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Editorial
México, volvido un referente mundial 16 de noviembre del año que acaba de finalizar, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en Eabril)lunjueves acto inédito en la historia del país, exigió a los legisladores (con un plazo máximo fechado el 30 de legalizar (regular, equilibrar, distribuir equitativamente) la reordenación publicitaria del gobierno federal
para evitar, así, los favoritismos que tergiversan (o suprimen, suavizan, prefiguran, deforman o manipulan) la información en los medios de comunicación beneficiados por los políticos y sus políticas, controlando o pulverizando las publicaciones independientes. Acaso una regulación de los dineros que genera la publicidad gubernamental pueda, por fin, no solo informar con veracidad los acontecimientos nacionales sino, asimismo, permitir sobrevivir a un periodismo que hoy en día es callado, descalificado y despreciado (ignorado e incluso castigado) por no sujetarse a los requerimientos oficiales. Porque el problema central (nada más mírese la cantidad de inserciones pagadas en las páginas de los periódicos y en las pantallas electrónicas cuando José Antonio Meade fue revelado como candidato presidencial por el pri y se apreciarán los beneficios económicos de cada medio, unos con mayor caudal que otros) es, ciertamente, cómo es repartido ese dinero, cómo es distribuido, a qué medios exclusivos se les otorga, ya que en la inserción estriba el mimo: ahora que se han hecho públicos los dineros millonarios a las publicaciones, alguno se preguntará, con razonada cavilación, de qué crisis estará hablando, por ejemplo, un diario como La Jornada, si ha recibido millonarios ingresos del gabinete presidencial. Tal vez con esta medida la prensa, en su acepción más digna, empiece, ahora sí, a democratizarse, y a comenzar a distinguir entre la figura cabal de un periodista y la de un promotor de argucias a la venta. Durante su conferencia magistral en París —el pasado 11 de diciembre—, titulada “Instrumentación de las reformas estructurales de México”, el presidente Enrique Peña Nieto enfatizó que, debido precisamente a estas nuevas ordenanzas de su administración, su país ha “volvido” a ser un referente para otras naciones. Y en el lenguaje y la distracción cultural, por lo menos, vaya si no ha sido visto México con atención y suma preocupación (un mes antes, en noviembre, cometió Peña Nieto el grave dislate de afirmar que Tabaré Vázquez era el presidente de Paraguay cuando lo es [sí, pero] de Uruguay), asuntos, por lo demás, que tienen sin cuidado al gabinete presidencial mexicano, toda vez que, acaso percatándose del desinterés contemporáneo por la cabalidad del buen uso de las palabras (uno de los temas juveniles que no acapara sustantivamente su filiación coordenada si no es, nada más, para sus humores en la red), se ha dado cuenta de que el discurso no tiene que estar aparejado con las acciones, y un ejemplo esclarecedor de esta anomalía, que en realidad no lo es, lo presenciamos nada menos que en la figura del magnate estadunidense Donald Trump, el hombre con mayor poder en el mundo, que dice una cosa y hace otra o dice algo creyendo que está diciendo otra cosa. Si México se ha volvido una referencia en el mundo, ¿a quién le importa la procedencia de tal importancia? De alguna manera ya lo era por las cifras rojas y amarillas que atrae para sí la violencia interna (¡un poco menos de cien muertos solo en la primera semana de 2018 en el país!) y los menjurjes fusionados entre el narco y la corrupción política. De algún modo, todos los países del mundo, por su sola localización en el mapa del orbe, son una referencia mundial, de no ser así, su inexistencia en la geografía sería angustiosamente palpable. México, ya lo ha dicho el representante mayor del país (su presidente Enrique Peña Nieto), se ha volvido, gracias justamente a él, a sus radicales reformas, un referente en el mundo, pero si se hubiera vuelto, y no volvido, tal vez otro gallo nos cantara. A principios del pasado noviembre, el gobierno de México enteró a la ciudadanía del hallazgo del yacimiento petrolero, en Veracruz, más grande en los últimos tres lustros, lo que, en una democracia tangible, en efecto redituaría en un amplio beneficio para la población, pero la reforma energética, de la que se ufana en París el presidente, no ha logrado, en absoluto, disminuir o inmovilizar el precio del gas casero: cada mes sube el costo de la preciada sustancia natural, al grado de que en este momento (al mediar enero de 2018) el tanque de gas de 30 kilos cuesta más de 600 pesos: ¡en poco más de un mes subió alrededor de cien pesos! ¿Y dónde está la famosa reforma energética que nos ha volvido un referente en el mundo?, ¿y de algo le ha servido al ciudadano común el descubrimiento de ese arsenal petrolero en Veracruz?, ¿y la promesa de no incrementar más los precios desde el momento en que arrancara la reforma? La cultura, ahora, más parece un sobrenombre que un provecho espiritual: sí, cultura, pero del engaño, de la simulación, de la irremediable dictadura perfecta de la que hablaba con argumentos Mario Vargas Llosa.
2 REVISTA INTERNACIONAL DE LITERATURA, CULTURA VISUAL Y EROS / ARGENTINA – COLOMBIA – ESPAÑA – MÉXICO-PERÚ
RANSGRESIONES
Índice “A estas alturas solo bebo con quien tiene una migaja de atolondramiento” Enrique González Rojo Arthur
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Director fundador Gustavo Sainz† (1940-2015)
Un hombre cambia continuamente, nunca somos los mismos Eusebio Ruvalcaba
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La escritura, búsqueda de conciencia en un espacio íntimo Porfirio Romo Lizárraga
Director general Víctor Roura
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La sabiduría de Flaubert
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Director editorial Alejandro Zenker
Narrativas
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Juan Miguel de Mora, casi centenario
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Poéticamente
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Arte y diseño Fernando Castillo Juárez
Los inventarios de José Emilio Pacheco José David Cano
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Webmaster Yair Lira
Algunos aspectos de la escatología festiva de Asturias Carlos López
38
Las ocho décadas de Carlos Prieto Rossi Blengio
Directora de comercialización Rossi Blengio
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Dinero público para censurar Rubén Martínez Cisneros
Subdirector de mercados Javier Flores Carranza
46
Cemil Turán Bazidi, escritor kurdo Guadalupe Flores Liera
50
Fragmentario
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Estoy furioso y cansado a todas horas: Leonard Cohen Lillian van den Broeck
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Consejo editorial Federico Arana / Jorge Ayala Blanco / Alberto Chimal / Fernando de Ita / Juan Domingo Argüelles / Pablo Fernández Christlieb / Armando González Torres / Ethel Krauze / Roberto López Moreno / Eduardo Monteverde / Humberto Musacchio / Agustín Ramos / José de Jesús Sampedro/ Alberto Zuckermann
Las brevedades infinitas de Marcia Ramos Juan José Flores Nava
64
Almanaque de las letras
67
Trece tesis contra Dussel Carlos Herrera de la Fuente
72
Fuera ropa con Viqueira Fernando de Ita
75
Las pinturas de Mariana Salido
78
La Ilustración
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Rogelio Guedea / 7 Pablo Fernández Christlieb / 11 Alberto Zuckermann / 19 María Teresa Mézquita / 22 Víctor del Real / 35 José Noé Mercado / 36 Eduardo Villegas Guevara / 41 Ernesto Herrera / 45 Roberto Fernández Iglesias / 49 Hugo García Michel / 53 Juan Domingo Argüelles / 59 Fernando de Ita / 60 Perla Conrado / 60 Agustín Ramos / 63 Vicente Francisco Torres / 66 José de Jesús Sampedro / 77
Articulistas
Artistas visuales
Alarcón Pascual Borzelli Iglesias Armando Eguiza Gretta Hernández Antonio Luquín Manjarrez Héctor Medina Román Rivas Melissa Roura Alejandro Zenker
Jefatura de redacción Elizabeth González
Transgresiones, fundada en 2003 y renacida el 2 de octubre de 2017. Año 1, nueva época. Este número 3 fue impreso en febrero de 2018 con un tiraje de 5 000 ejemplares. Es una publicación bimensual editada y distribuida por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V./Ediciones del Ermitaño, con dirección en Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos, Delegación Benito Juárez, C.P. 03800, Ciudad de México, teléfono 5515-1657, correo electrónico: alejandro.zenker@solareditores.com. Editor responsable: Alejandro Zenker. Reserva de derechos al uso exclusivo en trámite. Otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Licitud de título y contenido en trámite, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos escritos y de las imágenes de la publicación sin previa autorización del editor responsable: Alejandro Zenker. No nos hacemos responsables por textos e imágenes no solicitados.
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El desnudamiento poético de Eusebio Ruvalcaba
“A estas alturas solo bebo con quien tiene una migaja de atolondramiento” Enrique González Rojo Arthur
Nacido en Guadalajara el 4 de septiembre de 1951, el prolífico escritor Eusebio Ruvalcaba falleció, a consecuencia de un hematoma cerebral, el martes 7 de febrero de 2017, a los 65 años de edad, después de permanecer desde el mes de diciembre de 2016 internado en un hospital de la Ciudad de México. Este texto fue leído por su autor el pasado martes 5 de septiembre en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde se efectuó un homenaje póstumo al autor de Un hilito de sangre.
C
Ilustración de Celestino sobre un guion original de Eusebio Ruvalcaba para
onocí a Eusebio Ruvalcaba en los setenta, cuando él la novela gráfica Adrenalina editada por Lectorum (dr), que sale a la luz cumplía veintitantos años y yo me acercaba a los cin- justamente en este mes de febrero como libro póstumo del narrador. cuenta. El que esto escribe era en ese momento profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Tenía a mi cargo varias materias de filosofía. El profesor Wenceslao Roces —de quien fui ayudante por algún tiempo— me invitó a dar una clase más (de materialismo histórico) en el Colegio de Historia de la misma Facultad. En cierta ocasión, al terminar mi clase, invité a los alumnos a asistir a un recital de poesía que días después iba a presentar en un salón de la misma Facultad. Eusebio, que era uno de los asistentes a mi curso, decidió acudir a mi lectura y, como me dijo después, se quedó muy impresionado por ella. “Yo creía que la poesía —me comentó más tarde— forzosamente tenía que poseer un ritmo regular y someterse a cánones de la rima. Y de pronto, maestro, me encontré, al escucharlo, con que se podía escribir sin sujetarse a la preceptiva tradicional y obtener resultados que podían, no obstante, ser llamados francamente poéticos. Eso me llevó a escribir, con la libertad que exigía mi espíritu, textos que se separaban del romanticismo y el modernismo y que coincidían con mis inquietudes literarias en formación”. A partir de ese momento, Ruvalcaba se lanzó a escribir con el empeño, la pasión y el entusiasmo con que siempre lo hizo, su primer libro de poemas: Atmósfera de fieras. Eusebio describe el surgimiento de su vocación literaria del siguiente modo: “Definitivamente yo era un perfecto ignorante —más que ahora—, un lector que se había quedado en Juan de Dios Peza. Aquella poesía ultrajante [de EGRA], humorística, desintoxicada, vital, aquella poesía de mi admirado maestro, renovadora y refrescante, me involucró al instante: porque me decía algo, porque me
4 competía, porque me tocaba. Entonces me fui de bruces. Al momento compré todos los libros que encontré de González Rojo. Me convertí en su lector más devoto y entusiasta. Este descubrimiento, unido a otras circunstancias personales de aquel tiempo, me obligó a escribir”. Un sentido premonitorio Con un poco de temor y un mucho de timidez le entregó el manuscrito al poeta Jaime Labastida para que le brindara su opinión. Labastida, con los eufemismos que se suelen utilizar en estos casos, le dio a entender que el poemario de marras debía ir directamente y sin escrúpulos al cesto de la basura. Eusebio, desencantado, titubeando acerca de su talento, tomó la decisión de conocer una segunda opinión y, entonces, se acordó de mí y fue a buscarme. El día en que llegó a mi departamento —vivía yo en la calle de Adolfo Prieto—, me encontraba con una de las manifestaciones de la cefalea o migraña que me aquejara durante lustros y más lustros y a la que he llamado “mi gran araña” o a la que me refería a veces al decir con amargura: ya me agarró “la migra”. Pese a las molestias que me tenían postrado en ese momento, recibí con gusto a mi alumno, le pregunté su nombre y la razón por la cual quería entrevistarse conmigo. Me dijo con voz entrecortada: “Me llamo Eusebio Ruvalcaba y me sentiría muy agradecido, maestro, si usted me diera una opinión sobre este puñado de poemas”, y me largó su manuscrito. Al oír su apellido, pregunté a Eusebio que cuál era su parentesco con
el gran violinista Higinio Ruvalcaba, a quien había escuchado en varias ocasiones y por el que sentía gran admiración. Parece que mi comentario le agradó sobremanera, ya que me respondió: “Fue mi padre, y a él y a mi madre Carmen Castillo, que es una gran pianista, les debo mi amor por la música y por el arte en general”. En los días subsiguientes leí con cuidado los textos de Eusebio y, aunque representaban sus primicias como escritor, me gustaron de tal manera que acepté escribir una nota para la cuarta de forros de su Atmósfera de fieras, libro que se publicó el 30 de junio de 1977. En esta presentación digo, entre otras cosas, que “Ruvalcaba, este joven poeta de veinticinco años, es un poeta hecho y derecho. No tengo reservas para llamarlo gran poeta”. Mi entusiasmo por un escritor que era ya algo más que una promesa me hizo caer entonces, posiblemente, en una exageración. Pero algo vislumbré en ese momento y mis elogiosas palabras no están exentas de un sentido premonitorio. En varias ocasiones no he sido muy afortunado con mis amistades literarias. Pero no es el caso con Eusebio. La amistad entre nosotros duró hasta su desaparición. Y es que teníamos multitud de cosas en común: los amores por la música, la poesía, la literatura en general y el gusto inalterable por el perpetuo enigma de las mujeres. Las diferencias entre nosotros eran en realidad de matiz, ya que si mis grandes pasiones son en realidad la poesía y la filosofía, en él creo que son la prosa creativa y la música. En no pocas ocasiones él escribió so-
“Mis padres hacían música de cámara cuando yo estaba en el vientre de mi madre. Él al violín, y ella al piano. Así lo hacían. Beethoven, Brahms, Mozart, desfilaron en mis oídos con más fuerza que mis propios berridos”
bre mi poesía y yo sobre su producción literaria. Pongo dos ejemplos. Uno de los mejores prólogos escritos sobre mí es el que, con la firma de Eusebio, antecede a mi texto Memoralia del sol, y yo, junto con Víctor Roura y Alfredo Leal Cortés, presenté uno de sus libros de poesía: El argumento de la espada. La música Como dije, Eusebio y yo compartíamos el amor por la música. Él no era, propiamente hablando, ni pretendía serlo, un musicólogo a la manera de José Antonio Alcaraz o Pablo Espinosa. Era un apasionado melómano. En este sentido, Ruvalcaba ocupa un lugar originalísimo en las letras mexicanas, ya que la música aparece y reaparece en su obra literaria. No solo en los textos que aluden directamente al arte sonoro, como Pensemos en Beethoven o Amigos casi sólo de Brahms, sino en prácticamente todos los géneros que emprendió y que abarcan la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, el periodismo y la dramaturgia. No es de extrañar que ocurra esto cuando leemos frases como las siguientes: “Yo escucho música desde antes de nacer. Por eso escuchar la música me regresa a la placenta de mi madre. Mis padres hacían música de cámara cuando yo estaba en el vientre de mi madre. Él al violín, y ella al piano. Así lo hacían. Beethoven, Brahms, Mozart, desfilaron en mis oídos con más fuerza que mis propios berridos”. Y en frase tan elocuente como la anterior asienta: “Yo necesito la música porque la música le da armonía, orden, estructura a lo caótico. Me da estructura a mí. Impide que me suicide”. Si la música se halla asociada en él con el nacimiento y con la muerte, no puede dejar de aparecer en su producción literaria como elemento imprescindible y constante, cosa que no hace acto de presencia en otros escritores mexicanos. Un libro crucial, diría simbólico, de la producción de Ruvalcaba es el intitulado El silencio me despertó, publicado en 2011 y acompañado de una nota de Evodio Escalante. Me parece un texto muy significativo porque, sin decirlo, es en realidad una especie de diario en que el escritor va anotando sus impresiones sobre las obras literarias que está leyen-
5 do, sobre las obras musicales que escucha o sobre las opiniones que le merecen multitud de temas y circunstancias. Abro el libro en uno de sus capítulos y descubro la estructura que establece nuestro autor en la mayor parte de estos breves escritos. El capítulo se llama “Yo-Yo-Ma, magíster” y en él nos habla primeramente del gran chelista de fama universal, de otros chelistas que le vienen a la memoria y de grandes conciertos para chelo, como el de Dvořák o el de Schumann. Después alude a un tema psicosocial en que empieza diciéndonos: “Me aburren los atormentados que no tienen delante de sí un dios por el cual incendiarse”... “Prefiero a los cínicos, y mucho más aún a los ociosos. Estas dos razas son dignas de compararse con las de los dóberman y los galgos. A estas alturas solo bebo con quien tiene una migaja de atolondramiento”, etcétera. Más adelante apunta en el mismo texto: “Leo con fruición Un extraño en la tierra. Biografía no autorizada de Juan Rulfo... EI autor es un erudito jalisciense: Juan Ascencio, quien —hasta lo que llevo leído en este momento— no se limita a vaciar en el lector una cubetada de anécdotas de Rulfo, sino a hacer una revisión pormenorizada de la niñez, la juventud y los primeros años de vida del escritor”... A continuación
“Lo que no dije es que, como ocurre a veces, nuestra melomanía era producto de una causa oculta pero evidente: ambos éramos o nos sentíamos, en el fondo, músicos frustrados” vuelve a la música y dice, muy optimistamente: “No he conocido a nadie insensible a la música... ¿Cómo permanecer impávido ante Brahms?”. Y termina diciendo: “Me sorprenden las dos de la mañana en El Gremio, barecito sabroso en la esquina de Revolución y La Paz”. Esta combinación libérrima de temas e inquietudes, de ingenio y autenticidad, es un ejemplo del mosaico de emociones y el carácter multifacético de Eusebio, razón por la cual más arriba hablaba yo de que este libro es simbólico porque refleja la amplitud de miras y la apertura espiritual de mi gran amigo. La frustración Eusebio Ruvalcaba fue un escritor extraordinariamente fecundo y resultó muy laureado en vida —obtuvo los siguientes premios: Cuento El Nacional, 1977; Punto de Partida de Teatro, 1978;
Premio Nacional Agustín Yáñez, 1991; Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, 1992; Premio Internacional de Cuento Charles Bukowski de la Editorial Anagrama, 2004—, pero su obra no ha sido en realidad estudiada ni evaluada a profundidad. En esta intervención no intento llevar a cabo este análisis ni estoy en capacidad de hacerlo, pero me gustaría sugerir a los críticos y estudiosos de la literatura mexicana la conveniencia de hincarle el diente a una obra que, no me cabe la menor duda, está llena de riquezas insospechadas y aciertos inolvidables. Dije más arriba que Eusebio y yo poseíamos en común, entre varias pasiones, la melomanía. Teníamos gustos muy similares en la música. Nos encantaba la música de cámara y especialmente el clasicismo vienés y el romanticismo austriaco y alemán. Cómo disfruta-
Ilustración de Celestino sobre un guion original de Eusebio Ruvalcaba para la novela gráfica Adrenalina editada por Lectorum (dr), que sale a la luz justamente en este mes de febrero como libro póstumo del narrador.
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“Perdóname por entrar. / No sabía que estuvieras completamente vestida” mos oyendo y conversando de Mozart, Beethoven, Brahms o Schumann. Qué efectos inolvidables producían en nosotros los cuartetos de Beethoven —sobre todo los últimos—, los tríos de Schubert o los dos sextetos para cuerdas de Brahms. Pero lo que no dije es que, como ocurre a veces, nuestra melomanía era producto de una causa oculta pero evidente: ambos éramos o nos sentíamos, en el fondo, músicos frustrados. Él quiso estudiar violín como su padre y piano como su madre. Pero, en cierta ocasión —nos narró a Alicia y a mí—, don Higinio, su padre, lo oyó estudiar y, desde otro cuarto, le dijo: “Eusebio, estás desafinando”, y aunque el joven estudiante de violín pensó que, esta vez, a su padre no le asistía la razón, la observación paterna lo afligió y lo llenó de dudas sobre su vocación musical. Más adelante, al hacerse de un piano, cuenta lo siguiente: “Me acerco al teclado y pongo las manos en las teclas de marfil. Por unos instantes no dejo de lamentarme haber abandonado su estudio; culpo a mis padres por no haberme obligado. Pero finalmente
admito que si de verdad hubiera tenido vocación, hubiera sido músico a pesar de todo”. No logró serlo, pero en compensación fue un melómano apasionado y la música fue el ángel custodio de toda su producción literaria. Mi propia melomanía se debe probablemente a que también soy un músico frustrado. Como algunos saben, estudié años y más años el piano, pero con tan malos resultados que, después de vanagloriarme de ser “el peor pianista del Distrito Federal”, me retiré para siempre, en bien de la humanidad, del teclado. MMM La novela Un hilito de sangre es probablemente la obra más conocida y comentada de Eusebio. No dudo de su excelencia, pero creo que hay otras obras que se hallan en el mismo nivel o incluso en un sitial de mayor altura. Pienso sobre todo en ese impresionante poema que se llama Mariana con M de Música, publicado en 2011. A mi entender, se trata de una obra extraordinariamente compleja y apasionada.
En esta ocasión no me voy a detener demasiado en ella por falta de tiempo y porque merece un tratamiento especial y riguroso. Es la crónica de un amor tormentoso, contradictorio, de fuertes contrastes y gran emotividad. Como en toda relación conflictiva, me atrevo a decir que el personaje fundamental de este poema es el amor-odio. En una lectura superficial del texto podemos hallar tres momentos: la emergencia del amor, con elocuentes expresiones placenteras, eróticas y pícaras; a continuación la descripción incisiva y dolorosa del deterioro del amor y, finalmente, la crisis y la entronización de una unidad y lucha de contrarios que no excluye, sin embargo, un cierto resplandor de esperanza. En lo que he llamado “la emergencia del amor”, Eusebio hace correr su pluma en este tenor: “eres tan linda que quisiera / poner la cuenca de mi mano / bajo tu boca / y atrapar la sonrisa que se escapa de tus labios”. Apunta también: “Las letras de estas líneas / descansan sobre el pelaje/de tu pubis”. Y con gozosa picardía nos suelta: “Perdóname por entrar. / No sabía que estuvieras completamente vestida”. En la plenitud del sentimiento amoroso se explaya en este tono: “Sólo la música me golpea así. / Sólo la música cachetea tan brutalmente / mi corazón”. Del erotismo
Ilustración de Celestino sobre un guión original de Eusebio Ruvalcaba para la novela gráfica Adrenalina editada por Lectorum (dr), que sale a la luz justamente en este mes de febrero como libro póstumo del narrador.
7 se remonta con frecuencia a un amor intenso y acendrado: “Mariana, la de las alas trémulas / capaces de desplegarse y remontar el vuelo / hasta donde las cosas cambian de nombre”. Mas de pronto comienzan los conflictos, el amor inicia su proceso de deterioro y el dolor hace acto de presencia: “Quisiera lamer tus heridas espirituales / y procurarte una dosis de alivio. Pero / me conformo con lamer tus pezones llorosos”. Y, como siempre en estos casos, los celos entran en escena y perturban la relación: el poeta se queja de “Tu boca que huele a semen que no es el mío”. Y ya por este sendero plagado de ortigas asienta: “Ese darse de topes en la pared / se constituyó en el pan de todos los días”. Más adelante confiesa: “Dos días antes habíamos peleado / como hienas cuando se disputan / la carroña”. Y en plena crisis raya el papel con la siguiente frase: “Camino y a mi paso voy dejando un tufo de la tristeza. Del desmoronamiento interior... Al peinarme vi unos ojos huecos, sin alma, sin brillo, tan tristes / como las canicas que un niño extravía”. El comentario que acabo de hacer es apenas un primer acercamiento, bastante superficial, a una poesía de enorme belleza y hondos alcances. Que yo recuerde, no hay nada semejante en la poesía mexicana. Nadie ha tenido la valentía de desnudarse poéticamente en público, mostrar sus llagas, darle rienda suelta a todo tipo de palabras, hasta las más obscenas y soeces, para mostrar el indecible dolor de un amor y una pareja en crisis, balconeándose a sí mismo y a su pareja. A este poemario le hace falta un análisis profundo no solo estilístico y literario, sino social y, sobre todo, psíquico. Mi intención al hablar de todo esto es llamar la atención sobre una obra única en la poesía mexicana. Ojalá se me escuche. Si más arriba sostuve que quizás había exagerado cuando escribí que la obra inicial de Eusebio era el escrito de un gran poeta, porque todavía, a decir verdad, tenía un largo camino de maduración que recorrer, hoy no tengo la menor duda de que mi querido Eusebio no solo es un escritor de gran valía en las letras de nuestro país, sino un verdadero gran poeta.
Al vuelo
De qué hablo cuando hablo de leer a Murakami Rogelio Guedea
T
engo en casa un librero destinado a libros de viaje, autobiografías, memorias, diarios, cuadernos de notas, compilaciones de aforismos e incluso crónicas de viajes de todo tipo de escritores, entre ellos –escribo de memoria– Benjamin Franklin, Canetti, Julio Ramón Ribeyro, Pessoa, Amiel, Musil, el inigualable Kafka. Los pasajes íntimos de sus autobiografías, memorias o cuadernos de notas me alientan, la mayoría de las veces, en una carrera (la de escritor) que, para los que saben, no es nada fácil, está llena de contrariedades y, en ocasiones, de fatalidades, se respeta poco y se vitupera más, exige mucho y es muy celosa de sus propias obsesiones, así que el desasosiego consigo paliarlo cuando me encuentro con libros en donde los escritores hablan de su propio oficio, de la forma en que se convirtieron en escritores y de cómo hacen para sobrellevar tal fatalidad. El otro día, por ejemplo, di con un libro que, desde hacía un tiempo, me estaba buscando desesperadamente: De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami, escritor japonés. Ignoro las razones por las cuales tenía ganas de leerlo, pero eran como un imán hacia el libro, y finalmente lo compré. Lo leí en un solo día. No, en menos: en dos horas, y desde aquella lectura he volvido a él en más de una ocasión. Un libro realmente sabroso, es la única palabra que se me ocurre para definirlo. No tenía ganas de terminarlo, recuerdo. Lo leía en el sillón de mi oficina y, en ocasiones, lo hacía en voz alta, intentando que la sonoridad de mi voz se me quedara en la memoria como una vibrante cuerda de guitarra. Habría querido leerlo por siempre, en serio. Es más: lo terminé en medio de una larga lectura que estoy haciendo de
Shakespeare, y no me han dado ganas de volver a Shakespeare todavía, del arrebato que sigo sintiendo sobre el libro de Murakami, autor que en mi país, dicho sea de paso, es despreciado por cierta clase de lectores pertenecientes a la élite cultural. Muchas cosas me absorbieron de la vida de Murakami más allá del estilo personal que tiene para narrar y evocar los hechos más importantes de ella, pero me quedé con una que me parece crucial para todo aquel que piense hacer de escribir su propia vida. Murakami habla de tres aspectos que son esenciales para llegar a hacer algo con este oficio: primero, el talento que ya se trae al nacer; en segundo lugar, la suerte (esos milagros cotidianos que nos ponen, para bien, en el lugar y la hora precisos) y, en tercer lugar (y para mí el aspecto más importante), la persistencia, que, en más de un sentido, ayuda a forjar el talento y a construir el destino, de ahí su trascendencia. Murakami ofrece consejos prácticos a los escritores y no repara en meterlos a su propia cocina literaria e indicarles sus fuentes, sus tips y hasta sus secretos, supongo que porque Murakami sabe que ningún escritor es igual a otro y uno solo puede imitar de los otros lo general, jamás lo sustancial. De cualquier modo, yo creo que De qué hablo cuando hablo de escribir es un libro esencial y entrañable para escritores (y lectores) iniciantes o consolidados, pues abre atajos o nuevas rutas en aquellos caminos que creíamos cancelados, se solidariza con quienes hemos buscado hacer una obra valedera y duradera (más allá siempre del vil mecenazgo de las mafias del poder cultural y político) y nos impone no solo ser leales a nosotros mismos, sino también convertirnos en un espejo de los demás, tal como poco a poco lo consiguió para sí mismo el propio Murakami, escritor hoy imprescindible de nuestra literatura universal.
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El narrador visto por sí mismo
Un hombre cambia continuamente, nunca somos los mismos
Eusebio Ruvalcaba
A partir de varias conversaciones que Alejandro Alvarado sostuviera con Eusebio Ruvalcaba, el periodista ha armado un mural con los decires del escritor fallecido hace ya un año poniendo a hablar en primera persona al narrador y convirtiendo este texto en un entrañable monólogo (tomando una discreta distancia el periodista Alejandro Alvarado, el recogedor de estas palabras).
L
a vida es trágica en sí misma: nos nutrimos de sufrimiento todos los días. La vida, cada día, nos revela un aspecto sucio, terrible, de la existencia misma. El sentido del humor, la risa, nos saca un poco adelante, nos permite estar en armonía con el mundo que nos rodea. De lo contrario nos hundiríamos en un pesar continuo El humor ha sido un ingrediente literario que muy pocos escritores han manejado con solvencia. Es un recurso que debe ser espontáneo. La necesidad de querer meterlo en la narrativa se nota si no es natural, desplomándose el texto. Es muy difícil tratar el humor con inteligencia, con naturalidad, con frescura. Es como cualquier otra característica de la condición humana; no puede manejarse deliberadamente. Hay un humor inteligente y otro vulgar; un ejemplo de este último es el de los cómicos de televisión. Si los alternamos con aquellos de los sketches
del teatro de barriada, no hay puntos de comparación entre unos y otros. Eso mismo pasa con los escritores, donde se distingue la inteligencia de la banalidad: lo cáustico no es lo mismo que la burla, ni lo corrosivo de la bobería, ni la naturalidad de la apariencia. El violín de don Higinio De niño estudié la disciplina musical algunos años, infructuosamente, ya que se es músico por naturaleza, aunque tampoco nace uno como escritor. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para que desarrollara mi sensibilidad auditiva y me sentara a escuchar todas las mañanas a Mozart, a Bach y a otros clásicos para empezar bien el día. La música ha proporcionado grandes emociones a mi vida. Llegué a ella por herencia familiar: de pequeño acompañaba a mi padre al estudio, a escucharlo ejecutar música de cuarteto. Yo era la única persona a la
“La vida es trágica en sí misma: nos nutrimos de sufrimiento todos los días; la vida, cada día, nos revela un aspecto sucio, terrible, de la existencia misma”
que permitían estar en los ensayos. A mi papá no le disgustaba que quisiera acompañarlo a todos lados; al contrario, disfrutaba mi compañía. Era un hombre de gran corazón, que me enseñó a reír de mí mismo, a no tomar las cosas tan en serio ni a asumirme como ejemplo, a no alardear de lo que hago, a ser puntual y a ganarme el pan con el trabajo. Era un hombre, mi padre Higinio Ruvalcaba, de personalidad enigmática: callado, introvertido, no le gustaba hablar de más. Como músico experimentaba constantemente; fue un revolucionario del violín. Tuvo que crear su propia técnica para destacar, pues, por tradición en México y en muchos países de sociedades desarrolladas, los músicos y los intérpretes que no estudian en Europa o en Estados Unidos no llegan a ser grandes ejecutantes de su instrumento. Mi padre nunca tomó clases, ni aquí ni en el extranjero. Con su estilo resolvía los problemas de la música, que son monstruosos, verdaderos escollos técnicamente hablando; esto, sumado a su gran musicalidad, lo hacía un artista profundo. Se desenvolvía tan bien que en sus interpretaciones reflejaba lo que tenía de hombre de pueblo, de hombre forjado en el trabajo. Era de cuna muy humilde; no fue a la escuela, aprendió a leer y a escribir sin que nadie le enseñara. Le costó mucho esfuerzo abrirse
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“Ser fiel es solo un asunto de telenovelas. Con ese argumento la fidelidad no pasa de adornar los libros de la doctrina. Y yo no le veo ningún sentido” paso en la vida. El violín fue el que le franqueó el camino. A mi madre, Carmen Castillo, la recuerdo siempre haciendo música. No me dormía con canciones ni contándome cuentos, sino tocando el piano. La recuerdo muy protectora. Me inculcó el amor por la vida mediante la música y la literatura, en forma combinada, porque desde niño me contaba la historia de los intérpretes y de los compositores, de modo que me despertaba la imaginación y me llevaba de la mano a un mundo fascinante. En muchas ocasiones me he cuestionado acerca de hasta qué punto la música ha influido en mis letras. Y sí, me parece que sí influye, sobre todo en mi pretensión al escribir, ya que en mi obra trato de causar el efecto que causan las obras musicales, que si las comienzas a escuchar, ya no puedes dejar de oírlas. Sus frases musicales van enganchándose y te cuentan una historia. Por la música aprendí a reconocer que las notas deben ir en su lugar. Esto puede parecer una perogrullada, pero no lo es. En la música, al escuchar una canción o una sinfonía, te das cuenta de que cada nota está colocada en donde debe estar. Procuro, entonces, que a mi literatura no le sobren palabras. Si el escritor puede contar algo con solo quinientas palabras, debe hacerlo así y no rebasar el límite. Eso me lo ha dejado muy claro la música. En mi vida la música es un modo de acercarme a la pasta humana. Escuché música desde antes de mi nacimiento en el vientre de mi madre, porque ella
me transmitía su alegría al interpretar en el piano y, en consecuencia, cuando escucho música es como regresar al estado en que todo era felicidad. La música representa, inequívocamente, un estado de paz y de armonía con todo lo que me rodea, de alegría, y de contemplación de la belleza, porque descubro que las grandes obras son la catedral de mi pensamiento. La gran obra musical es la inteligencia seducida por la emoción. La técnica y la experiencia El buen gusto es la educación de la sensibilidad. La gran comercialización que se ha hecho del arte tiende a maleducar y a vulgarizar el gusto. Es mucho más fácil escuchar melodías pegajosas que delicadas; es mucho más cómodo leer poemas banales que donde palpite la condición humana. El buen gusto tiene que ver con la capacidad de concentración del que escucha, del que lee, del que come o del que mira. Educar los sentidos es educar el espíritu. Naturalmente esto lleva tiempo, de tal modo que una persona de buen gusto es una persona que se ocupa de darse lo mejor, no lo más comercial ni lo más popular. Yo no estoy en contra de lo popular, pero a veces un exceso de popularidad puede alejar de cosas que no son tan populares, pero que encierran en sí mismas el pensamiento de un hombre. ¿Qué lugar ocupan en la imaginación el arte y la técnica? El mismo: se necesita el dominio de una técnica para poder ejercitarse en una profesión. Todos tenemos determinada capacidad, técnica o
La osadía de contar lo inenarrable
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urante el homenaje que se le rindió a Eusebio Ruvalcaba en el Palacio de Bellas Artes el pasado 5 de septiembre, Alfonso Navarrete hizo tres preguntas a Víctor Roura sobre el trabajo creativo de Eusebio, amigo de Víctor desde la década de 1980. Estas son las respuestas (aquí corregidas y levemente aumentadas), que se difundieron en un boletín oficial del Instituto Nacional de Bellas Artes. —¿Cómo calificaría la imaginación y creatividad de Eusebio Ruvalcaba en su obra narrativa? —La imaginación del querido Eusebio era tan absorbente que incluso en una plática común no se sabía cuáles de las partes que decía eran ficción y cuáles otras realidades. En serio, varias veces me pasó que creía en una cosa que, al final, resultaba una invención. Acabé por comprender que Eusebio, en sí, era un filtro narrativo. —¿Se puede afirmar que música y literatura fueron un binomio inseparable para el maestro Eusebio? —Era un trinomio su básico tránsito literario: música, mujeres y desarrollo infantil, porque la literatura era lo que comprendía estas tres facetas. En sus últimos años, enamorado de nuevo, se sumergió sobre todo, prácticamente desalojando los otros dos temas suyos, en las cuestiones del amor impúdico, del amor que no se puede explicar por tratarse de algo intangible, de ahí que sus últimas aventuras narrativas frontericen entre Tánatos y la osadía erótica, que llegaba a rebasar, por eso mismo, los términos de la escatología. Porque el amor en su narrativa no es una cosa blanda, sino enteramente bukowskiana. O sádica, por el marqués, quien habría deseado haber escrito, de haberlo conocido, el libro Mariana con M de música, altamente sadiana, calificadamente marquesiana, no por García Márquez, sino por el marqués de Justine, pero es evidente que no hubiera podido haberlo escrito, ya que jamás conoció a la Mariana eusebiana que lo trastornó al grado de haber creado uno de los poemarios, según Enrique González Rojo Arthur, más erotizados de las letras mexicanas. —A unos meses de su fallecimiento, ¿qué hueco cree que dejó en la literatura mexicana un autor de este tipo? —El arrojo por los temas incorrectamente políticos. La osadía de escribir lo inenarrable, como en su novela Todos tenemos pensamientos asesinos. Era, Eusebio, un irreverente hasta en las charlas que ofrecía excedido de alcohol. Por eso mismo, porque ya estaba distanciado y harto de todo aquello que instala a un literato en el “estrellato” cultural.
10 Ilustración de Celestino sobre un guion original de Eusebio Ruvalcaba para la novela gráfica Adrenalina editada por Lectorum (dr), que sale a la luz justamente en este mes de febrero como libro póstumo del narrador.
imaginativa, pero la imaginación se relaciona con la pasión. Por ejemplo, un vaquero que tiene la pasión de hacerse célebre y convertirse en un gran tirador, ejercitará su técnica todos los días hasta conseguirlo; pero si no tiene la pasión, o esa imaginación que lo lleva a apasionarse por algo, no va a ser capaz de matar a sus rivales; necesita la ambición. En consecuencia, la técnica es un instrumento para que pueda llegar a ser lo que quiere ser. Y eso sucede en el arte también: puedes tener todas las ganas del mundo de tocar el piano y cautivar a la gente, pero si no tienes la técnica, te van a salir pianazos horribles. No vas a conmover a nadie, sino solo a ganarte rechiflas. En la literatura tiene un lugar fundamental la experiencia de vida, porque hay un momento que te permite prever hacia dónde diriges tu obra, lo que estás escribiendo. La experiencia te permite alumbrar, hasta cierto punto, el fondo de tu persona y resolver la construcción de un poema o una novela, porque es un camino que ya pasaste. No eres el mismo: un hombre cambia continuamente, nunca somos los mismos, pero hay pequeñas cosas que no cambian y te permiten buscar un lugar seguro al escribir una novela, un cuento o un poema. La experiencia es muy importante en el contenido de una novela, pero no es garantía de nada. Al empezar a escribir un poema o una novela, la angustia y la desesperación son las mismas que sentías cuando todavía no habías escrito nada. Es un trabajo constante. La cultura es necesaria, pero no imprescindible. Es necesaria, porque te da armas: el conocimiento que tengas de las personas se ve enriquecido con tu cultura. A mayor información, un bagaje de conocimientos te permite dilucidar sobre el alma humana. Te ayuda porque nadie conoce, a ciencia cierta, las honduras de la condición humana. Sin embargo, hay personas que tienen mayor capacidad para entender a un hombre: son personas más sensibles, más inteligentes; conocen más el modo de actuar de los otros.
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“Pienso que el cortejo es mucho más bello que el propio hecho de hacer el amor con una mujer” La mujer y la seducción La mujer es un ser enigmático cuya personalidad es, evidentemente, difícil de descubrir, de desentrañar; es un ser inescrutable que nunca llegamos a conocer, ni siquiera a asomarnos a su personalidad. Tiene reacciones que no hubieras imaginado que tuviera; te puede acercar y retener el tiempo que quiera, y puede expulsarte de su vida con una indiferencia absoluta. Creo que no hay ser más amoroso y más cruel que una mujer. Ejerzo la seducción como hombre, como cualquier mortal del sexo masculino. Me gustan las mujeres, acercarme a ellas y llevármelas a la cama, pero reconozco dos cosas: he utilizado la literatura, recurrido a escribir cuentos, poemas, novelas enteras, para seducir a una mujer, para convencerla. En el sentido genérico he descubierto, muchas veces que, con lo que escribo, una mujer se siente seducida. Pienso que el cortejo es mucho más bello que el propio hecho de hacer el amor con una mujer; es el verdadero despliegue de la imaginación varonil y es un periodo en la vida de dos seres humanos muy rico en sensaciones, en el descubrimiento de la personalidad de la pareja y en el del significado de las sutilezas que hacen que una persona sea lo que es. Es ponerse de tapete sobre un charco para que la mujer no lo pise y no se manche los pies. En cuanto al hombre, el cortejo forma parte de su inclinación por la mujer, de su vanidad por conquistar. El cortejo es uno de los grandes problemas del varón. Un violinista que hace el amor con frescura y alegría toca mucho mejor que uno contenido y sin autoestima sexual. Lo mismo ocurre con el uso que da a su instrumento un pintor o un escritor. El espectador siente cuando el arte rebosa de vida, que es rebosar de sexualidad. Soy de la idea de que el cuerpo siempre debe manifestar abiertamente su vigor, su poder y su deseo. Existe todo un código de lenguaje cor-
poral, un lenguaje cifrado que solo lo entiende el que tiene ganas y la persona que sabe que provoca esas ganas. Creo que uno debe darle gusto al cuerpo como le da gusto al espíritu, que, además, no están separados sino íntimamente relacionados. En la cama no se distingue el amor, en el sentido sexual. En la cama todo es lo mismo. Lo que sí debe haber es pasión y confianza, y algo muy importante: respeto a llegar con la otra persona solo hasta donde ella quiera. En la cama el amor es prescindible. Muchas veces uno puede ver a una mujer, desearla, llevársela a la cama y gozar de una experiencia intensa. Aunque el amor no siempre, en estos casos, significa una garantía de goce, pero sí la confianza, el respeto y la pasión de que hay ese deseo mutuo. ¿El erotismo es liberar un instinto animal? Esta animalidad es de lo poco que nos salva en el mundo. Prefiero ser el animal favorito de una mujer a ser su escritor favorito. Pienso que la atracción física es fundamental para que las cosas marchen bien. Para que se te antoje un hombre o una mujer, primero necesita gustarte. Aun siendo ciego, discapacitado (como ahora les dicen), te gusta una mujer por su voz, su olor; te gusta primero por lo físico, lo sensual. Eso es lo que hace que un hombre y una mujer entren en complicidad si se declaran el amor, a lo que estamos destinados todos. Un hombre casado por las leyes de la vida puede hacer el amor con otra mujer y seguir siéndole leal a su esposa. Es diferente hablar de lealtad a hablar de fidelidad. La fidelidad es un sarpullido creado por la gente conservadora, una urticaria en los genitales que no puedes quitarte de encima. La lealtad es muy distinta. La fidelidad se pulveriza, pero la otra debe respetarse. Ser fiel es solo un asunto de telenovelas. Con ese argumento la fidelidad no pasa de adornar los libros de la doctrina. Y yo no le veo ningún sentido.
El espíritu inútil
Disculpa Pablo Fernández Christlieb
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ientras el material esencial del periodista es el acontecimiento, el del sociólogo —antropólogo, psicólogo social, etc.— es la situación”. Esta cita, de Yves Grafmeyer, permite la disculpa: los periodistas persiguen acontecimientos, una bodega de cohetes explotando o un turco matando a un embajador o unas estrellas recicladas llegando al Auditorio Nacional, y se topan con anécdotas, que son los sucesos interesantes de contarse, ya sea por absurdos, ejemplares, indignantes: que la celebridad es una patata con patas o que los de seguridad no lo dejaron entrar o que el colega pidió chayote, que son una delicia del morbo. Pero los otros pobres, los estudiosos sociales que se ocupan de las situaciones, esos hechos que no pasan, que no suceden, que no acontecen, sino que están ahí desde quién sabe cuándo, son de un aburrido que da pena, aunque ellos se diviertan mucho y escriban en un periódico; seguro que tendrán muchas anécdotas, que se les descompuso la computadora o que no se les ocurre qué escribir, pero si las cuentan, dejan de ser los científicos sociales que decían que eran, y no por eso se vuelven periodistas, y ya ni siquiera les queda permitida la disculpa.
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La modestia de Eusebio
La escritura, búsqueda de conciencia en un espacio íntimo Porfirio Romo Lizárraga
El autor de esta sentida despedida no sólo fue un amigo leal de Eusebio Ruvalcaba, sino también su editor más prominente. Ambos compartieron numerosos momentos entrañables conversando, como siempre, de música y de proyectos escriturales. Un hilito de sangre uchos de los que conocimos a Eusebio Ruvalcaba fuimos testigos de la modestia que, aparentemente exagerada, portaba el escritor como una forma de ser. Fui un afortunado con su amistad y muchas veces conversamos sobre literatura, pero raras veces él quiso hablar de su propia obra. Prefería quedarse callado y dejar que hablara su interlocutor para luego cambiar el tema y encausar por otro lado el sentido de lo platicado. También fue conocida su afición por la bebida; sin embargo, eso en nada afectó su modestia, pues era el mismo antes y después de beber. Al no tener yo ningún vínculo con la bebida, prefería desayunar con mi amigo para aprovechar las horas más despejadas de su mente y sostener, como siempre fue, una conversación coherente. Recuerdo una ocasión en la que llegamos al tema de su novela Un hilito de sangre, yo insistí en lo acertado de esta narración para acercar a los más jóvenes a la literatura de una manera desenfadada y alegre, lejos de lo ceremonioso que puede resultar la lectura del Mío Cid o de otros clásicos que vale la pena leer, pero nunca por obligación. Esa vez, de modo inusual, me contó de la invitación que le hicieran los productores a la premier de la película que filmaron a partir de su novela, protagonizada por Diego Luna. Por supuesto que se rehusó a ir, sin em-
M
bargo tenía curiosidad por saber lo que habían hecho, así que una mañana se compró una anforita, la guardó en la bolsa de su saco y se fue a ver la cinta en un horario tempranero, cuando los cines todavía están vacíos. Le pregunté su opinión y lo único que quiso decirme fue que se bebió demasiado pronto la anforita y se durmió mucho antes que terminara la función. Brahms y la belleza Ese era el buen Ruvalcaba, siempre haciendo maniobras para evitar hablar de sí mismo. Prefería hablar de la música y de sus autores, de su preferencia por la obra y la personalidad de Johannes Brahms por encima de otro genio contemporáneo, como Richard Wagner. Es sabido que este segundo autor pecó de arrogancia y
perfeccionismo, creía que todo dependía de sus propios actos, por eso prefirió ser él mismo el autor de los libretos de óperas como Tristán e Isolda, El anillo de los nibelungos, Lohengrin, etc., para evitar las seguras controversias que tendría si es que encargaba a un dramaturgo la parte literaria, lo que era más común entre los músicos de su época. En el lado contrario estaba situado Brahms, autor romántico que poco se preocupaba por el culto a su persona y se afianzaba sin decirlo en su destacado talento. En el cuento “Un domingo como cualquier otro”, Eusebio recoge la sencillez que rodea al músico genial, que una mañana despierta, alegre y sin compromisos, porque era un hombre soltero a sus 55 años y se prepara para tomar un paseo por el Stadtpark de Viena. En
“Una mañana se compró una anforita, la guardó en la bolsa de su saco y se fue a ver la cinta Un hilito de sangre en un horario tempranero, cuando los cines todavía están vacíos. Le pregunté su opinión y lo único que quiso decirme fue que se bebió demasiado pronto la anforita y se durmió mucho antes que terminara la función”
13 el camino ve a dos niños humildes y los invita a comer golosinas por el simple deseo de verlos felices. Ya en el parque, da de comer a los patos y, de pronto, se presenta ante él el milagro de la belleza, su búsqueda obsesiva. Ve a una joven mujer que acompaña a un anciano. No sabe qué relación tienen, pero no le importa, solo cuenta esa hermosura radiante que le inflama el corazón y lo lleva a regresar, inquieto, a componer una de las grandes obras que Brahms dejó para el deleite de los hombres. Eusebio toma partido por Johannes y, no obstante que respeta y disfruta las creaciones de Wagner, desprecia la arrogancia del hombre, admirable como artista, no como persona. Así también confronta las dos manifestaciones que el ser humano ha creado para interpretar el mundo: la literatura y la música. Gustaba de hablar más de la música, del disfrute que cualquier persona puede tener de ella, de esa inmanente cualidad de apreciar la armonía sin cumplir con ningún requisito previo. Para deleitarse con la música, hasta el más zafio de los hombres, incluso las mismas bestias, tienen suficiente con el simple hecho de escucharla, no hace falta más. El prodigio se produce y la recreación de la belleza que recoge el arte hace su efecto, regala alegría y enaltece el espíritu, mientras que para tener acceso a la complejidad de un poema hace falta cultivar el gusto por la palabra y desarrollar cierta capacidad que solo la lectura constante puede darnos. Entonces, la música, ese enorme goce compartido, está impregnada de humildad, de sencillez y transporta modestia, lo que para Eusebio fue manía. Por su parte, la literatura suele provenir de la introspección, del hallazgo de la podredumbre humana, aseguraba Ruvalcaba. La escritura es una búsqueda de conciencia en un espacio íntimo, la música es alegría y disfrute colectivo. Humildad frente al exceso Hombre de dualidades, nuestro amigo optaba por la humildad frente al exceso de festejos por la obra propia, por eso no aceptó asistir a la premier de esa película en medio de muchas
“Eusebio toma partido por Johannes y, no obstante que respeta y disfruta las creaciones de Wagner, desprecia la arrogancia del hombre, admirable como artista, no como persona”
celebridades y alumbrado con las candilejas del glamour. Fue hijo de músicos, padre violinista y madre pianista, de los que heredó el gusto y el respeto por las grandes obras musicales. Escribió en alguno de sus tantos libros sobre el tema de la música que, por llevar la contra, decidió dedicarse a las letras y no al arte heredado por su familia. No obstante, siempre dejó sentir una cierta superioridad de la música por encima de la literatura. El músico, decía, veía su arte como algo común, como la cocinera ve los frijoles. Nada más extraño que escuchar al músico hablar de sus técnicas de ejecución, cualquiera que fuera su instrumento. Su vida está impregnada de tal manera del arte musical que no distingue entre este y las cosas comunes. Por el contrario, el escritor tiende a hablar de literatura como un monotema, asume que todos están interesados en ella, y peor aún cuando un autor empieza a hablar de su propia obra. Se convierte en el peor publirrelacionista de sí mismo. Es soberbio y lo mejor es hablar de cualquier otra cosa con él. Esto explica en buena parte cómo fue la personalidad de Eusebio, retraído, hosco para hablar de él y de su obra, siempre estuvo atento a regresar al tema de la música como una necesidad vital. En alguno de nuestros desayunos salió al paso que en mi familia también hubo gente dedicada a la música, mi abuelo fue un clarinetista aventurero que se deslizó de un siglo a otro sosteniendo a su nume-
rosa familia solo con sus capacidades musicales. Mi hermano, admirador y alumno del gran Higinio Ruvalcaba, padre de Eusebio, llegó a dirigir el Conservatorio. Quiso entonces conocerlo, a mi hermano, no al abuelo que murió mucho antes. Espoleado por su curiosidad musical, por ese impulso de escudriñar el alma de los seres humanos, instigó para una reunión informal. Comimos en una cantina que, curiosamente, ambos frecuentaban sin conocerse. Eusebio celebró ese encuentro y, cosa rara, habló más de literatura que de música, hasta reconocer el espíritu wagneriano que gobierna a mi hermano. Algunos meses después recibí una llamada en la que este me contaba que había ido a la casa de Eusebio, invitado para desayunar con ginebra y para una altísima encomienda: afinar el violín del maestro Higinio Ruvalcaba. Luego de ese curioso episodio en el que compartió más de la cuenta con la soberbia, el carácter a lo Brahms de Eusebio volvió a imponerse. Su modestia innata lo regresó a la búsqueda de la belleza y al hallazgo literario de la podredumbre humana, que dejó patente en el libro que escribió y no llegó a ver publicado: La tumba del alacrán. Todavía en su último diciembre pudimos compartir una reunión con amigos, conversamos y comimos sin saber que estábamos disfrutando de los postreros días del amigo entrañable, a quien extraño mucho más que a los nuevos libros que ya no alcancé a publicarle.
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La sabiduría de Flaubert
“A veces llego a la convicción de que escribir es imposible” Víctor Roura
En el último mensaje que Eusebio Ruvalcaba envió a Víctor Roura le decía que no se sentía bien a causa de un inesperado dolor de cabeza, pero que, comparado con los problemas que Roura padecía por esas fechas, no era nada, y que muy pronto seguramente se verían para beberse, por fin, aquella copa pendiente. Pero vino su fulminante hospitalización, su recaída, su inconsciencia, su ausencia cerebral y, finalmente, su dolorosa partida. Hace un año, ya.
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ecía Eusebio Ruvalcaba que “escribir es un misterio, y no está en las manos de nadie dictar la fórmula para que aquello que se escriba sea una obra maestra, o cuando menos valiosa. O cuando menos inteligible. Gustave Flaubert lo sabía. Pero asimismo sabía que el ejercicio de la palabra escrita implica su buena dosis de tormento y de placer. A pocos hombres como él lo ha torturado a tal punto hallar una palabra; y, en consecuencia, a pocos les ha producido tal grado de satisfacción dar con el término exacto”. Cartas a Colet En su libro La sabiduría de Gustave Flaubert (Planeta, 1996), Eusebio Ruvalcaba nos acerca al novelista francés (1821-1880) mediante citas del propio Flaubert, extraídas en su mayoría de su correspondencia con Louise Colet, que muestran a un hombre no solo atormentado por la perfección literaria, sino a un ser sumergido en dudas, interrogaciones, premisas, vacilaciones, certezas: un hombre entregado, entre cavilaciones y afirmaciones, al mundo que le tocó vivir. Irremediablemente, luego de la lectura de este libro de 92
páginas, el lector vuelve a releer, inmerso en las teorías de Flaubert, cualquier obra del autor de Madame Bovary para mirar sus letras desde una óptica diferente. La sabiduría... es un compendio exquisito de las reflexiones elementales y complejas de Flaubert. Mejor, es el complemento idóneo para terminar de leerlo. “Por algo —escribió Eusebio Ruvalcaba—, Flaubert decía que, después de todo, el arte de escribir se reducía a colocar la palabra exacta donde habría de ir esa palabra y solo esa”. Ruvalcaba desprendió tres grandes lecciones del ejercicio literario de Flaubert. A saber: la primera, pensar en la literatura “por encima de todo. A costa de lo que sea. Y en todas sus vertientes”. La segunda, la humildad. “Porque sin humildad el escritor no se asombra. El asombro —que es la puerta hacia la creación— no deviene de una propuesta intelectual, sino de la humildad”. Y la tercera, la del estoicismo. “Esto es, la del dominio que debe tener el escritor en todo lo que escribe; incluso, o sobre todo, cuando las emociones llegan a su punto álgido. En las más adversas circunstancias, pues, el escritor debe conservar la
“Es más fácil hacerse millonario y habitar en palacios venecianos atestados de obras de arte que escribir una buena página y sentirse satisfecho de sí mismo”
frialdad del verdugo para dar el golpe con precisión milimétrica, sin dejarse llevar por la emoción”. Empero, al final de su introducción, Eusebio Ruvalcaba observaba un “solo punto más, lección inequívoca de Flaubert: el autor jamás debe pensar en conmover, sino invariablemente en ajustar sus sentimientos a la forma exacta de lo que quiere decir”. Los escritores que buscan conmover, “más les valdría sentarse a escribir telenovelas”. La escritura El autor de esta breve antología dividió en ocho capítulos el volumen, el primero de los cuales se centra en la escritura. Dice Flaubert: ° “Todo el talento de escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras”. ° “Escribir me pone en un estado de permanente acritud y siempre estoy a disgusto con lo que hago”. ° “El autor no debe aparecer más en su obra que Dios en la naturaleza”. ° “Es más fácil hacerse millonario y habitar en palacios venecianos atestados de obras de arte que escribir una buena página y sentirse satisfecho de sí mismo”. ° “A veces llego a la convicción de que escribir es imposible”. ° “Hay que desconfiar de todo lo que se parece a la inspiración, y que a menudo no es sino una actitud preconcebida y falsa exaltación que uno se ha dado voluntariamente, que no ha llega-
15 do por sí sola. Además, no se vive en plena inspiración”. ° “Para escribir cosas buenas se necesita cierta alegría. ¿Qué hacer para volver a hallarla? ¿Cuáles son los procedimientos a seguir para no pensar de continuo en nuestra miserable persona?” La forma, la idea y el estilo En el siguiente capítulo, Flaubert habla de la forma y de la idea: ° “Adora la Idea. Solo ella es verdadera, porque ella solo es eterna”. ° “Lo que me hace avanzar tan despacio es que nada en la Bovary está sacado de mí mismo; nunca me había sido más inútil mi personalidad”. ° “La forma sale del fondo, como el calor del fuego”. ° “La forma, al hacerse útil, al dominarse, se acomoda; abandona toda liturgia, toda regla, toda medida; no reconoce ya ortodoxias y es libre, como cada voluntad que la produce. Por eso, no hay temas hermosos ni feos”.
° “Allí donde falta la forma, ya no hay idea. Buscar lo uno es buscar lo otro. La forma y la idea son tan inseparables como lo es la subsistencia del color, y por eso el arte es la verdad misma”. El tercer capítulo está dedicado al estilo: ° “A medida que estudio el estilo, me doy cuenta de lo poco que lo conozco, y aveces tengo desalientos tan íntimos que me veo tentado de dejarlo todo plantado, y ponerme a hacer cosas más fáciles”. ° “No es pequeño asunto el ser sencillo”. ° “No se cansa uno de lo que está bien escrito”. ° “Yo sostengo que las ideas son hechos. Es más difícil interesar con ellas, ya lo sé, pero entonces la culpa es del estilo”. El amor, en el centro La gimnasia, la pasión, costuras y deslices a otras literaturas son los temas de los restantes capítulos, en los cuales se desgrana el pensamiento íntimo del buen Flaubert:
“A medida que estudio el estilo, me doy cuenta de lo poco que lo conozco, y a veces tengo desalientos tan íntimos que me veo tentado de dejarlo todo plantado, y ponerme a hacer cosas más fáciles”
“Adora la Idea. Solo ella es verdadera, porque ella solo es eterna” ° “La imaginación es una facultad que hay que condensar para darle fuerza”. ° “Puede ser hermoso reírse de la vida con tal que se viva”. ° “Cada adoquín de la calle tiene para mí su lado sublime”. ° “Las perlas no forman el collar, el hilo es el que forma el collar”. ° “¿Con qué nos consolaríamos de no ser con palabras?” ° “En poesía no hay que soñar, sino dar puñetazos”. ° “Cosa rara donde la haya: un crítico que entiende de lo que habla”. ° “En el fondo, publicar es una estupidez”. En total son 373 pensamientos recopilados de Flaubert que no se ciñen únicamente al concepto estricto de la materia literaria, si bien siempre se gira alrededor de ella, sino al amor, que es la sustancia que “parece permear su pensamiento” (dado que las más de las citas están extraídas, como ya se dijo, de su correspondencia con Louise Colet), lo cual, decía Eusebio Ruvalcaba, “a todas luces es una ventaja. Para todos”. Ciertamente.
Ilustración de Celestino sobre un guion original de Eusebio Ruvalcaba para la novela gráfica Adrenalina editada por Lectorum (dr), que sale a la luz justamente en este mes de febrero como libro póstumo del narrador.
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Narrativas Marcos García Caballero (Ciudad de México, 1973) nos presenta un cruel, mas divertido cuento sobre la realidad animal. Seguimos con una breve narración del guitarrista y compositor británico David Gilmour (1946), que integrara la legendaria banda Pink Floyd. La letra de esta canción vertida al español se la debemos a la poeta Lillian van den Broeck. Y cerramos esta sección con Eusebio Ruvalcaba (1951-2017), Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, quien dejó a Víctor Roura un breve relato para su publicación en el ya difuminado periódico cultural La Digna Metáfora, que no salió a la luz. Esta pieza inédita, en la cual curiosamente habla de sus años primeros con sus padres y de la posibilidad de que Dios le desalojara el alma, la damos a conocer ahora, un año después de su partida. Es, acaso, el último texto que escribiera Eusebio Ruvalcaba antes de ser hospitalizado en diciembre de 2016: hay en este relato un asomo de triste despedida ya del mundo.
El camaleón y la tarántula Marcos García Caballero
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s un relato que he contado ya varias veces con algunas variantes a lo largo de muchas sobremesas o cruzando tragos con amigos. La escena inicial debe verse en 1984, en mi salón de quinto o sexto de primaria, con niños y niñas sin uniforme ni enseñanza religiosa, se trataba de tener apertura mental, excelencia y gusto por la vida combinada con los estudios. Una primaria privada en el sur de la Ciudad de México que contaba con buen prestigio para entonces y, en particular, detrás de los salones normales de clase y el patio con cancha de basquetbol y una pequeña tienda para las horas recreativas, un jardín alambrado —para que los estudiantes no jugáramos a destruir las macetas—, y un refulgente salón especial que era el laboratorio de biología de todos los grupos. Ese fue mi primer y único laboratorio de biología en mi vida y lo recuerdo como si, al entrar en él junto con mi grupo de generación, nos convirtiéramos ipso facto
en naturalistas franceses del siglo xix, de esos que viajaban por todo el mundo y llegaban hasta tierras ignotas del África o Suramérica debido a su ansia exploradora, y la verdad es que no exagero tanto: en ese laboratorio había desde avispas atrapadas en ámbar hasta toda clase de insectos disecados, un cráneo de un puma y la colección más sorprendente de escarabajos que haya visto nunca; arañas, lagartijas disecadas y planos del cuerpo humano; es decir, todo un mundo por descubrir para nosotros solos cada viernes. Además Mario, el maestro, era amigo de mi familia y eso, ante mis compañeros, me daba un plus, un plus algo loco porque había un par de encimosos que de “wookie” no me bajaban. (Sí, el wookie de la película hiperfamosa, el tal Chewbacca, que le llaman.) Así las cosas, ese gran día habíamos terminado con la lección de inglés y el maestro de biología nos llamó para ir al laboratorio. Debo detenerme en el mo-
mento en que un amigo llamado Diego había llevado presuntuosamente una tarántula viva, casi tan grande como una mano. La llevaba en un frasco y, ese día, él fue la sensación de la escuela. El muchacho no se movió ni se ajetreó mucho como los demás a la hora del descanso, jugando al básket o lo que fuera, se quedó simplemente sentado afuera de la dirección y todo mundo venía a preguntarle de dónde había sacado eso. Que supuestamente de un pueblo cercano a Cuernavaca donde sus padres estaban fincando en un terreno, y que los albañiles la habían encontrado. Que su padre le había dicho que tal vez sería bueno llevarla a la clase de biología. La cosa esa causaba miedo, pero seguramente la pobre estaba más espantada por esa nuestra pequeña potencia infantil o casi adolescente: digamos, ¿qué habría pasado si algún loco le hubiera arrebatado y destapado el frasco encima de una muchacha? O, peor, ¿de un maestro? Qué bueno que, hasta eso, Diego aguan-
17 taba todos los jaloneos y se pasó el recreo chupando una paleta helada y el frasco con esa cosa a un lado. La clase de inglés había acabado y llegaba la de biología. Entonces Diego, muy presumido, bajó inmediatamente las escaleras orgulloso de ser la sensación de la escuela; todos bajábamos igual que él, como si fuéramos sus escoltas, ya que el frasco era el precioso tesoro para el laboratorio. Al llegar vimos a Mario platicando con los dos muchachos de la limpieza que cargaban un serpentario. ¿Un serpentario? Sí, una especie de caja rectangular con poca arena en su interior y, para su sorpresa, lo que Mario veía adentro era un camaleón pequeño, un poco más chico que la tarántula. No fui yo el primero en comunicarle a Mario lo que traía el frasco de Diego, todo el grupo se lo dijo. Por eso hablaba Mario con los de la limpieza: ellos habían encontrado el camaleón en el jardín alambrado. Mario pidió al grupo que le bajaran al escándalo, miró la tarántula en el frasco y luego el serpentario; después, sonriendo con malicia, dijo que podíamos hacer un experimento. Le preguntó a Diego: —¿No te importaría regalarnos tu tarántula? Diego respondió que se podía usar para la clase. —Perfecto —respondió Mario. Tomó el frasco, inspeccionó la tarántula y luego el camaleón. El grupo no entendía, pero todos estaban en ascuas. Mario nos pidió que nos acercáramos. Así lo hicimos. Mario abrió el frasco y aventó la tarántula al serpentario donde estaba el camaleón tan tranquilo, con los ojos entrecerrados. La tarántula sintió de inmediato que pisaba arena. —¿Qué va a pasar? —gritó todo el grupo. —Ahora lo van a ver —dijo Mario, sonriendo. La tarántula empezó a mover sus patas y a caminar, tal vez con ganas de causarnos miedo, ya que de eso viven cuando no comen, según decía Mario; pero en cuanto la tarántula vio al camaleón acurrucado en una esquina, entró en pánico, corría de un lado a otro del serpentario como queriendo salir de ahí, lo
cual, debido a la altura de las paredes de cristal, era imposible; corría y corría de un lado a otro mientras el camaleón, tan campante, echaba la flojera; de repente, la tarántula pasó un poco más cerca del camaleón y este nada más abrió la boca, sacó la lengua y, ¡órale!, una pata menos para la tarántula, que seguía queriendo escapar sin lograrlo. Luego volvió a pasar otra vez cerca y, ¡de nuevo! otra pata menos para la tarántula. Nos quedamos impresionados. Así pasó todo el rato has-
ta que la tarántula solo tenía tres patas. Y el camaleón, tan campante, ni siquiera se había movido de su sitio. Cuando la tarántula ya no se podía mover, ahora sí se movió el camaleón, volvió a abrir la boca y se la tragó entera. —¡Óooorales! —dijimos todos a coro. El inolvidable Mario se echó a reír: —¿Quién trae un jaguar y un venado para la próxima clase? —preguntó
Rostros de piedra
David Gilmour
V
arios rostros de piedra observaron desde la oscuridad mientras el viento se arremolinaba y me tomabas del brazo en el parque. Imágenes enmarcadas, colgadas en lo alto de los árboles. Y hablaste de tu juventud, pero los años se habían secado como las hojas. Tu amante se había ido, y su sustituto estaba ahí a la mano. Y cuál era la diferencia, no podías entenderlo. En una tarde gris caminamos de regreso por las calles oscuras. Y hablaste Foto de Alejandro Zenker.
toda la noche de la casa de tu infancia junto al mar. Y yo, con mi disfraz en una máscara elegida por ti, creí cada palabra que escuché. Al menos pienso que eso intenté hacer. Nos sentamos en el tejado, la noche se desbordó. No se habló más, pero aprendí todo lo que necesitaba saber. Tu sonrisa de Hollywood iluminó una luz del pasado, pero era el futuro lo que sostenías con tanta fuerza en tu corazón.
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Una noche como cualquier otra Eusebio Ruvalcaba
H
e empezado a deshacerme de mis cosas. Cosas que llevo en el corazón mismo. Y que no tengo por qué llevar conmigo. Cosas que no sirven para nada. Cualquier utensilio me era indispensable. Contemplaba aquella pluma fuente y la compraba, así fuera que dejara empeñada la mitad de mi siguiente quincena. Una tras otra, las plumas iban poblando los cajones de mi mesa de trabajo. ¿Por qué quería sumar más, hasta el desquiciamiento? Yo mismo lo ignoro. Los malos ejemplos son los más difíciles de erradicar. Aunque sean pequeñeces, como atesorar una pluma. Objetos que con el tiempo se van volviendo ponzoñosos. En mi caso eran minucias que heredaba de mi padre. Él guardaba sus plumas y sus relojes en un cajón que nadie almacenaba. ¿Por qué él lo hacía? De pronto, me le quedaba viendo y pensaba en que eran piedras preciosas cuyo verdadero valor yo ignoraba. Pero yo era capaz de mirar y mirar. Como si algo de eso estuviera dedicado a mi persona. Nada de aquello me pertenece. Ni a mí ni a nadie. Como todas las cosas, se fueron a la basura. Mi padre guardó únicamente un par de objetos personales: sus violines y su música. Ahora mi hijo León Ricardo es el dueño de ese tesoro. Ignoro cuál vaya a ser su destino. Si es músico, si es violinista, quizás lo acapare.
Sería maravilloso poseer algo hasta el final mismo. Ese algo podría ser la música. Unas cuantas cosas. Sin exagerar. No pido mucho. Música que llevo dentro. Y que escucho desde niño. Esas obras se fueron apropiando de mi fantasía. Y las escuchaba yo al calor del fuego de la imaginación. De la travesura. Del ensueño. Conocí el amor a través de esta música. Mi madre despertó su amor en mí a través del teclado de su piano. Y mi padre el suyo. Cuando extraía desde su violín la música colmada de alma. Yo simple y llanamente oía. Me elevaba con ese espíritu. Música que escuchaba desde mi más tierna edad. Se habla tan escasamente de esa música. Nadie la tiene en el corazón. O aunque de pronto algún despistado. Alguien que descarrió su corazón en algún punto de su remota vida. A todos nos pasa eso. Vuelve uno la vista y no hay más. Me basta cerrar los ojos para que aquellos recuerdos sobrevengan. Ni siquiera tengo que cerrar los ojos. Está ahí. Palpitando. Brahms mismo. Que a muchos les parece tan inaccesible. En efecto, tienen razón. El caso es explicable. Cuando lo que se lleva es la belleza misma. Entonces se torna tan accesible. Tan diáfano. La música de cámara es feliz portadora de esta misión. Yo escuchaba a mis padres tocar lo que era la esencia de la música. Se ponían a tocar su propiedad.
Sé que había muchísima música. Y que tocar a Brahms significaba dejar de lado a Debussy, a Schubert, a Beethoven. Porque así eran las cosas. Así siguen siendo. Para muchos. Conste que estoy hablando de música para violín y piano. Porque era la dotación que a mis padres los mantenía juntos. Entonces sobrevenía la música. Es de imaginarse a un niño escuchando esas melodías. Revestidas de armonías cuajadas de dificultades. Solo aptas para oídos educados. Fue la gran ventaja. Me refiero a la gran ventaja del alma. Fui a caer en blandito. Es como si me hubieran puesto en un pesebre musical. Hacia donde volviese mi cabeza me topaba con la belleza de la música. Cero ópera. Cero música sinfónica. Única y nada más con la música vuelta oídos magníficos. Nací con la música más dulce acariciando mi espíritu. El trabajo restante no fue mucho. Incorporar el trabajo cotidiano a la vida diaria era lo de menos. Aplicar un esfuerzo del diario a mi actividad rutinaria no era nada sobresaliente. Porque todo llevaba la impronta del juego. Y quién no lo sabe, que donde hay juego está el niño. Tan sencillo que es inocular la belleza musical en los oídos del alma. No creo que se requiera tanto. Ni siquiera más allá de la buena voluntad. Pues al fin voy a requerir que Dios me quite de encima el alma que recorre mis entrañas. Ojalá tenga paciencia. Quizás tenga paciencia.
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Andanzas diplomáticas
Diez minutos de retraso Alberto Zuckermann
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e finales de los años setenta a casi finales de los ochenta trabajé en el servicio exterior mexicano como agregado cultural en tres países de Europa del Este. De ese periodo voy a recordar una anécdota que tiene que ver con la visita de un distinguido personaje de entonces a uno de esos países. Se trata de la visita del jefe de nuestro deporte en aquellos años a Bucarest, Rumania. Era el primo hermano de nuestro presidente, el que prometió defender el peso como un perro, de ahí que los preparativos tuvieran Foto de Gretta Hernández.
un especial interés para el gobierno de aquel país, que entonces gobernaba el tirano Ceaucescu. Procedente de Viena, por vía aérea, llegó con su comitiva, que resultó mayor a la originalmente anunciada. Entre los nuevos incorporados estaba un flamante diputado por el pri, quien había hecho carrera como comentarista deportivo en Televisa y que varios años después irrumpiera inesperadamente, excedido en tragos, en un programa de López-Dóriga. Los esperábamos en la pista del aeropuerto el em-
bajador de México y yo y, por la parte rumana, el ministro del Deporte, el general Dragnea, con varios de sus funcionarios. Una vez que se abrió la puerta del avión de la línea rumana Tarom, vimos aparecer en la escalerilla a algunos miembros de la nutrida comitiva mexicana y, casi entre los últimos, al obeso jefe de nuestro deporte. Iba precedido de una mujer de vestido entallado y llena de pulseras de oro. Se suponía que era su esposa, pero luego resultó que no. Él venía con la camisa de fuera, la corbata a medio camino y el saco echado a un lado en uno de sus brazos. Nos acercamos a él. El embajador lo saludó e hizo la presentación del general, quien con la ayuda de una intérprete le dio la bienvenida. En respuesta, el jefe de nuestro deporte le dijo: “Gracias, mi general. Aquí le traje esto para que se agasaje”. Uno de su comitiva le pasó una bolsa del aeropuerto vienés con bebidas y latas. El general dio las gracias y se la pasó a
un ayudante diciéndole que era para el protocolo. En el trayecto hacia los coches, nuestro jefe del deporte, sobándose la espalda, dijo: “Mi general, qué incómodos son sus avioncitos”. Al siguiente día llegué al hotel donde lo hospedaron a recogerlo para su primera reunión con el general. La cita era a las nueve de la mañana, faltaban 20 minutos y la oficina se alcanzaba en la mitad de ese tiempo. Llamé por el teléfono local para avisarle que lo esperábamos. Contestó la mujer que lo acompañaba y me dijo que le iba a avisar. Pasaron cinco minutos y no bajaba. Volví a llamar y él me contestó. Le dije que si no bajaba ya, llegaríamos tarde. Me dijo: “Estos pinches gatos que traigo no me han terminado de bolear los zapatos, ¿cómo voy a ir así?” Por fin bajó, llegamos a la cita con diez minutos de retraso. Y ocurrieron otros tantos incidentes dignos de ya no mencionar.
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Juan Miguel de Mora, casi centenario
En busca del yelmo de Mambrino
Víctor Roura
Nacido en Madrid en 1921, Juan Miguel de Mora, que luchara contra el franquismo antes de su mayoría de edad, falleció el 18 de marzo de 2017 a sus 95 años. Perseguido por el presidente Luis Echeverría por haber escrito un libro sobre los acontecimientos del 68, hace ya medio siglo, se refugió una temporada en Francia. Involucrado en la prensa nacional, este mexicano nacido en España escribió, asimismo, novelas y cuentos memorables. A un año de su partida lo recordamos.
D
on Gonzalo Castro de Linares, acaso el cervantista más destacado de cuantos hubieran brotado en la tierra española, estaba ya en el trigésimo quinto día de una inquietud que no lo dejaba dormir ni reposar, “víctima de un tósigo que le hiciera, días antes, pasar los exámenes casi sin prestarles atención (él tan cuidadoso de ordinario) y estar esperando las vacaciones, por primera vez en muchos años de cátedra, con prisa por que llegaran”. Radicado en el madrileño barrio de Argüelles, profesor respetado, “solitario e ignorado más allá de su ámbito”, ofrecía sus amplios conocimientos en el Instituto Cardenal Cisneros. Modesto, distanciado de las modas literarias, su vida la consagró al estudio y la enseñanza de Don Quijote de la Mancha y de la ejemplar, “aunque desdichada”, vida de su autor Miguel de Cervantes Saavedra. Sin embargo, Castro de Linares “nunca consideró haber leído las veces suficientes el fruto del talento del famoso alcalaíno y cada día a cada noche encontraba en sus escritos cosas nuevas de las que sorprenderse y nuevos méritos que alabar en el genio que crease el más noble y más valeroso caballero que jamás haya cabalgado”. Pero toda esa agitación que mueve el interior de Castro de Linares, en el momento que lo conocemos, todos “sus ires y venires, sus gestos nerviosos, sus sudores y otros síntomas estaban a su entender plenamente justificados: en efecto, así como hay mineros que después de muchos lustros de trabajo tenaz topan con un filón que supera todas sus
ambiciones, don Gonzalo creía haber encontrado, o, por mejor decir, saber dónde se hallaba, una bacía que perteneció a Cervantes y en la cual, inevitablemente, el glorioso soldado debió haberse mojado las barbas y el rostro”. Pesquisa en las batallas Durante los muchos años dedicados a su cervantina pasión, “nunca se hubiere atrevido don Gonzalo a soñar con tal fortuna. Ni en sus ambiciones más desorbitadas, ni en sus más desaforadas fantasías se le habría ocurrido pensar que él encontrase algo que hubiera sido propiedad personal de don Miguel de Cervantes Saavedra. Y ahora, por un azar inimaginable, daba nada menos que con el famoso yelmo de Mambrino en su forma más real, la que con su genio le dio Cervantes en el conocido episodio del Quijote”. Y así se intitula precisamente la novela que nos da cuenta de todas estas peripecias, perteneciente a Juan Miguel de Mora: El yelmo de Mambrino, que, como dato curioso, antes de la edición mexicana a cargo de Octavio Colmenares en su
Edamex (2005), fue vilmente rechazada (sin justificación alguna, ni dictámenes razonables) por las sucesivas editoriales españolas Seix Barral, Anthropos, Planeta, Grijalbo Mondadori, Alianza, Debate, Muchnik y Plaza y Janés. Y fue publicado el libro en 2005 justamente cuando se cumplían los cuatrocientos años de la primera edición de Don Quijote y el Festival Cervantino en Guanajuato, ese año, dedicó diversas actividades al acontecimiento, hecho que, como se aprecia con claridad, tenía sin cuidado a aquellas suntuosas editoriales hispanas. La novela de Juan Miguel de Mora —quien el 18 de octubre de ese 2005 arribaba a sus lúcidos 84 años de fructífera vida—, única en su género, no solo toma de pretexto la búsqueda de esta singular bacía de Cervantes, que sin duda habrá existido (y cuya copia fiel De Mora tiene en su hermosa casa del Ajusco, al igual que una escultura en homenaje a Cervantes Saavedra en el centro de su arbolado jardín), para rendir un tributo a su amado Quijote, sino que también aprovecha para sumergirse en los pormenores de
“Don Gonzalo creía haber encontrado, o, por mejor decir, saber dónde se hallaba, una bacía que perteneció a Cervantes y en la cual, inevitablemente, el glorioso soldado debió haberse mojado las barbas y el rostro”
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“Y no hay duda de que de no haber sido remojadora de las barbas del autor del Quijote, difícilmente merecería una bacía el honor de ser mencionada en un testamento, y aun descrita, ya que, para mayor gloria, se precisaba ser de azófar” aquella cruel guerra civil española (de julio de 1936 a abril de 1939), donde un jovencísimo De Mora interviniera a favor de la República en la finalmente inútil batalla contra el dictador Franco. Fueron esos tres años, los mismos que durara la resistencia de los civiles republicanos, los duros, casi imposibles, años de la búsqueda de don Gonzalo Castro Linares, saltando heroicamente entre un bando y otro, salvando incluso a cobardes falangistas que pudieran serle de paradójica utilidad cervantina, evitando ser atrapado por los enceguecidos miembros del ejército que, como los nazis alemanes, mataban a todo aquel que les pareciera sospechoso o se atreviera a contradecirlos. Apenas supo que la bacía de Cervantes podía tenerla en sus propias manos, el profesor no se detuvo en sus indagaciones. “Logró por fin recobrar un poco de compostura —dice Juan Miguel de Mora— y lo que halló fue el testamento de un sobrino nieto del cura Francisco Martínez Marcilla, dueño de la casa de la calle del León en la cual pasó Miguel de Cervantes a mejor vida, o tal vez simplemente al ciclo evolutivo de toda materia orgánica, el 23 de abril de 1616”. El tesoro en la mano Colegíase del texto que doña Catalina Palacios de Salazar, viuda de Cervantes, “regaló al dicho clérigo la bacía que en vida utilizara su esposo, alegando que pues ya no había hombre en
su familia (sino una hija de otra mujer, Isabel, por entonces en un convento de trinitarias), no quedaban barbas que remojar o recortar. El licenciado en teología Martínez heredó la dicha bacía a un su sobrino, el cual la pasó a su hijo años más tarde, diciéndole de quién había sido, por lo que el citado en último lugar consideró al tan repetido instrumento barberil digno de figurar en su testamento con mención del que fuese originalmente su propietario. Y no hay duda de que de no haber sido remojadora de las barbas del autor del Quijote, difícilmente merecería una bacía el honor de ser mencionada en un testamento, y aun descrita, ya que, para mayor gloria, se precisaba ser de azófar, en lo que coincidía con la que se describe en el Quijote, en el episodio del yelmo de Mambrino”. Y caminó Castro Linares cientos de kilómetros, de casa en casa, arriesgando su vida, preguntando, investigando, resolviendo qué hacer en medio de una guerra que tenía desmoronada a una España a punto de caer en las manos fascistas de unos simpatizantes nazis. Resuelta la pesquisa en 33 capítulos, entre crónicas verídicas y ficticias (ya se sabe que Juan Miguel de Mora contaba las cosas más increíbles, pero tal vez lo más inaudito radicaba en que todo lo contado era realmente auténtico, de modo que la realidad moraneana era, es, aún más insólita que la fantasía misma, al grado de que quizás la bella
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
22 bacía que De Mora tenía en su hogar fuera el mismísimo yelmo de Mambrino, y no una fiel reproducción, que Cervantes Saavedra imaginó para la cabeza del Quijote). Entre nombres reales —compañeros de batalla de Juan Miguel de Mora a quienes rinde homenaje para que la memoria nunca muera— y apócrifos, entre sucesos históricos y otros imaginados, don Gonzalo Castro Linares da por fin, luego de mil peripecias que son las casi trescientas páginas de la novela, con el objeto sagrado de su intensa búsqueda. Don Gonzalo no podía dar crédito a lo que estaba mirando entre sus propias manos, “aunque era de latón [de azófar, como decía Cervantes] y no estaba muy brillante”. Nada menos veía con sus ojos, y tocaba con sus manos, una pertenencia de Cervantes Saavedra, que pudo haber sido —tal vez, nadie sabe— el inicio de la conformación del Quijote. Ya con el yelmo en la mano, podían incluso fusilarlo las hordas de Franco, tal como aconteció en el campo de Albatera, Alicante, en los primeros meses de 1939...
Dibujo de Manjarrez.
El primer día
Quiero escribir María Teresa Mézquita Méndez
Q
uiero escribir… no importa lo que sea, notas de sociales, bodas, bautizos, despedidas de soltera, obituarios, anuncios clasificados, avisos económicos... lo que sea. Además necesito un trabajo y ya no quiero envolver regalos detrás de un mostrador, de ninguna manera: el triciclo en burbuja de pvc con lazos gigantes fue el acabose. Fin y para siempre. Además, quiero escribir… Diecinueve años. Tenía al mundo en mis manos... claro, era tan pequeño, tan limitado, tan obvio. Era tan fácil ser el tuerto en el país de ciegos; era tan original ser mujer y querer escribir, tan osado querer pensar y dedicarse a algo por lo cual me decían mis amigos que me “iba a morir de hambre”. Érase que se era un tiempo tan ingenuo (a veces la inocencia me hace guiños, me doy cuenta de que soy la misma, me da gusto) que me reconcilia con los últimos años de mi adolescencia: Me había recibido el director del periódico cuando fui a pedir trabajo. Yo sabía que él conocía a mi padre, pero no quise la ayuda familiar. Decidí ir por mi cuenta, tocar la puerta, pedir trabajo, llenar los formularios… Nunca le pregunté qué pensó de verdad aquella mañana de diciembre, hace casi tres décadas, cuando subí a su oficina llena de libros. —Aquí anotaste que sabes redacción… que tienes buena ortografía… —me miraba
y alternaba su mirada a mí y a mis notas con caligrafía infantil y desordenada letra, que hasta ahora me avergüenza, en los formatos de solicitud impresos en papel revolución. Levantó una ceja—, pues ya lo veremos. Yo clavaba los ojos también en las hojas de papel… en una de esas, para la solicitud, teníamos que escribir una hoja de vida “o su propio obituario”, decía la instrucción. “¡Qué fúnebre!”, pensé. Y decidí mejor escribir mi vida en un cuento grimmiano con el “había una vez” incluido. —Y… —continuó la entrevista— ¿por qué quieres trabajar ahora, qué vas a hacer si estás casi empezando la carrera? Tú tienes que estudiar… Tenía la respuesta lista. No sopesé su verdadera dimensión, no me importaba. Y ese compromiso lo hice, antes que nada, conmigo misma: —Estoy decidida —repuse—, le aseguro a usted que lo único que voy a hacer es estudiar y trabajar… Durante los años siguientes mi universo excluyó todo lo que no fuera mi trabajo en el periódico y mi carrera en la universidad. Había decidido en dos segundos el destino riguroso, obsesivo, presuroso, agitado y, claro, de gran aprendizaje de aquellos espléndidos años de pletórica juventud. Y eso que apenas era… el primer día.
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Mientras dormito Foto de Alejandro Zenker.
Pienso en ella mientras dormito. ¿Es posible soñar despierto? Me hago huidizo y sensible ante su corazón, que nunca me nombra: ¿soy quizá un tormento y una pálida sombra? Víctor Roura.
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Poéticamente La colombiana Ángela Inés García (1957), aposentada ahora en Suecia, nos remite desde la vieja Europa algunos textos suyos. Kyra Galván (Ciudad de México, 1956), poeta de oficio, reconocida en el medio literario por sus propios hacedores (que es lo más difícil en esta tarea escritural), nos entrega tres poemas de indudable tesitura íntima. Su nuevo libro es una novela: El sello de la libélula, publicada por la editorial Vergara. La mexicana Mariana Salido (1976), de su modesto repertorio poético, la también pintora extiende tres pasajes que la vinculan directamente con Eusebio Ruvalcaba, con quien compartió un lustro y medio de su vida hasta la muerte del narrador hace ya un año.
Qué hay en una mirada?
?
Ángela Inés García
Habla el árbol Le ofrecería a usted el instinto total del silencio si no fuera por el soliloquio anudado entre corteza y pliegues del que acampó a mi sombra. Ninguno era forastero para mí. Aquí soy uno y dos, una multitud con silbos columpiados por el soplo. Está en mí lo que sin razones es, no tengo otro argumento que estar de pie. Son una sola cosa en mí crecer y cantar, igual sonido reverdecer o armiñarme de copos. Soy lo que tenía que ser, otra alternativa no hubo. También seré el día de mañana y el de después si la ronda de muerte de un prójimo suyo no se interpone. Usted comprende lo que quiero decir...
Si el corazón va en todas estas trayectorias afiladas y punzantes, el pequeño credo es la incertidumbre. Dado que la vida es, hay que inventarse. La vida me da este minuto yo invento una eternidad; la vida me da una eternidad yo invento este minuto; me inventa la palabra que viene, basta erguirse de la nada giratoria, basta creer en lo que viene.
Aun sin el concurso de nuestra voluntad, miembros y órganos funcionan, se adquiere una lengua. Inventarse es vivir todos los grados del pavor desde el balbuceo a la palabra. Pero la mirada no balbucea, primitiva seguridad. ¿Qué hay en una mirada? ¿Qué es un encuentro total? En lo imposible el amor obstinado contra lo doméstico es la única brújula. El gran fraude de los padres es hacernos creer en la estabilidad, abominar de la naturaleza azarosa del amor. Nadie sabe bien qué es capaz de hacer —quizás no quiere saberse. ¿Quién controla esa fuerza primitiva que duerme atemporal en cada uno, cuya furia puede despertarse aun por aparente capricho? ¿Quién sabe qué milagro es capaz de hacer, qué crimen, qué sacrificio? La vida tiene todos los caminos... La muerte tiene todos los caminos. También el amor, el deseo, el vacío tienen su forma: carne, vaso, cántaro o copa. Los orificios encuentran cuerpos para existir y el cuerpo se llena de orificios para estar sediento y esculpir la belleza.
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La mordida silente del sigilo… Kyra Galván
Mil años Aún me cuesta trabajo dejar el departamento vacío de Minami Magome, en Tokio. La acción se prolonga interminable en el vacío. En el espacio de mi corazón hay una estancia sin muebles que solloza. Un arreglo floral de bienvenida. La ilusión de mil años que se quedaron tirados sobre el piso polvoriento. Notas delicadas tocadas en un piano que nunca existió acompañan un violín que entona como un ángel: una melodía de libélulas alborotadas. Mil años de crisantemos bordados en oro. Qué difícil dejar el Hotel Imperial. Último reducto de una historia de amor. Tokio y su recuerdo, duelen en el estómago ciego, y la vida entre kanjis arde nostálgica sobre una llamarada de juventud en toda su gloria. Tanta impotencia por no saber leer. Lánguida lucha por otra lengua. El bosón de Higgs es una realidad. Ha sido descubierto y confirmado y asegura que el tiempo simultáneo existe: o sea, puedo ser hoy la que fui y seguir siendo la que seré. Paradoja del tiempo cruzado: mis piernas jóvenes caminan por el subterráneo y, aun sin conocerte, te recuerdo. Te amo y no te amo. Te deseo y te aborrezco porque dejaste una huella que aún no se marca. Fui de carne y hueso en Akitsu Shima. Le recé a Kannon sama en un santuario en Kamakura y diez mil samurái cruzaron mi llanura de tempestades cargando suntuosos regalos y prodigando castigos innombrables. Hoy, adentro de mi corazón, los cerezos florecen huérfanos en un instante que es presente continuo y en mi memoria se construye un acuario de escamas que hace de mis ojos: peces que nadan en las aguas medulares del tiempo: yo dejando una habitación vacía que no conozco porque la viví en la memoria de un país en el que moraré mil años.
Escribir Las manos danzan desentrañando el abanico de la creatividad. Mariposas del instante presente. Jarcias cadenciosas de la eternidad. Envidia ¿Es acaso una cuchillada en el aire marino en la lumbre del aguacero en el ir y venir de la noche? Una palabra endurecida con sal embadurnada en la cara con el aceite de la vergüenza y el condimento tatuado de la ira. La envidia también es impotencia en pregunta contenida: ¿por qué? ¿para qué? Una tristeza mansa se suelta del escondrijo y va dejando un rastro de luces apagadas. Un dolor que es relámpago de nubes bajas y se vuelve incendio de arrozal. Propaga la autoflagelación rastrojando la tierra preparándola para la dispersión de las cosas solapadas. De lo indecible. Las líneas de separación entre lo tuyo y lo mío se levantan como una carrera de lamentos, de estaciones fijas en el gemido donde la envidia acrecienta como espuma, como ectoplasma vencido. Será ceniza que dejará su huella colgando de los árboles, de las raíces, de los ojos-orquídeas y de los corazones lagartos. Duros, petrificados. Es una barca que se desliza en la oscuridad, patrocinada por el rugido del tigre, el zarpazo de la polilla y la mordida silente del sigilo. Aplana el espíritu, riega ponzoña, hace brillar el puñal a la luz de la luna de antaño. Resquebraja el ego agobiado de equipaje y lo cubre de un moho tenue. Amortaja el poderoso yo que con fantasmal triunfo se siente derrotado. Qué es la envidia sino una enredadera que trepa a las andadas sobre los montes sin desbravar.
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Eso también es el amor Mariana Salido
Por fin cerraba los ojos Le gustaba acomodarse en la butaca a unos pasos del piano, semidesnudo, las piernas estiradas una sobre la otra, con su whisky a un lado en la mesita auxiliar. Me veía sentarme, ordenar las partituras, corregir la dirección de la luz que la pequeña lámpara vertía sobre el teclado. Sereno y atento aguardaba, contenida la emoción como si fuera a escuchar a su pianista predilecto. Yo enderezaba mi espalda, aspiraba varias veces para calmar la agitación que sobrevenía de inmediato. Me tomaba mi tiempo. Dicen que Sviatoslav Richter tardaba hasta quince minutos frente al teclado antes de tocar. El público empezaba a carraspear, a toser, a desesperarse. Un minuto en esas condiciones puede sentirse como una eternidad. Pero Eusebio no se inquietaba. En cuanto mis manos salían de su reposo y se dirigían al teclado, él cerraba los ojos. Entonces tocaba el primer acorde. Digamos de la Sonata Patética de Beethoven. Tengo años estudiándola. No me ha importado nunca cuánto podría tomarme. Se tiene una vida para estudiar esa sonata. Solo para eso. Él quería que le permitiera verme estudiar. Y yo estudiaba. Repetía frases musicales una y otra vez, ensayaba periodos obsesivamente o me seguía de largo con el movimiento completo. Tenía la amabilidad de no interrumpirme para corregir mis faltas. Solo escuchaba y bebía de su vaso con los ojos cerrados. Yo hacía una pausa de cuando en cuando para calmar mi sed, dar una calada al cigarro, estirarme… Y proseguía. Transcurrieron así decenas de noches hasta que un día me detuvo y dijo: “Desde el primer acorde debe sentirse la hondura de Beethoven”. ¡Diablos!, pensé yo. La hondura de Beethoven en un solo acorde. Ese acorde debía contener en sí mismo la sonata completa. A Beethoven en su totalidad. ¿Era eso posible? Debía ser poderoso, pero grácil. Fuerte sin ser violento. Grave, mas no solemne. Atormentado, pero henchido de vigor sin dejarse arrastrar por el drama. Era un magnífico maestro de música. Un soberbio maestro de piano.
27 Después de esa primera vez que habló ya no dejó de hacerlo. Pero hablaba sin que yo me detuviera: me gritaba “¡no pares!, ¡no pares!” Y me dirigía como un director a su orquesta. Pasaba del puño furioso al ademán suave, se levantaba, agitaba los brazos, acariciaba el aire; pedía más fuerza, más suavidad, más cadencia. Yo no me detenía. Tocaba mejor que nunca llevada de su mano. Éramos uno con el piano, con Beethoven. Con la música.
Detrás de tu ternura Eso también es el amor, dijiste. Al menos el nuestro. Aquella noche te lancé el zapato. (Habrase visto la fuerza hercúlea de mi brazo.) Lo esquivaste. Lancé todos los zapatos que pude encontrar. Uno te dio. Estallaste. Me asiste de los brazos para inmovilizarme. Te clavé las uñas en los costados. Me arrojaste a la cama. Te volcaste sobre mí. Arrancaste mi vestido. Forcejeé. Me sujetaste. Forcejeé más (no tanto). Me cogiste con desenfreno criminal. Quedé rendida. Dormimos abrazados. Despertaste furioso al día siguiente, pero me hiciste mi avena con leche y plátano. Y Splenda. Y que sientan lástima por ti quienes no te conocen. O ignoran la divina crueldad que hay detrás de tu ternura.
Foto de Alejandro Zenker.
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Los inventarios de José Emilio Pacheco
La Biblia del periodismo cultural en México José David Cano
Parecían libros destinados a su inexistencia, pero por fin han visto la luz. La entrañable y docta columna “Inventario”, que durante 41 años publicara el poeta y ensayista José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939-2014), han sido reunidas y seleccionadas para su necesaria publicación. I onste: los hechos se fueron desarrollando más o menos de manera natural y lógica. Lo cuento como pasó: Primero fue un sueño colectivo de muchos. Luego, aquello se volvió un rumor. Después, sin llegar a ser algo tangible, sin siquiera materializarse, se convirtió en un objeto de deseo. Ahora, sin embargo, todo ha cambiado: el sueño, el rumor, el objeto de deseo se ha vuelto una realidad... Verán: desde hace unos meses ya circula Inventario / Antología, tres tomos en donde se recopilan las columnas que José Emilio Pacheco publicó en los últimos años del Excélsior dirigido por Julio Scherer García, para luego mudarla a la revista Proceso. No es un asunto menor: “Inventario” fue una columna que se convertiría —desde su origen y hasta el fallecimiento del escritor y poeta mexicano, en enero de 2014— en un referente insoslayable para comprender la cultura en México; pero, también, en una lectura obligada para echarle una mirada social y política y cultural al mundo. En ella, José Emilio Pacheco permitía a sus lectores acercarse —corrijo: acercarnos— lo mismo a la literatura mexicana que a la universal, a la historia o a los hechos culturales más importantes y significativos. Y mejor dejarlo claro desde ahora: con la aparición de estos tres tomos —publicados por Ediciones Era en coedición con El Colegio Nacional, la Universidad Autónoma de Sinaloa y la Dirección de Literatura de la unam—, ha llegado a su fin la larga espera de sus lectores (que José Emilio los tenía, y muchos, y que iban desde amas de casa hasta científicos, pasando por jóvenes,
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obreros, alumnos, profesores, investigadores); una larga espera que, por otra parte, no dejaba de provocar —cada cierto tiempo— rumor tras rumor. Y no, no es exageración: desde hace años, muchos antes de la trágica e inesperada muerte de José Emilio, un sinfín de personas (escritores, investigadores, amigos) había soñado hacer (o pensado hacer) un proyecto como este, aunque una y otra vez había recibido la misma respuesta de su autor: no, gracias. Desde hace años, también, se rumoraba, se cavilaba, se comentaba —como un secreto a voces— que estaba en camino, ahora sí, la publicación íntegra de la columna “Inventario”. Ya es justo, decían unos. Ya es necesaria, susurraban otros. Ahora ya está aquí, y no se ha tomado a la ligera: “Inventario se convirtió en uno de los proyectos editoriales más importantes en Era”, reconoció ante la prensa, hace algunos meses, Marcelo Uribe, director de este sello editorial. Allí dejó en claro otra cosa: que lo reunido en los tres tomos solo representa alrededor de un tercio de lo que se publicó durante los 41 años que vio la luz la columna, dejando en manos del escritor Eduardo Antonio Parra la selección, al menos en una primera instancia; luego, para afinarla y concluirla, así como para colaborar en la corrección, se sumarían Paloma Villegas, José Ramón Ruisánchez y Héctor Manjarrez. “Se trataba de un proyecto tan complejo que había que dejarlo en varias manos”, se apresuró a añadir Marcelo Uribe ante los periodistas. Allí con él, en esa misma conferencia de prensa, también estaba el escritor mexicano Juan Villoro; él sintetizó de esta manera la columna “Inventario” (y, por ende, estos tomos): “Son 41 años de
periodismo cultural de alta densidad intelectual y al mismo tiempo de enorme claridad expositiva. José Emilio logró el raro milagro de combinar lo mucho que él sabía con una manera absolutamente cordial de exponerlo”. Ese día, Uribe y Villoro coincidieron en algo: “Inventario” fue una columna madura, precisa, perfecta desde su inicio. II En el primer tomo, a manera de presentación, los editores apuntan: “Cuando José Emilio Pacheco empezó a publicar su columna el 5 de agosto de 1973 era un joven de treinta y cuatro años. Cuarenta años después, la noche del 24 de enero de 2014, Pacheco afinaba los detalles del segundo ‘Inventario’ dedicado a Juan Gelman a raíz de su muerte, ocurrida diez días antes. Luego de enviar su texto se fue a dormir para no despertar. Entre esas fechas se desarrolló, con algunas pausas pero sin tregua, la obra más importante, influyente y leída de nuestro periodismo cultural. “Desde las primeras entregas de ‘Inventario’ en ‘Diorama de la Cultura’ del Excélsior de Julio Scherer (19731976), la columna era esperada semana a semana y era ya un espacio querido y reconocible. Tras el golpe a Excélsior, ‘Inventario’ pasó a publicarse en la revista Proceso desde su primer número hasta 2014”. Ahí, en la revista, la columna pasó rápidamente a ser una de las favoritas. Incluso ya desde principios de los ochenta un gran número de lectores decía —medio en broma y medio en serio— que Proceso se leía de atrás para adelante: “Boogie el Aceitoso”, “Inventario”, luego la columna de García Már-
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“Lo reunido en los tres tomos solo representa alrededor de un tercio de lo que se publicó durante los 41 años que vio la luz la columna” quez, para finalizar con el editorial más filoso e inteligente, el de Naranjo. Algo es cierto: “Inventario” fue, en esas cuatro décadas, uno de los trabajos más brillantes, sorprendentes y creativos de JEP —iniciales con las que casi siempre él firmaba. En ella, en su columna, lo mismo convivían el poema y la noticia, el cuento y la traducción, la crónica y el ensayo, la biografía literaria y la más concentrada narración histórica. Para mucha gente, en efecto, las columnas de “Inventario” están entre las mejores páginas del periodismo cultural mexicano: por la prosa espléndida, por la capacidad de síntesis, por el despliegue de creación y erudición. Como señalan los editores: “Inventario” se convirtió desde los primeros años “en un nuevo género literario, un espacio donde cabía todo y donde todo se conectaba con todo en textos siempre ágiles, apasionantes e inteligentes, donde la historia y la literatura se cruzaban constantemente y donde a menudo se tenía la sensación de estar ante momentos cruciales”. Así que, con todos estos antecedentes, las cosas no fueron sencillas para llevar a buen puerto la publicación de esta antología; empezando, desde luego, por la selección de los textos. Al menos eso me contaba (una tarde cualquiera en la Ciudad de México) el propio Eduardo Antonio Parra. Él mismo un lector de José Emilio Pacheco, fue invitado desde un inicio al proyecto, el cual comenzó hace ya varios años. Aunque no recordaba la fecha exacta, Eduardo me contó que todo ocurrió más o menos una década atrás, cuando, en una de sus visitas a las oficinas de Ediciones Era —la casa editorial que publica sus libros—, Marcelo Uribe lo invitó a entrar a su despacho: —Mientras platicábamos de cualquier cosa, Marcelo de pronto me dijo: “Eduardo, queremos encargarte una
chamba”, y puso la mano sobre una gran pila de cuadernos engargolados que estaba en el escritorio. Me imaginé que sería una investigación o alguna lectura kilométrica, y me embargó una enorme flojera… Con el temor, le pregunté: “¿Qué chamba?” Y Marcelo: “Nos gustaría, si tienes tiempo y te interesa, que hicieras una primera selección de los ‘inventarios’ de José Emilio Pacheco”. En cuanto escuchó la propuesta, el entusiasmo se apoderó de él y dijo “Sí” sin chistar. En ese instante, también, Eduardo recordó que había muchas columnas de José Emilio que quería releer desde tiempo atrás, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo. Le pregunté si había sido un gran lector de esa columna. —¡Por supuesto! —exclamó Eduardo Antonio. Entonces me dijo que había llegado a los inventarios alrededor de los 17 años, en el tránsito de la preparatoria a la universidad. Me contó, también, que era una columna que lo entusiasmaba mucho, pues la había encontrado en el momento en el que él empezaba a adentrarse en el ámbito de la cultura. Luego, añadió: —Ahí empecé a leer una serie de cosas que no sabía. Incluso comencé a tomar “Inventario” como una especie de guía: leía el texto, e inmediatamente iba a buscar el libro o los autores que José Emilio comentaba. Para mí, fui iluminador desde un primer momento. Es más: la columna fue como una especie de vicio que seguía y compraba semana a semana. Después, como sabes, llegó un momento en el que ya no colaboraba de manera semanal sino cada que podía. Yo intenté coleccionarlas todas, pero la mayoría las perdí en los cambios de casa. Eduardo Antonio se sentía afortunado: Ediciones Era estaba poniendo a disposición de él la colección completa
de los inventarios y, por si fuera poco, le pagarían por leerlos. —Quedamos en que me iría llevando a casa las fotocopias de las columnas dosificadas año por año, y comenzaría a leerlas —agregó Eduardo. Dicho esto, esbozó una enorme sonrisa en su rostro. Después, dijo: —Siempre he dicho que ese fue el trabajo más placentero que me han encargado desde que soy escritor (y lector). Pero también debo reconocer —se apresuró a añadir— que fue una labor muy, muy difícil. III En algún momento de nuestra conversación, le pregunté a Eduardo Antonio Parra qué pensaba de la selección final. Se quedó unos segundos en silencio. Después me dijo que estaba consciente del inevitable reclamo que, a la postre, seguramente le harían algunos lectores: —Supongo que los muchos que tienen coleccionadas todas las columnas insistirán en que dejamos fuera algunas tan buenas como las incluidas… ¡Y seguro que tendrán razón! Hizo una pausa, y se echó a sonreír. Luego le dio un breve sorbo a su bebida caliente. Iba yo a comentar algo, pero me interrumpió: —¿Sabes? Desde que recorrí el primer tomo engargolado me di cuenta de que la selección iba a ser muy difícil: ¿cómo seleccionar únicamente algunos textos cuando casi todos me parecían imprescindibles, cuando casi todos me parecían excelentes? La verdad, era muy complicado decir “bueno, voy a escoger los mejores”, cuando los mejores, según yo, eran todos… Así que me daba miedo escoger, me daba miedo decir “esta columna no”, porque no solo era decirlo: en ello iba implícito (al menos para mí) buscar los argumentos del porqué quedaba fuera ese texto… Debido a esto, el trabajo de selección requirió de un periodo más largo del previsto, me dijo Eduardo Antonio más adelante. De hecho, su convivencia con esta columna duró alrededor de año y medio, lapso en el que revisó los casi mil inventarios que, para entonces, José Emilio llevaba publicados… Sin embargo, esa dificultad también multiplicó su gusto de la lectura, sobre todo porque se vio obligado a leer los inventarios no solo una vez sino varias. La razón era esta: de cada diez columnas
30 que leía, en una primera criba se quedaba con ocho o nueve. Dicho en otras palabras: al final todavía tenía “vivos”, por decirlo de alguna manera, 65% de las columnas. Entonces, Eduardo me comentó: —En esos momentos, decía para mis adentros: es que es imposible el 65%; aún son muchísimas páginas. Pero… Todas eran buenísimas. ¡Todas me gustaban! Sin embargo, si le hubiera llevado así la selección a Marcelo Uribe, se habría quedado con la impresión de que no había hecho bien mi trabajo, por lo que repasaba de nuevo los textos para descartar los que fueran menos atractivos, más imperfectos, o aquellos donde las obsesiones del autor lo hacían repetir algunas ideas o planteamientos. Pero había otro obstáculo aún mayor que la selección, el cual, incluso, en algún momento dado pudo haber detenido el proyecto: la constante negativa de José Emilio de juntar sus inventarios; su constante negativa a avalar y dar el visto bueno para que fueran reunidos estos textos. Infinidad de solicitudes había recibido al respecto durante años, y siempre había dado la misma respuesta: un rotundo no. Por supuesto, Eduardo Antonio no fue la excepción: no solo vivió esto, sino que además lo enfrentó por partida doble. La primera advertencia provino de su propio entorno: —Mientras todavía estaba haciendo la primera selección, le comenté a más de un colega la encomienda que me había hecho Ediciones Era, y no faltó quien me dijera (con cierta mala leche, la verdad): “¿Tú también estás en eso? Ni te hagas ilusiones. Fulano y Mengano ya hicieron ese trabajo y se quedó en simple proyecto. Ese libro no se va a publicar jamás”. Yo, en esos momentos, no me dejaba desanimar… La segunda advertencia, sin embargo, llegó del mismísimo José Emilio. Ahora que ha pasado el tiempo, Eduardo me lo contaba divertido: —La verdad, no fue una sino varias las advertencias de José Emilio. Una vez me dijo: “Oye, te voy a pedir una disculpa por ese trabajo que hiciste, pero en realidad fue un trabajo inútil”… Yo le respondí que no había sido inútil, que incluso lo hubiera hecho por gusto. Y él: “Lo que pasa es que ese libro no se va a publicar”. Y yo: ¿Por qué, José Emilio? Entonces, me contestó: “Es que
está muy mal escrito y no tengo tiempo para corregirlo”. Yo decía para mis adentros que no era posible, que el libro tenía que aparecer. Era muy triste pensar que no se fuera a publicar; desde luego no por mí, pues yo ya los había leído, sino por los lectores, por todos los interesados en recuperar esta columna tan querida. Y aunque José Emilio se siguió negando durante un par de años más —“De hecho, cada vez que nos veíamos me volvía a pedir disculpas, y me decía frases como ‘tanto trabajo inútil’ o ‘lo siento mucho’”, me contó divertido Eduardo Antonio Parra—, al final el poeta aceptó y cedió. Eso sí: para la publicación de esta antología José Emilio quiso que se observaran ciertos criterios: primera, no quería que se incluyera todo, sino una selección cronológica lo más estricta posible a partir de la propuesta de Eduardo Antonio Parra que él aprobó. Pidió, por otra parte, no incluir los poemas que aparecían a veces en “Inventario”, pues eran siempre versiones anteriores a las publicadas más tarde en sus libros. Tampoco quiso que se incluyeran sus traducciones de poesía, ya que estas aparecerán en versiones corregidas en la recopilación Aproximaciones. —Así que ahora el proyecto ha visto por fin la luz —me dijo Eduardo Antonio Parra—. En la selección también participó el propio José Emilio, quien descartó algunos textos. Y, luego, Paloma Villegas, José Ramón Ruisánchez y Héctor Manjarrez descartaron otros
más… Al final quedaron tres tomos, alrededor de dos mil cien páginas, y, sin duda, una de las obras más versátiles de nuestro periodismo y de nuestra literatura. Marcelo Uribe y yo siempre lo platicamos: estos inventarios son la enciclopedia cultural de México. IV Inventario / Antología consta de tres volúmenes: el primero abarca de 1973 a 1983; el segundo, de 1984 a 1992; y el tercero, de 1993 a 2014. ¿Qué van a encontrar en ellos? Quizá lo mismo que halló Eduardo Antonio Parra... Primero que nada: la enorme erudición de José Emilio y, sobre todo, su precocidad intelectual. —Eso fue lo que inmediatamente me sorprendió —me comentó Eduardo Antonio en un momento dado de la charla—. Cuando empecé a releer los inventarios me encontré con sus primeros textos, los cuales yo desconocía porque mi acercamiento a él fue a partir de Proceso. Bueno, cuando José Emilio inició su columna… ¡tenía 34 años! Mientras yo leía estas primeras páginas, me decía: hijo de su madre, ¿cómo le hace para saber tanto?, ¿cómo le hace para poder hablar de todos estos temas con tanta soltura? La convivencia con los inventarios le permitió a él, además, tener un conocimiento mucho más profundo del pensamiento de José Emilio Pacheco. Eduardo Antonio ya había leído sus libros de cuentos, sus novelas, algunas de sus obras de poesía; sin embargo, cuando se adentró en los inventarios de
“Desde que recorrí el primer tomo engargolado me di cuenta de que la selección iba a ser muy difícil: ¿cómo seleccionar únicamente algunos textos cuando casi todos me parecían imprescindibles, cuando casi todos me parecían excelentes?” Eduardo Antonio Parra
31 repente se dio cuenta del inmenso bagaje cultural y del abanico de intereses que movían a José Emilio. —Eso me sorprendió muchísimo —admitió Eduardo Antonio—. En algún momento me decía: no hay tema que no pueda abordar, y no hay tema que no pueda relacionar con la cultura y con la vida cotidiana; siempre partiendo de la idea de lo que somos y echando una ojeada a lo que fuimos. Sin duda en los inventarios encontrarán las fuentes de lo que somos ahora como individuos, como entes culturales y como país… Algo es cierto: “Inventario” fue muchas cosas para demasiada gente. Para algunos, la columna era un diario de lecturas. Eduardo Antonio estuvo de acuerdo en eso: —Ninguna literatura le era ajena. Lo mismo escribía de best sellers que desmontaba para exhibir su fragilidad, que de autores noveles, algunos prácticamente desconocidos aquí. A mí me sorprendía muchísimo la comunicación que tenía José Emilio con Foto de Gretta Hernández.
“La antología abre justamente con el golpe de Estado en Chile, y lo que uno lee ahí no es una columna clásica, no. José Emilio se avienta, en breve, ¡una historia de la cultura política en Chile!” otros países y la literatura que emanaban; en ese sentido estaba al tanto de lo que sucedía en los diversos países de América Latina. Incluso en los ochenta, cuando ya no había tanta comunicación entre los escritores latinoamericanos, él seguía estando al tanto de las novedades. Estaba al tanto de lo que se publicaba. Era un lector voraz. Era un lector anómalo, pues leía todo lo que caía en sus manos. ¿Y cómo le hacía? Los libros, las vidas de los escritores y las relaciones entre ellos eran temas
que frecuenta una y otra vez JEP. Le dedicó líneas a Pablo Neruda, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges o Juan Rulfo. También a Ezra Pound, Rubén Darío, Oscar Wilde, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, José Revueltas, Susan Sontag o Daniel Cosío Villegas. De igual forma escribió sobre museos, películas o encuentros literarios al tiempo que se filtraban sus obsesiones; entre ellas, desde luego, estaba la poesía y sus poetas: de Ramón López Velarde a Octavio Paz, pasando por los del siglo xix.
32 —Yo conocía los inventarios de semana en semana, pero no era lo mismo ese hábito que leerlos de un tirón —advirtió Eduardo Antonio Parra—. De pronto ahí me di cuenta del alcance que tenía... Entonces puso un ejemplo: es cierto que José Emilio hablaba de novedades editoriales, de autores, de hechos culturales, a veces de historia, sin embargo estaba muy consciente de lo que estaba viviendo la gente en aquel momento; a veces, hablaba de la coyuntura social o política. Pero no se detenía ahí. Desde los inicios, Pacheco solía enfocar su mirada tanto en los sucesos trascendentes de la política y la cultura que ocurrían en “tiempo real” como en los acontecimientos pretéritos que los habían desencadenado. Dicho esto, Eduardo Antonio hizo una breve pausa para darle otro sorbo a su café. Luego recordó que la antología abría justamente con el golpe de Estado en Chile. Lo que uno lee ahí no es una columna clásica (como las muchas que seguramente salieron en 1973); no. José Emilio se avienta, en breve, ¡una historia de la cultura política en Chile! Eduardo soltó una risita y añadió: —Es ahí cuando uno dice: hijo de su madre, todo lo trae en la cabeza. Me queda claro que José Emilio era la memoria... Creo que al recorrer estas páginas comprenderán la vocación memorialista de José Emilio como una labor de rescate y preservación; comprenderán, de igual forma, esa actitud como hombre de letras que quiere extender a todos los demás los conocimientos adquiridos en innumerables lecturas, sus dotes de creador serio y lúdico… Porque, además, José Emilio hurgaba en todos los rincones de la historia, sobre todo en esa que no es la oficial y que es mucho más divertida y mucho mejor contada... Aquí le interrumpí: ¿a qué se refiere exactamente?, le pregunté a Eduardo Antonio. —Una de las cosas que más me fascinó de los inventarios cuando los volví a leer —dijo— fue esa pasión por el chisme que tenía José Emilio. Pero por el chisme que, con el paso del tiempo, se convierte en historia literaria. Uno de los que incluí fue el de la mujer de Manuel Acuña, Rosario. Yo no sabía (hasta que leí los inventarios) que no solo Manuel estaba enamorado de ella: todos
los poetas de su tiempo, hasta Guillermo Prieto que por entonces ya era un viejito, cayó a sus pies. Incluso, es el propio José Emilio quien escribe que el paso del tiempo dignifica los chismes de una época y los convierte en historia. Pero no solo estaba interesado en el siglo xix, le encantaban los chismes de la primera parte del siglo xx y, desde luego, los de su época, aunque para estos era un poco más recatado. Que dijera esto me dio pie para hablar de los pleitos que José Emilio Pacheco tuvo con otros escritores. Le pregunté si en la primera selección que él hizo había incluido a alguno de ellos. Eduardo Antonio esbozó una sonrisa cómplice. Y negó con un movimiento de cabeza. —No. Desafortunadamente, no. Esos quedaron fuera. Pero, en efecto, eran geniales. Por ejemplo, cuando se pelea con Adolfo Castañón, con José de la Colina y también con Juan José Gurrola. Algunos fueron muy célebres. Recuerdo el madrazo de José de la Colina y la respuesta de José Emilio, o el madrazo de Gurrola y la respuesta de José Emilio. ¿Cómo olvidar la manera en la que concluyó el pleito entre ellos dos? Como sabes, José Emilio lo cierra con un poema malísimo, pero malísimo hablando de malignidad, en el que termina diciendo: pobrecito de Gurrola, que estudió para Orson Welles y se graduó de Capulina. Aquí, volví a la carga: ¿por qué no incluyó alguno?, me vi diciéndole (quizá, ingenuamente). —No quise incluir ninguno porque, aunque geniales, son parte de la historia del chisme. Eso, por un lado. Por el otro, recuerda que no se publicaron realmente en los inventarios, sino al margen de la columna como un apunte, como un anexo… Eso sin mencionar que algunas de las respuestas fueron publicadas en la sección de cartas de la revista... —Algo que se le criticaba a José Emilio, o que se le señalaba —le dije a Eduardo Antonio Parra—, era su pertenencia a los grupos de poder… en particular al grupo de Octavio Paz. Una actitud que de pronto quedaba en evidencia precisamente en los inventarios, con los elogios desmedidos o las palmadas en la espalda entre ellos. —Sí, tienes razón. Era evidente que había ese elogio entre ellos. Mira, yo lo que he notado es que José Emilio sí
pertenece al grupo, pero creo que era de los más solitarios también. Es cierto: había una admiración que no disminuyó nunca por Paz y por Carlos Fuentes, se nota. Pero lo puedo entender porque los conoció cuando él tenía 17 años, y los leyó en esa época. A esa edad, José Emilio ya mostraba una gran inteligencia y capacidad… Entonces, hay una admiración sin límites para Carlos Fuentes, también para Octavio Paz. De hecho, a Paz lo siguió viendo como el guía, como el maestro, el poeta mayor. (Esa es una cuestión que tienen mucho los poetas, no sé si lo tengamos los narradores, el de la jerarquía: el que manda es “él”, porque es el mejor de todos.) Así que, sí, se nota... Sin embargo, José Emilio siempre trató de mantenerse al margen de muchas cosas. “Ahora bien, no hay tantos inventarios, al menos no recuerdo demasiados, que sean las palmadas en la espalda a los de su generación, a los de la Casa del Lago, que era su grupo. Sí habla bien de Juan García Ponce, por ejemplo, de Juan Vicente Melo, de Inés Arredondo o de Sergio Pitol. Pero por lo regular destaca el valor literario de las obras de ellos. No lo veo yo como dándoles coba. Todos ellos son escritores con mucha calidad, así que está difícil que solo sea coba. Y, además, José Emilio tenía otro punto a su favor: sabía de todas (o casi todas) las novedades literarias, así que sabía por dónde iban las cosas. Entonces, sus intereses eran muy amplios. Sí le daba atención a su propio grupo, a su propia mafia (por decirlo de alguna forma), pero siempre estaba atento a su alrededor: qué estaba pasando en los márgenes, qué en provincia, qué en las editoriales independientes. Insisto: yo no sé de dónde sacaba tiempo para leer tanto.” V La escritura del conjunto de todos los inventarios publicados por José Emilio Pacheco fue una tarea de proporciones casi fuera del alcance humano. Porque no hay que olvidar que, a la par, ejercía la literatura en otros diversos frentes: fue poeta, novelista, cuentista, traductor, guionista de cine, antologador, profesor universitario, conferencista, historiador, estudioso académico de la literatura y cronista. Y, sí, han sido varias generaciones las que se han formado a la sombra del generoso árbol de
33 Nota bene 1. El Colegio Nacional ha editado La vida que se escribe. El periodismo cultural de José Emilio Pacheco, un breve ensayo que Juan Villoro escribió para la inauguración de la Cátedra José Emilio Pacheco en la Universidad de Maryland (según da cuenta una nota de El Universal), pero, también, con motivo de la publicación de Inventario / Antología (de acuerdo con la página web del propio Colegio). 2. Aunque no es de dominio público, desde finales de 2015 el acervo de la Biblioteca Daniel Cosío Villegas, de El Colegio de México, tiene en su haber (y en su resguardo) una edición con la totalidad de las columnas escritas por José Emilio Pacheco bajo el nombre de Inventario (1973-2014). Se trata de ocho volúmenes, en tapa dura, con los artículos en orden cronológico. La edición no venal que consta de un solo ejemplar pertenece a la institución. Solo pueden acceder a ella (tenemos entendido) investigadores, profesores, estudiantes de la casa o lectores externos con buena carta de presentación. 3. Por cierto: hasta ahora no hay noticias de que vayan a recopilarse las columnas muy semejantes que José Emilio Pacheco publicó en “México en la Cultura”, la Revista de la Universidad de México, “La Cultura en México”, “El Heraldo Cultural”, Nexos, Plural, Letras Libres y en algunas otras. Empero, no se achicopale: en la página de FaceBook “José Emilio Pacheco: textos a la deriva” (https://es-la. facebook.com/JEP.textosaladeriva/) hay una buena cantidad de textos muy antiguos recuperados. Vale la pena darle click a la página. En serio. (José David Cano)
sus letras. Y, sí, han sido muchos los que han visto en su pulcra escritura algo que imitar... —Uno de los aspectos que más sobresale de la antología —le dije, de pronto, a Eduardo Antonio Parra— es la brillante escritura, la excelente redacción, la gramática amable de José Emilio. Es perceptible cómo su estilo va modificándose, perfeccionándose… —En efecto. Yo diría que perfeccionándose. Porque, desde un principio, él busca ese estilo y lo va puliendo y lo va puliendo; es un estilo que a mí también me llama mucho la atención: a mí me parece que, como Jorge Luis Borges, José Emilio fue tendiendo hacia la simplicidad cada vez más. ¿Por qué? Porque él estaba muy consciente de que era para el lector de un periódico. Él tenía esa idea, esa convicción, de que el periodismo cultural tiene que ser claro, sencillo y preciso para no meter en bronca a los lectores. Se trata de atraer lectores a la cultura, no de expulsarlos ni de complicarles las cosas. En ese momento varios de los grandes columnistas (incluidos los de política) tenían una prosa mucho más densa, mucho más cerrada, mucho más difícil, y José Emilio siempre tendió a la claridad, a la precisión. Para mí tenía una capacidad de síntesis semejante a la de Alfonso Reyes, de quien heredó eso. Así que este estilo José Emilio lo fue puliendo hasta hacerse cada vez más rítmico, cada vez más claro, cada vez más preciso. “Escribir bien es mi mayor ambición”, dijo más de una vez José Emilio Pacheco. Revisar el caudaloso Inventario es, en este sentido, lo más parecido a una gran lección en el arte de escribir...
“Sus intereses eran muy amplios. Sí le daba atención a su propio grupo, a su propia mafia (por decirlo de alguna forma), pero siempre estaba atento a su alrededor: qué estaba pasando en los márgenes, qué en provincia, qué en las editoriales independientes…”
—Y también de periodismo —me dijo Eduardo Antonio. Y, convencido de cada una de sus palabras, añadió—: hay muy pocos ejemplos de periodismo cultural de tan alta calidad. Entonces me contó la sentencia a la que llegaron Marcelo Uribe y él antes de que vieran la luz estos tres tomos: cuando se publiquen los inventarios de José Emilio Pacheco va a ser la Biblia del periodismo cultural en este país. Va a ser el libro de cabecera para todos los que quieren escribir periodismo, para todos los que son escritores. Cuando le pregunté si seguía convencido de ello, ni lo dudó: —Yo espero que sirva de modelo, de alguna manera... Cuando estaba releyendo todos los inventarios pensé, soñé, que, cuando se publicara la antología, todos los periodistas culturales lo iban a tener como libro de cabecera. Pero además, para Eduardo Antonio Parra, esta antología aparece en un momento especial: cuando el periodismo en general, y sobre todo el periodismo cultural en particular, está en crisis. Le pregunté en qué sentido lo decía. Eduardo se tomó unos segundos, mientras bebía otro sorbo de su café. Entonces dijo: —Desde mi punto de vista, creo que se han olvidado muchísimas de las discusiones que tiene José Emilio en sus inventarios. Por ejemplo, ya casi nadie se pregunta cómo somos los mexicanos, como si les valiera a todos. Ya nadie piensa en la palabra idiosincrasia. Yo no sé si ya se devaluó por completo. Otra cosa: la historia de México está perfectamente olvidada. Ya no la enseñan en la escuela, ya no la enseñan en ningún lado, solo los que tienen un interés en particular van y lo buscan, pero la gente en general tienen una incultura galopante. En ese sentido, me parece que no la han sabido vender. Uno debería echarle una ojeada a los inventarios y ver cómo maneja los temas históricos José Emilio; es una manera muy buena de venderlo: relacionándolo con el presente, relacionándolo con lo que somos, relacionándolo con nuestra manera de pensar. Hoy se ve una tendencia hacia el desinterés, por no decir ignorancia, en muchas cosas...
34 Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
A mí me parece que los inventarios podrían prender la mecha en los periodistas culturales... —El diagnóstico es alarmante... —Pero es verdad. De pronto percibo que el debate cultural está congelado, está detenido, está paralizado… Tú lo decías bien: a finales de los ochenta, principios de los noventa, abrías los suplementos y se estaban discutiendo mil cosas. ¡Hoy no ves nada! Como que a todo mundo le vale. Lo único que interesa, si acaso, es dar cuenta de qué libros salieron, publicar la entrevista a un autor, la cual, además, es una pequeña nota (le hacen una entrevista de dos horas y publican cuatro preguntas). Por supuesto, esto no es solo responsabilidad de los medios y sus periodistas, también lo es de la gente. A veces pienso que no se modifican las cosas porque la gente no lo exige, y me da la impresión de que tampoco le interesa. Y aunque está la internet, también ahí es difícil encontrar debates de calidad… Es muy triste lo que está pasando, pero a veces ya me limito a decir solamente eso, que es muy triste, porque van a decir pinche viejito nostálgico… Y Eduardo Antonio soltó una carcajada contagiosa. Tratando de ponerme serio, quise agregar algo, pero él me interrumpió: —El periodismo cultural debería ser en este momento el enlace del arte con la gente, y no lo está siendo ni haciendo. Se supone que son los periodistas culturales los que deberían enlazar la cultura con el público, y no lo están haciendo… Están haciendo un periodismo cultural casi-casi de boletines, o repitiendo nada más lo que dicen los funcionarios. Hay sus excepciones, y eso es bueno,
desde luego; pero, en general, no se habla más a profundidad, no se debate, no se discute, no se despiertan conciencias... Charlar de todo esto, al final, nos llevó a una última reflexión. —Creo que muchos de sus lectores asiduos estarán de acuerdo en que la columna firmada por José Emilio era para nosotros no solo una verdadera enciclopedia de la historia y la vida cultural de México, sino una ventana para observar con atención los principales sucesos de la historia y la literatura universales, además de ser una excelente cátedra de las posibilidades expresivas del periodismo, de la ficción y de la poesía. Los temas que abordó José Emilio fueron muchos. Todo está ahí mencionado, todo está registrado, todo está relacionado con la cultura y con la vida actual… Son tres libros, son dos mil páginas, que ayudan a comprender perfectamente quiénes somos, quiénes fuimos, qué es México y por qué México es así. En la contraportada de los tomos, los editores lo apuntan: Inventario es el libro más largamente esperado de José Emilio Pacheco. Y tienen razón: primero fue sueño colectivo que todo mundo esperaba, luego se volvió un rumor, después se convirtió en un objeto de deseo (sin siquiera existir). Ahora, tras una larga espera, la antología ya está aquí. En la conferencia de prensa ya citada líneas arriba, Juan Villoro lo dijo: es un momento histórico la publicación de Inventario; luego, emocionado, fue más allá: finalmente ve la luz uno de los libros más esperados de la literatura mexicana. Y, sí, en efecto: no se equivocaba.
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Recuerdos de familia
A tres décadas de Las Horas Extras Víctor del Real
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l trabajo de hacer periodismo es siempre una aventura. Digamos: una aventura gratificante para unos cuantos, y ruinosa para los más. Solo los equipos editoriales que tienen un profundo nexo con corporaciones o grupos empresariales, o con ciertas fracciones políticas nacionales, pueden tener certeza de lo que esperan de su proyecto de comunicación en, digamos, cinco o diez años. La prensa mexicana más consolidada financieramente ha construido empresas magníficas, con inmensos edificios ostentosos y penetrado en la televisión y la web. Hace un periodismo que debe considerarse la verdad, la verdad para todos, o cuando menos debe entenderse como la verdad oficial. Estamos ya en 2018 y las cosas no han cambiado. En nada. Introducirse en las páginas del periodismo comercial es un reto (no un rito, qué va) donde la gente consume maquinalmente su tiempo. El lector más aguzado, que propone un balance histórico y político de la prensa nacional, podría tropezar y caer al vacío. Vivimos en el pantano de la desinformación. Sin embargo, en 1987 existió un proyecto periodístico que miraba lejos, con
una visión original del país, con concepciones propias y una interpretación diferente del oficio de hacer periodismo cultural. Se llamó, se llama, Las Horas Extras, con Víctor Roura como director y el que esto escribe como editor. Agustín Ramos, el hoy exitoso y laureado novelista, fue el secretario de redacción. Por las columnas de este periódico, salido cada catorcena (léase: un catorcenario, porque no existían recursos para un semanario y, mucho menos, para un diario), desfilaron decenas de jóvenes autores que después, a través de los treinta años siguientes, destacarían nacional e internacionalmente como narradores, poetas, fotógrafos, críticos, pintores, etc. Queríamos hacer periodismo cultural. En esa época, Víctor Roura era un joven que apenas había rebasado los treinta años, su juventud era representada por una idea completa, redondeada, del quehacer periodístico cultural en México. Tenía dibujado en su mente el modelo de periodismo que, en su convicción, podría revertir el raudo adormecimiento de los artistas, escritores e intelectuales mexicanos, víctimas tempranas de las profundas transformaciones que se efectuaban en
el modelo económico nacional de los años ochenta. Desde mi percepción, Roura mostraba una idea fascinante de lo que había que hacer. Iba más lejos que todos nosotros. Tenía muy claro el panorama. Y hasta la fecha. Mi generación es la de los cincuenta, una generación de editores. Ay, los cincuenta cumplen sesenta, diría Alain Derbez. Cuenta con periodistas, elaboradores y difusores de ideología de comunicación, divulgadores de novedades estéticas y creadores de polenta. Creo que mi generación fue impactada profundamente por la historia social del país de la década de los sesenta y principios de los setenta, en la que estuvieron involucrados muchos adolescentes y jóvenes mexicanos que conocimos en los pasillos y aulas escolares, y en nuestros primeros puestos laborales. No ha podido borrar ese estigma. Tengo la idea de que Las Horas Extras reunió una franja de jóvenes muy talentosos, cuya obra todavía no se digiere porque sus intereses se encontraban, en buen porcentaje, en los temas contraculturales, acaso absorbidos por las novedades técnicas que les proponía el Nuevo Periodismo. Después de treinta años (sí, Las Horas Extras acaba de cumplir treinta años de interrupción) observo con mucho interés el
proceso creativo de mis viejos compañeros. De mi generación adquirí muchas enseñanzas, sobre todo de los dirigentes editoriales Víctor Roura, José María Espinasa, Rogelio Villarreal y Pedro Valtierra. En tres décadas de marcha en nuestras vidas, sabemos mucho de cada uno de nosotros, sin guardarnos nuestras diferencias críticas y sin dejar de ser solidarios ante los tropezones con que nos castiga la adversidad. La realidad mexicana ya no puede interpretarse con los recursos manidos de siempre. Ante la inmovilidad, conviene impulsar nuevos proyectos periodísticos, con una pretensión clara y esencial: rebasar los métodos y modelos de ayer, cuya ineficacia se manifiesta por su vínculo con causas lamentables. El Nuevo Periodismo continúa como materia importante en la agenda de debates. Ahí, los interesados en la comunicación y, en concreto, en el periodismo impreso, tenemos una fuente teórica y de inspiración. Quienes ignoraron la idea de Las Horas Extras en esa época, vuelven los ojos azorados al saberse incapaces de penetrar en los hechos culturales más complejos de nuestro tiempo. Efectivamente, no saber explicar lo que está detrás del fasto y las apariencias causa crisis muy severas.
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La degradación de la burguesía:
The Exterminating Angel José Noé Mercado
E
l estreno norteamericano de The Exterminating Angel, la tercera ópera de Thomas Adès, llegó a la pantalla del Auditorio Nacional el pasado 18 de noviembre gracias a las transmisiones en vivo del Metropolitan Opera de Nueva York. Ópera contemporánea estrenada mundialmente en el Festival de Salzburgo el 28 de julio de 2016, se trata de la adaptación lírica de la célebre película de 1962 El ángel exterminador de Luis Buñuel, con guión del propio director aragonés y Luis Alcoriza, bajo la producción de Gustavo Alatriste, con fotografía de Gabriel Figueroa y un elenco multiestelar, entre quienes se encontraban Silvia Pinal, Enrique Rambal, Claudio Brook, Jacqueline Andere, Ofelia Guilmáin y otras figuras de la época. En esa cinta, inscrita en la historia cinematográfica como una de las joyas del surrealismo, se basó Adès para elaborar una obra que, con libreto de Tom Cairns, le permite abordar uno de los ejes temáticos de su catálogo:
la degradación de la burguesía, el envilecimiento de las clases altas (que es, en última instancia, la crítica medular de Buñuel en su filme) del que ya había dado muestra en sus dos óperas anteriores: The Tempest (2004) y, enfáticamente, en Powder her Face (1995), con la que, a los 24 años de edad, obtuvo renombre internacional. Luis Buñuel acompañó su película con una suerte de manifiesto —con el que el cineasta avecindado en México luego de los estragos de la guerra civil española y una estancia laboral en Hollywood, sigue adscrito al buque surrealista de cierto automatismo psíquico para intentar expresar el proceso real del pensamiento y que tiene una de sus cumbres en el cortometraje Un perro andaluz que realizó al lado de Salvador Dalí en 1929—: “Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. El autor declara no haber querido jugar con los símbolos, al menos
conscientemente. Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna”. No obstante, más allá de algunos aspectos de ese surrealismo que dotan de excentricidad y absurdo varios pasajes de la trama, la premisa de las acciones es clara: luego de una función operística, los Nobile reciben en su mansión a un grupo de burgueses para cenar; los empleados de la servidumbre sienten el deseo irracional de salir de la residencia. Los invitados, en cambio, luego de la cena y algo de esparcimiento musical que en rigor a nadie parece interesar, se dan cuenta de que no pueden abandonar la mansión. No hay explicación ni impedimento físico. Así transcurren varios días. Escasea la comida y la bebida. Prolifera la enfermedad. La basura y la suciedad se acumulan. La cordialidad, las buenas costumbres y el refinamiento se pierden y, pese a los esfuerzos de un médico presente entre los invitados para mantener la cordura científica y ci-
vilizada, en todos se hace presente un instinto salvaje que llega a la violencia, a la inquina y al suicidio. Aunque la esencia argumental podría parecer poco comprensible a la luz de humos surrealistas como la repetición de escenas o diálogos, la aparición inesperada de un oso y un rebaño de ovejas o la referencia del paso de un águila en el excusado, la degradación social queda expuesta. En Buñuel con sátira y comicidad negra; en Adès con mucha mayor opresión atmosférica y psicológica, llegando casi al terror del encierro social, en un espacio limitado, y la crisis consecuente de la supervivencia donde aflora el verdadero yo expuesto en otras obras, como The Mist o Under the dome de Stephen King; en Rec de Jaume Balagueró y Paco Plaza; como en El bar de Alex de la Iglesia. En la demoledora crítica de Buñuel, por la que discurre también Adès, puede advertirse ya que en El ángel exterminador no hay niebla, monstruos ni francotiradores que impidan a los protagonistas salir, como existen en las anteriores obras citadas. Es la rigidez propia de un estilo de vida, las convenciones de una clase social alta que ella misma se dicta, de una forma de vivir que no se atreve a poner los pies fuera de sus paredes, la que crea una jaula de abulia y enfermedad. Una llave para acercarse a esta obra, que por su
37 estilo se enriquece no de las lecturas superficiales y puntuales sino de las interpretaciones múltiples y encontradas, podemos hallarla en las palabras ensayísticas de Carlos Fuentes, amigo de Buñuel, transmitidas en un programa de Radio unam en los años setenta: “Quien desea y no actúa engendra la peste”, dijo el poeta inglés William Blake. La tensión de los personajes de Buñuel se da entre sus deseos y los actos que realizan para cumplirlos. Esa tensión ya es la salud. Engendran la peste; los veinte comensales sitiados de El ángel exterminador son incapaces de actuar porque son incapaces de desear. Siempre dentro de esta tensión entre
Foto de Alejandro Zenker.
el deseo y el acto, Buñuel destruye las medidas morales acostumbradas para revelar una zona velada y vedada del deseo y del acto humano y enseguida atribuirles valor, daño, dolor, ternura, terror y simpatía”. En The Exterminating Angel, de Thomas Adès, los veinte comensales se reducen a doce, pero el ambiente se potencia gracias a la música, que pasa de largo en el filme de Buñuel. Y ahí el compositor —que dirigió la orquesta en las presentaciones neoyorquinas de esta coproducción entre el Festival de Salzburgo, Covent Garden y The Royal Danish Opera de la misma forma que el libretista Tom Cairns se
encargó de la puesta en escena— muestra su contundencia expresiva, que más que un discurso sonoro es una fuerza plástica que ocupa el espacio escénico. Como prueba irrefutable de esa presencia, sí de sonido pero que se materializa en un acto de naturaleza dramática, están las ondas Martenot, que encarnan ni más ni menos que ese ángel exterminador que se apodera de los personajes, de su mente, de su cuerpo y de su espíritu. Pero no solo lo hace la incursión de ese instrumento electrónico, también sus trazos casi pictóricos que dibujan la escena desde el foso orquestal, desde la partitura, el arrebato de su
paleta tímbrica y el furor de una orquestación que subraya la belleza del deseo y la fealdad de la abulia que engendra incestos, suicidios y muerte. O la histeria misma que provoca, más allá del récord de la nota más alta emitida en el Met o el descenso seguido en el registro de esa misma cantante, en los personajes desde la redacción vocal con la que los dota. La ópera de Adès no solo se acerca a su inspiración cinematográfica. Le rinde pleitesía transformando una convención de clase burguesa en un entramado creativo: haciendo que el género operístico no sucumba al ángel exterminador de un arte geriátrico.
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Algunos aspectos de la escatología festiva de Asturias
“Pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo” Carlos López
A medio siglo de haber recibido el Nobel de Literatura en 1966, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) sigue siendo, sin duda, el símbolo literario de su país. La novela El señor presidente (1946) no dejará, nunca, de estar vigente a pesar del paso de los años: a siete décadas de su salida al mundo editorial, las cosas en los asuntos del poder político permanecen tal cual las describiera este gran autor centroamericano.
L
a escatología como doctrina y como término para ubicar la escoria y la fetidez social, el reduccionismo del pensamiento, el ser social degradado, anulado; la inversión absoluta de la axiología, la ausencia de filosofía política del presidente guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, sirven como pilares en la construcción de El señor presidente, la novela más conocida y leída del Premio Nobel de Literatura 1967, Miguel Ángel Asturias. La forma como se manifiesta lo anterior es la religión —primero y último recursos, principio y fin de ser alguien, algo—, la traición como modo de vida, el escarnio privado y público, la frustración, el arribismo como forma de ascenso en la escala social, la mentira convertida en verdad por tanto decirla, la intolerancia, el abandono, la soledad. I La escatología se manifiesta como método en el que de principio a fin no hay salida. La forma circular de la novela, que principia con una oración —“¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedra lumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre!”— y termina con otra
oración —“Por los agonizantes y caminantes... Porque reine la paz entre los Príncipes Cristianos... Por los que sufren persecución de justicia... Por los enemigos de la fe católica... Por las necesidades sin remedio de la Santa Iglesia y nuestras necesidades... por las benditas ánimas del Santo Purgatorio”— parece un uroboros. La acción gira siempre en torno de la fatalidad. Sin embargo, la dualidad fiesta-muerte se hace presente en la ambientación recreada por Asturias, que siempre encuentra un lugar donde hurgar al máximo las posibilidades del lenguaje, la sátira, la ironía, la oportunidad de crear neologismos poéticos. Los esperpentos asturianos se mueven “sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas
veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse, rabiosos, se mordían. Ni almohada ni confianza halló jamás esta familia de parientes del basurero. Se acostaban separados, sin desvestirse, y dormían como ladrones, con la cabeza en el costal de sus riquezas: desperdicios de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido envueltos en periódicos viejos, naranjas y guineos pasados, [...] avaros de sus desperdicios, como todo mendigo, preferían darlos a los perros antes que a sus compañeros de infortunio”. Y se revuelcan en el otro extremo, traicionados por su antiguo amigo y confidente, el presidente, como en el caso de Miguel Cara de Ángel (“bello y malo como Satán”): “La respuesta fue un culatazo; mas por pegarle en la espalda, le dieron en la cabeza, desangrándole
“La dualidad fiesta-muerte se hace presente en la ambientación recreada por Asturias, que siempre encuentra un lugar donde hurgar al máximo las posibilidades del lenguaje, la sátira, la ironía, la oportunidad de crear neologismos poéticos”
39 una oreja y haciéndole rodar de bruces en el estiércol. Resopló para escupir el excremento; la sangre le goteaba la ropa, y quiso protestar”. II En boca de los habitantes de Guatemala, país negado a la democracia, donde el sistema político navega entre derecha neoliberal y derecha neofascista, y hoy entre la derecha del espectáculo grotesco y el militarismo renovado con falsos aires democráticos, no hay afirmación que valga si es contraria a la del presidente: “Pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo, pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo”. Las paredes oyen, las piedras sienten; el solo hecho de pensar algo en contra del presidente puede ser algo fatal. Así, las adhesiones no se hacen esperar. A mayor grado de servilismo, el triunfo —vivir ya es un triunfo— puede dejar de ser un sueño. Como se ve en el siguiente discurso de un artista, el hombre ha perdido su espíritu: —¡Patriotas, mi pensamiento es de Poeta, de ciudadano mi lengua patria! Poeta quiere decir el que inventó el cielo; os hablo, pues, en inventor de esa tan útil, bella cosa que se llama cielo. ¡Oíd mi desgonzada jerigonza...! Cuando aquel alemán que no comprendieron en Alemania, no Goethe, no Kant, no Schopenhauer, trató del Superlativo del Hombre, fue presintiendo, sindudamente, que de Padre Cosmos y Madre Naturaleza, iba a nacer el corazón de América, el primer hombre superior que haya jamás existido. Hablo, señores, de ese romaneador de auroras que la Patria llama Benemérito, Jefe del Partido y Protector de la Juventud Estudiosa; hablo, señores, del Señor Presidente Constitucional de la República, como, sin duda, vosotros todos habéis comprendido, por ser él el Prohombre de “Nitche”, el Superúnico... [...] Y de ahí compatriotas, que sin ser de esos que han hecho de la política el ganapán ni de aquellos que dicen haber inventado el perejil chino por haberse aprendido de memoria las hazañas de Chilperico; crea desinteresada-íntegra-honradamente que mientras no exista entre nosotros otro ciudadano hipersuperhombre, superciudadano, solo estando locos o ciegos, ciegos o locos de atar, podríamos
“En boca de los habitantes de Guatemala, país negado a la democracia, donde el sistema político navega entre derecha neoliberal y derecha neofascista, y hoy entre la derecha del espectáculo grotesco y el militarismo renovado con falsos aires democráticos, no hay afirmación que valga si es contraria a la del presidente” permitir que se pasaran las riendas del gobierno de las manos del aurigasuperúnico que ahora y siempre guiará el carro de nuestra adorada Patria, a las manos de otro ciudadano, de un ciudadano cualquiera, de un ciudadano, conciudadanos, que aun suponiéndole todos los merecimientos de la tierra, no pasaría de ser hombre. La Democracia acabó con los Emperadores y los Reyes en la vieja y fatigada Europa, mas preciso reconocer es, y lo reconocemos, que trasplantada a América sufre el injerto cuasi divino del Superhombre y da contextura a una nueva forma de gobierno: la Superdemocracia. Y a propósito, señores, voy a tener el gusto de recitar. III Consecuencia de lo anterior es la conformación de un ser social degradado. En su naturaleza, las condiciones de miseria no dejan lugar para su transformación. En lo social, alcoholismo, prostitución, corrupción, terror, traición, falta de confianza, discriminación, opresión, explotación, violencia, represión son solo algunos de sus síntomas. En lo intelectual, la enajenación por convencimiento u obligación, el analfabetismo, el desprecio al saber: “No quieres entender que para ser algo en esa vida se necesita más labia que saber. ¿Qué ganas con estudiar? ¿Qué ganas con estudiar? ¡Nada! ¡Dijera yo un par de calcetines, pero qué...! [...] ¡No faltaba más! Estudiar..., estudiar... ¿Para qué...? Para que después de muerto te digan que eras sabio, como se lo dicen a todo el mundo... ¡Bah...! Que
estudien los empíricos; tú no tienes necesidad, que para eso sirve el título, para saber sin estudiar”. Esta es una muestra del mosaico social de la novela: “Amigos del Señor Presidente, propietarios de casas —cuarenta casas, cincuenta casas—, prestamistas de dinero al nueve, nueve y medio y diez por ciento mensual, funcionarios con siete y ocho empleos públicos, explotadores de concesiones, montepíos, títulos profesionales, casas de juego, patios de gallos, indios, fábricas de aguardiente, prostíbulos, tabernas y periódicos subvencionados”. IV En una sociedad así descrita, los valores humanos están igual que una pirámide invertida, los valores que dan dignidad al hombre se invierten. Lo único que vale es el servilismo, el arribismo, la conducta trepadora. La negación de los valores humanos, de su axiología y su ética es casi absoluta. Ni siquiera se observan los valores de la moral cristiana. A cada rato hay referencias directas a Dios y a la religión católica, de la que Asturias era seguidor. Es como un hilo que atraviesa la novela. Sin embargo, cuando parece que hay una salida por ese lado, siempre se impone la realidad. Dios es usado como excomulgador de fechorías, aunque la impunidad que otorga el poder no necesita de absoluciones extraterrestres. La pérdida de la dignidad humana es absoluta. Los únicos intereses que cuida la gente de El señor presidente son los inmediatos.
40 V Aunque es un positivista, la ausencia de filosofía política del presidente es notoria. Él encarna al prototipo de gobernante latinoamericano que emplea la fuerza, no la razón, para el control social. Es un esperpento cuyo mayor mérito es que tiene poder. “CIUDADANOS: “Pronunciar el nombre del Señor Presidente de la República es alumbrar con las antorchas de la paz los sagrados intereses de la Nación que bajo su sabio mando ha conquistado y sigue conquistando los inapreciables beneficios del Progreso en todos los órdenes y del Orden en todos los progresos!!! Como ciudadanos libres, conscientes de la obligación en que estamos de velar por nuestros destinos, que son los destinos de la Patria, y como hombres de bien, enemigos de la Anarquía, ¡¡¡¡proclamamos!!!! que la salud de la República está en la REELECCIÓN DE NUESTRO EGREGIO MANDATARIO Y NADA MÁS QUE EN SU REELECCIÓN! ¿¿¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos, cuando a la cabeza de ella se encuentra el Estadista más completo de nuestros tiempos, aquél a quien la Historia saludará Grande entre los Grandes, Sabio entre los Sabios, Liberal, Pensador y Demócrata??? ¡El Foto de Melissa Roura.
solo imaginar a otro que no sea Él en tan alta magistratura es atentatorio contra los destinos, y quien tal osara, que no habrá quién, debería ser recluido por loco peligroso y de no estar loco, juzgado por traidor a la Patria conforme a nuestras leyes! ¡CONCIUDADANOS!, ¡LAS URNAS OS ESPERAN! ¡VOTAD! ¡POR! ¡NUESTRO! ¡CANDIDATO! ¡QUE! ¡SERÁ! ¡REELEGIDO! ¡POR! ¡EL! ¡PUEBLO!!!”. VI Uno de los mayores méritos de la novela de Asturias está en atrapar el lenguaje oral, en donde se halla la esencia de la guatemaltequidad. Como ceiba frondosa de cuyas ramas se deshojan palabras, el autor desgrana el idioma guatemalteco sin forzar el léxico. El eco de El señor presidente retumba por las onomatopeyas —“¡Chiplongón...! Zambulléronse las campanadas de las ocho de la noche en el silencio... ¡Chiplongón...! ¡Chiplongón...!”—; por los dichos y refranes —“a la pura garnacha” (a pura fuerza), “apagarse el ocote” (perder la alegría), “hacerle la cama” (poner en mal a alguien), “hacer la cacha” (hacer un esfuerzo), “verse en trapos de cucaracha” (verse en apuros)—; por las aliteraciones, elisiones, síncopas y arcaísmos que el autor utiliza en los diálogos (As-
turias revive el drama de la realidad guatemalteca con técnicas de la dramaturgia, con escenas cinematográficas), con características peculiares del ser guatemalteco —“ni huele ni hiede, como caca de loro”; “¡Qué Clicot ni qué india envuelta, postrimería de carne y hueso!”—; saludos se hacía (reverencias reiteradas hacía); “shute metete” (entrometido); “los periodistas, esos cerdos que a la manteca llaman alma”: “—¡Vos sí que dialtiro sos liso —la Masacuata estaba hecha una chichigua—, desconsiderado, que solo servís para derramarle a uno la bilis! ¡Bien dicen que con vos, el que parpadea pierde! (—¡Tú eres exageradamente grosero —la Masacuata estaba hecha una fiera—, desconsiderado, que solo sirves para derramarle a uno la bilis! ¡Bien dicen que contigo no hay que descuidarse ni un instante!”). La novela se presta para hacer análisis desde diversas perspectivas. Estudios interdisciplinarios, filológicos, de preceptiva se imponen como tarea necesaria para disfrutar a cabalidad del genio de Miguel Ángel Asturias, autor nacional de Guatemala. El mundo semántico que define su estilo es, en cualquier sentido, el estilo del ser guatemalteco o lo que queda de él; es también el espíritu del alma que mantiene a ese país, el alma indígena.
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Debut culinario
Los imposibles tacos de ojo Eduardo Villegas Guevara
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ara decidir si emigraba con mi familia a la capital del país o si, como el resto de la parentela, jalaba para el norte, solo tuve un argumento: la comida. En la radio se anunciaban tantos productos que uno se deleitaba el paladar con esos manjares. Algún día, sí, algún día, llegarían a mi boca y los masticaría lentamente. Por la televisión nunca fue tanto el bombardeo, porque en el rancho solo había dos aparatos y mi madre no podía inventar tantos pretextos para visitar a las familias adineradas de la comunidad para que su chamaco pudiera sentarse con los demás vástagos de la casa a mirar la teve. ¡Oh, maravilla de maravillas!, se distinguían seres pequeñísimos que cantaban y hablaban, aunque todo era en blanco y negro, detrás de una pantalla de cristal. En esa cajita maravillosa también anunciaban suculentas cosas para comer. Así que esa fue mi ambición para mudarnos a la capital: la gran cantidad de alimentos que salían al paso. Una mañana sumida entre la neblina entramos a la Ciudad de México. En efecto, la capital olía a comida. Apenas abandonamos la terminal de autobuses nos recibió el humo del carbón y el enorme bote de los tamales. Luego, un par de ollas con el champurrado y el arroz con leche, aunque otros puestos
ofrecían de fresa, vainilla y, mi favorito, de guayaba. Como era de esperar, mi claro anhelo y por la mirada que se concentraba en esos vendedores, mi padre nos acercó a ese sitio de bienestar social, con mochilas y demás pertenencias. Yo inicié mi tarea con gusto, aunque debo decir que la enorme masa, con el maíz molido de muy distinta manera que en mi rancho, sorprendía por su tamaño. También sorprendía que tuviera más salsa que carne. Ríos de salsa y solo al final, como para que el pueblerino no perdiera la ilusión, surgió un lindo y estremecedor trocito de carne de puerco. En ese entonces se decía “¡Arriba y adelante!” y yo obedecí al jerarca de la nación. Desde entonces puedo aseverar que el atole de guayaba es casi divino. Aunque el pulque que acompaña a la barbacoa a pie del hoyo ese sí se lleva el mérito de lo celestial. Mi hermana toda amodorrada apenas llegó a media porción de su tamal de dulce; no estaba mal, pero ese colorcito rosa y sus escasas pasas y una tirita de piña en almíbar no me pareció nada bueno. Además, ya me había refinado mi tamalito de salsa verde y mi atolito y estaba feliz de llegar a la ciudad. Mis padres me vieron contento, con la barriguita inflada, recipiente milagroso de un rancherito glotón, y me advirtie-
ron: todavía falta lo mejor, luego probaremos los tacos y las tortas. Y yo me quedé pensando en la feliz existencia de la dicha y así, todos satisfechos, proseguimos hacia la vivienda que ocuparíamos durante muchos años más. Y llegó la gran noche —apenas un par de días después de nuestro arribo a la capital— de nuestro debut como comensales en una taquería. Contaba con una carta muy amplia de tacos y con un espacio muy iluminado. Anaqueles de colores gracias a los refrescos de distintos sabores, carreras de los meseros con sus delantales y sus charolas con los pedidos y un pequeño bloc con las comandas para el pedido. ¿De dónde saldría tanta gente? ¿Y de dónde tanta hambre? ¿Y de dónde tanta comida? Bueno, lo nuestro era ilustrativo y comenzaría mi larga carrera de comedor de tacos. (De mi encuentro con las tortas hablaré en otra ocasión.) Revisé la carta con el listado de tacos y sus precios, por orden y por taco, más las bebidas: cervezas, jugos, aguas, refrescos y ¿tepache? Bueno, me incliné por lo extraño en relación con mis alimentos cotidianos: un tepache y dos tacos de ojo. De ahí provino mi error. Recuerdo claramente que el mesero me preguntó si lo deseaba picado o entero. Gran desconocedor de la taquiza mexicana, recuerdo que se los pedí enteros. ¡Acaso mis padres estaban mirándome para constatar la barbaridad que intentaba su primogénito! Nunca lo supe. Me incliné ante el popote y probé por primera vez el tepache. No estaba nada mal y seguramente los tacos tampoco atentarían nada en contra de mis placeres alimenticios. Unas cinco carreras más del mesero y, por fin, volvió a nuestra mesa a repartir lo solicitado.
Me puso delante de mi hambre un plato de plástico con un par de tacos. Las tortillas eran casi enanas —algún día los invitaría a mi rancho para que vieran lo que era una señora tortilla— así que agarré una rodaja de limón y la exprimí sobre mi taco. En ese momento, el ojo de mi primer taco giró un poco y vi clarito cómo le cayeron encima de su pupila las gotas de limón. Me imaginé el ardor del animal y hasta yo cerré los ojos. Luego le puse salsa roja y otra vez el sufrimiento de ese acto recayó en mi alma. Ánimo, valor, que un taco de ojo no te amedrente. Lo envolví después de rociarlo con un poco de sal y lo puse a la altura de mi rostro y… Ahí estaba el ojo de mi taco, mirándome fijamente, lloroso por el jugo de limón y un tanto enrojecido por la salsa. Y por primera vez la capital del país me puso en uno de los tantos dilemas en que me pondría en los años venideros. Era mi hambre o mi arrepentimiento de comerme un taco de ojo. Hice dos intentos por llevarlo a la boca. Dado que el ojo no dejaba de mirarme, decidí ser yo el que cerrara los párpados. Ya no hubo un tercer intento, porque el tiempo se fue acomodando en nuestra mesa y mi padre, comprendiendo la situación, me pidió un par de tacos campechanos —bistec con longaniza— y me ayudó a desaparecer ese par de tacos. Prometí no volver a pedir nada que se le pareciera y creo que hasta la fecha lo he cumplido. Han pasado por mi paladar desde chinicuiles hasta chapulines, pero de aquellito de veras que ya no he vuelto a pedir. A lo mejor me los he comido sin yo saberlo, pero para mí los únicos tacos imposibles de saborear han sido y serán, los tacos de ojo.
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Diaria escritura Las ocho décadas de Carlos Prieto
Un escritor recorriendo el mundo con su violonchelo Rossi Blengio
Su nuevo libro se intitula Recorridos musicales por el mundo / La música en México y notas autobiográficas, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Carlos Prieto y Chelo Prieto (nombre de su instrumento con casi trescientos años de sonoridad) celebraron en la librería Rosario Castellanos los 80 años del músico, ingeniero y escritor, único músico en México que pertenece a la Academia Mexicana de la Lengua. Estas son las palabras y los decires de aquel acontecimiento efectuado el pasado noviembre. Palabras de Jaime Labastida Todo ser humano es, al mismo tiempo, un denso tejido de relaciones sociales: hijo, hermano, esposo, padre, ciudadano, habitante de alguna ciudad o aldea perteneciente o no a un partido político, aficionado a cierto deporte… Somos seres de dimensiones múltiples con carácter propio. Lo que le otorga cabal dimensión a un individuo es la actividad manual o intelectual a la que se dedica, en la que se hace experto. ¿Qué es y por qué será reconocido finalmente Carlos Prieto? Parece haber nacido en vínculo amoroso y estrecho con un instrumento musical como si este formara parte de su ser auténtico: un chelo, no cualquier chelo, sino uno específico, hecho en el año 1720 por Antonio Stradivari [1644-1737] y que se conoce con el nombre de uno de sus famosos poseedores: Carlo Alfredo Piatti. Este chelo, del que ahora es propietario Carlos, ha sido rebautizado por él con otro nombre porque vivimos en otra edad: la de los vuelos intercontinentales, y esta criatura de madera, al parecer inerte, necesita un nombre propio que le permita ser un pasajero más en un avión, un ser humano al que se le debe comprar un boleto porque ocupa un lugar en el espacio. Se llama Consuelo Prieto, que en un hipocorístico cariñoso quedó en Chelo. Así que la primera dimensión de Carlos Prieto es, en su calidad de artista, uno de los grandes intérpretes de
este instrumento cálido que es el chelo y que él toca de manera excepcional, de suerte que está a la misma altura de los mayores intérpretes contemporáneos del chelo, desde Casals pasando por Pierre Fournier y Mstislav Rostropóvich o Yo-Yo Ma. Pero la segunda y por igual decisiva dimensión de Carlos Prieto se halla en la escritura. Es un escritor que ha creado textos esenciales, tantos y tan buenos, que le han hecho ingresar como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Carlos Prieto no solo se ocupa de su materia, que es la musical, sino que ha escrito también un texto preciso para el desarrollo de la escritura y de la lengua: Cinco mil años de palabras [Fondo de Cultura Económica], y, por si lo anterior fuera poco, es un agudo observador de los hechos políticos y sociales. Quiero agregar que no solo es un viajero incansable, sino que observa con serena pasión los lugares a donde viaja, los que analiza y critica. Otra prueba de sus dotes de escritor es Mis recorridos musicales, una verdadera autobiografía musical centrada en sus actividades por el planeta. Palabras de Carlos Prieto / I Mi nuevo libro está dividido en tres partes: la primera es la historia de la música en México desde la época prehispánica hasta el siglo xxi. Nuestra riqueza musical no tiene paralelo en
ningún país del continente americano, una riqueza que se inicia desde antes del siglo xvi; pero es a partir de este siglo cuando resulta verdaderamente notable. Solo mencionaré a quien quizá fue el primer compositor de gran estatura nacido en nuestro país en 1680: Manuel de Sumaya. La segunda parte se refiere a mis recorridos por el mundo. Yo empecé a estudiar el violonchelo a los cuatro años de edad porque era necesario para completar el cuarteto de cuerdas familiar en el que mis padres tocaban los dos violines y mi abuelo la viola. Cuando yo nací faltaba un chelista, así que, desde antes de que yo naciera, mi mamá ya había comprado un violonchelito del tamaño de un violín. Poco después ingresé como miembro fundamental del cuarteto de mi hermano Juan Luis. Debo decir que nunca me costó esfuerzo o fue un sacrificio estudiar violonchelo, pues siempre fue una cosa que hacía con una alegría extraordinaria. Cuando terminé los estudios en el colegio, a los diecisiete años, se presentaba ante mí la disyuntiva de seguir estudiando música o estudiar algunas otras materias, porque en general no me había ido mal en física o matemáticas. Intenté ingresar a una institución a la que yo sabía era casi imposible: el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Si el mit no me aceptaba, no me causaba ningún disgusto porque conti-
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Carlos Prieto está a la misma altura de los mayores intérpretes contemporáneos del chelo, desde Casals pasando por Pierre Fournier y Mstislav Rostropóvich o Yo-Yo Ma: Jaime Labastida nuaría el estudio del violonchelo de manera definitiva. Pero me aceptaron y me fui a Boston, donde estudié dos carreras: ingeniería y economía, aunque nunca abandoné el violonchelo, pues era yo el primer chelo de la orquesta estudiantil del mit. Una cosa muy importante que me ocurrió en el mit, desde que llegué, fue el descubrimiento, en un cuarto enorme, de la discoteca, donde escuché la música del compositor ruso Dmitri Shostakovich, que me interesó de manera extraordinaria, obras absolutamente geniales, como algunas de sus sinfonías y de sus cuartetos… ¡pero también escuchaba yo, con una sorpresa mayúscula, obras no mediocres sino malísimas de su misma producción! Ahí me nació una curiosidad muy grande por conocer la figura de este Foto de Alejandro Zenker.
compositor genial tan irregular. Por ello me inscribí en todos los cursos de ruso, además decidí suscribirme a una revista soviética de música en la cual me iba yo documentando sobre Shostakovich y la música rusa en general. Palabras de Carlos Prieto / II Terminé mis estudios en el mit y regresé a México a trabajar en la industria siderúrgica en la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey. Era 1959. Poco tiempo después de haber iniciado mi trabajo ahí, ocurrió una cosa que tuvo una gran importancia en mi vida. Llegó a México una delegación soviética de muy alto nivel con Anastás Ivanovich Mikoyán al frente (el segundo secretario del Partido Comunista después de Nikita Krushchev). Recuerdo haber ido a un concierto donde tuve la oportu-
nidad de conocer a Shostakovich. Este conocimiento, por supuesto, fue relativo porque durante el intermedio me acerqué a hablar con él alrededor de 30 segundos, pues un grupo de guardaespaldas nos separó, quizá temiendo que el compositor se quedara asilado en México. A los pocos días de su estancia en México, Mikoyán y la delegación rusa con sus músicos se fueron a Monterrey, pero al intérprete que traía Mikoyán le habían gustado mucho los riquísimos antojitos de nuestra comida y se había envenenado. Ante la emergencia, el embajador soviético me llamó para preguntarme si tendría yo algún inconveniente en ser el intérprete de Mikoyán durante sus visitas. Accedí con gusto. Al término de la visita, íbamos sentados en un coche soviético, Mikoyán me preguntó: —Tú —era yo muy joven—, ¿no te interesaría ir a estudiar a la Unión Soviética? Le contesté que por supuesto. Y Mikoyán dio instrucciones terminantes al embajador Bazykin: —Encárguese de que el amigo Prieto se pueda ir a estudiar a la Universidad de Moscú.
44 Le agradecí mucho a Mikoyán: viniendo la orden del número dos del gobierno y del Partido Comunista de la Unión Soviética, yo supuse que en poco tiempo estaría arreglado el asunto. Pasaron dos o tres meses, tiempo que me parecía normal para el trámite. Mientras tanto, conseguí el permiso de la empresa para ir a Rusia, pero pasó un año sin noticia, por lo que decidí olvidarlo. Dos años después recibí un telegrama del embajador, el camarada Bazykin, que decía: “Favor de presentarse con urgencia en la embajada”. No me presenté con urgencia, sino algunos días después. El embajador, entonces, me dijo que ya estaba aceptado en la Universidad de Moscú con una beca. Y me fui a Moscú a estudiar. Fue una época muy interesante. Claro que ahí pude ver con mucha más tranquilidad a Shostakovich, percatándome de que era un hombre que había sufrido muchísimo, sobre todo bajo el régimen de Stalin, evento que me causó una profunda impresión. Cuando Estados Unidos comenzó el bloqueo criminal contra la Isla de la Libertad, Cuba, pensé que era un hecho grave, pero recordaba a Nikita Krushchev tan contento luego de que asistiéramos a un concierto en el teatro Bolshoi, la misma tarde en que se oficializaba el bloqueo, que me dije que el asunto entonces no debía de preocuparnos. Ya en la noche, al llegar a mi dormitorio en la Universidad, me esperaba un telegrama (escrito en clave) de mi padre: “En vista del grave problema de salud de tu tío en París urge lo vayas a ver”. Entendí que me decía que saliera yo a la brevedad posible, pero impresionado por la cara de contento de Krushchev que indicaba que no podía ser tan grave el asunto, hasta el día siguiente fui al telégrafo para contestarle
a mi padre. Después de seis horas de espera (así era la burocracia rusa), mandé el telegrama diciendo: “Mi tío en París notablemente mejorado, aquí me quedo”. Palabras de Carlos Prieto / III Tras bastantes años de trabajo en la industria y después de una gran crisis interior en la que fui muy ayudado por mi esposa, tomé la decisión de abandonar la industria para pasarme a la música. No fue un tránsito fácil. En primer lugar, dejar los trabajos en que estaba me costó tiempo. Recuerdo que varios amigos industriales comentaron entre sí: “Pobre Carlos, la presión del trabajo le ha hecho perder un poco el juicio, dentro de un año regresará a la cordura, y volverá a trabajar como ingeniero”. Y amigos músicos opinaron lo mismo, pero al revés: “Pobre Carlos, ahora que se va a dedicar a la música se dará cuenta de lo difícil que es esta profesión y dentro de un año regresará a su trabajo anterior”. Han pasado cuarenta años y no he regresado a mi profesión anterior. En 1979 empecé a dar conciertos fuera de México, donde me pedían, con frecuencia, que incorporara algún concierto para chelo y orquesta de compositores mexicanos, y me percaté, con la consiguiente alarma, de que en el repertorio mexicano los conciertos para chelo y orquesta se contaban con los dedos de una mano e incluso sobraban varios dedos. El primer concierto era el de Ricardo Castro, compuesto a fines del siglo xix, que yo tuve la fortuna y la suerte de estrenar en 1980 y tantos: nunca se había tocado en México. Quizá porque los compositores se percataban de que sus conciertos para chelo tenían que esperar un siglo para ser estrenados, no se interesaban más por el chelo.
“Me percaté, con la consiguiente alarma, de que en el repertorio mexicano los conciertos para chelo y orquesta se contaban con los dedos de una mano e incluso sobraban varios dedos”
La tercera edad Carlos Prieto compraba su boleto de avión que lo llevaría a Boston luego de ofrecer un concierto en Nueva York. La empleada le dijo: —Aquí están sus boletos, señor Prieto, pero no veo a miss Chelo Prieto. El músico le contestó: —Miss Chelo Prieto está en aquel estuche. La mujer sonrió: —Por curiosidad, dígame cuál es la edad de miss Prieto. —Pues, mire usted —le contestó el violonchelista—, ella está a punto de cumplir 290 años. Entonces vio que escribía “unas cosas misteriosas”, luego de lo cual le explicó: —Bueno, entonces le vamos a dar a miss Chelo Prieto el descuento de la tercera edad. Entonces me di a la tarea de intentar convencer a los principales compositores de México de que escribieran obras para violonchelo y me comprometía a tocarlas y, de ser posible, a grabarlas. Hubo una respuesta tan entusiasta que, al cabo de unos años, había estrenado yo la obra de unos cuarenta compositores mexicanos. Luego decidí ampliar esta labor al resto de América Latina empezando a tocar obras de compositores de Chile, de Argentina, de Uruguay, de Brasil, de Venezuela, de Colombia, etc. Luego la amplié a España y, finalmente, extendí la convocatoria al resto del mundo: hoy llevo estrenadas 105 obras de compositores contemporáneos. Palabras de Carlos Prieto / IV Mi convivencia con el grandísimo chelista Yo-Yo Ma es ya larga: lo conocí hace poco más de treinta años. Fue alumno del mismo maestro que yo en Nueva York. Desde que nos conocimos, nos tuvimos una gran simpatía y yo una enorme admiración por él. En 1993 vino a México y nos reunimos un día en mi casa; él había llevado su violonchelo. Antes de comer me dijo: —¿Por qué no tocamos algunos dúos que tengas por aquí? Estuvimos tocando un poco hasta que la comida se enfrió. Entonces re-
45 cibimos la orden terminante de mi esposa de que bajáramos a comer, lo cual hicimos de inmediato. Cuando ya iba a guardar el violonchelo en el estuche, me dijo Yo-Yo Ma: —No lo guardes, vamos a dejar uno al lado del otro a ver si hay una atracción romántica y tal vez procrean… A los nueve meses nos vimos en Boston, donde vive Yo-Yo Ma, y me preguntó sobre aquel día y yo le aclaré lo evidente. —Bueno —me dijo Yo-Yo Ma—, aquel encuentro de los dos chelos no puede quedar estéril, así que por lo menos vamos a encargar una obra a algún compositor que nos parezca interesante… Y así fue como le encargamos una obra al gran compositor mexicano que vive en Nueva York, el maestro Samuel Zyman, quien compuso una magnífica suite para dos violonchelos que he tenido la fortuna de tocar aquí con Yo-Yo Ma, en Venezuela, en Estados Unidos y en España. Para 2013 dimos un pequeño recital en la Sala Blas Galindo del Centro de las Artes. Entre el público se hallaba Esteban Moctezuma, presidente de la Fundación Cultural Azteca. Él vino a saludarnos después del concierto y le preguntó a Yo-Yo Ma qué se requería para que nosotros estrenáramos en México una obra para dos chelos y una orquesta de mil atrilistas. Yo ni lo pensé, porque una orquesta de mil es una cosa imposible, incluso creí que era una broma. Pero Moctezuma es un hombre muy persistente y listo: al mes de que ocurriera el encuentro, estaba yo en Nueva York y recibí una llamada suya para invitarnos a comer a Samuel Zyman y a mí. Durante la comida le preguntó a Zyman qué se requería para componer una obra de mil. —Pues es imposible, salvo que quitaran a todo el público de la sala —le dijo Zyman. Pero estuvimos viendo que el máximo de músicos que se podía incluir era de doscientos en la orquesta, un coro de trescientos cantantes y los dos chelos solistas. El punto fue que le encargó Esteban Moctezuma la obra para 500 y los dos chelos a Samuel Zyman. Y en enero de 2016 estrenamos en la Sala Nezahualcóyotl esta obra con Esperanza Azteca, una excelente orquesta de niños y jóvenes con coros dirigida por Julio Saldaña.
Alimento literario
Vivir la noche Ernesto Herrera
C
omo disciplinado y oscuro profesor que fui durante años, solo me reventaba los fines de semana y, con todo, siempre tuve la fama de ser el miembro más excesivo de mis amigos de la carrera de psicología con los que me reunía. Cuando decidí dar el salto al periodismo, me gustaba ir a dejar personalmente mi texto cada lunes al suplemento donde colaboraba y quedarme a platicar con el director, los miembros de la redacción y algún otro colaborador que llegara. Esa tertulia duraba alrededor de una hora, tras de la cual cada uno se iba a su casa (o eso me imaginaba). Un día, después de varios meses de este ritual, me invitaron a ir a tomar una copa a una cantina a la cual, me daría cuenta después, acostumbraban ir no únicamente uno sino varios días a la semana. Sucedió que el secretario de redacción se iba a ausentar un par de semanas por cuestiones familiares, así que el jefe de redacción tenía que hacerse cargo de solicitar textos y preparar los números. El jefe me hizo un encargo: entrevistar a nuestro heterodoxo mayor. Para afinar detalles, me pidió, para sorpresa mía, que nos viéramos en la cantina al día
siguiente, ya que él solía reunirse con un escritor decano a mediodía. Mi sorpresa fue en aumento al ir viendo que llegaban otros habituales de los lunes. Una vez que terminamos el plan de la entrevista, el jefe me citó al otro día en su casa con la orden de llevar el cuestionario por escrito, pues el heterodoxo no aceptaba entrevistas cara a cara. Yo me quedé a seguir bebiendo con un escritor ya reconocido y una joven promesa. Las horas pasaron. Cuando cerraron la cantina, creí que cada quien se iría por su lado, pero mis amigos me dijeron que íbamos a ir a un antro de a de veras del Centro a los que yo no estaba acostumbrado a asistir. Obviamente, no terminé el cuestionario. Mi jefe me regañó y me advirtió que tuviera cuidado con mis amigos, que tenían fama de ser buenos bebedores. Pero, bueno, con ellos aprendí a vivir la noche y a conocer algo de sus secretos. Solo quien no pertenece a este círculo no se dará cuenta de que de esto también se alimenta la literatura. Y aunque me haya costado varios divorcios con mi esposa, es algo que me toca agradecer.
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Publicidad gubernamental
Dinero público para censurar Rubén Martínez Cisneros
No solo está el rebase económico permitido en el gasto de la publicidad oficial, sino hacia dónde va ese dinero consolidando una personal perspectiva de libertad expresiva. Porque el dinero otorgado a los medios de comunicación muchas veces manipula y restringe y canaliza los decires periodísticos…
E
l gobierno de Enrique Peña Nieto se perfila como el que más gasto en publicidad ha generado de todas las administraciones federales en la historia con el objetivo bien plantado de dar a conocer sus logros, como si no fuera su obligación llevar a cabo beneficios para la población. Pero hay algo más en esta divulgación de las actividades gubernamentales, de ahí que el organismo Artículo 19 interpusiera, en mayo de 2014, un amparo ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la cual determinó —el pasado 15 de noviembre— que ya era hora de que los legisladores regularan en torno a este tema antes del próximo 30 de abril.
Gastos rebasados No es para menos. De acuerdo con Artículo 19 y con Fundar, Centro de Análisis e Investigación, durante la administración de Enrique Peña Nieto se han destinado 38 000 millones de pesos en gasto publicitario, dinero por supuesto desmedido para este específico rubro. Fundar señala: “El gasto a nivel federal se ha sobreejercido en 71.86% más de lo aprobado por la Cámara de Diputados. En 2015 los estados ejercieron 11 895 millones de pesos, concentrando 70% del gasto de los poderes ejecutivos”. Fundar agrega: “Cada año a nivel federal se gastan miles de millones de pesos en publicidad oficial. De seguir la tendencia actual (crecimiento anual en términos reales de 7.6%), el gobierno de Enrique Peña Nieto ejercerá un
monto cercano a los 60 000 millones de pesos para este rubro al cierre de su administración”. En el informe “Contar lo bueno cuesta mucho /El gasto en publicidad oficial del gobierno federal de 2013 a 2016”, elaborado por Fundar, se apunta: “En la práctica, la administración pública federal sigue gastando cantidades cuantiosas de recursos públicos en publicidad oficial sin que se pueda conocer su impacto real en el derecho a la información o si se logran objetivos de política pública gracias a la información divulgada por el gobierno”. El estudio advierte que Televisa y TV Azteca recibieron durante 2016, en publicidad oficial, 3 148 millones de pesos; Radio Fórmula, 250 millones de pesos. Los diarios El Universal, 190 millones de pesos; Excélsior, 100 millones de pesos; y La Jornada, 85 millones de pesos, por solo citar estos casos. Por su parte, un estudio elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco) destaca que los 32 gobernadores de los estados de la República gastaron en publicidad 2.39 más de lo aprobado por sus diputados durante 2016. Sobresale, de acuerdo con el análisis del Imco, el exgobernador Rafael Moreno Valle, autor del libro La fuerza del cambio, que gastó 61 millones de pesos en comunicación social. En total, los gobernadores ejercieron 9 528 millones de pesos, cuando tenían autorizados 3 994 millones. Esta tónica, señala Artículo 19, ha regido la relación de los medios infor-
mativos y el poder político en México, imponiendo un obstáculo para el desarrollo de un debate plural, crítico, desinhibido y robusto sobre los temas de interés público. Al condicionar el ejercicio de derechos humanos de la población ante la falta de diversidad informativa, se condiciona el proyecto democrático mismo. Desinterés y desatención En mayo de 2014, Artículo 19 promovió un juicio de amparo en el cual reclamaba que el Congreso de la Unión había incurrido en una violación al derecho de la libertad de expresión al omitir discutir y aprobar la ley reglamentaria del artículo 134, párrafo octavo, de la Constitución. La base de la demanda constitucional es la reforma político electoral del 10 de febrero de 2014, cuyo artículo tercero transitorio ordenaba al Congreso de la Unión expedir la ley reglamentaria en materia de comunicación social. Para ello estableció como plazo el 30 de abril de 2014”. Sin embargo, como escribe el jurista del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la unam, Miguel Carbonell (El Universal, 21 de noviembre de 2017): “Pues bien, el tiempo pasó y nada de eso fue atendido por la nefasta clase política que nos ha gobernado (de varios partidos)”. Por su parte, el abogado de Artículo 19, Leopoldo Maldonado Gutiérrez, escribió en el semanario Proceso: “La señal de que México dista mucho de ser un país democrático es el ejercicio
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El Congreso de la Unión deberá expedir la ley que reglamente el párrafo octavo del artículo 134 de esta Constitución, la que establecerá las normas a que deberán sujetarse los poderes públicos, los órganos autónomos, las dependencias y entidades de la administración pública y de cualquier otro ente de los tres órdenes de gobierno, y que garantizará que el gasto en comunicación social cumpla con los criterios de eficiencia, eficacia, economía, transparencia y honradez: Arturo Zaldívar Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
opaco y excesivo del gasto de comunicación social. Ello ha sido una eficiente herramienta de control sobre los medios de comunicación. Dispendio de dinero público utilizado para censurar, esa es la historia de la llamada publicidad oficial desde hace décadas”. Cabe recordar, señala Artículo 19, y válgase la reiteración, que el artículo 134 constitucional, párrafo octavo, establece que “la propaganda, bajo cualquier modalidad de comunicación social, que difundan como tales los poderes públicos, los órganos autónomos, las dependencias y entidades de la administración pública y cualquier otro ente de los tres órdenes de gobierno, deberá tener carácter institucional y fines informativos, educativos o de orientación social”. El pasado 15 de noviembre el ministro de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, dictó una sentencia histórica: “El Congreso de la Unión deberá expedir, durante el segundo periodo de sesiones ordinarias del segundo año de ejercicio de la LXII Legislatura, la ley que reglamente el párrafo octavo del artículo 134 de esta Constitución, la que establecerá las normas a que deberán sujetarse los poderes públicos, los órganos autónomos, las dependencias y entidades de la administración pública y de cualquier otro ente de los tres órdenes de gobierno, y que garantizará que el gasto en comunicación social cumpla con los criterios de eficiencia, eficacia,
economía, transparencia y honradez, así como que respete los topes presupuestales, límites y condiciones de ejercicio que establezcan los presupuestos de egresos respectivos”. Además, la sentencia aclara: “Ni de la libertad de expresión ni de ninguna otra disposición constitucional se desprende que los medios de comunicación tengan un derecho a que se les asignen recursos estatales por difundir publicidad oficial, pero sí que el gasto en comunicación social atienda los principios previstos en el párrafo octavo del artículo 134 constitucional y que la libertad de expresión no sea afectada por la ausencia de regulación en este tema”. Para el investigador Carbonell, la sentencia de la Suprema Corte “afirma
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Si Peña Nieto ha invertido, hasta el primer semestre de 2017 más de 37 000 millones y tiene una aprobación menor a 20%, sin duda se trata de un gasto que ha sido superfluo… es el presidente que más ha gastado en promocionarse y el peor evaluado: Aziz Nassif que la ausencia de la regulación de la publicidad gubernamental permite una gran arbitrariedad por parte de los entes públicos y, de esa manera, se convierte en una potencial amenaza para la libertad de expresión, ya que al destinar gasto público a los medios de comunicación afines a los gobernantes y castigar a los que sean menos condescendientes se les alteran las reglas de competencia”. Más aún, señala Maldonado Gutiérrez al portal Sin Embargo: “Lo que hace histórico este fallo es la orden para que el Congreso expida una ley en materia de publicidad oficial, lo que puede ayudar en el camino a reconfigurar la relación entre los gobiernos y los medios de comunicación para evitar que se siga utilizando el dinero público como mordaza para castigar o premiar las líneas editoriales y para evitar que se siga castigando a la sociedad en general y permitir que pueda acceder a la información plural, diversa y crítica”. Promoción y evaluación El investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas), Alberto Aziz Nassif, escribió (El Universal, 21-III2017): “El gasto en propaganda resulta insoportable para un país plagado de carencias y necesidades. ¿Cómo se puede aceptar que el gasto del presidente en esta administración sea similar a la necesaria para la reconstrucción de los sismos de septiembre pasado?”. Y se pregunta: “¿Es legítimo que las secretarías de Salud, Educación y Desarrollo Social hayan gastado en 2015 la cantidad de 5 948 millones de pesos, cuando la pobreza permanece igual, faltan medicinas en los hospitales y miles de escuelas no tienen las mínimas condiciones para funcionar?”
Y agrega: “Las organizaciones civiles han argumentado que este despilfarro publicitario está dominado por el ejercicio de la censura indirecta, ya que a los medios críticos o no gratos para el Ejecutivo federal se les han condicionado estos recursos, imponiendo un obstáculo para el desarrollo de un debate plural, crítico, desinhibido y robusto”. A su vez Ricardo Reyes, integrante de Artículo 19, expresó su opinión acerca de la sentencia de la Suprema Corte: “Eso no significa que ya podemos cantar victoria, ahora esperemos que no sea una ley mediocre o que atienda a intereses particulares… tememos que haya una simulación de parte del Legislativo para enviar una ley y decir ya cumplimos, pero que no contemple las necesidades de transparentar los contratos públicos, que existan topes presupuestales, que no haya un gasto excesivo, que haya una repartición equitativa y no discriminatoria que afecte a medios críticos”, manifestó en la mesa de análisis “Contar lo bueno cuesta mucho. El gasto en publicidad oficial del gobierno federal 2013-2016” convocado por el Comité de Defensa Integral de Derechos Humanos Gobixha, dado a conocer por el reportero Pedro Matías de la agencia Apro. Acerca de la anterior situación y retomando al investigador Alberto Aziz Nassif, escribe: “El plazo para que se legisle es el 30 de abril de 2018, vamos a ver cómo, en plena campaña electoral, se logra llegar a un acuerdo para regular este gasto venenoso y superfluo y, como apunta el propio Carbonell, la sentencia les da un plazo a nuestros indolentes legisladores federales que se extiende hasta el 30 de abril de 2018. Hasta ese entonces van a poder seguir violando la Constitución con la impunidad que les caracteriza”.
Mientras tanto, Gabriel Sosa Plata escribe en Sin Embargo: “De ganarse el amparo, no habrá un cambio inmediato. Es más, podría no ocurrir, si el Congreso aprueba una ley que efectivamente reglamenta el artículo 34 constitucional, pero simula terminar con la discrecionalidad en la designación de los recursos. Es un riesgo que no debe presentarse, lo que obligaría a seguir muy de cerca el proceso de presentación, dictaminación y aprobación o rechazo de iniciativas de ley que no traicionen los objetivos de una regulación democrática de la publicidad oficial”, concluye el catedrático. Cabe destacar la reflexión que hace la periodista Angélica Recillas en el portal de Etcétera (noviembre de 2017) acerca de la información publicada en los principales diarios capitalinos tras la decisión de la Suprema Corte: “Sólo Reforma y El Sol de México dedicaron una pequeña nota en su primera plana. El Financiero, Milenio e Impacto colocan la cabeza de la nota relativa al tema en un recuadro para remitir al lector a páginas interiores; otro tanto hace La Crónica y 24 Horas con un cintillo en su página principal. El Heraldo, que hace seis meses regresó a los puestos de periódicos, se pone retador y publica como cabeza principal: Batean diputados orden de la Corte y adelanta la nota central donde consigna que los legisladores alegan que el Poder Judicial no manda sobre ellos. La decisión editorial de El Universal de no situar este asunto en su primera plana es comprensible al ser el medio impreso que más publicidad oficial factura. Pero el caso de La Jornada, un diario en teoría crítico al poder, es significativo: no dedica una sola palabra, ni en su portada ni en su contraportada a la resolución de la Corte sobre la publicidad oficial. Es el tercero en el ranking por este concepto entre los medios impresos, acaso por eso lo deja en claro con la foto que, a manera de infomercial, le dedica a Enrique Peña Nieto en el evento que encabezó este miércoles en el imss”. Lo cierto, como lo apunta acertadamente el investigador Aziz Nassif: “Si Peña Nieto ha invertido hasta el primer semestre de 2017 más de 37 000 millones y tiene una aprobación menor a 20%, sin duda se trata de un gasto que ha sido superfluo… es el presidente que más ha gastado en promocionarse y el peor evaluado”.
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Artesanos de Metepec
Los árboles de la vida Roberto Fernández Iglesias
L
os artesanos, sobre todo aquellos de menor edad, se adaptaron a las necesidades de un mercado artesanal cada vez más globalizado e incluyeron en la fabricación del árbol otros elementos más acordes con las necesidades de los visitantes y, principalmente, compradores. Así surgieron distintas posibilidades de creación: árboles personalizados, temáticos, a solicitud de los compradores, o con un sentido más creativo que se pueden denominar artísticos sin dejar de lado la característica artesanal. Familias enteras de artesanos han coincidido en la elaboración y creación del Árbol de la Vida, pero cada una ha variado la producción coDibujo de Antonio Luquín.
locando elementos muy característicos que los han distinguido entre ellos, así como en los diversos concursos alfareros del país, lo que le ha dado renombre a la artesanía tradicional de Metepec. La familia Soteno, los hermanos Ortega González, Juan Carlos Nonato Díaz, Juan Hernández Arzaluz, Javier Ramírez Hernández y Juan Manuel Vázquez Sánchez, entre otros, son quienes han realizado propuestas novedosas sobre la creación del Árbol de la Vida, llegando incluso a dimensiones colosales y temáticas más abiertas e incluyentes. Y son estas dimensiones, colosales y no, y las temáticas abiertas, tanto en la tradición religiosa que dio forma al árbol como en la ca-
pacidad de adaptación de la modernidad que se ha demostrado en las nuevas generaciones de alfareros, lo que ha distanciado a la artesanía común de la artesanía artística. No es una excusa ya el hecho de que sea la tradición la que sostenga la elaboración de una artesanía, sino tal vez un pretexto válido para generar una visión completamente distinta de lo que se ha elaborado de manera tradicionalista. Se ha transformado de tal forma que, en la actualidad, los artesanos elaboran sus propias concepciones de la vida y le agregan elementos muy particulares que los distinguen entre ellos. Aunque sigue siendo una forma de cohesión y tradición familiares la formación de las nuevas generaciones de artesanos, tiene en contra la modernidad que le ha dado vida al árbol. Para los jóvenes ya no es un asunto natural el trabajo del barro, pero muchos han decidido permanecer en la tradición familiar y continuar no solo con la elaboración, sino incorporan-
do su visión y creación en árboles, cazuelas, vajillas y elementos ornamentales, lo que renueva la concepción de piezas artesanales, generando también un proceso menos tradicionalista en el amasado, modelado y quemado de barro. Toda esta creación y transformación origina que se produzca otro tipo de respuestas sociales y gubernamentales, sean las del Fonart o las de los distintos gobiernos, municipal o estatal. Con su creación, los artesanos del barro han logrado los apoyos en la construcción de hornos de gran tamaño con más y mejores tecnologías para sus productos, medios para la difusión y la promoción de las piezas artesanales, y los diversos concursos alfareros a los cuales los artesanos de Metepec asisten, lo que les ha valido el reconocimiento nacional e internacional de su trabajo, lo que significa que el Árbol de la Vida elaborado en Metepec se halla en este momento entre las más grandes colecciones artesanales y museos de México y del mundo.
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Çemil Turán Bazidi, escritor kurdo
“La literatura lee el aleteo espantado de los pájaros” Guadalupe Flores Liera
El periodista y escritor kurdo Çemil Turán Bazidi nació en 1952 en Serhat, en el Kurdistán turco, en las proximidades del monte Ararat. Realizó estudios superiores en Ankara y en Estambul (Constantinopla). Vivió en Turquía las juntas militares de 1971 y 1980. Durante sus años universitarios se incorporó al Movimiento de Liberación del Kurdistán y participó en las luchas independentistas, por lo cual sufrió persecución, encarcelamiento y torturas. En 1984 consiguió escapar de Turquía. Llegó a Grecia, donde solicitó y le fue otorgado asilo político, poco después obtuvo la ciudadanía.
Ç
emil Turán trabaja en Grecia como periodista, colabora en innumerables publicaciones impresas y electrónicas. Es el primer autor kurdo que escribe directamente en griego. El galanto ensangrentado, Los ojos del lobo, La noche que miraba de día, Allí Dios estaba durmiendo, Mi nombre es Azad han sido abrazadas por los lectores por el talento de Turán. Narrar novelísticamente los relatos que escuchó en su infancia de boca de sus abuelos o que vivió en carne propia es su contribución personal a la conservación de la memoria de su pueblo, enfrentado a la violencia cotidiana y a la persecución. Con la oportunidad de la reedición en Atenas de su novela autobiográfica Los hijos del Ararat y de su antología Poetas kurdos contemporáneos (ambos editados por Librería Española Nikolópoulos), el autor contestó las siguientes preguntas. Literatura y periodismo —En nuestros días, ¿la literatura puede contribuir en algo a la lucha independentista de un pueblo? —En cierto grado, sí. Tal vez porque logra que una lucha sea más ampliamente conocida y encomia la libertad. Tal vez porque puede convertirse en bálsamo para las heridas de los luchadores. La literatura se toma su tiempo y penetra con más profundidad en el instante. La muerte no es una cifra, como en el periodismo; cada bomba que cae no es solo una trayectoria
fantasmagórica que se dibuja en las pantallas televisivas. La literatura penetra en las ruinas, lee la historia de cada piedra, el aleteo espantado de los pájaros; se alía con la naturaleza, va en busca de las dichas y de los sueños humanos. Crea, pero también destruye mitos. Por ejemplo, cuando estaba trabajando en la antología de poetas kurdos y hablaba con mis amigos sobre ello, vi la sorpresa en los ojos de todos y algunos me preguntaron si existían poetas kurdos. No les cabía en la cabeza que esos hombres, además de un arma, pudieran sostener una pluma. Tenían en la mente a un pueblo-máquina de hacer guerra y no a seres humanos con sentimientos, que aman, cantan, escriben... En todo caso, en lo que a mí se refiere, todos mis libros nacen y están dedicados a la lucha del pueblo kurdo, Hasta la victoria, como decía el revolucionarios Fidel Castro. Efectivamente, no podría hacer arte por el arte. —¿Qué ventajas tiene la mitificación de los acontecimientos respecto del periodismo responsable?
—La mitificación se entrevera con el “embellecimiento” de los acontecimientos y en ocasiones puedes sentir culpa de esto, pero saca su fuerza de la necesidad de los tiempos. Por otro lado, la necesidad de un pueblo le puede imprimir aún mayor fuerza. Le voy a dar un ejemplo: durante la gran rebelión del Ararat, las mujeres kurdas, que habían tomado el monte al lado de sus hombres y de sus hijos, al ver que perdían la lucha y que iban a caer en manos de los turcos, se despeñaron una tras otra en el abismo cantando y bailando. Cuando llegué a Grecia me enteré de que lo mismo habían hecho las mujeres de Souli, en el Epiro, durante la guerra de independencia. Yo digo que es verdad, quiero que sea verdad. La mitificación lleva aquí la ventaja respecto del periodismo responsable, el cual está obligado a constatar exacta e imparcialmente los acontecimientos. La pregunta es si existe este tipo de periodismo. Desde el momento en que la noticia la consigan los seres humanos, lo que quiere decir punto de vista,
“La muerte no es una cifra, como en el periodismo; la literatura penetra en las ruinas, lee la historia de cada piedra, se alía con la naturaleza, va en busca de las dichas y de los sueños humanos”
51 posición vital, ideas, concepciones, es difícil e incluso imposible hablar de objetividad. Esto no quiere decir que el periodista no realice su trabajo responsablemente, pero no puede arrancar de raíz sus ideas. Simplemente trata, en la medida de lo posible, de no “robar en la balanza”. Lenguaje y refugio —En Turquía difícilmente se puede expresar en su lengua materna oprimida, el kurdo. Ahora que se encuentra en un país libre, ¿por qué eligió expresarse en idioma ajeno? —Después de treinta y dos años en Grecia no siento que el griego, que es verdaderamente maravilloso, me sea un idioma ajeno. Comencé a escribir en griego porque al conocer a la sociedad griega, la sensibilidad de los griegos respecto a los pueblos y los hombres perseguidos, quería dar yo también mi mensaje acerca de lo que ocurre en el Kurdistán. Quería hablar, comunicarme con mis conciudadanos. Con los seres humanos que poseen el abrazo más cálido. Ni siquiera me pasaba por la mente que mis libros pudieran circular en Turquía, algo que ocurrió hasta hace muy poco tiempo. Además, ya se ha establecido en Grecia, donde he pasado la mayor parte de mi vida, la relación necesaria entre un escritor y las casas editoriales. Imagino que algo semejante sentirá Thodorís Kallifatidis, quien vive en Suecia, o con Vassilis Alexakis, quien escribió en francés. —¿Por qué escogió el griego, ya que tantos obstáculos encuentra la literatura griega para ser traducida, y no el inglés que acaso le hubiera abierto las puertas a un público lector más amplio? —Es que yo hablo griego, es el idioma en el cual me puedo expresar. Además de kurdo, soy y me siento griego. ¿Es posible decirle a todos los escritores griegos que comiencen a escribir en inglés para que tengan mejores ventas? ¿Cómo expresarte en una lengua que no te motiva? Por otra parte, si un libro tiene algo que decir, entonces los caminos de la traducción se abren de par en par. Con todo, el mayor obstáculo es la crisis económica. No queda dinero para el importante trabajo del traductor, a quien yo considero cocreador del libro que toma en sus manos. Espero que pronto se pueda superar esta dificultad.
“Todos mis libros nacen y están dedicados a la lucha del pueblo kurdo. Efectivamente, no podría hacer arte por el arte” —Cuando llegó a Grecia, ¿este país era su destino o simplemente se vio atrapado aquí como tantos otros refugiados los últimos años? —Perseguido por la junta en Turquía, condenado a la cárcel por muchos años, organicé mi huida con Grecia como destino. Cuando llegué a Ro, apenas poner el pie en esa hermosísima islita, me dije: este es mi sitio. No me vi atrapado en Grecia; me vi libre. No solamente tenía posibilidades, sino hasta parientes en otras ciudades europeas, pero no me pasó nunca por la cabeza. Mi hermano, por ejemplo, vive en Alemania desde hace años; sin embargo, yo preferí, elegí vivir en Grecia. Hay una sola razón por la cual abandonaría este hermosísimo país: por el Kurdistán libre. Fortaleza y debilidad —¿Es justo dividir a los emigrados en económicos y políticos? ¿No son todos refugiados? —Son dos cosas distintas. No todos los refugiados son lo mismo; sin embargo, todos son seres humanos y tienen los mismos derechos. Incluso para el derecho internacional una cosa son los emigrados y otra los refugiados. El uno parte por su cuenta en busca de una vida mejor, el otro es perseguido o es obligado a huir. Son equilibrios delgados y, tal y como nos hemos vuelto, indiferentes. El asunto es que todos los seres humanos tienen derecho a buscar en cualquier parte su suerte, su seguridad, un futuro mejor para ellos mismos y para sus hijos. Yo fui un refugiado político, mi vida en Turquía tenía... fecha de caducidad. Mi huida me aseguró el “estar”, pero dejé atrás el “bien”, porque en Grecia comencé desde cero habiendo dejado atrás una familia económicamente fuerte y al haber disuelto mi trayectoria profesional. Pero no me arrepiento de nada. Más bien, para ser justos, me arrepiento porque dejé atrás a mi hija y perdí muchos de sus años, del milagro de su desarrollo. Así sea...
—El precio que pagan los pueblos por conseguir su liberación es mayor cuanto más se relaciona con zonas de importancia geopolítica y con riqueza natural, cosas que ambicionan y buscan administrar los poderosos en turno. ¿Qué le hace pensar que se le hará justicia a su pueblo, ya que a ustedes los caracterizan ambas cosas? —Verdaderamente se trata de una táctica que dura siglos: el más fuerte subyuga al débil. Y el más fuerte se ocupa del débil cuando tiene algo que ganar. Esta es la razón de las revoluciones, esta es la razón de las rebeliones. Y cuando las cosas maduran y los pueblos se empecinan, en ocasiones la revolución se ve coronada con el éxito. Los kurdos, desde el momento en que su patria fue dividida entre cuatro potencias (Turquía, Irak, Irán, Siria), se han rebelado muchas veces pagando un tributo muy alto de sangre. Parecía maldición que hubieran nacido en esos territorios tan ricos. El oro negro era una pesadilla. Sin embargo, he aquí que algo empieza a brillar en el horizonte. En el norte de Irak se ha creado ya un foco de independencia del Kurdistán. En medio de las ruinas y del aire asfixiante a causa de los químicos con que nos “regó” Sadam Hussein, brota una hermosísima joven república. Los obstáculos que encuentra a su paso son enormes, los intereses inmensos y difíciles de combatir, pero los kurdos están decididos. “Hasta que no hayamos echado raíces firmes no guardamos nuestras armas en el baúl”, me dijo un peshmerga cuando visité Erbil. Solo que lo que me parece determinante es que los kurdos de los cuatro puntos se entiendan entre ellos y que cada parte respete la forma en que las demás conciben la libertad. Es decir, pienso que estamos a un paso de la autodeterminación de cada una de las partes, pero tenemos un largo camino hasta lograr la unión de todas. Hace falta tiempo y una estrategia común. Tenemos que superar las desavenencias entre nosotros de forma que no venga alguien a decir “si se odian entre ellos
52 Foto de Alejandro Zenker.
/ no merecen la libertad”, tal y como dice el himno nacional griego. Distanciamiento y esperanza —Estaban a un paso de ver coronada su lucha por la autodeterminación en Irak cuando estalló la guerra contra el terrorismo. Dos millones de kurdos se han convertido ya en refugiados. ¿Será que al final su pueblo es el “avispero” y el Isis es el humo? —Nada se ha perdido en Irak, como le dije. Y los kurdos refugiados no son de Irak sino de Siria. Por el contrario, la recién conformada República de Kurdistán en Irak ha abierto los brazos a sus hermanos. Este movimiento fraternizador ha demorado algo las reformas en el Kurdistán-Irak, pero lo primero que cuenta es el cuidado de los connacionales. Por otro lado, estábamos a la espera de esta agitación. Ninguno de los países que mantienen un pedazo del Kurdistán puede aceptar que lo que tomaron de manera inmoral debe ser devuelto. Y han visto que lo que ocurre en el Kurdistán-Irak puede ser el principio de un efecto dominó. Así que dejaron avanzar al Isis. Por ejemplo, cuando los extremistas yihadistas llegaron a Mosul, el Estado iraquí miró a otro lado. Y fue solo pocos días después del momento en que el presidente del Kurdistán, Mazud Barzani, había comunicado que realizaría un plebiscito sobre la independencia. Recuerdo que por entonces había escrito en Efimerida ton Syntakton [Periódico de los Redactores] un artículo relacionado con base en declaraciones y datos que tenía. Hice periodismo responsable de frente a políticas irresponsables y “maliciosas”. —Turquía se aleja cada vez más de Europa, ¿todavía cree que es fácil el diálogo para la solución de las diferencias entre su pueblo y Turquía? —Creo que la solución en Turquía tiene que ser pacífica y política. Es un camino difícil, pero solamente de manera pacífica conseguirá ser segura y eficaz. Los kurdos de la Turquía oriental se encuentran entre dos fuegos. Se trata de ese dilema-soga al cuello que los hace no saber con quién ir y a quién dejar. Y mientras más se aleje Turquía de Europa, más difíciles se volverán las cosas. Sin embargo, también Europa se aleja de Turquía. Creo que deben comenzar de nuevo las conversaciones sobre
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“En medio de las ruinas y del aire asfixiante a causa de los químicos con que nos regó Sadam Hussein, brota una hermosísima joven república” las condiciones para la integración de Turquía. —¿Qué mensaje recibirá el pueblo kurdo si el problema de Chipre se “resuelve” de manera que satisfaga a Turquía, el país invasor? —Cada alejamiento de los invasores es una cuenta de esperanza más en la sarta sagrada de los kurdos. Si lo que se está buscando es una manera de solucionar el problema de Chipre de manera que satisfaga a Turquía, entonces los negociadores se esfuerzan en vano. El problema de Chipre se resolverá solo cuando todos los habitantes de la isla vean satisfechas sus demandas. Ellos saben y encontrarán soluciones entre ellos. Lo que hace falta, según mi opinión, es una política responsable y negociaciones limpias y firmes, que hagan uso de todos los argumentos democráticos y europeos. Chipre es también una isla rica y tiene que explotar esa riqueza correctamente... —México ha establecido un acuerdo comercial con Turquía y en el marco de la amistad mexicano-turca incluso se ha llegado a erigir una estatua de Kemal Ataturk en una avenida principal. ¿Desea hacer algún comentario? —Turquía mantiene relaciones comerciales y diplomáticas con muchos Estados, se ha extendido por todo el planeta. Es un país poderoso. Pero, por otro lado, quienes se relacionan con ella en el plano económico cuentan
con muchas otras formas de honrarla, pero no con Kemal, quien no es en absoluto símbolo de la paz y de la democracia. Todos los genocidios de los pueblos (griegos, pónticos, kurdos, armenios) que vivieron en territorio que reivindicaban o poseían los turcos llevan la rúbrica de Ataturk. Si, por alguna razón, México quiso erigir la estatua en cuestión, sería hermoso que el pueblo mexicano pidiera que se erigiera una análoga de Emiliano Zapata en alguna plaza de Ankara... —¿Qué tiene mayor fuerza: una canción tradicional o un arma? —Es una pregunta difícil para un hombre que pertenece a un pueblo que canta y lucha con la misma fuerza. Sin embargo, diré que una canción tradicional tiene mayor fuerza. En especial las canciones tradicionales de los kurdos tienen todo lo que no le dieron las armas (la patria libre, el reconocimiento de sus derechos, una vida tranquila, el amor despejado). Alrededor de trescientos años, y siempre conforme a los primeros testimonios escritos, han resistido las canciones kurdas ya vueltas tradicionales, y esto a pesar de las persecuciones, a pesar de la prohibición de la lengua kurda. De boca en boca, de generación en generación. ¿Qué arma aguantaría tantos años, siendo útil, estando en uso, y no como una antigüedad que se cuelga?
Furia y anatema
La reina del rock Hugo García Michel
H
ace algunos ayeres, a fines del siglo pasado, entrevisté a Alejandra Guzmán para la revista que yo dirigía: La Mosca en la Pared. La cita fue en la habitación de un hotel de Paseo de la Reforma, específicamente en una terraza, donde también se encontraban su representante y gente de prensa de su disquera. La entrevista, acerca de un disco suyo que acababa de aparecer, fue tranquila y ella siempre se comportó afable y hasta bromista. Todo habría salido a pedir de boca, de no ser porque, una vez terminada la plática y a punto de despedirme, se me ocurrió preguntarle, off the record, por qué si tenía tan buena voz para el rock no se decidía a cantar rock de verdad. Su rostro sufrió una transformación inmediata y se enderezó de su sillón como si sufriera una convulsión. La sonrisa desapareció de sus labios y su mirada se clavó en mis ojos con una rabia apenas contenida. Enrojecida y temblorosa, me lanzó a la cara un estentóreo “¡yo sí canto rock!” que hizo que todos voltearan a vernos. No supe qué decir. Levanté una mano en son de paz y me retiré sin aspavientos. Aún alcancé a escuchar unos furiosos balbuceos a mi espalda. La reina del rock me acababa de anatemizar.
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Fragmentario
Mi patria Los hijos del Ararat
Çemil Turán
Este es un breve fragmento de la novela Los hijos del Ararat, de Çemil Turán (Editorial Librería Española Nikolópoulos, Atenas, 2016), en una traducción del griego de Guadalupe Flores Liera.
A
l mismo tiempo en que me envolvían en pañales por primera vez, aprendí quién soy, quiénes somos. Antes de aprender a amar la vida, aprendí a amar a mi patria. Con su nombre me arrulló mi madre. Con sus bellezas se forjaron mis primeros sueños. Y todas, pero todas las noches, las historias de mi pueblo encontraban un suspiro antes del “buenas noches”. “Nuestra cultura es antiquísima y nuestro pueblo el más fuerte de Mesopotamia. Teníamos la patria más hermosa. Por esta razón todos sentían celos de nosotros, veían el Kurdistán y se les hacía agua la boca. No porque fuera un lugar rico, todo lo contrario, sino porque tenía muy buena ubicación para operaciones estratégicas. Es un lugar difícil, abrupto, pero hermosísimo. Nadie quedaba impasible ante su feroz belleza. A cada rato algún nuevo aspirante a conquistador hacía acto de presencia. Dos días de paz y tres de guerra. Así vivía nuestro pueblo. Nuestros hombres tenían por cama el lomo de sus caballos. Ningún conquistador echó raíces. Hasta que nos partieron en cuatro. Aunque esto también es provisional. Nadie puede hacer desaparecer al Kurdistán, nadie se puede adueñar de él. Nadie podrá jamás echar raíces en estas tierras. Grábatelo bien en la mente y en el alma”. Más o menos de esta forma comenzaban los relatos de los mayores y a continuación una historia llevaba a otra. Y así como aprendí que por encima de todo y de todos está el Kurdistán, aprendí también que esto no debo repetirlo con frecuencia a los demás, a los extraños. Aprendí, asimismo, que no debo hablar en mi idioma, sino solo cuando estoy en compañía de otros kurdos, e incluso allí en voz baja. Aprendí también que para es-
tar encarcelados no es necesario estar dentro de alguna celda. Muchas cosas no me cabían en la cabeza. ¿Cómo podría la mente de un niño acomodar todas estas paradojas? “Pero, ¿por qué?”, preguntaba y volvía a preguntar, “¿por qué no puedo hablar?, ¿por qué no puedo decir que soy kurdo?”. Y recibía siempre la misma respuesta, que me confundía aún más: “Porque los turcos no admiten que existimos”. —¿Pero cómo que no existimos? En este momento, por ejemplo, ¿yo qué soy? —¿Que qué cosa eres? Eres kurdo. Y ellos perfectamente saben que eres kurdo. Saben también lo que somos y también que existimos y que seguiremos existiendo, ¿pero qué pueden decir? ¿Aceptar oficialmente que se han apoderado de nuestras tierras? ¿Decir que junto con los otros tres se repartieron el Kurdistán y que se arrellanaron en nuestros territorios, en nuestras vidas y que nos tienen cautivos? ¿Porque qué es lo que te piensas que somos? ¿Cautivos y, por supuesto, con pesadas cadenas? ¿Se dicen estas cosas? No se dicen. Lo pensaron, pues, lo repensaron y encontraron qué era lo que les convenía y nos bautizaron “turcos montañeses” de la región sureste de
Turquía. No te vaya a oír decir jamás que eres turco, porque me voy a levantar de la tumba y te voy a cortar la lengua. Puedes comprender lo que siente un niño, al cual mientras le enseñan que debe estar orgulloso de su procedencia y de su pueblo, por el otro lado en los cuadernos oficiales… ¡no se haga referencia a él como kurdo sino solamente como turco! La medición que realizó mucho más adelante Ozal es para llorar de risa: “Uno, dos, tres... Doce millones. Tenemos, pues, doce millones de turcos montañeses, perfecto, ya está todo arreglado”. Lo arregló todo conforme a su conveniencia, porque la verdad es que somos más y no somos turcos, tampoco montañeses, ni siquiera llaneros. Ni Irán, ni Irak, ni tampoco Siria —las otras tres potencias de la repartición— aceptan dar nuestro número exacto; pero por lo menos ellos aceptan que somos kurdos. Hacen un cálculo por aproximación ellos también y encuentran, los primeros, que somos cinco millones, los segundos tres millones y los terceros un millón. Pero aun cuando aceptáramos estos cálculos sobre las rodillas, ¡somos veintiún millones de cautivos!
“Teníamos la patria más hermosa. Por esta razón todos sentían celos de nosotros, veían el Kurdistán y se les hacía agua la boca. No porque fuera un lugar rico, todo lo contrario, sino porque tenía muy buena ubicación para operaciones estratégicas”
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Dos poemas kurdos
Cuando todo un pueblo gime ªêrko Bêkes / Letif Helmet
Estos dos poemas pertenecen a la antología Poetas kurdos contemporáneos (Atenas, Editorial Librería Española Nikolópoulos), selección, presentación y traducción al griego de Çemil Turán. Estas versiones, del griego al castellano directamente para estas Trans-gresiones, y las respectivas notas autorales son de Guadalupe Flores Liera. Al tocar el tronco de un árbol
Opresión
ªêrko Bêkes
Letif Helmet
Al tocar el tronco de un árbol este se estremeció de dolor.
La opresión otorga lengua al mudo regala pies a la roca enseña a los infantes desde la cuna cómo sostener los rifles en hombros.
Al extender la mano a la rama el tronco del árbol estalló en llanto. Al abrazar su tronco la tierra bajo mis plantas se estremeció y las rocas gimieron. Entonces me agaché y tomé un puñado de tierra y todo el Kurdistán gimió. [ªêrko Bêkes (1940-2013). Uno de los más reconocidos poetas kurdos contemporáneos, hijo del gran poeta Fayak Bêkes, líder de la Revolución de Irak (1930). Al concluir sus estudios en Bagdad, se integró al movimiento de los peshmerga, fue encarcelado y torturado, pero no traicionó jamás. Después de la caída de Sadam Hussein fue ministro de Cultura y luchó por la independencia de los medios masivos de comunicación. Renunció al no conseguir evitar el amordazamiento de un diario.]
[Letif Helmet (1947). Forma parte de la vanguardia de la poesía kurda. Su estilo ha sido hondamente influido por los grandes poetas árabes Adonis y Muhammad al-Maghut. Ha publicado veinte poemarios.]
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Roquerías Leonard Cohen
Estoy furioso y cansado a todas horas versiones de Lillian van den Broeck
Nacido en Canadá en 1934, Leonard Cohen grabó poco más de 25 discos en los cuales se distinguió como poeta formal. También novelista, Cohen murió en noviembre de 2016 luego de haber lanzado su álbum You Want it Darker, donde, perceptivo, decía estar listo para abandonar este mundo. De muchos modos es su disco más cercano a la idea de Dios porque tenía la certeza de que estaban sus días contados, y no se equivocaba. De esa grabación provienen estas letras.
Lo quieres más oscuro Si tú eres el croupier, estoy fuera del juego. Si eres el sanador, significa que estoy roto y cojo. Si tuya es la gloria, entonces lo mío debe ser la vergüenza. Si lo quieres más oscuro, apagamos la llama. Magnificado, santificado sea tu santo nombre. Vilificado, crucificado en el cuerpo humano. Un millón de velas encendidas por la ayuda que nunca llegó. Lo quieres más oscuro. Hineni, hineni estoy listo, mi Señor. Hay un amante en la historia, pero la historia es siempre la misma. Hay una canción de cuna para el sufrimiento y una paradoja a la que culpar. Pero está dicho en las escrituras y no es una afirmación fútil. Si lo quieres más oscuro, apagamos la llama. Están formando a los prisioneros y los guardias están apuntando. Luché con algunos demonios, eran burgueses y domesticados. No sabía que tenía permiso para asesinar y mutilar. Si lo quieres más oscuro. Magnificado, santificado sea tu santo nombre. Vilificado, crucificado en el cuerpo humano. Un millón de velas encendidas por el amor que nunca vino. Si lo quieres más oscuro, apagamos la llama Aquí estoy, aquí estoy, estoy listo, Dios mío.
57 Tratado Te he visto convertir el agua en vino. También te he visto convertirlo de nuevo en agua. Me siento en tu mesa todas las noches. Lo intento, pero no me embriago contigo. Ojalá hubiera un tratado que pudiéramos firmar. No me importa quién se adueñe de esta colina sangrienta. Estoy furioso y cansado a todas horas. Ojalá hubiera un tratado entre tu amor y el mío. Ah, están bailando en la calle, hay jubileo. Nos vendimos por amor, pero ahora somos libres. Lo siento por ese fantasma que te hice ser. Solo uno de nosotros era real y ese era yo. No he dicho una palabra desde que te fuiste que cualquier mentiroso no podría decir tan bien. Me niego a creer en la estática que viene. Tú eras mi tierra, mi sano y salvo. Tú eras mi antena. Ah, los campos están llorando, es jubileo. Nos vendimos por amor, pero ahora somos libres. Lo siento por ese fantasma que te hice ser. Solo uno de nosotros era real y ese era yo.
En el nivel Sabía que estaba mal. No tenía duda alguna. Me moría por volver a casa. Y estabas comenzando. Dije: lo mejor sería seguir adelante. Dijiste: tenemos todo el día. Me sonreíste como si yo fuera joven. Me dejó sin aliento. Tu loca fragancia por todas partes. Tus secretos todos a la vista Mi extravío, mi extravío decía encontrado. Mi no decía sí. Mantengámoslo en el mismo nivel. Cuando me alejé de ti le di la espalda al Diablo. Le di la espalda al ángel, también. Deberían darle una medalla a mi corazón por dejarte ir. Cuando le di la espalda al Diablo le di la espalda al ángel, también.
Ahora estoy viviendo en este templo donde te dicen qué hacer. Soy viejo y he tenido que pactar sobre un punto de vista diferente. Escuché que la serpiente se desconcertó por su pecado. Estaba peleando con la tentación, Se despojó de sus escamas para encontrar a la serpiente dentro. pero no quería ganar. Pero nacer de nuevo es nacer sin una piel. A un hombre como yo no le gusta ver a la tentación ceder. El veneno lo penetra todo. Tu loca fragancia por todas partes. Tus secretos frente a mis ojos. Mi extravío, mi extravío decía encontrado. Mi no decía sí. Dejar la mesa Me voy de la mesa. Estoy fuera del juego. No conozco a la gente en tu portarretratos. No es una verdadera vergüenza si alguna vez te amé. Si supe tu nombre o no. No necesitas un abogado. No estoy demandando. No necesitas rendirte. No estoy apuntando. No necesito un amante, no, la miserable bestia es domesticada. No necesito un amante, apaga la llama. No falta nadie. No hay recompensa. Poco a poco cortamos la cuerda. Gastamos el tesoro, ¡oh no!, ese amor no puede darse el lujo. Sé que puedes sentirla, la dulzura restaurada. No necesito un motivo por ser lo que soy. Tengo estas excusas, están cansadas y cojas. No necesito un perdón, no hay nadie a quien culpar. Me voy de la mesa: estoy fuera del juego.
Dibujo de Alarcón.
58 Si no tuviera tu amor Si el sol perdiera su luz y viviéramos una noche interminable y no quedara nada que pudieras sentir. Lo que me parecería mi vida tal vez no lo fuera si no tuviera tu amor para hacerla real. Si todas las estrellas se desprendieran y un viento frío y amargo se tragara el mundo sin dejar rastro, ah, ahí es donde yo estaría. Lo que mi vida me parecería si no pudiera levantar el velo y ver tu rostro, y si no hubiera hojas en el árbol, ni agua en el mar, y el romper del día no tuviera nada que revelar, así de roto estaría yo. Lo que mi vida me parecería si no tuviera tu amor para hacerla realidad. Si el sol perdiera su luz y viviéramos una noche interminable y no quedara nada que pudieras sentir, si el mar solo fuera arena y las flores de piedra y nadie de los que lastimaste pudiera alguna vez sanar, así de roto estaría yo. Lo que mi vida me parecería si no tuviera tu amor para hacerla realidad.
Viajando ligero Viajando ligero, es au revoir. Mi una vez tan brillante, mi estrella caída. Llego tarde, cerrarán el bar. Solía tocar con una guitarra corriente. Creo que solo soy alguien que renunció al tú y yo. No estoy solo, he viajado ligero como lo solíamos hacer. Buenas noches, mi estrella caída. Supongo que tienes razón, siempre la tienes. Sé que tienes razón sobre el blues. Vives una vida que nunca elegirías. Solo soy un tonto, un soñador que olvidó soñar con el tú y yo. Pero si el camino me lleva de regreso a ti, ¿debo olvidar las cosas que descubrí cuando fui amigo de una o dos? Viajando ligero como solíamos hacerlo, viajo ligero.
Parecía la mejor manera Cuando lo escuché hablar por vez primera ya era demasiado tarde para poner la otra mejilla. Se oía como que era verdad. Parecía la mejor manera. Se oía como que era verdad. Pero hoy no es cierto. Me pregunto qué fue, me pregunto qué significaba. Primero habló sobre el amor, luego habló sobre la muerte. Mejor me detengo la lengua. Será mejor que tome mi lugar, levante este vaso de sangre. Sigue tu camino, sigue tu camino por las ruinas del altar y del centro comercial, sigue tu camino a través de las fábulas de la Creación y la Caída, sigue tu camino por los Palacios que se elevan por encima de la podredumbre, año tras año, mes tras mes, día tras día, pensamiento tras pensamiento. Sigue tu corazón más allá de la Verdad en la que creías ayer, tales como la bondad fundamental y la sabiduría del camino, sigue tu corazón, corazón precioso, más allá de las mujeres que compraste, año a año, mes a mes, día a día, pensamiento a pensamiento. Sigue tu camino a través del dolor que es mucho más real que tú. Eso destrozó el Modelo Cósmico que deslumbró todo horizonte. Y, por favor, no me hagas ir ahí, haya Dios o no. Aún susurran las piedras heridas, las montañas desgastadas lloran, así como murió para salvar a los hombres vamos a morir para abaratar las cosas y di el Yo pecador, que probablemente olvidaste año a año, mes a mes, día a día, pensamiento a pensamiento. Sigue tu camino, ¡oh mi corazón!, aunque no tengo derecho a preguntar. Para el que nunca fue, nunca igual a la obra. Que sabe que ha sido condenado, que sabe que será fusilado.
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¿Bufones o escritores? Juan Domingo Argüelles
¿S
erá que vamos perdiendo el sentido del humor? ¿Será que los demás son más optimistas que nosotros? ¿Será que la algarabía de la televisión comercial ya es el único referente cultural de las letras y de la cultura y por ello sus protagónicos protagonistas imitan, incluso sin darse cuenta, al “divertidísimo” elenco de Venga la alegría? Será el sereno, pero resulta obvio, cada vez más, que en las letras mexicanas, y ya no únicamente en el ambiente literario nacional, todo se volvió chascarrillo y chistorete. Ahora los escritores que triunfan tienen como influencia fundamental no a Chéjov ni a Balzac, sino a Eugenio Derbez y a Yordi Rosado, y cuando se elevan (y “filosofan” y “reflexionan”) y se ponen “serios” (o más bien pretenciosamente insoportables y pedantemente cursis) se acercan a los niveles de autoayuda de John Green y Paulo Coelho, ¡a quienes, por cierto, dicen despreciar! Más que escritores, les encanta ser comediantes. La puerilidad (incluso senil) se ha instalado de lleno en nuestras letras y en el ambiente literario. Ya todos quieren ser el Caballo Rojas, Pedro Weber Chatanuga y Chespirito, y así se muestran en sus presentaciones de libros, en sus charlas ante el público, en sus “conferencias magistrales”, en sus entrevistas, en sus lecturas públicas y en su sabrosísima conversación que se da en corrillos, especialmente en los ámbitos de las ferias del libro que ahora son tan abundantes que les permiten ir de feria todo el año y cada mes para seguir regando su “buen humor” y su “gracia” por pasillos y vestíbulos y auditorios. Son una especie aparte, como bien dijo Javier García-Galiano: “Escritores
de feria” que, como la Mujer Araña y el Hombre sin Cabeza, cada uno “pretende hacer un espectáculo de sí mismo”, de acuerdo con el siguiente modelo: “Suele ser ágil en el saludo y sagaz para identificar a aquellos que es conveniente saludar. Se adoctrina de opiniones al uso y se esfuerza por ser simpático en los pasillos abarrotados de ‘novedades’, en las presentaciones de esas ‘novedades’, en las recepciones de hotel, en restaurantes, cantinas, piano-bares, salones de baile, cabarets que frecuentan otros escritores de feria. Veneran el extranjero, sobre todo la Península, y se mantienen atentos a los abundantes premios que se reparten diariamente. No solo cuentan chistes y chismes, también escriben textos oportunos menos para justificarse que para seguir siendo convocados a las sucesivas ferias en los que convergen los mismos escritores de feria...” (El Universal, 1 de septiembre de 2017.) Cada uno se esfuerza por ser el más chulo, el más gracioso, el más ingenioso, el más ocurrente, el más divertido, el más alegre, el más bromista, el más cautivador y, por supuesto, también el más interesante, el más inteligente, el más perspicaz... el más importante. Guasa e “ingenio”, combinación ideal para la fiesta. Y cuando deben ponerse ñoños ante el auditorio juvenil, lo hacen con destreza de negociantes, pues son esos jóvenes (deformados por el mercado editorial de la ñoñez) los que compran y devoran sus libros. La vanidad y la banalidad se funden en cada uno de estos especímenes del circo de las letras donde hay de todo, con excepción de humildad y pudor. Todo el mundo quiere brillar en ese medio que hace de la cultura y la lectura un carnaval, una fiesta de la
Pensándolo bien...
carne y el espíritu, especialmente del espíritu chacotero para que se vea, para que se evidencie, que los escritores no tienen por qué ser aburridos, desabridos, serios, formales, que de hecho no lo son, y que, en cambio, son divertidísimos, chistosísimos, ocurrentísimos y, cada cual, siempre, el más simpático a la par que el más inteligente. Los entrevistadores y presentadores también se ponen a tono: les hacen preguntas “curiosas” y “maliciosas” para que confiesen en quién se inspiraron en sus novelas, cuentos y poemas, y lo hacen entre sonrisas, risas y carcajadas, y lanzan chistes “graciosísimos” cuando evocan su talento y su ingenio ante un público dispuesto a aplaudir y a carcajearse. Será, tal vez, que la gente ya no toma nada en serio, será que uno vive en su temperamento flemático, pero cada vez que voy a las ferias del libro y, especialmente, a la fil de Guadalajara, vuelvo con la sensación de haber estado en una carpa donde lo importante no es ser escritor sino bufón. En tanto más protagónico y más “escritor de feria”, cada cual se esmera en llevar la narizota más redonda y más roja. Y todos fingen que ese sentido del humor “tan refrescante” es propio de ellos, consustancial a su temperamento sanguíneo, a su carácter festivo, aunque después regresen a su casa a patear al perro. Pensándolo bien, todos ellos ya no solo se revelan por lo que escriben y publican (parodias, literatura divertida y graciosísima que hacen reír a carcajadas a sus lectores), sino también por lo que venden de sus personas en “imagen” durante estos espectáculos del libro y la lectura. Esa actuación es ya su forma de vida, y ellos lo saben: el público los pide, en cada feria, y todos contentos: el negocio es rentable, y la cultura, muy divertida.
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También
Mili Bermejo (1951-2017)
hace un año
Fernando Toussaint
Luto en el jazz Fernando de Ita
L
a muerte prematura hace ya un año, ocurrida en el mes de febrero, de Mili Bermejo (Lilia Aurora Bermejo Suárez) apenas tuvo repercusión en México. En cambio, la comunidad del Berklee School of Music, de Boston, le rindió un entrañable homenaje por su aportación como cantante, compositora y decana de una de las escuelas de jazz más reconocidas del mundo. Claro, ahí hizo su carrera. Pero se fue a Estados Unidos por lo que tantos talentos artísticos y científicos emigran de la nopalera: la ausencia de oportunidades. La Mili. Qué mujer tan anhelante por la vida y por el arte. Traía la música en la sangre, literalmente. Su familia paterna formó una dinastía en el coro de voces de la música campirana y romántica del siglo xx mexicano. Su madre fue una cantante excepcional. Todos sus hermanos son músicos. Ella no conquistó la fama, pero tuvo el reconocimiento de sus maestros, el respeto de sus pares, la admiración de sus alumnos. Fue un músico para músicos. Un trino hermoso, desgarrado por la nostalgia. Nunca olvidó sus raíces mexicanas y argentinas. Toda su música está preñada de Latinoamérica. Murió en la plenitud de su vocación artística y pedagógica, azorada por la enfermedad que llegó de repente y se la llevó en un instante. Mili ya vivía en New Hampshire, donde su compañero de vida, el bajista Dan Greenspan, levantó a mano su casa, su horno de pan y su hortaliza, pero seguía teniendo domicilio en Boston para atender sus clases en Berklee. En el momento de escribir estas líneas la veo en el vértigo de su juventud, cantando en la Peña del Nahual, con esa voz que se hundía en su vientre para salir de ahí como una estela de luz que iluminaba el dolor y la dicha de estar vivos. Ahora ella está muerta y la noche es más densa, más oscura.
Perla Conrado
E
l sábado 25 de febrero de 2017, a sus 62 años, murió el baterista Fernando Toussaint, nacido en la Ciudad de México. De esa familia musical donde los hermanos han compartido a granel la música (Eugenio, el pianista, falleció, también un febrero, en 2011), Fernando fue integrante de Sacbé, acaso la banda de jazz mexicana mayormente reconocida en el país, grupo formado con sus hermanos Eugenio y el bajista Enrique. Desde comienzos del siglo xxi Fernando decidió radicar en Playa del Carmen, Quintana Roo (donde murió), sitio en el cual ideara, y dirigiera, el Festival Internacional de la Riviera Maya, que le trajo numerosas satisfacciones musicales y en el que participó con su agrupación, Aguamala, creada en 2001. Uno de los grandes del jazz en México, efectivamente, pero reconocido más en Estados Unidos que en su propio país, como suele suceder en esta nación olvidada de la cultura y de sus creadores. Cómo no recordarlo. Cómo dejar en el olvido su eficaz batería. Amigo de Víctor Roura, este periodista no acababa de recuperarse de la muerte de su entrañable camarada Eusebio Ruvalcaba cuando, dieciocho días después, se entera de esta otra tragedia cultural. Descanse en paz.
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De cadencias prohibidas Víctor Roura
M
e dice la bella mujer en uno más de los asombrosos misterios femeninos cargados de absoluta simbología irresoluble: —Puedo entregarme a cualquier hombre, pero no a ti. La miro con desconsuelo. Ella sabe que me atrae demasiado. Sin embargo, uno no puede forzar las cosas, aunque a muchas damas este arrojo les encanta, si bien siempre estarán dispuestas a negar que sea de su agrado esta impertinencia masculina.
Dibujo de Héctor Medina.
Me moría de ceros Mas me atrevo a preguntar por la razón del rechazo, si la hubiere. Y la hay, en efecto. —Porque de ti me podría enamorar, no de los otros —dice, con una seguridad que me incomoda. Porque yo no quisiera que se enamorara de mí, por supuesto, como tampoco todos los hombres que la pretendieran, aunque estos tuvieran, según ella, el camino menos obstruido, porque sencillamente ella solo se entregaría sin otorgar su alma. Pero yo no quiero su alma, y por más que se lo subrayo me impide la petición. —Tal vez tú no, pero yo sí me enamoraría, y eso es lo que quiero evitar. Y se da la vuelta dejándome solo con mi turbación a cuestas. Distingo, entre vértigos, apenas su sinuosa cadera ir de un lado hacia otro en una cadencia prohibida, al menos para mí.
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Humor blanco... y negro
El poder de la palabra Romรกn Rivas
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Andamios para el apocalipsis Agustín Ramos
“L
a imagen que me había hecho de Grecia antes de llegar a vivir en ella poco tenía que ver con la que me llevé. Pero también la imagen de mi mundo se modificó considerablemente al verlo de lejos…”, p. 126. Difícilmente se hallará una imagen más emblemática de Atenas en vísperas de los Juegos Olímpicos de 2004. Quienes sepan de los atentados contra el Tajín, Teotihuacan, Chichén, Tulum y otras zonas arqueológicas mexicanas, podrán imaginar fácilmente el Partenón asfixiado por una telaraña de escaleras, vigas, travesaños, tarimas y ademes donde una hormigueante albañilería resana, pule y, sobre todo, da martillazos. Y es aquel episodio histórico, el de Atenas atenazada antes, durante y después del designio olímpico de la UE, el que eligió la autora de una novela apocalíptica para contextualizar la epopeya. ¿Podríamos decir que por cuestiones temáticas y de procedencia es literatura mexicana? Sí, aunque la autora jamás revele el nombre ni el origen de su personaje principal. Sí, precisamente porque su autenticidad y profundidad contrastan con la estampida de cuarenticincuentones cuya codiciosa urgencia de originalidad los hizo desechar lo local (“después de Rulfo, la Reforma
Lecciones de la historia
Agraria y el Desarrollo Estabilizador, ya pa’qué”) y arrojarse al chapoteadero de un universalismo para turistas, poco diferenciable de la característica más conspicua de la actual etapa del libre mercado, el negocio global… Todo esto para decir que por fin pudo aparecer, en una bella edición griega (Atenas, D. K. Stamoulis, editeur), la novela Andamios, de la poeta, novelista, ensayista y traductora mexicana María Guadalupe Flores Liera. “… esperanzas marchitas. Ninguna otra cosa florecía ni medraba tan pródigamente por las calles de Atenas”, p. 186. La autora de los poemarios Atravesar la noche, Una espera infinita, Mar de vana esperanza y Alba de otra jornada, escribió la novela Andamios con cuerpo y alma, con coherencia entre la percepción sensorial y la elaboración intelectual. “De todo lo escrito —decía un cuate bigotón—, solo aprecio lo que se ha escrito con sangre. Escribir con sangre es saber que la sangre es espíritu. Y porque es difícil entender la sangre ajena, hay que poner parte del alma en la lectura”. Lectora no solo de libros, la autora de Andamios comparte con el lector la búsqueda de un ser humano femenino, personaje insondable que se dedica a la traducción free lance y recorre calles y los rostros de Atenas. Primero para escudriñar en ella la sangre ajena de ciudadanos de a pie y migrantes de andamio y fajina, solitarios: ajenos, todos esclavos. Segundo, en movimientos concéntricos en torno al sanc-
tórum de la Acrópolis, para finalmente penetrar en ella, ¿en dónde, a qué revelaciones? En tercer término, para entender la dimensión de la decadencia, no de la Ciudad sino de un cosmos que por razón de la Razón escogió como cuna un ideal minuciosamente devuelto a la inexistencia. “Grecia —dice la protagonista— es un país que, aparte del desencanto, no produce absolutamente nada”, p. 188. Así, de manera gradual, sosteniéndose en una intensidad vital donde la prosa se acomoda y moldea una historia de pocas anécdotas y acción espiritual vertiginosa, la autora llega al cuarto nudo dramático, relativo a la acosada privacidad de su personaje central, para completar los círculos de una novela donde el apocalipsis se vive sin estridencias ni catástrofes mayores. Novela que ensaya sobre la polis griega y su deriva hacia un universo sordo, mudo, parapléjico y deprimido: el universo de Occidente observado desde dentro por una voz extranjera capaz de traducirlo aun sin salario seguro. “Éramos todos, helenos y bárbaros, ángeles caídos en la ciudad más inhóspita y más fea, la más ruidosa, la más caótica y la más indiferente, ésa ‘Donde nadie te mira, donde nadie compra flores’. Vagaba por Atenas como un alma en pena”, p. 280. Sin embargo estas citas no representan el tono general de Andamios, novela en la que preponderan las formas graciosas y destellantes que el alma del lector agradecerá.
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Circuito Interior Baja California
Las brevedades infinitas de Marcia Ramos Juan José Flores Nava
La minificción como ejercicio reflexivo para los acontecimientos de todos los días…
O
bsesiones, celos, incertidumbre, ansiedad, violencia, discriminación, odio, muerte. Todo esto cabe en las Brevedades infinitas (La Tinta del Silencio) de la tijuanense Marcia Ramos (1989), un libro de minificciones que 1) le da la vuelta a personajes de Disney como la Sirenita, Cenicienta, Esmeralda, Aladín, Peter Pan, Dumbo, Simba, Pocahontas y Rapunzel; 2) echa a andar historias que no ocultan la realidad de la que nacieron; 3) traza un decadente futuro contemporáneo; y 4) cuenta novísimos dolores, tristezas, crímenes. 1) “La Bella Durmiente se cortó las venas cuando descubrió que el sueño había acabado”, escribe. O este: “Dumbo le pide perdón a su madre todos los días. Sus orejas eran demasiado grandes como para no escuchar las voces que le ordenaban matarla”. 2) En “Transfiguración”, escribe: “Un niño construye un castillo de arena. Al salir de él hecho hombre, lo destruye con pasos de gigante”. O en “Fantasmas”: “Deseaban ser uno mismo, pero desaparecían”. 3) Sobre el más contemporáneo de los futuros, escribe: “Yokisha se prepara para la modernización de los robots 36 D: mujeres de grandes protuberancias en el cuerpo. Dato curioso: ocupan poco aceite en sus tornillos”. O este: “El gigante sigue causando ciclones con sus dedos en otras residencias cercadas.
Los pobres y robots de baja calidad desaparecen”. 4) Y en “El viaje más largo”, escribe: “Ella sostiene el cráneo en lo alto, mira a través de los huecos con sus propios ojos todo lo que su amante afirmó antes de partir, pero nada suena igual a su voz cuando le dijo que el tiempo era un instante después de la muerte. Se dio un balazo y las sirenas lo llevaron lejos. Ahora parada frente a la tumba descubre que solo hay vacío y oscuridad. Comprueba que la eternidad son los cuarenta años que pasaron juntos, uno sin el otro”. Breves intensidades Como queda ilustrado, en cada una de las Brevedades infinitas Marcia Ramos colorea varias de las más retorcidas (y comunes) tormentas del ser humano. En efecto, dice ella, “varias de las minificciones que componen el libro hablan de una realidad que está ahí a diario, que es parte de nuestra cotidianidad, de nuestra monotonía, y ya no nos causa extrañamiento”. —¿Por qué decide retomar algunos de los personajes más conocidos de la era Walt Disney? —Porque son parte de la cultura popular y muestran una relación de pareja idealizada, no la realidad que viven muchas mujeres todos los días —dice Marcia Ramos—. Son historias que enseñan cómo debe ser, supuesta-
mente, la mujer: princesas que esperan ser rescatadas por el príncipe. —La muerte es un tema que aparece en varios momentos del libro… —Porque la muerte es un tema esencial en lo que escribo. Me parece algo elemental, no desde el punto de vista trágico, sino como una aceptación de la vida, como una transición: el ser humano muere conforme cambia; muere constantemente. Muere una parte de él, sí, pero otra se mantiene viva conforme va creciendo. —Ha publicado cuentos de terror, ciencia ficción, humor negro, poemas, crónicas y ensayos. ¿Por qué optó ahora por la minificción? —Sí, la minificción es un género que la mayoría de las editoriales desprecia. Quizá porque suele pensarse que al ser textos breves se trata de obras incompletas, pero no: cada minificción debe ser estudiada como una totalidad. Las minificciones son como semillas: son obras que germinan una vez que el lector las completa. Con esto no quie-
“La Bella Durmiente se cortó las venas cuando descubrió que el sueño había acabado”
65 ro decir que en un cuento o en una novela no quepa la interpretación, sin embargo la minificción, quizá por su brevedad, exige más del lector. Suele ser muy directa. Suele estar contada en presente. Eso obliga a ser vivida con más intensidad. —Casi al final de Brevedades infinitas habla de robots talla 36 D: mujeres de grandes protuberancias en el cuerpo que ocupan poco aceite en sus tornillos. ¿A qué se refiere? —¡Ah! En esta minificción trataba de retratar la superficialidad; habla de cómo a veces la mujer es vendida como un objeto. Lo podemos ver en las ciudades, nada más tenemos que fijarnos en los letreros y anuncios que hay en las calles. Lo que critico ahí es que no se fijan en la mentalidad de la mujer, sino en su cuerpo. Las calles hablan Las minificciones de Marcia Ramos no dudan delante de la crueldad y la crudeza, rasgos que se oponen a la fantasía colectiva de ese mundo ideal configurado por el cine de Hollywood y la publicidad. En otra de sus Brevedades…, escribe: “Rapunzel se sentía Dibujo de Armando Eguiza.
“Varias de las minificciones hablan de una realidad que está ahí a diario, que es parte de nuestra cotidianidad, de nuestra monotonía, y ya no nos causa extrañamiento” libre cuando contrajo nupcias con su príncipe, pero pronto la encerró, golpeó y engañó. Ella no tuvo más remedio que ahorcarse con su trenza. No era ningún pájaro para esta jaula ni para un castillo”. Y también: “Blanca Nieves carga en sus ligueros una pistola calibre 38. Se encuentra lista para desaparecer a esa pequeña mafia llamada los Siete Enanos. Le habían quitado fama en su cuento”. —En otros textos habla de algunas calles de Tijuana. En 2016 usted publicó un poemario intitulado, precisamente, Las calles hablan [Editorial Arte Buhonero]. ¿De qué le hablan a usted las calles de su ciudad, Marcia? —He crecido y vivido aquí, en Tijuana, toda mi vida. En estos años he visto a muchas personas deambulando, muchas personas con trastornos
mentales. Ya antes, como mencionas, había escrito un libro de poesía que se llama Las calles hablan, que toca precisamente estos temas: personas con trastornos mentales, lugares emblemáticos de Tijuana, la prostitución. Para mí, Tijuana es una ciudad muy bella, alegre, que recibe con los brazos abiertos a quienes la visitan y que brinda muchas oportunidades de trabajo, es una ciudad que tiene mucho para dar, pero vive en un contexto de violencia, de adicciones. En Brevedades infinitas no trato de ser moralizante, pero sí creo que el hecho de que nazcas en cierto lugar o convivas con cierto tipo de personas no te va a definir; lo que te define es aquello que decides ser o hacer. En mis pláticas con adolescentes siempre insisto en ello: uno elige quién quiere ser.
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Buchonas Vicente Francisco Torres n el maremágnum de novelas y Een que cuentos nacidos del narcoestado nos hundimos, Lady Metralla. Una novela de Buchonas (Ediciones B, 2017), de Juan José Rodríguez, resulta un libro singular por las nuevas aristas que busca a ese mundo casi siempre dominado, en nuestra narrativa, por balaceras, tiros de gracia, descuartizamientos y narcomantas. Si la reserva que ha generado entre los lectores un conjunto de ficciones colmadas de ríos de sangre y escabechinas a granel nos pone en guardia cuando aparece un nuevo título que las anuncia, la más reciente novela de Juan José Rodríguez va más allá de la mera enumeración de muertes, amputaciones y crueldades sin cuento. Justo lo que todo mexicano quiere saber para explicarse nuestra violencia cotidiana. Aunque el autor deja volar la imaginación con el cártel de las Güilas, integrado por amazonas diestras en artes marciales y manejo de armas, la mayor parte de la novela indaga en qué se invierte el dinero generado por el narcotráfico (construcción de plazas comerciales, edificios de apartamentos, diversos negocios que van desde estéticas hasta salones de fiestas para niños), pero también qué redes de complicidad se tejen entre autoridades, políticos, empresarios y capos.
Un propósito fundamental de esta novela es decir cómo opera la mentalidad de estos hombres sin ley quienes, aunque llegan a tener sus códigos de solidaridad, acaban traicionando y asesinando cuando sus intereses se ven amenazados. La novela, que nos muestra cómo caen en una espiral sangrienta y degradante Carolina y su esposo el Rojo, está en voz de la mujer, una buchona (hembra de un narco que acaba ajustándose al estereotipo de mujer bella, ostentosa en sus ropas, joyas, vehículos y armas). Las buchonas que con delectación describe Rodríguez, muy a menudo recurren a los implantes para tener las dimensiones que su macho anhela, aunque terminen en situaciones patéticas, tal como vemos aquì: “Es una mujer a la que le han invertido y lleva varias cirugías: carga unas nalgas artificiales tan exageradas que no le permiten estar sentada mucho rato porque le molestan; incluso ha pensado en quitárselas… esto lo sé porque conozco a la que le corta el cabello. Se sabe toda su vida y a veces le pone una almohadilla que usa para cortarle el pelo a la gente mayor con hemorroides…” La propuesta más importante del autor está en Carolina, la buchona que narra, porque aventura la construcción de un personaje que se colocará en una situación singular: harta de la violencia y la incertidumbre, logra escapar de ese mundo aunque para ello renuncia a todo el dinero y propiedades que acumuló gracias a su esposo.
Tentativas Si bien consigue la paz, no puede renunciar a la adrenalina de su vida de buchona y se esconde en el mundo de la prostitución con la esperanza de que llegue un mejor momento para reintegrarse al peligro y la acción. Además de la voz narrativa de la buchona, Rodríguez echa mano de otros recursos formales, como el diario de Carolina, páginas sombreadas, los informes de un agente de policía y los apuntes de una libreta del Rojo. Nada de ese mundo delictivo deja Rodríguez de invocar para construir la cotidianidad de esa gente: auditorías sorpresivas a los negocios que sirven de pantalla, cambios de domicilio y de números de teléfono móvil, tratos de los narcos con clarividentes, visitas a la capilla de Jesús Malverde, casas de seguridad, jerarquías, fidelidades y traiciones, boato… Desde sus inicios como escritor, Rodríguez cultivó en Mi nombre es Casablanca (2003) la narración inspirada en el mundo del narcotráfico. Y no podía ser de otra manera, pues él es sinaloense y vive en Sinaloa, corazón originario del drama que hoy vivimos. En medio de este mundo de gente bonita y acaudalada, llena de joyas y poder, hay un hastío que consume a los protagonistas y que lleva a Carolina a decir, antes de apartarse de la sangre y la violencia: “Hasta las buchonas y los narcos estamos hasta la madre de esta porquería de país donde cualquiera es cómplice y estamos coludidos en tantas muertes”.
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Almanaque de las letras La despedida de un año violento
Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017 Rubén Martínez Cisneros / Claudia Gutiérrez Rodríguez
Noviembre 2
Los periodistas Diego Enrique Osorno y Alexandro Aldrete presentaron el documental La muñeca tetona que realizaron a partir de una fotografía registrada hace 30 años por Pedro Valtierra, la cual muestra la relación entre el poder y la cultura, pues en ella aparecen Carlos Salinas de Gortari, Elena Poniatowska, Margo Su, Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Granados Chapa, Benjamín Wong Castañeda, Héctor Aguilar Camín, León García Soler y el anfitrión, Iván Restrepo. De acuerdo con La Jornada, “entre los invitados se observa sentada una muñeca, que rompe con la solemnidad de la icónica fotografía del fundador de Cuartoscuro, misma que fue el pretexto para iniciar la investigación y dio título al trabajo documental”.
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La Galería de Arte del Museo de la Universidad de San Carlos, de la ciudad de Guatemala, montó una exposición homenaje en memoria del artista plástico Arturo García Bustos. La muestra la integran 37 obras en xilografía, punta seca y linóleos en blanco y negro y en color.
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Se cumplen 60 años de que la perrita Laika (“ladrar”, en ruso) fuera el primer ser vivo que viajara en el Sputnik soviético al espacio. La bióloga Adilia Kotovskaya, quien se encargó de adiestrar al animal, señaló: “La fui a ver, le pedí que nos perdonara e incluso lloré al acariciarla por última vez”.
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Se inició la edición 37 de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, dedicada al tema de “Frontera y migración”, además de rendir homenaje a Elena Poniatowska, Graciela Iturbide, Rius y Sergio González Rodríguez.
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El cineasta chileno Miguel Littin recibió la Medalla Cineteca Nacional por sus 50 años de trayectoria: “Vivimos en una sociedad que se transforma cada día en un mundo de grandes confusiones y crisis, una de ellas muy profunda en cuanto al pensamiento y la ideología”. • Nadia López (originaria de Tlaxiaco, Oaxaca) obtuvo el premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle 2017, auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, por su poemario Ñu´ ú vixo (“Tierra mojada”), en el contexto de la XVII Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México. Por su parte, el poeta Fabio Morábito obtuvo el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima por su obra Madres y perros. Entre otros galardonados por la Secretaría de Cultura y el inba, fueron Alonso Fiallega y Adan Medellín con distinciones del Premio Baja California en Dramaturgia y Cuento San Luis Potosí, respectivamente.
La unam entregó once doctorados honoris causa a destacadas personalidades nacionales y extranjeras, entre ellas Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española entre 1998 y 2010; Luis Esteva Maraboto, experto en ingeniería sísmica; Jaime Labastida, poeta y ensayista mexicano, y Enrique González Pedrero, estudioso de la política; Leonardo Padura Fuentes, novelista y periodista cubano; Eduardo Matos Moctezuma, arqueólogo mexicano que de 1978 a 1982 fue el encargado de realizar las excavaciones en el Templo Mayor.
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La directora general de materiales educativos de la sep, Aurora Saavedra, informó que a partir del próximo ciclo escolar se entregarán 10 millones de libros, que incluyen 120 títulos. La funcionaria apuntó que cada uno de los niños de los tres grados de preescolar recibirá en propiedad dos ejemplares de esos 120 títulos, uno de literatura y otro informativo.
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Noviembre 12
Como parte de la celebración del Día Nacional del Libro, la unam organizó el coloquio “Páginas extrañas, mórbidas o crueles”, con la participación de Joaquín Díez-Canedo y Rafael Pérez Gay, así como charlas con el tema “Libros raros, inexistentes o peligrosos” y “Bibliotecas y libros perseguidos o destruidos”.
El historiador Alfredo López Aus- 14 El poeta David Huerta fue metín recibió el Premio Internaciorecedor del Premio Excelencia nal de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, en las Letras José Emilio Pacheco que otorgado por la Academia Mexicana otorga la Feria Internacional de la de la Lengua. Lectura de Yucatán con el apoyo de la agrupación UC-Mexicanistas, de la Universidad de California.
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En el Centro de la Imagen, el fotógrafo Rogelio Cuéllar dio a conocer el lanzamiento de la página web rogeliocuellar.mx. • El cuadro Salvator Mundi de Leonardo da Vinci fue subastado en 450.3 millones de dólares (cerca de 9 000 millones de pesos); se dice que en los años cincuenta del siglo pasado el cuadro fue vendido en 45 libras. La operación la realizó la casa Christie’s.
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El escritor nicaragüense Sergio Ramírez obtuvo el Premio Cervantes 2017. La Cámara Nacional de la Industria Editorial entregó la edición XL del Premio Nacional Juan Pablos al Mérito Editorial a María Esperanza Espinosa Barragán.
La maestra Lilia Vélez Iglesias fue nombrada presidenta de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información. Vélez Iglesias es egresada de la carrera Ciencias de la Comunicación por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla y maestra en Ciencias Políticas y Gestión Pública por la Escuela Libre de Derecho de Puebla.
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Concluyó la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil con una asistencia de más de 463 000 visitantes, de acuerdo con Marina Núñez Bespalova, directora de la Dirección General de Publicaciones. Asimismo, informó que Chile y Colombia serán los países invitados en 2018.
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“Comenzamos una nueva etapa en Casa del Teatro. Vuelvo después de una ausencia de casi 10 años a este centro tan importante y entrañable para mí”, declaró el director escénico Luis de Tavira al hacerse cargo de la institución que fundó en 1992.
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El escritor estadunidense Paul Auster fue galardonado con la Medalla Carlos Fuentes en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde dio a conocer su nuevo libro, ya traducido al castellano, 4 3 2 1.
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Después de permanecer 50 años guardada La huida de Quetzalcóatl, única obra de teatro del historiador Miguel León-Portilla, fue puesta en escena por Mónica Raya en el teatro Juan Ruiz de Alarcón.
El escritor francés Emmanuel Ca- 30 Hoy se cumplen 150 años de la creación de la Biblioteca Naciorrère fue el ganador del Premio fil de Literatura en Lenguas Romances nal por el presidente Benito Juárez; 2017. A su vez, Élmer Mendoza reci- por tal motivo se editó el libro Bienes bió el Premio Sinaloa de Artes. comunes: 150 años de la Biblioteca Nacional de México en 150 objetos, el cual fue presentado en la fil de Guadalajara.
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Diciembre 1
En el marco de la fil de Guadalajara se rindió homenaje al autor de El llano en llamas, Juan Rulfo, en el que participaron Fernando del Paso, Rosa Beltrán y Élmer Mendoza. También fue recordado Rius al inaugurarse el Salón del Cómic y de la Novela Gráfica con la participación de Marisol Schulz, directora de la fil, y Armando Casas, cineasta y titular de tv unam. • Marco Petriz, quien al lado de Gabriela Martínez fundó el Grupo Teatral Tehuantepec, fue merecedor de la Medalla Xavier Villaurritia por su trayectoria teatral.
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Gabriela Iturbe fue reconocida con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez.
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David Kaye y Edison Lanza, relatores especiales para la libertad de expresión de la onu y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, respectivamente, condenaron las agresiones y los crímenes en contra de los periodistas en México. • El poeta español Luis García Montero recibió el Premio del Festival Internacional de Poesía 2017 Ramón López Velarde, otorgado por la Universidad Autónoma de Zacatecas.
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La pianista Luz María Puente recibió la Medalla Bellas Artes. Nacida en Los Ángeles, California, en 1923, al recibir el reconocimiento por su labor durante 60 años en el inba, afirmó: “Tuve la fortuna de escoger una carrera que me encanta y que me ha causado mucha felicidad y satisfacción”. • Falleció el escritor francés Jean d’Ormesson en París a los 92 años de edad. Publicó 40 libros, entre ellos Al placer de los dioses; fue miembro de la Academia Francesa, dirigió el diario Le Figaro.
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El Premio Nobel de Literatura, el británico Kazuo Ishiguro, confió a los periodistas reunidos en Estocolmo, Suecia, que su próximo proyecto es la creación de una historieta. • El Museo Franz Mayer abrió la exposición El mundo de Tim Burton, en la cual se presentan 450 piezas entre dibujos, pinturas, instalaciones, esculturas, títeres en imágenes en movimiento, “que ayudarán a ilustrar la práctica artística completa de Burton, no solo de sus películas profesionales, sino también de sus libros ilustrados, proyectos no realizados y obras personales que van desde su infancia hasta sus más recientes proyectos”, de acuerdo con un comunicado del recinto.
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
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Diciembre 7
El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos fue homenajeado por integrantes de la Asociación del Servicio Exterior Mexicano por el centenario del natalicio del autor de los libros Hijo del hombre y Yo, el Supremo. El 22 de mayo de 1982, Roa Bastos fue entrevistado por Armando Ponce, del semanario Proceso, a quien le expresó: “No he traicionado jamás a mi patria. Ningún poder de la tierra puede enajenarme ni cortarme de ella con pena infamante. Procuro honrarla con lo mejor de mi vida y de mi espíritu, sin complacencias, pero tampoco sin complicidades”. Roa Bastos falleció en 2005. • Kazuo Ishiguro recibió el Nobel de Literatura 2017. Previo a la entrega, el autor de Pálida luz en la colina expresó: “Es difícil arreglar el mundo, pero pensemos al menos en cómo podemos mejorar nuestro pequeño rincón, el rincón de la literatura, donde escribimos, leemos, recomendamos, criticamos y damos premios a los libros”.
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El Taller de la Gráfica Popular cumplió 80 años de su fundación, por tal motivo se montó la exposición Estampa y lucha 1937-2017, en el Museo Nacional de la Estampa, integrada por alrededor de 300 trabajos. La muestra permanecerá hasta el 11 de marzo de 2018. • Los Premios Nacionales de Artes y Ciencias 2017 recayeron en el escritor Alberto Ruy Sánchez en el rubro de las letras, Nicolás Echevarría en bellas artes, Mercedes de la Garza en historia, Francisco Barnett en artes y tradiciones populares, María Elena Álvarez en físico-matemáticas y Emilio Sacristán Rock en tecnología, innovación y diseño.
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Hace 100 años nació Dámaso Pérez Prado en Matanzas, Cuba. Creador del ritmo mambo, el cual, decía, “es una palabra cubana que se usaba cuando la gente quería decir cómo estaba la situación: sí, el mambo estaba duro… era que la cosa iba mal… me gustó la palabra”, de acuerdo con la respuesta que le dio a Erena Hernández para la revista Revolución y Cultura, en 1979. En México vivió su época más creativa musicalmente.
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En Mina 8, colonia Guerrero, de la Ciudad de México, se encuentra el inmueble que cobija a los integrantes de Escritores en Lenguas Indígenas, donde están agrupados el poeta nahua Natalio Hernández, el mazateco Juan Gregorio y la maya Briseida Cuevas Cob. A decir del poeta otomí Jaime Chávez, “mientras no concluya la remodelación total, no podemos decir que tenemos un espacio digno para trabajar”.
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La Secretaría de Cultura solicitó 6 451 millones de pesos al Fonden con la finalidad de apoyar a los estados que se vieron afectados en su patrimonio cultural por los sismos de septiembre. • Fotografías, cuadernos, álbumes de recortes y guiones, entre otros objetos del archivo personal del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, fueron digitalizados por el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, según apuntó The New York Times; el rotativo señala que fueron alrededor de 27 000 páginas e imágenes que ahora podrán consultarse de forma gratuita.
Las obras Canek de Ermilo Abreu Gómez, El Hospital de San Lázaro de Justo Sierra y una treintena más de libros integran la colección “Vox Libris”, el sitio web de audiolibros puestos a disposición por Radio Educación.
Falleció el arquitecto Javier Villalobos Jaramillo víctima de cáncer. Fue dos veces presidente del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios en México. Fue un duro oponente a la instalación de los focos en las pirámides de Teotihuacán en el gobierno de Enrique Peña Nieto, razón por la cual le preguntaron que si no sabía con quién se estaba poniendo. En 2012 recibió el Premio Federico Sescosse.
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El caricaturista Helioflores recibió el Reconocimiento de Caricatura Gabriel Vargas, cuya ceremonia se efectuó en el Museo del Estanquillo. Para el fundador de la revista La Garrapata y del personaje El Hombre de Negro, “el género de la caricatura en el periodismo siempre ha sido importante. Es el espacio donde debe reflejarse la crítica y la opinión de los trabajadores y de los oprimidos por estos sistemas de gobierno”, dijo a La Jornada.
El acervo de la Fonoteca Nacional se amplió con la donación de la investigadora estadunidense Lois R. Fishman. Entre las piezas se halla una entrevista con Juan Rulfo realizada en 1982, así como los cuentos dramatizados “No oyes ladrar los perros” y “Luvina”.
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El escultor y pintor expresionista Philip Bragar falleció de un paro cardíaco a los 92 años de edad. Nació en Nueva York, llegó a México en 1954. Aquí desarrolló más de 3 000 obras. En 2015 recibió un reconocimiento en Bellas Artes por su trayectoria.
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Diciembre 18
Al ingeniero estructuralista Óscar de Buen López de Heredia le fue entregada la Medalla Bellas Artes de manos de la directora del inba, Lidia Camacho, quien expresó: “En siete décadas de ejercicio, las soluciones estructurales del ingeniero De Buen han sido fundamentales para el desarrollo y la materialización de los ideales creativos de varias generaciones de arquitectos”.
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Los manuscritos Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade y los Manifiestos del surrealismo de André Breton son considerados Tesoro Nacional por el gobierno francés al evitar la subasta de ambos textos.
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El Diccionario de la Lengua Española realizó en su versión digital 3 345 modificaciones. De acuerdo con la académica y directora del Diccionario, Paz Battaner, la acepción de hacker es “persona experta en el manejo de computadoras, que se ocupa de la seguridad de los sistemas y de desarrollar técnicas de mejora”. Entre adiciones, enmiendas y supresiones, están “audiolibro”, “buenismo”, “chicano”, “comadrear”, “cracker”, “mariposear”, “pinchar”, “clicar”, “cliquear” y “fair play”.
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El diario estadunidense The New York Times publicó el reportaje “Con su enorme presupuesto de publicidad, el gobierno mexicano controla los medios de comunicación”, en que da cuenta del gasto excesivo que el gobierno federal destina a la publicidad gubernamental. Según el organismo Fundar, el gobierno de Peña Nieto erogará en este rubro durante su sexenio 60 000 millones de pesos.
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Concluyó un año de irreparables pérdidas humanas en el ámbito intelectual, entre ellos podemos citar al argentino Ricardo Piglia, el Nobel Derek Walcott, el español Juan Goytisolo, el actor estadunidense Sam Shepard, la editora Neus Espresate, el filósofo Ramón Xirau, el poeta Juan Bañuelos, el escritor y exmúsico Sergio González Rodríguez, el poeta Raúl Renán y Lorna Martínez Skossowska, una de las víctimas del sismo del pasado 19 de septiembre. Aunado a lo anterior, 12 periodistas fueron asesinados en el país; Cecilio Pineda Brito, Ricardo Monlui Cabrera, Miroslava Breach Velducea, Máximo Rodríguez Palacios, Filiberto Álvarez Landeros, Javier Valdez Cárdenas, Jonathan Rodríguez, Salvador Adame, Luciano Rivera, Cándido Díaz, Édgar Esqueda y Gumaro Pérez Aguilando Más aún, de acuerdo con cifras oficiales, 2017 es considerado el más violento de los 20 años recientes en el rubro de homicidios dolosos. Foto de Alejandro Zenker.
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El escenógrafo David Antón falleció, a los 94 años de edad. Su carrera comenzó en 1954 con la obra Escuela de cortesanos, de Wilberto Cantón, que le valió la Medalla Bellas Artes. En 2014 salió a la luz el libro En los andamios del teatro: las escenografías de David Antón. • Falleció el compositor Mario Stern, nacido en la Ciudad de México en 1936. Se desempeñó como presidente de la Liga de Compositores de Música de Concierto de México y profesor de creatividad infantil de la Escuela Nacional de Música de la unam. Publicó el libro Improvisaciones infantiles.
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Una lectura crítica
Trece tesis contra Dussel Carlos Herrera de la Fuente
Esta crítica filosófica a los conceptos de valor, tradición y decolonialismo de Dussel fue sucesivamente desairada en varias publicaciones por temor no solo a tocar a una personalidad cimera en la filosofía latinoamericana (Argentina, 1934) sino, sobre todo, para mantener intactas las teorías del maestro.
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as siguientes tesis son el resultado de una lectura crítica del libro Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad de Enrique Dussel (Akal, 2015), cuyo contenido tiene como objetivo la crítica al “eurocentrismo” de la civilización actual y la defensa de los “valores universales” de las distintas culturas y tradiciones del orbe, con la finalidad de contribuir a la formación de una era “transmoderna” en la que todas estas culturas participen equitativamente. Las tesis pretenden demostrar que, a pesar de su apariencia progresiva, dicha postura coincide con la tendencia neoliberal del capitalismo transnacional contemporáneo. 1 El mayor valor de la filosofía no reside en sus llamados “valores universales” (siempre cambiantes, siempre cuestionables), sino en su actitud libre frente a esos valores: en su crítica incansable y activa. Esa actitud es una actitud individual, no colectiva ni tradicional. En ello radica la verdadera importancia de figuras señeras como Sócrates, Diógenes o Zenón de Citio. (Sócrates fue condenado a muerte por atreverse a cuestionar las “verdades” tradicionales de su época.) 2 En sí mismos, los valores tradicionales y sus máximas éticas son vacíos y absurdos y no merecen el nombre de pensamiento filosófico. El hebreo-bíblico “No matarás” o el quechua “No mentir, no robar, no ser ocioso”, aplicados a determinados contextos históricos,
son falsos y perversos. ¿Qué hacer ante un sociópata racista y asesino que pone en práctica el principio de exterminio de una etnia? ¿Qué hacer frente a una situación en la que decir la “verdad” significa delatar a nuestros aliados en la lucha contra la tiranía? En ese caso, solo lo contrario es lo ético: hay que matar, hay que mentir. Como lo enseñó Hegel frente al imperativo categórico kantiano, no hay valores universales inamovibles, sino valores cuya verdad se comprueba en la marcha histórica de los eventos. 3 La filosofía surgida en Europa, en el mundo griego, no es una tradición entre otras tradiciones (egipcia, babilónica, hindú, hebrea, inca, bantú, etc.), sino un posicionamiento crítico frente a la tradición y sus valores, un rechazo de la tradición en su generalidad. La filosofía nacida en Europa, si es filosofía, es necesariamente antieuropea. 4 Frente a la tradición, la filosofía no puede más que asumir una posición antitradicional. Esto es inevitable porque el pensamiento filosófico nace del cuestionamiento individual de las verdades impuestas o heredadas. Ese pensamiento, por supuesto, surge en un contexto
histórico determinado en el que le son inculcados ciertos principios y conceptos. Su labor filosófica no es respetarlos como si se tratara de Abraham ante el mandato de Dios, sino cuestionarlos hasta sus mismas raíces y decidir qué es lo que vale la pena de ese bagaje cultural y qué no. Deus non providebit. 5 La llamada “tradición filosófica” es una contradictio in terminis. O bien de una propuesta filosófica original surge una tradición que termina esclerosando el pensamiento de donde nació y, por lo tanto, traicionando su espíritu primigenio, o bien de la tradición surge un cuestionamiento filosófico fiel al espíritu de la reflexión crítica que motiva la filosofía. En los hechos, los dos casos se suceden históricamente, pero siempre como una lucha dialéctica entre contrarios. En el momento en el que la filosofía se constituya como una tradición entre otras tradiciones, la filosofía habrá muerto. 6 Como lo afirmaba Sartre: la filosofía solo se hace efectiva a través de las distintas filosofías. Fuera de ellas, la filosofía no es. Es así porque la filosofía es un acto crítico-individual que si bien puede contribuir al desarrollo colecti-
“El pensamiento filosófico nace del cuestionamiento individual de las verdades impuestas o heredadas”
73 vo, solo lo logra en la medida en que despierta en cada miembro de la colectividad el espíritu adecuado de crítica y cuestionamiento de las ideas propuestas. El acto filosófico por excelencia es el de no aceptar a priori las “verdades” pretendidamente evidentes. 7 Ninguna tradición es valiosa por sí misma; ninguna, digna de admiración por el solo hecho de existir o de haber existido. Todas las tradiciones, incluyendo la europea, deben pasar por la criba de la crítica. La filosofía nacida en Europa no es europea. En los hechos, Europa no es más que una ficción homogeneizadora que desatiende los conflictos históricos y las diferencias sociales, económicas, políticas y culturales entre sus distintas naciones y regiones (Europa no existe: Pierre Gaussens dixit). Si el europeísmo existió o existe es tan solo para trascender los particularismos y regionalismos que obstaculizan el avance del pensamiento y la sociedad moderna. Su curso natural desemboca en una sociedad internacionalista, más allá de Europa. No se trata de exigir la convivencia respetuosa entre las diversas tradiciones del orbe, como lo quiere Dussel, sino de exigir que las sociedades salgan de su prisión tradicional y exploren las posibilidades de una convivencia internacional en la que, en principio, los “valores éticos” y las “verdades” son cuestionados y debatidos colectivamente para la solución común de los problemas. 8 Solo el liberalismo quiere el respeto irrestricto de las tradiciones y su “convivencia pacífica” y serena, porque en el fondo exige que nadie cuestione la “verdad universal” que lo rige: la de la propiedad privada capitalista que, en la actualidad, muy bien puede convivir con turbantes, kimonos y ponchos. 9 Cuando Dussel reclama para la actualidad una alternativa “transmoderna” en la que convivan y se respeten los “valores universales” de las tradiciones existentes, o bien no sabe lo que dice, o bien tergiversa adrede el significado de los conceptos que emplea. Para cualquier tradición sus valores particulares se vuelven, por el simple hecho de ser enunciados o transcritos en un perga-
“En el momento en el que la filosofía se constituya como una tradición entre otras tradiciones, la filosofía habrá muerto” mino, verdades universales. Pero las “verdades universales”, si en realidad lo son, no pueden quedarse en enunciados abstractos, sino que deben ponerse a prueba, prácticamente, en la realidad internacional, en la convivencia crítica global. Al hacerlo, sin embargo, aceptan ser cuestionadas en cuanto “verdades universales”, perdiendo así su estatus original. En el debate, en la discusión, se puede demostrar que todo principio es acotado y, por lo tanto, no tiene por qué ser respetado por sí mismo, ni siquiera tolerado. En su exposición colectiva internacional los supuestos “principios universales” se muestran como lo que en verdad son: nociones particulares de una época y una tradición específica. Paradójicamente, por una inversión dialéctica, al exponerse y transgredirse, la tradición se aniquila, pierde su particularismo y, de esa manera, gana la verdadera universalidad: la del cuestionamiento histórico de sus verdades limitadas. Lo que Dussel propone no es la verdadera convivencia universalista-internacionalista, sino la “convivencia” tolerante de los diversos particularismos bajo la égida “democrático-neoliberal-multiculturalista” de la actualidad. 10 La convivencia moderna radical, más allá del principio de la propiedad privada capitalista, no puede aceptar ningún principio establecido a priori, provenga este del dios del dinero o de la Trimurti. 11 Para que la psicología de nuestros “filósofos decolonialistas” pueda defender, a capa y espada, los particularismos tradicionalistas de las diversas culturas, tiene primero que crearse una versión de dichas culturas a la altura de sus horizontes maniqueos y pueriles. Ellos mismos reproducen el cliché del buen salvaje. Ya Aimé Césaire, en su Discurso sobre el colonialismo, había contribuido a esta tergiversación: “Por mi parte —dice—, yo hago la apología sistemá-
tica de las civilizaciones paraeuropeas […] Eran sociedades comunitarias, nunca de todos para algunos pocos. Eran sociedades no solo antecapitalistas, como se ha dicho, sino también anticapitalistas. Eran sociedades democráticas, siempre. Eran sociedades cooperativas, sociedades fraternales”. ¿Era comunitario el Estado azteca con sus jerarquías militares y religiosas y su expansión imperial? ¿Se puede considerar como “siempre democrática” la división de castas en la India, la cual, por cierto, convive muy bien con el capitalismo contemporáneo? ¿Es fraternal la amputación del clítoris que practican algunos pueblos musulmanes de África y del Medio Oriente? Si se quiere hablar de los valores universales de las diversas culturas y tradiciones del orbe, se tiene que hablar, al mismo tiempo, de sus horrores universales. 12 A diferencia de lo que dice Adorno, el mito no es ilustración. Ilustración no es solo el “intento de constituir a los humanos en señores” de su propio destino a partir del dominio ficticio (mítico) o real (moderno) de la naturaleza (externa e interna). Ilustración es también la puesta a debate, en libertad, de todos los principios aceptados por la tradición, incluyendo los que se han venido convirtiendo en “verdades absolutas” de la propia ilustración. Mito es continuidad inconsciente de los actos sociales; ilustración, crítica activa de verdades, procesos y eventos teóricos y prácticos que deberán devenir en constitución de un mundo humanizado. 13 La crítica y la transformación del mundo pasa por el cuestionamiento radical de todos los dogmas establecidos por las tradiciones. Para transformar el mundo es necesario también destruir teóricamente los atavismos que lo aprisionan. La filosofía no ha dicho aún su última palabra.
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Fuera ropa con Viqueira
Si no duele, no es teatro Fernando de Ita
El teatro es la desnudez del alma, es la entrega perpetua de la naturalidad a los ojos de los demás: Richard Viqueira ha logrado la proeza de radicalizar con belleza y riesgo la escena nacional.
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ichard Viqueira vino al mundo con una misión precisa: desvenar el teatro. De ahí su apotegma masoquista: “Si no duele, no es teatro”. Como Cristo en la cruz, el actor viqueiriano debe llegar a la resurrección de la carne lacerado y desnudo, sin taparrabo, completamente despojado de los sortilegios sociales que nos cubren de nosotros mismos. Su pasión por el sufrimiento y la desnudez lo colocaron, en el Festival Mirada 2016 de Brasil, al lado y acaso por encima de iconos del teatro de alto riesgo, como Rodrigo García y Angélica Liddell (el maestro Nicolás Núñez fue el primero entre nosotros en definir su proyecto como un “teatro de alto riesgo”). Psico/Embutidos, el montaje que hizo para la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana en 2014, alcanzó en Brasil los máximos honores del público y la crítica, poniendo en relieve que el poder dramático de Richard está en la concepción del espacio escénico, en el riesgo al que empuja a los actores y en su actual búsqueda de la desnudez real y metafórica del arte escénico. Licenciado en teatro por la unam, generación 2000-2004, Viqueira ha tenido una larga y notable preparación en
México y en el extranjero, pero tengo la certeza de que es un animal escénico cuya intuición está por encima de la academia. Me tomo la licencia de imaginarlo en la escuela primaria El Porvenir, corto como es de estatura, enfrentando sin temor a los grandulones con una agilidad sorprendente y un punch en la mano izquierda que los dejaba doblados del hígado. Solo así se puede hacer del teatro un desafío personal en el que no se sale a representar un personaje sino a ponerlo a prueba. Si nos vamos a su primer montaje: Campeonato y traición, una paráfrasis de Hamlet, en 2001, veremos que el kamikaze del teatro, como se me ocurrió nombrarlo, ya tiene poco más de 15 años en los escenarios y que desde su bautizo en las tablas se puso, literalmente, los guantes de box. En 2003 siguió con Macbeth, en una versión hecha con los pies, porque los actores contaban la tragedia con zapatos en las manos. En el mismo año cambió a los clásicos por los referentes de su adolescencia: Veneno a sorbos es el primer intento de adoptar el humor físico del cómic y la estética del cine. En 2004 pasó al clown y el cine mudo con L.P. Y llegó el golpe.
“El teatro no es una simulación, a lo Gurrola, sino una expiación, una penitencia, no es un acto sadomasoquista sino autoflagelador porque el dolor que le inflige al otro viene de su propia tortura”
Un técnico con la rudeza necesaria 2006. Vencer al sensei. Arrobó al público, deslumbró a la crítica. Es algo nuevo, algo único, irrepetible, lo mejor de la década, sensacional, estremecedor, inolvidable, prodigioso. Con decir que hasta Rodolfo Obregón, tan escéptico con la bisutería que nos venden como joyas, escribió que aquello era un acto puro que desmentía la muerte del teatro. Había nacido una figura singular para el teatro mexicano. Un luchador técnico con la rudeza necesaria para estrangular a una mujer si la ocasión lo amerita. La segunda versión del Sensei, en 2007, puso en superlativo las alabanzas al talento y la destreza escénica de Viqueira, no solo en la matria, sino en países tan lejanos como Egipto, donde aman, por cierto, al Santo, el Enmascarado de Plata. El Evangelio según Clark Kent, en 2008, refrendó y acrecentó la idea de que su hacedor (Alejandro Luna sostiene que solo los dioses son creadores de lo que no existe; los artistas son mortales) estaba abriendo un camino distinto para el teatro en el que la habilidad y el riesgo físicos dramatizaban con humor y potencia expresiva el imaginario de los jóvenes del siglo xxi, cargado de cultura popular, cierto culteranismo y un desenfado desmitificador de los paradigmas de sus mayores. A partir de sus primeros hallazgos, la obra de Richard se fue diversificando temáticamente radicalizándose en la postura del actor como eje de la representación. De Autopsia de un copo de nieve (2007) a Ternura Suite (2011) hay un impresionante abanico de in-
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“Desnudarse públicamente es un acto radicalmente democrático” ventivas escénicas. Con textos propios y ajenos, Viqueira tiene la capacidad de hacer lo mismo de forma muy distinta logrando que uno de los elogios de la crítica sea el que no se repite en el escenario. Solo a la vista del conjunto se puede notar que los recursos que utiliza conforman el patrón de sus montajes, que no es otro que el de crear una tensión inmensa entre el actor y el espectador. Cuando vi Ternura Suite, de Edgar Chías —esa obra gemela de Dulces compañías, de Óscar Liera— en la Muestra Nacional de Teatro de San Luis Potosí, salí molesto por el riesgo innecesario que corrían los actores, metidos en un sótano inundado y sujetos a una violencia naturalista que a mi juicio resultaba gratuita. Más tarde caí en la cuenta de que el propósito de Richard es desestabilizar el equilibrio mental del espectador, sacarlo de su zona de confort y ponerlo a parir chayotes a partir de sus propios referentes o conflictos internos. Podemos rechazar su propuesta, pero la negación es ya una de sus ganancias porque no hace teatro para epatarnos, a lo Jodorowski, sino para ponerse en riesgo, para llegar al límite. Para Viqueira el teatro no es una simulación, a lo Gurrola, sino una expiación, una penitencia, no es un acto sadomasoquista sino autoflagelador, porque el dolor que le inflige al otro viene de su propia tortura. La mortificación del cuerpo En eso tiene cierta conexión con el actor santo de Grotowski, aunque el camino de Richard no es místico sino metafísico. La mortificación del cuerpo no es para Viqueira una teología, sino una ontología: no busca a Dios, sino al Hombre. Y al hombre desnudo. Es fama que al reunirse por primera vez con el grupo de comediantes a los que va a dirigir les diga que solo trabajará con aquellos que encuentre en pelotas cuando llegue al salón de ensayos. Pero no es la ingenua desnudez hippie la que bus-
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
76 ca, tampoco la morbosa encueradez del teatro ochentero. Se trata de un radical acto igualitario que borra cualquier jerarquía, incluso la de la belleza porque al final del ensayo todos los cuerpos son hermosos en su propia naturaleza. Acaso esta sea la lección de Psico/ Embutidos, porque la desnudez de los actores en esa torre de Babel tercermundista que es el dispositivo escénico, los iguala y los diferencia a todos. En la vida diaria andamos vestidos —por lo menos en la calle— y la forma de vestir marca diferencias sociales, económicas y culturales. Desnudos, todos somos iguales en nuestra diferencia. Ergo, desnudarse públicamente es un acto radicalmente democrático. Como otra de las constantes en la obra de Viqueira es la búsqueda de la raíz, la esencia, la identidad, primero del ser y luego la del ser mexicano, Desvenar el chile ha sido otro de los hitos de su trabajo escénico. De nuevo el dominio corporal al servicio del espectáculo, esta vez con las fuentes de la cultura popular: la carpa, el circo, el tragafuegos, el albur, el calambur, la lucha, el jolgorio, la música ranchera y la plástica del muralismo mexicano. De los referentes de la cultura pop a los referentes de la identidad nacional que, desde la década de 1920, han tratado de descifrar esto de ser, históricamente hablando, los hijos de la chingada. De nuevo la prensa y la escasa crítica de teatro que sobrevive en los medios impresos elogió en superlativo la metáfora de Richard: Braulio Peralta lo declaró un poema que le da universalidad a la identidad nacional. Noé Morales vio el espectáculo como el singspiel nacional, la opereta que refrenda a Viqueira como uno de los chiles más venosos de la escena mexicana. Para Estela Leñero fue una propuesta enérgi-
ca, poderosa, versátil y juguetona. Luz Emilia Aguilar la calificó como un homenaje a la carpa y la cultura popular. Álvaro Cueva, la voz más sonada y leída de la crítica televisiva, de plano dijo: “Desvenar es una de las más grandiosas experiencias teatrales que jamás se han escrito para definir a México y a lo mexicano”, y puso el chile de Viqueira a la altura de El laberinto de la soledad de Octavio Paz. La corporalidad del enunciado Como hasta los genios la sopean, hay que añadir que no toda la obra de Viqueira es elogiable. Halloween Reynosa y Chilpayate son montajes fallidos por razones dramáticas y de grilla política. El Instituto Tamaulipeco de la Cultura y las Artes lo invitó a realizar un taller con los cómicos locales que desembocaría en un montaje, y cuando los funcionarios vieron que el resultado era una radiografía monstruosa sobre la inaudita violencia que asola al estado, se les frunció el orto y trataron de impedir su presentación pública. Naturalmente, fracasaron por la presión social y el escándalo mediático cubrió las cojeras de un montaje emergente, realizado con limitaciones de tiempo y de reparto, porque no bastan unas semanas para armonizar las contradicciones y limitaciones de una comunidad teatral, por más corazón que le pongan al intento. En Chilpayate la culpa fue de Viqueira por su confusa dramaturgia sobre los niños huérfanos de matria, de amor y oportunidades. Como es su costumbre, hizo un trabajo esplendido en el salón de ensayos con la Compañía Titular de Teatro de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; pero, la verdad, su fuerte no es la dramaturgia sino la puesta en escena. Su vigor no está en la textualidad sino en la corporalidad del
“El hombre, la única criatura de la Naturaleza que se avergüenza de su desnudez, vuelve al origen cuando supera esa cobardía y se presenta como lo que fue: un hijo de la Madre Tierra, tan desnudo como el tigre y el tiburón, como el mono y el cerdo”
enunciado dramático. Como auténtico zoon theatrikon, su reino no está en la página en blanco, sino en el escenario vacío; no en la creación dramática, sino en la escénica; no en el verbo dicho, sino encarnado; no en la palabra escrita, sino en la acción que provoca su resonancia en el sistema nervioso y emocional del oficiante. En 2016 tuve el privilegio de verlo trabajar para grabar una escena de Calígula, de Camus, aquella en la que el demente emperador romano pide la Luna y se da cuenta de que si el hombre no puede escapar a la muerte, más vale apresurar su finitud con el asesinato. En la terraza de la productora de Días de Teatro, Richard y su compañía de gladiadores en la que solo su mujer es del sexo opuesto, desplegaron la desnudez de su humanidad con tal desparpajo que a todos nos pareció que era de lo más normal que un grupo de jóvenes anduviera arrastrándose encuerados por el piso de una oficina un domingo por la mañana. Cuando grabamos la escena en el teatro Salvador Novo, de la enat, aquello fue la apoteosis de la teatralidad, porque los farsantes se habían despojado de la máscara y su desnudez era una declaración de principios: así nacimos, así morimos, despojados del encubrimiento social, cultural, político. El hombre, la única criatura de la Naturaleza que se avergüenza de su desnudez, vuelve al origen cuando supera esa cobardía y se presenta como lo que fue: un hijo de la Madre Tierra, tan desnudo como el tigre y el tiburón, como el mono y el cerdo. La historia de la ropa y sus accesorios es la bitácora de la transformación del ser humano en un animal pensante y depredador, en una criatura encantadora y siniestra, en un simulador genial y abyecto. Buscar la desnudez como una forma de purificación, como una manera de regresar a la naturalidad del ser original es una acción política, pues basta imaginar a los chacales de nuestra vida pública, a los despiadados capitanes del comercio y la industria, a los infames representantes de Cristo en la Tierra y a las bestiales fuerzas del orden despojados de su vestimenta para separar el trigo de la paja, la honorabilidad de la infamia, el horror de la belleza. Tan solo por esta hazaña, el teatro de Richard Viqueira y sus camaradas merece lo que ya tiene: el incendiario resplandor de un cuerpo en llamas.
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Y/o (“With A Little Help From My Friends”) de los Beatles José de Jesús Sampedro
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1967? 1967. Y/o el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Y/o la nívea luna ahúma nívea de nuevo. Y/o también de nuevo estudio ahúmo en mi habitación el Infinitesimal Cálculo Diferencial e Integral que habrá de transmutarse en duermevela luego, o en insomnio. Y/o también de nuevo (y/o siempre incauta, e indemne) y/o siempre indemne y amplia, la música. Memoria o aflujo ahora, la música. Como cuando durante aquel ya inviable día justo oí el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles (me remonto en alma toda hasta allá y de inmediato casi me parece estar o de extra o a extremo en el tuerto set de The Time Tunnel). Giraba entonces Dios bajo la pulcra forma Sonido y de Dios giraban solo mutuas texturas donde un solo arpegio precifraba casi una secuencia e infusa, excerpta de arpegios y donde un solo arpegio descifraba entonces casi el Sonido de cuya
Foto de Alejandro Zenker.
sinuosa forma solo Dios era sujeto y objeto. A cinco o bajas o altas Décadas de distancia de la Preparatoriana estirpe en ristre del muchachito absorto o inmerso que durante aquel ya inviable día de diciembre lo medio cuadriplicó no oyéndolo y/o lo medio cuadriplicó oyéndolo (y/o reflexionó y/o sufrió y/o un muy furtivo Éxtasis lo absorbió y/o un muy furtivo Júbilo lo absorbió), permítaseme metaforizarlo y/o racionalizarlo en o irrestricto o estricto apego a la edad y/o en alternativamente alterna vida aun vivida. “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, el Tema. Conversaciones varias, murmullos. Sea: insumisos instrumentos varios afinan y/o transfieren y/o acaparan o un atril o una partitura. El auditorio aforo, repleto. Coaliga el aire al Ocre, atardece. Y la guitarra aguda irrumpe y dice “hey, yo empiezo”. Y, diciendo haciendo, empieza. “With A Little Help From My Friends”. Nadie vendrá a desearte
CronoGrafías que encuentres nunca a un gato negro o que atempere una burda jaula al conejo blanco que adjuntará a tu orbe propio su pata. “Lucy In The Sky With Diamonds”. El arquetipo Viaje Interno expandiéndose (íntimo, intima) al Viaje Externo y/o viceversa. El Hammond organ y el Lowrey organ, y/o huidizos. “Getting Better”. Simple, una maravilla. Y que ningún importuno mástil nada resista. “Fixing A Hole”. Te insinúa una planicie acuosa alrededor del reino soez de la bruma. “She’s Leaving Home”. El violoncello espera a que entre la viola y la contigua viola a que entre el violín y la novela fija prosigue. “Being For The Benefit Of Mr. Kite!” Y/o la euritmia misma atrae y/o inhala. “Within You Without You”. El joven Krisna Visnú de hippie (e impuro). “When I’m Sixty-Four”. Los clarinetes estos curvan donde el gran piano estalla y de su curva emerge el Yo, la centella. “Lovely Rita”. Y/o me recuerda a una Rita, deveras. “Good Morning Good Morning”. Un magno gallo alaba a la pandereta. “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (Reprise)”. Y la guitarra aguda aduce y dice “hey, y concluyo”. Y, diciendo haciendo, concluye. “A Day In The Life”. Reescribo y/o pienso y/o escribo. Veo la Vía Láctea. Oh ayer, redundo. Y/o....
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Las pinturas de Mariana Salido
“Al dibujar, uno comprende lo que ve”
Víctor Roura
Pareja sentimental de Eusebio Ruvalcaba en los últimos siete años de la vida del novelista, Mariana Salido (Ciudad de México, 1976), cuando conoció al escritor en un taller literario, ya tenía una carrera consolidada en la pintura.
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a vi dos o tres vecces siempre de la mano de Eusebio Ruvalcaba, que no la perdía de vista nunca. Su trabajo pictórico es, a la vez, realista y bizarro, porque esta mujer tiene los pies bien plantados en la tierra, pero también es capaz de alzar el vuelo en el momento en que así lo determina.
La belleza —¿Cómo se introdujo en la plástica, en qué momento la pintura afectó, digamos, su vida? —Dibujaba desde muy pequeña, como todos los niños, y nunca dejé de hacerlo como algo natural y necesario. Mi madre me enseñó a observar, me hacía mirar las ramas de los árboles, por ejemplo, para poder dibujarlas, descubrir la lógica de su crecimiento implícita en sus formas. De ese modo despertaba en mí la fascinación por ver y, acaso sin proponérselo, me hacía preguntarme si lo que creía que estaba viendo era de hecho lo que estaba allí. La pintura como tal la descubrí mucho tiempo después. No provengo de una familia que esté implicada en el arte. Tendría 18 años cuando vi un libro de Salvador Dalí, un pintor que hoy día no me conmueve en absoluto, pero entonces me asombró. Yo sabía que podía dibujar así (suena arrogante, pero de alguna manera lo sabía) y pensé que si el dibujo podía lograr imágenes y formas como las que en ese momento me parecían tan poderosas, yo quería dedicarme a eso. A partir de entonces comencé a ver pintura realmente. Hice el examen para entrar a la Escuela de Pintura y Grabado, La Esmeralda, cuando todavía estaba en la Calle de San Fernando en
el Centro Histórico, pero no me admitieron. Era 1993. Eso me complicó la existencia, pues no solo me llenó de dudas, sino que me obligó a formarme de manera autodidacta. Di muchas vueltas, quizá porque intuía que la pintura era un asunto serio y el respeto que me imponía me paralizaba. Es decir, podía fracasar en todo y daba igual, pero fracasar en la pintura significaba fracasar de verdad. A pesar de eso, nunca perdí la orientación. No está excluido que el destino pase por rodeos que parecen contradecirlo, dice Gilles Deleuze, y lo creo. Requiere gran coraje asumir una vida de comprometida libertad y, sobre todo, aceptar el riesgo de fracasar de verdad. —¿Hubo entonces algún artista en particular que posteriormente la conmoviera al grado de sumergirse de lleno en el arte o fue otro el detonante? —Lo que me conmueve, y me ha conmovido desde que tengo memoria, es la belleza, su misterio (y no me refiero únicamente a la belleza en el sentido convencional, sino también a la belleza trágica, a la vulnerabilidad de la existencia humana). El primer artista con el que tuve contacto fue Beethoven. Tenía seis años. Su música y su persona me conmovían hasta las lágrimas; su sorde-
ra. Pienso que es un deseo muy intenso de poseer la belleza el que te obliga a dedicarte al arte, en cualesquiera de sus formas; es imposible eludirlo, algo urge a entregarse a él. No podría decir qué es. Pero acontece igual que en el amor, un violento deseo de fundirse con la persona que uno ama. Resulta equívoco hablar de la belleza porque el término es objeto de una constante banalización. Estamos saturados de imágenes cliché que no comunican nada y carecen de belleza auténtica. Deshacerse de ellas empuja el afán de un artista. En el caso de la pintura, creo que esta tiene el poder de conducir a las capas más interiores del sentimiento y la sensibilidad (como la música) no necesariamente a través de ideas o conceptos, sino mediante sus elementos propios, como el color, la luz, su pura materialidad. Es necesario cierto silencio para sentir. Vienen a mi mente obras y pintores de fuerte impacto en mí tanto por su obra como por su vida, que es algo que personalmente no puedo separar: obras frente a las cuales no puedo contener el llanto, como Fra Angelico y su intensa devoción; las esculturas inacabadas de Miguel Ángel, entre la piedra y el ser, al margen de la perfección de sus obras tardías; pienso en las pinturas negras de
“Otro punto culminante es la muerte de Eusebio, que me dejó la rabia necesaria para volcarme como nunca antes en mi trabajo y convertirme en la artista que él quería que yo fuera”
79 Goya, en la compasión de Millet, en Cèzanne y su bien temperada rebeldía… Pienso en Van Gogh, en cuyas pinceladas vibra una necesidad de empatía casi cósmica, radicada quizá en su frágil temperamento; en Munch, en Rothko, en su poderosa y enigmática espiritualidad… Cuando el arte despierta empatía tiene un poderoso efecto en mí. Por eso no puedo con Picasso, aunque, obviamente, sea un genio y las cualidades estéticas de su obra sean admirables. Su egolatría me hace difícil apreciarlo de otro modo que no sea el intelectual. No sé de nadie que haya llorado frente a uno de sus cuadros y me es difícil creer que pintara el Guernica con dolor auténtico. En cambio, Rothko sabía que la gente llora con sus cuadros sin motivo aparente y él mismo decía que quien no lloraba no había captado lo esencial. Es decir, ¿al servicio de qué se pone la creatividad, el talento, el genio? Es algo que me pregunto todo el tiempo. Pintura, escritura, música —¿Por qué la mayoría de su obra consiste en retratos? —Los seres humanos me interesan. La gente, sus rostros, son siempre interesantes de ver. Pareciera que nunca nos cansamos de mirarnos a nosotros mismos. Como si todavía no hubiésemos entendido nada. Esa fascinación de los humanos de hacer imágenes de sí mismos, de mirarse a través de los otros, es lo que pareciera ser el tema del retrato. Automáticamente, si tengo una hoja y un lápiz frente a mí lo que hago es un rostro, el que sea. Si lo piensas bien, un rostro es un lugar muy extraño si lo observas con seriedad, con rebeldía, es decir sin dar nada por sentado. Hay una indefinición ahí constantemente, porque algo que está hecho para comunicarse deja la mayor cantidad de información en lo oculto, debajo de sí mismo. Entonces tienes una sonrisa que no es una sonrisa o un ojo furibundo que expresa lo opuesto a su par, la desolada ternura; y la forma en que la cara resume todo eso en una abstracción universal y a un tiempo difiere de una a otra persona. Es de una enorme plasticidad el rostro humano. La confección de un retrato puede ser la disección más íntima de un otro y acaso de su complejidad. Eso me parece a mí suficiente como para interesarse toda una vida. Un rostro no es difícil de
“¿Al servicio de qué se pone la creatividad, el talento, el genio? Es algo que me pregunto todo el tiempo” dibujar o pintar solo por la gran tensión de su equilibrio formal (una tensión, además, cargada de significado), sino también porque al dibujarlo uno puede perderse (y se pierde) en un sinfín de transferencias y proyecciones que toman su propio camino, muy lejos de aquello de lo que medianamente somos conscientes. Al dibujar, uno comprende lo que ve; no basta mirar. Y entonces ocurre que en la fabricación de un retrato puedes ver más de ti mismo que de la persona que posa y viceversa. Ese es el secreto de la empatía: hay mucho drama implicado en la realización de un retrato, mucha complejidad psicológica. Claro que hay todo un mundo del arte que puede decir que es obsoleto hacer retratos, como si mirar a las personas hubiera dejado de tener sentido. Y es un reto justo porque parece obsoleto. Al final el retrato es pintura y tiene que haber una justificación por la que sea pintura y no otra cosa. Esto implica un problema propiamente pictórico que cualquier pintor sabe que tiene que resolver si quiere que en estos tiempos su pintura tenga razón de ser. —No solo pinta, sino que también está interesada en el mundo de la escritura y en el de la música… —Un día supe que una mujer dijo de mí, con toda la misoginia de que fue capaz (he sufrido más misoginia de parte de las mujeres que de los hombres), “ella conoce a un pintor y se vuelve pintora, conoce a un escritor y se vuelve escritora; seguramente hizo pedazos a un músico y así empezó a tocar el piano”. Qué fácil, pensé, y qué tonta fui. Mejor me hubiera comido a un genio y a un millonario y todo me sería mucho más fácil. En el caso de la música, toco el piano desde los siete años. Es mi sostén, mi esqueleto. Tengo grandes limitaciones, pero puedo tocar las obras que amo. Podría vivir una vida solo para entender la Patética, de Beethoven. No necesito más. El piano es algo mío, íntimo, muy interior. Es mi padre espiritual. De morir, quisiera hacerlo como lo hace la protagonista de esa bella película El piano, en la que este se la lleva con él
al fondo del mar. La literatura comenzó a interesarme desde joven, antes que la pintura. Kafka y Dostoievski fueron los primeros autores que leí y me marcaron a fuego el corazón. Escribía cuando estaba en la secundaria por influencia de mi maestra de literatura mexicana, María Antonieta Canseco, en cuya casa se elaboraban las más espectaculares ofrendas para el Día de Muertos en honor a artistas mexicanos. Ella me enseñó a leer poesía y me incentivaba a escribir. Cuando me rechazaron en La Esmeralda, la literatura se convirtió en un refugio y por mi mente cruzó la idea de ser escritora. Entré a la Sogem ese mismo año y publiqué algunas cosas gracias a Huberto Batis en el suplemento “Sábado”. Pero nunca pude soltar la pintura. Fueron años de confusión e inseguridad. Hacía todo: escribir, pintar, tocar el piano, emplearme en trabajos pasajeros. También vendía lo que pintaba. Era milusos. Desgraciadamente no se tiene tiempo ni cabeza para todo. Con Eusebio hablaba mucho de eso, era comprensivo y amoroso con esos temas, infinitamente paciente, virtud de la que yo adolezco. Decía que más temprano que tarde me decantaría por una sola cosa. Y tenía razón. Ahora estoy dedicada de lleno a la pintura y tengo además el privilegio de vivir de ella. Eusebio fue parte crucial en ese proceso, aunque no quería que dejara de escribir, ni mucho menos de tocar el piano. Y no lo haré. Pero todo cobró orden, forma. Toco cuando siento la necesidad de hacerlo y la literatura seguirá nutriendo mi vida como lo ha hecho hasta hoy. Y escribo. Llevo un diario de pintura en el que vierto mis procesos y reflexiones, que devienen pequeños ensayos y me gustaría algún día publicar. La huella indeleble —¿Su obra plástica puede decirse que es, de algún modo, una parte de su biografía? —Las primeras pinturas que hice fueron autorretratos. En ellas el material autobiográfico era evidente. Ahora me interesa concentrarme en los suje-
80 tos que voy a retratar y en su resolución como pintura en la tela, reelaborando ciertos referentes del arte del pasado, no solo del retrato, sino de la pintura figurativa y abstracta que me interesa más. Sin embargo, hay sucesos autobiográficos que de manera inevitable se cuelan en la tela. Quisiera destacar uno solo: tras la muerte de Eusebio dejé de pintar por seis meses, todo se apagó para mí. Obviamente no podía tomar el pincel. Estaba destrozada. Me enfurecía tener que continuar la vida y no le encontraba sentido ya al arte, a lo que seis meses antes lo contenía todo. Fue una lucha descarnada sobre la mesa de trabajo para regresar, entre el dolor, mi deseo de morir y la vida que se impone. Ahora es al revés, pues me he refugiado en el trabajo obsesivo. Pero lo que quiero destacar es que, durante ese tiempo, sobre el caballete había un retrato inconcluso, comenzado en diciembre para Miguel González Compeán, años atrás promotor de pintores que hoy son plenamente reconocidos. Cuando retomé su retrato, tuve que batallar durante dos meses en su confección porque de manera inconsciente y tenaz el rostro de Eusebio no dejaba de aparecer. Fue un proceso tremendamente doloroso. Agradezco aquí la paciencia que me tuvo para su conclusión y el haber aceptado sin reservas que se haya oscurecido notablemente. —Hasta este momento de su ya larga trayectoria plástica, pese a la dolorosa experiencia de la pérdida amorosa, ¿habrá un punto culminante que la haya motivado a proseguir con renovada fe en su carrera o la haya, en caso contrario, hecho dudar de su arte? —He vivido constantemente momentos en una y otra dirección. Quizás es debido a mi temperamento dramático que en ciertas ocasiones bote todo y diga basta, no sirvo para esto y que me vaya a la cama sufriendo por un problema difícil de solucionar. Me recrimino por qué diablos se me ocurrió dedicarme a algo
tan rabiosamente difícil. Al día siguiente pienso: “No puede ser, ¿cómo no voy a poder resolver eso?” Entonces voy y lo hago, lo soluciono. Ese sería un momento de satisfacción, aunque sé que será pasajera porque necesito imponerme retos. Puntos culminantes puedo hallar dos. Uno es cuando azarosamente la fotografía de un cuadro que recién había terminado llegó a manos de un coleccionista, hijo de un notable galerista inmigrado de los años treinta. Pidió verlo en persona y conocerme. Iba convencida de vendérselo en 5,000 pesos. Mi inocencia era total. Cuando me preguntó el precio dije muy segura la cantidad, pero omití decir pesos. Él asintió y dijo: “Me parece muy bien, cinco mil dólares”. Sobra describir mi reacción. El cuadro terminó en una galería cuyo director me pidió diez “como ese” para darme una exposición y dinero mensual. Le agradecí, pero le dije que no. Que no podía pintar igual porque eso significaba no avanzar. En esos momentos en que comenzaba (yo tenía 24 años) habría sido un suicidio. La inercia de ese cuadro me llevó a Gabriel Macotela, quien me enseñó las entrañas de la vida de un pintor y en muchos sentidos fue mi maestro. No me arrepiento de haber rechazado la oferta de aquella galería. No sé lo que venga adelante, pero creo que nadie te puede decir qué pintar. El otro punto culminante es la muerte de Eusebio, que me dejó la rabia necesaria para volcarme como nunca antes en mi trabajo y convertirme en la artista que él quería que yo fuera. —Independientemente de la obra creativa como resultado de su relación con Eusebio Ruvalcaba en los últimos años de la vida del escritor (el poemario Mariana con M de música y numerosa prosa narrativa dedicada a usted), a un año de la muerte del literato, ¿qué le ha dejado (aparte de la rabia necesaria para volcarse en su trabajo plástico) la cercanía con él en su huella vivencial? —Yo no lo amaba como escritor. Lo amaba como hombre. Aunque mi admiración por él como escritor y apasionado de
“Otro punto culminante es la muerte de Eusebio, que me dejó la rabia necesaria para volcarme como nunca antes en mi trabajo y convertirme en la artista que él quería que yo fuera”
la música hacían más pleno ese amor. Era mi Dios. Mi relación con él es la experiencia de amor más intenso y extenso que haya podido sentir, porque uno en el otro vivimos nuestra propia medida, todas las fibras de nuestra sensibilidad. Llegamos al más hondo conocimiento de nosotros mismos a través del otro, como lo dejó escrito en algunas líneas perdidas por ahí. Pero no estuvimos dispuestos a jugar el juego de la hipocresía o de la moral convencional. Eso no es fácil porque implica mucho dolor cambiar el juego que esa moral ha instalado. Cuando así son las cosas, hay que atravesar el dolor para llegar al Paraíso. O todo o nada. Hay que desnudarse y atreverse a ver al otro desnudo. El libro de Mariana con M de música lo expone de una forma bellísima y brutal. Lo que airearon fue un mensaje electrónico de nuestra correspondencia privada en el que se ventila un enfrentamiento íntimo. Astutamente escogido, me puso solo a mí al descubierto. Pero en el amor no hay buenos y malos. Solo arrojaría un zapato a la cara de un hombre que amo. En última instancia, la vida íntima de dos personas es una complejidad solo accesible a ellas o, acaso, a quien se acerca con una mirada imparcial. Como fue evidente para muchos, nuestra relación continuó (pues teníamos amor de sobra para perdonar y superar eso y más) y con ella nuestros planes de mudarnos juntos, incluso de mudarnos a la ciudad de Guanajuato para estar lejos de los problemas que nos atormentaban. Me importa poco el juicio que de mí puedan tener quienes, a pesar del amor que dicen tenerle a Eusebio, no les preocupa conocerme sinceramente. En cambio, me he enterado de las más vulgares y cómicas difamaciones sobre mi persona. Incluso supe de un intento de preparar testigos falsos para consolidar jurídicamente la versión de que Eusebio no había disuelto su antiguo vínculo de concubinato. ¿Qué me dejó? Su infinito amor por mí. Su pasión encendida. Su dulzura. Su voluntad de enfrentarse a todo, incluso a sí mismo, para poder estar juntos en libertad. Su mirada de hombre enamorado y pleno, la felicidad que vislumbraba frente a sí. Me dejó su conmovedora paciencia hacia los defectos que me hacen viva y humana. Esas son las certezas que me vuelven tolerable el dolor. Su energía prodigiosa que me fecunda desde donde está y siento alrededor de mí permanentemente, me cuida y orienta mi vida. Nada más importa.
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Corolario visual
Los pinceles de
Mariana Salido
Carta a una pintora D
escubrí en Caravaggio un antecedente de tu pintura. Pintor que siempre me ha llamado la atención, me embelesaba su prodigiosa técnica —hasta donde puedo yo nombrar esa palabra, dada mi ignorancia—, de pronto caí en la cuenta de que lo que me atraía era su deliberada imperfección. Pintar a los santos con los pies sucios —o a Jesús mismo—, o a la Virgen negligentemente muerta, o con una prostituta que la modelara, me pareció soberbio, materia de escándalo. Allí estaba el arte. Me hizo pensar en Guarnerius del Jesù, que deliberadamente les hacía una muesca a sus violines para alejarlos de la manida perfección —que en forma instantánea y prácticamente inevitable conduce a la soberbia—, tan cara a los enanos de espíritu, y que los japoneses, al arte de alejarse de la perfección, llaman wabasabi. Pero la maestría de Caravaggio consistía además en pintar de este modo cuando los pintores que lo rodeaban —y que no veían en él más que un remedo de artista, un guiñapo pobre y desaliñado— eran devotos de la supremacía formal. No había uno solo que observara la fealdad con ojos devotos. Pues yo veo en tu trabajo ciertas obsesiones de Caravaggio. Y no me refiero nada más a las obsesiones de las que he venido hablando líneas arriba, sino, en términos generales, a destacar la fealdad, a extraer de tus imágenes cierta sordidez que subyace a la espera de los ojos inquisidores. Al contraste entre zonas de luz y zonas umbrías —o, mejor todavía, a la creación de zonas umbrías a partir de zonas de luz, como en los retratos a la Lucien Freud, que persigues como leona a su presa; por cierto, te recuerdo que alguna vez me prometiste que el retrato de la vieja lo pondrías en mis manos. Sea. Pero, más aún, este contraste a partir de una zona híperiluminada, como en tu Autorretrato, aquel que me hiciste llegar por correo electrónico, me parece sintomático y representativo del arte de ver. De captar ese instante en que las imágenes emergen de la luz. Gabriel Macotela Óleo sobre tela • 30 ´ 20 cm
Pero no he concluido. Quiero realzar otra nota de tu creatividad. Y me refiero al desconcierto. Ahora mismo estoy pensando en tu cuadro del gusano. Es absolutamente desconcertante. Siembra en el espectador el prurito del desconcierto, sin el cual no es posible la quietud del alma. Para que haya un equilibrio. Pues la incertidumbre que provoca el desconcierto debe provenir de la paz interior. En fin, no voy a escribir tu nombre porque estoy seguro de que tú lo reprobarías. Además de que el nombre propio es realmente asunto tan relativo. Así como hay quien se siente orgulloso del suyo, hay quien lo reprueba como un producto mal hecho. Para todos los gustos. Eusebio Ruvalcaba
82 “Pensé en la felicidad y sentí miedo” 2013 Carbón sobre papel 40 ´ 50 cm
Dibujo preparatorio sin título Carboncillo sobre papel • 29 ´ 42 cm
83 Diego Alexander • 2015 Óleo sobre tela • 40 ´ 30 cm
84 “Quizá al final no estemos solos” (Dibujo preparatorio) 2013 Carbón sobre papel 40 ´ 50 cm
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86 ”Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” • 2004 Óleo sobre tela • 90 ´ 70 cm
87 Dibujo preparatorio sin título Carboncillo sobre papel • 29 ´ 42 cm
Dibujo preparatorio sin título Carboncillo sobre papel • 29 ´ 42 cm
88 ”La dicha es un gusano cruel”• 2009 Óleo sobre tela • 90 ´ 70 cm