se encontraba mi toro Chibolón y mi primo Gaudencio me dijo que el abuelo lo había vendido hacía un mes a don Remigio Huari, comerciante de reses; jamás sabrán el inmenso dolor que en esos momentos sentí, lloré amargamente por mi Chibolón.
Rafael Sánchez Bravo
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Flora maravillosa En mi pueblo de Arahuay, en la época de invierno, el cerro se pone su traje verde; aparece una enorme variedad de flores que son una delicia de colores sorprendentes. Hay para todos los gustos; el asombro es enorme al ver sus vestidos tan hermosos, una reina jamás lució de tal manera. Observamos la plantita de una flor que llamamos Pajarito, es de varios colores: el celeste es tipo terciopelo, su belleza no tiene comparación; el azul marino nos deja con la boca abierta, hasta sin respiración; el azul fuerte, es una maravilla; y, el rosado, como pintado por ángeles enviados por Dios.
Su tallo es hueco, guardando en su interior el agua que cae en época Las cabras, ovejas, burros y los perros con sus pezuñas escarban la tierra, sacan el tallo y chupándolo calman la sed. Hay otras plantas maravillosas como el cocoquaño, el pachocullo, el copecope, la queraquera, el shocoshoco, las campanillas, el cantú, la taya, la cayara, el pepinillo, los amancayes, la cash huara, los pitajaes, el chillco, el puille, la malvas, y el cuchullame. Rafael Sánchez Bravo
¡Esta florcita es tan chiquita e indefensa! Converso con ella, le pregunto cómo hacer para vivir tan linda en medio de tantas plantas mucho más grandes que ella; qué magia utiliza para sobrevivir; qué hace para defenderse del frío, del calor, de los animales que pastan o se alimentan devorando todo lo verde; especialmente de los hombres, seres que dan miedo porque todo lo destrozan; de las torrenciales lluvias, de los ventarrones, de las heladas… Dime plantita, ¿quién te protege de tal manera que tu hermosura se marchita solo por designio de Dios?, ¿quién de seguro es el que te defiende por ser chiquita y linda? Otra planta bellísima es la Chahuira, que crece en casi todo el valle, tiene un metro y medio de alto y olor agradable; sus flores son de color amarillo incomparable, cuando el caminante las divisa en los cerros adornados por ellas es como si estuviera parado en un pedacito de cielo. Su tallo es hueco, guardando en su interior el agua que cae en época de lluvia y que en verano calma la sed de los campesinos y de los animales que pastan en los cerros. Su sabor es muy agradable; muchas veces se encuentra a 40 centímetros de profundidad; los campesinos y pastores cuando están en el campo y tienen sed sacan su cashio, escarban para extraer el líquido almacenado para que sea aprovechado por sus animalitos.
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El chivito Socorro Estábamos con el ganado en un lugar llamado Peña encima; era el mes de enero, tiempo en que las cabras tenían sus crías, por tanto el trabajo era mayor. Yo corría de un lugar a otro para recoger a los cabritos, acompañado de mi fiel amigo Corbatín, un hermoso perro de color negro y el pecho blanco. En el mes de enero la lluvia es permanente y copiosa, y la labor es mucho más difícil; los cerros se cubren con las nubes tan espesas que no puedes divisar nada más allá de los 10 metros, si no conoces los lugares te pierdes y solo te queda dar gritos y silbidos, pero teniendo un can como guía no te extravías, él te orienta. Teníamos cuatro perros pastores que siempre paraban con las cabras para cuidarlas, mientras ellas los alimentaban con el suero, que es lo que queda después de hacer el queso. Los animalitos se estimaban porque cada uno colaboraba con el otro. Cuando una cabra ha parido un solo cachorro, los perros lo traen en su hocico, pero sin causarle daño, ella corre detrás por su cría. Si eran dos los recién paridos, el perro comenzaba a aullar pidiendo ayuda, si el otro can estaba sin chamba iba a socorrerlo y cada uno llevaba en su hocico un cabrito al jato o estancia, pero cuando seguía aullando teníamos que correr al lugar donde se encontraban porque muchas veces los animales peleaban con los zorros o jaguares que querían comerse a los pequeños. Mi abuelo tenía su escopeta de dos cañones, soltaba un disparo y las alimañas se iban corriendo. En una de las salidas, a eso de las 4.00 p. m., escuché el aullido de Lobo, un pastor alemán, los demás estaban con la manada en otro lugar, partí a buscarlo y al llegar vi solo un cabrito al que levanté sobre mi hombro. Al avanzar unos pasos oí un quejido muy quedo pidiendo ayuda, miré atentamente por toda la zona y como el perro no se movía comencé a buscar y descubrí otra cría debajo de un chillco, era de color marrón encendido, se había enredado con las ramas de tal manera que el perro no pudo sacarlo. Cuando lo cargué el can cogió al otro con su hocico y partimos rumbo a la chacra.
El cabrito que auxilié tenía hambre, pero al acercarse a su madre esta no lo aceptaba, lo botaba. Encontré una botella, le puse un biberón y la llené de leche que saqué de la cabra, dándole de mamar. A mi nuevo amiguito lo llamé Socorro. Cuando no veía donde estaban las cabras daba un largo silbido y Socorro contestaba con su clásico grito: «baaa», así sabía en qué lugar pastaban. Era muy inteligente y llegaba a la cueva donde me encontraba cuando silbaba dos veces seguidas; todo mojado se metía, tumbándose comenzaba a rumiar frotando su cabeza sobre mi hombro mientras el aguacero seguía cayendo. Desde ese momento, el animalito me seguía a donde iba y me acostumbré a su compañía; durante febrero, marzo y abril los cabritos crecen y engordan, la primera semana de mayo sacrifican a cerca de 200 machos para venderlos, mi abuelo me dijo que Socorro también correría la misma suerte y sentí pena y rabia. No me quedé tranquilo, me dije que tendría que salvarlo como sea y al día siguiente me levanté muy temprano, preparé mi fiambre, cargué a mi pata y subí a las alturas del cerro. A las 7:00 a. m. llegaron los que tenían la misión de sacrificar a los cabritos; mi abuelo me llamó para que bajara, asegurándome que a Socorro no le harían daño, pero no le hice caso. «Abuelo, suelten a las cabras que yo tengo comida y voy a pastarlas», le dije, de esa manera lo salvé y fue creciendo hasta convertirse en un hermoso chivato, su figura era impresionante, parecía un burro colorado, con unos cuernos torcidos que le daban presencia. Siempre andábamos juntos, especialmente en la época de invierno. Le colgué una campanilla en el pescuezo que me guiaba con su sonido para encontrarlo cuando las nubes cubrían los cerros; teníamos cuevas especiales donde nos resguardábamos para no mojarnos cuando se desataba el aguacero. Cuando no veía donde estaban las cabras daba un largo silbido y Socorro contestaba con su clásico grito: «baaa», así sabía en qué lugar pastaban. Era muy inteligente y llegaba a la cueva donde me encontraba cuando silbaba dos veces seguidas; todo mojado se metía, tumbándose comenzaba a rumiar frotando su cabeza sobre mi hombro mientras el aguacero seguía cayendo. Socorro fue mi secretario favorito. Rafael Sánchez Bravo
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La gran madrugada Tenía 10 años; en aquellos tiempos se estudiaba en dos turnos, desde las 8:00 a.m. hasta las l2 del meridiano. Lo sucedido ocurrió en el mes de setiembre, época en que se siembra en las alturas; dos días antes fui con mi primo Gaudencio a remojar el terreno en el lugar de Shique, ubicado en las alturas de la comunidad campesina de Copa, Arahuay. Luego de ello viene el barbecho, que consiste en arar la tierra remojada con los bueyes; mi abuelo tenía dos hermosos toros: uno de color negro y el otro blanco y negro, dichos animales estaban comiendo en el alfalfar de la chacra de Puille, que se encontraba a regular distancia del lugar donde teníamos que barbechar. El día indicado tenía que madrugar y levantarme cerca de las 4:00 a. m., pero a un bendito gallo se le ocurrió cantar a las 11:00 p. m., no lo escuché pero sí mi abuelo, él me despertó a esa hora con voz fuerte: «hijo, levántate, ya cantó el gallo».
Cuando llegué al lugar los toros estaban durmiendo, señal que era demasiado temprano para sacarlos del corral, serían más o menos las l2 p. m., pero tenía que cumplir una misión y los levanté, abrí la tranquera y los saqué arreándolos por el camino de herradura, pasamos Machura, Sacsay, Patarhuanca, Chacura, Cullpe, Callampampa, Charamayo, Ocubamba, y llegué con el ganado a Shique después de casi tres horas, es decir, eran las 3:00 a. m. cuando arribé. El frío era fuerte y solo tenía puesta una chompa delgada que no abrigaba nada, no sabía qué hacer, tenía fósforos pero en el lugar había moya y podía causar un incendio si los prendía; vi que el toro negro se echó a descansar, agarré a mi perrito Carapulca colocándome de espaldas al toro que estaba caliente y así me salvé de morir de frío; dormí hasta que mi primo llegó con los burros trayendo las herramientas para el trabajo, después llegaron los que nos ayudarían en el barbecho; eran las 6:00 a. m. y corrí para asistir a la escuela, estaba cursando el tercer año de primaria.
En la sierra están acostumbrados a que los gallos canten siempre a las 3:00 a. m.; me levanté, tome mis cacharpas y me puse en camino, estaba tan oscuro que llevé la linterna a querosene, acompañado de mi perrito Carapulca que era de color blanco y andaba conmigo a donde iba. Cuando me encontraba a tres kilómetros de Arahuay, mi abuelo, al ver las estrellas, notó que la cabrilla no había salido, por lo que dedujo que faltaba mucho para las 3:00 a. m., salió a buscarme, pero yo ya había volteado por Antura hacia Puille.
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