Las tumbas y otros textos

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Las tumbas (y otros textos) Sergio GarcĂ­a

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Cuentos

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Las Tumbas

No la maté por celos. De ser así, no hubiera hecho que, finalmente, estuvieran eternamente juntos. Lo que sucede es que yo no quería que lo sucedido volviera a suceder. Si no lo hubiera hecho, ella habría seguido poniendo en juego su dignidad, su honor a cada minuto, ella no podía controlar su instinto de seducción. Todos con solo verla andar (esto era evidente) volteaban sus cabezas, la devoraban con los ojos, la descarnaban con el aliento. En la oscuridad, las manos se movían voraces. Tanteaban, adivinaban las formas del cuerpo que se dejaba hacer, que se entregaba sin resistencia. Primero fue el tacto, después el olfato. No se podía ver. Era mejor así.

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Nos conocimos un atardecer en el andén de la estación, en uno de esos bancos verde inglés despintados, de madera, en los que solía sentarme. Permítame una infidencia: creo que eso es lo que más voy a extrañar, contemplar el ir y venir de los obreros, el silbato de los trenes, el anuncio de la llegada, la ansiedad de la partida. Los talleres muertos detrás de los eucaliptos son un espectáculo formidable ¿los ha visto usted alguna vez? Esa tarde había llovido y quedaban charcos y la humedad lo invadía todo… Ella llegó y se sentó sobre el banco húmedo; fue imposible no verla. Me sonrió. Intenté ignorarla, pero usted comprenderá que esto era (vale la reiteración) imposible. La cabeza, el torso, las extremidades. El torso, las extremidades, la cabeza. La cabeza, las extremidades, el torso. Como en un juego se podía cambiar el orden del recorrido. Había tiempo suficiente para desvariar en las formas que el cerebro recibiera con los ojos ciegos. Ella siguió mi mirada y notó puntualmente qué era lo que yo observaba: la vibración del tren que llegaba desde Sáenz Peña se podía adivinar en el charco, en miles (pequeñas) de ondulaciones que fragmentaban el reflejo de las copas de los eucaliptus, del andén de enfrente. 8


¡Qué hermoso! Era un cuadro impresionista vivo, el reflejo del sol que moría, tibio, daba una pátina amarillenta de ensoñación. Me miró y sonrió. Fue un instante, algo fugaz. Cuando llegó la locomotora, se levantó y pude ver los rastros de la humedad dibujados en su pollera. Pero ella ya no me miraba, buscaba ansiosa algo. Una mano en la ventana. Una vez que el tren se detuvo, sin dudarlo, se sumergió en medio de la confusión habitual. El vagón se la tragó en su oscuridad. No pude verla más y bajé los ojos. Afuera, la tormenta. Un rayo vuelve a iluminar la casa hasta su último escondite. Un reflejo llega al sótano pero es mejor no ver. ¿Qué gusto tiene esa piel? ¿Cómo suena ese cuerpo que se arquea, se desmembra? Ya nada fue igual desde aquella vez. Siempre que iba a la estación, lo hacía con la secreta intención de verla. No miento si digo que ella me robó esos instantes tan preciados de soledad y tranquilidad. Pasó una semana exacta. Su llegada, la adiviné por los pasos y porque vino directamente a sentarse a mi lado (ese día no había llovido y el banco estaba seco). Ella fue quien dio inicio a la charla. Ella fue quien buscó vincularse. Ella fue la que comenzó a reírse con una risa que alejaba a las palomas. 9


Quien conoce el andén de la estación de Santos Lugares sabe que es lo suficientemente largo como para poder evitar el destino, si uno lo prefiere; pero ella no… Supe desde esa tarde que me había elegido, aunque ignoraba para qué. En la intimidad del sótano-útero la casa parece latir. Hay olor a humedad. Huele a muerte. Allí abajo el mundo está detenido. El filo del metal se mueve ávido. El silencio se rasga en los huesos. La escena se repitió dos, diez, cien veces. Ella comenzó a llegar antes de tiempo con diferentes excusas. Básicamente el esquema era siempre el mismo. Las palabras que referían banalidades daban paso a un diálogo más intenso sobre (por ejemplo) cómo el arte parecía alimentarse de esa estación: de las palabras, los sonidos, las imágenes que vivían en ella. La charla se interrumpía con la llegada del tren, con el arribo de esa mano desde el vagón que finalmente también se me volvió familiar. Lo cierto es que yo ya no iba allí para contemplar el atardecer. Me lo había quitado. Cuando pare la tormenta el jardín comenzará su ciclo de la vida. Los gusanos voraces encontrarán senderos y los hongos se reproducirán felices entre las hojas 10


muertas. A simple vista será un espectáculo apacible porque es diferente lo que se muestra de lo que se es. Por debajo, en silencio, la violencia y el horror. Esa tarde, la última, me confesó que no iba a haber mano en la ventanilla, que él no iba a llegar, pero que ella igualmente había venido porque quería charlar conmigo. Fue ella la de la idea de ir a tomar algo por lo que propuse mi casa. “Esta a solo unas cuadras”, le dije. Era otoño y podíamos tomar té y charlar con mayor comodidad y podía mostrarle algunos cuadros. Su voz llegaba desde el comedor. El agua empezaba a hervir y yo disponía los pasteles en un plato cuando dijo su nombre. El nombre detrás de la mano. Un rayo. Comenzó la tormenta y todo se volvió confuso, pero recuerdo que le dije que el té tenía gusto a almendras y que ella sonrió con un mohín de compromiso. Hablaba todo el tiempo de él y el rompecabezas se fue completando tristemente. Le ofrecí otra taza. Esta fue más amarga que la primera. De ahí en más solo tuve que esperar. Creo que su nombre fue lo último que dijo. Cuerpo rompecabezas. Sangre, tendones, humores. Lo que antes era vida volverá a serlo solo que de otro modo. ¿De dónde saldrán las fuerzas para encender la luz 11


en este sótano? ¿Cómo se hará para ver a los ojos lo que siempre vivió en nosotros sin saberlo? Como pude la bajé al sótano. Se imaginará que una mujer de mi contextura no tiene la fuerza necesaria para manejar un cadáver. La desmembré, separé la carne de sus huesos. Hice la tumba en el jardín. Luego, preparé el relleno para el pastel de papas, para que la mano que antes se asomaba desde el vagón, desde la ventanilla, la enterrara en su interior bocado a bocado.

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Noche

Noche. Noche cerrada. Hay estrellas pero solo se adivinan. Buenos Aires se come el cielo con reflejos artificiales. El silencio lo recorta el tren, una sirena suburbana, un pรกjaro extraviado que ignora la madrugada. Fumo. Siempre fumo. La brasa me distrae y trae otros tiempos. Una noche de guardia en la colimba, con todo el campo abierto a los fantasmas. No me sorprenden los pasos. Sigilosos, como pidiendo permiso al tiempo, precisos. Se detienen a mi lado. -Linda noche. Es mi viejo. Corre una silla y me pide una pitada. Lo miro sorprendido.

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-Ahora no importa, me dice, ¿sabés hace cuanto que quería fumar un cigarrillo con vos?, me dice. Sonrío, hago una argolla espesa y le paso una seca. Cuando yo era pibe dejó de fumar porque lo sorprendió una angina de pecho y pensó que se moría. -Antes te quería ver crecer. Ahora ya creciste, no importa, me dice. -Tenés razón crecí. ¿Valió la pena? -Valió la pena. Hace rato que no charlamos. -¿Cómo andás? -Yo bien. Mucho laburo viste. Los pibes crecen y siempre… - No me entendés. ¿Cómo andás vos? -Bien. -Siempre decís bien. Te acordás cuando eras chico, siempre lo mismo, siempre decías bien. ¿Qué es bien? - Nada. Bien. No lo miró pero lo conozco de memoria, sé que sonríe y arquea las cejas como cuando me regalo un billar a los diez años y yo no dije que parecía un regalo de mierda hasta una semana después.

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Siento que no vale la pena romper el silencio. Como cuando volvíamos de la cancha escuchando la radio con los comentarios de la fecha. La voz latosa de la radio daba los resultados y asentíamos con la cabeza y nos pasábamos miradas cómplices. -

Viste el partido del domingo.

-

¡Cómo no! Qué emoción, un gol faltando un

minuto. -

Salir campeones sería una alegría. Como en el

76, te acordás. Cómo llorabas de contento. Cuánto hacía que no salíamos campeones… -

No mucho, lo que pasa es que fue el primer

campeonato que celebré con vos. -

Me dejabas en la tribuna femenina.

-

Te habías enojado, porque te reté porque pedías

de todo en la cancha, yo no tenía un mango, resabios del Rodrigazo. -

Nunca tuviste un mango.

-

Te enojaste y no pediste nada más. Te callabas

la boca y punto. ¡Qué jodido que eras de pibe! -

Cabeza dura.

-

Cabeza dura.

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No lo escucho, pero sé que se ríe. No lo dice, pero sé que se acuerda de el día en que casi le agarra un infarto después de empatar con Central 2 a 2 y perder un campeonato increíble. -

El problema con vos es que te tragás muchas

broncas. -

Ya no.

-

No sé. Mira que te conozco.

-

Ahora hablo más, me emociono más.

-

Eso es bueno, pero tenés que decir más. Con

hablar no alcanza. No entiendo bien, clavo la mirada en el dibujo de las baldozas. Hay una rajadurita. Hay que revisar antes de que se empiecen a levantar las cerámicas. -

Estoy cansado.

-

¿Sí?

-

Los años.

-

Yo pensé que ahora estabas más tranquilo.

-

No, una nunca se está del todo tranquilo si uno

no aprende a estarlo. Vos tenés que aprender. Yo no aprendí y si no aprendés en toda la vida... Sé que tiene razón.

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-

El otro día soñé con vos. Íbamos en un

colectivo y te veía sentado solo. Vos me llamabas y yo te sentaba al nene al lado y vos hacías un espacio para que me siente yo también. -

Eso soñaste.

-

Eso

-

¿Y estaba bueno el viaje?

-

No sé. Creo que me desperté.

-

Viste, siempre estás apurado.

No le respondo. Hoy no voy a terminar discutiendo. Prendo otro cigarrillo. La noche se hace íntima. -

Te va a matar el pucho.

No respondo, le paso una pitada. -

Yo soñaba que fumaba. Veinte años, treinta

años después de dejar, yo soñaba que fumaba. -

Ya me lo habías contado.

-

¿Sí? Ahora sueño que me como un lechón.

¿Podés creerlo? Lo hacés vos a la parrilla y no tiene gusto a nada. Suelta una carcajada ahogada, cortita. -

¿Soñás mucho?

-

¿Por qué no?

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No le respondo, pero no dejo de sorprenderme. Un viento de madrugada recorre el patio, las plantas se mueven como fantasmas y una gata negra (que es mía) se cruza de lado a lado. -

Me tengo que ir.

-

Tan pronto.

-

¿Pronto? Vos sos el que siempre está apurado.

-

Hoy no.

-

¿Y? Tu vieja como anda.

-

Bien, mamá bien.

-

Mandale un beso grande.

Sé que se va a ir. No me toca, pero siento su caricia en mi cabeza como cuando me despedía en la puerta del colegio. Quizá por eso me animo a preguntarle. -

¿Viejo?

-

-

¿Te puedo preguntar algo?

-

Dale. La última.

-

¿Cómo es la muerte?

-

¿La muerte?

-

Sí, cómo es estar muerto.

-

Es como viajar. Viajar en la noche.

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Viajar en la noche. Digo entre dientes “viajar en la noche”. Cuando giro la cabeza ya no está. Se ha ido. Palpo mi bolsillo, está vacío. Doy tres paso hasta la cocina, de la pared descuelgo las llaves de casa, las llaves del auto.

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A Jorge Luis, constructor de Laberintos.

Historia del Enamorado y el Laberinto

Sobre un lugar llamado Ciudad Jardín refieren esta historia. Dicen que en sus calles enmarañadas, como encerradas en un dibujo circular, irregular, techado de árboles añosos y silencios perdurables alguien se perdió en el sueño. A mí me lo contaron en un velorio del menor de los Asterío, pero hay también otras versiones en las que –a lo sumo- cambian dos o tres nombres propios y algunos lugares. Lo que sí todos dicen es que él la soñó (o la amó) por primera vez en una plaza, la plaza marcada como Plata o Plate (la caligrafía aquí no es clara). Fue un sueño completo pero, como suele suceder, el día le dejo sólo fragmentos, destellos. Un vestido blanco, el pelo negro, un 21


andar de nube. Una risa que era un estruendo de pájaros, un aroma de acacia, un reflejo en los charcos que traían de fondo un sube y baja… Fueron segundos o minutos, no muchos (en esto nadie se pone de acuerdo, quién puede saberlo). Suficientes.

La

figura

recorría

un

sendero

que

desembocaba en una calle y una iglesia; una calle con dos salidas a ninguna parte y una curva y otra que se volvían noche. La iglesia se levantaba en el centro exacto custodiada por dos recovas que se parecían más a un cuadro que a un paisaje. Pudo haber sido una alucinación, un sueño más. Lo cierto es que Jürgen Tesser no pensó que fuera sólo eso. Se le volvió imposible seguir viviendo en esa tierra germana. Ya no le bastaban la Scholssplatz con su Flussgenien, los Sigfridos o los tesoros escondidos en un río. Sintió esa necesidad única de tejer su propia mitología y empezó a recorrer la vida con esa suerte de alma en pena, de último aliento que le volvió ceniza el semblante. Los días eran interminables, los despertares un desasosiego recurrente. La imagen de ella se le escurría de entre los dedos sin poder nunca atrapar su cara, una señal, nada. 22


Sólo dos o tres imágenes (que dibujaba con fervor) permanecían como recuerdo. Un zepellin, un avión, una plaza sin juegos, un jardín con niños, una escuela escondida, el ferrocarril. Las imágenes se le volvían nube; hoy iba por un sendero que bordeaba un regimiento militar, mañana sería una Straße flanqueada por eucaliptus, luego quién sabe… quizá una geografía de plaza redonda y pequeña, rodeada por edificios robados al tiempo. Dicen que soñó en secreto, sin animarse a contarlo. Dicen que una mañana no pudo más y a los dibujos agregó esquemas. Graficó laberintos y calles con nombres de flores y plantas y en el centro puso una cruz con su nombre y en una esquina imposible, con cuidada caligrafía escribió ANA. Lo que escribió lo tachó y lo volvió a escribir innumerables veces, tantas que en el papel desgastado se puede adivinar la ansiedad y el dolor de esa búsqueda inútil. Palabras sueltas, inconexas, sin sentido: Fühlen, Ich, Nichts, Krokusse, Art. Hay quienes aseguran que esos son sólo borradores, que nunca se podrán conocer los verdaderos originales porque se los llevó cuando lo tragó la tierra. Su hermano 23


mayor igual los atesora en una cajita con una esperanza remota y cada vez más finita de hallarlo. -A dónde vas a ir, le preguntó Jens. -Dónde ella, respondió él. 1 Sin cuándo, ni cómo, ni por qué, sin certezas. Lo cierto es que con la idea de que el sueño valía la pena empezó a planear un viaje a ninguna parte. Los sueños mezclaban idiomas y el laberinto poco a poco tomó la forma de una babel. Jurgen repetía nombres en alemán, algunos en inglés y empezó a frecuentar una lengua lejana y compleja: el castellano. Flugzeug se volvió un vocablo recurrente, miraba al cielo, buscaba aviones y preguntaba por aviadores ante los oídos atónitos de quienes lo acompañaban. En la familia hubo una reunión; pero no creyeron que fuera necesario encerrarlo en un hospicio. Que sólo es pasajero, que sólo tiene la cabeza como un nido de pájaros, que es mal de amores…. Lo llevaron a una casa de citas para que olvide a la misteriosa Ana, esa que se perdía entre calles imaginarias, flores, plantas, aviones, pero el hilo no lo sacó, lo anudó a su laberinto. Jürgen se urdió de silencio, levantó un muro 1 NdeA: Por razones obvias, no transcribimos este diálogo en alemán.

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de palabras sin sentido y nadie volvió a escucharlo mencionar nada de la ciudad lejana e impenetrable para que todos pensaran que se había curado, pero en su interior todo era distinto, tuvo que serlo. Debe de haber imaginado los modos de acercarse a su anhelo, tuvo que haber obtenido más precisiones cifradas en el sueño, debió de seguir construyendo laberintos imaginarios, deben de haber pasado por el reverso de su retina casas, comercios, recovas. Tiene que haber ido construyendo de a poco el rompecabezas, armando ese lugar que llegaba desde la noche, lo debe haber delineado con perfección, sin errores, con una lógica propia que fuera incomprensible para un extranjero. Probablemente creó un lugar en el que la canela fuera mucho más que una especie, en el que Helios no sea el nombre de un dios, en el que la gente para encontrarse repitiera Takú… Tuvo que hacerlo. Debió de seguir soñando con maestría única un rostro, un cuerpo, una figura, una sonrisa, un contrincante que lo fuerce a tomar la determinación de volverse polvo, bruma, sueño, porque una tarde se desvaneció en la noche y dejó a todos esperando las velas blancas del retorno. 25


En este punto es donde la historia se mezcla con el mito y donde se multiplican los finales. Unos sostienen – los de menos fe- que lo vieron perderse por una calle rumbo a la terminal de ómnibus y que ya –completamente desquiciado- se subió a un zug hacia Hamburg. Otros –los más creyentes- refieren que transmutó en el sueño rumbo a Ana, a la Ciudad Jardín. Lo verdadero: un par de sábanas revueltas con las huellas agrias del sudor del insomnio. Lo posible: diferentes interpretaciones acerca de lo sucedido, sobre todo ahora que han pasado los años y Jürgen Tesser se va calzando las ropas de leyenda. Por mi parte no creo que se tratara de un loco que un día se marchó de su pueblo perdido entre ensoñaciones en busca de su primer amor. Me gusta pensar que a fuerza de tanto soñarlo creó una ciudad, casi verdadera, con la fisonomía de un laberinto, con grandes árboles y calles en círculos enmarañados, en las que es posible perder un amor en una esquina y volver a recobrarlo en la siguiente, noche tras noche, día tras día, como si nada hubiera sucedido. Me gusta imaginarlo en una calle con nombre exótico: Las Tipas, por ejemplo. Allí, mira el atardecer, 26


persigue los olores y los reflejos esperando encontrar a su amada. Me gusta pensar que son ciertas la iglesia, la recova, los árboles, los aviadores y la calles que serpentean. Me gusta pensar que la Ciudad Jardín existe, aunque sea en otra dimensión, aunque más no sea en el sueño de alguien que tuvo que contar una historia de tierras extrañas en el velorio del menor de los Asterío.

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Martingala

No puede fallar. Es fácil, extremadamente sencillo. “Se trata siempre de ir a más, lo importante es tener resto, se entiende”. Claro que se entiende hay que empezar de a poco, como cuando se arma un ovillo, y después seguir hasta que se desenrolla la madeja. El problema era juntar el capital, había que tener una base sólida si no uno terminaba saliendo del juego antes de tiempo. ¿Cuánto? Y unos cien mil, doscientos mil dólares. Si se contaba con medio millón mucho mejor. Él no tenía esa cifra. De tenerla no estaría pensando en cómo salvarse para siempre.

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Negro el 11.Primera docena, otra vez. ¡Increíble! Siete veces seguidas, más cuatro de segunda… ya tenía que caer la tercera. A no ser que el groupier se estuviera dando cuenta. En algún momento tenía que llegar.

La idea no lo abandonaba, esto no era como comprar un billete de lotería, porque esto no podía fallar, era lógica pura. “Se entiende, es ir a más, como si a uno no le importara perder. Lo que pasa es que a uno no le importa porque sabe que no se puede perder salvo parcialmente…” Había que armar un plan. Su esposa no lo iba a apoyar, además, de saberlo ella llamaría por teléfono, preguntaría, querría saber, tener precisiones. Ella también soñaba con una cosa así, ganar uno, dos, tres millones. “Uno no sabe cuan grande es el paquete, llegado a un punto se trata de intuición pura”.

Colorado el 35. Iba a caer, no más. Iba a caer. Ahora estaba frente a un verdadero problema. Había hecho todo tal como estaba planeado. Comenzó con una ficha de veinte, y fue multiplicado por dos su apuesta once veces. Ahora que había caído tercera docena era como si hubiera 30


ganado todas las manos. “Se entiende, no se puede perder. No sale, no importa, duplicás tu apuesta como si hubieras ganado. En la vuelta siguiente apostás tres fichas. No sale, no importa, en la siguiente apostás nueve, y así. Cuando cae es como si hubieras ganado siempre”. Esa mano con el colorado el 35, partiendo de veinte y tras once manos en contra, fue como si ganará siempre le pagaron casi ciento noventa mil. Hubo aplausos, sin embargo parecía no inmutarse.

Lo más importante era planificar todo el desarrollo, los sorprendidos deberían ser los otros, no él. No podía dejar nada librado al azar. Se aparecería con la plata, a montones y escucharía las preguntas ¿robaste un banco? ¿te lo encontraste? ¿en qué estás metido? Pero eso no era lo importante, porque el respondería con evasivas y después la plata todo lo consigue. Su vida no era mala, era gris. Lo común. Un buen trabajo, una familia, un autito, vacaciones de quince días al año. No estaba mal, pero él soñaba en silencio con otra cosa. Con algo grande. Durante un tiempo pensó en dedicarse a hacer algo con lo que pudiera ganar notoriedad, algo que lo cubriera de gloria. Cuando paso el 31


tiempo fue perdiendo las esperanzas, hasta que escuchó al tipo en el bar, que hablaba con su amigo y explicaba el procedimiento para hacer saltar la banca, “es seguro, no falla, ni acá ni en Las Vegas, es matemática pura…” El tipo seguramente no tenía los cojones suficientes como para llevar adelante el plan, por eso seguía dándoles vuelta al asunto enfundado en un pullover gastado. Él, en cambio, lo haría.

Ahora tenía que dejar su apuesta, no cobrarla, esto era difícil. Ese era el plan, no podía tocar nada hasta no tener una base de quinientos mil pesos. Después se iría a comer como si nada, volvería a jugar por la tarde pero en otro casino y volvería a empezar, pero con la plata de la hipoteca a salvo. “No va más…”

Dedicó cada rato libre, cada café, cada excursión al baño para construirlo todo. Cuando fue al banco a hipotecar su casa, que era la casa de sus viejos, la casa en la que había crecido y en la que crecían sus hijos, el corazón latió aceleradamente. “Veinte años al 28% anual, un capital de doscientos… señor usted debe afrontar una 32


cuota mensual de entre 2500 y 3000…” El ganaba cinco lucas, no podía pagar esa suma, pero que importaba, devolvía todo en una cuota y listo, “por cancelación anticipada se descuentan intereses sobre capital tomando como referencia la tasa de…” Él ya pensaba en cómo falsificar el recibo de sueldo. Cómo sacar la escritura sin que nadie lo note, dónde poner la plata hasta que pudiera viajar. Todo eso era lo más difícil, el resto era un trámite. No podía fallar.

Hubo un murmullo, el ruido de la bolilla que tintineaba y tuvo la sensación de que todo el mundo podía escuchar los latidos de su corazón, que a esa altura era un máquina a vapor desbocada. Después cuando la bolilla cayó el silencio fue atroz. “Negro el veintiséis” Los aplausos volaron los cuatro rincones. Había ganado más de seiscientos mil. Era tiempo de tomar un descanso, de retirar lo que no le pertenecía y volver a empezar. Sin embargo sintió que quedaba mucho hilo en la madeja.

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¿Si fallaba? Saltaba por la ventana, qué se yo. Se iba a trabajar de mozo los sábados y domingos como cuando nació Lucía, de algún roto se armaría un descosido. Cuando todo estuvo listo, cuando tuvo la plata de la hipoteca, pidió el día en el trabajo, Salió de su casa como todas las mañanas. Se despidió de su esposa con un beso, llevó a la nena al colegio, y agarró la autopista pero en vez de bajar en la avenida Entre Ríos, siguió derecho hasta la autopista del sur, empalmó con la ruta dos. Al mediodía estaba en Mar del Plata. Para hacer las cosas, había que hacerlas bien. Se alojó en el hotel del casino. Se bañó, se puso ropa cómoda, tomó el maletín con los doscientos mil y fue a la caja a cambiarlo por fichas. Después eligió una mesa. Se sintió como César ante el Rubicum “alia iacta est”, pensó.

Nadie podrá nunca saber por qué, lo cierto es que improvisó sobre la marcha y no sólo dejó sobre la tercera docena todo lo ganado, sino que además volcó sobre el 33 los ciento y pico de miles que le quedaban. Era todo o nada, su destino se resolvería en poco más de un minuto. La sorpresa atrajo a todos los que rondaban el lugar, se 34


sintió bajo un haz de luz cegador y creyó que probablemente de ese modo se sentirían las estrellas de rock antes de comenzar un recital, que así se sentiría un condenado a muerte frente a un pelotón, un científico al descubrir la cura de una enfermedad innombrable. Mientras la bola rodaba y el groupier gritaba que no se recibían más apuestas pensó en su hija, su esposa, su trabajo, su padre, su casa, su vida entera se le agolpó en las sienes.

Subió a la habitación con paso lento. Con la tarjeta magnética abrió la puerta. Sobre la cama había un bombón y un bouquet floral. A los pies, en un puf una canasta de frutas que no recordaba haber pedido, ni haber visto antes. Apoyo los maletines en el suelo, primero, en la cama después. Se acercó a la ventana, la abrió de par en par y un aire de salitre le inundó los pulmones. Estaba en el séptimo piso, tuvo vértigo y temor. Cerró los ojos, se escuchaban las respiraciones agitadas de quienes nada habían arriesgado, de quienes 35


nunca se habían animado. Era una cuenta regresiva hacia el cielo o el infierno, era un punto sin retorno, pudo sentir la sangre inundando cada vaso capilar y una retracción general, contuvo su respiración y después ya no tuvo un registro claro de lo que sucedió.

Las exclamaciones y los aplausos volaron como cuervos por todo el salón, acompasando el grito del groupier: “Colorado el 33”. Él ya no era él, no era el de antes, no volvería a serlo, sabía que no podía fallar, eso lo había sabido siempre, pero esto no se lo esperaba. Sintió la envidia, la codicia, el deseo, la ambición, el ruido de las fichas por algo más de seis millones y respiró profundo. Lo había hecho, por una vez lo había conseguido.

Cuando sonó el teléfono en su casa la que atendió fue la esposa. Ella temía algo malo, no se había podido comunicar durante todo el día al celular de su marido, pero nunca imaginó lo que desde el otro lado del auricular tenían para decirle. 36


Él yacía en la avenida costanera en Mar del Plata, en su habitación, sobre la cama dormían más de seis millones de pesos y una nota con letra desprolija pidiendo perdón. No comprendió nada en ese momento y no lo comprende aún hoy.

Quisiera saber qué paso por la mente de ese hombre antes de saltar al vacio, después de vencer al vétigo y al temor, quisiera saber si se creyó inmortal, todo poderoso, o si por el contrario abrumado por su finitud supo que ya el destino no le depararía ninguna martingala con que vencerlo.

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La Jorgelina

Ya los hombres se habían marchado a la ciudad, por eso el ataúd lo llevan sólo mujeres. Tienen una pena pequeña, como una mueca de muñeco viejo en los ojos gigantes y crispados de derrames. Van lento, pero más por tradición que por el peso del cajón que es de una madera casi tan delgada como la piel gris y arenosa que ya nos cubre a todas. Sólo mujeres quedamos en el pueblo desde que no hay qué comer. Muchos se fueron diciendo que ya pronto nos sacarían, que se iban por la seca, pero que era cosa de unos días, que el tiempo de las fiestas en la plaza volvería con los colores y los fuegos artificiales y el olor de las fritangas que lo invadía todo y los muñecotes de mazapán y almíbares chorreando. Pero la tierra seca se 39


abre en grietas y el olor a muerte lo va cubriendo todo. La Jorgelina se fue anoche, pero no con los hombres. Dijo el cura que la llamó Dios a su casa en la que tiene habitaciones para todos y yo pensé que lo grande que sería una casa así y que, allí, no debería de faltar qué echar a las tripas que suenan y resuenan melancólicas, puro jugo juguetón que salta y revienta en las paredes del vientre que crece y crece. La Teresa dice que parecemos gatos que ronronean todo el día -y la noche- por el ruido que hacen nuestras entrañas, pero ya ni gatos quedan casi como para comparar. Se los habrán comido los perros, que por comer comen cualquier cosa: tierra, pasto, estiércol. Sin ir más lejos si no, miren al Sombras que se murió de puro tragón. Dice mi madre que hubo que sacrificarlo; yo no lo vi -para no tener pesadillas- ni sé en dónde lo enterraron, pero si sé que eso fue lo último que hizo Padre. Esa mismita noche dijo que se iba, que lo esperemos, que aquí ya no se podía seguir así. Pobre Padre, ni un trago de alcohol para empedarse y olvidar tanta amargura. Que dura es la tierra que devuelve los golpes tremendos de la pala que rebota en el desánimo mientras la Jorgelina espera en su cajita en medio del polvo y el sol. Dice La Gringa que ni gusanos quedan y que los muertos llenos de polvo se quedarán 40


chupaditos, sequitos, enjutos, bajo la tierra. Cuando me quiere hacer entrar el miedo dice que se van a levantar una de estas noches y que van a salir por el pueblo con su paso de bolsa de huesos y que ahí va a haber que correr, porque ni milicada queda para que los corra a garrotazos. El Alcalde se fue en el carro levantando el humo del camino y abrió la vena de la ruta para que el pueblo se desangre de gente. Dio un discurso y hubo banda con canciones y pañuelos al viento y los hombres sonrieron de lado y las mujeres molieron el maíz de las gallinas para hacer tortas y nos amanecimos soñando que paraba esta seca, pero no. Nadie supo más de él, los que se fueron a buscarlo tampoco volvieron -como si la ruta se tragará la gente- y ya nadie más entró al pueblo. El hambre nos volvió malditas, como fantasmas en vida. El hambre nos robó hasta los sueños. Han visto a María “La Chica” que anda como loca repitiendo recetas de cocina, carneando chanchos imaginarios, hirviéndose en los caldos de su pobreza. Dice Madre que se le pone el cerebro chiquito como una pasita de uva y yo pienso en lo raro que es el hambre que a unos les ataca así y a mí me hincha el vientre como cabra preñada. Padre, primero, pensó que estaba llena y me regó de cardenales porque creyó que 41


había andado con el Anselmo en algún rincón. Pero no, que va, si ni tetitas tengo. Venían asomando, pero con la seca se pusieron como el cerebro de la María “La Chica”, arruinaditas. Por una parte mejor, porque lo que es la Mecha sí que la pasa mal. Cuando se hace de noche no hay modo de que lo haga entrar en razones a su crío que muerde y muerde los pechos, alguna vez inmensos y ahora secos, y ella aguanta hasta que no puede más y empiezan los gritos que alejan hasta a un lobo o despiertan a un muerto. ¡Ay señor! No vaya a ser que esta noche la escuche la Jorgelina que –pobre- tuvo que irse así, sin ningún hombre que le sostenga la manija a su cajón. Qué ha de hacer si llega a la casa de Dios y allí tampoco hay qué comer, con el atraso de hambre que lleva. Dicen que tenía los ojos tristes en medio de dos huecos profundos y Madre por eso no me dejó verla, para que no sueñe feo. Pobre Madre ella no sabe que ya ni sé cuando se duerme y cuando se está una despierta. Debe de ser este dolor que sube desde mi vientre hinchado. Habré comido algún yuyo malo. Espero no morirme porque por ahí Dios piensa que lo hice a propósito. El cura dijo que no vale hacer trampa, que no vale morirse a propósito porque si no uno se va a la casa del Diablo y yo creo que el problema es que ahí sí 42


que no debe de haber nada qué comer y no quiero ni pensar lo que será no comer para nunca jamás. Pero, igual, yo no lo entiendo del todo al señor cura, por qué no agarra una manija del cajón de la Jorgelina… viendo que faltan los hombres. Antes una sabía los horarios del día por la vuelta de los hombres a las casas, primero al mediodía, después entrada la tardecita. ¿Será ya el mediodía? Los hombres ya no vuelven. Me pregunto si nadie vuelve porque se terminó la comida en todo el mismísimo mundo, si la seca les llegó a todos. No se entiende. Si en la ciudad están con algo qué comer, los hombres deberían de venir para acá, no se pueden haber olvidado de nosotras. Hay cosas que no se pueden olvidar. Yo trato de olvidarme de comer pero la puntada vuelve y vuelve y una se acuerda y se acuerda, todo el tiempo. Por más que se espere así mansamente, como en duermevela, como lo hacen los cuervos que nos dan la única sombra desde las ramas áridas, una se acuerda. Si por lo menos pasara un poco el calor, si llegara una nube o una sombra desde el camino que lleva a la ruta sería todo menos triste. Cada día lo entiendo más al Sombras, dan hasta ganas de entrarle a la tierra porque la verdad es que yo no sé cuanto más aguantaré sin probar un bocado. Tan mala no debe ser, 43


pero sé que es pecado porque en definitiva, también lo dijo el señor Cura: “en polvo nos convertiremos”. No vaya a ser que me termine comiendo a la Jorgelina, pobrecita, a quien le toca irse ahora, justo ahora, cuando no hay ni un hombre que agarre las manijas de su cajón.

44


Malbec

Se miró en el espejo una vez más. Retocó el rojo de los labios y ensayó un mohín tímido. Un poco más de rubor en la mejillas. Un pellizco, dos. Alisó la remera y dejó un pliegue por el que se podía vislumbrar el nacimiento de la espalda. El tiempo y la fuerza de gravedad

conspiraban

contra

las

nalgas;

se

paró

asentándose en los dedos de los pies y volvió a mirar. Esa que estaba junto a él, aquel día, debería tener mejores curvas. No las había podido ver, pero movía sus manos al hablar con la seguridad propia de la que se sabe seductora, firme, tentadora. Fue verla y notar que no debía haberlo dejado escapar, o por lo menos no de ese modo, si tenía aún la esperanza de un retorno.

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Un sabor astringente le recorrió la boca, un tono macerado que volvió pegajoso el paladar, una imagen difícil de tragar. Esa parecía ser similar a una diosa, superiora a estas si estuviera permitido. Joven, demasiado joven, suave pero no cálida, demasiado dulce, con un cuerpo tentador y sabroso, seguramente poco equilibrada en horizontal, dilapidadora de todo el ímpetu en tres sorbos y después… gusto a poco. Prendió las velas que iluminaban irregularmente la mesa impecable y buscó su reflejo distorsionado en los cubiertos. Tomó distancia, no estaba del todo mal. En el fuego tenue de las hornallas se consumían los restos de lo que alguna vez fueran tentadoras cot, oscuras y profundas como la tierra. Así debía permanecer ella, con los pies bien plantados en la tierra. ¿Volvería alguna vez? ¿Qué le diría? ¿Lloraría él? ¿Ella? ¿Ambos? ¿Por qué tenía que ser así? La imagen del llanto incontenible se le había presentado esa tarde cuando se sintió cebolla. Capa por capa, lágrima por lágrima. La cebolla tan femenina, tan indispensable, tan ácida en principio, tan dulce templada con fuego sabio. 46


El género culinario se transformó ante sus ojos en un espacio de opresión. Pensó en las especies (esas traidoras) que en grupo son femeninas pero que conservan la ideología masculina al ser aisladas. El orégano, el pimentón, el azafrán, todas al servicio de las carnes, esas protagonistas centrales (más infames aún que las especies) que individualmente dan nombre masculino a un plato. Pensó en la firme resistencia de las centrales, inevitables, indispensables: la sal, la pimienta, como un espacio de resistencia. Pensó en la papa, tan simple, tan gauchita, tan versátil, tan fiel compañera. No le gustó pensarse papa, tan relegada siempre al lugar de guarnición. Tan conformista, tan condenada a un espacio marginal de la carta del menú. Tan esforzada que debe multiplicarse como ninguna otra materia prima en la nómina de acompañamientos. Nunca con nombre propio, siempre condenada al apellido célebre, noissette, o al humildísimo, hervida. Tan condenada a crecer bajo la tierra, en la oscuridad. Las velas estaban muy bien, pero la miopía que avanzaba conspiraba. Si no cambiaba de gafas terminaría por no reconocer ese espacio cotidiano. Sería impropio cometer una torpeza, romper el misterio derramando algo 47


sobre esa mesa, aunque pensándolo mejor no estaría nada mal arrancar ese mantel y dejar en cueros al caoba y regarlo con sudor. Dos aniversarios atrás él había llegado tarde. El trabajo, una entrevista que se demoró más de la cuenta y el insoportable de marketing que siempre reclama algo distinto para ofrecer al consumidor. Sin embargo, ella notó en el saco un infinitesimal brillo. Era una minúscula señal luminosa que marcaba el comienzo del fin. Recordó como vio, a su pesar, la cara de culpa que se le dibujó en el rostro a través de las copas que regaló tía Estela para el casamiento; esas especiales, de cristal, que permitían ver el alma de los vinos, los espíritus de las uvas, las bondades y las mentiras. No quería recordar la fecha, prefería no recordar nada, no quería que aquel fuera parte de su mundo. Aquella noche el lomo al syrah se estropeó irremediable y del rojo violáceo tentador pasó a un oscuro irreconocible de cepa enana. Esta vez las cosas serían distintas. Volvió por un segundo a la metáfora gastronómica fácil y se perjuro no ser más zanahoria. Sonrió y dos hoyitos se le dibujaron en la loza de la olla que cobijaba un ragú tentador. 48


Delicadamente presentó el plato, pensó

que no

casualmente había suprimido las papas de la receta familiar incorporándole hongos salteados. Esos hongos que la hacían sentir en una suerte de arte caníbal. Tan gentiles, tan oscuros, tan tiernos, tan peligrosos. Descorchó el vino, algo que siempre hacía él. Notó que por primera vez sentía el privilegio de desflorar el aroma a fruta salvaje, los restos suaves de chocolate y de vainilla. Se detuvo, como en un juego, frente a la suave luz que develaba el juego intenso del rubí en la copa que se colmaba de reflejos azulados. Como en un rito, alzó levemente la mano y brindó por la que ya no era. Un sabor suave y dulzón, primero, con un dejo picante, después, la animó. Esta vez no habría notas amargas, esta vez había madurado y en un acto íntimo y sutil se había ido calzando las ropas de un misterio nuevo a revelar, un destino por escribirse, una copa a ser bebida sin dilaciones.

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OTROS TEXTOS (algunas disquisiciones)

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Liteartura en Orsai Alguna vez escuché decir a Horacio Salas en una lejana conferencia a fines de los ochenta que la cultura era ir a la cancha con un libro de Borges debajo del brazo. La imagen que dibuje en mi mente en aquel momento me acompaña aún hoy: un tipo sube los escalones de la popular, como Dante alguna vez lo hiciera desde el infierno hasta el cielo, y se trastabilla porque cada paravalanchas actúa como un nudo narrativo en medio de jardines que se bifurcan. Es cierto que esa imagen inicial hoy se ha vuelto un tanto más compleja y esto es así porque le di vueltas y vueltas alrededor. La recorrí incansable y comencé a encontrar similitudes entre el juego que puede dividir a ciudades enteras y la literatura. Noté que en cierta medida son la misma cosa, un día me di cuenta de que la lectura y 53


un aspecto del juego en particular, la ley del órsay, son la misma cosa. El entrañable y ya mítico Dante Panzeri definió el fútbol

como

“la

dinámica

de

lo

impensado”,

caracterización que de suyo es ideal para la literatura. La polisemia

del

texto

literario,

los

múltiples

entrecruzamientos, la intertextualidad, las situaciones de enunciación y apropiación siempre tan diversas, disímiles, son el principal sustento de esta definición. La lectura activa, la escritura que se efectúa al intentar atrapar un sentido, que vuelve al texto original un palimpsesto está trasvasada por esta idea. Silvio Astier ingresa a robar una biblioteca, junto a Enrique busca las llaves de los anaqueles y la encuentra finalmente en el cajón de un escritorio, en la caja de plumas: ¿la llave está en la escritura? Es un quiebre de cintura magistral, esa línea es un caño hecho al defensor rival; pero quién hizo la jugada, el autor, el lector, ¿ambos? El mejor equipo de fútbol es el que es precisamente eso: un equipo. El jugador que produce una línea genial no gana un partido. En el fútbol como en la literatura la solidaridad, el carácter exocéntrico de la construcción da 54


solidez al conjunto. Aquel triste marcador lateral derecho que ha operado toda la tarde sobre el wing rival, sin lucimiento, sin ovaciones, sin tapas de diario que lo endiosen desempeña un rol fundamental, tan importante como el del nueve goleador que besa su tatuaje al celebrar un gol. El longilíneo nueve se alimentó del centro preciso del defensor, así como el “caminante no hay caminos…” de Machado necesitó de la “monotonía de lluvia a través de los cristales…”. El hincha vive el juego como el lector escribe el texto. Este podría ser un postulado en mi argumentación, pienso primero y afirmo después. El espectador atribuye sentidos, se sumerge en el juego, desentraña significados, construye anticipaciones, edifica hipótesis que -luego – probablemente derribará. El siete rival avanza por la raya de cal, endemoniado, prefiero no ver, no quiero ser testigo de lo que sucederá, pero no puedo evitar sufrir cuando, tras un rebote, la pelota entra mansita dando piques cortitos atravesando la línea de gol. El lector acompaña a Emma en su debacle, sabe que el Doctor Bovary no es el hombre adecuado para que ella escriba su amor de novela por entregas, sin embargo recorre con ella su dolor hasta el final inevitable. 55


El lector ingenuo es como el hincha de fútbol flamante. Se deja llevar por el mecanismo complejo del juego. Con ojos ávidos recorre las jugadas, se frustra pero vuelve a intentarlo el próximo domingo, la página siguiente. Comienza a amar el olor de los choripanes, la textura de las tapas, el colorido de las tribunas, los mil tonos de amarillos de las páginas, no entiende qué cobró el referí, frente a “hay golpes en la vida tan fuertes… yo no sé” queda perplejo. Pero hay algo, quizá la promesa de acceso a un mundo posible que lo fuerza a reincidir. Del encuentro reiterado, sistemático, y del estudio profundo del juego proviene el conocimiento.

Sin

embargo hay escollos difíciles de superar, el más grande quizá: la ley del órsay, la voluntad de atrapar un significado, de comprender. Después de años de tablón ha comprendido el reglamento casi en su totalidad pero escucha decir a alguien “dejalo en órsay” y ese intertexto se le escurre de entre las manos. No ve claramente qué es lo que sucede; le llaman la atención “los ojos oscuros de mi madrina…” en Macario pero todavía no está seguro del por qué. Vuelve a mirar la jugada, vuelve a leer. Una tarde encuentra un camino y nota “a los demonios les gusta la oscuridad…”, 56


descubre el paso al frente decidido de fullback, el movimiento sincronizado y preciso de sus compañeros, la bandera en alto del juez de línea, el pitazo del referí, la cabeza gacha del delantero rival, el grito de la tribuna: orsáy. Ese grito no sólo cambia la posición del tilde, cambia el significado todo del juego. Ahora se siente con mayor autoridad. Vuelve a ver viejos partidos en repeticiones incansables y comienza comprender qué es lo que cobró el árbitro aquella tarde de 1997 cuando perdieron el campeonato, siente otro sabor en las lágrimas que “como cacuí o un cocodrilo si es que los cacuíes o los cocodrilos lloran…” suelta el poeta. Con avidez digna de principiante ve cuanto partido de

futbol

haya.

No

importan

razas,

categorías,

trascendencia, cuanto libro tenga a mano es devorado con pasión. Cree que comprende, que sabe, que domina las reglas. Sonríe cómplice con Flores frente a los otros tahúres, se detiene en las manos represoras y en los reflejos rojo y plata de quien esconde a “Esa mujer”. Ya lleva años recorriendo este camino, ha ingresado al mundo posible de la tribuna y se siente seguro. Sabe donde se ubican los pungas, desde dónde no se pierde 57


pisada de la acción, desde dónde ver incluso el rincón último del córner en el área lejana. Se deja seducir por los cantos de las sirenas, pero no se da cuenta de que ha olvidado atarse al palo mayor de la nave. Sucede una tarde cualquiera. La escena parece repetida. El defensor da el paso al frente, pero esa tarde el diez rival pone la pelota cruzada a sus espaldas, el delantero recibe la pelota absolutamente solo, el línea no levanta la bandera, el pito indica “siga, siga…”, la pelota infla nuestras redes, “En el campo / En la casa / En la caza / Ahí Hay Cadáveres”, el grito de orsáy queda anudado en la garganta. Cuando creía tener todo en claro, cuando pensó que ya nada podría sorprenderlo: lo impensado. El sentido que se diluye, se evapora, se esfuma. La tribuna tiene varias lecturas sobre lo que ha sucedido. Hay quienes culpan al línea, al defensor, al arquero, al referí, al destino, al delantero, al diez rival, al eterno creador que se animó a hacer algo distinto. La genealogía en el fútbol como en la literatura se transmite de tíos a sobrinos. Un día alguien propone un nuevo recorrido y uno descubre que es imposible atrapar un significado totalizador. Ambos, fútbol y literatura, se 58


construyen sobre la falsa promesa de un sentido que a la postre será siempre esquivo inaprehensible. Después de esa tarde amarga, vuelve a ver viejo videos y descubre todas la veces que probablemente el referí haya invalidado jugadas erróneamente, mira y mira una y otra vez. A la fecha siguiente volverá a la tribuna y al encontrarse con un juego repetido en vez de tranquilidad y seguridad lo llenará el desasosiego. Contrariamente a lo esperado espera el chispazo que le anude la garganta y en ese momento de epifanía sabe que eso es lo bello del juego, de la literatura: la búsqueda. En el recorrido por el texto está la belleza. Sabiamente otro juego nos ha preparado para esto: la escondida. Juego en el que el placer no radica en encontrar a quien se ha escondido sino en burlar a quien nos quiere encontrar, juego en el que siempre puede suceder que alguien grite en el principio de la noche “piedra libre para todos los compañeros” condenando a quien se creía victorioso a una dura derrota, forzándolo a volver a contar. Escribo estas líneas cuando frente a mí se cruzan dos caminos: Boca vs. Huracán y El Doble de Dostoievsky, sé que optar por uno o por otro será imposible. 59


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País divino ¡Que país divino! Quién se puede quejar por vivir en la Argentina si no tenemos ni dos días iguales. Mirá desde que te levantás hasta que te acostás sos parte de un espectáculo hermoso. Hay lugares del mundo en los que la gente paga para ir a la montaña rusa, pero acá no… de ninguna manera. Mirá si será lindo vivir acá que somos los únicos tipos del mundo que nos alegramos por llegar rápido al laburo. Decime vos, en que lugar de la tierra la gente se pone contenta por eso. Pero nosotros no, con tanto loco suelto manejando cuando llegas a la oficina te alegrás de no ser uno de los 50 tipos que mueren por día en accidente de tránsito. Abrazás al vigilancia y lo llenás de besos. Manejamos tan para el orto que cuando salís a quince cuadras te tenés que despedir como si te fueras a la China. 61


Pero si además de vivo llegas en horario te tenés que poner en pedo, irte caminando con los codos a Luján o algo por el estilo. Buenos Aires es la ciudad con más marchas del mundo. Cualquier pelotudo te corta la calle y ahí te quedaste, clavado como una estaca. Marcha por los pollitos sacrificados en el paro agrario, marcha por el derecho a sacrificar pollitos en el paro agrario, marcha a favor de la barba de los revolucionarios, de la lucha contra la desgracia de turno, de los trabajadores de Aerolíneas, de los que no pueden viajar por Aerolíneas. El otro día mientras estaba parado en un semáforo y treinta y dos tipos me limpiaban por vigésima vez el parabrisas veo pasar al cadete en medio de una manifestación de Greenpeace que rompía lamparitas en la nueve de julio, el muy hijo de puta después me explicó que va a laburar en las marchas en vez de en colectivo porque llega más rápido, es el único que sigue cobrando el premio por puntualidad. Puntualidad al pedo, porque cuando finalmente y después de todo llegaste al trabajo te sentás en tu oficina, prendés la computadora , chequeás el mail y encontrás que te llegaron trescientos mensajes. Entonces te preguntas 62


cómo es posible que tanta gente conozca el tamaño de tu pene para venir a ofrecerte alargarlo. ¿Habrá sido tu señora que puso un aviso en internet? Porque tu señora tiene pasión por esa mierda, en eso no ahorra. Paro del campo, no se puede comer carne… mejor, ahorramos, te dice. Ahora el paro terminó pero se avivó de que haciendo fideos se ahorra tiempo y entonces te somete a una dieta de hidratos de carbono capaz de llenar los tanques de todos los autos a GNC. Para colmo además de la pelada te das cuenta que te crece el salvavidas, un día no te la vas a poder ver ni cuando meás. Entonces te das cuenta por qué te llega toda esa mierda por email. Ahora tengo que ver uno con todas esas cadenas, qué carajo me importa la vida de los enanos en los bosques de Sherwood en el siglo XII. El turro de tu cuñado que es un garca del año cero y que gana más que vos, tiene mejor auto que vos y encima se mueve a tu hermana, te manda postales con angelitos y música de mierda que te duerme. Como si fuera poco, por estar conectado y porque todo el software de la empresa es trucho, se te disparan páginas con minas moviendo el culo y tocándose las tetas. Entonces vos te sentás de manera tal que con el torso 63


puedas tapar el monitor. Te agarra tortícolis, quedás contracturado hecho mierda y no ves la hora de que sean las seis de la tarde para volver a tu casa. Tu hogar dulce hogar. Ves como los pendejos salen y se van al after office y vos te preparás para prender la radio del auto que te cubre con una bolsa de mierda. Otra vez las marchas, los accidentes los muertos y ahora, como éramos pocos, manejas mirando al cielo porque siempre puede haber ocasional caída de granizo. Ya no tenés ganas de nada y encima el turro de tu hijo, que se lleva hasta el recreo en la escuela, va y viene de la heladera. El muy guacho se morfa tu salario paupérrimo en jamón cocido y queso. Comes los fideos again (hoy con verduras salteadas) te vas a la cama y se te arrima tu jermu, tantea y te mira con cara de poco. Tiene que ser ella la que hace que te lleguen mil doscientos mail por día con penes que nunca vas a tener. Buscás excusas: que el stress, que el jodido de Domínguez, que el costo de vida, que lo difícil que está todo, que nosotros tenemos que llamarnos afortunados por todo lo que tenemos, que hay quienes no tienen qué comer… 64


Y sí, al final te terminas convenciendo vos mismo y a ella la planchas mejor que un Alplax. Y ahí en ese momento encontrás el pretexto para dormirte tranquilo, filosofando por un sueño… porque eso es lo último que nunca nos van a robar en este país divino, maravilloso, en el que los días son una montaña rusa.

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Paternidad a Marzo

No existe una escuela para padres. Resultaque vos venís hace años siendo hijo y eso te sale bien, la tenés clara, sabés cómo rezongar de costado porque la camisa que te vas a poner está arrugada y conseguís que tu vieja (esasanta) te la arrebate de las manos para repasarla. Sabés ser hijo, conoces todos los recovecos de ese metiè, sabés hacer sentir culpable al otro... Pero, repentinamente, cuando menos lo esperabas te viene la noticia, porque siempre es sorpresiva, busqués o no. Es la magia de la vida hecha vida y un poquito dios te sentís, finalmente vas a hacer algo perdurable y te ponés contento, andás ancho y te crees que hiciste la gran cosa, en realidad sos un alfeñique que hizo lo mismo que toda la especie desde tiempos inmemorables (y no quiero entrar en descripciones escabrosas).

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La euforia se acaba pronto, cuando el pibe llora que te llora y vos entrás en pánico porque no entendés ni jota y todo el mundo opina y no sabés a quien llevarle el apunte. Dudás ¿Se lo vas a llevar a tus viejos contra los que despotricaste cuando eras adolescente? ¿A la Tía Felipa que solo vio pibes por fascículos,de visita en visita, entre té y sconnes? Terminas recurriendo a cualquier cosa y hasta Google se disfraza de nodriza: confesá,no me digas que nunca googleaste 37,5 de temperatura, ojos vidriosos, diarrea incipiente. Lo que pasa es que no hay escuela para padres. Y como no hay escuela, bajás la guardia y abandonás rápido, tan rápido que no sabés qué hacer si no disponés de un pelotero para el cumpleaños, porque ahora los pibes ni se las arreglan para jugar solos con sus amigos. Sos un padre frilo, si hasta te enojás con la maestra porque desaprueba a tu genio, que sabe manejar la compu y la Play pero que de geografía no entiende ni jota... Pero vos te enojás y el llora y vos vas y le prometes zapatillas si levanta la materia... ¡Cuando esa es su obligación! Das el primer pasito para crear un monstruo, un manipulador, un ventajita... 68


Ahora te das cuenta y ahora notás que es una pena,una lástima, una macana grande que no haya Instituto para padres... Porque ahora ya llega a los 18 y tenés terror de que te haga abuelo, entonces lo dejás que duerma con la novia en su pieza, le pagas los forros, las pastillas... Estás loco, perdido, desorientado. Querés que sea un profesional y lo transformás en un fiolo, le das de comer, el auto para salir, le pagas los apuntes, y volvés a pensar cuándo carajos van a abrir la Universidad para padres. Hasta que un día lo ves cambiarse, fresquito como una lechuga, es viernes y vos estás reventado de laburar toda la semana y el tipo no. Se prepara para empezar el tour y agarra una camisa y hace una muequita porque tiene una arruguita... Cuando tu jermu estira la mano para agarrarla chabona y repasarla, ahí es donde tenés que actuar (una vez en la vida hacelo) y explicarle que no se la vas a planchar, que pese a que no hay escuela para padres hay cosas que aprendiste y que si en vos (que laburas desde pibe, que estudiaste en la UBA, que te compraste un fitito mango sobre mango) ese acto generó tanta inutilidad, en él puede producir la cuarta guerra intergaláctica... 69


No hay escuela para padres, lo hacés lo mejor que podés y la mayoría de las veces te sale mal. Quizá ahora puedas entender qué grosso era tu viejo y que el problema probablemente siempre fuiste vos, justamente vos que creías sabertelas todas. Por eso haceme este favor: Si lo tenés vivo, compra una docena de churros y andate a tomar unos mates con él, quizá siendo mejor hijo aprendas aprendas a ser mejor padre.

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Dulces 16

¿Y vos te crees que pueden cambiar el mundo? Pero por favor mis amigos, como si no fuera suficiente con que nos marquen el ritmo de la moda, de lo que es cool, in, fashion… como si no fuera suficiente con que uno se haya tenido que acostumbrar a comer hamburguesas con salsas indescifrables tan caras como un buen bife de chorizo; como si no fuera suficiente con que uno viva acostumbrándose a seguir sus vidas por el estado de facebook (si es que te admiten) o las fotos (sólo las que hacen públicas) en Instagram; como si no fuera suficiente con que uno tenga que explicar que viejo era un título que antes un padre se ganaba después de los cincuenta; como si no fuera suficiente que uno se haya tenido que acostumbrar a que el noviecit@ de turno se quede a dormir, como si…

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¿Y encima ahora te dicen que tu mundo no sirve? A vos te parece. ¿Qué saben ellos? Si no estudian, si creen que el mundo empezó en los últimos quince minutos, si creen que todo el conocimiento está en Wikipedia. Ellos no son como nosotros, ellos twitean en clase, dan orales mirando los whatsapp del celular, ellos circunscriben el mundo a dos alternativas, me gusta o no me gusta. ¿Por qué votan cuando no saben ni lipiarse el traste?, si a la mayoría no les importa un rábano al cuadrado, insisto: ellos no son como nosotros. Ellos nunca tuvieron que hacer un mapa con tinta china ni tuvieron una materia que se llame ERSA (¿qué quería decir ersa?), ni jamás usaron un calitecno… No son como nosotros, no les preocupa la historia, no saben quiénes fueron los azules y colorados, no leyeron la proclama de la hora de la espada, no saben lo que fue el GOU, quién fue Alvear, quien Crisólogo Larralde o Jauretche. Son iletrados políticos. Ni hablar del siglo XIX, para ellos Pavón es una calle de la zona sur, y no pueden decir en qué año fusilaron a Dorrego o quién era el Chacho Vera Peñaloza.

No

les

importa

nada.

No

son

seres

consustanciados con la realidad, se creen inmortales, 72


andan por la callea las cinco de la mañana sin importarles lo inseguros que vivimos hoy. Cuando descargan un programa en el I-pad o en el I-pod ni se preocupan por el recargo del 15% al dólar, porque las compras por internet son equivalentes a compras hechas en el exterior. ¡Qué van a cambiar el mundo! Si ellos con seis mangos por cabeza, se juntan entre diez y pueden hacerse una panzada de cerveza y sanguches de salame y queso, y arman despelote en una esquina hasta las seis de la mañana. ¡Qué van a cambiar! Si viven pensando en el futuro y no en el aquí y ahora. Van a la universidad y cambian de carrera en carrera porque quieren hacer lo que les gusta, no saben que la vida no es eso. ¡Qué! Si para ellos no hay nada más importante que la amistad y por cubrir un amigo son capaces de comerse 15 amonestaciones en el colegio, porque los tipos creen que no hay nada peor que un delator. ¡A vos te parece que pueden hacer algo! A ellos qué les importa, tienen toda la vida por delante, son felices con poco, no tienen que tomar decisiones pensando en que tienen que mantener una familia, no saben lo que es 73


sonreír por compromiso, para que te dejen salir quince minutos antes o para que tu jefe tenga en cuenta que a vos te gusta la segunda quincena de enero y no la primera de marzo (o viceversa) para irte de vacaciones. Ellos no pagan ganancias, ni ahorran en dólares. No tienen presiones. Así soñar con cambiar el mundo es fácil, pero van a hacer cualquier cosa, no como nosotros….

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