No se me da bien esperar. Nunca he sido una persona a la que se le vea paciente. Sin embargo siempre he creído que las cosas que verdaderamente valen la pena merecen ese tiempo y dedicación. Lo que hago es que solo me tomo la molestia de esforzarme en tener paciencia con aquello que verdaderamente me importa. Y aun así a veces exploto. Y aun así, de nuevo, parece que vaya mucho más lenta y que sea más paciente que los demás. El hecho de que a menudo prefiera esperar y callar las cosas, el no protestar, el observar y meditar,, el hacer poco ruido, hace parecer que no me importa. Paso desapercibida y a menudo no importa si lo que digo se interrumpe, no se acaba, o no se dice. No importa, siempre puedo esperar. Soy una persona quieta. Estática. Observo, leo, escribo, dibujo… son acciones que como autor me convierten en alguien pasivo a ojos de muchos. No soy guitarrista con club de fans, ni actor famoso al que todos ruegan un autógrafo, o un bailarín que se mueve con gracia por doquier. Soy el tipo de artista que se queda en un rincón, sentada, y que no hace nada salvo encorvarse sobre un montón de papeles y arrastrar un lápiz de un lado a otro. A veces nadie parece escuchar. La molestia de leer algo, de demorar, de pensarlo, de establecer dialogo. No hay tiempo. Me aburro. Dame acción. No te prestaré atención, no te mirare si no me entretienes al instante, si no me deslumbras desde el minuto cero. Muchas veces me entran ganas de gritar, de agitar los brazos, dar rienda suelta a mi impaciencia, explotar, llamar la atención, bailar, cantar. Fingir. Solo por un instante de auténtico dialogo, de auténtica atención a lo que uno tenga que decir. Pero finalmente no sería autentico, ya que no sería propio.. Sería la explosión del momento, el fuego artificial. Y una persona vive, y eso dura mucho más que esa potente explosión de luz. Y no puedo esperar rellenar todo ese tiempo con explosiones, ya que lo acabarían destruyendo todo Así que me quedo en mi rincón. Hablo, comparto, escucho. Cada día lanzo botellas con mensajes al mar, esperando alguna que otra respuesta autentica. A veces las recibo, y es por eso por lo que vale la pena seguir lanzándolas a las olas. Leo con tanto cariño los mensajes de los demás como espero que lo hagan con los míos. Aún estoy aprendiendo No se me da bien esperar, pero por eso mismo me esfuerzo en ello. En contemplar. Tratar con cariño lo que me trae la marea. No me interesa la solución fácil. No me interesa que me lo den resulto. No me gusta no pensar. El haz de luz momentáneo y volátil que acaba en una piedra estrellada y fría. No sentir. No observar. No deleitarme. Daré lo que se todo lo que pueda de mí, solo espera un poco.
Lo que me sugiere esa frase sin duda, es la compra por internet. Desde que la compra online se volvió tan sencilla, o más bien, desde que me hice con una cuenta de paypal, el tema de ahorrar se ha hecho casi imposible. No es lo mismo ir una tarde de tiendas y mirar unas cuantas hasta que te aburras de ir para arriba y para abajo, con lo de poder estar en tu casa y escribir en el buscador lo que quieres y casi inmediatamente encontrarlo, es dificil no caer en la tentación de darle al botón de comprar. Además, incluso puedes comprar cosas que en tu país no se encuentran y es aún más interesante mirar aunque no busques nada en particular, siempre acabas encontrando alguna “rareza”. Ha llegado un punto en el que tengo una lista de cosas que me gustaría comprar que no tiene fin, y sin necesidad de ver publicidad en la tele o revistas. Mientras la web en la que entras tenga una apariencia agradable y sea cómoda para navegar, te puedes tirar horas fisgando, sobretodo si te lo ponen fácil con las categorias que te permiten ir directamente a lo que te interesa. La verdad es que la compra online no tiene límites, y quizás también una de sus comodidades es que no sientes esa incomodidad de cuando un dependiente te va siguiendo y preguntando que necesitas. Puedes mirar tranquilo y pasarte el tiempo que quieras hasta decidirte a comprar o dejarlo para más adelante.
Cada x tiempo, cuando estoy muy estresada y casi sin tiempo para vivir, acabo mirando páginas de venta on-line. Todo comienza con alguna publicidad llega a mí, mientras hago búsqueda de información para algún trabajo. Es curioso, porque parece que el duende que maneja internet me haya estado observando y conozca mis gustos. Casi siempre acabo metida en páginas de venta de calzado o vestidos. Mi primer pensamiento es “solo voy a chafardear, no creo que nada me guste”. El segundo “aunque me gusten varias cosas, tan solo observo y tomo nota de las últimas tendencias”. Acto seguido empiezo a mirármelo todo, de arriba abajo, repasando todas las secciones de la página. Empiezo a suspirar; querría comprarme muchísimas cosas y, por la simple razón de que el dinero no crece en los árboles, no puedo hacerlo. Cuando no es la primera vez que entro en una de estas páginas y ya conozco más o menos el producto que venden, mis esperanzas son encontrar una ganga. Que haya una súper-oferta que esté esperando a que yo llegara. ¡Obvio, nunca aparece! Y entonces es cuando me empiezo a plantear comprar a pesar de los precios. Es tan fácil, solo hay que hacer un click. Un clik cuyo valor es de varios euros. Un clik que a pesar de marcar la diferencia entre comprar y no comprar, te lleva tan solo un segundo. Un click que puede ser un acto impulsivo, y del que una vez realizado ya no hay vuelta atrás. Y es que en esos momentos de bajón, ese acto impulsivo se traduce en una pequeña sonrisa en tu cara, en la ilusión de la llevada de tu compra a casa.
Cada vez que voy al bar me entran las irrefrenables ganas de comprar todos los bocadillos expuestos en la vitrina. Pero no sólo los bocadilllos, sinó tambien las napolitanas, curasanes y wraps varios. Los tengo que comprar, en ese mismo momento. La gula se me atraganta en la garganta cuando sé que no lo puedo hacer. Una tristeza inmensa me introduce a un estado de completa desesperación y aquí es cuando llega la obsesión. La comida es mi religión. Cuando voy al super no sé que comprar. Lo compraría todo. Todas las etiquetas y productos se me antojan buenos y apetecibles. Siempre acabo comprando cosas que luego no me como o mucha cantidad de cosas y me empacho cual jabata en un banquete. Cuando he tenido gula, he llegado a comprar la comida por internet, me he arrepentido después de ver la factura en la targeta. Pierdo el dinero, y pierdo los amigos porqué me veo gorda y fea. La inseguridad me pone en una situación de infravaloración hacia los otros. No puedo quedar con ellos porque me gasto todo el dinero. No puedo cuidarme porque no puedo controlar mi posible adicción. Sería realista decir que el consumismo excesivo puede destrozar las vidas de los hombres, porque los hace débiles y vulnerables. Canalizan sus inseguridades en la compra de productos y cosas que les hacen sentir bien, seguros de si mismos. Para que esto no pase tenemos que moderar las prácticas y educar a la gente sobre el consumo responsable. No quiero que sean como yo.
Para no consumir nada debería estar en un sitio absolutamente despoblado de establecimientos, de bares, panaderías, ultramarinos etc. No pensar es absolutamente difícil para el ser humano. Nuestra mente siempre está funcionando, de un modo u otro. Aunque pensando de otro modo, también podríamos consumir sin pensar. Eso quiere decir que deberíamos estar en un lugar con establecimientos y consumir sin pensar sin nada más, consumir, consumir y consumir. Nada más que consumir. Consumir por consumir, sin ninguna necesidad. Este modo de consumir podría convertirse en un vicio, una actitud sin control y desmesurada. Acarrearía un grave problema para el individuo y para la familia. La entidad bancaria estaría encantada con ese tipo de clientela. La sociedad capitalista también lo estaría. En una sociedad de índole contraria, posiblemente intentarían tratar a esa persona psicológicamente para que mentalmente pudiera ser fuerte y pudiera ganar esa debilidad mental. Analizando la frase de partida, también podríamos pensar que consumir sin pensar podría significar consumir sin necesidad de entrar ni salir de establecimientos, es decir, virtualmente. Sin embargo, lo virtual, también tiene su lugar, ¿no creen? Consumir sin lugar tangible implica no tener contacto humano entre el vendedor y el comprador. También significa no aguantar grandes colas para entrar en el probador, no hacer grandes colas para pasar por caja. Otra ventaja más sería que pese a la adversidad climatológica se podría seguir comprando. El “ya” implica urgencia, rapidez.
Vivimos en una sociedad sin futuro ni presente. El futuro no nos interesa, el pasado no lo sentimos como propio, no tiene nada que ver con nosotros. Esto es así porque lo único que nos importa es el presente, el ahora y el ya, la satisfacción inmediata de todos nuestros anhelos y deseos, por más nimios que sean. Vemos a niños pequeños pidiendo agua, un juguete… a sus madres o padres con una constancia machacona y sin atender a razones, derrotándolos por puro agotamiento “para no oírlos”. Vemos a adultos comprando a plazos, y endeudándose más allá de lo que aconsejaría el sentido común, cosas de las que podrían prescindir por no ser capaces de aplazar la satisfacción de un deseo, creado de forma externa a ellos. Ni siquiera necesitamos salir de casa para consumir, Internet nos trae el cuerno de la abundancia a casa, a nuestro sofá. Vemos personas que tienen mucho más que cualquiera tendría en otros lugares y, sin embargo, sienten que son pobres por no tener lo que tienen los que consideran sus iguales. Los objetos, las experiencias a la carta, la autoelaboración del propio aspecto nos han sido presentados como sinónimo de felicidad por una economía en la que es necesario vender para seguir produciendo ya que, en esa producción, se basa la riqueza de unos pocos y la supervivencia económica de la mayoría. A la inmensa mayoría no les/ nos importan los costos a largo plazo de esa manera de vivir ya que no pertenece al presente. Pero, cómo desprogramarse, cómo alejarse y tomar perspectiva respecto nuestra occidental forma de vida si no nos enseñan a pensar ni quieren enseñarnos. La filosofía, la historia, la ética… ya no son materias importantes de estudio, ese lugar ha sido ocupado por las ciencias en solitario. El pensamiento crítico es molesto, perdón; el pensamiento es molesto…
Hace algún tiempo, algunos años, yo solía salir con un grupo de gente que vive en mí mismo barrio esta gente eran el típico ejemplo de “cani” de hoy en día y yo, la verdad es que no creía que ese fuera mi sitio, estaba ahí por un chico que llevaba conmigo desde primaria y siempre habíamos sido buenos amigos, y por una chica que venía a mi clase y bueno... supongo que me gustaba un poco, el caso es que los de este grupo fumaban porros absolutamente todos y como no es de extrañar, el primer día me ofrecieron, mi respuesta creo que fue lo que me hizo un hueco entre ellos:” vosotros fumáis, yo como” y así, cuando ellos iban a comprar papel yo compraba una palmera y cuando ellos fumaban, yo comía. Ellos siempre se extrañaban de que no engordase pero mi metabolismo es acelerado, en fin, yo había días que prefería ahorrar algo de dinero y no compraba nada de comer pero ellos, como a mucha gente le pasa, tenían la necesidad de comprar su dosis diaria, si no, estaban nerviosos, agitados, el cerebro les pedía consumir sin pensar, porque no solían pensar en lo que habría después, si necesitarían pasta o algo para seguir comprando costo, no, solo consumir, después tal vez pensarían o tal vez no, cada día íbamos a un sitio a pesar de quedar siempre en el mismo, no tenían sitio fijo donde fumar, solo tenían claro que querían hacerlo ya, en ese momento, a día de hoy ellos siguen igual aunque las secuelas se notan en sus rostros, mi amigo parece más mayor de lo que es y aquella chica tuvo novio en el grupo y después de dejarlo, se fue, yo ya no voy con ellos desde hace mucho, pero son más lentos, tardan en devolverme el saludo, es como si procesasen más lento el enviar la señal al brazo para levantar la mano y saludar... parecen zombis guiados por un solo instinto: consumir sin pensar... aun sin tener lugar... hacerlo ya... porque mas tarde será insoportable...
Suelo tener en cuenta lo qué hago con mi dinero, intento gestionármelo para gastar sólo lo necesario y en los momentos en que realmente me haga falta. Aun así, me cuesta evitar darme “caprichos” de vez en cuando, sobre todo cuando acabo de cobrar. Pensar que “de la nada” he ganado dinero hace que gaste más de lo que debería. A veces en cosas tontas como tomar un café por ahí, pero a menudo acabo gastando más que eso. Otra cosa que me viene a la cabeza al pensar en consumismo son las grandes marcas y compañías y los productos que venden. Estos productos son anunciados como necesarios, como si tu vida sin ellos fuera a ser más difícil (aunque en algunos casos realmente puede ser así, no siempre tiene por qué ser un engaño). Estas marcas ofrecen a menudo productos de calidad muy similar y con características muy parecidas a las de otra casa, y las venden por más del doble de lo que costaría el producto de otra marca de menos renombre. A veces incluso ofrecen características que personalmente no vas a usar o una calidad tan buena que no vas a aprovechar y aun así te acaban convenciendo –o te dejas convencer- de que ése es el producto que necesitas, cuando con uno mucho mas simple tendrías de sobra. Reflexionar de vez en cuando sobre este tema puede ser útil para darse cuenta de la realidad consumista en la que vivimos, donde compramos cosas muchas veces innecesarias y nos dejamos engañar descaradamente por la propaganda.
Cuando se obtiene dinero sin esfuerzo no se es consciente de lo que se gasta. Todo lo que se hace es consumir en lo que no es necesario, en un capricho, en una comida o en el cine. Todos derrochan sin falta. Al caminar por delante de una tienda, al pasar el día en un centro comercial… el día a día es derroche puro. No pensamos realmente en lo que consumimos hasta que llega el momento en el que no tenemos más dinero, o en el que tenemos que trabajar para conseguirlo. La sociedad consumista y capitalista nos imbuye ideas que en realidad no tenemos; necesitamos un gran coche para ser felices, también una gran casa y, por qué no, un gran televisor con un reproductor de DVD donde podamos reproducir series de televisión y películas, con un sistema sourround para aumentar la calidad… nunca estamos contentos, siempre necesitamos más, más y más. Pero la realidad es que nada de esto da la felicidad, sólo produce pequeños momentos de ilusión en el momento en el que compras todo eso, nada más. El hecho de que los niños se acostumbren a que sus padres, abuelos y demás familiares les compren todo lo que quieran no ayuda a enseñar a dichos niños a ganarse su pan y a no tener tan en cuenta que son sólo elementos materiales, materiales que no generan más que una posesión, y que las posesiones son efímeras, y esa es una de las razones de la generación llamada “nini” y de los futuros niños mimados.
Estamos en una sociedad que vive a un ritmo vertiginoso. No dominamos una tecnología o una técnica que ya sale otra que la mejora o la sustituye con lo cual siempre vamos con la lengua y con una sensación de no llegar nunca. Esto hace que cuando tenemos algo que podemos controlar o dominar lo resultados los queremos YA. Eso nos pasa cuando compramos por internet. Después de varios intentos fallidos cuando ya dominamos la manera de comprar o vender lo queremos de inmediato. Porque nos da una sensación de dominio que nos resulta placentero. Esto hace que muchas veces compremos cosas que realmente no necesitamos en los lugares menos insospechados. Porque el acceso que nos da internet a este mundo es prácticamente ilimitado. Cual adictos a las máquinas tragaperras nos volvemos unos compradores compulsivos muchas veces de cosas inútiles (si no lo tienes no lo necesitas –máxima filosófica barata), que luego dejamos apiladas en cualquier rincón olvidado de la casa, y cuando ya nos molestan montamos un mercadillo callejero para ver si recuperamos salgo o van directamente a la basura después de un tiempo, claro. Pero, para las cosas que realmente necesitamos o nos importan, sobretodo en el mundo latino que somos desconfiados “de mena”, nos volvemos como santo Tomás: “si no lo veo y toco, no me lo creo”, he dicho.
A veces tengo la urgencia de comprar cosas. Cosas que en el momento creo que necesito y compro (sobretodo cuando tengo dinero) y luego me arrepiento porque o no me gustaban tanto o por que me doy cuenta de que eso en realidad no lo necesito. De esta manera he perdido mucho dinero, auqnue luego me obligo a usar y sacarle partido a aquellas cosas que compro. Odio pensar que malgasto el dinero. Y también el tiempo. Me hace sentir realmente estupido pensar que todos los anuncios de la televisión, las revistas, los escaparates y más me engañan, tienen efecto en mí y me convencen para que vaya a la tienda y compra. Aunque también sé que es su trbaajo y no tiene nada de malo que me llamen la atención o que me informen de lo que tienen. Supongo que la culpa es finalmente mia y lo que tengo que hacer es aprender a controlar mis impulsos.