Esp Sakeena Yacoobi, Afghanistan

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Sakena Yacoobi ¿POR QUÉ SE NOMINA A SAKENA?

NO M IN A DA • Páginas 70–89

Sakena creó su organización Afghan Institute of Learning (AIL) en 1995, bajo opresiones y en plena guerra. El régimen de los talibanes había prohibido a las niñas ir a la escuela. Pero Sakena abrió 80 escuelas secretas, formó maestros y creó bibliotecas escolares móviles y secretas. Actualmente, Sakena y AIL dirigen cientos de escuelas, clínicas de salud y hospitales en Afganistán y Pakistán, y han capacitado a 19.000 maestros. Cada año brindan educación y atención médica a 125.000 niños. Los maestros aprenden nuevas metodologías y han ayudado a 4,6 millones de niños a aprender habilidades de pensamiento crítico. Mediante el trabajo de Sakena, más de 5,5 millones de niños afganos ganaron fe en el futuro y nuevas posibilidades, pese a la pobreza y a los 30 años de guerra en Afganistán.

– Un aula, una pizarra negra, algunas tizas y maestros capacitados. Es todo lo que se necesita para cambiar la vida de todos los niños de un pueblo, dice Sakena Yacoobi. Su maestra les enseña a las chicas en la sala de computación.

Cuando Sakena Yacoobi es pequeña, es la única niña en la clase. Piensa: “¿Por qué las niñas no pueden ir a la escuela?”. Al empezar la guerra en Afganistán, Sakena está estudiando en EE. UU. Quiere regresar a casa y ayudar a los más afectados por la guerra, los niños y las mujeres. Cuando prohíben que las niñas asistan a la escuela, abre escuelas secretas. Casi 20 años más tarde, continúa luchando por los niños de Afganistán y más de 700.000 niños han recibido la ayuda de Sakena y de su organización AIL para ir a la escuela y recibir atención médica.

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a historia de Sakena empieza muchos años atrás, en Herat, que es una bella y antigua ciudad. El papá de Sakena compra y vende casas, refrigeradores y

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Sakena Yacoobi es nominada al Premio de los Niños del Mundo 2012 por su larga y peligrosa lucha para dar a los niños y mujeres afganos el derecho a la educación, la atención médica y el conocimiento de sus derechos.

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aparatos de radio del exte­ rior. Su mamá es ama de casa. Sakena es la primera hija y por mucho tiempo, la única. Por eso el papá quiere que

sea tanto una hija como un hijo para él. Cuando sólo tie­ ne cuatro años, la anota en una escuela religiosa, donde es maestro un mulá o sacer­ dote musulmán. – Era la única niña en una clase de 15 alumnos. No era tímida, pero los varones podían fastidiarme. ¿Por qué una niña va a la escuela?, me preguntaban. Yo pensa­ ba: ¿por qué no va a estudiar una niña? A veces los chicos me golpeaban. Cuando me quejaba ante el mulá, no les decía nada a ellos. En cam­ bio, ¡se enojaba conmigo! Pero me resultaba fácil aprender. A los 6 años sabía tanto como el mulá, cuenta Sakena. Vestida de varón

De pequeña, Sakena lleva un


pequeño chal sobre la cabeza, como deben llevar las niñas según la tradición afgana. Pero a veces el papá de Sakena la viste de varón. – Escondía mi pelo largo bajo un gorro. Y me ponía una camisa y pantalones. ¡Zas!, me había convertido en un varón. ¡Era divertido! Entonces podía participar en los juegos salvajes de los niños. Jugábamos pulseadas, luchábamos y nos golpeába­ mos. Yo era grande y fuerte para mi edad y a menudo ganaba. El papá lleva a Sakena a todas partes, en viajes de negocios, cenas y fiestas don­ de sólo hay hombres. Quiere tener un hijo más, preferible­ mente un varón, pero no llega. – Mamá siempre estaba embarazada, pero los niños no sobrevivían. Una vez tuvo una hemorragia durante el parto. Los bebés nacían

muertos. O tan débiles que sólo sobrevivían un par de semanas. Era terrible ver lo triste que se ponía mamá cuando perdía un niño que había llevado durante nueve meses. Lo mismo le ocurría a otras mujeres del barrio. Así que pensé: ¿Por qué deben terminar mal tantas mujeres y niños? ¡Entonces me decidí a cambiarlo! El secreto de papá

El papá de Sakena es severo. Después de la escuela hay que hacer la tarea, no jugar. Todas las noches, ella le enseña el cuaderno donde hizo la tarea. Él mira, frunce el ceño y dice: “¡Puedes hacerlo mejor! ¡Hazlo otra vez, hazlo bien!” Entonces tiene que hacer todo desde el principio. Un día, cuando Sakena tie­ ne 10 años, le enseña la tarea como de costumbre y recibe la respuesta habitual: “¡No está bien! ¡Hazlo otra vez!” Pero como Sakena sabe que no hay ningún error, cobra coraje y responde: “¡Lee y señala exactamente lo que está mal!” Y le devuelve el cuaderno al papá. Él sólo la mira y dice en voz baja: “No sé leer”. – Luego miró hacia otra parte. Pude oír que lloraba.

Fue una sorpresa. Creía que papá lo sabía todo, pero era analfabeto. Durante todos esos años sólo había fingido controlar mi tarea. Y yo me había dejado engañar. Después de ese día, nunca más volvió a preguntarme por la tarea. Nunca le conté a nadie lo que había ocurrido. Se transformó en nuestro secreto. Papá no quería que la gente supiera que no sabía leer ni escribir. Pretendientes rechazados

Sakena oye a menudo a la abuela, a las tías y a otros parientes quejarse porque su mamá no da a luz varones. Dicen que la mamá de Sakena no vale nada, que su papá debería conseguir una nueva

esposa más joven. Es horrible oír eso, opina Sakena. Pero el papá no quiere tomar una nueva esposa joven, está satis­ fecho con la que tiene. Al final, cuando Sakena tie­ ne 14 años, nace su hermano menor. Ella ahora va a octavo grado y se ocupa de todo el papeleo en el negocio del papá. Es como su secretaria. En la escuela, las chicas van dejando una tras otra. Se casan y se vuelven amas de casa, a pesar de que son sólo niñas. El matrimonio infantil es común en Afganistán. También Sakena tiene preten­ dientes. – Era obesa y no muy her­ mosa, pero aun así muchos querían casarse conmigo, porque tenía buena reputa­

Alá es Dios En los textos sobre Sakena y su trabajo por los niños de Afganistán a veces dice Alá y a veces Dios. Pero es lo mismo. Alá significa Dios.

El país más peligroso para las mujeres Afganistán es el país más peligroso para las mujeres. La violencia, la falta de asistencia médica y la gran pobreza hacen que las mujeres afganas sean las más expuestas. Una de cada once mujeres muere al dar a luz a su hijo. Cuatro de cada cinco chicas es entregada en un matrimonio forzoso o arreglado. Sólo una de cada diez mujeres sabe leer y escribir.

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ción. Pero papá siempre me preguntaba: “Sakena, ¿quie­ res casarte con este hombre?” Y yo siempre respondía: “No, papá, ¡quiero ir a la escuela!” Y papá lo respetaba. Era un buen hombre. A casa con los niños

Sakena es la primera de la familia que termina la escuela primaria. Después del secun­ dario, quiere seguir estudian­ do, pero para entonces hay sólo una universidad en todo el país. Queda en otra ciudad, lejos de casa. El problema se soluciona cuando Sakena se

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hace amiga de una familia estadounidense que visitaba Afganistán. Dicen que pueden llevarla con ellos a EE. UU. para que estudie allí. Sakena quiere hacerlo. El papá cavila largo tiempo. Permitir a su hija estudiar cerca de casa es una cosa, dejarla marchar sola al otro lado del planeta es otra. Pero finalmente dice que sí. Sakena se alegra mucho. Al mismo tiempo que Sakena Yacoobi se muda a EE. UU. empieza la guerra en Afganistán. Las ciudades y los pueblos son bombardeados, se libran luchas en los callejo­

nes y en las montañas. Muchos son asesinados o deben huir. Tras muchas peri­ pecias, la mamá, el papá y el hermano de Sakena logran llegar a EE. UU. La familia vuelve a reunirse. El relato podría haber terminado aquí, pero Sakena no puede olvidar su patria. No está satisfecha viviendo con libertad y segu­

ridad mientras su pueblo sufre. Necesitan escuelas y hospitales. – Mi corazón ardía por mi pueblo. Quería ayudar a todos los afectados por la gue­ rra, en especial a las mujeres y a los niños. Mis padres no estuvieron felices con mi decisión. Mamá dijo: “No puedes dejarnos otra vez.

Afganistán En Afganistán viven 28 millones de personas. Allí hay altas montañas que están cubiertas de nieve todo el año, profundos valles, bosques y grandes desiertos. Los veranos son calurosos, más de 40 grados. En invierno puede

hacer –20 grados, con tormentas de nieve y hielo. Se cultiva arroz, papa, granada, mango y sandía. Hay muchos animales salvajes y exóticos, como osos, águilas, gacelas y leopardos de las nieves. La gente tiene corderos y vacas como


La meta de Sakena Yacoobi es que no haya ni una sola niña en Afganistán que no pueda ir a la escuela a aprender a leer.

Debemos estar todos juntos.” Pero mi papá estuvo de acuer­ do conmigo. “Si es lo que quieres, también es la volun­ tad de Dios”, dijo. Sakena viaja a los campos de refugiados afganos, donde consigue un empleo como directora de un programa para maestros. Pronto abre una escuela para chicas. Y

otra más. Y otra. Un año des­ pués, asisten 3.000 chicas a las escuelas de Sakena. El año siguiente ya son 27.000. Sakena crea también hospita­ les e imparte formación docente. Cuando los taliba­ nes, que en ese tiempo gobier­ nan Afganistán, prohíben a las niñas ir a la escuela, Sakena no se rinde. En cam­

ganado, y caballos, asnos y camellos como animales de carga o para cabalgar.

entre sí. Muchas personas inocentes fueron afectadas por las guerras. Todos los afganos tienen parientes que fueron asesinados o heridos, y muchas familias se vieron obligadas a huir de su hogar. Actualmente el gobierno lucha con la ayuda de soldados de EE. UU. y varios países más, contra los talibanes y otros grupos rebeldes. No parece que vaya a “ganar”

Guerras

Ha habido guerras en Afganistán por más de treinta años, sólo los ancianos recuerdan un tiempo en que reinó la paz. A veces, ejércitos extranjeros ocuparon el país; otras veces, diversos grupos afganos lucharon

Los niños y sus mamás esperan en uno de los hospitales que Sakena Yacoobi y AIL dirigen en Afganistán.

ningún grupo, la guerra simplemente continúa. Los talibanes

El mayor grupo rebelde se hace llamar talibán. Antes gobernó el país, y entonces prohibió a las mujeres trabajar y a las niñas ir a la escuela. También prohibió por ejemplo el baile, la música, las cometas y la TV. Los que se negaban a obedecer eran

asesinados o azotados. Los talibanes pertenecen a un movimiento islámico fanático. Hoy luchan para recuperar el poder. Hacen estallar bombas, tienden emboscadas y asesinan a muchas personas. Pero también los soldados del gobierno, de EE. UU. y de otros países a veces asesinan a personas comunes.

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Aprende dari y pashto En Afganistán se hablan más de treinta idiomas distintos, pero el dari y el pashto son los idiomas oficiales.

bio, abre escuelas secretas para niñas. Llega a haber 80 escuelas secretas. El tiempo pasa y Sakena trabaja el día entero. – No tuve hijos propios, pero me siento orgullosa y alegre cuando pienso en todos los niños que ayudé. Miles y miles de niñas afganas. También muchos varones. Los amo como si fueran mis hijos. Son los niños los que son el futuro de Afganistán. Amenazas de muerte y guardaespaldas

A veces Sakena recibe amena­ zas de muerte de hombres que opinan que las niñas no deben ir a la escuela. Así que la protegen guardaespaldas. Otras veces, pandillas arma­ das cierran sus escuelas y hos­ pitales. Entonces vuelve a abrirlas en secreto. Sakena Yacoobi nunca se rinde. Su meta es que no haya ni una 74

sola niña que no pueda ir a la escuela a aprender a leer. – Todos tienen derecho a ir a la escuela. Es tan importante como comer o respirar. En EE. UU. y Europa los niños tienen computadoras, videojuegos y teléfonos móvi­ les. ¿Por qué los niños afganos ni siquiera van a poder ir a la escuela? No se necesita mucho. Un aula, una pizarra negra, algunas tizas y un maestro capacitado. Es todo lo que se necesita para cambiar la vida de todos los niños de un pueblo entero. En lo per­ sonal, no habría llegado tan lejos si mi papá no me hubiera permitido estudiar.  Cuando Sakena Yacoobi era pequeña y la única niña de la clase, pensaba: “¿Por qué las niñas no pueden ir a la escuela?”. Ha dedicado su vida a dar a las niñas y niños de Afganistán esa posibilidad.

dari pashto Uno yak yau Dos du dua Tres se drei Cuatro chahar tsalare Cinco panj penza Sí/ No Bala/Na Hoo/Na ¡Buen día! Salam aleikum Salam aleikum Adiós Khod hafez De kuday pe aman ¿Cómo te llamas? Nametan Staa num chist? tse day? ¡Me llamo Namam Zama num Muhammed! Muhammed Muhammed deh! hast!


A Nouria la llevan a la escuela. Ya no necesita ir a una escuela secreta.

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os años pasaron. Nouria cumplió siete años y empezó a estudiar en una escuela levantada por la organización de Sakena Yacoobi, AIL. Nouria era buena para leer y escribir, pero le resultaba más difícil la matemática. Adoraba la escuela, donde varones y

niñas iban al mismo curso. Pero un día, cuando Nouria llegó a la escuela, había una nota clavada con un cuchillo en la puerta. “La escuela está cerrada. Le cortaremos el cuello a quien envíe aquí a sus hijos”, decía. Nouria, que ya tenía 11 años, entendió lo que impli­

Nouria, 14 PLATO FAVORITO: Las golosinas. MEJOR AMIGA: Mi prima Fatima. QUIERE SER: Maestra. LE GUSTA: La escuela, la poesía,

los cuentos, los dulces. DETESTA: La guerra. ANIMAL FAVORITO: El tigre y el águila.

caba. ¡Los talibanes habían cerrado la escuela! Corrió a casa y se lo contó a su papá. El mismo día, los soldados tali­ banes se presentaron en el pueblo. Fueron de casa en casa diciendo que habían tomado el pueblo. Nadie debía desafiar sus órdenes. – Tenían barba larga y tur­ bante negro. Y muchas armas... pistolas, fusiles y ametralladoras. Me sentí tris­ te y asustada por lo que podía ocurrir, cuenta Nouria. Tomaron la comida

Los talibanes empezaron a exigir cosas a la gente del pueblo. Venían tarde en la noche y golpeaban la puerta. “Danos comida”, decían, “o 75

La tormenta tronaba y la lluvia azotaba las casas de barro del pueblo Ghani Khel la noche en que ella nació hace catorce años. El papá de la niña, Khan Wali, la levantó a la luz de una lámpara de gas y prometió: – Tendrás las mismas oportunidades que un varón, podrás ir a la escuela y aprender una profesión. El nombre de la niña fue Nouria. En árabe, significa luz. “Será un ejemplo para otras chicas”, escribió el papá en la contratapa del Corán, el libro sagrado del Islam, la noche en que ella nació.

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Nouria fue a la escuela secreta


los mataremos a golpes”. Como eran muchos y estaban armados, la gente no se ani­ maba a desobedecer. El papá de Nouria le pidió a la mamá, Amina, que les ofreciera todo lo que tenían. Arroz, chuletas de cordero, pasas, nueces y verduras. Nouria se mantuvo escondida, pero espió a través de la abertura de una cortina. Allí estaban los soldados devorándose la comida de la familia. Luego desaparecie­ ron en la noche. Una vez tras otra ocurrió lo mismo. A la familia le faltaba la comida y a menudo Nouria se dormía con hambre. Escuela secreta

La escuela permaneció cerra­ da. Hasta que al papá de Nouria y a los maestros de la escuela de Sakena Yacoobi se les ocurrió un plan para dictar clases en secreto. – Se reunía un grupo de alumnos con un maestro en la cocina o la sala de la casa de alguien. Para ir allí sin ser descubiertos, fingíamos hacer mandados. Escondíamos los libros escolares bajo los burkas. Luego regresábamos a casa, uno por uno, no en grupo. Era horrible, pero también un poco emocionan­ te. No confiábamos en todos los del pueblo, algunos veci­ nos se pusieron de parte de los

talibanes y pensaban que las chicas no debían ir a la escue­ la, recuerda Nouria. Por más de un año, los tali­ banes manejaron el pueblo y Nouria asistió a la escuela secreta. Hasta que un día hubo una noticia en la radio. El líder talibán de los hom­ bres que aterrorizaban a los pobladores rurales había muerto en una lucha. Ahora Nouria y los demás chicos respiraron aliviados. La escuela podía abrir otra vez en su edificio de costumbre, con salones de clase, bancos y pizarras negras. Los poblado­ res que habían apoyado a los talibanes huyeron.

Los padres de Nouria la extrañan, pues vive muy lejos de su casa, pero su papá dice que vale la pena. – Mi hija será un ejemplo, una luz para otros niños. Lo prometí cuando nació. Así que tiene que ir a una buena escuela, aunque signifique no poder vernos todos los días. Es como dice el poeta: “Una hermosa flor a menudo tiene un tallo espinoso”. 

Sueños para el futuro

Pasaron dos años y Nouria tiene 14 años. Hace poco se mudó con su abuelo a la gran ciudad de Herat para asistir a una nueva escuela. En el pueblo sólo se puede estudiar hasta sexto grado. Nouria sueña con ser maestra y enseñarle a las chicas sobre sus derechos: – Lamentablemente, las chicas no tienen las mismas posibilidades que los varones en Afganistán. Pero no ten­ dría que haber diferencia. Somos iguales. Lo aprendí en la escuela de Sakena Yacoobi. Sin ella, ni siquiera sabría escribir mi propio nombre.

– Mi hija será un ejemplo, una luz para los demás niños. Lo prometí cuando nació, dice el papá de Nouria.

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Papá fumaba opio Fatima, la prima de Nouria, creció constantemente aterrada de su papá. Él la golpeaba y vendía todo lo que tenía la familia para comprar opio, una droga peligrosa. Hoy Fatima tiene una buena vida, desde que recibió la ayuda de su tío materno.

El opio es una droga peligrosa. Se obtiene de la amapola, una bella flor roja que se cultiva en grandes campos de Afganistán. El opio se puede fumar. Con él también se puede hacer heroína, que se inyecta con una aguja. El que utiliza la droga se vuelve dependiente y sólo piensa en cómo conseguir más, no en cómo conseguirá comida su familia. Principalmente son los hombres los que abusan de ella. Los campesinos afganos cultivan opio porque son pobres y la paga es buena, no porque les gusten las drogas.

Papá vendió todo

La familia de Fatima vivía en un pueblo lejos en el campo, en una sencilla casa de barro con altas pare­ des. Fatima se sentía constantemente asus­ tada y triste. No se animaba a contarle a nadie lo que ocurría en su casa. El papá había dicho que si lo hacía, iba a matarla a golpes. En la escuela, Fatima estaba callada todo el tiempo y no tenía amigas en la clase. Los demás alumnos pensaban que era rara. Por las noches,

Fatima tenía pesadillas. Antes de dormirse, se acosta­ ba y fantaseaba con escapar de su hogar. Deseaba haber tenido otro padre, un papá grande, fuerte y bueno. – A papá sólo le importaba conseguir dinero para el opio. Lo despidieron del trabajo. Entonces, vendió todos nues­ tros utensilios, ollas, vasos y cuchillos. Mi tío materno nos daba algo de comida, de otro modo habríamos muerto de hambre. Pero a veces papá vendía hasta la comida. Me dolía la cabeza del hambre y me resultaba difícil concen­ trarme en la escuela.

Fatima, 15 INTERESES: La escuela, TV,

música. MEJOR AMIGA: Mi prima Nouria. FRUTA FAVORITA: Mango y melón. QUIERE SER: Abogada. ODIA: Las drogas y la guerra. OBJETO FAVORITO: Mi nueva mochila

escolar. ÍDOLO: Mi tío Khan Wali, que opina que las chicas deben estudiar.

Una nueva vida

Una vez, el papá de Fatima intentó dejar de fumar opio. Al principio le fue bien. Logró conseguir un empleo y empezó a ganar algo de dine­ ro. Pero pronto volvieron a despedirlo. Había empezado a fumar. – Fue una desilusión. Pero lo peor fue cuando vi a mi hermano menor, que sólo tenía 5 años, imitar a papá. Mi hermanito encendió un tallo de caña y fingió fumar, como si fuera un cigarrillo de opio. Entonces me desesperé. ¿También él iba a ser como papá? ¿Nunca se terminaría Cuando el papá de Fatima irrumpió en la casa del tío Khan Walis y robó dinero y un teléfono móvil, fue lo últi­ mo que hizo en el pueblo. El tío le dio al papá una verdade­

ra paliza. Luego se llevó a Fatima, a su mamá y a su her­ mano menor consigo. Echaron al papá del pueblo y para Fatima empezó una vida totalmente nueva. – Fue como despertar de una pesadilla. Nadie nos gol­ peaba y podíamos comer bien todos los días. Yo tenía mucho que recuperar en la escuela y empecé a estudiar en el centro de enseñanza de AIL por las tardes. Allí apren­ dí a leer, escribir y superar mi timidez. Mamá también empezó a estudiar allí. Ella, que siempre había estado tan triste, se puso muy alegre. Ahora trabaja informando a las mujeres del pueblo sobre cómo cuidar su salud. 

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Opio

apá siempre nos golpe­ aba. Nos golpeaba a mamá, a mi hermano menor y a mí con las manos, con piedras, palos y fustas. Fumaba opio y dependía de las drogas. Cuando papá no tenía dinero para el opio, se volvía totalmente loco. Una vez que yo estaba regando las verduras, me sujetó y me gritó: “¿Qué haces aquí? ¡Debes estar aden­ tro!” Me apuntó a la cabeza con su pistola y dijo que iba a disparar­ me si no me compor­ taba. Temblé del te­rror, cuenta Fatima.

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Cuando Aisha queda huérfana siendo muy pequeña, está muy triste y se niega a hablar. Pero la señora buena del orfanato y los maestros del programa educativo de Sakena Yacoobi, con el tiempo le dan esperanzas para el futuro. Tras una operación, ahora Aisha tiene un “marcapasos” y sueña con ser maestra y ayudar a otros niños que pasan dificultades.

06.00 – Me levanto, tiendo la cama y rezo las oraciones matutinas. ¡Le pido a Dios no enfermar de nuevo! Luego es el desayuno, con huevos, pan y té.

A

isha no recuerda mucho de su papá. Pero recuer­ da que tenía un rostro amistoso y seguro con una hermosa barba negra. Y cuan­ do se enteró de que lo habían asesinado. Aisha estaba comiendo con la mamá y la hermana menor, cuando un pariente vino y contó la terrible noticia. Unos bandidos le habían disparado al papá, Said Ahmed, cuando iba camino a Irán para buscar trabajo. Makol, la mamá, se puso triste, pero abrazó a los tres hijos y dijo: – ¡No se preocupen! Me ocuparé de que estemos bien. Seré como una mamá y un papá para ustedes. Es la voluntad de Dios, Dios da y quita la vida y las personas debemos aceptar nuestro destino. Mamá se enferma

Sin un papá que pudiera man­ tener a la familia, la vida se puso difícil. Mamá Makol limpiaba en el hospital y en casa de personas ricas, pero aún así no le alcanzaba para el alquiler. La familia tuvo que mudarse de su casa a una sen­ cilla habitación con piso de tierra, y sólo tenía dinero para comer pan y beber té. Pronto mamá Makol se enfermó. – Mamá sufría del corazón. No podía trabajar, sino que se quedaba en casa acostada en la cama. Una organización de ayuda y los vecinos nos daban un poco de arroz, pero nues­ tros parientes no ayudaban en nada. A menudo no teníamos nada que comer, cuenta Aisha. La mamá se puso cada vez 78

08.00 Los maestros de AIL vienen al orfanato. – Aprendemos inglés, computación y costura. Mi maestra favorita es Seddique, tenemos inglés y computación y aprendemos mucho. Ella empieza cada lección hablando sobre la vida y la sociedad, y de los derechos que también tenemos las niñas.

más débil. Una mañana no despertó. Había muerto durante la noche. Un vecino encontró a las hermanas, que estaban sentadas llorando junto a su mamá. Al orfanato

Así Aisha fue a dar a un orfa­ nato. Una casa de hormigón en medio de la ciudad, con un gran patio interno. Allí había muchos niños en la misma situación. Ellos intentaron consolar a Aisha. – No llores, me decían. Sabemos qué se siente. No

Aisha

y su día en el tenemos mamá ni papá, sólo los unos a los otros. Y era verdad. Algunos niños no sabían dónde esta­ ban sus padres, otros tenían padres que habían sido asesi­ nados, estaban en prisión o eran tan pobres que no podían ocuparse de sus hijos. – Vamos a ser como tus her­ manas, dijeron las chicas del orfanato, y me dieron muñe­ cas de trapo, cuenta Aisha. Pero ella era inconsolable.

–Extrañaba a mamá y todas las noches lloraba hasta que­

11.00 Aisha va a la escuela de niños, que queda muy cerca. – Allí van tanto niños del orfanato como otros que viven con sus padres. Los niños del orfanato nos quedamos juntos, así nos sentimos seguros, en especial cuando los demás nos fastidian. La escuela es divertida, pero las lecciones son un poco desordenadas. Hay demasiados niños por cada maestro.


Aisha, 13 AMA: A mi hermana Fariba. ODIA: Las enfermedades y la

guerra. EXTRAÑA: A mi mamá fallecida. ADMIRA A: Mi maestra Seddique. DESEA: ¡Sanar del corazón! LE GUSTA: El inglés, las computa-

doras.

orfanato darme dormida. Sólo tenía seis años y no entendía bien qué significaba que mamá hubiera muerto. Por mucho tiempo creí que iba a venir a recogerme al orfanato. – Los primeros tiempos estaba tan triste que dejé de hablar. No participaba en las clases, sino que corría y me escondía. Una señora buena

En el orfanato había una señora buena, Bibi Gul. Ella vio lo triste que estaba Aisha y por las noches se acercaba a

contarle cuentos y abrazarla. Al final, Aisha empezó a hablar otra vez. – ¿Puedes ser mi mamá?, preguntó Aisha. – Puedes sentirte segura conmigo, contestó Bibi Gul. Así Aisha empezó a ir con Bibi Gul cada noche para acostarse a su lado y dormir. Bibi Gul nunca la rechazaba, pese a que estaba cansada tras un largo día de trabajo. Esperaba a que Aisha se hubiera dormido y luego la cargaba hacia la cama cucheta. Poco a poco, Aisha se sintió

un poco más segura y alegre. Empezó a ir a la escuela. Y también empezó a ir a las lec­ ciones que daban los maestros de AIL. Iban a enseñarles a las chicas a coser, hablar en inglés y usar la computadora. Un nuevo mundo se abrió ante Aisha. – Antes de venir aquí no sabía nada. No sabía que “inglés” era un idioma. Nunca había visto una com­ putadora. ¡Y ni siquiera sabía escribir mi propio nombre! Ahora sé mucho y aprendo más todo el tiempo, cuenta

Aisha, que le tiene mucho cariño a su maestro Seddique, de AIL. Tiene marcapasos

Pasaron los años y Aisha tenía once años cuando una maña­ na se despertó por un dolor en el pecho. – Sentía que tenía un cuchi­ llo en el corazón. Un cuchillo que giraba lentamente, vuelta tras vuelta, dice Aisha. Igual que su mamá, tenía una falla en el corazón. Era débil y no soportaba bombear toda la sangre en su cuerpo. 79


13.00 – Casi todos los días almorzamos arroz y porotos en el orfanato. A veces hay sólo arroz. Pero una vez cada tanto hay espagueti y salsa con carne picada, mi plato favorito. Estoy bastante cansada del arroz.

obre s s e c Vo Aisha

Aisha debía ser operada o de otro modo podía morir, expli­ có un doctor que la examinó. Pero en Afganistán no se podían hacer operaciones del corazón. Así que el personal del orfanato organizó un con­ cierto, con cantantes y músi­ cos que actuaron gratis. El dinero de las entradas era para enviar a Aisha a Irán, a un moderno hospital de niños. – Yo era la única que no tenía a sus papás consigo. Pero los otros chicos y sus mamás y papás fueron bue­ nos. Me dieron un libro don­

Aisha dejó de hablar cuando murieron su papá y su mamá. Recibió la ayuda de los maestros de AIL y ahora también ella quiere ser maestra para ayudar a los niños en dificultades.

de escribieron saludos o hicie­ ron dibujos, y le pedían a Dios que todo saliera bien para mí, cuenta Aisha. Durante la intervención, ella fue sedada. – Cuando abrí los ojos des­ pués de la operación, estaba totalmente sola acostada en un cuarto blanco. Primero pensé que estaba muerta,

pero en seguida vino un doc­ tor. Me dijo que me habían puesto un marcapasos, una pequeña máquina que ayuda­ ba a latir a mi corazón. Tengo una cicatriz de la interven­ ción, dice Aisha. Quiere ayudar a otros

De vuelta en el orfanato, Aisha se sintió mejor. Pero

Solas en año nuevo “Aisha es mi hermana. Nos mantenemos juntas pase lo que pase, pues no tenemos a nadie más en todo el mundo. Déjame contarte sobre Nowrooz, el año nuevo afgano. Entonces, los parientes de todos los demás niños del hogar vinieron a recogerlos, iban a ir con ellos a la fiesta de año nuevo, pero nadie vino por nosotras. Creímos que nuestro tío iba a venir, así que esperamos todo el día, pero no vino. Fue una desilusión. El orfanato estaba totalmente vacío, pues el personal tenía franco. Sólo quedábamos Aisha, Bibi Gul y yo. A pesar de todo, tuvimos un año nuevo bastante bueno. Bibi Gul nos contó cuentos hasta que nos quedamos dormidas.” Su hermana Fariba, 10 años

Siempre quiere dibujar “Cuando Aisha era más pequeña, adoraba a sus muñecas, nunca se cansaba de jugar con ellas. Pero hoy no son tan importantes para ella. Ahora su ocupación favorita es dibujar. Cada momento libre corre a tomar lápices y papel y empieza a dibujar. Solemos dibujar juntas. Princesas, caballos y hermosos castillos. Y familias con mamás, papás y niños.” Su amiga Foziya, 12 años

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aún suele tener una sensación cortante en el pecho. – A veces me despierto por la noche porque siento un pinchazo en el corazón. Me duele mucho. Entonces me quedo despierta y pienso en la muerte, en que no quiero morir. Pues hay muchas cosas que quiero hacer, cuenta Aisha. Pese a su nuevo marcapa­ sos, Aisha no puede correr tan rápido como los otros niños. Fácilmente queda cansada y sin aliento si se esfuerza. – Sucede que me pregunto por qué Dios hizo tan débil mi corazón. Y ruego sanar totalmente. Sólo quiero ser como los demás niños, dice Aisha. Pero en la escuela es buena. – Me gustan mucho las cla­ ses de AIL. Son mucho mejo­ res que la escuela común. Mi maestra Seddique me ha cam­ biado la vida. Ahora sé lo que quiero, tengo una idea acerca del futuro. Un día quiero hablar inglés tan bien como mi maestra. ¡Y saber tanto como ella sobre el mundo! Además también quiero ser maestra, para ayudar a niños que pasan dificultades. Es mi sueño, dice Aisha. 

15.00 – Regreso al orfanato y descanso un poco, juego y hago la tarea. Cuando ya no soporto seguir estudiando, dibujo. Quizá busco a Bibi Gul y hablo un poco con ella. Luego miramos programas de canciones y música en la TV.

La maestra de Sakena enseña en el orfanato

18.30 – En la cena comemos los restos del almuerzo. Luego hacemos lo que queremos. Yo estudio un poco, rezo, voy a mi cuarto para charlar con mi hermana Fariba y dibujo.

En el orfanato de la ciudad de Herat hay cientos de chicas, con edades desde los tres a los dieciocho años. También hay unos 25 varones, pero se mudan a otro orfanato al alcanzar los diez u once años. Los niños del orfanato duermen en camas cuchetas y comen en una gran sala. Unas diez mujeres se ocupan de ellos. En el patio hay un sector de juegos con columpios y toboganes, en el interior hay TV y un salón de clases. Es el gobierno de Afganistán el que dirige el orfanato, pero seis días a la semana van maestros del Instituto de Enseñanza Afgano Sakena Yacoobi (AIL) para enseñarle a los niños. La mayoría de los niños, aunque no todos, también asisten a una escuela cercana.

Se ríe con todo el cuerpo

Bibi Gul, 64 años, que cuida a los niños del orfanato.

Es muy aplicada “Aisha es una de mis alumnas favoritas, es muy alegre, muy aplicada y muy buena. ¡Y aprende rápido! Pero me preocupa un poco su futuro. Cuando las chicas llegan a los dieciocho años son adultas y no pueden seguir quedándose en el orfanato. Algunas consiguen trabajo, otras son casadas con parientes lejanos. Pero algunas sólo se marchan, ¡no sabemos qué pasa con ellas!” Seddique, 25 años, maestra Hora de acostarse.

22.00

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“No puedo ser la mamá de Aisha, tengo tantos niños que cuidar, ¡pero lo intento! Necesita amor y su vida no ha sido fácil. Pero es muy dulce y cuando se ríe, se sacude todo su cuerpo. Me alegra tanto verla reír.”

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– Tengo un velo blanco que me regalaron en el orfanato donde vivo. Es bonito, opina Malalai, 7 años, que aprende con una maestra de AIL.

– No me gusta el burka, sino que pienso que es suficiente con un chal. El burka se ve un poco sombrío. Tengo velos de distintos colores, hoy llevo uno rojo. Es un color alegre, dice Zarafshan, de 16 años, estudiante y maestra de AIL. – Uso chador, pues según nuestra tradición y religión no es apropiado que una mujer enseñe su cabello o su rostro a los extraños. En casa sólo llevo un chal, explica Makhfi, de 14 años, que aprende sastrería en AIL.

– He llevado burka desde los 14 años. Todas las mujeres de mi pueblo lo tienen. Es nuestra cultura y tradición, y estamos orgullosas de nuestros burkas. Con el burka me siento segura, cuenta Freista, de 20 años, mamá de tres niños que acuden al centro médico de AIL.

¿Qué tienes puesto? ¿Burka, velo o chal? Según el Islam, las mujeres deben cubrirse el cabello, pero nada en la religión dice que tengan que cubrirse todo el rostro o los ojos. No obstante, es tradicional que la mayoría de las mujeres de Afganistán lleven burka, un vestido que cubre todo, al salir de su casa. Otras llevan chador, una gran pieza de tela, y unas pocas, apenas un pequeño chal.

TE X TO: JESPER HUOR FOTO: MAK AN E-R AHMATI

Chal

– Mamá me regaló mi hermoso velo. Pero sólo puedo llevarlo aquí en el centro. Afuera de casa visto un chador. Pues es peligroso llamar la atención, una puede ser raptada, dice Fatima, de 15 años, que aprende inglés en AIL. 8282

El chal en la cabeza no es más incómodo que ponerse un sombrero o una gorra. Lo llevan chicas y mujeres de familias educadas y modernas de las ciudades. Chador

Una tela que cubre todo el cuerpo, pero deja a la vista los ojos y el

rostro. Quien lo lleva, lo sujeta por delante. El color más común es el negro. Burka

Cubre todo el cuerpo y la cabeza. Una redecilla permite a la mujer ver a su alrededor. El burka es a menudo celeste como el cielo, pero puede ser blanco, marrón o verde. Es difícil moverse con el burka y en el verano se siente calor bajo la tela. ¿Cuándo empiezan las chicas a llevar velo?

Las bebitas no llevan ningún velo. Hasta los seis o siete años, las niñas llevan faldas de vivos colores, blusas y a veces, un pequeño velo en tonos pastel. Desde los 7 hasta aproximadamente los 12 años, la mayoría de las chicas lleva un velo blanco o negro. Entre los 13 y15 años, cuando las chicas empiezan a ganar forma de mujer, suele ser el momento de llevar burka. Las mujeres de más de 60 años, a veces no se preocupan por llevar burka.


El burka protege y oprime Muchas chicas y mujeres de Afganistán están oprimidas. Los hombres deciden y el burka es un modo de limitar la libertad de mujeres y niñas. Según la tradición afgana, las mujeres deben estar en su casa y no ser vistas afuera, mientras que los hombres actúan en la sociedad. Pero no todas las mujeres con burka son débiles. Pueden tener mucho que decir en el hogar, en lo que respecta a la economía doméstica, el matrimonio y la crianza. También pueden llevar el burka camino al trabajo, pero quitárselo mientras trabajan. El burka funciona como una protección.

Farid adora el fútbol y inglés Farid nunca se pierde un partido de fútbol con los chicos vecinos ni las clases de inglés del centro de enseñanza de AIL. Farid vive con su mamá, su papá y sus ocho hermanos en una pequeña casa de tres ambientes. – Papá es maestro. Tiene un trabajo extra arreglando bicicletas, pero aún así es difícil mantener a la familia. A veces los parientes nos dan un poco de dinero, entonces papá compra comida y ropa, cuenta Farid. Aunque a la familia de Farid le falta el dinero, todos los hijos, incluso las niñas, van a la escuela. El papá sabe lo importante que es la educación. Pero también es severo y tiene mal humor. A veces golpea a Farid. Por la mañana, Farid asiste a una escuela común; por la tarde, aprende inglés en el centro de enseñanza de Sakena Yacoobi y AIL. Es eso lo que más le gusta. Aparte del fútbol. – Mi sueño es aprender inglés fluidamente, luego quiero seguir estudiando para ser ingeniero. Quisiera construir edificios gigantescos y modernos, para que la gente tenga un lugar donde vivir. Cada departamento tendría muchos cuartos, para que no tengan que vivir apretados. Pero es difícil llegar a ser ingeniero. Quizá en su lugar sea maestro.

Ropa escolar

– Cuando uno va a la escuela, debe llevar ropa buena, limpia y entera, pero no tan buena que no se pueda ensuciar. Para llegar a la escuela, camino una hora por caminos polvorientos y por estrechos callejones. Si está soleado y caluroso, el polvo se arremolina; si llueve, está lleno de barro y grandes charcos de agua.

Ropa bonita

– Es importante estar elegante en las bodas. Esta ropa me la compraron cuando mi primo se iba a casar. Hubo una gran fiesta en el pueblo, la comida fue muy buena y hubo quizá mil invitados. Los hombres festejaron por su lado y las mujeres por el suyo, así es nuestra tradición.

Ropa deportiva

– ¡Me encanta el fútbol! Apenas tengo tiempo, juego en un patio interior. Con los chicos vecinos tenemos un equipo de fútbol y por supuesto hay que tener ropa de fútbol. Lamento no tener zapatillas, pero papá prometió que me las comprará ni bien tenga dinero. ¡Es mi deseo más grande!

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Niño panadero escapó y fue casi Muhammed, de siete años, trabaja desde las cuatro de la mañana hasta las seis de la tarde junto al horno caliente de la panadería. A veces se quema y lo golpean. Cuando se le quema toda una plancha de pan, escapa y nunca más regresa... El sueño de ir a la escuela se hace realidad y pronto Muhammed, con la ayuda de los maestros del centro de enseñanza Sakena Yacoobi, está a la par de los demás y es casi el mejor de la clase.

C 05.00 Suena el reloj y Muhammed despierta. Se queda remoloneando unos minutos antes de despertar a sus hermanos Arif y Amin. El hermano menor Yahya y la mamá ya están levantados.

uando Muhammed tiene siete años, vende goma de mascar y tar­ jetas telefónicas en el merca­ do. Pero no gana casi nada de dinero. Un día, su papá regresa a casa con un hombre extraño. – Es el panadero Hamid. Serás su ayudante. Es un buen empleo, dice el papá de Muhammed. El panadero mira amistosa­ mente a Muhammed y dice: – Hay muchos niños que quieren trabajar conmigo, así que debes estar contento de tener la oportunidad de aprender un oficio. Empiezas mañana a las cuatro de la madrugada. Caliente y peligroso

TE X TO: JESPER HUOR FOTO: MAK AN E-R AHMATI

05.15 El llamado a orar suena desde la mezquita. Muhammed cae de rodillas en dirección hacia la ciudad sagrada de los musulmanes, La Meca, y reza el Fajr, la plegaria matutina.

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Esa noche, a Muhammed le resulta difícil dormirse. Está alegre de haber conseguido un empleo, pero también ner­ vioso. No sabe nada sobre el pan y los hornos. La panade­ ría queda bastante lejos de la casa de Muhammed, así que debe levantarse a las tres para llegar allí a tiempo. Está totalmente oscuro cuando camina hacia su nuevo trabajo. No resulta como Muham­ med había imaginado. Su tarea es cargar y retirar el pan de un gran horno de piedra. Es caliente y peligroso. Ya el primer día se quema y empie­ za a llorar. – Deja de berrear, sé un poco agradecido, o te echaré

de aquí, dice el panadero levantando su gran mano derecha. De repente golpea fuerte a Muhammed con la mano abierta, justo en la cara. Muhammed ahoga el llan­ to. “Quizá resulte mejor si trabajo más duro”, piensa. Después de seis horas de tra­ bajo, hay una pausa para rezar y almorzar pan y agua. Luego Muhammed continúa traba­ jando hasta las seis de la tarde. Al regresar a casa, Muham­ med está tan cansado que casi se desmaya. Lleva consigo su sueldo en una bolsa plástica, un par de panes secos. Pero no se queja ante su papá y su mamá. Escapa hacia casa

Así siguen los días, las sema­ nas y los meses. Con trabajo duro, maltrato y tareas peli­ grosas en torno a hornos calientes. En la pausa del almuerzo, Muhammed se va de la panadería, se sienta solo bajo un árbol y mordisquea su pan. Muy cerca hay una escuela y Muhammed mira con envi­ dia a los niños que regresan a su casa tras las lecciones matutinas. Se ríen y agitan su mochila escolar. “También yo quiero ir a la escuela”, piensa Muhammed. Luego de siete meses, Muhammed ya tuvo suficien­ te. Una mañana se le quema toda una placa de pan y se asusta tanto del castigo del


el mejor de la clase

Muhammed, 12 ÍDOLO: El cantante Zahir Shah, papá Atiq. INTERESES: Taekwondo, fútbol, TV. QUIERE SER: Soldado o campeón de deportes de lucha. PLATO FAVORITO: Espagueti. DETESTA: El trabajo esclavo.

06.00 Para el desayuno hay té y pan.

06.45 Muhammed corre a la escuela, ¡no quiere llegar tarde!

panadero que escapa hacia su casa. Por la noche le cuenta a su papá Atiq las condiciones miserables de la panadería, cómo lo golpean y lo fácil que es quemarse. Llora y le dice que quiere ir a la escuela, aprender a leer y escribir, no trabajar todo el día. Primero el papá se enfurece, pero des­

pués de un rato se tranquiliza. – Eres desobediente. Pero también valiente. Irás a la escuela con una condición, que nunca te pierdas ni una clase, dice el papá Atiq. – Gracias, papá. Que Alá esté contigo, dice Muhammed. El estricto programa de papá

Para este tiempo, el papá de Muhammed ha conseguido empleo con un sueldo, como soldado para el gobierno. Así que ahora la familia tiene medios para que Muhammed y sus dos hermanos mayores estudien. Pero papá es severo. Escribe un programa en un papel que clava en la sala de la pequeña casa de barro. – Hay que aprovechar cada hora del día. No se debe des­ perdiciar ni un minuto, dice el papá. En el programa dice lo que Muhammed y sus hermanos deben hacer, hora tras hora. Por las mañanas, Muhammed va a la escuela y luego del almuerzo sigue sus estudios en el centro de ense­ ñanza de Sakena Yacoobi. El duro programa da resultado. Ahora Muhammed va a quin­ to grado y es el segundo mejor de la clase. – Cuando empecé la escuela 85


11.15 Muhammed estudia inglés en el centro de enseñanza de Sakena Yacoobi. La maestra Zahra Alipour, que tiene 18 años, lo ayuda. – Muhammed es bueno en la escuela, pero su familia no tiene parientes aquí, así que no hay nadie que pueda ayudarlos. Les falta dinero y Muhammed lleva los mismos zapatos en verano que en invierno, por ejemplo. Obviamente hace frío cuando nieva. Pero creo que le va a ir bien, tiene muchos amigos y es listo, dice Zahra.

estaba más atrasado que los demás. Sin los cursos del cen­ tro Sakena Yacoobi nunca habría podido alcanzarlos. La enseñanza en el centro es en verdad mejor que en la escue­ la. Los maestros son más bue­ nos, saben más y ante todo, se preocupan más por nosotros 86

13.30 Muhammed y sus hermanos se turnan ante el telar de la familia. – Estoy tan acostumbrado a tejer alfombras que suelo poner un libro sobre el telar y estudiar las lecciones a la vez que tejo, cuenta Muhammed.

los alumnos. En la escuela común hay mucho desorden. Y allí me fastidian un poco porque soy capaz. Preocupado por papá

Aunque el papá de Muham­

med ahora tiene empleo, la familia no es rica. Para ganar un poco de dinero extra, los hijos se turnan para anudar alfombras en casa, delicadas alfombras con dibujos que luego venden. Lleva tres

meses hacer una sola alfom­ bra y se debe hacer nudos varias horas todos los días. Pero no todo es trabajo y estudio. Cinco días a la sema­ na, Muhammed y sus herma­ nos mayores entrenan el deporte de lucha taekwondo en un club. Les regalaron indumentaria de entrena­ miento y participaron en competencias. Una vez Muhammed ganó una meda­ lla de bronce.


El progra ma de M uhamme d Hora

16.30 Hoy no hay entrenamiento de taekwondo, porque el entrenador está de viaje. Muhammed y sus hermanos practican las patadas altas en el jardín. Hacen flexiones de brazos, estiramiento y hacen de adversarios.

Hoy Muhammed está satis­ fecho con su vida. Sólo hay una cosa que lo preocupa. La guerra. – Papá es soldado. Combate contra los talibanes. La mayoría de los días trabaja en la ciudad, vigilando edificios públicos y puestos de control, pero a veces va a las provin­ cias con su unidad. Puede estar lejos durante semanas. Entonces rezo varias veces al día para que no lo asesinen, dice Muhammed. Cuando el papá regresa a casa de la guerra, no cuenta nada sobre lo que hizo, ni a su esposa ni a sus hijos. Sólo se sienta en silencio y bebe té. Y reza mucho tiempo. A veces

20.00 Muhammed estudia hasta que le arden los ojos. El papá controla que no haga trampa.

5–7 D es d pertar, rezos matu esayuno tinos y 7–10 C lases en la escuela 10 –11 H ac 11–12 C er la tarea la A ses en el centro d e e ns e ña IL nz a 12–13 A lmuerzo y rezos 13–16 T ejido de alfo 16–19 E ntrenamie mbras nto de ta 19–20 C ek wondo en 20 –22 T a y rezos area 22 ¡Hora d e acosta rse!

¡El que h ace tram p a c on e repite la l program tarea 6 v a eces!

Muhammed habla con él sobre lo que va a ser cuando sea grande. – También yo quiero ser soldado, pero papá no quiere. Dice que es un oficio en el que uno nunca aprende más que a obedecer órdenes y asesinar. Pero a mí me parece intere­ sante. Y el sueldo es bueno. Papá quiere que yo sea maes­ tro o comerciante. Vamos a ver, dice Muhammed.  87


Zarafshan bloguea sobre Afganistán Hace algunas semanas, Ismet, de 19 años, y Hajatullah, de 20 años, no tenían idea de lo que era Internet. Pero una joven se los enseñó y ahora navegan sin problemas en páginas de noticias sobre deportes y política.

U

na joven de velo rojo, Zarafshan, de 16 años, es profesora de computación en el centro de enseñanza de Sakena Yacoobi en Herat. Nunca viajó al exterior, pero aun así tiene amigos en todo el mundo. El caso es que Zarafshan es bloguera. En el diario de su blog cuenta en inglés sobre la vida en Afganistán. – Escribo sobre historias reales y dolorosas, sobre el matrimonio infantil, la gue­ rra y el maltrato. Sobre lo que oigo en casa, en el mer­ cado o en la radio. Es impor­ tante contar la verdad sobre nuestro país. Es el primer paso para cambiar y mejorar las condiciones para las mujeres y los niños, dice. Internet es gratuito en el centro de enseñanza tanto para maestros como para 88

alumnos, a diferencia de los cibercafés. Allí cuesta dine­ ro, que la mayoría no tiene en el pobre suburbio. Gracias a la conexión a Internet, el centro se ha transformado en un atalaya hacia el entorno. – A través del blog, tengo muchos conocidos extranje­ ros. Nos enviamos e-mails y nos contamos sobre nuestra vida. Aprendí muchas cosas nuevas, cuenta Zarafshan. Pero ahora ya no tiene tiempo de hablar. Ismet y Hajatullah necesitan ayuda. Acaban de crear su propia dirección de correo electró­ nico, pero no tienen a nadie a quien escribirle. Con algunas instrucciones de la profesora, Ismet envía su primer e-mail. A su primo Hajatullah, sentado en la silla contigua.

Relato del blog de Zarafshan ¿Dónde están mis hijos? “Me casaron cuando tenía 14 años, con un hombre mayor. Un año después de la boda empezó la guerra y mi esposo quedó sin trabajo. La vida era dura. Tuvimos tres hijos, dos niñas y un varón. Un día envié a mi hijo al mercado a vender cigarrillos, pero nunca regresó. Estaba acostada rezándole a Alá, el Todopoderoso, cuando un amigo de mi hijo llegó a nuestra casa. Me contó que mi hijo murió al explotar una bomba. Él se quedó inmóvil, pero yo fui hacia el lugar. La explosión había sido tan potente que no podía hallar el cuerpo de mi hijo. Fue el peor día de mi vida. Un año después, mi esposo enfermó y murió. Yo estaba embarazada y tuve mellizos. No podía mantenerlos, así que se los di a una mujer que no podía tener hijos propios. A menudo pienso en lo que habrá sido de ellos. ¿Dónde estarán hoy? ¿Dónde están mis hijos?”

Zarafshan acaba de enseñarles a los primos Ismet y Hajatullah cómo enviar un e-mail.


Ahmed Muktar, 12 ÍDOLOS: Papá y el abuelo. QUIERE SER: Jefe de la organización

de ayuda o escritor famoso. AMA: Leer libros e inventar historias. ODIA: A los adultos que golpean a los niños. SUEÑO: Paz en Afganistán. PLATO FAVORITO: Carne a la cacerola.

Ahmed

C

uando tenía ocho años, mi papá me anotó en una escuela religiosa. Los maes­ tros eran muy severos y todo el tiempo golpeaban a los alumnos, cuenta Ahmed. Ahmed recibía palizas a menudo. Le resultaba difícil concentrarse y recordar las lecciones. Incluso si había hecho la tarea, tenía tanto miedo de contestar mal que

sólo se quedaba callado. Entonces el maestro lo golpea­ ba en la espalda con una fusta. – Una vez, el maestro me ató los pies con una cuerda. Me quitó los zapatos y luego me golpeó en las plantas de los pies. Me dolió mucho, cuenta Ahmed. A la escuela de Sakena

Por cierto, las clases eran silenciosas, pero el maestro de Ahmed era ignorante. Había demasiados alumnos en la clase y el que no podía seguir las lecciones no recibía ayuda. Al final, Ahmed tenía tanto miedo de ir a la escuela que se negaba a ir, sin importar con qué amenazas o promesas lo intentaran los padres. Entonces su papá entendió que la escuela no era buena. En su lugar, anotó al hijo en una de las escuelas de Sakena Yacoobi que tenían buena reputación. Fue totalmente diferente.

– Los maestros eran bue­ nos, atentos e instruidos. Y estaba prohibido golpear a los alumnos. Empecé a querer ir a la escuela, había tanto por aprender, cuenta Ahmed. No deben golpear a los niños

En la nueva escuela, Ahmed tuvo mejores calificaciones y más confianza en sí mismo.

Un día todos los alumnos tuvieron de tarea escribir una historia inventada. A Ahmed le pareció tan divertido que siguió escribiendo. Se trans­ formó en un libro que el papá de Ahmed ayudó a publicar. – Quiero ser un ejemplo para otros niños. Y mostrar que hay niños afganos que hacen buenas cosas y pueden escribir libros, dice Ahmed. El libro se trata de cómo es ser un niño en Afganistán y de la diferencia entre buenos y malos maestros. Así Ahmed se convirtió en el escritor más joven de Afganistán. Lo invi­ taron a la TV, a la radio y a los diarios para hablar de su libro. – Es importante hacer la tarea y ser estudioso. Pero es igualmente importante que los maestros no sean demasia­ do severos. No deben golpear a los niños. Deben escuchar a los niños, dice Ahmed.  89

Ahmed Muktar es casi famoso en el oeste de Afganistán. A menudo está en la TV, la radio y en los diarios y cuenta sobre el libro que escribió. Un libro para y sobre niños. – Los maestros no deben golpear a los niños, deben escucharlos, dice Ahmed.

TE X TO: JESPER HUOR FOTO: MAK AN E-R AHMATI

fue golpeado, escribió un libro


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