NO SE DUERMA EN EL METRO Mario Méndez Acosta Hay cosas en la vida, y eso incluye a esta ciudad de México, que más vale que nunca averigüemos. La ignorancia nos permite dormir con placidez en la noche, y concentrarnos en nuestros respectivos trabajos. Por ejemplo: ¿se ha preguntado usted qué les sucede a las personas que se quedan dormidas en el Metro, cuando éste llega a la terminal de una línea, lo que causa que no escuchen la advertencia que les pide abandonar el vagón y sigan adelante en el mismo, adentrándose en un profundo túnel oscuro que aparentemente no lleva a ninguna parte? La verdad es que esa es una de las cosas que en realidad no nos conviene averiguar, si es que queremos mantener la ilusión de que vivimos en un universo racional. Sin embargo, no está de más tomar algunas precauciones sencillas, que bien pueden evitarnos experiencias en verdad lamentables. Una de ellas es la de no dormirnos nunca en el Metro; en especial, después de la puesta del sol. Para Arturo Marquina, periodista ya no tan joven, y autor ocasional de relatos de ficción científica, cuentos de horror y novelitas policíacas nunca publicadas, ese descuido le produjo un extraño desarreglo que sus amigos califican casi de locura. Se niega Arturo, quien es una persona sensata, racional y de buen humor, a acercarse siquiera a las entradas del Metro. Se niega también a pasar por encima de las ventilas o registros del sistema de transporte colectivo de esta capital. En eso puede ponerse hasta agresivo y desagradable. Marquina se niega a hablar de esa extraña fobia que lo aqueja. Siempre logra desviar la conversación cuando se le interroga al respecto. Sólo una vez, en una cantina de Bucareli, después de varias horas de consumo y animada conversación, llegó un momento en que se puso serio e hizo una advertencia a uno de los amigos, que le dijo que utilizaba el Metro cotidianamente, y en especial a muy altas horas de la noche. “¿Llegas a alguna terminal a esas horas?”, preguntó Arturo. Ante la respuesta afirmativa, nuestro amigo abandonó su discreción. “¿Tú has sabido qué le ocurre a las personas que se quedan dormidas en los vagones que siguen avanzando después de la última estación?”. –“La verdad, no”- repuso el compañero. “Yo sí lo sé”, continuó Arturo. “Esto que te voy a contar no es un cuento, te pido que me lo creas, por tu bien. Nunca lo repetiré ante ustedes”. “Fue hace justo un año. Serían cerca de las once de la noche y salía yo del trabajo después de un día durísimo. Tomé el Metro en la estación Hidalgo, y me dirigí hacia Tacuba. Ahí transbordé hacia Barranca del Muerto. Ya a esa hora, el Metro va casi vacío. Cerca de Tacubaya me quedé dormido. El tren llegó sin duda a la terminal, sin que yo despertara. No oí la distorsionada voz de advertencia que sale del sistema de sonido, ni el insistente pitido del silbato electrónico que anuncia las paradas. Unos segundos después, cuando ya el vagón se dirigía hacia el inquietante túnel que continúa el trayecto, alcancé a ver el letrero y la insignia de mi estación de destino, la cual
quedaba atrás. Con preocupación y fastidio, pude ver que no iba sólo. Unos asientos más adelante iba un tipo viejo y desastrado, en evidente estado de ebriedad, que seguía dormido y cabeceaba con cierto ritmo. Pensé que quizá el tren cambiaría de vía y regresaría por el mismo trayecto en unos momentos más. Pero no fue así. “El vagón siguió adelante, se desvió hacia la derecha y después de avanzar varias decenas de metros, hizo alto en un lugar totalmente oscuro. El motor se detuvo, y lo mismo la ventilación. El silencio más absoluto cayó sobre nosotros. Fue entonces cuando las luces se apagaron. Ahí empecé a sentir algo de miedo. Había un poco de claridad, proveniente de la parte posterior del túnel. Por fortuna traía mi linterna de bolsillo, y además ésta tenía pilas. Me paré y me dirigí a mi aún dormido compañero de tribulación. Me acerqué a él y lo sacudí por el hombro. Me preguntó qué pasaba y rápidamente le expliqué nuestra situación. Respondió con una imprecación y puso su rostro contra la ventana para tratar de ver dónde nos hallábamos. Me di cuenta que este vagón se quedaría ahí toda la noche, por lo que me dispuse a tratar de forzar una de las puertas. Era inútil, me convencí que sólo saltando a través de una de las ventanas podríamos salir del carro. Fue entonces cuando oí un ruido en el techo. Algo cayó encima del vagón y recorría el techo. De pronto, se escuchó otro ruido en el extremo opuesto del carro. Dirigí el haz de mi linterna y pude ver una sombra que caía al suelo después de haber entrado por la ventana. “¡Vaya, al fin!... ¡Oiga, necesitamos que nos ayude a salir!” No hubo respuesta. El borracho fue más directo. Avanzó hacia el intruso y lo tomó por las ropas. “¡Sáquenos de aquí! ¡Esto es un atropello, malditos burócratas!”. El extraño no respondió, sólo levantó una mano. “A la luz de mi linterna pude ver que era blanca como la harina, delgada y fibrosa, y con unas larguísimas uñas que semejaban garras. Como un rayo, esa mano rasgó la garganta del pobre vagabundo. Fue entonces cuando vi el rostro del ser que tenía enfrente. Pálido, calvo, con enormes ojos amarillos, orejas largas, una nariz grotescamente respingada con dos protuberancias carnosas en la punta. Vi como abrió la boca llena de dispares y puntiagudos dientes, que pronto recibió el borbotón de sangre que salía del desafortunado pasajero. Fue en esos momentos cuando recibieron mis narices la patada del nauseabundo olor que despedía esa criatura. El espectáculo y el olor me hicieron de inmediato vomitar. En medio de las arcas de la basca, escuché otro ruido metálico detrás de mí. ¡Alguien más entraba al vagón por otra ventana! No esperé un segundo más. Me lancé hacia el primer intruso, que aún se cebaba en su víctima, y derribándolos a ambos llegué a la ventana por donde había penetrado el primer monstruo. Escuché un forcejeo detrás de mí, con el que sin duda el invisible perseguidor se abría paso también entre la pareja víctima-victimario que se interponía entre nosotros. Salté fuera del vagón y logré caer en el suelo sin dislocarme siquiera un tobillo. Emprendí la huida, como un poseso, hacia el extremo iluminado del túnel. Detrás de mí se dejaba oír un jadeo que acompañaba rítmicamente a un penetrante chillido. “La luz aumentaba poco a poco. Sentía que mi perseguidor rápidamente iba descontando ventaja. Decidí voltear la cabeza... y quizá eso sea lo que más me ha desgraciado la vida de toda esa experiencia. Vi a un ser similar al que había despedazado al pobre ebrio en el vagón, nada más que éste mostraba una regocijada
sonrisa idiota. En la penumbra del túnel veía su tez, amarillo limón, y su larga frente con que se relamía con anticipación. Por fortuna, de frente llegaba otro tren de vagones del Metro. Salté a su paso y alcancé la parte central del túnel. Mi perseguidor no quiso hacer lo propio. Recorrí los últimos metros que me separaban ya de la iluminada estación. Al llegar a ella, subí al andén. Justo a tiempo. Unos metros atrás la criatura, que se había desplazado por el techo del túnel, asida de sus largas garras, tanto de manos como de pies, cayó detrás de mí y alcanzó a lanzarme un zarpazo a la pantorrilla”. Arturo nos mostró una cicatriz, que aún dejaba ver las huellas de una prolongada infección que apenas había sido dominada. “Ya en el andén, emprendí la carrera hacia la calle. No me detuve hasta llegar a mi departamento, donde atranqué la puerta y me refugié en un garrafón de mezcal. “Me expliqué por qué en los talleres del Metro se trapea y se friega con tanto esmero el piso de los vagones todas las mañanas. ¡No se duerman en el Metro! Si lo hacen, corren el peligro de, por lo menos, no volver a dormir nunca más con tranquilidad”.
MUJER VAMPIRO DEL MÉXICO COLONIAL Esta historia fue contada por una enfermera muy asustada en un programa de radio en México que casi juró que en el año de 1977 en el Hospital Civil de Guadalajara hoy día la torre de especialidades, donde realizaba sus prácticas profesionales, fue testigo de un hallazgo que a cualquiera podía helarle la sangre, ya que vio cómo al ser derrumbada una columna encontraron a una mujer emparedada, con su cuerpo incorrupto, es decir como si estuviera viva y con todo su físico perfectamente conservado en una caja de algo similar al vidrio, pero con un detalle muy importante, una cruz de madera (con piedras incrustadas) enterrada en su corazón. Cuenta la enfermera, que albañiles y médicos del hospital se quedaron atónitos con tal descubrimiento, y más porque la mujer era muy bella, vestía con ropa de la época de Colonia, e incluso cuando le abrieron los párpados tenía unos ojos azules intensos. Sin embargo los médicos en vez de avisarle a alguna autoridad, como sucede en estos casos, llamaron a gente de la iglesia para que vinieran a ver a la que de inmediato ya era considerada una mujer vampiro, debido al crucifijo que tenía enterrado. Las autoridades eclesiásticas llevaron un ataúd de madera y envolvieron a la mujer con papel aluminio, sin explicar la razón de este tipo de envoltorio y se la llevaron. Hubo muchas amenazas, pues varios médicos y estudiantes atestiguaron lo ocurrido y la amenaza fue : ¡¡Hablan y pierden la cédula profesional!!. El mismo Dr. Rivas Souza jefe de la SEMEFO, fue parte del acontecimiento, pues en ese tiempo daba clases a los estudiantes de medicina y los asesoraba en sus practicas profesionales. El atendió a uno de los 4 sacerdotes que se llevaron el cuerpo. Sin embargo, apenas en el 2008, dos décadas después de lo que vio, se animó a dar los detalles en ese programa de radio y agregó que un sacerdote con el cual llevaba una buena amistad le confesó que el cuerpo fue llevado al Vaticano, por órdenes del mismísimo Juan Pablo II. La primera conclusión a este relato puede ser que la enfermera se equivocó de profesión y debería escribir historias de terror en Hollywood, por otro lado se dice que el vaticano si investiga casos de posesión diabólica, brujería, milagros y otros casos por todo el mundo mediante un estricto protocolo científico y medico. Al final es uno más de los relatos que forman parte de nuestro mundo Vampírico.
EL VAMPIRO DE GUADALAJARA Se dice que hace muchos tiempo (cerca del año 1880) llegó a esta ciudad que en ese entonces mas bien era un pueblo un personaje muy raro venido de Europa (eso era todo lo que sabían los ciudadanos). Le llamaban "Don Jorge" y todo apuntaba a que solo era un hombre rico que venía a vivir a este país, sin embargo a la llegada de Don Jorge comenzaron a suceder cosas extrañas, todo esto tomando en cuenta el hecho de que Don Jorge jamás era visto salir de su casa de día. De pronto comenzaron los extraños hallazgos de animales muertos todos con similitud de condiciones como el hecho de no tener gota de sangre alguna y además una herida en el cuello muy peculiarmente “limpia”. Al principio se achaco este problema a algún animal rabioso o alguna extraña enfermedad pero lo que despertó el terror entre los ciudadanos fue que después las presas dejaron de ser animales para ser personas que eran atacadas a altas horas de la noche. Algunos gitanos llegados del viejo continente años antes comenzaron a esparcir el rumor de que el causante de esas muertes era un Vampiro, y como ellos ya estaban familiarizados con este tipo de “casos” comentaron que la única forma de matarlo era clavándole una estaca recién cortada de un árbol (específico) en el corazón. Finalmente se reunieron y armados de valor, palos, antorchas y machetes decidieron ir en busca del asesino. Cerca del panteón oyeron gritos, y al llegar vieron con horror a Don Jorge que estaba mordiendo el cuello de uno de los campesinos. Cuando el vampiro se vio rodeado huyó dejando a su víctima ensangrentada. Al día siguiente la gente fue a ver al cura del pueblo y le pidieron que les ayudara a detener al vampiro que los aterrorizaba. Así llegaron a la hacienda de Don Jorge, el cura le realizó un exorcismo y el vampiro retrocedió maldiciendo y jurando que se vengaría de todos ellos, posteriormente fue cuando le enterraron la estaca (aún verde) en el corazón. Después por miedo a que el vampiro resucitara la estaca le fue dejada en el pecho y fue enterrado inmediatamente en el “Panteón de Belén” que era el panteón principal en aquellas épocas, meses después la gente noto que de la tumba donde habían sepultado al siniestro ser surgió un árbol a partir de la estaca incrustada en su corazón y que si se le cortaba una rama a ese árbol en lugar de savia le salía sangre, cuenta la leyenda que el día en que el árbol se seque o destroce por completo la lápida el Vampiro volverá a la no-vida para vengarse de los ciudadanos de Guadalajara… Tanto el panteón, como la lápida y el árbol aún existen y pueden ser visitados, sin embargo el árbol ahora se encuentra protegido por un cancel para evitar que la gente la arranque ramas para probar la leyenda.
LA NIÑA VAMPIRO DE YUCATÁN MÉRIDA, Yuc. La primera aparición del espectro fue en la zona de Mulchechén. Durante varias semanas el pánico se apoderó de los noctámbulos. Todo empezó una noche en que una aterrada mujer del rumbo de Mulchechén, al oriente de la ciudad, había acudido a la comisaría a manifestar que momentos antes se le había aparecido un fantasma en un camino solitario. Al inquirírsele qué clase de ente espectral la había asustado tanto, la aterrada señora sólo alcanzó a balbucear que se trataba de... ¡una niña vampiro! Ya un poco más repuesta del susto, narró que caminaba por una vereda obscura y solitaria, como a las 9 de la noche, cuando de pronto, de la nada, le salió al paso el espectro de una niña, toda vestida de blanco, con el cabello revuelto, una mirada desorbitada y enseñando unos grandes colmillos. Tratándose de armar de valor, la mujer le preguntó a la inesperada aparición que si estaba extraviada, pero la infante no contestó, sólo hizo unos ruidos guturales, y al intentar tocarla, ésta trató de morderla, por lo que despavorida, corrió sin virar a ver hacia atrás y sin detenerse, hasta la comisaría. Era el año de 1974 y este fue el primer reporte de la llamada niña vampiro. Días posteriores empezaron a surgir nuevos "avistamientos" de ese ser de ultratumba. Todos los testimonios coincidían: la espectral figura era la de una niña de unos 12 ó 13 años, vestía un batón blanco, tenía mirada de enajenada, dientes extremadamente largos y sangrantes, y no pronunciaba palabra alguna, y cuando algún valiente osaba acercársele, intentaba morderlo y arañarlo. Se le vio por varios rumbos de la ciudad. Hubo reportes de Tanlum (que por entonces era una hacienda), por las colonias Castilla Cámara, Melitón Salazar y Mercedes Barrera... La fiebre de testimonios fue creciendo, como también fue creciendo la imaginación de los testigos. Tan es así que un chofer del camión de pasaje de la ruta 64 Castilla Cámara, de nombre Andrés, se atrevió a manifestar a un reportero de un periódico local que al hacer su último viaje nocturno, a la media noche, vio a una niña con la descripción antes mencionada, parada a media calle. El camionero hizo sonar el claxon, pero el espectro no se apartó del camino, por lo que muerto de miedo el camionero no detuvo su marcha y, según señaló, le pasó encima al fantasmagórico ser. Por el espejo retrovisor vio que la figura se había desvanecido, por lo que al llegar a la base de los autobuses de la Alianza de Camioneros, revisó abajo de la unidad, pensando que podría haberse trabado el cuerpo entre los hierros, pero nada. No había nada... Por los rumbos en donde se había visto a este espanto, la gente ya no quería salir de sus casas y empezaron a abundar cuentos sobre que esta infernal niña ya
había "chupado" a varias personas, por lo que en algunos domicilios se pusieron en las puertas crucifijos de madera y colgajos con ajos (que, según la leyenda, espantan a los vampiros). Luego hubo avistamientos hasta en Progreso, donde incluso otro camionero afirmó que la niña vampiro le había pedido parada, pero asustado, siguió de largo. Después, los porteños empezaron a comentar que el espectro fue visto por las noches en calles cercanas al malecón. El terror aumentó por esos días en el vecino puerto cuando unos niños hallaron una mano semienterrada en la arena, atrás de una casa ubicada a unas dos cuadras del parque Cházaro Pérez. Luego que circularan mil versiones sobre esa extremidad humana, se supo que un estudiante de Medicina, en son de broma, la había dejado ahí. Una discapacitada mental Pero esta historia terminó en forma un tanto cómica. Resulta que tras una semana de terror, la supuesta niña vampiro, luego de ser hallada por los rumbos de la ciénega de Progreso (no se sabe cómo llegó hasta ahí), no era más que una adolescente perturbada de sus facultades mentales que se había extraviado de su casa de Mulchechén. Vestía una bata de dormir, la cual ya se encontraba sucia y desgarrada; llevaba el pelo revuelto y espantado, lo desorbitado de sus ojos se debía a que estaba asustada, y sus grandes dientes, a que padecía de piorrea (gingivitis), enfermedad propia de los enfermos mentales al no llevar a una buena higiene bucal. Había estado escondiéndose en montes y terrenos baldíos durante el día, mientras que por las noches salía a buscar qué comer. La chamaquita fue recuperada entonces por sus familiares, quienes dentro de su ignorancia, no habían reportado el extravío de la infante. Esta historia terminó bien y todo lo aterrador que llevaba el caso en un principio, se disipó.
LA TLAHUELPUCHI La tlahuelpuchi es una vampira con poderes de licantropía. La gente de Tlaxcala México cree en una entidad sobrenatural llamada tlahuelpuchi (tlahuelpocmimi plural). Es un tipo de vampiro que vive con su familia humana, chupa la sangre de infantes en la noche. El tlahuelpuchi es similar al nahual en que ambos pueden transformarse en varias formas animales. El nahual, no obstante aprende su arte y no necesita tomar sangre. El tlahuelpuchi tiene una clase de aureola que brilla intensamente. El tlahuelpuchi es producto de una maldición y no puede evitarla. A partir de la época de la pubertad deben alimentarse por lo menos una vez al mes con sangre, si no lo logran estos mueren. Al alimentarse mata a la víctima, la cual debe preferentemente ser un infante. No hay manera de detectar un tlahuelpuchi excepto sorprendiéndola en el acto. Si los miembros de una familia son responsables de la muerte de un tlahuelpuchi la maldición dada a ella le será pasada a un miembro de ésa familia. La tlahuelpuchi puede cambiar de forma separando su cuerpo de sus piernas. Generalmente toma la forma de algún pájaro como un pavo o un buitre. Esto debido al ritual extraño que el tlahuelpuchi tiene que realizarse antes de que ella pueda entrar en la casa de una víctima. El tlahuelpuchi debe volar sobre la casa de su víctima en forma de cruz del norte al sur, este al oeste. En puebla a menudo se dice que se ven animales que brillan intensamente por el ataque de la tlahuelpuchi. La tlahuelpuchi tiene su propia sociedad y territorios. También tienen una clase de pacto con los shamans y otras criaturas supernaturales. La muestra típica que el tlahuelpuchi mató a la víctima es contusiones en el cuello. El tlahuelpuchi es rechazado por el ajo, las cebollas y el metal. El metal es representado a veces por un par de tijeras abiertas a la izquierda cerca de la cama, a veces un espejo, ó medallones religiosos fijados en el frente y detrás de la camisa en forma de cruz fijada a la ropa interior. Las leyendas de vampiras de Europa y la de la leyenda tlahualpuchi son muy interesantes. La víctima de una tlahuelpuchi no se convierte en una tlahuelpuchi, solo muere. La tlahuelpuchi es una leyenda única de México.