Anna Mollel
¿POR QUÉ SE NOMINA A ANNA?
NO M IN A DA • Páginas 50–69
Anna Mollel es nominada al Premio de los Niños del Mundo 2012 por su larga lucha de más de 20 años por los niños discapacitados de los poblados pobres del nordeste de Tanzania.
TE X TO: ANDRE AS LÖNN FOTO: TOR A MÅRTENS
Gracias a Anna y a su organización Huduma ya Walemavu, miles de niños discapacitados tienen la oportunidad de llevar una vida digna. Reciben atención médica, operaciones, fisioterapia, terapia, sillas de ruedas y otros medios auxiliares, la posibilidad de ir a la escuela, seguridad y amor. Anna es continuamente la portavoz de los niños discapacitados y le habla de sus derechos a los políticos y a las organizaciones, pero ante todo a las personas de los pueblos rurales alejados. Desde 1990, unos 12.500 niños, principalmente masái, tuvieron una vida mejor gracias a Anna y a Huduma ya Walemavu. Niños que habrían sido desatendidos, abandonados y quizá habrían muerto si no fuera por la lucha de Anna por sus derechos.
Cuando tenía seis años, Anna Mollel vivenció por primera vez la difícil situación de los niños discapacitados en los pueblos masái del norte de Tanzania. La peor experiencia ocurrió muchos años después, cuando ya hacía tiempo había iniciado su lucha por los derechos de los niños discapacitados. Anna llegó a lo que creyó que era un pueblo totalmente vacío. Pero en el suelo de una casa encontró a una niña de ocho años sola y abandonada, que no podía moverse y que habría muerto si Anna no hubiera ido allí. En la página 55 puedes leer cómo le fue a esa niña, Naimyakwa.
A
nna, que pertenece al grupo étnico de los masái, tenía seis años y había regresado a casa de la escuela. Ayudó a su mamá a acarrear leña y agua y luego corrió a la casa de sus amigos en el pueblo vecino. Jugaban en el jardín cuando Anna oyó un ruido que venía de una de las casas.
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– Cuando le pregunté a mi amiga qué era, miró hacia el suelo antes de contestar que era su hermana. La amiga de Anna le contó que su hermana no podía salir, porque la mamá no quería mostrar que tenía una hija que no era “como tendría que ser”. – Entré en la casa a mirar.
Y en verdad había una pequeña niña allí dentro. Estaba acostada en el suelo totalmente sola y sonrió al verme, recuerda Anna. Anna conoce a Nauri
Anna ayudó a la niña a sentarse y empezaron a jugar. La niña, que se llamaba Nauri, tenía la misma edad que Anna. Estaba feliz de tener compañía al fin. El día siguiente, Anna regresó cuando la mamá de Nauri fue a acarrear agua, para que no notara nada. – Pero nos divertimos tanto que olvidamos totalmente la hora. De repente, la mamá de Nauri entró precipitadamente y me golpeó fuerte con un bastón. Gritó que yo nunca más podría poner un pie en su casa. Anna tuvo que huir, pero estaba firmemente decidida a regresar el día siguiente.
- Los demás niños se asustaron. Tanto de recibir una paliza como de jugar con Nauri, a la que consideraban extraña. Pero yo dije que todos necesitaban amigos. Y como Nauri era una de nosotros, me parecía lógico que fuéramos allí para también estar con ella. Anna logró convencer a los demás. Se turnaron para montar guardia mientras los demás jugaban, y cuando el guardia exclamaba que la mamá venía en camino, todos corrían de allí lo más rápido posible. Después de un par de días, Anna ayudó a Nauri a pararse y a practicar cómo caminar. Con el tiempo, Nauri pudo salir al jardín a jugar. Injusto
Luego de un par de semanas, la mamá de Nauri fue a la casa de Anna. – Pensé que iba a retarme, pero en cambio dijo que sabía
lo que yo estaba haciendo, ¡y que quería que continuara con ello! Dijo que Nauri nunca se había sentido tan bien y que era un milagro que pudiera tanto caminar como correr. Como la mamá de Nauri estaba tan alegre, Anna aprovechó para preguntarle si Nauri no podía empezar a ir a la escuela, pero eso no lo aceptó. – Entonces fui a la casa de Nauri todos los días después de la escuela a enseñarle lo que había aprendido durante el día. Pese a que era pequeña, me convertí en su maestra, la única maestra que tuvo. Siempre tenía presente esa injusticia. Yo podía ir a la escuela, pero ella no, sólo porque era discapacitada. Ella tenía el mismo derecho que yo, pero no podía ayudarla más de lo que lo hacía. Siempre cargaba con la sensación de que debía haber hecho más.
Masáis vulnerables
Se convirtió en enfermera
Anna estudió enfermería y empezó a trabajar. Un día fue al hospital una mujer alemana de la iglesia católica de Arusha. Se llamaba Elifrieda y quería hablar con Anna. – Ella sabía que yo era masái y quería que le contara la situación de los niños discapacitados en nuestros pueblos. Le expliqué que tiempo atrás era común matar al niño o abandonarlo inmediatamente después del nacimiento. Se creía que los niños discapacitados eran un castigo de Dios por algo que había hecho el hombre. Pero le conté que el mayor motivo era que los masái somos criadores de ganado, que para sobrevivir caminan largos trechos a pie por la sabana en busca de
pasturas frescas para los animales. Un niño discapacitado que no podía trasladarse era visto como un gran obstáculo para todo el grupo. – Le expliqué que aún seguían violándose los derechos de los niños discapacitados. Que eran escondidos, no recibían la atención médica que necesitaban y no les permitían ir a la escuela ni jugar. Huduma ya Walemavu
Elifrieda le preguntó a Anna si quería participar en la creación de un proyecto para niños discapacitados de los pueblos masái, que se llamaba Huduma ya Walemavu (Atención al discapacitado). – Acepté de inmediato. ¡Era justo eso lo que había estado esperando! Ahora esperaba
Masái orgullosa
– Soy masái y estoy orgullosa de ello. Quiero que mi pueblo tenga una buena vida. Es por eso que lucho por los derechos de nuestros niños discapacitados, dice Anna.
El pueblo masái es criador de ganado. Hay alrededor de un millón de masáis, la mitad en Tanzania y la otra mitad en Kenya. Desde comienzos del siglo XX, las tierras que los masái utilizan como lugar de pastoreo para su ganado se han reducido. Las autoridades cedieron grandes partes de la tierra de los masái a personas y empresas para cultivar, usar como tierras privadas de caza o parques nacionales donde los turistas puedan ver animales salvajes. Los masái fueron empujados a las zonas menos fértiles. En 2009, la policía antidisturbios armada incendió ocho pueblos masái del norte de Tanzania porque la tierra iba a ser utilizada por una empresa de caza privada. Los turistas iban a pagar para ir de caza allí. Las personas fueron golpeadas y expulsadas de sus hogares. Más de 3.000 hombres, mujeres y niños quedaron sin hogar. Los masái que siguieron haciendo pastar a su ganado en la tierra fértil fueron enviados a prisión. – Los masái son los más pobres. Si el ganado no tiene pasturas para comer, se muere. Y los más duramente afectados siempre son los niños, dice Anna.
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De regreso al pueblo
– Nuestra meta siempre es que los niños regresen a su pueblo y lleven la misma vida que el resto de la familia. Que los niños puedan ir a la escuela con los demás y sean parte de la sociedad, dice Anna, que aquí visita el pueblo de Lomniaki.
poder hacer por los niños discapacitados más de lo que había podido hacer por Nauri cuando era pequeña. En 1990, Anna empezó a visitar los pueblos y a contar sobre los derechos de los niños discapacitados. Al mismo tiempo, buscaba niños que necesitaran ayuda. Uno de los primeros niños que encontró fue la huérfana Paulina, de 15 años, que había sido afectada por la polio y no podía caminar. Tenía que arrastrarse por el suelo para poder trasladarse. Anna creyó que sería fácil convencer a los jefes del pueblo de que 52
Paulina podría tener una buena vida si tan sólo recibiera la operación justa. Que les parecería bien. Pero Anna se equivocó. No se rindió
– No sabían que los niños discapacitados podían ser operados y mejorar, y no me creyeron. Como vivían lejos de los hospitales, no sabían leer ni tenían dinero para comprar una radio, nunca lo habían oído. Y en caso que fuera cierto, les parecía desperdiciar el dinero. Aun así, esos niños nunca iban a poder ayudar con el ganado ni ir a la escuela. Pero el problema más grande era que yo era mujer. En nuestra sociedad, las mujeres simplemente no tienen voz, así que no me tomaron en serio.
¡Bienvenido!
Anna no se rindió. Tal como había desafiado a la mamá de Nauri, ahora desafió a los jefes del pueblo para ayudar a Paulina. El viaje hasta el pueblo tomaba cuatro horas, pero en dos semanas, ¡Anna viajó hasta allí cinco veces! En cada encuentro, explicaba los derechos del niño y que habían logrado coordinar una operación gratuita para Paulina. Y al final logró convencer a los hombres. – ¡Me alegré tanto! Pero el
problema no había terminado. Había reservado una habitación para Paulina en un sencillo hotel de la ciudad, donde ella podría vivir antes y después de la operación. Pero cuando entré cargando a Paulina en la recepción, el personal me miró como si ella fuera un animal. Y se negaron a recibirla. La casa de Anna
Anna era una mamá separada con seis hijos y vivía en una
¡Juego importante! casa pequeña. Pero de todos modos llevó a Paulina a casa consigo. No había otra solución. – Mis hijos tuvieron que compartir las camas para que Paulina pudiera tener una propia. Los chicos estuvieron un poco disconformes al principio, pero lo entendieron luego de que se los expliqué. Bañé a Paulina y le di ropa nueva y limpia. Como ella no podía sentarse a comer a la mesa, todos nos sentamos y
– Cuando era pequeña, siempre recibí el amor de mis padres y podía jugar mucho con mis amigos. Para un niño, eso es increíblemente importante. Estar solo y apartado es lo peor que un niño pueda vivir. Por eso el juego y la cercanía son tan importantes para nosotros en el centro, dice Anna.
cenamos en el piso, para que Paulina no se sintiera sola. Cuando terminó la operación, Paulina regresó a la casa de Anna. Lentamente empezó a aprender a sentarse y
150 millones de niños discapacitados Según la Convención de los Derechos del Niño de la ONU, los niños discapacitados tienen los mismos derechos que los demás niños. Tienen derecho a recibir más apoyo y ayuda para tener una buena vida. Pese a esto, los niños discapacitados están entre los más excluidos, no sólo entre los masái de Tanzania, sino en todo el mundo. Hay 150 millones de niños discapacitados en el mundo, se cree que 2 millones de ellos viven en Tanzania.
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Anna juega con los niños en su propia escuela en su pueblo.
pararse. Luego de algunas semanas empezó el entrenamiento para caminar con las muletas que le compró Anna. – Ella estaba más que feliz, ¡y yo también! Cuando Paulina viajó a su casa tres meses más tarde y pudo entrar caminando en el pueblo, ¡la gente empezó a llorar de alegría! Aunque Anna estaba alegre de que Paulina pudiera caminar, sabía que tenía que recibir educación para poder arreglárselas sola en el futuro. – Paulina quería ser costurera, así que la ayudé a anotarse en un curso. ¡Era muy capaz! Centro en Monduli
El rumor sobre Paulina corrió entre los pueblos. La gente empezó a atreverse a contar sobre sus hijos discapacitados y quería recibir ayuda. Anna viajaba largos días para llegar 54
a ver a los niños de los pueblos alejados que necesitaban su ayuda. En cada viaje recibía más y más niños. – Pero los hoteles seguían negándose a recibir a los niños, así que tenían que vivir en mi casa. Aunque teníamos colchones en el piso y varios niños dormían en la misma cama, al final se volvió insostenible. Escribimos a amigos y organizaciones de Tanzania y de Alemania diciendo que necesitábamos dinero para levantar una casa propia donde poder ocuparnos de los niños. Primero recibieron dinero que posibilitó alquilar un par de habitaciones con lugar para doce niños. También alcanzó para contratar una enfermera más y por primera vez, Anna recibió un pequeño sueldo. Antes, ella y su familia vivían de su pequeño huerto.
– Todo el tiempo llegaban más niños y pedimos más dinero. La organización Caritas de Alemania nos ayudó y en 1998 estuvo listo nuestro propio centro en Monduli. Contrataron fisioterapeutas y enfermeras. Pero también maestros, pues Anna sabía que los niños a los que ayudaban casi nunca iban a la escuela. Había lugar para 30 niños,
No sólo los masái
– Al principio trabajábamos sólo con niños masái, pero ya no. Nos ocupamos de todos los niños que necesitan nuestra ayuda, sin importar a qué etnia o religión pertenezcan. Aquí hay tanto musulmanes como cristianos, también niños que huyeron de las guerras en nuestros países vecinos. ¡La lucha por los derechos del niño no tiene fronteras!, dice Anna.
pero a veces vivían allí 200 niños a la vez. – Aunque no tuviéramos lugar, recibíamos a todos los niños. Las familias eran tan pobres que no podían pagar para que los niños se queda-
– Nunca voy a olvidar cuando encontré a la pequeña Naimyakwa sola en el pueblo abandonado. Tenía ocho años y yacía en el piso de una de las casas. Apenas respiraba. Había un fuerte olor a orina, pues debido a su incapacidad, no podía ir a ninguna parte. No creí que fuera a sobrevivir, dice Anna, a quien aún se le llenan los ojos de lágrimas al pensar en lo que ocurrió siete años atrás.
La nueva escuela
– Quería asegurarme de que el trabajo por los niños iba a continuar después de mí. Por eso le entregué la responsabilidad a una mujer fantástica que se llama Kapilima y me jubilé en 2007, cuenta Anna. Cuando Anna se jubiló, siguió luchando por los niños excluidos. Ha levantado una escuela en su pueblo natal para niños que de otro modo nunca podrían ir a la escuela. Puedes visitar la escuela de Anna en la página 68.
“
V
iajamos con nuestra clínica móvil a una zona donde vivía una pequeña niña huérfana con parálisis cerebral. Muchos niños discapacitados vinieron a vernos durante el día, pero Naimyakwa no llegó junto a sus hermanos mayores con sus familias como acostumbraba. Cuando pregunté si alguien sabía dónde
a su pueblo a echar un vistazo. Sólo para estar segura. Estacionamos el jeep bajo un árbol y caminamos el último trecho hacia el pueblo. Había un silencio total. No vimos ni una sola perso-
estaba, una mujer dijo que la familia se había marchado con el ganado para intentar encontrar pasturas frescas, ya que había sequía. Tuve una sensación de inquietud en el estómago. Sabía lo difícil que le resultaba moverse a Naimyakwa, así que me pregunté cómo habían hecho para llevarla con ellos. Sentí que debía ir 55
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Naimyakwa
ran con nosotros, pero nunca rechazamos a ninguno. Han pasado 20 años desde que Anna ayudó a Paulina, y desde entonces 12.500 niños discapacitados han logrado tener una vida mejor gracias a Huduma ya Walemavu. Actualmente trabajan 30 personas en la organización.
Anna rescató a
El guardarropas de Naimyakwa – ¡Me encanta la ropa! Cuando sea grande quiero ser costurera y coser mis propios vestidos. Guardo mi ropa en mi armario, aquí en el dormitorio.
– Esta es mi hermosa falda. Me la regaló el pastor. –Una chica de Canadá que nos visitó me dio este hermoso vestido…
na. El pueblo estaba totalmente abandonado. Me sentí más tranquila y pensé que la familia había llevado consigo a Naimyakwa de algún modo. Habíamos empezado a caminar hacia el vehículo otra vez cuando oí un extraño quejido.
…¡y estos hermosos zapatos plateados! ¡En verdad es mi amiga!
– El suéter polar…
¿Un león?
…y el pantalón de gimnasia me los dieron Anna y Huduma ya Walemavu.
Parálisis por daño cerebral La parálisis cerebral ocurre durante el embarazo, en el momento del parto o antes de que el niño cumpla los dos años de edad. Las causas más comunes son la falta de oxígeno y las hemorragias cerebrales. Algunos niños sólo tienen una discapacidad leve, mientras que otros sufren parálisis. Además de la discapacidad motora, muchos que tienen parálisis cere-
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bral padecen otro tipo de discapacidad como la epilepsia, dificultades en el habla y daño de la visión. No se puede curar a alguien que tiene parálisis cerebral, pero con la ayuda de la fisioterapia, la terapia ocupacional y el entrenamiento se puede mejorar la vida del afectado todo lo posible. – La parálisis cerebral es muy común aquí, pues los daños a menudo aparecen
Primero creí que era un león. Junto a dos compañeros, nos armamos de coraje y entramos de nuevo en el pueblo. Cuando pasamos por una de las casas volvimos a oír el extraño ruido. Tenía miedo, pero con cuidado asomé la
cuando hay problemas en el parto. Muchos viven tan lejos de los hospitales y los centros de salud que no llegan a tiempo o bien no tienen dinero para viajar hacia allí al momento de dar a luz, dice Anna Mollel. Si un niño nace con parálisis cerebral, los padres, los vecinos y los dirigentes del pueblo pueden asistir a un curso de dos semanas en el centro Huduma ya
cabeza y pregunté si había alguien ahí. Recibí un pequeño quejido como respuesta. Primero no vi nada. Pero luego mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y nunca voy a olvidar lo que vi. En el piso de tierra yacía Naimyakwa totalmente quieta y apenas respirando. Olía a excremento, pues debido a su discapacidad ella estaba totalmente desvalida. Junto a ella había una calabaza que había contenido leche. Estaba vacía, pero pude sentir el olor de la leche vieja. Y había una calabaza donde quedaba poca, poca agua.
Walemavu y aprender cómo ocuparse del niño de la mejor forma. Se enseñan ejercicios sencillos y fisioterapia que es buena para el desarrollo del niño. En Huduma ya Walemavu ofrecen estos cursos porque quieren que todo el pueblo tenga mayor conocimiento y así facilitar que sientan una responsabilidad común por el niño.
Naimyakwa estaba muy débil y apenas notó que estábamos allí. Nadie podía decir cuánto tiempo había yacido allí, pero supusimos que al menos una semana, pues ya estaba muy deshidratada y delgada. ¿En verdad la familia la había dejado allí? Estaba acostumbrada a que las familias dejaran a sus hijos discapacitados en el centro y a que luego no volviéramos a ver a los padres. ¿Pero dejar a un niño así? Era lo que pasaba hace mucho tiempo. Naimyakwa rescatada
Me senté de rodillas junto a Naimyakwa, me incliné hacia su oído y le pregunté si estaba sola. Asintió con la cabeza. Luego le pregunté si quería que la llevara al centro para que pudiéramos ocuparnos de ella. Volvió a asentir. Sí quería. Lloré. Todos mis compañeros de Huduma ya Walemavu lloraron. Mientras sostenía en mis brazos a Naimyakwa, pensé que aun-
que otros no le habían dado el amor que necesitaba, yo iba a hacerlo. Iba a amar a esa niña. Más tarde nos dimos cuenta de que Naimyakwa nunca había entendido que la familia había partido en un largo viaje. Estaba acostada esperando que regresaran como de costumbre. Día tras día. Noche tras noche. Pero ellos nunca fueron. No regresaron sino hasta dos meses después, cuando empezaron las lluvias. Si no hubiéramos ido al pueblo, Naimyakwa habría muerto de hambre y deshidratación. El instante en el que hallamos a Naimyakwa es uno de los peores que he vivido. Al mismo tiempo, sentí que me daba una fuerza enorme para soportar seguir luchando por el derecho de ella y de los demás niños expuestos a tener una buena vida. Allí y en ese momento decidí seguir luchando por sus derechos hasta la muerte.”
En el centro viven unos 30 niños. Algunos esperan una operación, otros fueron operados y reciben rehabilitación (fisioterapia y entrenamiento). Algunos niños tienen vacaciones de su escuela internado y pasan algunos días en el centro. Y hay niños como Naimyakwa, para los que el centro es su hogar.
06.00 ¡Buenos días! Las mamás de la casa, que duermen en los dormitorios de los niños, despiertan a Naimyakwa y a sus amigos. Cuando Naimyakwa llegó aquí, apenas podía usar los brazos y las manos. Le resultaba imposible cepillarse los dientes, vestirse y comer sola. Luego de mucho entrenamiento, ahora su vida es totalmente diferente. Aquí se cepilla los dientes junto a sus amigas, Modesta, de 13 años, y Mdasat, de 11 años.
El día de Naimyakwa en el centro de Anna 07.00 Desayuno En el desayuno sirven gachas de maíz Uji.
08.00 Reunión matutina Cada mañana, todos se reúnen en la sala de reuniones a rezar y hacer gimnasia.
Anna no defrauda a nadie – Naimyakwa vino hace siete años y aún sigue aquí. Nunca enviamos de vuelta a un niño si no estamos totalmente seguros de que será bien cuidado. De otro modo, intentamos encontrar una nueva familia para el niño. Pero muchos son pobres y es difícil ocuparse de un niño con una discapacidad tan seria. Sólo desplazarse en la arena con la silla de ruedas de Naimyakwa en su pueblo es casi imposible. Seguir los traslados de la familia con el ganado es aun más difícil, dice Anna.
08.30 Ronda matutina El personal habla con cada niño y decide si necesita ir con el fisioterapeuta o la enfermera, o si puede ir directamente a la escuela del centro. Naimyakwa muestra que puede ponerse sola su camiseta. Cuando lo hace, pueden ver qué ejercicios de fisioterapia necesita para estar aún mejor.
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09.00 1: Escuela
2: Fisioterapia
Naimyakwa es ayudada por la maestra Flora Moses Kiwelu. Cuando los niños terminan el tratamiento, reciben ayuda para empezar a ir a la escuela común de su pueblo o a una escuela especial, como las escuelas internado para niños con discapacidad visual o mental.
Naimyakwa recibe media hora de fisioterapia todos los días para poder arreglárselas mejor sola en el futuro. Es ayudada por las fisioterapeutas del centro, Eva Paul Mush y Anna Njuu (de trenzas).
4: Ortopedista
3: Centro de salud
La ortopedista Mireille Eusebius Kapilima le prueba nuevas tablillas para las piernas a Modesta Cryspin, de 13 años. En el centro se fabrican tanto las tablillas como las prótesis.
Loserian Simanga, de 11 años, con la enfermera Veronica Kirway, que lava y venda las heridas de su operación.
5: Tareas domésticas Neema Mevukori, de 11 años, y algunos de sus amigos, cortan la verdura sukumawiki en la cocina. Hoy es su turno ayudar a preparar la comida. – Me parece divertido aprender a cocinar. Así puedo ayudar mejor a mi familia cuando voy a casa
10.00 ¡Recreo y juego! Los recreos y el juego son importantes. Los niños se divierten y su cuerpo se ejercita al hacer distintos movimientos. Naimyakwa intenta atajar y arrojar la pelota.
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6: Taller de recursos En el taller de recursos, Kadogo Songura recibe la ayuda de Loshilari para ajustarse las muletas. – Tuve una enfermedad infecciosa en una pierna cuando era pequeño. Al llegar aquí, la pierna estaba tan dañada que hubo que amputarla. Luego me pusieron una prótesis y empecé el entrenamiento para caminar. Ha sido muy difícil, pero ahora empieza a salir bien de verdad, cuenta Kadogo.
12.30 Almuerzo – Mi plato favorito es frijoles con arroz. Lo comemos dos veces por semana, dice Naimyakwa.
13.30 Escuela y lavado de platos
16.00 Tiempo libre y lavado
Todos los días, algunos chicos ayudan a lavar los platos antes de regresar al aula. Hoy es el turno de Tuplwa Longorini, de 12 años, Rebeca Peter, de 16 años, y Kadogo Sungura, de 19 años.
La mayoría juega al fútbol, se hamaca, sube al carrusel o sólo charla. Los que lo necesitan, lavan la ropa. El lavado también es parte del tratamiento en el centro. Los niños practican movimientos del cuerpo útiles a la vez que aprenden algo que es importante saber.
20.00 Noticias
18.30 Cena
Todas las noches los chicos miran las noticias. Anna y los demás de Huduma ya Walemavu opinan que es importante que los chicos sepan lo que ocurre en Tanzania y en el mundo. Pero por supuesto también pueden ver películas y programas divertidos.
21.00 ¡Buenas noches!
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– Que duermas bien, dice la mamá de la casa Halima Mkopi acariciando a Naimyakwa en la mejilla. Halima duerme junto a los niños para poder oír si alguien necesita ayuda o consuelo durante la noche. Hay tres dormitorios y duerme una mamá de la casa en cada uno.
¡Esfuércense, papás!
– No me gustan los papás que no se hacen responsables cuando tienen un hijo discapacitado. Lamentablemente, aquí es muy común que los papás abandonen a sus hijos cuando esto ocurre. Tanto la mamá como el papá deben ocuparse juntos de estos niños, que son más vulnerables, dice la mamá de la casa y cocinera Martha Lota. 59
Clínica sobre cuatro ruedas llega a 51 pueblos Huduma ya Walemavu trabaja en una zona grande y poco poblada del nordeste de Tanzania, que se compone de sabanas, estepas y montañas. La mayoría de los habitantes vive en pequeños pueblos a los que a menudo no llega ningún camino. – Como las familias suelen ser muy pobres y no tienen dinero para venir a vernos, en su lugar nosotros visitamos a los niños discapacitados en los pueblos, dice Anna. El trabajo de Huduma ya Walemavu alcanza 51 pueblos. Tienen una “clínica móvil” en la que las enfermeras y los fisioterapeutas viajan por el lugar con un jeep de tracción total, para llegar a todos los niños que de otro modo nunca recibirían ayuda. Se necesitan más de dos días para llegar al pueblo más lejano. Cada pueblo es visitado una vez cada tres meses.
Endeshi no sabe ningún idioma Bajo un árbol en un pequeño pueblo, los niños discapacitados y sus padres hablan con el personal de Huduma ya Walemavu. Allí está una pequeña niña sorda de 8 años llamada Endeshi. No sabe ningún idioma, pero su mamá, Nailolie Lebahati, cuenta:
– Esther y Loito, los dos hermanos mayores de Endeshi, también son sordos y siempre recibimos la ayuda de Huduma ya Walemavu para que pudieran ir a una escuela para chicos sordos. Sé que ir a la escuela es el derecho de todos los niños, pero no tengo dinero para pagarla yo misma, ¡así que estoy increíblemente agradecida! – Ahora quiero que también Endeshi pueda ir a la escuela y aprender un idioma. Tiene derecho a hablar con los demás y explicar lo que piensa y opina. A no estar aislada como ahora. Vine aquí para preguntar si Huduma ya Walemavu también puede ayudar a Endeshi. ¡Y sí pueden! ¡Estoy muy feliz! 60
Sueños para el futuro
La hermana mayor de Endeshi, Esther, de 18 años, y su hermano Loito, de 15 años, saben el lenguaje de señas y cuentan sus sueños para el futuro: – Quiero ser enfermera, dice con señas Esther. – Yo aún no me decidí, dice con señas Loito. Mamá Nailolie se entristece un poco al ver a sus hijos hablar sobre el futuro. – Pensar que no tenemos idea de lo que sueña Endeshi. Ojalá que pueda contarlo después de haber ido a la escuela por un tiempo. ¡Quiero saber lo que sueñas!, dice Nailolie mientras abraza a Endeshi.
“Nunca podríamos haber ido a la escuela si no hubiera sido por Anna. Tanto porque somos discapacitados como por ser de una familia pobre. Si una familia pobre tiene dos hijos, uno de ellos es discapacitado y sólo tienen dinero para enviar a un hijo a la escuela, siempre es el hijo ‘sano’ el que puede empezar. La mayoría piensa que no tiene sentido enviar a la
Habrían tenido que mendigar – Si Anna no nos hubiera ayudado, nuestra vida habría sido terrible. Habríamos tenido que mendigar en las calles para tener algo que comer, dice Loeku.
escuela al hijo discapacitado, pues no creen que pueda lograr nada. Muchos creen que si un chico no puede ver o tiene alguna otra discapacidad, entonces su cabeza también está mal. Y entonces piensan que el niño nunca va a poder trabajar, ganar dinero y ayudar a su familia. Por eso opinan que enviar a la escuela a un chico así es desperdiciar el dinero. Con nosotros fue exactamente igual. Enviaban a la escuela a los demás niños del pueblo, pero no a nosotros.
Luego vino Anna y nos dio la oportunidad de tener una buena vida. Recibimos buena atención médica y la posibilidad de ir a una escuela para niños ciegos. Huduma ya Walemavu ya nos ha ayudado económicamente por siete años. La abuela y el abuelo nunca podrían haberlo hecho. En el centro de Anna aprendimos que lo que tuvimos que pasar, no poder ir a la escuela, es discriminación
y una violación de nuestros derechos. Todos los niños tienen derecho a ir a la escuela. ¡Todos los niños tienen el mismo valor! Ahora les digo esto a todos los que conozco. Espero que esto pueda hacer que de a poco la vida sea mejor para los discapacitados. Que seamos tratados con respeto y se respeten nuestros derechos, como los de los demás. ¡En el futuro quiero ser presidente y luchar por los derechos de todos los niños de Tanzania!”
Anna apoya los sueños Los hermanos menores, Tetee y Phillipo, de 16 y 15 años, sueñan con ser maestros cuando sean adultos. – Sin Anna, un sueño así nunca podría hacerse realidad. Pero como Huduma ya Walemavu me ayuda, creo que es totalmente posible, dice Tetee.
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La clínica móvil se detiene en el pueblo donde viven los tres hermanos ciegos Loeku, Tetee y Phillipo. Son huérfanos y reciben la ayuda de Huduma ya Walemavu para ir a una escuela internado. Por lo común, los hermanos viven en la escuela, pero ahora son vacaciones y Anna quiere ver que estén bien en casa de su abuela y su abuelo. Loeku, el hermano mayor, cuenta:
Anna le dio la oportunidad
Loeku quiere ser presidente
Lomniaki
estaba escondido
Lomniaki nació con las piernas dobladas en la dirección incorrecta. Le resultaba difícil sentarse y no pudo aprender a caminar. Su papá no quería que los demás del pueblo lo vieran, así que encerraba a Lomniaki en la casa. No podía jugar con otros niños ni ir a la escuela. – No me tenían en cuenta. Era como si no fuera una verdadera persona. Pero luego vino Anna Mollel y me rescató. Me dio una nueva vida y la amo por eso, dice Lomniaki Olmodooni Mdorosi, de 15 años.
C
uando Lomniaki era pequeño, se quedaba todo el día solo acostado en la casa oscura. Oía cómo los demás niños del pueblo reían y jugaban afuera. No había nada que deseara más que poder estar con ellos. A veces cerraba los ojos y casi creía que en verdad lo estaba. Se ponía igual de triste cada vez que entendía que seguía sin poder usar las piernas, sino que estaba acostado y una pared de barro lo separaba de los otros niños. – En realidad no sé por qué
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papá no quería que los demás me vieran, pero creo que se avergonzaba de que hubiera un niño discapacitado en la familia. Por eso me prohibió salir. Mamá no pensaba así para nada, pero era papá quien decidía. Mamá no podía decir nada al respecto. Pero a veces, cuando papá salía con el ganado, ella me cargaba a escondidas y me dejaba un rato bajo un árbol en el pueblo. Allí veía cómo los demás niños jugaban juntos. Pero no había ninguno que jugara ni hablara conmigo, cuenta Lomniaki.
fuera anciano. Además dijo que se vería obligado a cargarme a la escuela porque yo no podía caminar. Entonces
Odió al papá
Cuando todos los chicos del pueblo empezaron la escuela, Lomniaki no pudo a causa de su papá. – Dijo que yo era deforme. Y que no entendía qué sentido tenía que yo fuera a la escuela, ya que nunca iba a poder cuidar el ganado, conseguir un empleo ni ganar dinero para ayudar a la familia cuando él Lomniaki como alumno del internado de la ciudad…
Los derechos de las chicas – ¡Pensar que no tenía importancia que mamá opinara que yo debía jugar con los demás y poder ir a la escuela! Era papá quien decidía. Punto final. Los puntos de vista de mamá no eran importantes. Anna Mollel me enseñó que eso está muy mal. Los varones y las chicas tienen el mismo valor y por lo tanto deben tener el mismo derecho a expresar su opinión y ser escuchados. Tenemos los mismos derechos. Como abogado, los derechos de las niñas son algo por lo que en verdad lucharé en el futuro.
El árbol de la vida odié a papá. Lo odié porque me arruinó la vida. Al final, su mamá Paulina no lo toleró más. Se sentía tan
mal por el modo en que Lomniaki era tratado que se decidió a dejar a su esposo. Un día cargó a Lomniaki a sus espaldas y dejaron el pueblo para siempre. Paulina caminó por la sabana hacia el pueblo de sus padres y allí los recibieron cálidamente el abuelo de Lomniaki y los tíos maternos con su familia. Podía estar muerto
Al principio, Lomniaki opinaba que todo era mucho mejor. No estaba encerrado en la casa y conoció a otras personas que eran buenas con él y que le hablaban. Su mamá o sus tíos lo llevaban afuera por la mañana y lo acostaban en un cuero de vaca bajo la gran acacia, para que no se sintiera solo. Pero aunque lo pasaba bastante bien, poco a poco empezó a sentirse justamente solo bajo el árbol. Y diferente. – Como no podía participar, correr y jugar, los demás niños muy pronto se aburrían …y como pastor masái en la sabana.
de estar conmigo. Se iban corriendo. Y cuando iban a la escuela, yo quedaba allí bajo el árbol. Para mí era imposible ir a la escuela, pues quedaba muy lejos. Los adultos tampoco tenían mucho tiempo para mí. Los hombres salían con el ganado y en el pueblo, las mujeres trabajaban duro en la casa. Además, Lomniaki necesitaba ayuda con todo. Para vestirse, comer, moverse e ir al baño. – Era embarazoso no poder arreglármelas solo y me sentía cada vez más deprimido. A menudo pensaba en por qué mi papá se avergonzaba de mí y por qué justo yo había nacido así. Lentamente entendí cómo iba a ser mi vida. Nunca iba a poder jugar y estar con los demás del pueblo de verdad. Y nunca iba a poder ir a la escuela. Nunca tendría un empleo ni podría ocuparme del ganado de la familia. Me parecía injusto y sentía que yo no valía lo mismo que los
Anna Mollel va de visita a la casa de Lomniaki. Se sientan bajo la gran acacia y hablan. Anna quiere saber cómo está y si hay algo que necesite. – Al principio, este era el árbol de la decepción. Era aquí donde quedaba acostado solo mientras los otros jugaban o iban a la escuela. ¡Pero ahora lo veo como un buen lugar, donde Anna me rescató y empezó mi nueva y verdadera vida!, dice Lomniaki.
demás. Daba lo mismo que estuviera muerto. Anna Mollel
– Mi nombre Lomniaki significa “bendición”, pero yo
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Protección contra animales salvajes Cuando Lomniaki sale con el ganado, lleva consigo su cayado, su cuchillo y a veces un mazo, por si debe proteger al ganado de los animales salvajes.
Leones y hienas – Los elefantes y las jirafas a menudo pasan por afuera, y las hienas vienen por aquí todas las noches. Adoro a los animales salvajes que hay aquí, pero para que los animales carnívoros hambrientos no puedan acercarse al ganado, hicimos una barrera de fuertes arbustos espinosos alrededor de todo el pueblo. Más lejos, hacia las montañas y la selva hay leones, guepardos y leopardos. Cuando salía con el ganado y veía un león, ¡me asustaba mucho y corría! Cuando sea mayor, me darán una lanza como a todos los demás guerreros masái. Entonces quizá sea más valiente, dice Lomniaki riendo. Aquí, su tío Simon entrena con la lanza.
Juntos – Cuando regreso a casa en las vacaciones, ahora puedo cuidar el ganado de mi familia, igual que los demás chicos de mi edad del pueblo. A menudo lo hacemos juntos. El ganado es una de las cosas más importantes para los masái y poder trabajar con los animales significa mucho para mí, dice Lomniaki. Lleva a pastar las cabras junto a sus amigos Juma (de rojo) y Musa, ambos de 16 años.
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pensaba que había un error en alguna parte. El nombre había sido pensado para otro chico. Yo no era una bendición. Era una maldición. Pero había alguien que había oído hablar de Lomniaki, que consideraba que tenía el mismo valor que todos los demás y que no pensaba rendirse hasta que Lomniaki tuviera una buena vida. Se trataba de Anna Mollel. – Nunca olvido la tarde en la que Anna vino al pueblo por primera vez. Yo tenía casi diez años y estaba solo durmiendo bajo el árbol, pero me desperté sobresaltado al oír el ruido de un jeep. Como nunca había visto un auto, me aterroricé al verlo acercarse a mí. Grité y lloré. Bajó una mujer, se acercó a mí y se sentó. Sonrió, me acarició con cuidado la cabeza e intentó consolarme. Dijo que no tenía que tener miedo y que había venido a ayudarme. Era Anna. Anna le contó a Paulina, la mamá, que Lomniaki podía someterse a una operación que haría posible que camina-
ra totalmente solo. También le contó que era muy posible que Lomniaki empezara la escuela como todos los demás chicos. – Mamá se puso muy feliz y quería que Anna me llevara de inmediato. Pero como mis tíos no estaban en casa, no pudo ser. Mamá debía tener el permiso de sus hermanos y Anna tuvo que irse sin mí. La tercera es la vencida
Anna sabía que cuanto más creciera Lomniaki, más difícil sería corregir sus piernas. Si no lo operaban pronto, el daño iba a ser peor y nunca iba a aprender a caminar. Había prisa. Así que en lugar de esperar tres meses, cuando en realidad sería el momento en que la clínica móvil visitaría nuevamente el pueblo, ella regresó sólo una semana más tarde para hablar con los tíos. Se sentaron bajo la acacia y Anna les explicó acerca de la operación y del futuro de Lomniaki a los tíos y al abuelo. Lomniaki nunca había visto algo así. – Nunca antes había visto a una mujer que se animara a
hablarle de ese modo a los hombres. Tampoco había visto nunca a los hombres escuchar a una mujer como lo hicieron mis tíos bajo el árbol. Anna en verdad era diferente. La familia de Lomniaki aportaría algo de dinero para cubrir una parte de los costos de su alimentación en el centro. Como no tenían dinero en ese momento, decidieron que Anna regresara luego de tres semanas a recoger a Lomniaki. Mientras esperaba el regreso de Anna, Lomniaki empezó a atreverse a tener esperanzas de que en verdad su vida cambiaría. Pero la esperanza de una vida mejor llegó a morir antes de que se cumplieran las tres semanas. Cuando Anna regresó por tercera vez, la mamá Paulina le contó desesperada que la familia no había logrado reunir el dinero que se necesitaba. No podían pagar. - Recuerdo que entonces Anna me miró y dijo: “Tranquilo, Lomniaki. Está bien. Por supuesto que te ayudaré de todos modos. ¡Lo solucionaremos de algún
modo!” Primero creí que bromeaba, pero no lo hacía. Esa misma tarde, Anna subió a Lomniaki al jeep. El viaje hacia su nueva vida había comenzado. Uno de la pandilla
En seguida, Lomniaki se sintió muy a gusto en el centro de Anna. Además de que Anna y las mamás de la casa hacían todo lo posible para que lo pasara bien, finalmente pudo empezar la escuela y aprender a leer y escribir. Allí también aprendió sobre los derechos del niño. Y por primera vez en su vida, conoció a otros niños con discapacidades. – Me sentí muy bien al conocer a todos. En casa siempre había sido el único niño con discapacidad. Siempre había estado solo y me sentía afuera. En el centro hice pronto muchísimos buenos amigos nuevos. Podíamos hablar de todo porque nos entendíamos muy bien unos a otros. Y no me quedaba acostado solo como en casa, sino que siempre había alguno de mis nuevos amigos que me
llevaba en una silla de ruedas para que pudiera participar. Por primera vez en la vida no me sentí diferente, sino uno de la pandilla. ¡Fue una sensación fantástica! Luego de dos semanas, Lomniaki fue sometido a la operación en el hospital de la ciudad. Cuando regresó al centro empezó a hacer fisioterapia y entrenamiento para caminar. – La primera semana me dolían las piernas y me caía todo el tiempo. Pero mejoré cada vez más y pronto pude caminar con muletas. Luego de entrenar un año, me animé a dejar las muletas en fisioterapia y al fin pude caminar totalmente solo. ¡Fue el día más feliz de mi vida! Quiere ser abogado
Luego de un año más, las piernas de Lomniaki estaban tan bien que pudo dejar el centro. Entonces Anna lo ayudó para que empezara a ir a la escuela. Primero pensaron en la escuela de su pueblo, pero entendieron que él tendría que caminar demasiado.
Lomniaki Olmodooni Mdorosi, 15 AMA: Estudiar y aprender sobre el mundo. Geografía e historia. ODIA: No poder participar. Estar solo no es vida. LO MEJOR: Cuando Anna me dio la posibilidad de operarme e ir a la escuela. Poder ser una persona común, una persona de verdad. LO PEOR: Que se violaran mis derechos cuando era pequeño. Me escondían y no me dejaban ir a la escuela. ADMIRA A: ¡Anna Mollel, por supuesto! Me salvó la vida. QUIERE SER: Abogado y luchar por todos los niños que me necesiten. SUEÑO: Que todos los niños discapacitados de todo el mundo puedan tener una buena vida y ser felices.
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– Mis piernas no eran lo suficientemente fuertes para que yo soportara caminar hasta la escuela por la estepa, además de que no habría tenido oportunidad de escapar si venían animales salvajes. Así que en su lugar, Anna me ayudó a empezar en un internado de la ciudad. Ahora voy a primer año del secundario y Huduma ya Walemavu sigue pagándome todo. El uniforme, los libros, ¡todo! Y estoy muy agradecido por eso. Si no
lo hubieran hecho, nunca habría tenido la oportunidad de ir a la escuela. Lomniaki adora ir a su casa en el pueblo en las vacaciones, y ahora puede ayudar con el ganado sin problemas junto a sus amigos de la misma edad. Pero aun así sueña con el tiempo seguir estudiando para ser abogado. – Quiero ser como Anna y dedicar toda mi vida a luchar por los derechos de los niños excluidos, tal como ella luchó
por mí. Imagínate que ella hizo el largo y duro viaje a través de la sabana hasta mi pueblo tres veces para rescatarme. En verdad le importaba. Nunca lo olvidaré. Si Anna se hubiera dado por vencida y no hubiera regresado, yo aún estaría solo dentro de la casa o bajo el árbol sin poder moverme. En cambio, ella me dio una vida que vale la pena vivir.
Técnica informática La hermana menor de Lomniaki, Naraka, de 12 años, recoge agua, ordeña y ayuda a preparar la comida todos los días. Pero también va a la escuela. - Ahora voy a empezar séptimo y en el futuro quiero trabajar con computadoras, dice Naraka.
Historias junto al fuego Lomniaki se sienta con su tío mayor, Karaine (a la izquierda) y otros hombres junto al fuego. Están asando una cabra. – Por la noche, todas las familias se sientan en su casa en torno al fuego, preparan la comida y hablan. A menudo contamos historias sobre el ganado y los animales salvajes que vimos en la sabana. Me encanta, dice Lomniaki.
Nació con fluorosis esquelética La enfermedad de los huesos con la que nació Lomniaki se llama fluorosis esquelética y es causada por la ingestión de demasiado flúor en el agua. El flúor se almacena en el esqueleto y puede causar rigidez, dolor, miembros torcidos y parálisis. Afecta a millones de personas en el mundo. A menudo se encuentra un contenido de flúor naturalmente alto en el agua potable al pie de altas montañas volcánicas, como en el Valle del Rift, de África Oriental, donde vive Lomniaki. Muchas de las regiones con contenido de flúor peligrosamente alto son secas, así que la gente que vive allí se ve obligada a beber el agua de todos modos. En Tanzania, más del 30 % del agua potable del país tiene un contenido de flúor demasiado alto.
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Hermosas calabazas
Al regresar a casa con el ganado, Lomniaki se sienta fuera de la casa y bebe leche junto a su mamá Paulina y su pequeña hermana Nashipai, de 6 años. Beben en calabazas que Paulina decoró con hermosas perlas. – Amo a mamá porque se atrevió a dejar a papá. Eso muestra que en verdad me ama y le importo. No he vuelto a ver a papá desde entonces.
¡Anna le dio los saltos! – Tras la operación, puedo bailar con los demás en el pueblo. Las danzas son importantes para nosotros los masái, así que eso me alegra mucho. Nunca había creído que alguna vez en la vida iba a poder participar y bailar. ¡Nunca! Pero Anna lo hizo posible. Aquí Lomniaki baila el Longwesi, que significa Día de Semana. En la danza, los varones se desafían mutuamente con altos saltos. El más alto gana. Aquí Lomniaki compite con su amigo Babu.
¡Jacob quiere correr! En una cama del hospital Arusha Lutheran Medical Centre, está acostado Jacob Loishooki Lazer con ambas piernas enyesadas. Acaba de pasar por una operación igual a la de Lomniaki y está feliz. “Al principio me dolía, pero mejoró cada vez más. Estoy muy alegre porque pronto voy a poder caminar y así podré ayudar a mi familia de verdad. Antes de venir aquí, intentaba ayudar a pastar a nuestras vacas y cabras, pero era una lucha para mí porque sentía un dolor terrible en las rodillas. Ahora, de a poco podré incluso caminar largas distancias con los animales durante las sequías, cuando necesitan pasturas frescas. Y voy a poder jugar con mis amigos. ¡Lo que más quisiera es quitarme el yeso y correr ahora mismo con mis piernas sanas!”
No está solo Jacob ha estado cuatro días en el hospital y todo el tiempo, las 24 horas, la mamá de la casa Neema, del centro de Anna, ha estado con él. – Es muy importante que los niños no se sientan solos. Le cuento historias, leo libros y lo consuelo cuando lo necesita, dice Neema Eliphas Mollel. – Cuando te vayas de aquí, debes cuidarte las piernas. Es importante que te mantengas limpio para que las heridas no se infecten, ¿de acuerdo? Dentro de seis semanas, vendrás aquí. Si todo está bien, quitaremos el yeso y entonces podrás empezar con la gimnasia de rehabilitación y el entrenamiento para caminar en el centro, dice la enfermera Lilian Michael.
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Clase sobre derechos del niño Es lunes por la mañana y como de costumbre, Anna se encuentra con los chicos en la pequeña escuela:
– Buenos días a todos, ¿cómo están?, pregunta Anna. – ¡Buenos días, abuela! ¡Estamos bien!, contesta la clase entusiasmada. – ¡Bien! ¿Se divierten en la escuela? – ¡Sí, abuela! – ¡Bien! ¿Se cuidan unos a otros? – ¡Sí! – Bien, es muy importante. ¿Alguno puede contarme cuáles son los derechos que tienen los niños?, pregunta Anna. Inmediatamente, los niños empiezan a agitar la mano. Hay muchos que quieren responder. – Poder ir a la escuela, dice Theresia, de 12 años. – Poder ir al hospital si uno lo necesita, dice Baraka, de 9 años. – Poder jugar y participar, contesta Violet, de 7 años. – Exacto, esos son algunos de sus derechos. ¿Y cómo es para los niños discapacitados? – Es lo mismo, abuela, contesta Violet. – Exacto. Los niños discapacitados tienen exactamente los mismos derechos que los demás. Poder ir a la escuela, recibir atención médica, jugar y ser amados. Todos fuimos creados por Dios y debemos ser tratados con respeto. ¡No lo olviden!, dice Anna mientras sonríe con todo el cuerpo al mirar a “sus” niños.
Anna y su escuela para todos
E
n una pequeña colina de Moivo, el pueblo natal de Anna Mollel, está la pequeña escuela que ella creó en 2009, cuando se jubiló de Huduma ya Walemavu y volvió a mudarse a su pueblo. En maa la escuela se llama Engilanget, la escuela de la luz. Los 25 alumnos vienen de familias muy pobres. Muchos son huérfanos, algunos son discapacitados, otros tienen vih. Para Anna todos los niños son bienvenidos. En especial, los niños de los que nadie más quiere ocuparse.
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“¡Prohibido golpear a mis niños!” – Está prohibido golpear a los niños en mi escuela. Nunca se debe golpear a los niños. Nunca se debe asustar a los niños. Sólo explicar y amar. Un niño que es golpeado va a golpear a otros. El castigo físico es común en las escuelas de Tanzania, pero si un maestro golpeara a alguno de mis niños, ¡él o ella sería despedido de inmediato!, dice Anna.
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– Sabía que muchos niños discapacitados no tenían la oportunidad de ir a la escuela a la que iban la mayoría de los niños. Quedaba demasiado lejos y era muy costosa. Es muy injusto, y decidí crear una escuela adonde los niños discapacitados asistieran junto a niños sin discapacidad. Una escuela donde los niños aprendieran a entender que todos valemos lo mismo, tenemos los mismos derechos y la misma necesidad de ser amados, dice Anna.
Rascacielos – Construimos un rascacielos, dice Fanuel. – Sí, y cuando seamos grandes vamos a construir casas así de verdad. En la realidad nunca vimos un rascacielos, sólo en los diarios y en la TV, dice su amigo Baraka, de 9 años.
Le encanta el fútbol – En mi escuela todos pueden participar y jugar. Los demás nos agradan, dice Fanuel, que adora jugar al fútbol en los recreos.
¡Anna ama a todos los niños! “Soy feliz cuando voy a la escuela. Aquí todos los compañeros están con todos. Siento como si fuéramos hermanos y nos cuidamos unos a otros. Soy huérfana y vivo con mi abuela. Nunca habíamos tenido dinero para ir a otra escuela. Anna me gusta mucho porque puedo venir aquí. Tiene un gran corazón y siempre nos cuida, más que otros adultos.” Theresia Edward, 12 años
El costurero de Anna ayuda a los niños – Muchos niños de mi escuela vienen de familias tan pobres que no pueden pagar ni uniformes escolares, ni libros, ni la muy baja cuota que cubre el sueldo de mis dos maestros. Tengo un pequeño costurero donde fabrico telas que se llaman koikoi, que luego vendo. Con el dinero compro uniformes, zapatos, libros, lapiceras y todo lo demás con lo que necesitan ayuda los niños más pobres de la clase, dice Anna.
Invento ingenioso Theresia en el huerto de Anna – Cultivo frijoles y otras verduras que los niños comen en el almuerzo. Sé que incluso los alumnos más pobres al menos reciben una comida alimenticia al día, dice Anna.
– Esta rueca se llama chaka. La hicimos mi hijo y yo con una vieja rueda de bicicleta. No se necesita tener mucho dinero o máquinas caras para ayudar a otros. ¡Pero se necesita fantasía y ser ingenioso! Si nos sentáramos a esperar que alguien nos diera mucho dinero antes de empezar, tendríamos que esperar mucho, mucho tiempo. Hay tantos niños que necesitan nuestra ayuda. Por eso lo solucionamos así, a nuestro modo, dice Anna riendo.
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