Cuarto 441

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Era temprano en la mañana, las niñas se pusieron su uniforme escolar y se despidieron con el abrazo más largo, antes sentido. Presentían que algo pasaría. Bertha Alicia miró sus rostros al cerrar el portón de entrada a la casa. Tuvo que voltearse para no llorar. Terminó de hacer su pequeño equipaje, segura de no volver de inmediato. Ya había dejado las indicaciones a toda la familia la noche anterior. Pero aún, muchos guardaban las esperanzas que no fuera así. Había estado sintiéndose mal, desde mucho tiempo atrás. Pero, como siempre cuando se tiene una familia numerosa y niños pequeños se entretiene y se ocupa en ellos antes de velar por su salud. Y se hubiese quedado en casa, soportando sus males y empeorando sin saberlo, de no ser por algunos indicios que le diera la enfermedad. Hinchazón en las piernas, rostro y vientre, dolor de cintura y lo que era peor, orine rojo. Los riñones… pensó… los riñones se agravaron. Fue lo que le hizo correr para el médico, esa mañana y creer que la dejarían hospitalizada. No había marcha atrás, estaba seguro de ello. Su esposo, un señor aún joven, atractivo, sereno y paciente; le acompañó. Finalmente también había comprendido lo delicado de su salud y se había tomado el día libre. Mientras esperaba ser atendida en la sala de urgencia, recordaba como sus bebé se aferraba a sus brazos para no quedarse con su abuela. Tantas veces rechazó trabajar lejos de su casa, para no separarse de sus niños, sobre todo su bebé. Y ahora no podía entender, ni aceptar tener que dejarlo. Pero, allí estaba ella. Esperando tan solo la evaluación de la doctora que con seguridad le enviaría a internarse al hospital. Y efectivamente al poco rato, una vieja ambulancia hizo el traslado al hospital. Nunca pensó subir una, menos en esas circunstancias.


La sala de urgencia del hospital, que por respeto, omitiremos su nombre, donde una decena de médicos jóvenes, internistas, esperaban ansiosos la llegada de los pacientes, para demostrar cada uno su peripecia en el campo. Aunque a nadie le gusta esperar largas horas sentados en una incómoda silla, por un médico. Esa realidad es compartida cada día, por muchos pacientes que llegan al lugar. Pero, eso es parte de otro artículo no del nuestro. Como les decía, luego de ubicarles en el lugar. A Bertha Alicia, le sentaron en una silla de ruedas, mientras le tomaban los datos: al poco rato, y por suerte suya, se encontraba en una cama en un pequeño cuarto de la sala de urgencia. Y aquí comienza la odisea. Camas a lo largo del pasillo y sillas improvisadas, con pacientes en todas las condiciones, hacían calles hacia el cuarto del fondo, cuando una conversación sin principio, ni fin y más parecida a un monólogo; le indicó que la estadía en ese cuarto iba a ser “cosa de locos”. Por varios días le costó entender donde realmente se encontraba. Y como no estarlo. Una mañana Leopoldina, una señora de mediana edad, de tez morena y de cabello liso. Que estaba por problemas mentales, se le ocurrió entrar al baño, donde otro señor más joven y con igual condición de salud, se encontraba dándose una ducha. -¡Leopoldina!, - le dijo Bertha con severidad. -¿Cómo puedes entrar allí? -Jajaja– dijo, no importa, le voy a decir que estoy aquí y que no mire. – Dijo tan segura y entró. Bertha Alicia, apenas pudo creerlo. Aquí no pasan más cosas, porque Dios es nuestro custodio, --- pensó. Y así, fue como Bertha Alicia, fue testigo de las cosas inusuales que tuvieron lugar en esa sala, mientras permaneció allí.


En fin, pudiéramos hacer una verdadera comedia de los acontecimientos inusuales de esta sala “llamada sala de urgencia”, pero, no es ese nuestro objetivo por ahora, por ello, lo dejaremos hasta allí y nos referiremos al 4

to

piso, donde fue trasladada Bertha Alicia, el

día 4to concidencialmente.Un cuarto más amplio, de paredes de color celeste, unas cortinas del mismo color y las sábanas de las camas, también haciendo juego, le hizo pensar que su estancia allí, resultaría mejor. Con este pensamiento, se ubicó de inmediato en su cómoda cama esperando conciliar el sueño, interrumpido varias veces, cuanto estaba en la planta baja, cuando el estruendo de utensilios de limpieza, bombas de baño y la misma risa del personal médico, le hizo comprender la realidad. No iba a poder tener sueños tranquilos, sin ser interrumpidos nuevamente. Pero, lo que no imaginaba, era lo que le esperaba más adelante. Una abuela centenaria de raza indígena, era su compañera de al lado. Se había caído, y lastimado la cadera. (Los indígenas son fuertes y su nivel de vida es mejor que el nuestro). A la abuela la acompañaba hasta el perro de su casa. A toda hora tenia compañía. ---Abuela Cata, buenos días, --- le dijeron sus hijas… --Venimos más tempranos, porque no podemos venir por la tarde y queremos ayudar a bañarla y dejarla muy bonita. --Y la abuela, respondía con la cabeza. Pero eso no era lo que afectaba a Bertha Alicia si no, el escándalo que se formaba, cada vez, que se reunían. Y cuando llegaban a visitarles parecían abejas, cuidando su reina. . Si no eran sus estridentes conversaciones, era el ruido de sus teléfonos celulares. Y como si fuera poco, y no porque no respetara su religión, un pastor le oraba en voz alta, casi a media noche, todos los días. --Aló, pastorcito, -- decía una de las hijas de la abuela. --Podría usted hacerle la oración a la abuela. --Sí como no, de inmediato, --- contestaba él en el otro lado. Y le ponía alta voz, y bocina, porque se escuchaba como el mismo sermón. Nunca antes Bertha Alicia, había hallado un amén que tardara tanto en decirse. Y así, sucedió cada noche. Hasta que una noche muy amablemente, Bertha Alicia les solicitó, que bajaran el volumen de sus conversaciones para poder dormir, y eso, hizo que estallara la bomba.


Bueno, estalló con ella fuera, porque para evitar confrontaciones y esperar se calmaran, se fue al baño, unos momentos. Desde allí, pudo escuchar su estallido. Las enfermeras llegaron a llamarle la atención y a ellos no les agradó, hubo intercambios de palabras altisonantes, hasta que se les pidió permanecer uno solo con la paciente y salir los demás. Bertha Alicia, entró después que todo se calmó y se recostó hasta la mañana siguiente. Habían acordado llevarse bajo su responsabilidad a la abuela, del hospital. Así que, no sintió culpabilidad, en su lugar, pensó haberles hecho un favor. Ellos querían irse de allí y solo les aceleró el proceso. Fue un alivio verlos salir. Después de esa incómoda experiencia, Bertha Alicia tuvo mejores días. Como la mañana que pensó que estaba en una clínica con enfermeras y médico de cabecera. No se le había brindado la atención correspondiente desde que llegó, solo un par de exámenes, que nunca supo sus resultados, médicos especialistas que no había podido conocer. Llego a sentirse casi como un fantasma. Solo llegaban las enfermeras a ponerles antibióticos vía intravenosa. Ninguna pregunta siquiera, para saber cómo se encontraba. Hasta que una mañana, al despertarse tenía una enfermera joven al lado de su cama, muy sonriente poniéndose a su disposición para todo. Era estudiante de 2 do año de enfermería que llegaba con su profesora a colaborar para su proyecto, en esa sala. ¡Qué bien! ¡Fue excelente! Pensó, Bertha Alicia. Por primera vez tenia completa atención de alguien. Luego llegó un doctor y una doctora y le brindaron de igual manera, toda su atención. A partir de entonces, sus días mejoraron. No podemos dejar de mencionar un curioso personaje que es típico en todo lugar, y que aún aquí no podía faltar. Un joven que hacía de las tardes y noches, momentos relajantes en medio de las preocupaciones para salir y estar con nuestros familiares, del dolor y la incomodidad. El pizpireto, el famoso morisqueto, el cantinflas, como quieran llamarlo. Él de todo hacia un chiste.


--Buenas noches---, dijo entrando el hombre, haciendo ruido con los utensilios de limpieza. --Buenas noches---, dijimos. --¿Qué hora es? –- le preguntamos. --La misma de ayer---- supongo, nos dijo sonriendo. Pero a veces se reía, más de las morisquetas que hacía, que de sus chistes. Aunque, como no había mayor entretenimiento, echaban de menos sus visitas. Una de esas noches, que hacía su turno como de costumbre, llegó y después de saludar, preguntó: ---- ¿Quién de ustedes ha viajado en avión? Y algunas levantaron la mano. Y el volvió a preguntar.---saben, por dónde sale una pareja, de un avión en llamas?----Se hizo un silencio, y al momento, y viendo que no acertábamos, respondió:-----Por dónde màs,pues.Salen por el periódico, al día siguiente, si murieron….Y todas las pacientes, rompieron en carcajadas.

Hizo falta cuando dejó de llegar. Se fue a animar quizás otros pacientes en otras salas. Es increíble como el humor, nos trae algo de calma y alegría en nuestras vidas. Tampoco se puede olvidar lo que aprendió Bertha Alicia de una joven de tan solo 16 años. Padecía de lupus, una enfermedad poco conocida. Su mamá había muerto de lo mismo recientemente antes de ingresar al hospital, al igual un hermano. Sin embargo, esa niña poseía tal entereza, tanta voluntad y madurez. Se aferraba a la vida. Y su humor, le daba la fuerza para colorear su mundo. A Bertha Alicia, le gustaba conversar con ella. María, como puedes siendo tan joven, tener tanta alegría, encontrándote aquí---le preguntó---Estoy acostumbrada a pasar por esto en la familia, y he aprendido, que con preocuparnos, no le añadiremos un codo a nuestra estatura, así que, se lo dejo a Dios. Soy joven, yo sé que me curaré.---dijo María---con resolución. Ella sola, sabía defender sus derechos sin necesidad de un adulto. Y no porque no los tuviera.


Doctora!---dijo Marìa.Còmo puede ser que yo tenga que ir a Panamá sola, siendo menor de edad, eso no es justo---continuó María. Te comprendo, ---dijo la Doctora, ---Veré que puedo hacer, espera que averigüe… Y así, María logró la atención una vez más del personal médico. A pesar de no contar con una madre y un padre (este les abandono al iniciar su madre su enfermedad).

Tenía una familia muy unida, amigos, compañeros de colegio, que le

consentían y le traían alimentos a toda hora. Y se ganó con su carisma a todo el personal médico. -Buenos Días, María- Entraron saludando los doctores. --Buenos días – dijo María. --A ver María, dinos ¿por qué estás aquí? María hizo una mueca, y al final dijo: --Por qué estoy aquí, por qué estoy aquí, y por qué va a ser. ¿Por qué siempre preguntan lo mismo?. Y sonriendo lo agregó, --- no estoy enojada, no soy así. Es solo que desde que llegué aquí, todos me preguntan lo mismo. Ah, vaya. Bueno, María es parte de nuestro trabajo. Como hay cambios, preguntamos al paciente y luego miramos los expedientes. Se aprendió con ella muchas lecciones valiosas. Y digo, se aprendió, porque tuvo que viajar a la capital (Panamá) a realizarse una biopsia del riñón. Le llevó la ambulancia del hospital. Bertha Alicia ya extrañaba no sentir el sol, porque solo le podía sentir, cada mañana desde el vidrio de la ventana. Como ansiaba llegar a casa y abrazar a sus hijos. Pero sabía que aunque saliera, le quedaban pendientes dos operaciones que por su nefritis, no podía realizarse. Sabía, que tenía que actuar con rapidez, pues de contrario, sufriría otra recaída. Al inicio y quizás aún deseaba ser operada de inmediato, y aprovechar su estancia en el hospital. Bertha Alicia era de condición humilde y no podía pagar una clínica fuera. Pero, por otro lado, le preocupaba, estar más tiempo innecesario en el hospital, por el temor a la


bacteria asesina, que habían encontrado, y cobrado la vida, a muchos pacientes, que habían acudido por una cura, y el resultado, fue la muerte. Cada día, cama que se desocupara, cama que al día siguiente, era ocupada. Son muchos los casos, y aunque diferentes no se mantienen dentro de sus salas, por falta de camas. Volviéndose lo que se conoce como “pacientes periféricos”. Por ello, hay que perseguir y al correteo, conseguir los médicos especialistas, que los atienden. A Bertha Alicia, le preocupaba además, tener que depender de la ayuda de los demás. ¡Dios! ayúdame a llegar a vieja, pero no invalida. No siempre las personas, pensaba ella, tienen la paciencia para amar y cuidar delicadamente a los demás. Y no quería ser atendida, por obligación, de malas ganas, y ver la cara de asco en las personas que se encargaran de ella. Prefería que la dejaran morir, a sentir ese sentimiento de desprecio. Y esos casos les toco verlos una y otra vez. Con decirles, que en los últimos días de su estancia allí, solo ella, podía valerse por sí misma. Es muy triste, llegar a ese punto y no tener quien vele por nosotros. Pero así, es la vida. Uno, no la escoge, nos toca vivirla. La última mañana, antes de la visita de los médicos, una amiga, que tenía salida, fue a visitarle, aconsejando a Bertha Alicia, de cuidar su salud, y valorar la familia.A lo que ,ella respondió: “Es por ello, que cuando regrese a casa, valoraré más que nunca mi salud. Cuidaré de ella, como el tesoro más preciado y ojalá pueda trasmitir lo mismo al resto de mi familia. No me gustaría verlos sufrir, ni pasar por lo que pasé. Aunque, no estuve de gravedad, gracias a mi Dios; pero el estar lejos de los que se quiere, comiendo mal, descansando obligadamente, siendo inyectada hasta quedar como un colador. No es agradable.” Bertha Alicia se alegró, cuando los médicos llegaron con la noticia de su salida. No podía esperar más por sentir el sol, y el calor de sus hijos, abrazándole. Solo miró, cuando desconsuelo pero al mismo tiempo esperanza, a los pocos pacientes en la sala. –Rogaré por la salud de ellos---murmuró. Y mientras, le daba la espalda lentamente al cuarto, por su mente, paso en segundos, todo lo que había vivido, durante el tiempo que permaneció en ese cuarto y principalmente, en el 4to piso, cuarto 441.


Lo que Bertha Alicia no podría sospechar siquiera, era que pasado unos meses, volvería para nunca más, regresar. En memoria de los pacientes que han llegado en busca de atención, y han fallecido.


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