Sí, ¡quinientos frutos distintos! cuyos orígenes nos llevan a los mismos bosques de Guaycuyacu, a las selvas amazónicas de Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia o Brasil, a las florestas tropicales de Malasia, India, Camerún, Vietnam, Indonesia o Filipinas, a Australia, Zaire o Congo, e incluso a algu- nas zonas temperadas de este y del otro he- misferio. En una facultad de agronomía, de aquellas convencionales, se sumarían las hectáreas por cientos para meter semejante fruterío. Pero no. En Guaycuyacu, toda esa diversidad se entrevera en apenas ocho hec- táreas. Sin temor a equivocarme, esta es la finca que más se asemeja al bosque tropical por su aspecto y su dinámica, de todas las que he conocido. En esta parcela, que cuenta con todos los estratos vegetales de un bosque que se precie como tal (desde las copas de los árboles hasta el suelo hay algo creciendo y produciendo), no todo lo cultivado produ- ce al mismo tiempo, como suele ocurrir en la vastedad de los monocultivos.