74 • noviembre 2011 • $3,36
Contenido La muerte de Dolores Males
La muerte es, quizá, la preocupación central de los ritos en todas las culturas. Los familiares de Dolores Males, mujer kichwa fallecida en Otavalo, permitieron a Natalia Agudelo y Juan Carlos Rocha acompañarlos en su última despedida y compartirla con nosotros.
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Guaycuyacu: una balsa llena de plantas
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El Pasochoa: caldera de vida
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El debate en torno a la construcción de hidroeléctricas está abierto en el país. ¿Los beneficios de una energía libre de carbono compensan sus múltiples costos ambientales y sociales? Juan Freile nos presenta el lado humano de este dilema a través de la historia de la finca Guaycuyacu, en el río Guayllabamba. Los “bosques de Panzaleo” un día cubrieron toda la hoya de Quito. La tala para madera y carbón, la expansión agrícola y, ahora, el desparrame urbano, los han relegado a sitios inaccesibles y quebradas. Gabriela Anhalzer visita uno de estos reductos, acunado por la caldera del volcán Pasochoa.
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Además Allimicuna Nuestra fauna Publicaciones ¿Qué lugar es este? Humor verde
Portada: Guaycuyacu, a orillas del río Guayllabamba, es un bosque con más de quinientas variedades de árboles frutales coleccionados por el mundo. Un embalse en el río, del proyecto hidroeléctrico Hidroequinoccio, amenaza con cubrirlo con agua. Foto: Ivan Kashinsky. 2
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Guaycuyacu una balsa llena de plantas
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Desde el aire, el río Guayllabamba es espectacular. Nace en los Andes, serpentea por los valles quiteños y sigue creciendo conforme atraviesa el subtrópico. Con los años, su agua otrora cristalina se ha contaminado con la erosión y los desechos. En el pardo Guayllabamba de hoy se planifican proyectos hidroeléctricos. Estos embalses conllevan miles de historias no contadas. Esta es una de ellas.
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por Juan Fernando Freile fotos: Ivan Kashinsky
uenta la tradición huaorani que, en un tiempo muy remoto Meme Huengongui, el abuelo creador, mandó un aguacero para sacrificar a las gentes que habían dejado de vivir con honestidad y respetando al mundo y a los demás. Pero a una familia que siempre había vivido correctamente, le indicó que construyera una canoa de madera fina y que, cuando estuviera lista, echara dentro todas sus plantas cultivadas. Así salvó a esta familia y a sus chacras. Esta historia, similar a la fábula de Noé y el diluvio universal de los cristianos, tomó forma hace casi veinticinco años en un rincón verdísimo de la Pichincha tropical: la finca Guaycuyacu. Jaime y Mimi, una pareja de exiliados del vertiginoso ritmo de consumo y sobredesarrollo estadounidense, recorrieron los caminos de la vida hasta que, con sus cuatro trapos y dos guaguas al hombro, llegaron al pequeño espacio de Ecuador donde asentarían sus raíces para siempre. Corría el año 1987, miles de días después de abandonar su país natal… Al caer la noche llegamos a su finca, todavía rodeada de algo de selva. La oscura humedad y el incesante tronar del río Guayllabamba, de cuyo cañón nos separan pocas decenas de metros, hacían de esta, mi primera visita a Guaycuyacu, un momento vibrante. Mimi, Jaime, el perro Gwydi y dos parejas de visitantes nos recibieron con una merienda cuyos contenidos, a excepción del queso y la sal, fueron cosechados en la propia finca. Abrumado, dejo que todos los sabores y texturas deambulen por mi paladar y desciendan a mi estómago al ritmo de la llovizna que empieza a caer.
Mimi toca una canción que le compuso a la selva, mientras su fiel perro Gwydi la escucha. 18
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Cuando Mimi y Jaime vinieron, Guaycuyacu era un bosque alto, exuberante y lleno de animales. Para llegar, debían caminar hasta siete horas por el monte para cubrir los diecisiete kilómetros que separaban su finca del camino más cercano. Aunque han mantenido la finca bastante selvática, sus entornos están cada vez más deforestados. En apenas dos décadas, animales excepcionales como el guacamayo verde o el mono machín desaparecieron del área. A la mañana siguiente despertamos con el alba. Una caminata breve y un nutrido desayuno nos prepararon para lo que sería, sin duda, el paseo más sabroso de nuestras vidas. Con Jaime a la cabeza, recorrimos a paso de procesión Guaycuyacu entera, deleitándonos cada instante con los olores y sabores de las incontables variedades de plantas comestibles y bebibles de esta idílica finca; frutas, flores, especias, cortezas, hojas para infusión… Incontables, o casi. Jaime dejó de numerar cuando sobrepasó las quinientas variedades de
Arriba. Los Foyle hojean el libro Plumas, de otro hijo adoptivo de estas tierras, Murray Cooper. Derecha. Una pequeña muestra del tesoro de Guaycuyacu.
Mimi Foyle (arriba) ofrece chontaduros, humus y verduras picadas a sus visitantes (abajo), todo hecho con productos de su finca. Solo el queso vino de afuera.
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Arriba. Retrato de la familia de Mimi. Abajo. En un recorrido por este bosque, Jaime puede encontrar cualquiera de las quinientas y mĂĄs variedades de fruta que en ese momento estĂŠ grĂĄvida.
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frutas. Sí, ¡quinientos frutos distintos! cuyos orígenes nos llevan a los mismos bosques de Guaycuyacu, a las selvas amazónicas de Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia o Brasil, a las florestas tropicales de Malasia, India, Camerún, Vietnam, Indonesia o Filipinas, a Australia, Zaire o Congo, e incluso a algunas zonas temperadas de este y del otro hemisferio. En una facultad de agronomía, de aquellas convencionales, se sumarían las hectáreas por cientos para meter semejante fruterío. Pero no. En Guaycuyacu, toda esa diversidad se entrevera en apenas ocho hectáreas. Sin temor a equivocarme, esta es la finca que más se asemeja al bosque tropical por su aspecto y su dinámica, de todas las que he conocido. En esta parcela, que cuenta con todos los estratos vegetales de un bosque que se precie como tal (desde las copas de los árboles hasta el suelo hay algo creciendo y produciendo), no todo lo cultivado produce al mismo tiempo, como suele ocurrir en la vastedad de los monocultivos. Sálaks, achotillos, cupuassús, yafris, chicles, macadamias, kolas, borojós, frutipanes, pomelos, langsats, madroños, caimitos, manzanas de agua, ciruelas mango, champedeks, rambais, cacaos, guayabillas, keranjis, corozos, guanábanas, mentegs, jaboticabas… Sabores dulces, amargos, agridulces, dulsácidos, acidulces, dulceamargos, amargácidos, intensos, prolongados, persistentes, efímeros. ¡Una exaltación total de los sentidos! En esta extraordinaria arca, el banco de semillas frutales más importante del Ecuador, nada sobra y nada falta. Si ha de hablarse de sustentabilidad, Guaycuyacu es, de largo, su ejemplo vivo. Y algo más. De Guaycuyacu han salido ya algunas frutas que empiezan a comercializarse en La Concordia, Puerto Quito, Pedro Vicente Maldonado, Tena, Archidona, Pacto y San Lorenzo. El sálak, por ejemplo, ya está cultivándose en otras zonas, y se está convirtiendo en un fruto bien apreciado. El yafri (jackfruit es su nombre original) –que también crece estupendamente en Guaycuyacu, aunque no haya sido una primicia de Mimi y Jaime– ha alcanzado los puestos de batidos en algunas playas. Por su parte, el achotillo 24
que crece aquí, bien podría suplantar al que ahora se vende en esquinas, semáforos y mercados porque crece más rápido y carga frutos de mayor tamaño y mejor sabor. Además, los intercambios o ventas directas de semillas son otra forma de compartir las frutas con el país y el mundo. La tranquilidad en esta hamaca no es la misma desde que Jaime se enteró que, en el mejor de los casos, las aguas del embalse llegarán a pocos metros de aquí. 25
Los vecinos de los recintos Santa Rosa, Saguangal, Mashpi, Las Delicias y alrededores ven con buenos ojos la experiencia de vida de Mimi y Jaime, y empiezan a replicarla con semillas que la pareja comparte. De estos recintos, de por sí pródigos en producción de frutas, salen además muchos productos más tradicionales (naranjas, papayas, plátanos, cacao, caña de azúcar, entre otros) que alegran los estómagos de citadinos en varias partes del país. Pese a todo, entre esta balsa llena de frutales y el arca de Noé o la canoa del pasado huaorani, hay una diferencia fundamental: Guaycuyacu, pese a ser la más real de las tres, no puede flotar. El caso es que existe un proyecto, que se avizora muy próximo, de represar el río a pocos metros de la finca, en donde el río Manduriacu se entrega al caudal del Guayllabamba. Y resulta que este embalse levantará el nivel de este último hasta en setenta metros, suficiente para que zozobre gran parte de Guaycuyacu y otras fincas de Santa Rosa. Hidroequinoccio, empresa constituida por el gobierno provincial de Pichincha, es la responsable de este y otros cinco proyectos hidroeléctricos en el Guayllabamba, que juntos generarían más de 6 400 gigawatts de energía al año (de los cuales Manduriacu aportaría con unos 386). En aras de una irrefrenable demanda energética, el reducto de vida de Jaime y Mimi enfrenta el inminente peligro de desaparecer. Con él, un tesoro de germoplasma, una fuente de potenciales cultivos alternativos a los convencionales y poco eficientes monocultivos, y un ejemplo vivo de auténtica sustentabilidad. Son veinte años de trabajo diario: los árboles están ahí, son miles, y no se pueden mover. Hidroequinoccio reconoce que el embalse afectará Guaycuyacu, pero argumenta que el área de inundación apenas alcanzará el camino de acceso. De ser eso cierto, Jaime y Mimi tendrán que vivir a menos de veinte metros de un embalse que guardará cientos de miles de litros de aguas del Guayllabamba. Según el estudio de impacto ambiental contratado por la empresa, el agua de este río, a la altura del proyecto Manduriacu, tiene un grado alto a muy alto de contaminación y alta carga de sedimentos. Aunque no sucumba la finca, naufragarán las ganas de vivir en ella. 26
La riqueza se suele representar con la cornucopia: un cuerno rebosante de frutas. Esta muestra, cuyas fuentes pronto pueden quedar bajo el agua, cuestiona la racionalidad econocéntrica del desarrollo actual.
Dicen los rumores que, tras el pretexto de proveer energía a la red nacional de electrificación, se encuentra el interés de brindar fuentes baratas y cercanas de electricidad a las empresas mineras que anhelan instalarse en varios
sectores subtropicales de Imbabura y Pichincha. Representantes de Hidroequinoccio lo han negado, pero allá en el campo pocos les creen, como pocos creen en las ofertas de trabajo estable, capacitación y mejoras en su calidad de vida. Los testimonios son numerosos para nombrarlos todos aquí. Por primera vez en casi medio siglo, Mimi y Jaime duermen sobresaltados. Saben que el país requiere energía eléctrica, pero creen –y anhelan– que hay otras formas de generarla.
Los estudios de Hidroequinoccio sugieren que el embalse de Manduriacu bien podría ser más pequeño e incrementar apenas cuarenta metros el nivel del río, como para evitar la total inundación de Guaycuyacu y muchas otras fincas productivas que sustentan las vidas de numerosas familias. Muchos habitantes de las zonas que se verían afectadas por este proyecto, con quienes he podido conversar, se preguntan si en realidad son necesarios aquellos siete embalses; si no bastará con hidroeléctricas mucho 27
EFG
más pequeñas y eficientes que provean de electricidad localmente, como se Guayllabamba río contempla en el plan de desarrollo de la parroquia r ío G uay Pacto, a la que pertenece cu río Guayl ya lab cu am Guaycuyacu; si se ha tomaPacto Nanegal Manduriacu ba do en cuenta la erosión que provocaría la extendida Gualea deforestación en la cuenca alta del Guayllabamba; Nanegalito si los costos de limpiar el Calacalí San Miguel raudal de sedimentos y bade los Bancos San sura que acarrea este río no Antonio superarán a los beneficios hidroeléctricas Hidroequinoccio de represarlo seis veces; si las finanzas del país están para gastar tanto en estas grandes infraestructuManduriacu en cifras* ras en detrimento de caminos, puentes, centros poblados, fincas y bosques naturales... Muchas • Forma parte del Sistema Integrado de estas preguntas, comentan Mimi y vecinos Guayllabamba (6 hidroeléctricas a lo como Oliver y Marcelo, han sido respondidas largo del río). con evasivas en las sesiones de socialización del • Los costos de construcción ascenproyecto hidroeléctrico que ha organizado Hiderían a 2 mil millones de dólares y droequinoccio en la zona. tardaría unos tres o cuatro años. Ahora, el destino de quinientas y más va• Entre 2008 y 2010, se ha asignado riedades de plantas comestibles, un patrimonio más de 11 millones de dólares para sin igual en el país y el mundo, depende del estudios de factibilidad de los proyecejecútese final dictado desde alguna oficina en tos Manduriacu y Chirapi. Quito, con el dedo sobre un mapa. Guaycuya• Se desconoce el costo del tratamiento cu, ese silencioso edén del cual nadie quisiera de aguas contaminadas. salir, tiene un panorama desalentador. • El área de influencia directa del represamiento en Manduriacu supera las 2 600 hectáreas.
• El costo del plan de manejo ambiental supera los 15 millones de dólares.
• La empresa oferta unos 2 mil trabajos temporales durante la construcción. • El embalse de Manduriacu y sus
áreas de influencia afectan los objetivos del Área de Conservación y Uso Sustentable Mashpi, Guaycuyacu y Saguangal, creadas hace poco por la municipalidad de Quito, con la que se traslapan en parte.
• En las zonas de afectación habitan 740 familias campesinas. * Fuente: Estudio de impacto ambiental preliminar del Proyecto Hidroeléctrico Manduriacu.
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Posdata del autor: La noche que terminé de escribir este artículo soñé que el proyecto Manduriacu se echaba para atrás. Que al calor de unos mangostinos, unos caimitos, unas jaboticabas y unos cupuassús, sus ingenieros charlaban con Mimi y Jaime sobre los sabores de Guaycuyacu y los sonidos del Guayllabamba. Detrás, un tucán negriamarillo también se deleitaba con los frutales mientras yo, al pie de un pachaco enorme, leía en la prensa local el anuncio de la multiplicación de los Guaycuyacus en todito el noroccidente. Algo en mí sabía que esto no era más que un sueño, pero también que los sueños sirven para caminar
Juan Freile es biólogo asociado a la Fundación Numashir, comuna Tola Chica y Red de Guardianes de Semillas. jfreileo@yahoo.com 29