ECUMENISMO UNA ALERTA PARA LA IGLESIA
¿QUÉ ES EL ECUMENISMO? Del griego antiguo «οἰκουμένη» (oikoumenē, aunque se pronuncia ikuméni, “lugar o tierra poblada como un todo”) es la tendencia o movimiento religioso que busca la restauración de la unidad1 de los cristianos, es decir, la unidad de las distintas confesiones religiosas cristianas históricas, separadas desde los grandes cismas por cuestiones de doctrina, de historia, de tradición o de práctica. El ecumenismo se constituye entonces como un camino de superación de las divisiones entre los cristianos, en orden al cumplimiento del mandato de Cristo (que todos sean uno) y se propone crear tal valiosa unidad a partir de la premisa de que todos creemos en Dios y que todos creemos básicamente las mismas cosas. EL PROBLEMA DEL ECUMENISMO Sin embargo el problema está en que nosotros realmente no creemos las mismas cosas. La sola idea de unir en una misma congregación a un testigo de Jehová con un cristiano bíblico ortodoxo es tratar de juntar mezclas irreconciliables como el agua con el aceite (pues el testigo de Jehová no acepta el aberrante concepto de trinidad ya que Jesús no es Dios y el Espíritu Santo es la fuerza activa de Dios, no una persona). Agreguémosle a tal mezcla, a un ferviente católico romano con un luterano y tratemos de responder lo que nos plasma Amos 3: 3 (¿Andan dos hombres juntos si no se han puesto de acuerdo?). La respuesta desemboca en un rotundo y evidente no. No podemos avanzar en pos de una verdadera unidad, sacrificando la verdad. Algo que debería de ser incuestionablemente obvio para nosotros es que aquellos lugares en donde la verdad necesita ser relegada a un segundo plano, para poder crear y sostener un espíritu ecuménico, son lugares en donde se deshonra a Dios, tratando de complacer al hombre.
1
Propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. // Unión, acuerdo o coincidencia de varias personas o grupos en torno a una opinión, propósito, o interés.
1
Y es que el hombre no fue llamado por el SEÑOR a crear una unidad de la Iglesia: Cristo ya alcanzó eso a través de Su sacrificio en la cruz, según lo dice Efesios 2: 11 – 22 (11 Recordad, pues, que en otro tiempo vosotros los gentiles en la carne, llamados incircuncisión por la tal llamada circuncisión, hecha por manos en la carne, 12 recordad que en ese tiempo estabais separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. 14 Porque El mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15 aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad. 17 Y vino y anuncio paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca; 18 porque por medio de Él los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu. 19 Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, 20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular,21 en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, 22 en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu). Es en el calvario, donde Jesús nos une con primeramente con DIOS y luego los unos con los otros. Es precisamente por esta razón que el Espíritu Santo, por medio de Pablo en la carta a los Efesios, nos insta a preservar la unidad en el vínculo de la paz, una paz que ya fue alcanzada por Jesucristo. El problema con el ecumenismo es que pretenda crear una unidad a todas luces superficial e insustancial, una unidad que no está basada en la centralidad del Evangelio; una unidad que no está centrada en la obra expiatoria de Jesucristo, ni en la doctrina de la justificación por la fe sola. EL MOVIMIENTO ECUMÉNICO Este movimiento pretende crear unidad a expensas del Evangelio y la doctrina, pues la premisa en la que se basa es que la unidad es tan fundamental e indispensable, que debemos de prescindir de todo lo que nos separa (incluyendo doctrinas cardinales que son importantes en el evangelio del SEÑOR Jesucristo).
2
Bástese esto para declarar firmemente que nosotros no podemos cumplir con tal tergiversación pues somos un pueblo llamado a unirnos en torno a las verdades reveladas por Aquel que se llamó a Sí mismo LA VERDAD. Es cierto que la verdad sin amor es brutal e implacable, pero tomémonos un momento para evaluar el planteamiento ecuménico de un amor sin una sola verdad absoluta. No tomamos mucho tiempo para reconocer que tal deseo es en esencia una grotesca herejía. Las herejías más peligrosas que pueden existir son aquellas que contienen un grano de verdad. Una herejía que no contenga ni una sola verdad puede ser fácilmente reconocida y así no representaría una amenaza letal. La mayoría de las herejías son cosas que suenan como quasiverdades, pero en realidad, no hay tal cosa como quasiverdades cuando se trata de la Palabra revelada de Dios. Una de las maneras más fáciles de caer en el camino de la herejía es olvidarse (aunque sea paulatinamente) de la historia de la iglesia. Otra manera, es asirse de un versículo bíblico y sacarlo de su contexto (lo que hace precisamente el ecumenismo al apoderarse de Juan 17) para finalmente sacar de su centralidad a la verdad. Pero el asunto mismo de la verdad es siempre esencial y Jesús mismo hizo ese punto claramente enfático en lo que muchos académicos llaman “La magna oración sacerdotal de Jesús” Estas cosas habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti, 2 por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano para que dé vida eterna a todos los que tú le has dado. 3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. 4 Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera. 5 Y ahora, glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera. 6 He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; eran tuyos y me los diste, y han guardado tu palabra. 7 Ahora han conocido que todo lo que me has dado viene de ti; 8 porque yo les he dado las palabras que me diste; y las recibieron, y entendieron que en verdad salí de ti, y creyeron que tú me enviaste. 9 Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son tuyos; 10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío; y he sido glorificado en ellos. 11 Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el
3
mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos, los guardaba en tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera. 13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos. 14 Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. 16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad.18 Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo.19 Y por ellos yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad. 20 Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: 23 yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí. 24 Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. 25 Oh Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. 26 Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos. Esta es una de las más preciosas oraciones que se encuentran en las Escrituras, hecha por Aquel de quien el escritor del libro de Hebreos reconocerá como Él sumo sacerdote de un nuevo y mejor pacto. Una y otra vez, el Señor Jesús intercede por su iglesia para que esta sea una, pidiéndole al Padre que los creyentes sean uno. Luego incrementa el énfasis en dos asuntos, en primer lugar el conceptualiza la unidad como una forma en que las personas pueden verle verdaderamente como el Hijo de Dios y en segundo lugar, para que el mundo vea la efectividad del evangelio. Así que en otras palabras, cuando la iglesia no es una, se está testificando erróneamente acerca de Cristo y confunde al mundo, y eso no es algo que deba tomarse a la ligera.
4
Y si tomamos estos versículos, así como los hemos leído y luego comenzamos a querer instituir, con nuestras perspectivas y naturalezas caídas, dicha unidad, lo que sucederá es que damos pie al ecumenismo. En el libro de los Hechos, vemos cómo la iglesia empieza en Jerusalén, pero se extiende hacia otras ciudades y muy rápidamente se establecen iglesias en Antioquía, Éfeso, Tesalónica, etc. Es
un momento en donde no hay
denominaciones (pues Pablo no escribe la 2da carta a los Corintios para los carismáticos; su carta a los Gálatas fue dirigido para los que eran mesiánicos, ni su carta a los Filipenses fue dirigida a bautistas) con las que se identifique a tales iglesias. No hay referencias a los luteranos, ni a presbiterianos ni a católicos romanos. Es válido preguntarnos: ¿La iglesia en todos lados adoraba uniformemente? ¿Se hablaba una misma lengua en toda la iglesia? ¿Tenía la iglesia un acuerdo doctrinal absoluto? El libro de los Hechos y las cartas que conforman el nuevo testamento, son herramientas eficaces para reconocer que en la iglesia había unidad, pero también diversidad. También en el nuevo testamento se registran evidencias de herejías de facto e incluso se habla de congregaciones impostoras, pero las iglesias verdaderas estaban unidas en el evangelio como nos dice Efesios 4 (5 un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos). La unidad de la iglesia primitiva no era una unidad de lenguas, costumbres, ni de de liderazgo (pues cuando los apóstoles murieron, surgieron líderes locales para las congregaciones en cada región) y sin embargo, no habían denominaciones. Esto se debe, en cierta medida, a que había un solo imperio (entiéndase, imperio romano). Los griegos aspiraban a algo, que los romanos dijeron haber alcanzado y eso era un imperio ecuménico. Para ellos, el ecumenismo era simplemente la inclusión de todo el mundo habitado bajo su gobierno, pues su imperio cubría toda la tierra.
5
El movimiento ecuménico que nosotros conocemos no surgió sino hasta el siglo XX y reclamó ese nombre para la iglesia, siglos después de la caída del imperio, teniendo como premisa que la iglesia (si en verdad es la iglesia), sería institucionalmente una, así como el imperio romano era uno y es ahí donde comienza a perfilarse la iglesia católica romana. La iglesia católica romana define la unidad de la iglesia como aquella que bajo su administración se somete a la autoridad del Papa, asegurando que el papado es la única institución que permite estrechar fehacientemente la unidad de la iglesia y que por debajo de tal poder solo se mantiene el Magisterio y la Tradición. Por más de un siglo la iglesia católica romana insistió en la unidad de una sola lengua, el latín y ha tratado implementar a la fuerza, una forma de adoración única, institucionalizando la misa. Hubo siglos de revueltas, tanto internas como externas, que luchaban por la veracidad e integridad doctrinal de la iglesia. Las disensiones producidas en los siglos VIII, XI y XVI provocaron la división de la iglesia católica romana respecto a la iglesia ortodoxa griega. Este tipo de situaciones no fueron cuestiones aisladas ni únicas en su especie, pues los conflictos que dieron a luz a los reformadores protestantes en el siglo XVI. Hoy en día, se nos acusa de ser autores de la escisión del cuerpo de Cristo, pues aun entre los herederos de la reforma (como en los reformadores mismos) no hay una sola interpretación doctrinal que a nuestros ojos aseguren la unidad. Sin embargo nuestra respuesta es sencilla: los reformadores estaban unidos en la determinación de reformar la iglesia verdadera; estaban unidos en defender la predicación de que somos salvos solo por gracia, solamente a través de la fe solo en Jesucristo, de acuerdo únicamente a lo que dicen las Sagradas Escrituras, solamente para la gloria de Dios. Ser protestante implica hacer la intrépida declaración de que la iglesia que no predica el evangelio, no es digna de ser llamada iglesia y si por ello, nos acusan de ser divisivos, que así sea, pues nuestra unidad está en la verdad del evangelio, está en la verdad de la Palabra. El movimiento ecuménico nace con el propósito de salvar el evangelio, trayendo unidad, dejando fuera doctrina, pues en realidad la enseñanza solo divide. Pero
6
hay un problema desde el principio: la idea de crear una unidad que satisfaga lo que nuestros ojos quieren ver y por otro lado, también la paradoja de la tolerancia2: No se podía negociar la verdad común dejando por fuera a cristianos fieles y los cristianos fieles no pueden entrar a negociar la verdad común, si como primer requisito se les pide renunciar a la verdad revelada en las Escrituras. El movimiento ecuménico pretende crear una Organización Teológica de Naciones Unidas (en donde igual que a Estados Unidos, a la iglesia católica romana se le conceda prerrogativas superiores a los demás) y es ahí donde debemos regresar a Juan 17 y entender genuinamente lo que Jesucristo está pidiendo. El primer indicio que necesitamos reconocer es que la distinción más grande que se hace en estos versículos, es la distinción entre la iglesia y el mundo. Jesús dice una y otra vez “ellos no son del mundo como yo tampoco soy del mundo”. Obviamos que Jesús ora solamente por aquellos para quienes Él es su sumo sacerdote. Él dice “no oro por el mundo, sino por aquellos que me has dado” así que podemos descartar que la unidad a la que Jesucristo hace referencia, no es una unidad visible de alianzas con los que tercamente caminan en su entendimiento entenebrecido, sino que se trata de una unidad en la verdad, como lo establece el versículo 17. La unidad santificadora de la iglesia es la verdad y Cristo es la verdad. Nunca encontraremos tal unidad, adhiriéndonos a ningún papa, obispo, presbítero, pastor, anciano, pues hay un solo mediador entre Dios y los hombres, y no tenemos necesidad de ningún sacerdote humano. Estamos en Jesucristo y somos uno en Él. Debemos afirmar que somos uno con todos y cada uno de los que prediquen, enseñen y crean el evangelio completo y verdadero. Como dijeron los reformadores: “Donde haya predicación del evangelio, ahí está la iglesia”. No importa si están en un edificio estadounidense bien acondicionado o 2
La paradoja declara que si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de
ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. Popper concluyó que, aunque parece paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia.
7
en la escarnecedora arena del desierto africano; no importa si se habla portugués, alemán, ruso, inglés o lenguaje de señas. No importa si el que predica lleva una toga, un traje o lo que Dios le permita ponerse para cubrir sus vergüenzas. Lo que importa es lo que se predica, lo que importa es lo que se cree, lo que importa es lo que se enseña y lo que se presenta al mundo como evangelio. Soy un bautista particular que cree en las cinco solas de la reforma, en las enseñanzas comúnmente llamadas Doctrinas de la gracia y en la importancia de los credos, confesiones y catecismos ortodoxos, supeditadas a la Biblia, como herramientas que facilitan el aprendizaje de la fe, pero me congrego en una iglesia legalmente constituida como pentecostal. Mis primeros pasos en la fe protestante los di en una iglesia bautista general, que cree que su estirpe llega hasta Juan el bautista, teniendo como única base histórica, un libro titulado “rastro de sangre”. Mantengo vínculos con amistades nazarenas, wesleyanas, arminianas con las cuales sostengo discusiones teológicas, siempre en pos del aprendizaje y es que finalmente sé que en aquel día (del cual hablaba el hno. Peña el domingo pasado) no habrán denominaciones, sino que estaremos sentados en la mesa del banquete de las bodas del Cordero al lado de personas, que al igual que nosotros, fueron compradas de todo pueblo, lengua y nación por medio de la Sangre de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros. En el momento en que le veamos cara a cara y no como en un espejo, ese será momento en que tendremos una educación teológica pura. No habrá más etiquetas denominacionales, pues las rodillas que se doblan para postrarse ante el rey de reyes, y señor de señores, no tienen etiquetas. Si persistimos en tratar de ver la unidad de la iglesia de manera visible en este mundo, vamos a tener que sacrificar a la verdad en el altar de la tolerancia, para lograr tal objetivo y ese, a como decíamos anteriormente, es el problema con el ecumenismo. Si fallamos en entender que esta unidad se hará plena en el tiempo venidero, en realidad no confiamos en lo que el SEÑOR ha prometido. Ahora ya sabemos por qué el penúltimo versículo de la Biblia fue escrito de esa manera (Apocalipsis 22: 20 El que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús).
8