es una incansable mujer que a sus noventa y pico de años es la misma creadora de cultura y arte que siempre ha sido. El lector tiene en sus manos los cuentos que la autora redactó pensando en los niños que su larga vida le ha dado el placer de conocer. Es una serie de historias fantásticas y míticas, escritas originalmente en inglés, que buscan
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Toni, como le gusta que la llamen,
Historias de Barsoldo y otros cuentos
entretener a los pequeños y hacer recordar
TONI ZENKER
las historias de infancia a los grandes.
www.tonizenker.com
TONI ZENKER
Historias de Barsoldo y otros cuentos TONI ZENKER
© 2010, Cuentos de Toni Zenker www.tonizenker.com Ilustraciones: Xiluén Zenker Diseño: Javier Yáñez Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización por escrito de la autora. Hecho en México
Índice 5 11 17 25 30 38 40 48 60 67 71 75 81 86 95 97 102
La estatua de oro El dragón y el jitomate Goi Prin No se olvide de escribir Barsoldo trabaja de nuevo El amor maternal El viaje Patso Gormo vivía en una cueva con su changuito Tutu Irak, el invencible Topico y Ratizo mostrando la moralidad Un rosal para Rosalba Barsoldo en el fondo del mar La fundación Moore salva otro pueblo Parma, Grensa y Jariza El gigante y el hipopótamo Piensa mejor en nosotros y no en ti mismo Barsoldo y el outerspace
LA ESTATUA DE ORO Había una vez un niño que vivía con sus padres en un país muy, muy lejano de aquí. El niño comía mucho, así que creció mucho, de manera que, al cumplir los quince años, su papá le construyó una casa al lado de la suya, la cual podría ampliar a medida que fuera creciendo. Cuando tuvo veintiún años, era tan alto como los árboles más, más altos. La gente que vivía alrededor de él lo quería mucho, le llevaba comida y le hacía ropa. El rey de ese país, que oyó hablar de aquel joven tan alto como los árboles más, más altos, mandó decir que se presentara en su corte para conocerlo y ordenó construir un carruaje que lo llevara. El joven rio cuando escuchó esto y dijo: “No necesito ningún carruaje, con dos o tres pasos estaré en la ciudad donde vive el rey y su corte”. Y diciendo esto, puso a su papá en su hombro y empezó el viaje. Al medio día llegaron a un pueblo donde entraron a comer, y el joven consumió todo lo comestible en el lugar. Siguieron su camino. En la nochecita, cuando alcanzaron otro poblado y quiso cenar,
5
Historias de Barsoldo y otros cuentos
encontró que todo estaba cerrado. Tocaban y gritaban, pero nadie aparecía, y los muros eran tan altos que ni el joven podía escalarlos, de manera que debieron continuar su camino, comiendo lo que se encontraron en los árboles y en los campos, porque todas las aldeas estaban totalmente cerradas y nadie quiso hablarles. Con tan poco alimento, el joven empezó a encogerse, de manera que, cuando llegaron a la ciudad y delante del rey, ya era del tamaño de cualquier joven de su edad. El rey estaba muy enojado: “¿Cómo es posible? —gritó—. Me hablaron de un joven tan alto como los árboles más altos y aquí se presenta uno del tamaño de cualquier joven de su edad”. Quería castigarlos, pero sus consejeros lo persuadieron y sólo lo mandó a su casa. Una vez en su morada, el joven pudo comer todo lo que quiso, y en corto tiempo ya estaba de nuevo tan alto como los árboles más, más altos. El pueblo estaba contento de tenerle de nuevo entre ellos y siguieron trayéndole comida y haciéndole ropa, y llegaba mucha gente desde muy lejos para verlo. Sin embargo, un grupo de hombres se unió y ellos hablaron entre sí: “Este joven es un peligro para nuestra comunidad. Si viniera una plaga o alguna cosa que no nos permitiera cosechar lo que
6
Toni Zenker
7
Historias de Barsoldo y otros cuentos
tenemos sembrado, él se comería lo que hay, y los demás moriríamos de hambre. Tenemos que eliminarlo”, dijeron, y una noche, algunos de ellos, se dirigieron a su hogar para matarlo y enterrarlo junto a su casa. A la mañana siguiente, ¡cuál no sería el asombro de todo el mundo, al ver que había brotado un árbol de la tumba del joven! El árbol tenía todas las frutas que se pueda imaginar: naranjas, manzanas, duraznos, fresas y algunas otras que no conocían, pero todas deliciosas. Llenaron sus canastas con la fruta que pudieron llevar y la gente seguía llegando con cestos, desde muy lejos, hasta que dejaron el árbol con las puras hojas. Al siguiente día, el árbol estaba repleto de aquella variedad de frutas y la gente pudo llevar todas las que quisieron. Y esto sucedió durante mucho tiempo. Sin embargo, un grupo de hombres se unió y ellos se decían entre sí: “La gente está tomando toda la fruta que quiere de este árbol y no paga ni un quinto, ¿qué va a pasar con nosotros cuando nuestros árboles estén maduros y queramos vender los frutos? Si no pagan ni un quinto por esta fruta ahora, no van a querer pagarnos a nosotros tampoco. Tenemos que eliminar este árbol”. Y una noche llevaron leña alrededor del árbol y le prendieron fuego.
8
Toni Zenker
En la mañana, cuando vinieron a limpiar las cenizas, encontraron que no había ni pizca de ellas y, en lugar del árbol, había una estatua de oro de un joven muy hermoso. La gente estaba muy contenta con su estatua de oro y venía desde lejos para ver y admirar la estatua. Sin embargo, había un grupo de hombres que decían entre sí: “Mira esta estatua de oro, ¿para qué sirve todo este oro en una estatua? Si lo tuviéramos nosotros, podríamos construir un hospital, dar de comer a los pobres, y muchas cosas más”. De manera que llegaron una noche con sus hachas y derribaron la estatua y la hicieron pedacitos, ¡cuál no sería su asombro al no encontrar ni una pizca de oro! Era un metal que nadie conocía, muy duro, tan duro que solamente los herreros estaban contentos, porque pudieron fabricar mejores instrumentos. Los demás se quedaron con el recuerdo de lo que había sido una estatua de oro.
9
Historias de Barsoldo y otros cuentos
10
EL DRAGÓN Y EL JITOMATE Sebastián vivía con sus papás en un pueblito e iba a la escuela con los otros niños del lugar. Un día vino su tío Carlingo en uno de sus viajes relámpago y le regaló unas semillas de jitomate: “Siémbralas en tu huerta”, le dijo, se despidió de todos y se fue. Sebastián obedeció a su tío, se fue a la escuela y le contó a su maestro. —Muy bien, Sebastián —dijo el maestro—, cuando tengas tus jitomates, tal vez podamos probar unos aquí. —¡Claro que sí! —dijo Sebastián muy contento. A la mañana siguiente, antes de ir a la escuela, Sebastián fue a la huerta para ver cómo estaba su sembradío de jitomates y ¡vaya sorpresa! Se encontró con que ya habían brotado los jitomates y eran del tamaño de calabazas grandototas. —¡Mamá, papá! —gritó Sebastián—, ¡vengan a ver lo que pasó con las semillas que sembré! Salieron sus papás a verlo. —¡Ah, de verdad, qué bárbaro! —dijo el papá—, vamos a cortar unos porque parecen muy maduros.
11
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Y con mucho trabajo se llevó uno de los jitomatotes más pesados a la cocina. Lo pusieron en la mesa, lo limpiaron con un trapo, lo cortaron, y el jitomatote se abrió en dos y estaba lleno de jitomatitos. —¡Miren, qué rico! —dijo Sebastián tomando un jitomatito y mordiéndolo—, mmhhh, ¡qué rico! Y todos comieron de los jitomatitos que tenía adentro el jitomatote. —Papá, ¿puedo llevar uno a la escuela? —¿Por qué no? —dijo el papá—. Tengo el tiempo justo para llevártelo. Y le llevó uno de los jitomatotes del tamaño de una calabazota a la escuela. —¡Huy! —exclamó el maestro—. ¿Qué es esto? —Pues córtelo y verá —contestó Sebastián. El maestro lo cortó a lo largo y también encontró jitomatitos muy maduros y todos los niños probaron. —Bueno —dijo el maestro—, sigamos con la clase. Tengo una noticia para ustedes: dicen en internet que han visto un dragón volando en algún país, pero nadie ha confirmado si es cierto o no. Hay mucha gente que no cree que existan los dragones en el siglo xxi, pero otros dicen: “Bueno, hay cosas muy raras que se encuentran por aquí y por allá, y tal vez existan. Total, esperemos a ver qué pasa…” En ese preciso instante, de manera misteriosa, se oscureció el sol y ¡punk!, con un ruidazo como
12
Toni Zenker
de trueno cayó un dragón en el campo de juego de la escuela, junto a la pared. La cola quedó contra el muro y el resto del cuerpo del dragón se extendió casi hasta la puerta de la escuela. Algunos de los niños tenían mucho miedo, pero otros dijeron: —¡Vamos a verlo! —y se acercaron. Entonces el maestro les dijo: —¡Cuidado, niños!, no se acerquen demasiado. No sabemos cómo está este dragón, parece lastimado. Vamos a darle un poco de agua primero, a ver si le ayuda. Los niños jalaron la manguera y otros fueron por una cubeta, la llenaron y la acercaron a la boca del dragón y… zzzuuup, en un segundo se vació la cubeta. —Ahora hay que darle algo de comer —dijo el maestro. —¡Ya sé! —dijo Sebastián—, voy por un jitomate y se lo damos de comer. —¡Muy bien! —exclamó el maestro. Sebastián corrió a su casa y encontró que todavía estaba su papá. Entre los dos cortaron otro jitomate del tamaño de una calabaza, y el papá, con muchos esfuerzos, lo llevó a la escuela. Lo cortaron en pedazos aún más pequeños y lo pusieron en la cubeta, cerca de la boca del dragón y… zzzuuup, se acabó todo el jitomate.
13
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Quitaron la cubeta y, entonces, esperaron a ver qué pasaba, pues en un ratito el dragón empezó a hacer señas de que iba a vomitar. Hizo entonces un ruidazo, abrió la boca y uno, dos, tres, cuatro… veinte dragoncitos le brotaron. —¡Oh! —dijo el maestro—. Hay que avisar a los zoológicos. Y corrió a su computadora y desde internet envió un mensaje a todos los parques zoológicos: “Se regalará un dragón a las primeras diecinueve personas que lleguen y comprueben que vienen de algún zoológico oficial”. —Y tú, Sebastián, puedes quedarte con el último, que es muy pequeñito —le dijo—. Quién sabe si sobreviva, pero tú lo puedes cuidar bien. Ese día empezaron a llegar aviones, unos grandototes y unos más pequeños, y muchas personas bajaron con papeles que los acreditaban como representantes de zoológicos. El maestro los dejaba tomar a cada uno un dragón, hasta que se llevaron diecinueve. Sebastián se quedó con el más chiquitito. —Y ahora —dijo el maestro—, ¿qué haremos con nuestro dragón? Qué lástima que haya tan poca agua aquí. Si tuviéramos el agua que había antes, en el tiempo de tus papás y tus abuelos, cuidaríamos al dragón con el agua del río que pasaba cerca de aquí. El dragón parecía escuchar lo que el maestro decía. Levantó su cabeza y, con muchos trabajos, se
14
Toni Zenker
levantó, separó la cola de la pared y se fue volando. Más tarde regresó, empezó a arrojar agua por la boca a las plantas alrededor del campo de la escuela, volvió a remontar el vuelo y repitió durante todo el día la misma acción: llevar agua en su boca y regar los campos donde los campesinos tenían sembradas sus plantas de maíz, frijol, papas, trigo y muchas otras. Las plantas crecieron hermosas con tanta agua, hasta que el maestro, agradecido, le dijo: —Puedes descansar, porque el campo está bien regado, muchas gracias. Pero el dragón lo ignoró. Cada día volaba y regresaba con agua y llenaba el cauce seco del río que pasaba cerca de la escuela; luego llenaba poco a poco el lugar donde había estado el lago, hasta que tuvieron, otra vez, agua en la comunidad con sus ríos y su lago llenos. Sebastián cuidaba su pequeño dragón dándole de comer de sus jitomatitos y pan, y le ofrecía diferentes legumbres, pero el dragoncito comía algunas y rechazaba otras. Pasó toda la niñez de Sebastián y de sus compañeros de la escuela, hasta que la comunidad volvió a ser tan rica en hortalizas como había sido en el tiempo de sus abuelos. Entonces, un buen día, el dragón se fue. Todos creyeron que haría uno de sus viajes por agua… pero nunca regresó.
15
Historias de Barsoldo y otros cuentos
El dragoncito de Sebastián nunca creció y se quedó pequeñito, hasta que un día, cuando Sebastián, a su vez, ya era papá, el dragoncito no se movió más. Sebastián lo puso en un pedestal y ahí se quedó para que la gente supiera que sí había dragones en el mundo.
16
Go y Prin Gogettogether y Princesamaravillosamentehermosa eran una rana y una gata muy buenas amigas. Como sus nombres eran muy largos, todo el mundo las llamaba, sencillamente, Go y Prin. Go y Prin estaban sentadas un día sobre una roca que se reflejaba sobre una charca, mientras otra roca les cubría las cabezas, de manera que casi no se veían. De pronto Go dijo: —Mira Prin, mira allá, por la carretera. Prin levantó la cabeza, estiró el cuello y vio que caminaban hacia ellas dos hombres. Uno cargaba un bulto y el otro, una pala. El bulto parecía muy pesado, porque a cada rato lo intercambiaba con el de la pala. —Mira —dijo uno de los hombres cuando llegaron a la charca—, éste me parece un lugar muy bueno. Nadie pensará que pueda haber algo valioso enterrado aquí —y bajando el bulto tomó la pala y con mucho cuidado quitó los lirios que crecían a un lado.
17
Historias de Barsoldo y otros cuentos
18
Toni Zenker
Tomó la pala y empezó a cavar un hoyo. Entre los dos se turnaban, y cavaron y cavaron durante mucho tiempo hasta alcanzar el tamaño exacto del bulto. Arrojaron tierra encima y luego sembraron los lirios que habían sacado con todo y raíz. Uno de los hombres, ayudándose con su gorro, fue a la charca, lo llenó con agua y regó los lirios. Luego esparcieron las hojas secas que habían caído de un árbol que crecía cerca. —¡Ya! —dijo uno de los hombres—, no parece que alguien haya cavado en este sitio, y tomando la pala se fueron de regreso por el camino por donde habían llegado. Al perderse de vista los hombres por la carretera, Prin dijo: —¿Qué habrá en ese bulto? Vayamos a ver. Acercándose al lugar, escarbaron la tierra con las uñas, hasta que Prin sintió que habían dado con algo que parecía tela, y con uñas y dientes rompió un pedacito y sacó un pedazo de metal que le pasó a Go. Luego metió la pata y saco otro pedazo. Miraron los pedazos de metal que habían sacado y empezaron a jugar con ellos. Después de un rato, Prin opinó que era tarde y se retiraría a su casa. —Que pases buenas noches, nos vemos mañana. —Gracias —dijo Go—. Hasta mañana. Prin se fue corriendo con su fragmento de metal por la carretera, haciéndolo rodar entre sus patas,
19
Historias de Barsoldo y otros cuentos
hasta llegar a su casa, donde se encontró con Maguita, una de sus amas, en la puerta. —¿Qué traes ahí? —dijo Maguita—. ¡Mamá, ven a ver lo que ha traído Prin! Tarita puso a un lado el libro que estaba leyendo y fue hacia la puerta a mirar lo que llevaba Prin. Al agacharse, recogió el pedazo de metal que Prin hacia mover de un lado a otro. —Pues parece que tiene algo grabado —dijo Tarita—. Vamos adentro a verlo mejor con la luz… Tiene una fecha, como… 1889… y, más abajo… una onza de oro… Al leer esto, la cosa metálica casi se le escapó de entre las manos. —¡Es una moneda de oro! —exclamó. El padre de Maguita acudió debido al ruido. —Mira… —dijo Tarita extendiendo la mano a su marido—. Mira lo que Prin trajo. Debemos investigar el valor del oro y las monedas. —¡Una moneda de oro! ¿Dónde la habrá encontrado? Hay que mantenerla vigilada para ver si no va por más. Prin, al ver que no le devolvían su pedazo de metal, rascando la puerta pidió que le abrieran. —¡Déjala salir e iremos tras ella! —dijo Tarita—. Quizá nos lleve adonde encontró la moneda. Una vez abierta la puerta, Prin corrió hacia el muro que cercaba el jardín. Con un salto pasó el
20
Toni Zenker
muro y siguió dando saltos por todo el camino. Tras ella iban Maguita y sus padres. Cuando Prin llegó finalmente al charco, le dijo a Go, que en ese momento salía del agua: —¡Me quitaron mi pedazo de metal, así que voy a sacar uno o dos más! —Te ayudaré —dijo Go—. ¡Vamos al agujero! Prin introdujo la pata y sacó dos pedazos de metal mientras sus amos observaban. —Bueno —dijo Barsoldo, que tal era el nombre del papá de Maguita—, voy a casa por una pala y la carretilla. Espérenme aquí. Y se fue corriendo a su casa. Al rato regresó con la carretilla y la pala. Con cuidado quitó los lirios del agujerito que Prin había hecho, los puso a un lado y empezó a cavar. Entonces encontró el bulto. Con mucho trabajo logró sacarlo y lo puso en la carretilla. Tapó el agujero, con la pala aplanó la tierra, sembró los lirios y terminó poniendo más hojas secas alrededor y encima. —Vamos —dijo Barsoldo—, vamos a casa. Maguita tomó la pala y regresaron. Llevaron el bulto a la cocina, lo colocaron sobre la mesa y con un cuchillo lo abrieron. Descubrieron gran cantidad de monedas de oro. —Debemos contarlo —dijo Barsoldo. Contaron las monedas y las pusieron en bolsas de 100 monedas.
21
Historias de Barsoldo y otros cuentos
—No podemos quedarnos con todo este dinero, quién sabe de dónde proviene y quiénes lo enterraron —dijo Tarita—. Debemos hacerlo llegar a alguna organización que se ocupe de ayudar a los necesitados. —¡Tengo una idea! —dijo Maguita—. Tal vez podamos llevarlo a la Fundación Thomas Moore. —¡Sí! —exclamó su mamá—. Es una buena idea. Mira, Barsoldo, podrías llevar unas monedas a la Fundación y decirles cuántas tenemos y preguntar si quieren ocuparse de su uso. A la mañana siquiente, Barsoldo llegó a la Fundación Thomas Moore. Se presentó ante la secretaria y pidió ver al director. Ella preguntó por el asunto que le llevaba. Barsoldo extendió la mano y la abrió. Dijo: —Esto… La secretaría se maravilló. Se levantó y balbuceó algo. Casi enseguida regresó. —El señor Moore lo verá ahora. Pase por aquí —abrió una puerta y Barsoldo encontró al señor Moore sentado detrás de un escritorio. —Bueno —dijo el señor Moore—, cuéntame la historia de esta moneda de oro. Y Barsoldo le contó cómo la había encontrado su gata Prin y su amiga, la rana Go. —Estaba enterrada debajo de unos lirios; no sabemos quiénes pusieron ahí las monedas, pero no
22
Toni Zenker
creo que fuera gente muy honrada que digamos. Lo mejor sería que su Fundación se ocupara de hacer uso de ese dinero. El señor Moore se le quedó mirando. —Bueno —dijo por fin—, sugiero que venga a trabajar aquí y que cada día traiga unas cuantas monedas. Barsoldo aceptó. Al cabo de un mes, Barsoldo pidió una entrevista con el señor Moore. —He trabajado un mes y traído monedas cada día… me siento muy nervioso cargándolas. ¿Habrá alguna forma de que pudiera traer de una vez el resto del tesoro? —Sí —dijo el señor Moore—. He estado pensando algo sobre el asunto y se me ocurre que podría mandarle mañana el auto blindado que tenemos y que usted y su familia vengan a quedarse una semana aquí. Así su esposa verá cómo está la comunidad y la escuela, y le enseñaremos nuevas facetas de nuestro trabajo en la Fundación. —¡Auto blindado! —dijo Barsoldo. —¡No se asuste! —dijo el señor Moore—, es un auto como cualquier carro normal, pero a prueba de cualquier ataque que pudiera ocurrir. No llamará ninguna atención especial. —Bueno —dijo Barsoldo—, hablaré con mi mujer sobre lo que haremos manaña.
23
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Despu茅s de una semana de este nuevo periodo en la Fundaci贸n, Barsoldo qued贸 encantado con su nuevo trabajo, y Tarita, con las personas de la comunidad. Tanto ella como Maguita y su primo Sebasti谩n quedaron contentos con la escuela.
24
No se olvide de escribir… Maritza Conifer dejó a un lado lo que estaba haciendo al oír que tocaban a la puerta. Al abrir, se encontró con un desconocido que la llamó por su nombre: —¿Cómo sabe usted mi nombre si no le conozco? —dijo ella. —¿Y cómo no voy a saber tu nombre si soy tu esposo? —¡Mi esposo! —exclamó Maritza verdaderamente asustada. En eso, Gordino, detrás de ella, se acercó. —Gordino —dijo Maritza—, este hombre dice que es mi esposo… —¿Cómo va a ser eso posible? —dijo Gordino. —¡Yo soy el marido de Maritza que se fue hace diez años!... Ahora he regresado... Gordino se le quedó mirando y decidió: —Pase usted y hablaremos… —Pero —dijo el desconocido—, no tengo nada que hablar con usted… soy Dantino Morton y ella es mi esposa, Maritza Morton.
25
Historias de Barsoldo y otros cuentos
—Pase, por favor —repitió Gordino—, pase y platicaremos… porque hay una confusión con el estado civil de Maritza. Dantino dio un paso dentro de la casa por fin. Gordino le indicó que se sentara y fue al bar, desde donde preguntó qué le podía servir al recién llegado. —¿Prefiere cerveza o un coñac? —Nada… lo que deseo es que me explique qué pasa aquí… —Hace diez años usted desapareció. Durante diez años no se ha recibido ni una palabra suya, ni una dirección… nada… Vine a trabajar con Maritza hace nueve años. En dos pudimos mejorar el rancho, luego heredé una buena cantidad de dinero y Maritza y yo nos casamos. —¡Casados! —exclamó Dantino. —Casados —corroboró Gordino—. Durante aquellos tres años en que no mandó ninguna noticia ni dirección, no tuvimos manera de contactarnos con usted, de manera que, transcurrido el tiempo legal por abandono, pedimos el divorcio. Nos fue concedido de manera automática. —¡Abandono! —gritó Dantino—, pero me he quedado diez años soñando con Maritza, hablando con ella en sueños y esperando con ansias este momento de reunión… —Jamás supimos si había muerto o si estaba con otra mujer o…
26
Toni Zenker
—¡Qué otra mujer ni qué nada! —exclamó Dantino, poniéndose de pie—. ¡Jamás he pensado en otra que no sea Maritza! —Bueno —dijo Gordino, consultando su reloj—, nosotros tenemos que darle de comer a los animales. Después hablaremos sobre su futuro. Con esto, Gordino y Maritza salieron y dejaron a Dantino solo en la que había sido su casa. —¡Maritza! Todos mis sueños con Maritza… ¡He llegado a encontrarla y ya no es mía! ¿Qué me queda en este mundo si no la tengo? Recuerdo… recuerdo que bajábamos juntos al pozo de la barranca… Hablábamos de lo exquisita que era el agua fría… Y se fue andando de manera tambaleante hacia donde el terreno descendía poco a poco. Dantino se quitó la gabardina mientras los pensamientos le pasaban por la cabeza. —Mucho tiempo y muy duro tuve que trabajar hasta ahorrar el dinero suficiente para comprar esta gabardina que ya no necesitaré en el lugar a dónde me dirijo… A medida que iba bajando, se quitaba la ropa. Llegó a la orilla del pozo y se quitó zapatos, calcetines y ropa interior. Con un último “¡Maritza!”, entró al agua. Cuando regresaron Maritza y Gordino, encontraron la puerta abierta, pero Dantino había desa-
27
Historias de Barsoldo y otros cuentos
parecido. Llamaron dentro y fuera de la casa, pero no recibieron respuesta alguna. Tres días después, uno de los trabajadores llegó con la noticia de que un pastor del terreno vecino había visto algo blanco flotando en el pozo. Maritza y Gordino se miraron uno a otro. —Mandaré gente a ver —dijo Gordino—, y que lleven una camilla… Regresaron con el cuerpo de Dantino. Su ropa iba en bolsas. Hablaron por teléfono al comandante para que recogiera el cadáver que encontraron en el pozo. Cuando al fin llegó, los encontró en su sala. —¿Conocían al difunto? —preguntó impersonalmente. Maritza bajó la vista: —Sí —dijo—. Es Dantino… quien fuera mi esposo… perdido desde hace diez años. Jamás escribió una sola palabra… es curioso que no escribiera nunca una palabra… —se llevó la mano a la frente y, por un momento, perdió el equilibrio. Se sentó en el sofá—. Ahora se me ocurre… ahora lo recuerdo… ¡Dantino no sabía escribir! Se recompuso y siguió hablando: —Hace tiempo alguien envió veinte dólares a la cuenta del banco… Quiero enviar ese dinero a la Fundación Thomas Moore para el uso que consideren útil. Nosotros pagaremos la incineración del cuerpo y las cenizas las esparciremos en el campo.
28
Toni Zenker
La ropa se puede donar a cualquier institución o a cualquier persona que usted considere que puede usarla. —Muy bien —dijo el comandante—, le mandaré la cuenta y las cenizas en una urna. Pensó que historias más extrañas le había tocado vivir y, con una última mirada a la mujer que estaba ante la puerta y no derramaba una sola lágrima, se llevó el cuerpo.
29
Barsoldo trabaja de nuevo —¡Buenos días, Barsoldo! —dijo el señor Moore cuando entraba a su oficina—. Tenemos una queja de un país del que no tenemos idea de dónde pueda estar. Nunca hemos tenido contacto con esa gente; debemos averiguar dónde y cómo ocurrió el asunto, y quiero saber si estás dispuesto a hacer la investigación correspondiente. Al parecer está situado en alguna parte del sur del continente africano, pero todavía no hemos confirmado la ubicación geográfica precisa. Barsoldo le miró sonriendo. —Me encantará ir… en cuanto sepan a dónde exactamente. Dijo el señor Moore: —Aquí viene —dijo mirando la pantalla de la computadora que estaba en su escritorio—: apunta la dirección. Barsoldo dio la vuelta al escritorio, tomó lápiz y papel y anotó. —¿El avión ya estará listo, supongo? —¡Claro!, porque el viaje es un poco largo.
30
Toni Zenker
—Sólo me despido de mi mujer y tomo el avión… Luego estaremos en contacto por medio de internet. Después de abordar, Barsoldo se quedó pensando y repensando lo que sabía de África; era muy poco. Tras abrir los ojos, se percató de que la aeronave giraba sobre el campo. —¡Oh! —exclamó Barsoldo—. ¡Tan pronto hemos llegado! —Tan pronto no ha sido… ha dormido las últimas horas, pero vamos a aterrizar en este sitio para ver dónde se localiza el lugar que anotó el señor Moore, porque sólo ha puesto la latitud, aproximadamente, y muy pocas anotaciones. Tampoco sabe cómo se llama el lugar. —¡Bueno! —dijo Barsoldo—. ¡Vayamos a ver! Descendió el avión. En tierra movieron la escalera. Bajaron Barsoldo y el piloto para ir a la oficina del aeropuerto, porque no estaban seguros de dónde estaban. —¡Muy buenos días! —dijo un sujeto en la puerta de la oficina—. El señor Moore nos envió un mensaje anunciando su llegada. Hemos localizado el lugar al que se dirigen… —Perfecto —dijo Barsoldo—, era muy vaga la información; es bueno que haya algo más definido. —Pasen ustedes, ¿quieren tomar un café o algo? —¡Yo sí! —dijo Barsoldo, viendo al piloto— . ¿Usted no quiere algo?
31
Historias de Barsoldo y otros cuentos
—¡Sí!, además puedo descansar del largo viaje. Los pasaron a una mesa. Una señorita se presentó con un menú. Ambos pidieron café y algo de comer. Mientras preparaban su almuerzo, se entretenían platicando. —Podemos irnos al rato o esperar hasta mañana —opinó el piloto—, no estoy muy seguro del día ni la hora en que estamos, porque aquí el horario es diferente. En eso regresó la señorita con su almuerzo y un poco más de café. El piloto le preguntó: —¿Cómo se llama este lugar? —Es parte de Sudáfrica, y al lugar que quieren ir es un poco más al sur y al este. En avión, como a una hora de aquí. —¡Ah, bueno!, podríamos irnos cuando terminemos de comer y tomar un poco más de café. Y así lo hicieron. En realidad, en una hora estaban llegando a lo que parecía un campo de aviación. El piloto anunció su llegada por radio y le contestaron en inglés. Sabían de su llegada porque el señor Moore les comentó. Aterrizaron y fueron a la oficina del campo, donde se encontraron con un hombre de uniforme muy bonito, de varios colores: rojo, verde y resaltado con negro. —¡Bienvenido, señor Barsoldo! Pase usted, ya tenemos el carro para llevarle con su majestad.
32
Toni Zenker
—¿Su majestad? —se preguntaron sorprendidos. Juntando su pequeño equipaje, salieron de la oficina y subieron al carro que el uniformado manejaba. En unos minutos llegaron a un palacio que Barsoldo, a pesar de tantos viajes por todo el mundo, nunca había visto: brillaba con el sol como si estuviera hecho de vidrio o algún material muy brillante. Dijo el chofer: —Ésta sólo es la fachada y está cubierta de diamantes, porque aquí tenemos varias minas. —Qué buena idea de poner diamantes en la fachada —dijo Barsoldo—, nunca había visto nada parecido. Y entraron al palacio, que tenía más brillantes, porque las paredes estaban tapizadas de joyas de diferentes colores. Al fondo estaba un objeto que parecía algo intermedio entre una silla y un trono. Una mujer se encontraba sentada ahí. Barsoldo, al acercarse más y más, notó que era sumamente bella. —¡Buenos días, señor Barsoldo! —dijo la señora—. Soy Esmeralda, la reina de este lugar, y le doy la bienvenida. El señor Moore dijo que vendrían. Tenemos un problema y no sabemos cómo resolverlo. Tome asiento, ¿desea tomar algo? —Acabamos de tomar algo, mejor después, gracias. ¿Cuál es su problema? —Bueno —dijo la reina— es que…
33
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Una voz le interrumpió, gritando: —¡Le han matado! —Perdóneme —dijo la reina, dándose la vuelta hacia donde provenía el grito. —¡Su majestad! ¡Su majestad!... ¡Lo han matado! —¿A quién mataron? —dijo la reina. —Han matado al señor Triando… —Triando ¿muerto? ¡Ay, perdóneme señor Barsoldo! La reina salió con el recién llegado. —¿Triando? —pensó Barsoldo—. ¿Quién podría haber sido para que una reina se preocupe por él a tal grado? Apenas había reflexionado unos minutos, cuando regresó la reina con lágrimas en los ojos y un pañuelo en la mano. —¡Ay, señor Barsoldo! Ha llegado usted en mala hora… directo a alguno de los enigmas de este reino. Triando fue el primer ministro de mi reino y lo han asesinado, me parece imposible. Llegaron soldados con uniformes coloridos y bayonetas apuntando a un hombre que tenía las manos esposadas tras la espalda. —¿Qué puedes decir? —dijo la reina. —¡Mucho! ¡Mucho! Ese tirano me hizo tanto daño que por fin he podido vengarme. Primero abusó de mi esposa y poco tiempo después tomó a mi hija mayor. Ahora quería tomar a mi hija menor… —el hombre sollozaba desconsoladamente—.
34
Toni Zenker
La vestí de hombre y salimos por la puerta trasera mientras llegaban por ella los soldados, pero pude matarlo antes de que terminara con la única hija que me queda. —¿Es eso cierto? —dijo la reina visiblemente asombrada—. ¿Puede ser cierto que Triando haya hecho eso? —¡Ay, su majestad! —dijo el hombre—, eso es lo que me hizo a mí, pero se lo hizo a muchos más en el país, ellos pueden contarle… Como ministro fue lo peor que hemos tenido en mucho tiempo, y la gente que él puso en cargos de mando han hecho cosas peores… —¡Ay! —exclamó la reina viendo a Barsoldo—. Ya puede ver cuál es mi problema ahora, ¿qué puedo hacer? Con Triando muerto, puedo quitar a su gente, pero ¿cómo estar segura de que los nuevos no serán igual o peor que ellos? —Bien puede hacer algo: uno, averiguar quiénes son las personas que Triando envió a las cárceles y por qué. Luego, hacer un concurso nacional al que la gente mande por escrito lo que debe hacer un ministro en este reino; y tres, qué propone este hombre, que ha sido una víctima, como lo mas sensato y más humano que sea factible con lo que sugieran. —Lleven a descansar a este hombre y no lo maltraten mientras termino de hablar con el señor Barsoldo.
35
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Salieron los soldados con el asesino del tirano. La reina volteó, se acercó a Barsoldo: —¿Podría ayudarme para que este concurso se lleve a acabo sin contratiempos? —Me gustaría ayudarle, pero no puedo quedarme. Tengo que estar en veinticuatro horas de regreso con el señor Moore. —¡Veinticuatro horas!, pero eso es mañana mismo —exclamó la reina. —Podemos enviar a alguien que le ayude para reorganizar su reino… —Quisiera que fuera usted mismo. —Haré lo posible. En lo personal, no puedo quedarme. El señor Moore me envió a localizar primero su país… Sin embargo, al saber los problemas del reino, mandará a una persona que trabaje con usted y sus oficiales para reorganizar el país, así es que debo regresar para reportar al señor Moore, para que encuentre a la persona idónea que trabajará con usted. —¡Quisiera que fuera usted, señor Barsoldo! La voz le temblaba y lágrimas fluían de sus ojos. —Lo siento mucho, pero no es posible. Tengo que partir. Podría tener más problemas… y, en este caso, internacionales, si me quedo. Ha sido grato estar con usted, aunque fuera poco tiempo. Hablaré con el señor Moore para que tenga a alguien dispuesto a ayudarle lo más pronto posible.
36
Toni Zenker
Barsoldo se despidió y tomó su avión de regreso con el señor Moore, pero no pudo evitar mirar atrás y ver a una reina que lloraba por él.
37
El amor maternal La rueda de la fortuna empezó a moverse. Tolita sintió el movimiento cuando empezó a alejarse de la tierra y cubrió sus ojos con las manos. Entonces escuchó una voz que decía: “Abróchense los cinturones”, como advertencia, debido al movimiento de la atracción mecánica. Tolita ignoró el llamado. Sus manos siguieron cubriéndole los ojos. En uno de los movimientos, el asiento se balanceó y cayó por el aire hasta la red de protección, demasiado floja. Su cabeza llegó hasta la tierra. Todo se detuvo. Llevaron a Tolita al hospital, donde quedó al cuidado de los médicos. Sin poder moverse, seguía oyendo voces de gente. Escuchó a su madre que decía: “Lo bueno es que no fue uno de los muchachos”. Tolita exclamó para sus adentros: “¡Cómo que lo bueno! ¿Qué es lo que quiere decir mamá?” Ella sintió que valía menos que sus hermanos para su propia madre. Cuando estuvo completamente consciente, se encontró en la cama de un cuarto conocido. Su madre estaba a su lado, llorando.
38
Toni Zenker
—Pero ¿por qué lloras, mamá? —preguntó Tolita. —¡Ay, hijita de mi alma, tenía tanto miedo de que no volvieras a despertar!... ¡Tú, que eres mi otra mitad, no podría seguir viviendo sin tenerte a mi lado! Tolita se quedó perpleja. —Entonces, ¿no soy menos que mis hermanos? —¡Claro que no! Eres mi mitad y quiero que hagas todo lo que no he podido hacer y, cuando salgas de aquí, sepas que se van a arreglar las cosas. Tolita se sintió aliviada de que su madre, de verdad, le quisiera tanto. Entonces empezó a mejorar más rápido; ahora se sentía feliz porque podría convivir mucho con ella de ahora en adelante.
39
El viaje Jordugo Nakito, andando por la calle, cerca de su casa, vio cuando un invidente se le acercó con su bastón pidiendo limosna. —Mmmm, ¡no tengo dinero para gente que no trabaja! —¡Trabajo! —exclamó el invidente en tono irónico—. ¡Trabajo! ¿Cómo piensas que trabaje si no veo? —¡Patrañas! —dijo Jordugo—. Ahí hay una piedra en tu camino, y si no te lo digo, tropezarás con ella. El ciego removió el bastón frente a él. —¡Mentira! No hay ninguna piedra aquí, pura mentira y te va a llevar el diablo… —¡Qué diablo ni qué diablo! —Por decir mentiras. —No hay nada de eso. Tú eres quien miente. —¿Ah, sí? —dijo el ciego—. Deberías estar seguro. —¡Pues claro que estoy seguro! —¿Quién crees que me cegó si no el diablo mismo? —¡Aaah! ¿De verdad? —dijo Jordugo—. ¿Y qué hiciste tú para que el diablo te castigara así?
40
Toni Zenker
—Pues mira, andaba una vez por un bosque, cuando surgió un animal que nunca había visto (yo era veterinario y sabía de animales). De repente apareció uno que no supe catalogar. Tenía un cuerno en medio de la frente, cuatro patas como de caballo, pero los caballos no tienen cuernos… y ningún animal tiene uno solo, y además tenía una cara así de larga, como si fuera un gato, y me dije: ¡Cómo!, ¿un gato con un cuerno en la frente y con patas de caballo? No puede ser. Quise agarrarlo por el cuerno, pero el animal movió la cabeza de lado a lado, picándome los ojos… Me dolió como no se puede imaginar, y cuando traté de regresar a casa, no podía ver ni me acordaba de dónde estaba. Sangraba por la frente y oía voces de niños que se acercaban. Entonces grité: “¡Socorro! ¡Socorro!”, y apareció el maestro de los niños, que los llevaba a conocer las plantas del bosque. —¿Qué le ha sucedido, doctor? —dijo el maestro. —¡Llévame con un médico, por favor! Tuve un accidente y no sé qué me pasó, pero algo me picó los dos ojos. Se acercó, me tomó de un brazo, y su ayudante, del otro. Se dirigió a los niños: —Sígannos. Vamos a llevarlo al doctor lo más pronto posible… Empezamos a andar y los dos hombres me ayudaron para que no tropezara. Me pareció que tar-
41
Historias de Barsoldo y otros cuentos
damos días, semanas, para llegar al doctor. Ahí me dejaron. El doctor tomó mis datos y llamó por teléfono a mi casa para ver si alguien podía recogerme. Llegó uno de mis hijos con su auto, y entre el doctor, su enfermero y mi hijo me metieron al coche. Mi hijo le pagó al doctor, quien le indicó que tenía que estar en reposo durante una semana; él iría a ver cómo seguía. Al preguntarle por la curación de mis ojos, dijo que no sabía cuánto tiempo tardarían en cerrar y sanar las heridas, pero que estaba en la mejor disposición de ayudarme. Así sucedió, tardó mucho, mucho tiempo, y como no podía ver, el tiempo desapareció. Poco a poco dejé la cama y cambiaron las vendas de mis ojos. Las heridas cerraron y no necesité más medicamentos. Mis hijos me compraron un bastón y me enseñaron primero toda la casa. No recordaba nada del cuarto, del baño ni de las recámaras. Hasta que me aprendí toda la casa. Entonces me llevaron hasta el jardín y me pusieron en una silla. Ahí pude quedarme por lo menos para oír a los pájaros que llegaban a los árboles, porque el jardín era muy grande. Sin embargo, sí lo recordaba, porque lo había planeado y plantado muchos de sus árboles. Y así pasó mi vida. Mis hijos crecieron, algunos se casaron y se fueron a vivir lejos. Mi esposa había muerto uno o dos años antes. De repente me
42
Toni Zenker
encontré solo, aunque uno de mis hijos iba a verme y llevó a una mujer para que hiciera la limpieza, la comida y me diera de comer, porque no podía encontrar dónde estaba mi boca… Poco a poco me entrené y logré comer solo. Llegaba también un abogado al que le debía no sé qué tanto dinero porque no había pagado la renta en no sé cuánto tiempo. Ese hombre me dijo que tomaría la casa en pago de lo que debía. No recordaba nada de eso, y el hijo que me había cuidado hasta entonces, desapareció… Nunca supe qué pasó con él. Los otros tampoco se asomaron y así me quedé errabundeando por las calles, pidiendo a la gente limosna para sobrevivir como podía. Si éste no se llama castigo del diablo, no sé qué es. Sin embargo, no tengo la menor idea de lo que hice para haber sido castigado de esta forma. Sobreviví como pude y encontré un rincón debajo de un puente; allá hice una cama para dormir. Y como no había ni día ni noche para mí, dormía a cualquier hora, comía a cualquier hora, hasta que de repente oí una voz que decía: —No hiciste nada en esta encarnación para ser castigado, pero veamos cómo fueron las cosas en otras encarnaciones. Y yo dije al aire, de donde provenía la voz: —¿Encarnaciones? ¿Qué quiere decir con encarnaciones? Y la voz contestó:
43
Historias de Barsoldo y otros cuentos
—Una encarnación es cuando vienes a vivir aquí, en la Tierra, donde estás siendo probado y castigado por algo que hiciste en tus vidas pasadas. Ahora vamos a revisar todas tus encarnaciones… Y de repente alguien decía: —¡Ése fue el fin de la Atlántida!, ¡ay de nuestra civilización!… Iremos errabundeando para vivir… ¡Cuán hermosa era la vida en la Atlántida! ¡Nadie sabe por qué se ha sumergido y sólo unos pocos salimos a tierra firme… Y entonces vi a la gente alrededor de mí, andando y andando, y cayendo desfallecida, de manera que unos se tumbaron donde se encontraban y exclamaban: —¡Ya no puedo más, tengo que descansar! Entonces, todo el grupo se tiraba al suelo. Así, día tras día, hasta que llegamos a donde había muchos arboles. Unos tenían frutos que no conocíamos. Los probamos y eran deliciosos. Alguien opinaba que ese lugar era la India. Y nadie tenía posesiones en tan hermoso y rico lugar. Poco a poco, la ropa que teníamos se fue haciendo pedazos y nadie se ocupó de hacer nueva ropa, pues no había con qué hacerla. Nada más vivimos comiendo de los árboles y durmiendo donde encontrábamos un espacio para el cuerpo. Y acabó esa encarnación. En otra pude ver ganado. Ordeñábamos y bebíamos leche, plantábamos y
44
Toni Zenker
cosechábamos diferentes legumbres y las comíamos; teníamos bestias de carga para ayudarnos en el trabajo, para arar la tierra, y llovía de vez en cuando, y crecían las plantas que pudimos usar para comer. Había también un maestro, el cual nos enseñaba como plantar y cuidar los animales. Yo trabajaba junto con todos y comíamos juntos lo que habíamos plantado. Entonces acabó esa encarnación. Y supe que era una edad pretérita y muy sucia. El descubrimiento del ganado había sido muy reciente entonces. Luego me vi en otro país, otro lugar. Esta vez en una ciudad con muchos edificios, con plantas que colgaban de sus muros azules como de vidrio. Y escuché una lengua desconocida que, sin embargo, a mí me sonaba completamente común. Y escuché: “Esta ciudad se llama Babilonia…” Yo era una mujer en Babilonia. Vivía recluida en mi casa, tuve varios hijos y todo iba muy bien, hasta que llegó el fin. Luego, de repente, me vi delante de una pirámide brillante y escuché que estaba en Egipto. Y ahí yo era un niño. Crecía porque mi papá era uno de los hombres del gobierno, cercano al faraón, y tenía que aprender cómo tratar a la gente, cómo gobernar cuando me tocara, en el momento en que mi padre dejara de vivir, y así sucedió. Un día, cuando estábamos empezando a construir una nueva pirámide y los trabajadores me parecían
45
Historias de Barsoldo y otros cuentos
flojos, como nunca lo habían sido, me enojé, cogí un látigo y los azoté y azoté para que se apuraran, pero parecía que iban más lento, hasta que todos se quedaron inmóviles y se sentaron en el suelo. Y aunque azoté a los que tenía más cerca, no se movieron. Pensé que estaban muertos. Grité, pero no sirvió de nada. Acudí, entonces, con el faraón para comunicarle que los trabajadores no querían moverse o estaban muertos. Y la voz cayó del cielo: —Por supuesto, no son egipcios, sino judíos… son esclavos y prefieren morir antes que serlo. Pero hiciste mal en matarlos, lo pagarás alguna vez. Abandonamos la pirámide del faraón y empezamos las obras sobre el río Nilo. Un día de trabajo, cuando estábamos cruzando el río, el barco en que iba yo con mis ayudantes se volcó y todos caímos al agua. Como ninguno sabía nadar, ahí nos ahogamos. Después desperté en un templo. Era blanco. Sabía que era Grecia y que yo era sacerdote. Trabajaba ahí, dedicado a Apolo, y entonces llegaron los romanos. Lo que no destruyeron, lo arrebataron como suyo y, para nosotros, no había nada que pudiéramos hacer. —Vengo de muchas vidas y heme aquí, ciego, como ya te dije. Y éste fue mi castigo por haber matado a esos hombres a latigazos en el antiguo Egipto.
46
Toni Zenker
Entonces Jordugo dijo: “Tu cuento ha sido bastante largo y muy interesante, así que toma un par de pesos, porque tengo que irme a trabajar. Aunque no creo nada de lo que dijiste, como cuento es bastante bueno”. Y se fue… pensando que un par de pesos bien podían salvar un alma. Pero eso no se lo hizo saber al ciego.
47
Patso Gormo vivía en una cueva con su changuito Tutu Había sido uno de los hombres más ricos de su país, hasta que de repente sintió que eso de acumular y acumular y acumular dinero no tenía sentido. Tenía una casa grande, muy hermosa; coches último modelo; más ropa de la que podía usar, y decidió legar todo a la Fundación Moore e irse a vivir solo a un lugar alejado de la ciudad. Cuando entregó sus bienes, lo hizo con la asistencia de un abogado y del señor Moore. Cuando éste supo de su intención de irse a vivir solo, llamó a un ayudante y, después de unas palabras, éste se fue y regresó llevando en sus brazos a un animalito. El señor Moore lo tomó y se lo tendió a Patso: —¡Ten! —dijo el señor Moore—, toma este changuito como compañero, no te estorbará en tu soledad, porque no sabe hablar, pero al cuidarlo recordarás que hay otros seres que viven en el mundo. Patso tomó el changuito y, dando las gracias al señor Moore, se despidió de él y del abogado. Salió y tomó su camino hacia las lejanas montañas. Al llegar, dio la vuelta por aquí y por allá, hasta que,
48
Toni Zenker
por fin, encontró una cueva que le serviría de refugio. Tomó un pedazo de cuerda de una bolsa de su pantalón, amarró un extremo al cuello del chango, y el otro, alrededor de un arbolito que crecía junto a la cueva. Sacó su cuchillo, cortó una rama pequeña y empezó a barrer el piso de la cueva. Una vez que hubo aplanado el piso, tomó musgo que encontró en las paredes y formó una especie de cama en el fondo. Al salir y dejar a un lado su improvisada escoba, miró alrededor y descubrió que el árbol estaba repleto de manzanas. Cogió una, la cortó en pedazos y los dio al changuito, que los comió con rapidez y miró como si pidiera más. Así se ocupó Patso en cortar manzanas y dárselas, hasta que el changuito dejó a un lado unos pedazos, se ovilló y se echó a dormir. Entonces Patso cortó más manzanas, ahora para sí mismo, y en unas hojas de papel escribió una lista de las cosas indispensables para vivir en la cueva. Una cobija para él, otra para el animal; unos cerillos para prender un fuego y cocinar; unos trastes para hervir agua y para guisar. Dejó al changuito dormido y bajó al pueblo, compró lo más necesario con el poco dinero que le quedaba y volvió a la cueva con su carga. Patso desamarró al animal y, acariciándolo, lo llevó adentro, a su cama improvisada. Empezó a oscurecer y la noche lo sorprendió abrazando al changuito; Patso se estiró en la cama y se durmieron los dos.
49
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Al día siguiente, Patso arregló una especie de estufa afuera de la cueva, donde prendió fuego a unas ramas secas que había recogido de los alrededores. Así vivieron los dos, Patso y Tutu —como nombró al chango—, sin necesidad del poco dinero que llevaba. Luego puso a Tutu en su hombro, le amarró el lazo alrededor del cuello y se encaminó al pueblo, en busca de trabajo. Al entrar en la primera tiendita, se encontró con un hombre parado delante del mostrador y otro detrás. Apenas empezaba a preguntar si no había alguien que necesitara mano de obra, cuando el señor parado delante del mostrador dio la vuelta y le preguntó: —¿Qué sabes hacer? —Bueno —dijo Patso—, no sé qué necesite que haga, pero aprendo bastante rápido para serle útil. —Vamos, tengo una camioneta afuera. Iremos a mi granja. Con amabilidad platicaron camino a la granja, intercambiando nombres e información de sus vivencias. Al llegar, el dueño de la tienda, Poltan, llevó a Patso a donde crecían altas plantas de trigo. —Lo que necesito —dijo Poltan— es que corten este trigo. Toma este machete en tu mano derecha, agarra el tallo con tu otra mano y corta cada planta tan cerca de la tierra como puedas; luego pon a un lado los tallos cortados y después los llevaremos a quitar la semilla. ¿Ya has desayunado?
50
Toni Zenker
—Pues… —contestó Patso—, una manzana. —Bueno, vente a la casa. Almorzaremos y le daremos algo de comer a tu changuito. Luego de terminar el almuerzo, Patso tomó su changuito y lo puso en su hombro. En el campo empezó a cortar las espigas como Poltan le había enseñado y las iba amontonando al lado de donde crecían. Al principio, Patso lo hacía lentamente, pero muy pronto pudo acelerar sus movimientos y terminar el primer surco; pasó al segundo de regreso, y así seguió hasta el medio día. —¡Muy bien! —dijo Poltan cuando regresó para ver lo que había hecho Patso—. ¡Muy bien! Ahora traeré la camioneta. Mientras, amontona las plantas al principio de cada surco para recogerlas y llevarlas al molino. El molinero se encargó de separar los granos de los tallos y los puso en sacos que estaban en la boca del molino. Los tallos fueron regresados a la camioneta y los sacos de grano colocados encima de las plantas. Regresaron a la granja y la camioneta se detuvo delante del establo. En una sección amontonaron las plantas y en otra, los sacos. —Bueno —dijo Poltan—, vamos a comer y a descansar un rato. Luego iremos a otra parcela, donde hay que hacer lo mismo. A ver si terminamos antes de que el molinero cierre.
51
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Después de la comida se fueron, a poca distancia, a otra parcela, donde Patso cortó como lo había hecho en la primera. Logró hacerlo más rápido, así que alcanzaron el molino a tiempo para desgranar las espigas. Llevaron los granos en sacos y las espigas al establo. Las colocaron junto con las anteriores. —Bueno —dijo Poltan—, ésta es una de las cosas en que necesito tu ayuda. Si quieres venir mañana, tengo otras cosas que puedes hacer. ¡Aquí tienes!, y puedes pedir lo que necesitas en la tienda e ir pagando con lo que ganas aquí. —Gracias —dijo Patso y se fue con Tutu a la tienda, donde compró huevos, una sartén, un poco de tocino, y unos plátanos para Tutu. Regresaron a la cueva, cuando ya estaba oscureciendo. Durmieron bien hasta la mañana siguiente. Frió el tocino y los huevos y sirvió una porción sobre unas hojas que encontró para que se enfriara y Tutu pudiera comerlo. Regresaron a la granja de Poltan y éste le enseñó a Patso dónde estaba el alimento de los diferentes animales, cómo tenía que ponerlo para que pudieran comer. Terminando esto, Poltan le enseñó dónde estaba la escoba y los demás objetos de limpieza. Le pidió que aseara el establo mientras él sacaba los caballos a pastar; le indicó dónde poner el estiércol que se usaría como abono para las plantas. Después de ordeñar las vacas, Patso las
52
Toni Zenker
conducía a una parcela cerca de los caballos y limpiaba la parte del establo que albergaba a las vacas. —Bueno —dijo Poltan—, vamos a comer. Veremos lo que hace falta para la tarde. Después de la comida subieron los botes de leche a la camioneta y los entregaron a la compañía para su procesamiento. De regreso a la granja, Poltan dijo: —Patso, ¿qué te parece el trabajo de la granja? —Es muy relajante, me gusta la vida del campo, tan tranquilo y apacible. Así pasaba día tras día y Patso trabajaba con Poltan, hasta que un día, cuando Patso salía de su cueva para irse a la granja, se encontró un par de pantalones. Subiendo los ojos llegó hasta una cara mucho más arriba que la suya. —¡Oh! —dijo Patso—, ¿quién es usted? —Yo soy Ramiso, y esta cueva es donde he vivido gran parte del tiempo. ¿Cómo es que usted llegó a vivir en ella? —respondió una voz mucho muy arriba, que sonaba como trueno. —No había nada aquí más que hojas secas. Entonces me instalé hace ya varios meses. Si usted vivió aquí, ¿cómo es que no dejó ninguna evidencia de que había sido habitado? Y el gigante, con su voz de trueno dijo: —Me llevé conmigo mis pocas pertenencias, pero estoy de regreso.
53
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Patso, temblando un poco ante la presencia del gigante, dijo: —¿Qué le parece si compartimos el espacio? He encontrado trabajo con los granjeros y puedo comer y dar de comer a Tutu lo suficiente para mantenernos con vida. Es posible que haya trabajo también para usted, ya que están a punto de madurar las manzanas y las peras. ¿Tiene hambre? ¿Quiere comer algo? —Pues sí, pero lo que yo como es lo que ustedes comerían en una semana o quizá dos. —Sí, necesitas más comida que yo, pero si quieres, come ahora lo que hay aquí y bajaremos a la granja de Poltan para ver si tiene trabajo para ti y algo para que comas. El gigante Ramiso preguntó: —¿Cómo se llama este animalito que llevas en el hombro? —Es un chango, tiene pocos meses y es apenas un bebé, pero ya veremos qué tamaño alcanza en un par de meses —¿Y para qué sirve el chango? —dijo el gigante. —Ahora no puede hacer mucho porque es pequeñito, pero creo que aprenderá a hacer algunas cosas que nos ayuden en el trabajo del campo. Los changos son bastante listos y aprenden rápidamente lo que les enseñan. Fueron a la granja de Poltan, que los vio venir y salió a su encuentro.
54
Toni Zenker
—¿Qué tenemos aquí? —dijo—, ¿de dónde salió tu amigo? —Pues no soy precisamente su amigo —dijo Ramiso—, él está ocupando la que era mi cueva y ahora propone que compartamos el espacio… pero ¿tienes trabajo que pueda yo hacer? —¡Ah!, no es mala idea, están maduras las frutas en lo más alto de los árboles, y como no tengo escalera que nos permita llegar hasta allá, se desperdician. Tú podrías recogerlas. Vengan. Vamos a la huerta. Y mientras, tú, Patso, pon las frutas más bajas en otras canastas, para que poco a poco vayan madurando. Al medio día regresó el granjero y los llevó a la casa a comer. Cuando Patso y Poltan habían terminado de comer, el gigante apenas había empezado. —Sí —dijo Poltan—, esto va a ser un problema. Comes tanto, que lo que te puedo pagar no te alcanzará para comprar toda la comida que necesitas. ¿Cómo vamos a solucionar este problema? —Tienes el río y el lago muy cerca, puedo ir a pescar unos peces, y si las cocineras me lo preparan, con esto sobreviviré. Así lo hicieron, y los tres convivieron y trabajaron el resto del verano. En el otoño, el gigante recogió fruta de los árboles que antes habían tenido que dejar por falta de una escalera que la pusiera a su alcance. Ahora venía el invierno y ni el gigante
55
Historias de Barsoldo y otros cuentos
ni Patso tenían ropa para sobrevivir una nevada. Poltan pidió al tendero que preguntara a otros rancheros si tenían ropa usada que no necesitaran para llevarla a la tienda y darla a Patso. Para el gigante Poltan tenía una piel de oso, y le pidió a un sastre que pasaba cada tantos meses que le hiciera un saco. Con unas cobijas que ya no usaba, le mandó hacer pantalones, y las esposas de los granjeros se turnaron para tejer, con todos los pedazos de estambre que encontraron, unos calcetines para el gigante, y guantes y gorros para los dos. En el establo encontró unos pedazos de piel que alcanzaron para unas botas, las cuales untaron con grasa de puerco para hacerlas impermeables. El gigante fue a recoger leña mientras Patso ayudaba a Poltan. Al rato regresó Ramiso cargando algo en las manos. Cuando estuvo cerca, los llamó: —¡Vengan a ver lo que encontré! Patso y Poltan se acercaron. —¿Qué es lo que traes? —dijo Patso. —Pues mira nada más lo que encontré en un nicho en la montaña —y extendió las manos para que vieran lo que llevaba. —¡Por Dios! —dijo Poltan—. ¿Qué animal es ese? —Si no me equivoco, es un animal prehistórico… o quizá sea un dragón. —¡Un dragón! —gritó Poltan—. ¡Hay que matarlo al instante!
56
Toni Zenker
—¡Oh no! —dijo Ramiso—, yo lo voy a cuidar, es muy chiquitito ahora y no puede hacerle daño a nadie. —Sí —dijo Patso—, lo podemos cuidar bien, no tema que le haga daño ni a usted ni a sus animales ni a sus cultivos. Voy con Ramiso a arreglarle un lugar donde tenerlo. Vendré en seguida para seguir trabajando. Llegando a su cueva, escogieron un pedazo de tierra junto a la entrada y ahí construyeron una casa para el dragoncito, que en realidad era tan pequeño que seguramente salió poco antes del huevo. —¿Qué le damos de comer? —dijo Patso. —Pues probemos con manzanas —dijo Ramiso, y cortó una del árbol que crecía cerca de la cueva—. También debemos darle agua. —Voy a buscar algo donde podamos traer agua para que beba cuando tenga sed. Patso regresó con Poltan, y Ramiso se quedó limpiando la cueva y cuidando al dragoncito. Al día siguiente, apenas habían despertado, cuando oyeron mucho ruido. Se asomaron afuera, ¿dónde estaba el dragón? —Miren —dijo Patso a los granjeros que los esperaban—, tengamos calma, este animalito está recién nacido y no puede dañar a nadie ni nada. Nosotros cuidaremos que no escape de aquí; en segundo lugar, lo vamos a alimentar con fruta y
57
Historias de Barsoldo y otros cuentos
veremos cómo se puede desarrollar. Creo, aunque no tengo ningún conocimiento de esta especie de animal, que es muy pequeñito y que no va a crecer mucho más que ahorita, así es que vuelvan a sus casas y tomen la cosa con calma. Los granjeros murmuraron groserías entre dientes y no se movían muy rápido para irse. Al final dejaron a los dos hombres con su dragoncito. Éste no creció. Ramiso, que lo cuidaba y lo acariciaba todos los días, empezó a encogerse y, unos meses después de la llegada del dragoncito, eran un poquito más alto que Patso. Como no se apartó de los alrededores de la cueva, los granjeros poco a poco fueron a verlo y le llevaban fruta y legumbres para su alimento. Así vivieron durante años, hasta que un día, cuando Ramiso le llevaba comida al dragón en la mañana, descubrió que no respiraba y no se movía. Acudió un veterinario. Y éste, muy chismoso, anunció su existencia en internet, por lo que otros veterinarios también vinieron a estudiarlo. Construyeron un laboratorio donde llevaron el cuerpo del dragoncito para hacer una autopsia. Analizaron su sangre y se proponían publicar los resultados en la red; les intrigaba el hecho de que Ramiso se hubiera vuelto de tamaño normal. Aplicaron pequeñas dosis de la sangre diluida del dragón a un moribundo, quien, para sorpresa de todos,
58
Toni Zenker
recobró sus sentidos y, en poco tiempo, estaba de pie y tenía una actividad mayor a la de antes de su enfermedad. Tras los estudios internacionales del cuerpo del dragoncito, decidieron montarlo en un pedestal, cerca de la cueva donde había vivido los años que le habían tocado. Un grupo propuso que el cuerpo del animal fuera cubierto con oro. Llegaron los joyeros para hacer la delicada obra de su cabeza, sus escamas y sus patas. El laboratorio creció y la universidad nacional erigió un edificio cerca de la cueva para que los zoológicos pudieran estudiar esta nueva ciencia nacida del estudio del dragón. Poco tiempo después, Patso enfermó y encargó a Tutu con Poltan; luego murió y enterraron su cuerpo cerca de la cueva. Ramiso tampoco duró mucho más. Al morir lo pusieron al lado de Patso.
59
Irak, el invencible —Bueno —dijo el señor Moore a Barsoldo, que estaba sentado delante de su escritorio—, hemos recibido varias quejas de nuestra gente en Irak y hemos decidido que la única solución es que alguien vaya a ver cómo está la situación en verdad. Sabes que ha habido ataques de bombas tanto con bombarderos suicidas como con autos, de manera que no es precisamente lo más tranquilo del mundo. Sin embargo, como has resuelto tantos problemas en tan diferentes partes del planeta, hemos decidido que vayas para que sugieras alguna solución. Eres totalmente libre para aceptar o rechazar la propuesta. ¿Quieres tomarte un par de días para pensarlo? —Creo que puedo ir… si es mi karma que me maten, así será… Si no, tal vez pueda pensar en una solución al problema. —Muy bien —dijo el señor Moore—, nuestro avión te llevará pasado mañana. —Estaré listo a las seis o siete de la mañana. —Te veré en el aeropuerto para despedirte pasado mañana a las seis. Hasta entonces, te deseo,
60
Toni Zenker
de verdad, lo mejor, y muchas gracias por tu cooperación. En el aeropuerto estaba el señor Moore junto al avión cuando Barsoldo llegó. —¡Manténganos al corriente de todo lo que pase en Irak! Barsoldo tomó su asiento en el avión, lo reclinó al máximo y se propuso dormir. Una voz cercana decía: —Estamos a punto de aterrizar en el aeropuerto de Irak. Barsoldo enderezó su asiento y recogió su laptop, su saco y su portafolio. En unos minutos el avión tocó tierra. Él se quedó detenido delante de la puerta, hasta que ajustaron la escalera para descender. Abajo, un hombre en la puerta de la sala de espera lo recibió. Lo llevó al comedor mientras los mecánicos revisaban el avión y ponían combustible y se abastecían de lo necesario. Cuando Barsoldo y su acompañante regresaron a la sala de espera, todo estaba listo para emprender la siguiente etapa de su viaje. El nuevo piloto lo acompañó al avión y juntos subieron las escaleras. Barsoldo escogió su asiento mientras el piloto se adelantaba y tomaba su puesto. Apenas Barsoldo había apretado el cinturón de seguridad, el piloto anunció la salida. Una vez en el aire, Barsoldo abrió su laptop y buscó Irak en internet. Leyó algo de su historia, estudió
61
Historias de Barsoldo y otros cuentos
mapas que le daban una idea de la geografía del país, y estaba a punto de apagar su computadora, cuando la voz del piloto anunció el aterrizaje. En el aeropuerto se encontró con una persona que se presentó como director de la sección local de la Fundación Moore en Irak. —Bienvenido, señor Barsoldo, soy Rashugo. Aquí está el coche para llevarlo al hotel, donde podrá descansar. Mañana hablaremos de los problemas que tenemos aquí. Puede avisar por teléfono a la dirección del hotel cuando esté dispuesto y vendré al instante. Descanse bien y nos veremos más tarde. Barsoldo se acostó y durmió. Despertó a las ocho de la mañana del día siguiente. Barsoldo habló por teléfono para que avisaran al señor Rashugo que estaría listo para hablar con él dentro de hora y media, y que por favor le mandaran algo para el desayuno. Se bañó y se vistió. Apenas terminó el desayuno, llegó el señor Rashugo y revisó con mucha paciencia el cuarto y los muebles, donde encontró varios micrófonos. Los fue desconectando uno a uno. Una vez que estuvo seguro de que nadie oiría su conversación, comenzó a relatar a Barsoldo los problemas que habían aparecido en las últimas semanas. —Parece —dijo Rashugo—, que el secretario de Estado está en contra de que ayudemos al pueblo de Irak. Hemos intentado razonar con él, pero se
62
Toni Zenker
opone tercamente a nuestros propósitos. No sé si se le ocurra alguna idea para tratar a esta persona. Una de las propuestas de nuestros miembros es ofrecerle a este oficial cierta cantidad de dinero para que nos permita llevar cabo nuestro trabajo; sin embargo, varios de nuestros compañeros están en contra de este procedimiento porque huele a corrupción, si tenemos que comprar su cooperación por medio de dinero. —Tiene razón —dijo Barsoldo—, la Fundación Moore está dedicada a ayudar a pobres y desvalidos, no a darle dinero a gente que probablemente tiene más que suficiente para vivir bien. Haga una cita con esta persona para hablar con él mañana, si es posible, o lo más pronto que él pueda. —Está bien —dijo Rashugo, y volvió a conectar los micrófonos. Los dos hombres platicaban de lo hermoso que era Irak, cuando alguien tocó a la puerta. Rashugo abrió y dijo: —¡Muy buenos días, señor!, estábamos hablando de pedir una audiencia con usted. Aquí tiene al señor Barsoldo, emisario de la Fundación Moore, que ayuda al pueblo de Irak con alimentos y medicinas. Barsoldo se había puesto de pie y extendió su mano. —¡Mucho gusto en conocerle, señor ministro! Soy un enviado de la Fundación y me gustaría
63
Historias de Barsoldo y otros cuentos
hablarle sobre la situación. Si tiene tiempo y pudiera pasar a sentarse, platicaríamos un rato, porque me gustaría saber su opinión sobre lo que podemos hacer para ayudar a su país. —Gracias —dijo el ministro y pasó a sentarse en un sillón haciendo una seña con la mano a Rashugo para que saliera del cuarto. Entonces, con la puerta cerrada, el ministro y Barsoldo platicaron sobre la razón del ministro para oponerse a que la Fundación Moore siguiera ayudando. —Me parece sumamente exagerado lo que les han dicho acerca de que el pueblo de Irak necesita ayuda. Las cosas aquí están reorganizándose y, en corto tiempo, estaremos otra vez entre los más importantes países en comercio exterior. Así que, en realidad, hay trabajo para todo el que quiera trabajar, y los que no quieren trabajar, que se vayan al diablo. —Bueno —dijo Barsoldo— ésta es, probablemente, la verdad en relación con la población masculina en Irak, pero hay que tomar en cuenta las cifras que la onu ha publicado sobre la cantidad de viudas, niños y ancianos, que son a quienes hemos estado proporcionando ayuda alimenticia y de medicamentos. —Bueno, señor Barsoldo —dijo el señor ministro—, si usted insiste en meterse en los asuntos de
64
Toni Zenker
Irak, es muy posible que le suceda un accidente que lo borre del mapa. —Si algo me ocurriera, la Fundación Moore dejará de enviar ayuda al pueblo de Irak y, en poco tiempo, ustedes tendrán un montón de muertos que apestarían en todo el país y la onu mandaría ejércitos a eliminar a los actuales gobernantes para remplazarlos por oficiales que tendrán un punto de vista más humanitario. —En dicho caso, usted tendrá que quedarse en este hotel hasta que hayamos reunido al Congreso y los miembros decidan si la Fundación Moore podrá seguir otorgando ayuda. Hasta luego, señor Barsoldo. El ministro salió del cuarto y abordó el auto oficial que lo esperaba en la calle para llevarlo hasta su oficina. Al día siguiente, Rashugo llegó para llevar a Barsoldo al Congreso, donde se discutiría sobre si seguirían o no recibiendo ayuda de la Fundación. El ministro habló primero y pintó un Irak económicamente independiente, donde todos los hombres tenían trabajo. Ocultó la pobreza del país y, por ende, concluyó que se debía cancelar la ayuda del señor Moore. Luego siguieron otros diputados, y cada uno pintó la situación económica de su distrito. Al cabo de unas horas, luego que hablaron por turno todos, hubo una votación en la que acordaron que se
65
Historias de Barsoldo y otros cuentos
recibiría la ayuda. Barsoldo se puso de pie para expresar su felicidad por el resultado. En este preciso momento se escuchó el sonido retumbante de un disparo. Barsoldo cayó sobre su asiento llevándose la mano derecha al brazo izquierdo, de donde salía un chorro de sangre. La policía iraquí detuvo al hombre que había disparado, le arrebataron el arma y lo llevaron a la comandancia. Rashugo y otros iraquíes ayudaron a Barsoldo a salir del Congreso. Lo llevaron al hospital, luego al hotel con una enfermera que le ayudaría mientras se recuperaba. Al día siguiente, Rashugo apareció en la televisión con la noticia de que el ministro había pintado un Irak tan hermoso y perfecto el día anterior, que fue destituido. La discusión, ahora, estaba encaminada decidir si se le debía encarcelar o exiliar. Rashugo se comunicó por medio de internet con el señor Moore. Días después, Rashugo ayudó a Barsoldo a tomar el avión. El señor Moore había estado pendiente del estado de Barsoldo todo este tiempo. Cuando regresó a su trabajo, el señor Moore no solamente le dio las gracias en nombre de la Fundación, sino que también le anunció un fuerte aumento de salario.
66
Topico y Ratizo mostrando la moralidad Éste era un país muy, muy lejano, rodeado por varias cordilleras montañosas. En una de esas montañas, escondido entre lo picos, había un valle. En este valle vivía una comunidad de dragones gobernados por el rey Dragón. El rey Dragón, al final de la lección que daba cada semana a sus alumnos dragoncitos, se dirigió a ellos: —Ya todos ustedes saben que cada vez que hagan algo bueno que ayude a la gente, una de sus escamas se volverá de oro. De manera que, con el paso del tiempo, serán totalmente dorados, como yo y gran parte de los dragones mayores… Así finaliza la clase de hoy. Ahora pueden llevar fruta de los árboles a abuelito Dragón, que necesita algo de comer. Los dragoncitos fueron en busca de fruta. Topico y Ratizo se quedaron unos minutos hablando. —¿Será eso cierto? —dijo Topico—. Si hacemos algo bueno para la gente, ¿nuestras escamas se volverán de oro? Pero… ¿Recuerdas cuando llevamos agua a la gente y nos regañaron porque habían
67
Historias de Barsoldo y otros cuentos
acabado de regar sus campos y causamos inundaciones? Debemos tener cuidado con lo que hacemos para ayudar, porque no me gustaría que nos castigaran como aquella vez… Bueno, ¡vamos a buscar fruta para el abuelito Dragón! —Pues vámonos, que ya se está haciendo tarde —dijo Ratizo. Fueron a los árboles frutales más cercanos, pero como eran pequeños, Ratizo quedó de pie, apoyándose sobre su cola doblada y sus garras aferradas al árbol, mientras Topico subió sobre su espalda y, estirando su cola a todo lo que daba, alcanzó unas frutas que estaban en la copa. Entonces bajó Topico y fueron a la cueva donde estaba el abuelito Dragón. —¡Oh, muchas gracias! —dijo el abuelo—. Es muy amable de su parte, pero lo que me hace falta es volar. Antes podía volar, volar y volar —y estiraba su cuerpo cansado y miraba añorando el cielo. —Quizá podríamos ayudarte, si cada uno de nosotros nos ponemos debajo de cada una de tus alas para sostenerte, abuelito, con ese apoyo a lo mejor podrías volar. Si quieres, lo intentamos —dijo Topico. Entonces se colocó a un lado del abuelo y Ratizo se puso del otro. Así, los tres se echarían a volar. El abuelito Dragón, sorprendido, negaba con la cabeza, pero ante el afán de los jóvenes, comenzó a hacer un gran esfuerzo para mover sus alas. Los dragoncitos, sin embargo, no podían estabilizarse
68
Toni Zenker
y cayeron rodando a tierra. Abuelito Dragón, ya sin sostén, cayó en un pozo cercano. Al ver esto, el rey Dragón, que había estado vigilando desde tierra, se acercó al grupo y regañó a los dragoncitos. —¡Miren lo que han hecho! Han herido al abuelo Dragón… ¡Así no podremos hacer la ceremonia de despedida cuando tenga que volar al Sol para derretir el oro de sus escamas! Vengan mientras pienso el castigo que merecen por este acto. Apenas había terminado de hablar, cuando apareció en el horizonte el abuelito Dragón volando y haciendo piruetas, como si fuera un dragoncito de quince años. El abuelito aterrizó junto al rey y los dos dragoncitos y dijo, con voz fuerte y alegre: —¡Gracias, jovencitos, me hicieron caer en el pozo de la benevolencia! Ahora ya no padezco ningún dolor y puedo volar como deseaba. Todo gracias a ustedes. Entonces ocurrió algo inesperado, tanto Topico como Ratizo se cubrieron de oro desde la cabeza hasta la cola. —¡Oh! —exclamó el rey Dragón—. ¡Han realizado un acto de benevolencia tal para el abuelo Dragón, que no hay palabras para alabarlos! Y Topico y Ratizo fueron dorados toda su vida, como ningún otro dragón. Y cuando al rey Dragón, después de unos milenios, le tocó el turno de tomar el vuelo hacia el sol para derretir el oro de sus escamas
69
Historias de Barsoldo y otros cuentos
y ser remplazado como rey, los otros dragones no encontraron candidatos más idóneos que Topico y Ratizo. Fue la primera vez que hubo doble rey entre los dragones. Y no hubo dragones más sabios que ellos y reinaron los dos milenios asignados. Cuando partieron juntos al sol, sobre la Tierra se precipitó un diluvio de oro en tal cantidad, que hasta los hombres en los valles más lejanos encontraban pepitas de oro décadas después en los lechos de los ríos. Sin embargo, como las montañas eran tan altas, tan altas de verdad, nadie pudo jamás rescatar para sí mismo el gran tesoro de los dragones.
70
Un rosal para Rosalba El señor Eneldo trajo unas cosas para don Nacho y luego se fue. Yo dije: —¿Éste es el señor Eneldo? —Sí, es el nombre que está usando en estas tierras. —¿Cómo? ¿Sabes su nombre verdadero? —No, nunca se lo he preguntado. ¿Por qué le habría de preguntar la razón por la que ha llegado a estas tierras y usa un seudónimo? —Sé que tú sabes quién es él… y por qué usa un nombre falso. ¡Por favor, es un personaje tan interesante que ardo en deseos de saberlo! Mi interlocutor, mirando a diestra y siniestra, comenzó a hablar, como si temiera que alguien le escuchara: —Está bien —dijo. Y comenzó: “La historia de Eneldo la sabemos muy pocos, porque él nos la contó y nos pidió guardar el secreto. Comienza cuando vivía en un pueblo de México. Un día se encontró con Rosalba, una niña que tendría unos 15 años. En ese entonces él tendría casi 20 y fue
71
Historias de Barsoldo y otros cuentos
amor a primera vista; ambos se correspondieron. Entonces Eneldo decidió hablar con la madre de Rosalba para pedirle a su hija en matrimonio. La madre estuvo de acuerdo. Cumplieron con todos los requisitos legales. Llegó el día de la boda y se encaminaron a la iglesia para la ceremonia religiosa. Estaba a medias la celebración, cuando, de pronto, apareció Rodolfo, el dueño de la hacienda. Haciendo un gran escándalo, tomó a Rosalba del brazo y se la echó sobre el hombro. Asombrados, los invitados oyeron sus botas que resonaban en la iglesia y no se atrevieron a nada. Ya afuera, la arrojó a lomos de su caballo, montó rápidamente y partió. Todo ocurrió tan rápido que nadie pudo hacer nada. Una vez que Eneldo recobró sus cinco sentidos, se dirigió a su casa, tomó un revólver, lo cargó y partió a casa de Rodolfo. Era de noche cuando llegó, y entró guiándose con la luz de la entrada que iluminaba la escalera. Subió y siguió el sonido de una voz que decía: —¡No! ¡No quiero! Llegó ante una gran puerta, la abrió en un dos por tres y miró la escena. Ahí estaba Rodolfo y tenía a Rosalba atada de brazos y manos. Sin pensarlo, Eneldo disparó contra Rodolfo, pero… —y he aquí la parte más trágica que lo marcó como un espectro viviente— los disparos atravesaron el cuerpo de Rosalba antes de llegar al corazón de Rodolfo. Él la
72
Toni Zenker
soltó y ambos cayeron de espaldas en la cama. Eneldo se acercó y vació su revólver en el cuerpo de Rodolfo, tomó a Rosalba en brazos, dejó caer el arma y huyó con el cadáver. Puso amorosamente el cuerpo a lomos del caballo, montó y galopó lejos, muy, muy lejos durante el resto de la noche. Por la mañana llegó al claro de un bosque, ató el caballo, tomó el cuerpo de Rosalba y lo colocó en el centro del claro. Fue al mercado, compró velas, veladoras y cerillos y las puso alrededor de la muchacha. Al oscurecer, encendió el fuego, se derritió la cera e impregnó el vestido de Rosalba, que no tardó mucho en arder formando una gigantesca antorcha que iluminó la noche. Y el viento llevó el fuego primero a un árbol, luego a otro, y a otro, y el bosque completo se incendió. Eneldo huyó y aguardó a que se consumiera. Volvió al mercado… los que lo vieron contarían después que parecía un alma en pena, compró un rosal de exquisito perfume y lo plantó en medio de las cenizas. Durante un año volvió al claro para cuidar tanto del rosal como de los arbolitos que sembró. Llegó el tiempo de las aguas y, muy a su pesar, abandonó el lugar. Se echó a caminar y dio con este pueblo. Ahora que lo he visto otra vez, tengo la impresión de que no durará mucho tiempo vivo. Se dice que casi no come y trabaja hasta muy noche. Cuando
73
Historias de Barsoldo y otros cuentos
suceda lo inevitable, lo pondremos en aquel claro del bosque, prenderemos velas y veladoras alrededor de su cuerpo y lo encenderemos. Al terminar de abrasarse, plantaremos un rosal de exquisito perfume en medio de las cenizas‌
74
Barsoldo en el fondo del mar —¡Muy buenos días, Barsoldo! —dijo el señor Moore—. Tenemos un nuevo problema, muy extraño. No me han dado grandes detalles, pero se trata de una estación submarina, cerca de las costas de México, unos cuantos kilómetros al oeste de Acapulco. Propongo que vayamos a investigar lo que sucede. Sugiero que lleves una maleta pequeña. —Entonces, nos vemos pasado mañana. —Saldremos de aquí a las ocho y media de la mañana para llegar antes del calor de medio día. Dos días después abordaron el avión de la Fundación y volaron a Acapulco. —¡Buenos días! —dijo el señor Moore al encargado de la oficina—. Nos dirigimos a Pochitla, al oeste de la ciudad. ¿Qué vehículo nos recomienda para llegar allá? —Conozco Pochitla —dijo el encargado—. No existe transporte público que vaya hacia allá. Tendrían que rentar un auto; el camino es bastante malo. Yo podría ayudarles, tengo un conocido que renta coches. ¿Quieren que lo localice?
75
Historias de Barsoldo y otros cuentos
—¡Sería estupendo! —dijo el señor Moore—. Tenemos que llegar allá lo más pronto posible. El encargado tomó su teléfono y marcó. Al colgar, dijo: —El coche estará aquí en unos cinco o diez minutos, tomen ustedes asiento. —¿Sabe si hay en Pochitla un hotel donde podamos alojarnos? —Existe una pequeña posada. El viaje, por carretera sin asfaltar, duró cuatro horas. Pararon delante de la posada y el señor Moore le dijo al chofer que esperara mientras hablaba por teléfono. Al entrar a la posada, el señor Moore se dirigió a un anciano que estaba detrás del mostrador. —¡Buenos días! Queremos unos cuartos. Además, necesito comunicarme con la estación submarina. —Tomen asiento mientras localizo a la mujer de la limpieza. —¿Puedo usar esta mesa? —Todo lo que necesite está a su disposición. Y desapareció llamando a gritos: —¡Clarisa! ¡Clarisa! El señor Moore colocó su laptop sobre la mesa y se conectó a internet. En unos minutos empezó su conversación con alguien de la estación submarina. —¿Con quién hablo? ¿Con Sam… con Juan? ¡Ah, hola, Juan! Ya estamos aquí, en Pochitla, y viene
76
Toni Zenker
alguien conmigo que puede acompañarlos. ¿Qué se necesita para hacerle descender a la estación?... Perfecto, esperaremos a la persona que enviarán ustedes. Moore se dirigió a Barsolodo y le avisó: —Traerán un traje para ti y serás conducido a la estación. Salieron a la playa. Embarcaron en un yate junto con dos hombres que les aguardaban. Condujeron a Barsoldo a un batiscafo. En un segundo se encontraron delante de una puerta que se cerraba como un diafragma iris. Luego descendieron. El agua cubrió los ojos de buey. La esfera se dirigió a una cúpula brillante y entró. Dentro, la esfera emergió a una especie de piscina donde flotó. Nadaron a la orilla. Se quitaron los trajes. Barsoldo se dirigió a un hombre que estaba sentado frente a un escritorio y que les daba la espalda. Miraba con atención una pantalla. El hombre giró su silla y lo miró con preocupación. —Soy Barsoldo, el ayudante del señor Moore, vengo a investigar sobre el problema que les aqueja. —Soy el comandante Barltee; el problema es muy sencillo y, a la vez, muy complicado. Uno de nuestros trabajadores trajo un lobezno hace unos meses. Fue bienvenido y bien querido por la tripulación, hasta que la naturaleza del animal surgió al crecer y comenzó a atacar. Si gusta, puedo conducirlo al lugar de los hechos.
77
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Lo condujo por pasillos iluminados por luces alargadas hasta una sección aislada. Una pequeña ventana permitía atisbar al interior. Vio al lobo, su cabeza descansaba sobre sus patas delanteras, al acecho, y miraba a un hombre agachado detrás de unos tanques. Barsoldo volteó a mirar al comandante. —¿Qué proponen ustedes? —Es obvio que debemos retirar al animal de ahí; el problema radica en cómo hacerlo. No podemos enviar gas, porque el sistema de ventilación es universal, y no hay manera de aislar ese cuarto de los demás de la estación. —Sí —dijo Barsoldo—, eso es evidente. Lo que habrá que hacer es anestesiarlo, pero ¿cómo? Hay que comunicarnos con el jardín zoológico en México, con el veterinario que se ocupa de los lobos. —Será lo mejor —dijo el comandante—. Regresemos a la oficina y avisemos al señor Moore para que contacte urgentemente con el zoológico de México. Barsoldo describió la situación al señor Moore, quien con ayuda de su laptop, se conectó con el encargado del zoológico, explicó el caso y pidió que localizaran al veterinario encargado de los lobos. El comandante dio órdenes de que le arrojaran pollos al lobo para aminorar su hambre. —Thomas Moore aquí —dijo a través de su web cam—. ¿Es usted el médico veterinario que se ocupa de los lobos?
78
Toni Zenker
—¡Sí, señor! Pedro Díaz, a su servicio. El señor Moore le contó en pocas palabras la situación en la estación submarina. —¡Le necesitamos urgentemente, con anestesia para dormir al lobo y sacarlo! No importan los costos. Tendremos un coche esperándole en Acapulco. —Haré lo necesario, lo más rápido posible. Moore habló a su Fundación para decirle al tesorero que se comunicara tanto al aeropuerto de México como al de Acapulco para que tuvieran listo un avión. Poco después le anunciaron que el vuelo había llegado a Acapulco y que Pedro Díaz estaba en camino hacia Pochitla. Cuando hizo su aparición el veterinario en la estación, preguntó: —¿Cómo es posible entrar en el cuarto? —¡No se puede! —dijo el comandante—. El animal está mirando precisamente en esta dirección. Desde donde estamos no hay ninguna abertura, ¿trae algo que pudiera proyectar la anestesia desde aquí? Quitaríamos entonces una parte o toda la ventana y, desde aquí, se dispararía la anestesia. —Sí, pero, entonces, ¿dónde entraría la anestesia?, ¿qué efecto tendría sobre el animal y cuánto tiempo tardaría hasta que el animal durmiera? Tengo casi una triple dosis que usaría en condición controlada, con el animal amarrado. De manera que si logran quitar la ventana, cargaría la inyección y, desde aquí, la lanzaría a la nuca tan rápido
79
Historias de Barsoldo y otros cuentos
como fuera posible, y una segunda dosis sobre el lomo. Parte del personal llegó con instrumentos para cortar el vidrio. Una vez libre la ventana, el veterinario se preparó. Con mucho cuidado disparó hacia la nuca del lobo que, al sentir el piquete, saltó y se volvió hacia la ventana. El veterinario, sin embargo, tenía lista la segunda carga y la lanzó hacia el hocico. El animal cayó, estiró las patas y quedó inmóvil. Rápidamente, los marineros ataron sus patas y la mandíbula. Otros aparecieron con una camilla, lo levantaron y lo colocaron sobre ella para sacarlo del cuarto. Por la mañana consiguieron una camioneta que los llevó, con el lobo enjaulado, a Acapulco. Y así fue como el zoológico adquirió un nuevo ejemplar y la gente se entretenía escuchando su asombrosa historia.
80
La Fundación Moore salva otro pueblo —¡Buenos días, Barsoldo! —dijo el señor Moore—. ¿Cómo te sientes? ¿Ya no te duele el brazo? —Ya no. Nada más a veces, si lo muevo bruscamente… fuera de eso, estoy muy bien. —¡Me alegra escucharlo! Hemos recibido quejas de un país con el que ni siquiera sabíamos que teníamos conexiones. Lo buscamos en los mapas y solamente encontramos una mención: Ilson, en un área montañosa de África. Pensamos que la manera más factible de llegar allá sería en barco, ya que no hay aeropuertos debido a las montañas que la rodean. —¿Y cuál es el problema? —Pues no es muy claro —dijo el señor Moore—, parece que no está llegando la ayuda como debe ser. Tenemos el barco listo en el puerto de Silco. —No es ningún problema, porque no he retomado ningún asunto importante desde el último viaje. Con todo gusto puedo estar listo para salir. Dos días después, Barsoldo abordó el avión de la Fundación Moore que lo llevó a la playa.
81
Historias de Barsoldo y otros cuentos
—Zarparemos al instante —dijo el capitán—, para llegar a la costa de África donde queda el país llamado Ilson. Después de instalarse, Barsoldo acompañó al capitán al timón. —Vamos a mi cabina —dijo el capitán después de un buen rato—. Comeremos algo, ya que el viaje es un poco largo. Bajaron y tomaron un coctel de mariscos, acompañado por un vino blanco exquisito. Después del almuerzo, cada uno se retiró a descansar gratamente. Los días pasaron, hasta que el capitán anunció que se acercaban a la costa de África. En la playa se podía ver gente armada. Barsoldo no se inmutó, sabía que el lugar era muy montañoso y, por lo tanto, no habría un gobierno estable. —Hemos interceptado la orden del gobierno que decía que, a su llegada a la playa más grande, fuera conducido a un lugar apartado para fusilarle. Decidimos primero hablar con usted y darle a conocer exactamente cómo están las cosas en este país. Venga con nosotros, le llevaremos a nuestro campamento. Allá tenemos un grupo que representa, de una forma u otra, a la población de Ilson. Al llegar al campamento, Barsoldo fue conducido a una tienda de campaña. El comandante entró con él, mientras los otros rodearon la tienda con fusil alerta.
82
Toni Zenker
—Tome asiento, señor Barsoldo —dijo el comandante—. Soy Raúl Cabañas y me da mucho gusto conocerle. Hemos leído en internet algo de los viajes que ha hecho en nombre de la Fundación Moore. Estamos muy contentos de que fuera a usted a quien enviara el señor Moore a investigar el problema que nos aqueja. En realidad, lo que sucede es que el gobierno recibe el dinero que mandan, pero se lo queda. Nosotros, como el resto del pueblo, no hemos recibido ninguna ayuda; la gente está a punto de morir de hambre si no recibe víveres pronto. El hecho de que ellos los mandaran fusilar a su llegada indica claramente qué tipo de gente ha tomado las riendas del país. Todos los que estamos aquí éramos representantes del pueblo, pero, desde la gran catástrofe que montaron para controlar el gobierno, hemos venido a las montañas para formar un gobierno en el exilio. En unos minutos vendrán los compañeros que anteriormente gobernaron. Ellos le presentarán su punto de vista de cómo son las cosas ahora en Ilson, y lo que hemos pensado para remediarlo. Apenas terminó de hablar el comandante, cuando entraron unas veinte o treinta personas que tomaron sus asientos. El comandante empezó a hablar: —Compañeros, les presento al señor Barsoldo, que viene en representación de la Fundación Moore y está dispuesto a oír sus quejas y las ideas que
83
Historias de Barsoldo y otros cuentos
tengan sobre cómo reorganizar el país para que vuelva a ser la república que era antes. Uno por uno los compañeros empezaron a hablar, presentaron en pocas palabras la situación del país. Cuando todos hablaron, el comandante dijo a Barsoldo: —Esto le da a usted el panorama de desolación que abarca todo el país, porque los que han tomado el mando pasan el tiempo divirtiéndose y abusando de todos. Barsoldo se levantó y dijo: —Con mucha pena he escuchado lo que han descrito. Si es posible hablar desde aquí por internet a la Fundación Moore, les comunicaré la urgencia de enviar alimentos. ¿Me pueden indicar los datos de latitud y longitud? La ayuda llegará por medio de helicópteros para que ustedes puedan repartirlo. —Venga conmigo —dijo un joven—, tenemos un lugar protegido, sin interferencia, y allá podrá comunicarse con la Fundación Moore sin problema. Lo llevó a otra cueva que conducía a una sección interior, donde había antenas y computadoras. En pocos minutos, Barsoldo había llamado al señor Moore y le había informado de la situación que reinaba en Ilson y de la necesidad de que mandara alimentos básicos para la población. Al día siguiente empezaron a llegar los primeros helicópteros. Era una escena singular, junto con los
84
Toni Zenker
cascos azules de la onu, los alimentos fueron cargados sobre burros para llevarlos a los pueblos. Las buenas noticias se dieron en la tarde: el ejĂŠrcito de la onu habĂa sorprendido a la mayor parte de los usurpadores y los habĂa llevado ante un tribunal internacional para ser juzgados.
85
Parma, Grensa y Jariza La bisabuela acababa de llegar de visita al pueblo, estaba bajo el dintel de la puerta. La niña hablaba con sus amiguitas sobre el baile próximo. La niña se le acercó al mirar esa magia en su cara. —¡Ay, bisabuela! ¿Por qué pusiste cara de quinceañera? —le preguntó Parma. —¡Ay, hijita! Olvida lo de abuela, soy tu amiga. Dijiste que te verías con tus amigos, y ni modo que me quede sentada como una viejita mirándolos. Voy a actuar igual que todos ustedes. —¿Entonces quieres ir con nosotros? —la abuela asintió con la cabeza—. ¿Y cómo te llamaré? —Jariza —contestó su abuela-amiga. Llegaron a la escuela donde sería el baile. Parma entró seguida por Jariza y se fue a una mesa donde estaba sentado un muchacho —Éste es Grensa y ésta es mi amiga Jariza. —Mucho gusto, siéntense. Apenas iban a sentarse, cuando la música comenzó y otro muchacho apareció para invitar a bailar a Parma. Grensa también se puso de pie,
86
Toni Zenker
tomó la mano de Jariza y la sacó a bailar. Jariza se dejó llevar con el ritmo de la música. Bailaron como si fueran una sola persona. Al regresar a la mesa, Grensa dijo: —Qué divino bailas, nunca he bailado con alguien tan bien, era como si estuviéramos volando… Al poco tiempo volvió la otra pareja y fueron alternando el bailar y el sentarse a ratos. Cuando terminó el baile, volvieron a casa de Parma. El otro muchacho se despidió y quedaron Parma, Jariza y Grensa en la sala. —¿Te vas a quedar mucho tiempo aquí con Parma? —preguntó Grensa. Jariza dijo: —No sé, dejé muchas cosas pendientes en mi país y me urge regresar lo más pronto posible… —¿Dónde está tu país? —Está muy lejos de aquí y es casi desconocido; se ubica en la costa sureña de África. —¡Ah! —exclamó Grensa—, ahora que tengo vacaciones me gustaría acompañarte de regreso a tu país. Me gustaría conocer pueblos y países nuevos. ¿Sería posible? —Tendría que pedir permiso y también hablar con tu mamá para saber si está de acuerdo con que fueras conmigo. Mi país es muy diferente a lo que estás acostumbrado. Tendrías que tomar un curso que te enseñaría lo que es mi país y, si están de
87
Historias de Barsoldo y otros cuentos
acuerdo, te podrías quedar un par de semanas. Luego decidirás si quieres regresar. A la mañana siguiente, a casa de Jariza llegó Grensa muy temprano. Ella se comunicó por teléfono con la madre del muchacho. En un dos por tres la convenció. El viaje en avión fue largo y soñado. El país se llamaba Porso o eso era lo que escuchaba entre sueños Grensa. Al descender les esperaba un vehículo del cual Grensa no vio ninguna rueda; tampoco vio ninguna carretera. —¿Cómo funciona esto? —preguntó. —Ahora verás cómo se mueve. Y lentamente se empezó a mover. Grensa veía una extensión infinita y verde, como si fuera una carretera toda hecha de pasto, con árboles grandes a cada lado y plantas desconocidas con flores alrededor de sus raíces. Agradablemente platicaron mientras pasaba el tiempo y, de repente, empezaron a aparecer edificios de formas y colores que Grensa jamás había visto. El vehículo se detuvo delante de una casita rodeada de jardín. Jariza dijo: —Llegamos a mi casa. Las puertas del vehículo y de la casa se abrieron. Entraron a un cuarto grande lleno de luz y color y con un olor delicado que Grensa no pudo identificar, pero que le agradó enormemente.
88
Toni Zenker
—Ven por aquí —dijo Jariza—, aquí está tu cuarto y aquí están tus cosas. Al día siguiente, Jariza llevó a Grensa al edificio dónde tendría su clase: —¡Vengo por ti cuando termine la clase! ¡A ver qué se nos ocurre hacer el resto del día! Grensa entró y un señor ya grande, sentado detrás de un escritorio, lo saludó y le dio la bienvenida. Grensa tomó asiento. —Comenzaremos por contar el quehacer de este reino. “Hace muchísimo tiempo este país fue separado del continente africano. Llegaban migrantes de distintas partes del mundo a vivir aquí. Con el tiempo desarrollamos una cultura muy diferente de la del país de donde vienes. Hemos podido conectarnos con el mundo espiritual sin perder la conexión con el mundo material. ”Jariza tiene doscientos años de vida en el mundo material, pero ella puede aparecer de la edad que le dé la gana; si quisiera, aparecería de tu edad y, mañana, con un aspecto muy distinto. Ahora empezaré enseñándote lo que es el mundo espiritual, ya que conoces el material. En primer lugar, el ser humano consta de cuatro elementos. Tiene un cuerpo físico en común con piedras, plantas y animales; cada uno tiene un cuerpo físico según su especie. Luego se tiene un cuerpo etérico, en común
89
Historias de Barsoldo y otros cuentos
con plantas y animales, porque cada uno nace, crece y desaparece según su especie. Después se tiene un cuerpo astral, que se ocupa principalmente de las emociones que tiene en común con los animales, pero lo que posee el ser humano y que ninguna otra especie tiene es el ego. Antiguamente era un ego Grupal, como, por ejemplo, los antiguos judíos que nos han dejado la Biblia, con excepción de uno que otro profeta, que tenía la tarea de producir un cuerpo físico capaz de soportar el ser espiritual solar que fue evolucionando, hasta que nació uno nombrado el Cristo. Los judíos tardaron 49 generaciones hasta cumplir esta tarea. En el Nuevo Testamento, en el libro de Mateo y en el de Lucas, se nombran las generaciones de Abraham hasta David, y son iguales que en el libro de Mateo, quien sigue a los descendientes de Salomón, que fuera hijo de David. Así nació un niño: Jesús, que tenía el mismo ego de Zaratustra. Este niño, pues, era un niño sobredotado, debido a que sabía las cosas antes de que se las explicaran, porque Zaratustra había tenido muchas encarnaciones y había aprendido mucho; ahora encarnaba en la figura de Jesús. ”En el libro de Lucas se sigue a los descendientes de Nathan, hermano de Salomón y, por ende, hijo de David. Este niño Jesús tenía un ego que había sido guardado en centros esotéricos desde que los seres humanos empezaron a encarnar en cuerpos físicos.
90
Toni Zenker
Nunca había sido encarnado, por lo que este niño era muy simple, pero tenía enorme amor. ”A la edad de doce años, el ego de Zaratustra dejó al niño Jesús salomónico y pasó al niño Nathan; poco después el niño salomónico muere. Luego, su padre. Ahora el niño Jesús nathánico, con el ego de Zaratustra, se mostró en el templo, en Jerusalén, hablando con los sacerdotes hebreos. ”Siguió desarrollándose, aprendió carpintería de su padre y trabajó y viajó por el país hasta los treinta años. Entonces se dirigió al río Jordán para bautizarse. En el bautizo, el ego de Zaratustra regresó al mundo espiritual y entró en el Cristo, en este cuerpo físico que con tanto cuidado había sido preparado para recibirlo. Poco a poco el Cristo dominó el cuerpo físico, hasta que en la crucifixión ya no existía Jesús, sino totalmente el Cristo.” —Ahora —prosiguió el profesor—, nuestros antepasados desarrollaron nuestros seres de manera que pudiéramos vivir en esta tierra y también en el mundo espiritual. Si quieres quedarte recibirás un entrenamiento que te permitirá vivir en los dos mundos; cuando llegues a un nivel de maestría, regresarás a tu país para ayudar a la gente a dominar el mundo material y el mundo espiritual al nivel que podrán alcanzar. —¡Gracias! —dijo Grensa—. ¡Me interesa mucho lo que me has dicho! Me encantará quedarme para
91
Historias de Barsoldo y otros cuentos
ayudar en el desarrollo de la humanidad, si es que me tocara hacerlo. —Muy bien —dijo el profesor—, esto es todo por hoy, creo que viene Jariza a buscarte. Seguiremos mañana a la misma hora. Cuando salió, se fueron a caminar por las orillas del lago, donde las garzas volaban y los pájaros cantaban. —¿Qué te ha parecido tu primera lección? —¡Oh, me interesa muchísimo! Y quiero quedarme aquí y seguir estudiando para, si así me toca, ayudar al desarrollo de la humanidad. —Grensa la miró—. ¿Puedo hacerte una pregunta? Ella asintió con la cabeza. —¿Es cierto que tienes doscientos años de edad? —Sí, el profesor te lo dijo… —Sí, pero ¿cómo es posible que parezcas como todas las muchachas de mi generación? —¡Oh! —contestó Jariza—. Cuando llegamos a cierto grado de desarrollo, aparecemos físicamente con la edad que cualquier situación exija. Vamos ahora a tu cuarto. Descansa hasta la hora de la cena. Así siguió, día tras día, la vida de Grensa. Pasaba año tras año sin que notara realmente el paso del tiempo. Un día fue llamado a la dirección, donde le hablaron de una situación que había ocurrido en su país de origen.
92
Toni Zenker
—Podrías regresar, si quieres, e intentar mejorar la situación. Si lo deseas, Jariza puede acompañarte. Vivirían como pareja de casados, y utilizando los conocimientos que cada uno tiene, ayudarían a mejorar poco a poco la situación. Grensa y Jariza encontraron las condiciones del país muy distintas a como lo dejaran años atrás. Empezaron formando una escuela para niños donde, por medio del arte, enseñaban. Usaron, en los primeros años, los cuentos de hadas que, en realidad, enseñan moralidad. Por medio de la pintura con acuarela, que hacían una vez por semana, despertaron la sensibilidad al color. Los niños que habían terminado la escuela con ellos y llegaron a la madurez, eran maestros en su escuela. Así, poco a poco, iba cambiando el enfoque moral del pueblo, y tanto Grensa como Jariza lograron influir sobre ciertos adultos que tomaron el control, tanto de la política como del comercio, haciendo que existiera cierta uniformidad en la vida del país.
93
Historias de Barsoldo y otros cuentos
94
El gigante y el hipopótamo Toringo era un muchacho como cualquier otro, que vivía con sus papás e iba a la escuela, hasta los 18 años, cuando, de repente, empezó a crecer y crecer y crecer y crecer. Llegó a ser tan grande que no cabía en la casa de sus papás y decidió irse a vivir al bosque. Andando por aquí y por allá, se encontró con un hipopótamo. El animal estaba muy triste porque decía que un circo lo había dejado en el bosque. Creía que no sobreviviría y le fastidiaba vivir solo. —Podemos vivir juntos —dijo el gigante—, yo no puedo vivir en ninguna casa, pues no quepo, y tú tampoco serías bienvenido en cualquier casa. Hagamos una. Trabajaremos con los campesinos, los ayudaremos. No necesito escalera, puedo alcanzar la fruta de los árboles más altos; tú puedes jalar el arado y cargar cosas para ellos, y así viviríamos bien. —Bueno —dijo el hipopótamo—, así lo haremos. Como trabajaban con los campesinos que lo necesitaban, llegaron a quererlos y les construyeron una casa, con un área muy alta para el gigante y otra más baja, pero más ancha, para el hipopótamo.
95
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Vivieron así muy felices, ya que servían a los campesinos en muchas cosas. Pasaron los años, hasta que un día el gigante encontró al hipopótamo enterrado en el pasto y apenas respirando. En un instante dejó de respirar y el gigante exclamó: “¡Mi amigo ha pasado a la otra vida! ¿Qué haré ahora?” Entonces bajó al pueblo, donde comunicó lo que había pasado con su amigo. En ese tiempo había un profesor de biología que pasaba ahí sus vacaciones. Cuando oyó que había muerto un hipopótamo, se dirigió al pueblo y opinó que era una especie en vías de extinción. Habló a la universidad donde trabajaba para que le mandasen gente para conservarlo. Pero sucedió algo. El gigante también amaneció muerto. Los campesinos decidieron hacerle un homenaje. Llamaron a los científicos, quienes primero le extrajeron la sangre. Después, los técnicos metieron bajo su carne una aleación de un metal muy especial, para cubrir todo su cuerpo. Con un helicóptero izaron a los dos amigos y los colocaron en un pedestal. La gente acudía para ver al gigante cubierto de metal y al hipopótamo en su casita, a un lado. Y poco a poco fue floreciendo una ciudad a su alrededor. Construyeron una universidad para estudiar a las plantas y los animales del bosque. Y, como el gigante que crecía y crecía, la pequeña ciudad creció, hasta convertirse en la más grande y mejor de las ciudades universitarias del mundo.
96
Piensa mejor en nosotros y no en ti mismo —El señor Moore está esperando —dijo la secretaria—, pase usted. Barsoldo pasó a la oficina y lo encontró parado detrás de su escritorio, con la mano extendida. —Buenos días, Barsoldo, ¿cómo estás? —Muy bien, ¿quería verme por algo en especial? —Tenemos diferentes quejas que nos llegan por diferentes medios. Nuestra organización, que cubre la mayor parte del mundo, últimamente ha recibido varias quejas de China. Cada vez son más exigentes por allá. —A mí me ha interesado ese país toda mi vida. Traté de aprender la lengua, pero no llegué muy lejos. ¿Y cuál es la queja? —Viene de una parte mucho muy remota, no dan muchos detalles. Quieren que mandemos a alguien para investigar el asunto. Pensé que podrías ir para empezar a investigar. —Me interesaría mucho ir a China. —El avión estará listo para llevarte manaña a Pekín.
97
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Barsoldo era el único pasajero y se pudo mover de un lado a otro. Había libros interesantes para hojear, de manera que el tiempo transcurrido en llegar a Pekín no le pareció tan largo. Cuando finalmente aterrizaron, un emisario lo llevó a una parte alta del edificio del aeropuerto, donde subieron una escalera hasta llegar a una terraza en la que había un enorme pájaro dorado con una silla atada sobre su espalda. —Suba usted —dijo el emisario—, ahora lo encerraremos para que el ave dorada lo lleve al lugar donde tiene que investigar. Una vez que Barsoldo estuvo sentado, el emisario apretó los controles de manera que la puerta se cerró. Quedó dentro de un espacio cubierto por los lados con algo que parecía vidrio. En seguida tomó vuelo su nuevo carruaje. Subieron hasta donde no se ve el suelo y siguió y siguió y siguió, hasta que por fin dio la vuelta alrededor de una montaña y aterrizó en un mirador. Al instante apareció un hombre que abrió la cabina y le ayudó a descender del ave. —Pase por aquí —dijo el hombre y lo condujo a una sala enorme con paredes cubiertas de joyas de todos colores. En el centro del salón había una especie de trono con una mujer sentada, la más bella que Barsoldo jamás había imaginado.
98
Toni Zenker
—Buenos días, señor Barsoldo, le doy la bienvenida a mi reino. Vaya a descansar al cuarto que le ha sido preparado. —Me siento un poco mareado, de manera que descansaré hasta que usted requiera mi presencia. Fue conducido a un cuarto suntuoso con una cama enorme. Barsoldo apenas tuvo tiempo de quitarse su saco y sus pantalones, cuando ya se encontró dormido. Cuando por fin despertó, aparecieron algunas personas que le arreglaron cojines para que pudiera sentarse. Colocaron una mesita sobre sus piernas, donde había infinidad de platillos diferentes. Barsoldo se entretuvo probando uno tras otro, hasta que se sintió completamente satisfecho. Quitaron la mesita y lo ayudaron a vestirse. Cuando fue conducido de nuevo al salón, vio que en el trono ya no estaba sentada una mujer hermosa. Se trataba de una anciana de edad indefinida, aunque parecía tener cientos de años. —Siéntese, señor Barsoldo —dijo la anciana—. Éste es el problema: la mujer que usted vio cuando llegó, y la mujer que está frente a usted ahora, es la misma. Por las mañanas tengo unos veinte años y, por las tardes, más de cien. Nadie sabe a qué se debe este prodigio ni cómo hacer para detenerlo, pues el verdadero peligro que corro es que, cada vez que amanece, lo hago más y más joven. Llegará un día en el cual desapareceré como un bebé, un
99
Historias de Barsoldo y otros cuentos
embrión… y luego… ¡nada! Y por las tardes, esta anciana, cada vez envejece más… ¡hasta que sólo sea un saco de huesos! —¿Pero qué puedo hacer yo en este asunto? Jamás he tenido una situación semejante delante de mí… —Le he llamado debido a la fama de la medicina occidental. ¡No me salga con que no puede solucionarlo! Aquí se quedará hasta que encuentre cómo dar marcha atrás a esto... —gritó la anciana, desesperada. Durante una semana Barsoldo fue conducido delante de la cada vez más joven reina por las mañanas y delante de la cada vez más anciana, por las tardes. —¿Y la solución? —preguntaba—. Pero Barsoldo sólo negaba con la cabeza. —¿Qué haré? ¿Qué haré? ¿Quién me sacará de aquí? —se lamentaba—. Si pudiera aparecer el dragón que era tan amable y que regó tanto las plantas del país entero, pero… ¿Cómo comunicarme con él? Al día siguiente, Barsoldo acudió ante la reina. Anunció que creía haber dado con la solución. —Si por las mañanas es cada vez más joven y por las tardes cada vez más vieja, ¡que en su reino siempre sea mediodía! Así que ordenaron que en todo el reino las luces, las cortinas y las cosas, siempre estuvieran dis-
100
Toni Zenker
puestas como si fuera mediodía. De esta manera, la reina luciría siempre como una hermosa mujer madura. Y, abriendo la puerta que daba acceso a una terraza, Barsoldo salió a contemplar el paisaje. En eso escuchó un ruido como de viento. ¡Y apareció el dragón que aterrizó en la terraza! Apenas tuvo tiempo Barsoldo de recoger sus cosas y subir a lomos del dragón, cuando la anciana apareció. El viaje de regreso a la Fundación Thomas Moore pareció más corto. Cuando aterrizó el dragón en el campo de aviación, Barsoldo apenas se apeó, cuando el dragón tomó vuelo y desapareció. Barsoldo fue a su casa, se bañó y durmió casi veinticuatro horas. A la mañana siguiente relató al señor Moore lo ocurrido. —Bueno —dijo el señor Moore—, ya tenemos noticias de que el problema en la China ha sido resuelto, pero ¿cómo ha hecho para detener esa especie de hechizo de la reina? —¡Ah, eso, señor Moore —dijo Barsoldo, muy ufano—, se lo comunicaré mañana al mediodía en punto! Sonrió y salió de la sala.
101
Barsoldo y el outerspace —Tenemos un problema que jamás hubiera pensado que nos ocurriría —dijo el señor Moore. —¿Ah, sí? —dijo Barsoldo—. ¿De qué se trata esta vez? —Parece que la gente que se fue a vivir a la Luna está cansada de estar allá y quiere regresar a la Tierra, pero no sabemos precisamente por qué. —¡Ah, qué maravilloso —dijo Barsoldo—, ir hasta la Luna! Hay gente que ha pagado millones de dólares para llegar allá, y ahora me lo pone como un trabajo más. ¿Adónde me dirijo para el examen físico? Los expertos analizaron las pruebas de Barsoldo. Mientras tanto, le tenían aguardando en un cuarto con mesas pequeñas, tomando café con un exquisito pastel de chocolate. Entonces llegó el mandamás de la nasa. Le buscaron un traje a Barsoldo. Encontraron uno a su medida y el personal lo ayudó a ponérselo. El viaje transcurrió sin incidentes y, cuando alunizó, había un comité esperándolo. Lo llevaron a una es-
102
Toni Zenker
tancia cerrada. Se sentó en un podio para que las personas, una por una, le dieran sus quejas. Algunos tardaron mucho tiempo, otros sólo decían que les hacía falta salir a la calle por un helado cuando quisieran, y otros, que no había parques dónde jugar o distraerse. —Oyendo todo lo que ustedes han dicho, me parece que el punto es que se han aburrido de estar aquí. Y quieren regresar a la Tierra a reanudar su vida terrenal normal. —Así es —dijo el más anciano de los habitantes—, queremos regresar a la Tierra porque la vida aquí nos fastidia demasiado. —Bueno —dijo Barsoldo—, será un problema llevarlos a todos, porque tenemos que separarlos por familias. Sin embargo, se han estado adaptando a la Luna, de manera que tendrán que enviarnos un laboratorio para hacerles exámenes, como me los hicieron a mí. En poco tiempo llegó el laboratorio y empezaron a pasar familia por familia para hacerse las pruebas. El único que no aceptaba someterse a los exámenes era el anciano de la base. Le explicaron con razones que no podría quedarse solo en la Luna. —Acepto porque, como usted dice, no me puedo quedar solo… y mis hijos y mi familia estarían en la Tierrra. Si sobrevivo al viaje está bien, y si no despierto de la anestesia, habría vivido varios años
103
Historias de Barsoldo y otros cuentos
aquí en el satélite y otros tantos en la Tierra. Puedo, pues, con toda tranquilidad, dejar todo esto… es lo que me toca. Las familias abordaron, incluyendo a Barsoldo, quien observó por la ventanilla circular la superficie cubierta de cráteres del satélite y pensó que era un buen lugar para visitar… pero no para quedarse.
104
La producción de Historias de Barsoldo y otros cuentos, de Toni Zenker, se realizó íntegramente en las instalaciones de Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos, México, D.F. +52 (55) 5515-1657. Se terminó de imprimir en junio de 2010. solar@solareditores.com www.solareditores.com
es una incansable mujer que a sus noventa y pico de años es la misma creadora de cultura y arte que siempre ha sido. El lector tiene en sus manos los cuentos que la autora redactó pensando en los niños que su larga vida le ha dado el placer de conocer. Es una serie de historias fantásticas y míticas, escritas originalmente en inglés, que buscan
Historias de Barsoldo y otros cuentos
Toni, como le gusta que la llamen,
Historias de Barsoldo y otros cuentos
entretener a los pequeños y hacer recordar
TONI ZENKER
las historias de infancia a los grandes.
www.tonizenker.com
TONI ZENKER