El último sobreviviente

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Don Salvador, como conocen en la calle a mi padre, Shie Gilbert, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente.

ARÓN GILBERT Una introducción al libro

El último sobreviviente

Arón Gilbert

Calle 2 núm. 21, Col. San Pedro de los Pinos, C. P. 03800, México D. F., Tel. 5515-1657 www.solareditores.com • solar@solareditores.com

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Don Salvador, como conocen en la calle a mi padre, Shie Gilbert, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente.

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ARÓN GILBERT Una introducción al libro

El último sobreviviente

Arón Gilbert

Calle 2 núm. 21, Col. San Pedro de los Pinos, C. P. 03800, México D. F., Tel. 5515-1657 www.solareditores.com • solar@solareditores.com

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Primera edición, abril 2007 Director de colección: Alejandro Zenker Cuidado editorial: Elizabeth González Coordinador de producción: Beatriz Hernández Tipografía y formación: Rosa Virginia Cruz Viñeta de portada: Mauricio Morán

© 2007, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos. Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657 Correo electrónico: solar@solareditores.com Página electrónica: www.solareditores.com ISBN Hecho en México

Primera edición, abril 2007 Director de colección: Alejandro Zenker Cuidado editorial: Elizabeth González Coordinador de producción: Beatriz Hernández Tipografía y formación: Rosa Virginia Cruz Viñeta de portada: Mauricio Morán

© 2007, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos. Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657 Correo electrónico: solar@solareditores.com Página electrónica: www.solareditores.com ISBN Hecho en México


Agradecimientos Bibliografía Anexo, por Francisco Gil-White

En Alemania gran parte del pueblo abrazó las banderas nazis, pero hubo un enorme segmento que se opuso a esa blasfemia contra la civilización y resistió. Fascistas los hubo por doquier. Por supuesto en Alemania, pero también en Polonia, Francia, Italia, España… Sin embargo, igualmente hubo legiones de opositores que dieron literalmente su vida y su libertad por impedir la barbarie. Este libro nos permite conocer una de las partes más aterradoras, pero sin su contraparte, la historia de Shie y de muchos otros, no se habría escrito. Mi padre fue miembro de esta resistencia y vivió los absurdos de la conflagración. Alejandro Zenker

Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente? Francisco Gil-White

Agradecimientos Bibliografía Anexo, por Francisco Gil-White

En Alemania gran parte del pueblo abrazó las banderas nazis, pero hubo un enorme segmento que se opuso a esa blasfemia contra la civilización y resistió. Fascistas los hubo por doquier. Por supuesto en Alemania, pero también en Polonia, Francia, Italia, España… Sin embargo, igualmente hubo legiones de opositores que dieron literalmente su vida y su libertad por impedir la barbarie. Este libro nos permite conocer una de las partes más aterradoras, pero sin su contraparte, la historia de Shie y de muchos otros, no se habría escrito. Mi padre fue miembro de esta resistencia y vivió los absurdos de la conflagración. Alejandro Zenker

Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente? Francisco Gil-White


Índice del libro

Nota del editor Prólogo, por Francisco Gil-White Introducción 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.

Ciechanow, Polonia. 1920 El principio del fin Auschwitz-Birkenaw Roiza Robota, la heroína El rezo de Rab Abremele en Auschwitz La Marcha de la Muerte La venganza de Meyer Ebensee, más allá del mismo infierno Mi gran amigo, mi cinturón Camino al paraíso Cuarenta años después.

Árbol genealógico de la familia Gilbert-Pianko

Índice del libro

Nota del editor Prólogo, por Francisco Gil-White Introducción 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.

Ciechanow, Polonia. 1920 El principio del fin Auschwitz-Birkenaw Roiza Robota, la heroína El rezo de Rab Abremele en Auschwitz La Marcha de la Muerte La venganza de Meyer Ebensee, más allá del mismo infierno Mi gran amigo, mi cinturón Camino al paraíso Cuarenta años después.

Árbol genealógico de la familia Gilbert-Pianko


ARÓN GILBERT

Foto: Alejandro Zenker

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www.solareditores.com solar@solareditores.com Shie y Arón Gilbert

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www.solareditores.com solar@solareditores.com Shie y Arón Gilbert


El último Sobreviviente

Foto: Alejandro Zenker

trema derecha pancontinental. Esto sucedió precisamente cuando las clases gobernantes de Occidente se preocupaban del creciente poder del sindicalismo y de los partidos laborales que en aquel entonces exigían la transformación de las sociedades occidentales, navegando sobre la estela de los movimientos de liberación que se habían producido en la Revolución Francesa, una consecuencia de la Ilustración Europea. La Ilustración misma, y no debe sorprendernos, se inspiró en el pensamiento de un judío experto en el Talmud: Baruch Spinoza. Francisco Gil-White

Shie Gilbert www.solareditores.com • El Último Sobreviviente

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trema derecha pancontinental. Esto sucedió precisamente cuando las clases gobernantes de Occidente se preocupaban del creciente poder del sindicalismo y de los partidos laborales que en aquel entonces exigían la transformación de las sociedades occidentales, navegando sobre la estela de los movimientos de liberación que se habían producido en la Revolución Francesa, una consecuencia de la Ilustración Europea. La Ilustración misma, y no debe sorprendernos, se inspiró en el pensamiento de un judío experto en el Talmud: Baruch Spinoza. Francisco Gil-White

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El pueblo judío es el custodio de la Ley de Moisés, nacida, según la tradición, en una revolución de esclavos contra un rey egipcio opresivo. Sin coincidencia: la Ley de Moisés —y no se trata nada mas de los “Diez Mandamientos” sino de toda la Tora (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio), y luego su elaboración rabínica en el Talmud— está diseñada con mucho cuidado para proteger y defender a las clases trabajadoras de las represiones de las aristocracias. Esta es la fuente eterna de las ideas en pro de la libertad, la igualdad, la compasión y la justicia en Occidente. Es el origen de nuestra ética. El gobierno zarista ruso que había conquistado Europa Oriental, donde vivía la gran mayoría de judíos europeos, no permitía que entraran a Rusia, pues no quería que sus oprimidos trabajadores descubrieran la ley de los esclavos liberados. Y cuando no estaba matando judíos, el gobierno zarista los trataba de convertir por la fuerza al cristianismo o de alguna manera separarlos del Talmud. Lo mismo puede decirse de las aristocracias europeas aliadas con el imperio eclesiástico medieval, pues organizaban quemazones del Talmud cuando no estaban expulsando, convirtiendo por la fuerza, o asesinando a los judíos. Y ahí están también las aristocracias greco-romanas de la antigüedad, las cuales oprimían a los trabajadores mediterráneos de la forma más inhumana que se haya visto jamás en la historia, y que movilizaron grandes matanzas de judíos, quejándose en voz alta de la popularidad de la Ley de Moisés entre sus trabajadores y esclavos. El ataque nazi admite el mismo análisis. Los nazis reesclavizaron a los trabajadores alemanes y, coludidos con las clases gobernantes de Occidente, dieron un golpe de ex22

Nota del autor

M

i nombre es Arón Gilbert y soy, de alguna manera, sobreviviente del Holocausto. Nací en la ciudad de México en el año de 1949, cuatro años después de terminada la segunda Guerra Mundial Mi padre, Szyja Gilbert, nació en el pueblo de Ciechanow, en Polonia, el 9 de agosto de 1920, en el seno de una familia judía tradicional de clase acomodada. Soy su orgulloso primogénito y llevo el nombre de mi abuelo, quien fuera masacrado injustamente por los nazis en 1942. Papá es uno de los pocos sobrevivientes de su especie, y lo digo en el sentido más extenso de la palabra. Nació en una Europa antisemita, en Polonia, país que durante mil años albergó a los de su raza, pero que gustoso los entregó en bandeja de plata al enemigo para su aniquilación. Crece y celebra la culminación de su adolescencia el 1 de septiembre de 1939, con el bombardeo alemán sobre territorio polaco, convirtiéndose en testigo presencial de la infamia más grande de que se tenga memoria en los anales de la historia: el Holocausto. Durante tres difíciles años de estancias en tres guetos distintos, sobrevive. Logra escapar de tres de las más terribles

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El pueblo judío es el custodio de la Ley de Moisés, nacida, según la tradición, en una revolución de esclavos contra un rey egipcio opresivo. Sin coincidencia: la Ley de Moisés —y no se trata nada mas de los “Diez Mandamientos” sino de toda la Tora (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio), y luego su elaboración rabínica en el Talmud— está diseñada con mucho cuidado para proteger y defender a las clases trabajadoras de las represiones de las aristocracias. Esta es la fuente eterna de las ideas en pro de la libertad, la igualdad, la compasión y la justicia en Occidente. Es el origen de nuestra ética. El gobierno zarista ruso que había conquistado Europa Oriental, donde vivía la gran mayoría de judíos europeos, no permitía que entraran a Rusia, pues no quería que sus oprimidos trabajadores descubrieran la ley de los esclavos liberados. Y cuando no estaba matando judíos, el gobierno zarista los trataba de convertir por la fuerza al cristianismo o de alguna manera separarlos del Talmud. Lo mismo puede decirse de las aristocracias europeas aliadas con el imperio eclesiástico medieval, pues organizaban quemazones del Talmud cuando no estaban expulsando, convirtiendo por la fuerza, o asesinando a los judíos. Y ahí están también las aristocracias greco-romanas de la antigüedad, las cuales oprimían a los trabajadores mediterráneos de la forma más inhumana que se haya visto jamás en la historia, y que movilizaron grandes matanzas de judíos, quejándose en voz alta de la popularidad de la Ley de Moisés entre sus trabajadores y esclavos. El ataque nazi admite el mismo análisis. Los nazis reesclavizaron a los trabajadores alemanes y, coludidos con las clases gobernantes de Occidente, dieron un golpe de ex22

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Nota del autor

M

i nombre es Arón Gilbert y soy, de alguna manera, sobreviviente del Holocausto. Nací en la ciudad de México en el año de 1949, cuatro años después de terminada la segunda Guerra Mundial Mi padre, Szyja Gilbert, nació en el pueblo de Ciechanow, en Polonia, el 9 de agosto de 1920, en el seno de una familia judía tradicional de clase acomodada. Soy su orgulloso primogénito y llevo el nombre de mi abuelo, quien fuera masacrado injustamente por los nazis en 1942. Papá es uno de los pocos sobrevivientes de su especie, y lo digo en el sentido más extenso de la palabra. Nació en una Europa antisemita, en Polonia, país que durante mil años albergó a los de su raza, pero que gustoso los entregó en bandeja de plata al enemigo para su aniquilación. Crece y celebra la culminación de su adolescencia el 1 de septiembre de 1939, con el bombardeo alemán sobre territorio polaco, convirtiéndose en testigo presencial de la infamia más grande de que se tenga memoria en los anales de la historia: el Holocausto. Durante tres difíciles años de estancias en tres guetos distintos, sobrevive. Logra escapar de tres de las más terribles


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fábricas de muerte que jamás concibió el hombre, como el campo de concentración de Auschwitz-Birkenaw en Polonia, el de Mauthausen y el de Ebensee, ambos en Austria. Esta historia de terror empieza el 1 de septiembre de 1939 y termina el 5 de mayo de 1945. Peregrinó por el mundo en busca de un futuro más prometedor; cruzó los Alpes, navegó por la inmensidad del mar y voló a tierras desconocidas hasta conseguirlo, al llegar en 1947 a ese mundo nuevo, a lo que él bautizó como “el Paraíso” y es conocido por todos los demás como México. Por años le habíamos suplicado a papá que se sentara a escribir sus memorias, pero él me contestaba muy a su estilo: “Yo soy como los antiguos juglares, soy un narrador insufrible que tiene que escuchar el sonido de su propia voz para saberse vivo. Cuando me vaya de este mundo, mis historias y mis vivencias se irán conmigo”. Después de muchos intentos de convencerlo de lo contrario, perdí la esperanza de sentarlo a escribir, sin embargo, en ningún momento he perdido la oportunidad de escucharlo hablar, lo que hace con ahínco y apasionamiento, ya sea frente a un pequeño número de jovencitos de origen judaico o bien ante grandes audiencias de universitarios laicos; igual lo hace con sus hijos al calor del hogar que con desconocidos en plena calle. Por fin lo convencimos y aceptó escribir sus memorias, con la condición inesperada de ser él la voz que contara su odisea y yo la mano que la escribiera. Acepté gustoso, aunque con temor ante la responsabilidad que me estaba delegando, por lo que nos embarcamos una vez más en un viaje al pasado por el cual ya habíamos transitado muchas veces, sin imaginarme las sorpresas que esta aventura me deparaba.

Pero la moneda tiene dos caras. La gente común no produce información sino que la consume, y por lo tanto es fácilmente desinformada. ¿Será sensato dirigir el mismo análisis hacia quienes caen presa de la propaganda antisemita y hacia quienes la producen? No puede acusarse al gobierno ruso zarista, por ejemplo, de haber creído realmente las acusaciones contra los judíos que después se convirtieron en la columna vertebral de la propaganda nazi, porque el texto que contenía estas acusaciones —Los Protocolos de los Sabios de Sión— había sido un fraude de la policía secreta rusa, la Ojrana, para movilizar matanzas contra judíos (pogromos) en un esfuerzo por distraer el descontento de los oprimidos trabajadores rusos. La aristocracia rusa sabía lo que hacía. Si bien los nazis se merecen haber sido censurados por su responsabilidad en el Holocausto, no debemos olvidar que recibieron muchísima ayuda de las clases gobernantes en todo Occidente, pues estas élites cooperaron de una y mil maneras con la gran matanza de judíos del siglo 20. Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente?

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fábricas de muerte que jamás concibió el hombre, como el campo de concentración de Auschwitz-Birkenaw en Polonia, el de Mauthausen y el de Ebensee, ambos en Austria. Esta historia de terror empieza el 1 de septiembre de 1939 y termina el 5 de mayo de 1945. Peregrinó por el mundo en busca de un futuro más prometedor; cruzó los Alpes, navegó por la inmensidad del mar y voló a tierras desconocidas hasta conseguirlo, al llegar en 1947 a ese mundo nuevo, a lo que él bautizó como “el Paraíso” y es conocido por todos los demás como México. Por años le habíamos suplicado a papá que se sentara a escribir sus memorias, pero él me contestaba muy a su estilo: “Yo soy como los antiguos juglares, soy un narrador insufrible que tiene que escuchar el sonido de su propia voz para saberse vivo. Cuando me vaya de este mundo, mis historias y mis vivencias se irán conmigo”. Después de muchos intentos de convencerlo de lo contrario, perdí la esperanza de sentarlo a escribir, sin embargo, en ningún momento he perdido la oportunidad de escucharlo hablar, lo que hace con ahínco y apasionamiento, ya sea frente a un pequeño número de jovencitos de origen judaico o bien ante grandes audiencias de universitarios laicos; igual lo hace con sus hijos al calor del hogar que con desconocidos en plena calle. Por fin lo convencimos y aceptó escribir sus memorias, con la condición inesperada de ser él la voz que contara su odisea y yo la mano que la escribiera. Acepté gustoso, aunque con temor ante la responsabilidad que me estaba delegando, por lo que nos embarcamos una vez más en un viaje al pasado por el cual ya habíamos transitado muchas veces, sin imaginarme las sorpresas que esta aventura me deparaba.

Pero la moneda tiene dos caras. La gente común no produce información sino que la consume, y por lo tanto es fácilmente desinformada. ¿Será sensato dirigir el mismo análisis hacia quienes caen presa de la propaganda antisemita y hacia quienes la producen? No puede acusarse al gobierno ruso zarista, por ejemplo, de haber creído realmente las acusaciones contra los judíos que después se convirtieron en la columna vertebral de la propaganda nazi, porque el texto que contenía estas acusaciones —Los Protocolos de los Sabios de Sión— había sido un fraude de la policía secreta rusa, la Ojrana, para movilizar matanzas contra judíos (pogromos) en un esfuerzo por distraer el descontento de los oprimidos trabajadores rusos. La aristocracia rusa sabía lo que hacía. Si bien los nazis se merecen haber sido censurados por su responsabilidad en el Holocausto, no debemos olvidar que recibieron muchísima ayuda de las clases gobernantes en todo Occidente, pues estas élites cooperaron de una y mil maneras con la gran matanza de judíos del siglo 20. Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente?

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podemos actuar en el presente para producir un futuro distinto. Es difícil, sin embargo, volcarse científico sobre el tema. Y no puede negarse que quienes interpretan el antisemitismo y las matanzas de judíos como irracionales tienen harto material para defenderse. Las acusaciones de los nazis contra los judíos de que supuestamente representaban un peligro para la “civilización cristiana” porque tenían un tremendo y malévolo poder clandestino, controlando tras bambalinas todos los gobiernos occidentales, el sistema financiero, los medios de información, etc., para hacernos daño, eran falsas, como lo demostró la gran facilidad con la que fueron asesinados. Los judíos no controlaban nada. Y la gente común y corriente que participó en la histeria antijudía, dejándose llevar por las absurdas acusaciones contra los judíos, no eran, precisamente, ejemplos de cordura. Cabe añadir, por encima de esto, que tanto las acusaciones nazis como la respuesta crédula de la gente repetían un patrón milenario en el Occidente. Por dar tan sólo un ejemplo: hubo también exterminios de judíos durante el siglo 14 en Europa, cuando los judíos fueron acusados de conspirar internacionalmente y, en secreto, haber envenenado todos los pozos, “explicando” así que millones de personas estuvieran cayendo muertas a diestra y siniestra en la espantosa Peste Negra. No fueron menos absurdas aquellas acusaciones que las de los nazis, y aquellos europeos, matando judíos en una histeria de “defensa propia”, no fueron más cuerdos que sus descendientes en el siglo 20. El argumento de que las matanzas de judíos son producidas por epidemias de locura obviamente tiene sustancia.

A partir de entonces, las horas que pasamos platicando por teléfono, las veces que fui a visitarlo a su casa para que me narrara una vez más las historias que había escuchado en mi niñez y juventud y que tanto habían enriquecido mi vida, son momentos que atesoraré por siempre con fascinación. Es así como nace la idea de escribir, a manera de homenaje en vida, la biografía de mi padre, y así también se inicia un largo camino por senderos desconocidos para alguien que nunca se había aventurado, ni soñaba en hacerlo, en el mundo secreto de los escritores. Papá nunca aceptó mi petición de asesoría de un escritor profesional, pero me vi obligado a desobedecerlo, como cuando era adolescente, y recurrí a la sapiencia de mi amiga y escritora Martha Zamora Pierce, a quien debo agradecer las horas que dedicó a la corrección del libro. Traté con fuerza de captar las emociones de mi viejo para transmitirlas al papel, pero temo que mis palabras no reflejen la profundidad de los hechos. Hay lagunas creadas en su memoria a lo largo de 60 años que han sido difíciles de llenar. Estudié de la mejor manera posible, me basé en sus propios escritos y, como bibliografía, volví a leer la historia de todos los lugares que fueron regados por su desventura. Traté de acomodar el desorden de los hechos con el mayor cuidado, pero descubrí que la belleza de su narrativa estriba precisamente en el desorden, por lo que eventualmente decliné en mi intento de hacer de este libro una cronología perfecta. Si bien algunas fechas pueden ser algo inexactas, toda la historia aquí contada es real, ningún hecho es ficticio y de ninguna manera traté de crear un héroe de novela. Si acaso, dejé fuera algunos detalles altamente desgarradores

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podemos actuar en el presente para producir un futuro distinto. Es difícil, sin embargo, volcarse científico sobre el tema. Y no puede negarse que quienes interpretan el antisemitismo y las matanzas de judíos como irracionales tienen harto material para defenderse. Las acusaciones de los nazis contra los judíos de que supuestamente representaban un peligro para la “civilización cristiana” porque tenían un tremendo y malévolo poder clandestino, controlando tras bambalinas todos los gobiernos occidentales, el sistema financiero, los medios de información, etc., para hacernos daño, eran falsas, como lo demostró la gran facilidad con la que fueron asesinados. Los judíos no controlaban nada. Y la gente común y corriente que participó en la histeria antijudía, dejándose llevar por las absurdas acusaciones contra los judíos, no eran, precisamente, ejemplos de cordura. Cabe añadir, por encima de esto, que tanto las acusaciones nazis como la respuesta crédula de la gente repetían un patrón milenario en el Occidente. Por dar tan sólo un ejemplo: hubo también exterminios de judíos durante el siglo 14 en Europa, cuando los judíos fueron acusados de conspirar internacionalmente y, en secreto, haber envenenado todos los pozos, “explicando” así que millones de personas estuvieran cayendo muertas a diestra y siniestra en la espantosa Peste Negra. No fueron menos absurdas aquellas acusaciones que las de los nazis, y aquellos europeos, matando judíos en una histeria de “defensa propia”, no fueron más cuerdos que sus descendientes en el siglo 20. El argumento de que las matanzas de judíos son producidas por epidemias de locura obviamente tiene sustancia.

A partir de entonces, las horas que pasamos platicando por teléfono, las veces que fui a visitarlo a su casa para que me narrara una vez más las historias que había escuchado en mi niñez y juventud y que tanto habían enriquecido mi vida, son momentos que atesoraré por siempre con fascinación. Es así como nace la idea de escribir, a manera de homenaje en vida, la biografía de mi padre, y así también se inicia un largo camino por senderos desconocidos para alguien que nunca se había aventurado, ni soñaba en hacerlo, en el mundo secreto de los escritores. Papá nunca aceptó mi petición de asesoría de un escritor profesional, pero me vi obligado a desobedecerlo, como cuando era adolescente, y recurrí a la sapiencia de mi amiga y escritora Martha Zamora Pierce, a quien debo agradecer las horas que dedicó a la corrección del libro. Traté con fuerza de captar las emociones de mi viejo para transmitirlas al papel, pero temo que mis palabras no reflejen la profundidad de los hechos. Hay lagunas creadas en su memoria a lo largo de 60 años que han sido difíciles de llenar. Estudié de la mejor manera posible, me basé en sus propios escritos y, como bibliografía, volví a leer la historia de todos los lugares que fueron regados por su desventura. Traté de acomodar el desorden de los hechos con el mayor cuidado, pero descubrí que la belleza de su narrativa estriba precisamente en el desorden, por lo que eventualmente decliné en mi intento de hacer de este libro una cronología perfecta. Si bien algunas fechas pueden ser algo inexactas, toda la historia aquí contada es real, ningún hecho es ficticio y de ninguna manera traté de crear un héroe de novela. Si acaso, dejé fuera algunos detalles altamente desgarradores

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que mi viejo se negó a publicar, otros, se quedaron convenientemente reposando en el olvido de sus años. Don Salvador, como lo conocen en la calle, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente. Hago mía la respuesta a la típica pregunta a la que mi viejo se enfrenta constantemente: ¿cómo logró sobrevivir? ¡Cuántos otros, más fuertes, más inteligentes y más ricos no pudieron hacerlo! Mi respuesta, después de escucharla tantas veces, es muy sencilla: un día a la vez, una hora y hasta un minuto a la vez.

Para contextualizar la historia…

?

Cómo darle sentido al testimonio del crimen vivido y presenciado por Shie Gilbert? Quienes no son antisemitas a menudo expresan asombrados que el antisemitismo “no tiene sentido”, “es irracional”, etc. De allí la siguiente interpretación del Holocausto: “la destrucción de los judíos europeos no respondía a ningún motivo racional, ni por política ni por saqueo, ni por estrategia militar ni por la urgencia ciega del momento. Esto fue genocidio nada más por genocidio”.* Realmente es increíble que esta opinión sea tan común: un continente entero se movilizó para exterminar a un pueblo ¿nada más… porque sí? Esta interpretación nos deja indefensos ante la posibilidad del siguiente genocidio antijudío, porque lo que no tiene explicación no puede prevenirse. Solamente produciendo un modelo científico de lo que causa las grandes matanzas de judíos —que vienen sucediendo en Occidente durante más de 2 000 años— * La cita es de Terence de Pres, tomada del prólogo de J.-F. Steiner, 1994 [1966], Treblinka, Nueva York, Meridian, p. x.

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que mi viejo se negó a publicar, otros, se quedaron convenientemente reposando en el olvido de sus años. Don Salvador, como lo conocen en la calle, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente. Hago mía la respuesta a la típica pregunta a la que mi viejo se enfrenta constantemente: ¿cómo logró sobrevivir? ¡Cuántos otros, más fuertes, más inteligentes y más ricos no pudieron hacerlo! Mi respuesta, después de escucharla tantas veces, es muy sencilla: un día a la vez, una hora y hasta un minuto a la vez.

Para contextualizar la historia…

?

Cómo darle sentido al testimonio del crimen vivido y presenciado por Shie Gilbert? Quienes no son antisemitas a menudo expresan asombrados que el antisemitismo “no tiene sentido”, “es irracional”, etc. De allí la siguiente interpretación del Holocausto: “la destrucción de los judíos europeos no respondía a ningún motivo racional, ni por política ni por saqueo, ni por estrategia militar ni por la urgencia ciega del momento. Esto fue genocidio nada más por genocidio”.* Realmente es increíble que esta opinión sea tan común: un continente entero se movilizó para exterminar a un pueblo ¿nada más… porque sí? Esta interpretación nos deja indefensos ante la posibilidad del siguiente genocidio antijudío, porque lo que no tiene explicación no puede prevenirse. Solamente produciendo un modelo científico de lo que causa las grandes matanzas de judíos —que vienen sucediendo en Occidente durante más de 2 000 años— * La cita es de Terence de Pres, tomada del prólogo de J.-F. Steiner, 1994 [1966], Treblinka, Nueva York, Meridian, p. x.

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cuando pasamos la aterradora desinfección. Enseguida, y por órdenes de un comandante de apellido Ganz, nos encerraron en una barraca sin ventilación en la cual varios más de mis compañeros sucumbieron por asfixia. La descripción que hace de sus años en Italia, una vez liberado por las fuerzas aliadas, la llegada a su querido México y el eventual retorno al cementerio europeo donde reposan los restos de sus padres y hermanos, culminan con el nacimiento de su “familia orgullosamente mexicana”, a la que logra educar de la misma forma que fue enseñado en su natal Polonia 86 años atrás, con amor y respeto hacia sus semejantes. Orgulloso de sus orígenes como judío polaco, feliz por sus 60 años de ser mexicano, esposo, padre, abuelo y bisabuelo, es aún un torbellino de energía que derrama ante las más variadas de las audiencias que encuentran como colofón de su vida la publicación de estas sus memorias, de las que sólo soy humilde portavoz.

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Así comienza la historia… Ciechanow, Polonia, 1920

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e llamo Szyja Gilbert Pianko y nací el 9 de agosto de 1920, en el pueblo de Ciechanow, ubicado 90 kilómetros al norte de Varsovia, la capital polaca. Soy el quinto de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Nacimos y fuimos criados como judíos y soy un firme creyente de los preceptos de mi religión y de la historia de mis antepasados hasta el día de hoy. De los 70 miembros de mi familia nacida en Polonia que aún vivían en mi país cuando empezó la segunda Guerra Mundial, soy el único que queda con vida. Sesenta y cinco de ellos fueron masacrados durante el Holocausto. Tengo 86 años y creo que es momento de sentarme a escribir mis memorias para que futuras generaciones sepan lo que el odio de un solo hombre pudo hacer contra la humanidad. Ésta es mi historia. Ciechanow es el nombre del shtetl o pueblito donde vi la luz por vez primera, y es tan antiguo como la misma Polonia y como los primeros judíos que se asentaron en la región a principios del año 1000. Esta información se confirma en un documento encontrado en los archivos de la www.solareditores.com • El Último Sobreviviente

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cuando pasamos la aterradora desinfección. Enseguida, y por órdenes de un comandante de apellido Ganz, nos encerraron en una barraca sin ventilación en la cual varios más de mis compañeros sucumbieron por asfixia. La descripción que hace de sus años en Italia, una vez liberado por las fuerzas aliadas, la llegada a su querido México y el eventual retorno al cementerio europeo donde reposan los restos de sus padres y hermanos, culminan con el nacimiento de su “familia orgullosamente mexicana”, a la que logra educar de la misma forma que fue enseñado en su natal Polonia 86 años atrás, con amor y respeto hacia sus semejantes. Orgulloso de sus orígenes como judío polaco, feliz por sus 60 años de ser mexicano, esposo, padre, abuelo y bisabuelo, es aún un torbellino de energía que derrama ante las más variadas de las audiencias que encuentran como colofón de su vida la publicación de estas sus memorias, de las que sólo soy humilde portavoz.

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e llamo Szyja Gilbert Pianko y nací el 9 de agosto de 1920, en el pueblo de Ciechanow, ubicado 90 kilómetros al norte de Varsovia, la capital polaca. Soy el quinto de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Nacimos y fuimos criados como judíos y soy un firme creyente de los preceptos de mi religión y de la historia de mis antepasados hasta el día de hoy. De los 70 miembros de mi familia nacida en Polonia que aún vivían en mi país cuando empezó la segunda Guerra Mundial, soy el único que queda con vida. Sesenta y cinco de ellos fueron masacrados durante el Holocausto. Tengo 86 años y creo que es momento de sentarme a escribir mis memorias para que futuras generaciones sepan lo que el odio de un solo hombre pudo hacer contra la humanidad. Ésta es mi historia. Ciechanow es el nombre del shtetl o pueblito donde vi la luz por vez primera, y es tan antiguo como la misma Polonia y como los primeros judíos que se asentaron en la región a principios del año 1000. Esta información se confirma en un documento encontrado en los archivos de la www.solareditores.com • El Último Sobreviviente

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nación polaca, fechado en 1065, en el que los padres benedictinos que dominaban la región, protegidos del rey Bolesov Shmiali, extienden un recibo al yishuv judío (comunidad) por el pago de impuestos. Desde entonces —y hasta la segunda Guerra Mundial—, tanto Polonia como país y Ciechanow como ciudad han sido atacadas, conquistadas, divididas y desaparecidas en reiteradas ocasiones por conflictos internos, regionales, nacionales e internacionales para, después de cada destrucción, volver a renacer como el ave fénix, listas para solucionar su siguiente conflicto bélico. Prácticamente, en cada una de las confrontaciones la comunidad judía fue golpeada, perseguida y masacrada sin otro motivo que el de sus creencias religiosas. Polonia está en el centro de las naciones más belicistas de la historia. Al sur, nuestros vecinos son la República Checa, Austria y Eslovaquia; al este se ubican Ucrania, Bielorrusia y Lituania, mientras que al norte está la gran Rusia, y al oeste, ni más ni menos que Alemania. Al norte el mar Báltico nos sitúa muy cerca de Dinamarca y Noruega, la región de los guerreros vikingos. Cada uno de estos países milenarios ha estado involucrado en gran cantidad de conflictos bélicos que, sin importar la causa, repercuten no sólo en la guerra que estén librando, sino en la armonía de toda la región. Polonia siempre parecía estar en el centro de la acción, asumiendo las consecuencias de los conflictos sin ser responsable de ellos, y esto básicamente porque, a diferencia de la mayoría de sus vecinos, se caracterizaba por la cantidad de señores feudales que la poblaban y porque el rey no ejercía poder importante sobre sus dominios. Esto se traducía en una falta de unión total de los poblados polacos y en su preferencia

eran arrojados a la orilla de la carretera. Si alguien flaqueaba, era baleado al momento. Difícilmente nos podíamos mantener en pie, mucho menos ayudar a nuestros compañeros de desgracia. Por fin, la mañana del 25 de enero de 1945 surgió ante nuestros ojos una enorme fortaleza en medio de los imponentes Alpes suizos que marcaba el fin de nuestro peregrinar. Por segunda vez leía yo la inscripción Arbeit Macht Frei. Habíamos llegado al purgatorio; estábamos cruzando el portón del campo de concentración de Mauthausen en Austria, a sólo 20 kilómetros de la musical ciudad de Linz. Quince mil de nuestros hermanos de dolor murieron durante el recorrido. Su última parada antes de la liberación en el campo de concentración de Ebensee la describe de la siguiente manera: Después de transcurrir semanas que se convirtieron en meses, aún nos encontrábamos hacinados en el patio central de Mauthausen, donde la odisea de la muerte continuó. En esta ocasión nos subieron al viejo conocido, el vagón del ferrocarril, y el transporte nos llevó hacia Ebensee que, junto con otro de los subcampos de Mauthausen, fue reconocido como uno de los “campos de concentración más diabólicos jamás concebidos”. El 3 de marzo del 45 los cadáveres vivientes en que nos habíamos convertido mi hermano Moisés, mi cuñado Motek y yo, junto con 20 509 hermanos de dolor que desde Auschwitz-Birkenaw habíamos sobrevivido la Marcha de la Muerte, cruzamos el portón del campo y su famosa inscripción de Arbeit Macht Frei como bienvenida. Cuarenta y nueve de los nuestros murieron en el tren y otros ciento ochenta y dos perecieron en nuestro primer día en el campo,

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nación polaca, fechado en 1065, en el que los padres benedictinos que dominaban la región, protegidos del rey Bolesov Shmiali, extienden un recibo al yishuv judío (comunidad) por el pago de impuestos. Desde entonces —y hasta la segunda Guerra Mundial—, tanto Polonia como país y Ciechanow como ciudad han sido atacadas, conquistadas, divididas y desaparecidas en reiteradas ocasiones por conflictos internos, regionales, nacionales e internacionales para, después de cada destrucción, volver a renacer como el ave fénix, listas para solucionar su siguiente conflicto bélico. Prácticamente, en cada una de las confrontaciones la comunidad judía fue golpeada, perseguida y masacrada sin otro motivo que el de sus creencias religiosas. Polonia está en el centro de las naciones más belicistas de la historia. Al sur, nuestros vecinos son la República Checa, Austria y Eslovaquia; al este se ubican Ucrania, Bielorrusia y Lituania, mientras que al norte está la gran Rusia, y al oeste, ni más ni menos que Alemania. Al norte el mar Báltico nos sitúa muy cerca de Dinamarca y Noruega, la región de los guerreros vikingos. Cada uno de estos países milenarios ha estado involucrado en gran cantidad de conflictos bélicos que, sin importar la causa, repercuten no sólo en la guerra que estén librando, sino en la armonía de toda la región. Polonia siempre parecía estar en el centro de la acción, asumiendo las consecuencias de los conflictos sin ser responsable de ellos, y esto básicamente porque, a diferencia de la mayoría de sus vecinos, se caracterizaba por la cantidad de señores feudales que la poblaban y porque el rey no ejercía poder importante sobre sus dominios. Esto se traducía en una falta de unión total de los poblados polacos y en su preferencia

eran arrojados a la orilla de la carretera. Si alguien flaqueaba, era baleado al momento. Difícilmente nos podíamos mantener en pie, mucho menos ayudar a nuestros compañeros de desgracia. Por fin, la mañana del 25 de enero de 1945 surgió ante nuestros ojos una enorme fortaleza en medio de los imponentes Alpes suizos que marcaba el fin de nuestro peregrinar. Por segunda vez leía yo la inscripción Arbeit Macht Frei. Habíamos llegado al purgatorio; estábamos cruzando el portón del campo de concentración de Mauthausen en Austria, a sólo 20 kilómetros de la musical ciudad de Linz. Quince mil de nuestros hermanos de dolor murieron durante el recorrido. Su última parada antes de la liberación en el campo de concentración de Ebensee la describe de la siguiente manera: Después de transcurrir semanas que se convirtieron en meses, aún nos encontrábamos hacinados en el patio central de Mauthausen, donde la odisea de la muerte continuó. En esta ocasión nos subieron al viejo conocido, el vagón del ferrocarril, y el transporte nos llevó hacia Ebensee que, junto con otro de los subcampos de Mauthausen, fue reconocido como uno de los “campos de concentración más diabólicos jamás concebidos”. El 3 de marzo del 45 los cadáveres vivientes en que nos habíamos convertido mi hermano Moisés, mi cuñado Motek y yo, junto con 20 509 hermanos de dolor que desde Auschwitz-Birkenaw habíamos sobrevivido la Marcha de la Muerte, cruzamos el portón del campo y su famosa inscripción de Arbeit Macht Frei como bienvenida. Cuarenta y nueve de los nuestros murieron en el tren y otros ciento ochenta y dos perecieron en nuestro primer día en el campo,

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con ellos. Fue la última vez que nos vimos. Días después, mi aprendizaje sobre lo que significaba “campo de exterminio” se grabó en mi mente con sangre indeleble. Después de sobrevivir por 26 meses en la fábrica de muerte es evacuado de Auschwitz y participa en la llamada “Marcha de la Muerte”, durante la cual, al igual que miles de reos en diferentes campos de concentración polacos, fue trasladado a no menos inhumanos campos en las regiones de Alemania y Austria, su relato continúa de esta forma: Poco a poco comprendimos lo que estaba sucediendo. En plena nevada empezó una nueva etapa de nuestra desgracia, la que sería conocida por el mundo como “la Marcha de la Muerte”. Fuertemente custodiados, dejamos los límites del campo y, contrario a otras salidas similares, caminamos por horas que parecían interminables. El frío terrible y los charcos congelados destruían nuestros de por sí lastimados pies; solamente el azúcar, que nos parecía un manjar, nos mantenía con vida. Conforme avanzábamos, empezamos a encontrar los cadáveres de mujeres que no podían soportar las inclemencias de la marcha, y entonces éramos forzados a cavar, con nuestras manos desnudas, hoyos en el suelo congelado para enterrarlas. Al caer la noche, nos desplomábamos muertos de cansancio. Para procurarnos un trago de agua tomábamos la nieve acumulada en la tierra y la dejábamos derretir en nuestras bocas; los más afortunados encontraban tirados restos de frutillas descompuestas o uno que otro roedor, lo que se convertía en un verdadero festín. A la mañana siguiente reanudamos nuestro camino hacia quién sabe dónde. Los compañeros caían muertos como moscas, y sus cadáveres

a historia de Adolfo Hitler y su ascenso al poder está directamente ligada a mi vida y a la de mis correligionarios. En octubre de 1918, tan sólo un mes antes de la conclusión de la primera Guerra Mundial, el soldado Hitler es herido y gaseado en el frente oriental el 13 de agosto de 1920, cuatro días después de mi nacimiento. Hitler, excelso orador, cautiva a una audiencia de bebedores de cerveza con una arenga que dura dos horas con el tema “Por qué estamos contra los judíos”, en la que promete a los escuchas que su partido político, y sólo el suyo, el partido Nazi, “nos liberará del poder judío”, y propone un eslogan que una a toda Alemania: “Antisemitas del mundo, uníos. Ciudadanos de Europa, libérense”, y demanda lo que él llamó “una solución completa”, “la remoción de los judíos de entre nuestra gente”. Muy pocos fuera de su círculo de bebedores tuvieron acceso a esta propuesta, y sólo unos cuantos lo tomaron en cuenta. Para la judería europea era el principio del fin. Llegó el fatídico año de 1939 y la amenaza hitleriana contra el judaísmo mundial se asomaba como una nube oscura sobre nuestras vidas. El Estado polaco empezó a prepararse para la inminente guerra, con la esperanza de

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por servir a reyes extranjeros más poderosos a cambio de ciertas concesiones y no en el desarrollo un gran sentimiento patriótico alrededor de reyes títeres y a costa de perder su poder y sus tierras.

El capítulo dos de El último sobreviviente empieza de la siguiente manera:

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con ellos. Fue la última vez que nos vimos. Días después, mi aprendizaje sobre lo que significaba “campo de exterminio” se grabó en mi mente con sangre indeleble. Después de sobrevivir por 26 meses en la fábrica de muerte es evacuado de Auschwitz y participa en la llamada “Marcha de la Muerte”, durante la cual, al igual que miles de reos en diferentes campos de concentración polacos, fue trasladado a no menos inhumanos campos en las regiones de Alemania y Austria, su relato continúa de esta forma: Poco a poco comprendimos lo que estaba sucediendo. En plena nevada empezó una nueva etapa de nuestra desgracia, la que sería conocida por el mundo como “la Marcha de la Muerte”. Fuertemente custodiados, dejamos los límites del campo y, contrario a otras salidas similares, caminamos por horas que parecían interminables. El frío terrible y los charcos congelados destruían nuestros de por sí lastimados pies; solamente el azúcar, que nos parecía un manjar, nos mantenía con vida. Conforme avanzábamos, empezamos a encontrar los cadáveres de mujeres que no podían soportar las inclemencias de la marcha, y entonces éramos forzados a cavar, con nuestras manos desnudas, hoyos en el suelo congelado para enterrarlas. Al caer la noche, nos desplomábamos muertos de cansancio. Para procurarnos un trago de agua tomábamos la nieve acumulada en la tierra y la dejábamos derretir en nuestras bocas; los más afortunados encontraban tirados restos de frutillas descompuestas o uno que otro roedor, lo que se convertía en un verdadero festín. A la mañana siguiente reanudamos nuestro camino hacia quién sabe dónde. Los compañeros caían muertos como moscas, y sus cadáveres

a historia de Adolfo Hitler y su ascenso al poder está directamente ligada a mi vida y a la de mis correligionarios. En octubre de 1918, tan sólo un mes antes de la conclusión de la primera Guerra Mundial, el soldado Hitler es herido y gaseado en el frente oriental el 13 de agosto de 1920, cuatro días después de mi nacimiento. Hitler, excelso orador, cautiva a una audiencia de bebedores de cerveza con una arenga que dura dos horas con el tema “Por qué estamos contra los judíos”, en la que promete a los escuchas que su partido político, y sólo el suyo, el partido Nazi, “nos liberará del poder judío”, y propone un eslogan que una a toda Alemania: “Antisemitas del mundo, uníos. Ciudadanos de Europa, libérense”, y demanda lo que él llamó “una solución completa”, “la remoción de los judíos de entre nuestra gente”. Muy pocos fuera de su círculo de bebedores tuvieron acceso a esta propuesta, y sólo unos cuantos lo tomaron en cuenta. Para la judería europea era el principio del fin. Llegó el fatídico año de 1939 y la amenaza hitleriana contra el judaísmo mundial se asomaba como una nube oscura sobre nuestras vidas. El Estado polaco empezó a prepararse para la inminente guerra, con la esperanza de

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por servir a reyes extranjeros más poderosos a cambio de ciertas concesiones y no en el desarrollo un gran sentimiento patriótico alrededor de reyes títeres y a costa de perder su poder y sus tierras.

El capítulo dos de El último sobreviviente empieza de la siguiente manera:

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que los germanos no cumplieran sus amenazas de destrucción contra los hebreos en territorio nacional. Se organizaron comités de defensa, los hogares se acondicionaron para que, ante los inminentes ataques aéreos de la aviación germana, tuviésemos la capacidad de apagar fuegos y atender heridos. Mi incorporación al ejército polaco fue denegada, precisamente por causa de mi religión. La vida está llena de decisiones que pueden traducirse en éxitos o fracasos. Un par de días previos al inicio de hostilidades, llegó a Ciechanow un militar alemán de alto rango con un convoy de camiones de carga totalmente vacíos. Llamó a una reunión urgente a los directivos comunitarios y les expuso el peligro en que nos encontrábamos. Puso a nuestra disposición su convoy para que, sin perder un sólo minuto, lo abordáramos a fin de cruzar la frontera rusa y así salvar la vida. Después de debatir por horas la propuesta y sus posibles implicaciones, fue decisión del comité rechazar la oferta del militar arguyendo, una vez más, que el gobierno polaco estaba perfectamente capacitado para defender a sus ciudadanos. Papá estaba en dicho comité y respaldó la decisión tomada. El nazi que pudo salvar a un pueblo entero se fue con sus camiones vacíos. La crónica nos llevara desde su juventud feliz en Polonia hasta el trágico traslado de toda su familia al entonces desconocido pueblo de Oswiecim, en la región sur de Cracovia y nos describe los primeros días de caos así: El nombre del poblado polaco de Oswiecim, traducido al alemán como Konzentrationslager Auschwitz, es sinónimo universal de muerte y terror. Fue el campo de concentración y exterminio más grande jamás creado por el ser humano en toda su historia, descrito después de la guerra

por el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg como una pena mayúscula por los crímenes contra la humanidad ahí cometidos, de lo cual fui testigo presencial durante los siguientes 26 meses de mi vida. Llegué prácticamente desde sus inicios y partí pocos meses antes de su clausura. Llegamos de tarde al inmenso portón de Birkenaw mismo, que se abrió lentamente ante el paso de nuestro transporte. De alguna manera estábamos contentos de haber llegado al final del camino, confiados en la oferta original de los nazis de llevarnos a trabajar y a encontrar mejores condiciones de vida. Tan pronto se abrieron las puertas del vagón, nos dimos cuenta de la farsa con que habíamos sido engañados. A golpes, gritos e insultos empezaron a formarnos en dos filas rechts-links (derecha-izquierda). No entendíamos por qué algunos éramos llevados hacia un lado y otros hacia otro. A mi mamá, mis tres hermanas, mi cuñada en su noveno mes de embarazo, mis sobrinos y los hermanos y hermanas de mamá los formaron a la derecha. A mis dos hermanos, mi cuñado Motek, mi primo Hershl , mis amigos Noah, Godl, Berele y a mí a la izquierda. Quien se atrevía a preguntar algo recibía un culatazo; quien reclamaba, un disparo en la cabeza. Nos explicaron que las mujeres, niños y ancianos serían transportados en camiones a alojamientos donde se les permitiría bañarse, cambiarse de ropa, recibir alimentos y pasar la noche para, a la mañana siguiente, ser asignados a su nuevo trabajo; ahí se les informaría del paradero de sus familiares. Si bien no les creía mucho que digamos, no tenía otra opción que despedirme del enorme grupo de mis familiares, 62 en total. Afortunadamente pude despedirme de mi madre con un beso, y la calmé diciéndole que no se preocupara, que al día siguiente trataría de dar

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que los germanos no cumplieran sus amenazas de destrucción contra los hebreos en territorio nacional. Se organizaron comités de defensa, los hogares se acondicionaron para que, ante los inminentes ataques aéreos de la aviación germana, tuviésemos la capacidad de apagar fuegos y atender heridos. Mi incorporación al ejército polaco fue denegada, precisamente por causa de mi religión. La vida está llena de decisiones que pueden traducirse en éxitos o fracasos. Un par de días previos al inicio de hostilidades, llegó a Ciechanow un militar alemán de alto rango con un convoy de camiones de carga totalmente vacíos. Llamó a una reunión urgente a los directivos comunitarios y les expuso el peligro en que nos encontrábamos. Puso a nuestra disposición su convoy para que, sin perder un sólo minuto, lo abordáramos a fin de cruzar la frontera rusa y así salvar la vida. Después de debatir por horas la propuesta y sus posibles implicaciones, fue decisión del comité rechazar la oferta del militar arguyendo, una vez más, que el gobierno polaco estaba perfectamente capacitado para defender a sus ciudadanos. Papá estaba en dicho comité y respaldó la decisión tomada. El nazi que pudo salvar a un pueblo entero se fue con sus camiones vacíos. La crónica nos llevara desde su juventud feliz en Polonia hasta el trágico traslado de toda su familia al entonces desconocido pueblo de Oswiecim, en la región sur de Cracovia y nos describe los primeros días de caos así: El nombre del poblado polaco de Oswiecim, traducido al alemán como Konzentrationslager Auschwitz, es sinónimo universal de muerte y terror. Fue el campo de concentración y exterminio más grande jamás creado por el ser humano en toda su historia, descrito después de la guerra

por el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg como una pena mayúscula por los crímenes contra la humanidad ahí cometidos, de lo cual fui testigo presencial durante los siguientes 26 meses de mi vida. Llegué prácticamente desde sus inicios y partí pocos meses antes de su clausura. Llegamos de tarde al inmenso portón de Birkenaw mismo, que se abrió lentamente ante el paso de nuestro transporte. De alguna manera estábamos contentos de haber llegado al final del camino, confiados en la oferta original de los nazis de llevarnos a trabajar y a encontrar mejores condiciones de vida. Tan pronto se abrieron las puertas del vagón, nos dimos cuenta de la farsa con que habíamos sido engañados. A golpes, gritos e insultos empezaron a formarnos en dos filas rechts-links (derecha-izquierda). No entendíamos por qué algunos éramos llevados hacia un lado y otros hacia otro. A mi mamá, mis tres hermanas, mi cuñada en su noveno mes de embarazo, mis sobrinos y los hermanos y hermanas de mamá los formaron a la derecha. A mis dos hermanos, mi cuñado Motek, mi primo Hershl , mis amigos Noah, Godl, Berele y a mí a la izquierda. Quien se atrevía a preguntar algo recibía un culatazo; quien reclamaba, un disparo en la cabeza. Nos explicaron que las mujeres, niños y ancianos serían transportados en camiones a alojamientos donde se les permitiría bañarse, cambiarse de ropa, recibir alimentos y pasar la noche para, a la mañana siguiente, ser asignados a su nuevo trabajo; ahí se les informaría del paradero de sus familiares. Si bien no les creía mucho que digamos, no tenía otra opción que despedirme del enorme grupo de mis familiares, 62 en total. Afortunadamente pude despedirme de mi madre con un beso, y la calmé diciéndole que no se preocupara, que al día siguiente trataría de dar

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que los germanos no cumplieran sus amenazas de destrucción contra los hebreos en territorio nacional. Se organizaron comités de defensa, los hogares se acondicionaron para que, ante los inminentes ataques aéreos de la aviación germana, tuviésemos la capacidad de apagar fuegos y atender heridos. Mi incorporación al ejército polaco fue denegada, precisamente por causa de mi religión. La vida está llena de decisiones que pueden traducirse en éxitos o fracasos. Un par de días previos al inicio de hostilidades, llegó a Ciechanow un militar alemán de alto rango con un convoy de camiones de carga totalmente vacíos. Llamó a una reunión urgente a los directivos comunitarios y les expuso el peligro en que nos encontrábamos. Puso a nuestra disposición su convoy para que, sin perder un sólo minuto, lo abordáramos a fin de cruzar la frontera rusa y así salvar la vida. Después de debatir por horas la propuesta y sus posibles implicaciones, fue decisión del comité rechazar la oferta del militar arguyendo, una vez más, que el gobierno polaco estaba perfectamente capacitado para defender a sus ciudadanos. Papá estaba en dicho comité y respaldó la decisión tomada. El nazi que pudo salvar a un pueblo entero se fue con sus camiones vacíos. La crónica nos llevara desde su juventud feliz en Polonia hasta el trágico traslado de toda su familia al entonces desconocido pueblo de Oswiecim, en la región sur de Cracovia y nos describe los primeros días de caos así: El nombre del poblado polaco de Oswiecim, traducido al alemán como Konzentrationslager Auschwitz, es sinónimo universal de muerte y terror. Fue el campo de concentración y exterminio más grande jamás creado por el ser humano en toda su historia, descrito después de la guerra

por el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg como una pena mayúscula por los crímenes contra la humanidad ahí cometidos, de lo cual fui testigo presencial durante los siguientes 26 meses de mi vida. Llegué prácticamente desde sus inicios y partí pocos meses antes de su clausura. Llegamos de tarde al inmenso portón de Birkenaw mismo, que se abrió lentamente ante el paso de nuestro transporte. De alguna manera estábamos contentos de haber llegado al final del camino, confiados en la oferta original de los nazis de llevarnos a trabajar y a encontrar mejores condiciones de vida. Tan pronto se abrieron las puertas del vagón, nos dimos cuenta de la farsa con que habíamos sido engañados. A golpes, gritos e insultos empezaron a formarnos en dos filas rechts-links (derecha-izquierda). No entendíamos por qué algunos éramos llevados hacia un lado y otros hacia otro. A mi mamá, mis tres hermanas, mi cuñada en su noveno mes de embarazo, mis sobrinos y los hermanos y hermanas de mamá los formaron a la derecha. A mis dos hermanos, mi cuñado Motek, mi primo Hershl , mis amigos Noah, Godl, Berele y a mí a la izquierda. Quien se atrevía a preguntar algo recibía un culatazo; quien reclamaba, un disparo en la cabeza. Nos explicaron que las mujeres, niños y ancianos serían transportados en camiones a alojamientos donde se les permitiría bañarse, cambiarse de ropa, recibir alimentos y pasar la noche para, a la mañana siguiente, ser asignados a su nuevo trabajo; ahí se les informaría del paradero de sus familiares. Si bien no les creía mucho que digamos, no tenía otra opción que despedirme del enorme grupo de mis familiares, 62 en total. Afortunadamente pude despedirme de mi madre con un beso, y la calmé diciéndole que no se preocupara, que al día siguiente trataría de dar

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que los germanos no cumplieran sus amenazas de destrucción contra los hebreos en territorio nacional. Se organizaron comités de defensa, los hogares se acondicionaron para que, ante los inminentes ataques aéreos de la aviación germana, tuviésemos la capacidad de apagar fuegos y atender heridos. Mi incorporación al ejército polaco fue denegada, precisamente por causa de mi religión. La vida está llena de decisiones que pueden traducirse en éxitos o fracasos. Un par de días previos al inicio de hostilidades, llegó a Ciechanow un militar alemán de alto rango con un convoy de camiones de carga totalmente vacíos. Llamó a una reunión urgente a los directivos comunitarios y les expuso el peligro en que nos encontrábamos. Puso a nuestra disposición su convoy para que, sin perder un sólo minuto, lo abordáramos a fin de cruzar la frontera rusa y así salvar la vida. Después de debatir por horas la propuesta y sus posibles implicaciones, fue decisión del comité rechazar la oferta del militar arguyendo, una vez más, que el gobierno polaco estaba perfectamente capacitado para defender a sus ciudadanos. Papá estaba en dicho comité y respaldó la decisión tomada. El nazi que pudo salvar a un pueblo entero se fue con sus camiones vacíos. La crónica nos llevara desde su juventud feliz en Polonia hasta el trágico traslado de toda su familia al entonces desconocido pueblo de Oswiecim, en la región sur de Cracovia y nos describe los primeros días de caos así: El nombre del poblado polaco de Oswiecim, traducido al alemán como Konzentrationslager Auschwitz, es sinónimo universal de muerte y terror. Fue el campo de concentración y exterminio más grande jamás creado por el ser humano en toda su historia, descrito después de la guerra

por el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg como una pena mayúscula por los crímenes contra la humanidad ahí cometidos, de lo cual fui testigo presencial durante los siguientes 26 meses de mi vida. Llegué prácticamente desde sus inicios y partí pocos meses antes de su clausura. Llegamos de tarde al inmenso portón de Birkenaw mismo, que se abrió lentamente ante el paso de nuestro transporte. De alguna manera estábamos contentos de haber llegado al final del camino, confiados en la oferta original de los nazis de llevarnos a trabajar y a encontrar mejores condiciones de vida. Tan pronto se abrieron las puertas del vagón, nos dimos cuenta de la farsa con que habíamos sido engañados. A golpes, gritos e insultos empezaron a formarnos en dos filas rechts-links (derecha-izquierda). No entendíamos por qué algunos éramos llevados hacia un lado y otros hacia otro. A mi mamá, mis tres hermanas, mi cuñada en su noveno mes de embarazo, mis sobrinos y los hermanos y hermanas de mamá los formaron a la derecha. A mis dos hermanos, mi cuñado Motek, mi primo Hershl , mis amigos Noah, Godl, Berele y a mí a la izquierda. Quien se atrevía a preguntar algo recibía un culatazo; quien reclamaba, un disparo en la cabeza. Nos explicaron que las mujeres, niños y ancianos serían transportados en camiones a alojamientos donde se les permitiría bañarse, cambiarse de ropa, recibir alimentos y pasar la noche para, a la mañana siguiente, ser asignados a su nuevo trabajo; ahí se les informaría del paradero de sus familiares. Si bien no les creía mucho que digamos, no tenía otra opción que despedirme del enorme grupo de mis familiares, 62 en total. Afortunadamente pude despedirme de mi madre con un beso, y la calmé diciéndole que no se preocupara, que al día siguiente trataría de dar

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con ellos. Fue la última vez que nos vimos. Días después, mi aprendizaje sobre lo que significaba “campo de exterminio” se grabó en mi mente con sangre indeleble. Después de sobrevivir por 26 meses en la fábrica de muerte es evacuado de Auschwitz y participa en la llamada “Marcha de la Muerte”, durante la cual, al igual que miles de reos en diferentes campos de concentración polacos, fue trasladado a no menos inhumanos campos en las regiones de Alemania y Austria, su relato continúa de esta forma: Poco a poco comprendimos lo que estaba sucediendo. En plena nevada empezó una nueva etapa de nuestra desgracia, la que sería conocida por el mundo como “la Marcha de la Muerte”. Fuertemente custodiados, dejamos los límites del campo y, contrario a otras salidas similares, caminamos por horas que parecían interminables. El frío terrible y los charcos congelados destruían nuestros de por sí lastimados pies; solamente el azúcar, que nos parecía un manjar, nos mantenía con vida. Conforme avanzábamos, empezamos a encontrar los cadáveres de mujeres que no podían soportar las inclemencias de la marcha, y entonces éramos forzados a cavar, con nuestras manos desnudas, hoyos en el suelo congelado para enterrarlas. Al caer la noche, nos desplomábamos muertos de cansancio. Para procurarnos un trago de agua tomábamos la nieve acumulada en la tierra y la dejábamos derretir en nuestras bocas; los más afortunados encontraban tirados restos de frutillas descompuestas o uno que otro roedor, lo que se convertía en un verdadero festín. A la mañana siguiente reanudamos nuestro camino hacia quién sabe dónde. Los compañeros caían muertos como moscas, y sus cadáveres

a historia de Adolfo Hitler y su ascenso al poder está directamente ligada a mi vida y a la de mis correligionarios. En octubre de 1918, tan sólo un mes antes de la conclusión de la primera Guerra Mundial, el soldado Hitler es herido y gaseado en el frente oriental el 13 de agosto de 1920, cuatro días después de mi nacimiento. Hitler, excelso orador, cautiva a una audiencia de bebedores de cerveza con una arenga que dura dos horas con el tema “Por qué estamos contra los judíos”, en la que promete a los escuchas que su partido político, y sólo el suyo, el partido Nazi, “nos liberará del poder judío”, y propone un eslogan que una a toda Alemania: “Antisemitas del mundo, uníos. Ciudadanos de Europa, libérense”, y demanda lo que él llamó “una solución completa”, “la remoción de los judíos de entre nuestra gente”. Muy pocos fuera de su círculo de bebedores tuvieron acceso a esta propuesta, y sólo unos cuantos lo tomaron en cuenta. Para la judería europea era el principio del fin. Llegó el fatídico año de 1939 y la amenaza hitleriana contra el judaísmo mundial se asomaba como una nube oscura sobre nuestras vidas. El Estado polaco empezó a prepararse para la inminente guerra, con la esperanza de

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por servir a reyes extranjeros más poderosos a cambio de ciertas concesiones y no en el desarrollo un gran sentimiento patriótico alrededor de reyes títeres y a costa de perder su poder y sus tierras.

El capítulo dos de El último sobreviviente empieza de la siguiente manera:

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con ellos. Fue la última vez que nos vimos. Días después, mi aprendizaje sobre lo que significaba “campo de exterminio” se grabó en mi mente con sangre indeleble. Después de sobrevivir por 26 meses en la fábrica de muerte es evacuado de Auschwitz y participa en la llamada “Marcha de la Muerte”, durante la cual, al igual que miles de reos en diferentes campos de concentración polacos, fue trasladado a no menos inhumanos campos en las regiones de Alemania y Austria, su relato continúa de esta forma: Poco a poco comprendimos lo que estaba sucediendo. En plena nevada empezó una nueva etapa de nuestra desgracia, la que sería conocida por el mundo como “la Marcha de la Muerte”. Fuertemente custodiados, dejamos los límites del campo y, contrario a otras salidas similares, caminamos por horas que parecían interminables. El frío terrible y los charcos congelados destruían nuestros de por sí lastimados pies; solamente el azúcar, que nos parecía un manjar, nos mantenía con vida. Conforme avanzábamos, empezamos a encontrar los cadáveres de mujeres que no podían soportar las inclemencias de la marcha, y entonces éramos forzados a cavar, con nuestras manos desnudas, hoyos en el suelo congelado para enterrarlas. Al caer la noche, nos desplomábamos muertos de cansancio. Para procurarnos un trago de agua tomábamos la nieve acumulada en la tierra y la dejábamos derretir en nuestras bocas; los más afortunados encontraban tirados restos de frutillas descompuestas o uno que otro roedor, lo que se convertía en un verdadero festín. A la mañana siguiente reanudamos nuestro camino hacia quién sabe dónde. Los compañeros caían muertos como moscas, y sus cadáveres

a historia de Adolfo Hitler y su ascenso al poder está directamente ligada a mi vida y a la de mis correligionarios. En octubre de 1918, tan sólo un mes antes de la conclusión de la primera Guerra Mundial, el soldado Hitler es herido y gaseado en el frente oriental el 13 de agosto de 1920, cuatro días después de mi nacimiento. Hitler, excelso orador, cautiva a una audiencia de bebedores de cerveza con una arenga que dura dos horas con el tema “Por qué estamos contra los judíos”, en la que promete a los escuchas que su partido político, y sólo el suyo, el partido Nazi, “nos liberará del poder judío”, y propone un eslogan que una a toda Alemania: “Antisemitas del mundo, uníos. Ciudadanos de Europa, libérense”, y demanda lo que él llamó “una solución completa”, “la remoción de los judíos de entre nuestra gente”. Muy pocos fuera de su círculo de bebedores tuvieron acceso a esta propuesta, y sólo unos cuantos lo tomaron en cuenta. Para la judería europea era el principio del fin. Llegó el fatídico año de 1939 y la amenaza hitleriana contra el judaísmo mundial se asomaba como una nube oscura sobre nuestras vidas. El Estado polaco empezó a prepararse para la inminente guerra, con la esperanza de

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por servir a reyes extranjeros más poderosos a cambio de ciertas concesiones y no en el desarrollo un gran sentimiento patriótico alrededor de reyes títeres y a costa de perder su poder y sus tierras.

El capítulo dos de El último sobreviviente empieza de la siguiente manera:

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nación polaca, fechado en 1065, en el que los padres benedictinos que dominaban la región, protegidos del rey Bolesov Shmiali, extienden un recibo al yishuv judío (comunidad) por el pago de impuestos. Desde entonces —y hasta la segunda Guerra Mundial—, tanto Polonia como país y Ciechanow como ciudad han sido atacadas, conquistadas, divididas y desaparecidas en reiteradas ocasiones por conflictos internos, regionales, nacionales e internacionales para, después de cada destrucción, volver a renacer como el ave fénix, listas para solucionar su siguiente conflicto bélico. Prácticamente, en cada una de las confrontaciones la comunidad judía fue golpeada, perseguida y masacrada sin otro motivo que el de sus creencias religiosas. Polonia está en el centro de las naciones más belicistas de la historia. Al sur, nuestros vecinos son la República Checa, Austria y Eslovaquia; al este se ubican Ucrania, Bielorrusia y Lituania, mientras que al norte está la gran Rusia, y al oeste, ni más ni menos que Alemania. Al norte el mar Báltico nos sitúa muy cerca de Dinamarca y Noruega, la región de los guerreros vikingos. Cada uno de estos países milenarios ha estado involucrado en gran cantidad de conflictos bélicos que, sin importar la causa, repercuten no sólo en la guerra que estén librando, sino en la armonía de toda la región. Polonia siempre parecía estar en el centro de la acción, asumiendo las consecuencias de los conflictos sin ser responsable de ellos, y esto básicamente porque, a diferencia de la mayoría de sus vecinos, se caracterizaba por la cantidad de señores feudales que la poblaban y porque el rey no ejercía poder importante sobre sus dominios. Esto se traducía en una falta de unión total de los poblados polacos y en su preferencia

eran arrojados a la orilla de la carretera. Si alguien flaqueaba, era baleado al momento. Difícilmente nos podíamos mantener en pie, mucho menos ayudar a nuestros compañeros de desgracia. Por fin, la mañana del 25 de enero de 1945 surgió ante nuestros ojos una enorme fortaleza en medio de los imponentes Alpes suizos que marcaba el fin de nuestro peregrinar. Por segunda vez leía yo la inscripción Arbeit Macht Frei. Habíamos llegado al purgatorio; estábamos cruzando el portón del campo de concentración de Mauthausen en Austria, a sólo 20 kilómetros de la musical ciudad de Linz. Quince mil de nuestros hermanos de dolor murieron durante el recorrido. Su última parada antes de la liberación en el campo de concentración de Ebensee la describe de la siguiente manera: Después de transcurrir semanas que se convirtieron en meses, aún nos encontrábamos hacinados en el patio central de Mauthausen, donde la odisea de la muerte continuó. En esta ocasión nos subieron al viejo conocido, el vagón del ferrocarril, y el transporte nos llevó hacia Ebensee que, junto con otro de los subcampos de Mauthausen, fue reconocido como uno de los “campos de concentración más diabólicos jamás concebidos”. El 3 de marzo del 45 los cadáveres vivientes en que nos habíamos convertido mi hermano Moisés, mi cuñado Motek y yo, junto con 20 509 hermanos de dolor que desde Auschwitz-Birkenaw habíamos sobrevivido la Marcha de la Muerte, cruzamos el portón del campo y su famosa inscripción de Arbeit Macht Frei como bienvenida. Cuarenta y nueve de los nuestros murieron en el tren y otros ciento ochenta y dos perecieron en nuestro primer día en el campo,

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nación polaca, fechado en 1065, en el que los padres benedictinos que dominaban la región, protegidos del rey Bolesov Shmiali, extienden un recibo al yishuv judío (comunidad) por el pago de impuestos. Desde entonces —y hasta la segunda Guerra Mundial—, tanto Polonia como país y Ciechanow como ciudad han sido atacadas, conquistadas, divididas y desaparecidas en reiteradas ocasiones por conflictos internos, regionales, nacionales e internacionales para, después de cada destrucción, volver a renacer como el ave fénix, listas para solucionar su siguiente conflicto bélico. Prácticamente, en cada una de las confrontaciones la comunidad judía fue golpeada, perseguida y masacrada sin otro motivo que el de sus creencias religiosas. Polonia está en el centro de las naciones más belicistas de la historia. Al sur, nuestros vecinos son la República Checa, Austria y Eslovaquia; al este se ubican Ucrania, Bielorrusia y Lituania, mientras que al norte está la gran Rusia, y al oeste, ni más ni menos que Alemania. Al norte el mar Báltico nos sitúa muy cerca de Dinamarca y Noruega, la región de los guerreros vikingos. Cada uno de estos países milenarios ha estado involucrado en gran cantidad de conflictos bélicos que, sin importar la causa, repercuten no sólo en la guerra que estén librando, sino en la armonía de toda la región. Polonia siempre parecía estar en el centro de la acción, asumiendo las consecuencias de los conflictos sin ser responsable de ellos, y esto básicamente porque, a diferencia de la mayoría de sus vecinos, se caracterizaba por la cantidad de señores feudales que la poblaban y porque el rey no ejercía poder importante sobre sus dominios. Esto se traducía en una falta de unión total de los poblados polacos y en su preferencia

eran arrojados a la orilla de la carretera. Si alguien flaqueaba, era baleado al momento. Difícilmente nos podíamos mantener en pie, mucho menos ayudar a nuestros compañeros de desgracia. Por fin, la mañana del 25 de enero de 1945 surgió ante nuestros ojos una enorme fortaleza en medio de los imponentes Alpes suizos que marcaba el fin de nuestro peregrinar. Por segunda vez leía yo la inscripción Arbeit Macht Frei. Habíamos llegado al purgatorio; estábamos cruzando el portón del campo de concentración de Mauthausen en Austria, a sólo 20 kilómetros de la musical ciudad de Linz. Quince mil de nuestros hermanos de dolor murieron durante el recorrido. Su última parada antes de la liberación en el campo de concentración de Ebensee la describe de la siguiente manera: Después de transcurrir semanas que se convirtieron en meses, aún nos encontrábamos hacinados en el patio central de Mauthausen, donde la odisea de la muerte continuó. En esta ocasión nos subieron al viejo conocido, el vagón del ferrocarril, y el transporte nos llevó hacia Ebensee que, junto con otro de los subcampos de Mauthausen, fue reconocido como uno de los “campos de concentración más diabólicos jamás concebidos”. El 3 de marzo del 45 los cadáveres vivientes en que nos habíamos convertido mi hermano Moisés, mi cuñado Motek y yo, junto con 20 509 hermanos de dolor que desde Auschwitz-Birkenaw habíamos sobrevivido la Marcha de la Muerte, cruzamos el portón del campo y su famosa inscripción de Arbeit Macht Frei como bienvenida. Cuarenta y nueve de los nuestros murieron en el tren y otros ciento ochenta y dos perecieron en nuestro primer día en el campo,

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cuando pasamos la aterradora desinfección. Enseguida, y por órdenes de un comandante de apellido Ganz, nos encerraron en una barraca sin ventilación en la cual varios más de mis compañeros sucumbieron por asfixia. La descripción que hace de sus años en Italia, una vez liberado por las fuerzas aliadas, la llegada a su querido México y el eventual retorno al cementerio europeo donde reposan los restos de sus padres y hermanos, culminan con el nacimiento de su “familia orgullosamente mexicana”, a la que logra educar de la misma forma que fue enseñado en su natal Polonia 86 años atrás, con amor y respeto hacia sus semejantes. Orgulloso de sus orígenes como judío polaco, feliz por sus 60 años de ser mexicano, esposo, padre, abuelo y bisabuelo, es aún un torbellino de energía que derrama ante las más variadas de las audiencias que encuentran como colofón de su vida la publicación de estas sus memorias, de las que sólo soy humilde portavoz.

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Así comienza la historia… Ciechanow, Polonia, 1920

M

e llamo Szyja Gilbert Pianko y nací el 9 de agosto de 1920, en el pueblo de Ciechanow, ubicado 90 kilómetros al norte de Varsovia, la capital polaca. Soy el quinto de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Nacimos y fuimos criados como judíos y soy un firme creyente de los preceptos de mi religión y de la historia de mis antepasados hasta el día de hoy. De los 70 miembros de mi familia nacida en Polonia que aún vivían en mi país cuando empezó la segunda Guerra Mundial, soy el único que queda con vida. Sesenta y cinco de ellos fueron masacrados durante el Holocausto. Tengo 86 años y creo que es momento de sentarme a escribir mis memorias para que futuras generaciones sepan lo que el odio de un solo hombre pudo hacer contra la humanidad. Ésta es mi historia. Ciechanow es el nombre del shtetl o pueblito donde vi la luz por vez primera, y es tan antiguo como la misma Polonia y como los primeros judíos que se asentaron en la región a principios del año 1000. Esta información se confirma en un documento encontrado en los archivos de la www.solareditores.com • El Último Sobreviviente

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cuando pasamos la aterradora desinfección. Enseguida, y por órdenes de un comandante de apellido Ganz, nos encerraron en una barraca sin ventilación en la cual varios más de mis compañeros sucumbieron por asfixia. La descripción que hace de sus años en Italia, una vez liberado por las fuerzas aliadas, la llegada a su querido México y el eventual retorno al cementerio europeo donde reposan los restos de sus padres y hermanos, culminan con el nacimiento de su “familia orgullosamente mexicana”, a la que logra educar de la misma forma que fue enseñado en su natal Polonia 86 años atrás, con amor y respeto hacia sus semejantes. Orgulloso de sus orígenes como judío polaco, feliz por sus 60 años de ser mexicano, esposo, padre, abuelo y bisabuelo, es aún un torbellino de energía que derrama ante las más variadas de las audiencias que encuentran como colofón de su vida la publicación de estas sus memorias, de las que sólo soy humilde portavoz.

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e llamo Szyja Gilbert Pianko y nací el 9 de agosto de 1920, en el pueblo de Ciechanow, ubicado 90 kilómetros al norte de Varsovia, la capital polaca. Soy el quinto de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Nacimos y fuimos criados como judíos y soy un firme creyente de los preceptos de mi religión y de la historia de mis antepasados hasta el día de hoy. De los 70 miembros de mi familia nacida en Polonia que aún vivían en mi país cuando empezó la segunda Guerra Mundial, soy el único que queda con vida. Sesenta y cinco de ellos fueron masacrados durante el Holocausto. Tengo 86 años y creo que es momento de sentarme a escribir mis memorias para que futuras generaciones sepan lo que el odio de un solo hombre pudo hacer contra la humanidad. Ésta es mi historia. Ciechanow es el nombre del shtetl o pueblito donde vi la luz por vez primera, y es tan antiguo como la misma Polonia y como los primeros judíos que se asentaron en la región a principios del año 1000. Esta información se confirma en un documento encontrado en los archivos de la www.solareditores.com • El Último Sobreviviente

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que mi viejo se negó a publicar, otros, se quedaron convenientemente reposando en el olvido de sus años. Don Salvador, como lo conocen en la calle, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente. Hago mía la respuesta a la típica pregunta a la que mi viejo se enfrenta constantemente: ¿cómo logró sobrevivir? ¡Cuántos otros, más fuertes, más inteligentes y más ricos no pudieron hacerlo! Mi respuesta, después de escucharla tantas veces, es muy sencilla: un día a la vez, una hora y hasta un minuto a la vez.

Para contextualizar la historia…

?

Cómo darle sentido al testimonio del crimen vivido y presenciado por Shie Gilbert? Quienes no son antisemitas a menudo expresan asombrados que el antisemitismo “no tiene sentido”, “es irracional”, etc. De allí la siguiente interpretación del Holocausto: “la destrucción de los judíos europeos no respondía a ningún motivo racional, ni por política ni por saqueo, ni por estrategia militar ni por la urgencia ciega del momento. Esto fue genocidio nada más por genocidio”.* Realmente es increíble que esta opinión sea tan común: un continente entero se movilizó para exterminar a un pueblo ¿nada más… porque sí? Esta interpretación nos deja indefensos ante la posibilidad del siguiente genocidio antijudío, porque lo que no tiene explicación no puede prevenirse. Solamente produciendo un modelo científico de lo que causa las grandes matanzas de judíos —que vienen sucediendo en Occidente durante más de 2 000 años— * La cita es de Terence de Pres, tomada del prólogo de J.-F. Steiner, 1994 [1966], Treblinka, Nueva York, Meridian, p. x.

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que mi viejo se negó a publicar, otros, se quedaron convenientemente reposando en el olvido de sus años. Don Salvador, como lo conocen en la calle, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente. Hago mía la respuesta a la típica pregunta a la que mi viejo se enfrenta constantemente: ¿cómo logró sobrevivir? ¡Cuántos otros, más fuertes, más inteligentes y más ricos no pudieron hacerlo! Mi respuesta, después de escucharla tantas veces, es muy sencilla: un día a la vez, una hora y hasta un minuto a la vez.

Para contextualizar la historia…

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Cómo darle sentido al testimonio del crimen vivido y presenciado por Shie Gilbert? Quienes no son antisemitas a menudo expresan asombrados que el antisemitismo “no tiene sentido”, “es irracional”, etc. De allí la siguiente interpretación del Holocausto: “la destrucción de los judíos europeos no respondía a ningún motivo racional, ni por política ni por saqueo, ni por estrategia militar ni por la urgencia ciega del momento. Esto fue genocidio nada más por genocidio”.* Realmente es increíble que esta opinión sea tan común: un continente entero se movilizó para exterminar a un pueblo ¿nada más… porque sí? Esta interpretación nos deja indefensos ante la posibilidad del siguiente genocidio antijudío, porque lo que no tiene explicación no puede prevenirse. Solamente produciendo un modelo científico de lo que causa las grandes matanzas de judíos —que vienen sucediendo en Occidente durante más de 2 000 años— * La cita es de Terence de Pres, tomada del prólogo de J.-F. Steiner, 1994 [1966], Treblinka, Nueva York, Meridian, p. x.

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podemos actuar en el presente para producir un futuro distinto. Es difícil, sin embargo, volcarse científico sobre el tema. Y no puede negarse que quienes interpretan el antisemitismo y las matanzas de judíos como irracionales tienen harto material para defenderse. Las acusaciones de los nazis contra los judíos de que supuestamente representaban un peligro para la “civilización cristiana” porque tenían un tremendo y malévolo poder clandestino, controlando tras bambalinas todos los gobiernos occidentales, el sistema financiero, los medios de información, etc., para hacernos daño, eran falsas, como lo demostró la gran facilidad con la que fueron asesinados. Los judíos no controlaban nada. Y la gente común y corriente que participó en la histeria antijudía, dejándose llevar por las absurdas acusaciones contra los judíos, no eran, precisamente, ejemplos de cordura. Cabe añadir, por encima de esto, que tanto las acusaciones nazis como la respuesta crédula de la gente repetían un patrón milenario en el Occidente. Por dar tan sólo un ejemplo: hubo también exterminios de judíos durante el siglo 14 en Europa, cuando los judíos fueron acusados de conspirar internacionalmente y, en secreto, haber envenenado todos los pozos, “explicando” así que millones de personas estuvieran cayendo muertas a diestra y siniestra en la espantosa Peste Negra. No fueron menos absurdas aquellas acusaciones que las de los nazis, y aquellos europeos, matando judíos en una histeria de “defensa propia”, no fueron más cuerdos que sus descendientes en el siglo 20. El argumento de que las matanzas de judíos son producidas por epidemias de locura obviamente tiene sustancia.

A partir de entonces, las horas que pasamos platicando por teléfono, las veces que fui a visitarlo a su casa para que me narrara una vez más las historias que había escuchado en mi niñez y juventud y que tanto habían enriquecido mi vida, son momentos que atesoraré por siempre con fascinación. Es así como nace la idea de escribir, a manera de homenaje en vida, la biografía de mi padre, y así también se inicia un largo camino por senderos desconocidos para alguien que nunca se había aventurado, ni soñaba en hacerlo, en el mundo secreto de los escritores. Papá nunca aceptó mi petición de asesoría de un escritor profesional, pero me vi obligado a desobedecerlo, como cuando era adolescente, y recurrí a la sapiencia de mi amiga y escritora Martha Zamora Pierce, a quien debo agradecer las horas que dedicó a la corrección del libro. Traté con fuerza de captar las emociones de mi viejo para transmitirlas al papel, pero temo que mis palabras no reflejen la profundidad de los hechos. Hay lagunas creadas en su memoria a lo largo de 60 años que han sido difíciles de llenar. Estudié de la mejor manera posible, me basé en sus propios escritos y, como bibliografía, volví a leer la historia de todos los lugares que fueron regados por su desventura. Traté de acomodar el desorden de los hechos con el mayor cuidado, pero descubrí que la belleza de su narrativa estriba precisamente en el desorden, por lo que eventualmente decliné en mi intento de hacer de este libro una cronología perfecta. Si bien algunas fechas pueden ser algo inexactas, toda la historia aquí contada es real, ningún hecho es ficticio y de ninguna manera traté de crear un héroe de novela. Si acaso, dejé fuera algunos detalles altamente desgarradores

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podemos actuar en el presente para producir un futuro distinto. Es difícil, sin embargo, volcarse científico sobre el tema. Y no puede negarse que quienes interpretan el antisemitismo y las matanzas de judíos como irracionales tienen harto material para defenderse. Las acusaciones de los nazis contra los judíos de que supuestamente representaban un peligro para la “civilización cristiana” porque tenían un tremendo y malévolo poder clandestino, controlando tras bambalinas todos los gobiernos occidentales, el sistema financiero, los medios de información, etc., para hacernos daño, eran falsas, como lo demostró la gran facilidad con la que fueron asesinados. Los judíos no controlaban nada. Y la gente común y corriente que participó en la histeria antijudía, dejándose llevar por las absurdas acusaciones contra los judíos, no eran, precisamente, ejemplos de cordura. Cabe añadir, por encima de esto, que tanto las acusaciones nazis como la respuesta crédula de la gente repetían un patrón milenario en el Occidente. Por dar tan sólo un ejemplo: hubo también exterminios de judíos durante el siglo 14 en Europa, cuando los judíos fueron acusados de conspirar internacionalmente y, en secreto, haber envenenado todos los pozos, “explicando” así que millones de personas estuvieran cayendo muertas a diestra y siniestra en la espantosa Peste Negra. No fueron menos absurdas aquellas acusaciones que las de los nazis, y aquellos europeos, matando judíos en una histeria de “defensa propia”, no fueron más cuerdos que sus descendientes en el siglo 20. El argumento de que las matanzas de judíos son producidas por epidemias de locura obviamente tiene sustancia.

A partir de entonces, las horas que pasamos platicando por teléfono, las veces que fui a visitarlo a su casa para que me narrara una vez más las historias que había escuchado en mi niñez y juventud y que tanto habían enriquecido mi vida, son momentos que atesoraré por siempre con fascinación. Es así como nace la idea de escribir, a manera de homenaje en vida, la biografía de mi padre, y así también se inicia un largo camino por senderos desconocidos para alguien que nunca se había aventurado, ni soñaba en hacerlo, en el mundo secreto de los escritores. Papá nunca aceptó mi petición de asesoría de un escritor profesional, pero me vi obligado a desobedecerlo, como cuando era adolescente, y recurrí a la sapiencia de mi amiga y escritora Martha Zamora Pierce, a quien debo agradecer las horas que dedicó a la corrección del libro. Traté con fuerza de captar las emociones de mi viejo para transmitirlas al papel, pero temo que mis palabras no reflejen la profundidad de los hechos. Hay lagunas creadas en su memoria a lo largo de 60 años que han sido difíciles de llenar. Estudié de la mejor manera posible, me basé en sus propios escritos y, como bibliografía, volví a leer la historia de todos los lugares que fueron regados por su desventura. Traté de acomodar el desorden de los hechos con el mayor cuidado, pero descubrí que la belleza de su narrativa estriba precisamente en el desorden, por lo que eventualmente decliné en mi intento de hacer de este libro una cronología perfecta. Si bien algunas fechas pueden ser algo inexactas, toda la historia aquí contada es real, ningún hecho es ficticio y de ninguna manera traté de crear un héroe de novela. Si acaso, dejé fuera algunos detalles altamente desgarradores

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fábricas de muerte que jamás concibió el hombre, como el campo de concentración de Auschwitz-Birkenaw en Polonia, el de Mauthausen y el de Ebensee, ambos en Austria. Esta historia de terror empieza el 1 de septiembre de 1939 y termina el 5 de mayo de 1945. Peregrinó por el mundo en busca de un futuro más prometedor; cruzó los Alpes, navegó por la inmensidad del mar y voló a tierras desconocidas hasta conseguirlo, al llegar en 1947 a ese mundo nuevo, a lo que él bautizó como “el Paraíso” y es conocido por todos los demás como México. Por años le habíamos suplicado a papá que se sentara a escribir sus memorias, pero él me contestaba muy a su estilo: “Yo soy como los antiguos juglares, soy un narrador insufrible que tiene que escuchar el sonido de su propia voz para saberse vivo. Cuando me vaya de este mundo, mis historias y mis vivencias se irán conmigo”. Después de muchos intentos de convencerlo de lo contrario, perdí la esperanza de sentarlo a escribir, sin embargo, en ningún momento he perdido la oportunidad de escucharlo hablar, lo que hace con ahínco y apasionamiento, ya sea frente a un pequeño número de jovencitos de origen judaico o bien ante grandes audiencias de universitarios laicos; igual lo hace con sus hijos al calor del hogar que con desconocidos en plena calle. Por fin lo convencimos y aceptó escribir sus memorias, con la condición inesperada de ser él la voz que contara su odisea y yo la mano que la escribiera. Acepté gustoso, aunque con temor ante la responsabilidad que me estaba delegando, por lo que nos embarcamos una vez más en un viaje al pasado por el cual ya habíamos transitado muchas veces, sin imaginarme las sorpresas que esta aventura me deparaba.

Pero la moneda tiene dos caras. La gente común no produce información sino que la consume, y por lo tanto es fácilmente desinformada. ¿Será sensato dirigir el mismo análisis hacia quienes caen presa de la propaganda antisemita y hacia quienes la producen? No puede acusarse al gobierno ruso zarista, por ejemplo, de haber creído realmente las acusaciones contra los judíos que después se convirtieron en la columna vertebral de la propaganda nazi, porque el texto que contenía estas acusaciones —Los Protocolos de los Sabios de Sión— había sido un fraude de la policía secreta rusa, la Ojrana, para movilizar matanzas contra judíos (pogromos) en un esfuerzo por distraer el descontento de los oprimidos trabajadores rusos. La aristocracia rusa sabía lo que hacía. Si bien los nazis se merecen haber sido censurados por su responsabilidad en el Holocausto, no debemos olvidar que recibieron muchísima ayuda de las clases gobernantes en todo Occidente, pues estas élites cooperaron de una y mil maneras con la gran matanza de judíos del siglo 20. Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente?

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Pero la moneda tiene dos caras. La gente común no produce información sino que la consume, y por lo tanto es fácilmente desinformada. ¿Será sensato dirigir el mismo análisis hacia quienes caen presa de la propaganda antisemita y hacia quienes la producen? No puede acusarse al gobierno ruso zarista, por ejemplo, de haber creído realmente las acusaciones contra los judíos que después se convirtieron en la columna vertebral de la propaganda nazi, porque el texto que contenía estas acusaciones —Los Protocolos de los Sabios de Sión— había sido un fraude de la policía secreta rusa, la Ojrana, para movilizar matanzas contra judíos (pogromos) en un esfuerzo por distraer el descontento de los oprimidos trabajadores rusos. La aristocracia rusa sabía lo que hacía. Si bien los nazis se merecen haber sido censurados por su responsabilidad en el Holocausto, no debemos olvidar que recibieron muchísima ayuda de las clases gobernantes en todo Occidente, pues estas élites cooperaron de una y mil maneras con la gran matanza de judíos del siglo 20. Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente?

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El pueblo judío es el custodio de la Ley de Moisés, nacida, según la tradición, en una revolución de esclavos contra un rey egipcio opresivo. Sin coincidencia: la Ley de Moisés —y no se trata nada mas de los “Diez Mandamientos” sino de toda la Tora (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio), y luego su elaboración rabínica en el Talmud— está diseñada con mucho cuidado para proteger y defender a las clases trabajadoras de las represiones de las aristocracias. Esta es la fuente eterna de las ideas en pro de la libertad, la igualdad, la compasión y la justicia en Occidente. Es el origen de nuestra ética. El gobierno zarista ruso que había conquistado Europa Oriental, donde vivía la gran mayoría de judíos europeos, no permitía que entraran a Rusia, pues no quería que sus oprimidos trabajadores descubrieran la ley de los esclavos liberados. Y cuando no estaba matando judíos, el gobierno zarista los trataba de convertir por la fuerza al cristianismo o de alguna manera separarlos del Talmud. Lo mismo puede decirse de las aristocracias europeas aliadas con el imperio eclesiástico medieval, pues organizaban quemazones del Talmud cuando no estaban expulsando, convirtiendo por la fuerza, o asesinando a los judíos. Y ahí están también las aristocracias greco-romanas de la antigüedad, las cuales oprimían a los trabajadores mediterráneos de la forma más inhumana que se haya visto jamás en la historia, y que movilizaron grandes matanzas de judíos, quejándose en voz alta de la popularidad de la Ley de Moisés entre sus trabajadores y esclavos. El ataque nazi admite el mismo análisis. Los nazis reesclavizaron a los trabajadores alemanes y, coludidos con las clases gobernantes de Occidente, dieron un golpe de ex22

Nota del autor

M

i nombre es Arón Gilbert y soy, de alguna manera, sobreviviente del Holocausto. Nací en la ciudad de México en el año de 1949, cuatro años después de terminada la segunda Guerra Mundial Mi padre, Szyja Gilbert, nació en el pueblo de Ciechanow, en Polonia, el 9 de agosto de 1920, en el seno de una familia judía tradicional de clase acomodada. Soy su orgulloso primogénito y llevo el nombre de mi abuelo, quien fuera masacrado injustamente por los nazis en 1942. Papá es uno de los pocos sobrevivientes de su especie, y lo digo en el sentido más extenso de la palabra. Nació en una Europa antisemita, en Polonia, país que durante mil años albergó a los de su raza, pero que gustoso los entregó en bandeja de plata al enemigo para su aniquilación. Crece y celebra la culminación de su adolescencia el 1 de septiembre de 1939, con el bombardeo alemán sobre territorio polaco, convirtiéndose en testigo presencial de la infamia más grande de que se tenga memoria en los anales de la historia: el Holocausto. Durante tres difíciles años de estancias en tres guetos distintos, sobrevive. Logra escapar de tres de las más terribles

www.solareditores.com • El Último Sobreviviente

El último Sobreviviente

El pueblo judío es el custodio de la Ley de Moisés, nacida, según la tradición, en una revolución de esclavos contra un rey egipcio opresivo. Sin coincidencia: la Ley de Moisés —y no se trata nada mas de los “Diez Mandamientos” sino de toda la Tora (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio), y luego su elaboración rabínica en el Talmud— está diseñada con mucho cuidado para proteger y defender a las clases trabajadoras de las represiones de las aristocracias. Esta es la fuente eterna de las ideas en pro de la libertad, la igualdad, la compasión y la justicia en Occidente. Es el origen de nuestra ética. El gobierno zarista ruso que había conquistado Europa Oriental, donde vivía la gran mayoría de judíos europeos, no permitía que entraran a Rusia, pues no quería que sus oprimidos trabajadores descubrieran la ley de los esclavos liberados. Y cuando no estaba matando judíos, el gobierno zarista los trataba de convertir por la fuerza al cristianismo o de alguna manera separarlos del Talmud. Lo mismo puede decirse de las aristocracias europeas aliadas con el imperio eclesiástico medieval, pues organizaban quemazones del Talmud cuando no estaban expulsando, convirtiendo por la fuerza, o asesinando a los judíos. Y ahí están también las aristocracias greco-romanas de la antigüedad, las cuales oprimían a los trabajadores mediterráneos de la forma más inhumana que se haya visto jamás en la historia, y que movilizaron grandes matanzas de judíos, quejándose en voz alta de la popularidad de la Ley de Moisés entre sus trabajadores y esclavos. El ataque nazi admite el mismo análisis. Los nazis reesclavizaron a los trabajadores alemanes y, coludidos con las clases gobernantes de Occidente, dieron un golpe de ex22

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Nota del autor

M

i nombre es Arón Gilbert y soy, de alguna manera, sobreviviente del Holocausto. Nací en la ciudad de México en el año de 1949, cuatro años después de terminada la segunda Guerra Mundial Mi padre, Szyja Gilbert, nació en el pueblo de Ciechanow, en Polonia, el 9 de agosto de 1920, en el seno de una familia judía tradicional de clase acomodada. Soy su orgulloso primogénito y llevo el nombre de mi abuelo, quien fuera masacrado injustamente por los nazis en 1942. Papá es uno de los pocos sobrevivientes de su especie, y lo digo en el sentido más extenso de la palabra. Nació en una Europa antisemita, en Polonia, país que durante mil años albergó a los de su raza, pero que gustoso los entregó en bandeja de plata al enemigo para su aniquilación. Crece y celebra la culminación de su adolescencia el 1 de septiembre de 1939, con el bombardeo alemán sobre territorio polaco, convirtiéndose en testigo presencial de la infamia más grande de que se tenga memoria en los anales de la historia: el Holocausto. Durante tres difíciles años de estancias en tres guetos distintos, sobrevive. Logra escapar de tres de las más terribles


El último Sobreviviente

Foto: Alejandro Zenker

trema derecha pancontinental. Esto sucedió precisamente cuando las clases gobernantes de Occidente se preocupaban del creciente poder del sindicalismo y de los partidos laborales que en aquel entonces exigían la transformación de las sociedades occidentales, navegando sobre la estela de los movimientos de liberación que se habían producido en la Revolución Francesa, una consecuencia de la Ilustración Europea. La Ilustración misma, y no debe sorprendernos, se inspiró en el pensamiento de un judío experto en el Talmud: Baruch Spinoza. Francisco Gil-White

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El último Sobreviviente

Foto: Alejandro Zenker

trema derecha pancontinental. Esto sucedió precisamente cuando las clases gobernantes de Occidente se preocupaban del creciente poder del sindicalismo y de los partidos laborales que en aquel entonces exigían la transformación de las sociedades occidentales, navegando sobre la estela de los movimientos de liberación que se habían producido en la Revolución Francesa, una consecuencia de la Ilustración Europea. La Ilustración misma, y no debe sorprendernos, se inspiró en el pensamiento de un judío experto en el Talmud: Baruch Spinoza. Francisco Gil-White

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ARÓN GILBERT

Foto: Alejandro Zenker

El último sobreviviente

mm minimalia

www.solareditores.com solar@solareditores.com Shie y Arón Gilbert

ARÓN GILBERT

Foto: Alejandro Zenker

El último sobreviviente

mm minimalia

www.solareditores.com solar@solareditores.com Shie y Arón Gilbert


Índice del libro

Nota del editor Prólogo, por Francisco Gil-White Introducción 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.

Ciechanow, Polonia. 1920 El principio del fin Auschwitz-Birkenaw Roiza Robota, la heroína El rezo de Rab Abremele en Auschwitz La Marcha de la Muerte La venganza de Meyer Ebensee, más allá del mismo infierno Mi gran amigo, mi cinturón Camino al paraíso Cuarenta años después.

Árbol genealógico de la familia Gilbert-Pianko

Índice del libro

Nota del editor Prólogo, por Francisco Gil-White Introducción 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.

Ciechanow, Polonia. 1920 El principio del fin Auschwitz-Birkenaw Roiza Robota, la heroína El rezo de Rab Abremele en Auschwitz La Marcha de la Muerte La venganza de Meyer Ebensee, más allá del mismo infierno Mi gran amigo, mi cinturón Camino al paraíso Cuarenta años después.

Árbol genealógico de la familia Gilbert-Pianko


Agradecimientos Bibliografía Anexo, por Francisco Gil-White

En Alemania gran parte del pueblo abrazó las banderas nazis, pero hubo un enorme segmento que se opuso a esa blasfemia contra la civilización y resistió. Fascistas los hubo por doquier. Por supuesto en Alemania, pero también en Polonia, Francia, Italia, España… Sin embargo, igualmente hubo legiones de opositores que dieron literalmente su vida y su libertad por impedir la barbarie. Este libro nos permite conocer una de las partes más aterradoras, pero sin su contraparte, la historia de Shie y de muchos otros, no se habría escrito. Mi padre fue miembro de esta resistencia y vivió los absurdos de la conflagración. Alejandro Zenker

Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente? Francisco Gil-White

Agradecimientos Bibliografía Anexo, por Francisco Gil-White

En Alemania gran parte del pueblo abrazó las banderas nazis, pero hubo un enorme segmento que se opuso a esa blasfemia contra la civilización y resistió. Fascistas los hubo por doquier. Por supuesto en Alemania, pero también en Polonia, Francia, Italia, España… Sin embargo, igualmente hubo legiones de opositores que dieron literalmente su vida y su libertad por impedir la barbarie. Este libro nos permite conocer una de las partes más aterradoras, pero sin su contraparte, la historia de Shie y de muchos otros, no se habría escrito. Mi padre fue miembro de esta resistencia y vivió los absurdos de la conflagración. Alejandro Zenker

Aquellas élites que en público declaraban su ideología fascista simplemente se aliaron abiertamente con los nazis, apoyando la persecución judía de forma oficial. Y aquellas clases gobernantes que se ostentaban enemigos de los nazis, y que en público denunciaban sus crímenes, le negaron asilo a los judíos, permitieron que Adolfo Hitler tomara el continente prácticamente sin desenvainar la espada y se rehusaron a bombardear los campos de muerte o incluso las vías de tren que los alimentaban de cargamento humano. Sabían lo que hacían. La pregunta es ¿por qué? ¿Qué hay en el pueblo judío que tanto amenaza a las clases gobernantes de Occidente? Francisco Gil-White


Primera edición, abril 2007 Director de colección: Alejandro Zenker Cuidado editorial: Elizabeth González Coordinador de producción: Beatriz Hernández Tipografía y formación: Rosa Virginia Cruz Viñeta de portada: Mauricio Morán

© 2007, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos. Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657 Correo electrónico: solar@solareditores.com Página electrónica: www.solareditores.com ISBN Hecho en México

Primera edición, abril 2007 Director de colección: Alejandro Zenker Cuidado editorial: Elizabeth González Coordinador de producción: Beatriz Hernández Tipografía y formación: Rosa Virginia Cruz Viñeta de portada: Mauricio Morán

© 2007, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos. Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657 Correo electrónico: solar@solareditores.com Página electrónica: www.solareditores.com ISBN Hecho en México


mm minimalia

Don Salvador, como conocen en la calle a mi padre, Shie Gilbert, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente.

ARÓN GILBERT Una introducción al libro

El último sobreviviente

Arón Gilbert

Calle 2 núm. 21, Col. San Pedro de los Pinos, C. P. 03800, México D. F., Tel. 5515-1657 www.solareditores.com • solar@solareditores.com

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Don Salvador, como conocen en la calle a mi padre, Shie Gilbert, está a punto de cumplir 87 años, lo que lo convierte en uno de los últimos sobrevivientes de Auschwitz, Mauthausen y Ebensee, y conserva íntegra su capacidad de comunicación. Para los que han tenido la fortuna de escucharlo, recorrer estas páginas será como volver a gozar de su presencia. Los que lleguen después de su partida seguramente comprenderán la heroica labor humanitaria de este gigante de la supervivencia. Por esto he decidido que el único título que puede llevar este escrito es el de El último sobreviviente.

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ARÓN GILBERT Una introducción al libro

El último sobreviviente

Arón Gilbert

Calle 2 núm. 21, Col. San Pedro de los Pinos, C. P. 03800, México D. F., Tel. 5515-1657 www.solareditores.com • solar@solareditores.com

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