Julián nace pegado a una cepa. Sus padres trabajan en la viña y ese es el patio de su escuela. Pasa el día de una finca a otra, pero ese agotador devenir, ha dejado un poso de sabiduría con el paso del tiempo. Porque si hay alguien que conoce bien la historia de Cebreros y su vino es Julián. Habita en su memoria el secreto de una viticultura honesta y equilibrada, respetuosa con la tierra y el entorno. Porque habla del vino sin nombrarlo. Porque siente que el ritmo de la cepa ha marcado el tempo su vida. Porque su testimonio es el recuerdo vivo de una tierra que lo ha dado todo por el vino. Y él, generoso y sencillo, tan sólo quiere que su recuerdo sea el del trabajo bien hecho.
“Yo de niño viví malamente porque trabajé mucho. Algunos días iba a la escuela, pero la mitad de los días no iba porque tenía que ir al campo a ayudar a mis padres. Si es que no he salido de las viñas. “
“Con 10 años iba al campo con mi madre, que en paz descanse, y estábamos casi todo el día sarmentando. Les cuento yo a mis nietas lo que he pasado, no yo solo, mucha gente y no me lo quieren ni creer.“
“¡Tenía una ilusión yo con mi bodega! Esas cubas me comían todos los años 10 arrobas de vino. ¡Y lo hacía yo! Hacía yo el vino, pisaba las uvas... Me hacía ilusión porque muchos amigos hemos estado comiendo ahí queso y chorizo y cosas de esas“
”La figura de Julián es imprescindible en la viña, porque la edad que tiene le da la experiencia. Él es el que tiene el secreto de todo esto.”
“Su trabajo es estar aquí pendiente de nosotros. Me ha enseñado cosas que yo no sabía.”
“Todo esto que están haciendo estos, lo he hecho yo. Y muchos años, muchos. He arado con caballería, he abierto ollas; he hecho de todo en el campo.”
“Desde que hemos vuelto a trabajar hemos recuperado la viña y tengo mucha ilusión porque la veo cada vez mejor. La hemos echado estiércol, la labramos en condiciones y para mi es un orgullo verla subir.”
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