CRITERIOS DE LEGITIMACIÓN POLITICA MODERNA
XESCO GUILLEM I CRESPO Catedràtic de F.O.L – Doctorand en Sociologia
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CRITERIOS DE LEGITIMIDAD DE LA ORGANIZACION POLITICA MODERNA Erase una vez un grupo de hombres (que no de simples seres humanos) que vivían en pleno Estado de Naturaleza. Dicho estado de naturaleza no era precisamente lo mismo que el Edén, ya que dichos hombres vivían rodeados de peligros constantes, provocados por las fuerzas de la naturaleza y/o la agresividad de otros hombres. De entre todos ellos, habían tres especialmente significativos, el señor Hobbes, también conocido como el señor Soberano que pertenecía al clan de los Leviatán, el señor Locke, al que todos apodaban el liberal, aunque él nunca llegó a enterarse que le apodasen con tal nombre, y de cuyo mote los miembros de su clan tomaron su designación para referenciarse, y el señor Rousseau, al que gustaba de sobrenombrarse el demócrata y, al igual que el señor Locke, acabó dando nombre a su clan. Para el señor Hobbes aquella condición de Estado de Naturaleza era extremadamente cruel y peligrosa, pues todos los hombres se comportaban como verdaderos lobos para con los otros hombres, en una eterna guerra de todos contra todos, y así, desde el más fuerte hasta el más débil, vivían sumidos en el miedo, ya que “la simple amenaza potencial del estado de guerra impide toda actividad industrial o comercial ... el arte y la ciencia, poniendo al hombre a nivel de un animal solitario, embrutecido por el temor, e incapaz de disponer de su tiempo”. Para los señores Locke y Rousseau tal descripción era exagerada, pues ellos creían que los hombres daban lo mejor de si mismos, vivían en paz, prodigaban una actitud de ayuda mutua, y verdaderamente vivían en plena armonía entre ellos y en relación con la naturaleza. Un buen día, los hombres decidieron sentarse alrededor del fuego, bajo una clara noche estrellada, e impulsados por motivos varios (el miedo, la propiedad o la justicia, según lo más trascendental para los señores Hobbes, Locke o Rousseau) deliberar sobre sus intereses. En este proceso de deliberación deberían crear, a través de un pacto, nuevos instrumentos que cumpliesen funciones decisivas tales como: protegerles frente a las agresiones externas o de otros miembros de la comunidad y garantizarles, de forma fehacientes, los derechos naturales1 que como tales hombres poseían. iusnaturalismo, presupuesto filosòfico que sirve para establecer los límites del poder, con base en una concepción general e hipotética del hombre, que prescinde de toda verificación empírica y de toda prueba histórica. 1
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Aunque todos los clanes estaban totalmente de acuerdo en la necesidad de llegar a un Contrato Social, que permitiese determinar las relaciones de los miembros de la comunidad, y su relación con los nuevos instrumentos que deberían de crear, no coincidían ni en los principios fundacionales de los mismos, ni en la estrategia a alcanzar. El señor Hobbes afirmaba que, con el fin de que pudiese sobrevivir la comunidad, y ahuyentar el miedo que invadía a todos los hombres, cada uno debería delegar su parte de libertad original a un Soberano, quien, a cambio de la paz, podría ejercer su poder como un déspota. La legitimación del Soberano descansaría sobre el contrato social que se acordase, y no en ningún derecho divino, como alegaban los antiguos reyezuelos, que en sus delirios de grandeza, creían ser tan radiantes como el propio Sol, y proclamar sin ningún rubor, que ellos mismos eran todo el Estado. Para el señor Hobbes, esta total cesión de soberanía de la comunidad hacia el Soberano, obligaría al mismo a preservar la vida y propiedades de cada miembro de la comunidad y la cohesión social de la misma. El contrato debería ser irreversible, y para su modificación necesitaría el consentimiento de toda la comunidad en plena unanimidad. Para que, merced al pacto social, se asegurase la paz permanente, convendría que “cada particular someta su voluntad a la de otro, o a la de una asamblea, cuya opinión sobre las cosas que conciernen a la paz general sea absolutamente seguida y mantenida por todos los que componen el cuerpo de la república”, así, habiendo abandonado cada cual su “derecho a gobernarse a sí mismo” a condición de que todos hagan otro tanto, la multitud se convertiría en una sola “persona, denominada república. Esta es la generación de ese gran Leviatán”. Para el señor Hobbes, el criterio de legitimación del contrato se debería asentar en la cesión de derechos individuales hacia el soberano, a cambio de que este haga desaparecer el miedo que invade a los hombres y ponga paz entre los mismos. El señor Hobbes proponía que la comunidad construyera un recinto cerrado y fortificado dentro del cual cada miembro pudiera tener su casita personal, pero que todos convinieran en aceptar que debiese de existir una casa más grande y ostentosa que dominara todo el recinto y se encontrase por encima de todas las demás; seria la residencia del Soberano que se eligiese. En el fondo, el señor Hobbes soñaba con ser el Lord Protector, soñaba con ser Cromwell, aunque nunca lo confesase. El señor Locke no estaba de acuerdo con el señor Hobbes, ni sobre que base asentar el contrato, ni como construir la comunidad. El señor Locke era más partidario de casas separadas, muy separadas, las unas de las otras. Cada casa, y su territorio
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circundante, debería estar totalmente vallado, para que todos supieran cual era la propiedad que ocupaba cada uno y nadie se interfiriese en la propiedad del otro. La propia casa y el propio territorio deberían ser el elemento base a partir del cual construir la comunidad, dentro de la cual, cada uno pudiera hacer aquello que le viniese en gana, sin que ello pudiera ser materia concerniente de sus vecinos, con los cuales ya se encontraría puntualmente en espacios públicos concretos, separados de los espacios privados, tales como la iglesia, la casa de la comunidad o el juzgado, el cual seria el único arbitro en las disputas de propiedad de los miembros de la comunidad. Además, el conjunto de casas individuales de la comunidad, debería encontrarse en medio de inmensas e infinitas praderas vírgenes, para que aquellos que no tuvieran casa, o considerasen demasiado pequeña la suya, pudieran ampliar sus propiedades. Los habitantes de esos territorios vírgenes, si es que existiesen, pasarían a ser considerados como meros elementos del paisaje, sin más valor moral-referencial, que aquel que nos pueda dar un árbol o un riachuelo. El señor Locke soñaba con ser John Wayne y pasear, montado en su caballo, por sus extensos territorios, sin ver ni cruzarse con ninguno de sus vecinos. Para aquellos que se encontrasen en periodo de acercamiento al clan de los liberales, también se aceptaría que pudieran vivir en unifamiliares adosados, con un pequeño jardín, más que nada, para que empezasen a familiarizarse con las costumbres del clan, aunque, eso si, debiendo aspirar siempre a conseguir su casa separada, con un inmenso jardín circundante. Para el señor Locke, el derecho de propiedad, y el poder del padre (que preside los destinos de la familia), de cada miembro de la comunidad, deberían ser los factores que legitimasen el contrato social que se acordase. El clan de los liberales se consideraban a si mismos como señores y propietarios de si mismos, como individuos aislados, como átomos autónomos y autosuficientes, cuyo aislamiento se centraba en dos ejes: aislados respecto del mundo natural, y aislados de los otros individuos. Este aislamiento era el punto de partida de su identidad política. Fundamentaban su aislamiento en la idea de ciencia y de observadores distanciados del mundo; racionalismo y empirismo se aliaron en esta peculiar tarea de afirmación del individualismo solitario. Para ellos, cada uno de sus miembros era sujeto de derechos y obligaciones en tanto que individuo (no en tanto que miembro de una comunidad ), la autonomía de su juicio y de su voluntad precedían a todo lo demás, es decir, su condición de portador de derechos y
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obligaciones no requiere tomar en consideración el establecimiento de lazos sociales o políticos con otros seres humanos, se produce por el hecho solo de la natalidad y de la posesión de propiedades, que tanto pueden ser, físicas, como por ejemplo una casa, o intelectuales, tales como la habilidad en el desempeño de un oficio. Aquí hemos de recuperar la idea de derecho natural (iusnaturalismo) que ya apuntábamos anteriormente. La creación y mantenimiento del clan (dígase Estado, sociedad civil) surge para llenar el hueco dejado por el estado de naturaleza, el clan deviene la garantía de ese derecho natural. Así, la única finalidad con la que se mantendrá el pacto social que regule las relaciones dentro del clan, vendrá dada porque es el mejor instrumento de defensa y salvaguarda de los intereses individuales de cada uno de sus miembros. La satisfacción de los propios deseos, que reflejan en sus acciones y en sus elecciones cada miembro de la comunidad, constituirá el centro político de la nueva sociedad, y nadie, ninguna autoridad, ninguna colectividad, debería expropiar ese doble poder: el de los deseos sobre cada uno, y el de la razón como herramienta individual para su satisfacción, pues, cada individuo es el mejor juez de sus propios intereses. Por tanto, el pacto social a alcanzar, que dará pie a la creación de un nuevo sistema político, vendrá a ser una asociación entre los miembros (con derechos) de la comunidad y el Estado, el cual tendrá dos poderes separados: el legislativo y el ejecutivo, y al que habrá que limitar tanto sus poderes como sus funciones. El conjunto de miembros de la comunidad, así como el Estado, deben cumplir sus funciones y derechos de una forma equilibrada y, sobre todo, controlada, en lo referente al Estado claro está. El señor Rousseau, después de escuchar las propuestas del señor Locke, no pudo contenerse y le dijo: “El primer individuo al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir <esto es mío> y encontró a gentes lo bastante simples como para hacerle caso fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuantos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no le hubiera ahorrado al género humano quien arrancando las estacas o cegado el foso, hubiera gritado a sus semejantes: <Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos a todos pertenecen y que la tierra no es de nadie> “. Para el señor Rousseau la legitimación del contrato no podía basarse en los derechos de propiedad de los individuos, como tampoco en un pacto de sumisión como proponía el señor Hobbes, ya que el pueblo es soberano y nadie puede renunciar a su soberanía en beneficio de otro, aunque sí en beneficio de la sociedad en su conjunto, de la que, además, uno es miembro.
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Para el señor Rousseau el poder político resultaba de un contrato de asociación fundado en la noción de voluntad general, noción que contestaría a la duda de como encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, cada uno, uniéndose con todos, no obedezca más que a sí mismo y permanezca de este modo libre. Por tanto, el tránsito de la independencia natural de la que partían los hombres en sus inicios a la libertad política, se hace, mediante una enajenación total de cada asociado, con todos sus derechos, a toda la comunidad. Es decir, entrego mi soberanía a la comunidad pero yo formo parte de esta comunidad; conservo por tanto, mi libertad y mi soberanía, que es inalienable e indivisible. A cambio de su persona privada, cada contrayente recibe la nueva cualidad de miembro o parte indivisible del todo; y nace, así, un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene la Asamblea, cuerpo que, como tal, tiene su unidad, su yo común, su vida y su voluntad propia. Para el señor Rousseau la Asamblea no era el resultado de la suma de las voluntades particulares de los ciudadanos, sino la expresión integral de la soberanía de cada uno y del clan entero en su conjunto. Tal sistema requeriría el voto por unanimidad, y en él, el legislador debe limitarse a servir a la voluntad general, que no es la suma de las voluntades particulares, sino la voluntad que tiende siempre al bien general y que, por tanto, no puede equivocarse. El señor Rousseau no concibia el deseo de individualidad que planteaba el señor Locke, pues según el clan de los demócratas los hombres nacen y viven en comunidad, en ella crecen y se educan, en ella aprenden a usar de su razón y a desarrollar su capacidad de elección, aprenden quienes son ellos mismos como individuos y cuales son sus intereses. El sentido de su vida lo obtienen de la interrelación con los otros, y se forman a través de esa interrelación con otros, y de sus experiencias. El clan de los demócratas creía que aquel que vivía fuera de toda comunidad solo podía ser un dios o un animal, aunque, la verdad, la frase la habían plagiado de un sabio de la antigua Grecia llamado Aristóteles. Al contrario de la propuesta de casas separadas que proponía el señor Locke, el señor Rousseau proponía construir una comunidad que imitase a las legendarias ciudades de Esparta, Atenas o Roma, de las cuales tantas maravillas habían podido escuchar, y cuya construcción y trazado permitía un mayor énfasis comunitarista en la integración social, la rutinación y la tradición, permitiendo la participación, la igualdad y de deliberación colectiva. El señor Rousseau, en sus sueños y en medio de una
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nebulosa inconsciencia, veia la ciudad de Paris convertida en una única y fuerte Asamblea, el señor Rousseau, en sus sueños, ya vislumbró la Comuna de Paris; que hermoso sueño era aquel. La noche fue avanzando, y las diferentes posturas se cruzaban unas con otras, el trasiego de postulados enfrentados, y el choque enconado de divergencias, hacia peligrar la posibilidad de conseguir llegar a algún pacto. Tal vez por el cansancio acumulado durante toda la contienda dialéctica, tal vez, por la aceptación de la diversidad como una necesidad de la nueva sociedad, o tal vez por la premonición de que no llegar a ningún acuerdo era peor que establecer uno imperfecto, al fin, y cuando ya el alba empezaba a despuntar, decidieron dar por acabado el debate y el antiguo régimen, y aunar esfuerzos por construir los nuevos modos de relación, por construir la sociedad civil y el Estado, dejando que el juicio de la historia decidiese aquel que, de todos los postulados, era el más conveniente para vertebrar esa nueva sociedad que empezaba a vislumbrarse. Aquella madrugada, la humanidad, asistió a la firma del Contrato Social que dio inicio a nuestro actual mundo occidental capitalista, y que sirvió como base para la Declaración de los Derechos de los Estados Unidos de América (1.776) y de la Declaración de los Derechos Humanos de la Francia revolucionaria (1.789).
ORDEN TRADICIONAL Y ORDEN LIBERAL EN HEGEL
Corría el segundo decenio, del convulso siglo XIX, en una Prusia fragmentada. La cuestión nacional alemana seguía fermentándose. La Confederación Germánica se edificaba sobre la extinta Confederación del Rin. En el congreso de Viena los soberanos, vencedores de Francia y de Napoleón, se ponían de acuerdo para restaurar un orden europeo basado en la legitimidad real, el equilibrio de las potencias y la autoridad de los monarcas conservadores, pero la Santa Alianza ya no podía reconstruir la Europa anterior a 1.789, demasiadas cosas habían golpeado el alma de los nuevos europeos. Caían las primeras nieves, en aquel otoño de 1.825, sobre la ciudad de Berlín. La lectura de la obra del filósofo oficial del Estado prusiano, del dictador de la cultura
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alemana, Jorge Guillermo Federico Hegel: Esbozos de filosofía del derecho. Derecho natural y Ciencia del estado en compendio, que había publicado en 1.821, realmente me había impresionado. En ella pude ver desarrollado, con brillantez inigualable, las inconexas percepciones que me invadían y que me impulsaban a creer que nuestra sociedad había cambiado, que los antiguos referentes ya no servían, que un nuevo mundo nos estaba abriendo sus puertas. Hegel se consideraba el último de los filósofos, ya que pensaba haber dado a la filosofía su versión acabada y definitiva. Tenia en el espíritu ese veneno que infectaba a Alemania y que la incitaba a creer que el absoluto es necesariamente alemán. Tenia clase, a primera hora, con el propio Hegel y no quería llegar tarde. Llegué al aula y tomé asiento, me levanté en el momento en que Hegel entró en la clase, me volví a sentar y me dispuse a escuchar sus Lecciones sobre Filosofía del Derecho. - El único punto del que puede asirse el filósofo es a la propia Historia. La Historia es como un rio, siempre en constante cambio pero sin poder dejar de ser rio, en donde cada una de sus partes esta determinada en sus acciones por el resto del rio, y cada parte del rio, posea o no plena conciencia de ello, mantiene una relación de afirmación-negación con el resto de elementos que forman el rio como un todo absoluto. No pude reprimirme mi ignorancia y pregunté: ¿Maestro, la historia avanza, y si lo hace, hacia donde nos conduce la misma? - La Historia muestra que la humanidad se mueve hacia una racionalidad y libertad cada vez mayores, lo cual quiere decir que la evolución histórica, a pesar de todos sus rodeos avanza. Cada individuo nace a sus condiciones históricas. Nadie puede tener una relación libre con esas condiciones. La persona que no encuentre su lugar en el Estado es, por tanto, una persona no histórica. De la misma manera que no se concibe el Estado sin ciudadanos, tampoco se concibe al individuo sin el Estado. El Estado es algo más que cada ciudadano, es incluso más que la suma de todos los ciudadanos. No es posible, por tanto, darse de baja en la sociedad. En este devenir de la Historia no es el individuo el que se encuentra a si mismo, sino el Espíritu Universal, el cual vuelve a si mismo en tres escalones. Primero, el espíritu universal se conciencia de sí mismo en el individuo, la razón subjetiva. En la familia, la sociedad y el Estado, el Espíritu Universal alcanza una mayor conciencia, la
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llamada Razón Objetiva, deviniendo Espíritu Objetivo, porque es una razón que actúa en interacción entre las personas, y la más elevada forma de autoconocimiento la alcanza el Espíritu Universal en la Razón Absoluta, y esta razón absoluta es el arte, la religión y la filosofía. De entre ellos la filosofía es la forma más elevada de razón porque, en la filosofía, el espíritu universal reflexiona sobre su propia actividad en la historia. Esa concepción de absoluto se concretiza en la Idea, ya que representa al ser puro, el absoluto, aquello que se poseería plenamente a sí mismo en su actividad fundante, y este fundar es el concepto en cuanto que saber absoluto. Toda la historia del Universo no seria otra cosa que la entrada del espíritu en si mismo; la realización de la Idea. En cada uno de los pasos que el espíritu absoluto ha dado, no sólo no habría salido de sí mismo sino, que, en realidad, se habría reencontrado consigo mismo. Tal vez ese encontrarse consigo mismo sea la Eternidad. La Historia vendría a ser la realidad concretizada de la Idea. ¿Pero Maestro, que relación mantiene el concepto de Idea con la filosofía del Derecho, con la esfera del derecho, con su concepto en sí? - La persona, el sujeto individual consciente de su libertad, ha de dar expresión exterior de su naturaleza como espíritu libre; ha de darse a sí mismo una esfera externa de la libertad. Esta esfera es la que se concreta en los dominios del derecho. El espíritu se inscribe, ante todo, en un derecho que determina la voluntad del exterior; la moralidad interioriza, a continuación, esa determinación. Hay que despreciar lo ideal que no es real, el deber ser que no es ser, toda consideración problemática de la realidad política e histórica. En el dominio de esta realidad no tiene lugar lo problemático. Debemos admitir que la naturaleza debe ser reconocida por lo que es, y que es intrínsecamente racional, del mismo modo se debe admitir que en el mundo ético, en el Estado, la razón se afirma en el hecho como fuerza y potencia y que allí se mantiene y habita. En el mundo ético la libertad es realidad. El sistema del derecho es el reino de la libertad realizada, el mundo del espíritu expresado por si mismo, como una segunda naturaleza. Pero, a fin de que el derecho como tal se realice y subsista, es menester que la voluntad finita del individuo se resuelva y subsista en una voluntad infinita y universal, que tenga por objeto a si misma, esto es, que quiera su misma libre voluntad. Tal es el concepto de derecho, la Idea de la voluntad, esto es, la voluntad en su forma racional o autoconsciente infinita.
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La voluntad infinita es la que ha realizado históricamente su libertad y ha tomado una existencia concreta. La ciencia del derecho debe, por consiguiente, partir, como cualquier otra ciencia, de la existencia del derecho, porque la existencia es la Idea que se ha realizado, y el objeto de la ciencia es el de darse cuenta del proceso de esta realización. Por ultimo, a la moralidad objetiva, o vida ética, le incumbe operar la superación, según un movimiento que abarca la familia, la sociedad civil y el Estado. Políticamente esta filosofía del derecho desemboca en una teoría del Estado centralizado, poderoso y fuerte. ¡Envidiable sueño para una Alemania dividida! -¿Maestro, entonces, que diferencia existe entre el individuo y Estado? - El individuo-Estado es un Todo único y en desarrollo, donde el espíritu, que presenta en todas sus conformaciones rastros de todos sus estados, se hace consciente de sí, y en ese ser en sí descubre que su esencia y su vida no tienen otro referente que esa gran idea que ha conmovido al siglo precedente y será la contraseña del nuevo, la libertad. El autoconocerse de este espíritu, cuyo destino es afirmarse, se lleva a término por mediación de lo determinado. Saltando sobre esa determinación que le permite conocer el límite, el espíritu se libera y se toma a sí mismo como actividad, producto y verdad. El siglo que nos alumbra es el siglo de la Eticidad. -¿Que es exactamente la Eticidad, Maestro? - La Eticidad, es la moralidad elevada al nivel social, es la ética a la vez individual y social, la corresponsabilidad solidaria de todos los hombres, el empujón en la marcha hacia el bien, la ética inevitablemente política: hombre político, hombre moral y viceversa. En el dominio de la moralidad esta se caracterizaba por la separación abstracta entre la subjetividad que debe realizar el bien y el bien que debe ser realizado. Por esta separación, la voluntad no es buena desde el principio, pero lo puede ser solamente gracias a su actividad; y por otro lado, el bien no es real sin la voluntad subjetiva a la cual toca el realizarlo. Esta separación es anulada y resuelta en la Eticidad, en la cual el bien se ha realizado concretamente, y se ha hecho existente. Esta es la esfera de la necesidad, cuyos momentos son las fuerzas éticas que rigen la vida de los individuos y constituyen sus deberes. Es, en fin, la raíz colectiva de lo ético, la dimensión pública de lo privado.
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De ahí que esté siempre por encima de la simple moralidad individual. Nada puede quedar fuera de la Eticidad, puesto que la Eticidad se expresa en el ordenamiento jurídico y en las relaciones institucionales-constitucionales. Todo lo ético es real, la realidad se quintaesencia en la Eticidad. Todo lo racional es real, y por tanto lo real es ético. La Eticidad radica no solamente en la interioridad del afecto, sino en la exterioridad de la ciudad; hay pueblos que viven a mayor altura ética que otros y eso se nota y contagia, y hay también pueblos que atizan porque no etizan. -¿Cuando y donde se materializa ese nuevo concepto de Eticidad, Maestro? - La Eticidad la encontramos materializada en tres momentos diferentes. En un primer momento se plasma en el seno de la familia; es el estado natural de aparición de individuos y donde constituye sus primeras relaciones. La familia es el espíritu ético natural o inmediato. La familia constituye lo que podríamos llamar un sentimiento de totalidad. Es, por así decirlo, una persona cuya voluntad se expresa en la propiedad, la propiedad común de la familia. Las relaciones son directas y los lazos de unión están basados en el amor. Pero en el estado natural la familia era demasiado domestica, había de ampliarse, de salir a la calle y recordar, como Eticidad que es, su vocación helénica y callejera. La familia, alargada en la sociedad civil, por una parte pierde su cohesión, pero por otra se abre a la humanidad. Sus diversos miembros salen de la unidad familiar para pasar a la condición de individuos, cada uno de los cuales tiene sus propios planes en la vida. Los particulares surgen de la universalidad de la vida familiar y se afirman como particulares. Es, en ese momento dado de callejear, cuando los miembros de la Familia extienden sus relaciones con otras personas y entran en contacto con otros individuos que también han salido de sus familias. Los distintos individuos tienen intereses personales contrapuestos, pues cada cual intenta satisfacer sus propias necesidades y deseos. De ahí surge la Sociedad Civil que es donde los distintos individuos, ya personalmente y no en cuanto familias, han de vérselas con otros en el intercambio. Es la Sociedad Civil una pluralidad de individuos, cada uno de los cuales busca su propio beneficio y trata de satisfacer sus propias necesidades. Solamente en la Sociedad Civil, esto es, desde el punto de vista de las necesidades, la persona jurídica, o el sujeto moral, se convierte propiamente en hombre, es decir, la concreción de la
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representación. En otras palabras, hombre es el individuo ético sumergido en el sistema de las necesidades, que constituye el aspecto fundamental de la Sociedad Civil. En el seno de la Sociedad Civil, evidentemente, juega un papel importante el Derecho y la Economía, sobre todo porque en su seno se producen relaciones laborales, las cuales van generando las distintas clases sociales y profesionales. Todo esto requiere una amplísima organización en donde destacan los tribunales y la policía. Es en este momento donde aparece la Opinión Pública como expresión de la organización de las necesidades de los individuos. Por último, la Eticidad se materializa en el Estado, que es donde convergen todas las líneas señaladas anteriormente y constituye la máxima realización de la Idea. El individuo se hace consciente a sí mismo y alcanza su libertad a través del Estado, como organización que hace posible la satisfacción de sus necesidades. El Estado es un Universal Absoluto que existe a través de los individuos, que sólo a través de ese marco pueden alcanzar su libertad. La Filosofía a de asumir la responsabilidad de mostrar la racionalidad del Estado. Contemplad una catedral gótica e imaginad que su cimiento esta compuesto de familias, que su cúpula más elevada, la atalaya del señorío, es el Estado, y sus cúpulas intermedias son la sociedad civil. ¿Quien negaría que nos encontramos frente a una obra única, compacta y portentosa? ¿Quien no seria capaz de identificar aquellas partes, que por su estructura propia, son diferenciables las unas de las otras? ¿Quien no diría que esa catedral se construye sobre si misma y que sus partes solo son para si en la mediada que son un todo? Los antiguos nos regalaron sus catedrales, nosotros les ofrecemos nuestros Estados, y al igual que ellas son únicos, fuertes, compactos e inmortales. La polis no se construye fuera del Estado, ni cabe pensar en enfrentamientos entre sociedad civil y Estado, y por ello, no cabe acrecentar la vigilancia de la primera sobre la segunda como propusiera el señor Locke, ni esa razón asilvestrada y populista que nos trajo el señor Rousseau y cuyo contenido ya quedó suficientemente al descubierto en la Revolución francesa, donde la razón popular rodó decapitada y no por ausencia de racionalidad en la base, sino, por insuficiencia de coordinación, por restricción en la visión panorámica, solo alcanzable desde la altura del Estado. La revolución francesa fracasó por no haber sido capaz de integrar al ciudadano privado, al burgués, en la vida pública, por no haber logrado pasar de la moralidad privada a la
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Eticidad pública mediante un proceso educativo dirigido por el Estado. Sociedad Civil y Estado han de ser una misma cosa, siempre organizada jerárquicamente. -¿Pero, que relación mantiene la Sociedad Civil con la familia Maestro? - Evidentemente la familia precede a la sociedad civil; si en la familia al fin y al cabo prevalecía el amor sobre la ley, en la sociedad civil el acento se desplaza desde el amor hacia las relaciones legales, pero asumiendo e incorporando el amor familiar. Pero, como a mayor extensión de los grupos sociales le corresponde menor densidad de amor, lo que en este grupo decaiga respecto del amor habrá de suplirse con un incremento en las relaciones jurídicas vigiladas por el Estado. Cuando un pueblo conserva el calor del afecto interfamiliar, se halla en un estado de mayor altura ética. En la familia todos se protegían y los más diestros y poderosos cuidaban de los menores, pero en la Sociedad Civil se fomenta la inseguridad social, porque se hace depender al individuo de sus condiciones individuales de habilidad, salud, capital, etc., pero a la vez se premian sus destrezas, potencias y profesionalidades, de forma que, gracias a la prestación individual a la colectividad, ésta devuelve contraprestaciones y respaldo: ropa, asistencia médica, comida, vivienda, etc... Por ello, en la Sociedad Civil, al trabajar para sí y su familia, colabora el hombre con lo Universal, es a la vez burgués y hombre público. -¿Que son, y cuales son las distintas clases sociales y profesionales que se van conformando ante nosotros, y van construyendo este orden nuevo? - Si la familia es la primera base del Estado, las clases son la segunda. Un hombre sin clase es una mera persona privada y no está en una Universalidad real. Al que pertenece a una clase le adviene honradez y dignidad de clase, y a través de ella reconocimiento ajeno. Cuando el individuo rehuye su adscripción a una clase particular por considerarlo una limitación de su ser, cae en la abstracción, en la no-concreción, y por eso en la nada, es decir, en la i-rrealidad. Sólo por la pertenencia a una clase se pertenece al Estado, o sea, a la razón y a la realidad. Las clases tienen una presencia estamental en la sociedad, y se dividen en tres, diferenciadas la una de la otra. La clase sustancial o inmediata, que tiene su patrimonio en los productos naturales del suelo que trabaja y una inmediatez que se apoya sobre los vínculos de la familia y la confianza. La
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segunda de las clases seria la clase industrial, dentro de la cual se distinguen artesanos, productores y comerciantes, y por último, la clase universal, que por ser la clase que se dedica más de cerca al servicio del gobierno, debe tener directamente en su determinación, como fin de su actividad esencial, lo Universal. Las clases no solamente han de trabajar; han de potenciar su Eticidad y representarse a si mismas ante el Estado, lo Universal; la representación es un sistema de mediación entre la población y el gobierno, entre los intereses de la sociedad burguesa y la generalidad del Estado. La carencia de mediación es despotismo. Las clases organizadas políticamente en orden a la representación son las corporaciones, cuyas misiones son estas: promover la igualdad y la comunicación dentro de cada clase; superar la dimensión puramente económica de las clases; aparecer como segunda familia; proveer de dignidad; favorecer la conexión con el poder monárquico. Por todo ello, tienen la consideración de segunda raíz ética del Estado después de la familia, de suerte que la santidad del matrimonio y la dignidad de la corporación, son los dos elementos en torno a los cuales gira la sociedad civil. Aquel que pertenece a una corporación esta en el buen camino, pero el que se resista apareciendo como outsider o como marginal lobo estepario, ¡pobre de él! -¿Entonces, como son las nuevas relaciones mercantiles y económicas, Maestro? - En la Sociedad Civil el hombre aparece como mezcla de obligación y de libertad, de necesidad de trabajar sometido a ritmo de colaboración y a las condiciones impuestas por el otro que labora al lado, pero también de libertad en la medida en que el trabajo del otro hace más provechoso mi propio esfuerzo. Frente al altruismo de grupo que se daba en la familia, hay en la Sociedad Civil un egoísmo universal: el vínculo común es el trabajo. En nuestros días ya hay estudiosos que han desarrollado su teoría sobre el trabajo especificado, como es el caso de Adam Smith, el cual ha estudiado el trabajo especificado, es decir, la división social del trabajo, donde el uno hace la punta del alfiler, el otro la cabeza, el tercero el laminado y así sucesivamente, por tanto, detrás de la mecanización y de la industrialización, con sus leyes de mercado, los hombres van construyendo lo racional, puede entonces decirse que la dureza del trabajo abre paso a la razón, que el dar razón de la necesidad se exige como una necesidad de la razón.
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Cuanto más trabajen los hombres tantas más mercancías crearán; cuantas más creen, más se liberarán de sus mismas condiciones de trabajo, pues la abstracción del producir hace cada vez más mecánico el trabajo, y con ello, al final, apto para que el hombre pueda alejarse de él, y en su lugar hacer entrar a la máquina. Es en este punto donde es posible que surja la siguiente duda ¿podrá el hombre consumir lo que produzca sin generar miseria en los que por una u otra razón no se integren en el proceso de producción? ¿Salida? Exportar, colonizar a los pueblos atrasados, dominar a otros colectivos para depositar en ellos las propias cargas. - ¿Maestro, entonces .... .... ? - Disculpen ustedes, pero el tiempo, como la Historia, no se detiene en su discurrir y la lección de hoy ya ha finalizado, proseguiré el próximo día.
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