Transgresiones No. 7

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Editorial

El echeverriato y la fina y casi indistinguida lisonja L

os súbditos del presidencialismo en el ámbito de la cultura, en la era moderna, surgieron, en caudal vertiginoso ­­—desarrollando un curioso comportamiento contradictorio entre la apócrifa dignidad y el arrojo simulado—, precisamente en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, actualmente de 96 años de edad y con más de medio siglo gozando de una sorprendente impunidad con su disciplinado silencio que lo culpa no sólo del halconazo durante su administración presidencial, sino también, con la vestidura de secretario de Gobernación, del artero crimen masivo en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el aciago 2 de octubre de 1968 en el periodo trágico de Gustavo Díaz Ordaz, hecho que Echeverría Álvarez siempre ha negado (o, mejor, callado, más que negado). Porque este político supo congraciarse con la “mafia” (denominada así en un libro por el escritor argentino radicado en nuestro país Luis Guillermo Piazza) de la cultura nacional, a la que sirvió, Echeverría Álvarez, con bonhomía y destreza. Carlos Fuentes acuñó, entonces, la frase lisonjera: “¡Echeverría o el fascismo!”, indicando la total absorción (acomodamiento, entrega, cooptación) de la cargada intelectual. Hace ya medio siglo. El consentimiento a manos llenas (paseos, obsequios, componendas, designaciones oficialistas, puertas abiertas, corrupción concebida como satisfactores ególatras, cochupos, guiños, lealtades compensadas) duró hasta un poco antes de finalizar su sexenio, cuando, con su aquiescencia, permitió la escisión del diario Excélsior: la tolerancia tiene su propio límite. Mas la Corte cultural de los Milagros se hizo de la vista gorda: los intelectuales, como aquella cofradía francesa, poseían los dos básicos requisitos que los protegía gremialmente: en el día aparentaban infortunio social, pero en la noche brindaban cálidamente con el principado; en el día la crítica ajustada a los barómetros de la contienda política y en la noche el solapamiento reverencial. La teoría nunca se empataba con la práctica. De ahí, probablemente, ese perdón eterno que le supieron fincar los prestigiados hombres de las letras y las artes a Echeverría Álvarez. Asimismo, indirectamente, por los sucesos estrepitosos habidos en el Excélsior de 1976 —hace ya cuarenta y dos años— es que, sin quererlo Luis Echeverría, la prensa empezó a tomar un rumbo, ahora sí, independiente (nunca autónomo en su totalidad, como puede apreciarse en las decisiones externas y vigilancias internas de los distintos medios de comunicación, atentos a las afiliaciones políticas por conveniencia, extrañamente morenistas, por ejemplo, en estos momentos cuando todavía en julio pasado eran abiertamente priistas o panistas, al grado de que ya una empresa, la de Milenio, tomara la abrupta determinación de cambiar de orientación al retirar de la dirección de su periódico a Carlos Marín, detractor habitual de Andrés Manuel López Obrador). Porque se recuerda, aún, cómo los directores de los medios debían de congraciarse con la figura presidencial cada 7 de junio (entonces considerado en México Día de la Libertad de Expresión) para que el gobierno continuara financiándolos: se sabe que Julio Scherer García y Juan Francisco Ealy Ortiz, por ejemplo, recibieron con honores a Gustavo Díaz Ordaz sólo ocho meses después de la matanza de Tlatelolco, y no se diga del trato laudatorio, y vehementemente lisonjero, a Echeverría Álvarez en todo su sexenio por esa Corte, otra vez, de los Milagros que se lamentaba de su condición desahuciada social para aparentar progresismo literario, pero acatando, a espaldas del espectro ciudadano, las ineludibles órdenes presidenciales sin el menor atisbo exaltado. Cada 7 de junio, en orden disperso, recibían premios nacionales de periodismo —con alto valor económico— los más fieros y denodados y connotados críticos del sistema establecido (¡además ellos pedían el galardón porque para ser elegidos tenían que inscribirse, pues en el país es inexistente el reconocimiento periodístico: nunca se premia a quien no pide su premio!) en una rutinaria corroboración de que la incongruencia ética era (es, porque acaso sigue siéndolo) un factor que debiera comprenderse como un acto de valerosa tolerancia, jamás de sometimiento a las normas instituidas. Así eran —con reticencias renovadas, temores alentados, simulaciones interesadas y cautelosas sumisiones— aquellas festividades de la libertad de expresión en México. Echeverría Álvarez, sin quererlo, exhibió el escaso decoro intelectual mimetizándolo en una clave excepcional orientada con discreción —victoriosa, invicta, demoledoramente acertada en su uso políticamente correcto— para no generar daños colaterales en el rumbo/rubro personal: se puede ser crítico, sí, pero consecuente con el poder político, aparentar rebeldía pública pero concretar en la privacidad intereses particulares. La enseñanza de Echeverría Álvarez todavía tiene discípulos en la contemporánea cúpula intelectual. La simulación crítica acaba por ser derrotada, como así ha ocurrido, por una fina e irresistible empuñadura áurea del poder político. Transgresiones cumple un año ya en la calle y en el espacio cibernético. Y mientras otros medios empiezan a acomodar su discurso por la nueva elección presidencial, nosotros continuamos en el camino donde siempre hemos andado sin la premura o la presión por modificar nuestra línea editorial. Eso nos distingue. Y nos honra.


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Índice Desnudar la historia de México

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De imágenes y símbolos Humberto Musacchio

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¿Una pueril y peligrosa insolencia? Víctor Roura

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Los pasos del sonámbulo Juan Villoro

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Y tomó asiento en las escalinatas del edificio Chihuahua Armando Ramírez

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Los bultos nocturnos José Reveles 30 En México, la izquierda carece de la izquierda: Arturo Martínez Nateras Rossi Blengio

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El 68 pone en tela de juicio el carácter manipulador de la prensa: Marcelino Perelló

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El futuro que empezó ayer Manuel Aguilar Mora

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Porque los tiempos están cambiando José Vicente Anaya

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Fragmentario: Tlatelolco 68 Juan Miguel de Mora

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El 68 en 101 creadores

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La Ilustración

Gabriela Bautista Pascual Borzelli Iglesias Fernando Castillo Trejo Luis Fernando Norma Patiño Melissa Roura Alejandro Zenker

Director general Víctor Roura Director editorial Alejandro Zenker Arte y diseño Fernando Castillo Juárez

El estudiantado y una intelectualidad que no comprendía la gravedad del momento. Severo Iglesias

Las portadas del 68 más influyentes del rock José David Cano

Director fundador Gustavo Sainz† (1940-2015)

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Artistas visuales

Webmaster Yair Lira Directora de comercialización Rossi Blengio Subdirector de mercados Javier Flores Carranza Relaciones públicas July Buendía Consejo editorial Federico Arana / Jorge Ayala Blanco / Alberto Chimal / Fernando de Ita / Juan Domingo Argüelles / Pablo Fernández Christlieb / Armando González Torres / Ethel Krauze / Roberto López Moreno / Eduardo Monteverde / Humberto Musacchio / Agustín Ramos / José de Jesús Sampedro/ Alberto Zuckermann Transgresiones, fundada en 2003 y renacida el 2 de octubre de 2017. Año 1, nueva época. Este número 7 fue impreso en septiembre de 2018 con un tiraje de 5 000 ejemplares. Es una publicación bimestral editada y distribuida por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V./Ediciones del Ermitaño, con dirección en Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos, Delegación Benito Juárez, C.P. 03800, Ciudad de México, teléfono 5515-1657, correo electrónico: alejandro. zenker@solareditores.com. Editor responsable: Alejandro Zenker. Reservas de derechos al uso exclusivo número 04-2018-011612060800-102, otorgado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Certificado de Licitud y Contenido número 17124 otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. ISSN: en trámite. Impresa por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos escritos y de las imágenes de la publicación sin previa autorización del editor responsable. No nos hacemos responsables por textos e imágenes no solicitados.


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Primer aniversario / I Desnudar la historia de México Donde se aprecia el Movimiento Estudiantil en sus entrañas desde ensayos o narrativas extensas contados por literatos, periodistas, filósofos y sociólogos, incluyendo las propias voces de algunos de sus protagonistas. La revuelta estudiantil, en efecto, obtuvo la visibilización de un sector que en ese momento estaba excluido de la vida social del país: su independencia y su (posible) carga ideológica incomodaban sustancialmente a un gobierno que no entendía la rebeldía juvenil, acostumbrado, el sistema político, a no ser contrariado en cualesquiera de sus discursos y comportamientos de Estado. A medio siglo de aquella barbarie que cambió el gesto del país, o que lo ha ido cambiando en su esencia democrática, estas Transgresiones se unen a la sentida conmemoración y al duelo de los asesinados que jamás tuvieron nombre ni consideración. Esta muestra recoge luminosidades y oscuridades de la gesta transgresora y quiere caminar por senderos aún no transitados de este fenómeno social aún no esclarecido en su totalidad, al grado de que el expresidente Luis Echeverría todavía, a sus 96 años de edad, prefiere seguir ocultando los verdaderos motivos de la matanza indiscriminada de Tlatelolco de la cual él es un hombre clave. Nuestro primer aniversario lo hacemos temático, porque creemos que el acontecimiento es un pasaje de la historia que habría que desvelar abiertamente.

1968

De imágenes y símbolos Humberto Musacchio

La memoria visual del Movimiento Estudiantil de 1968 está en su cartelería, misma que se guarda en un libro memorable. Una primera versión de este texto fue leída en la presentación del volumen Imágenes y símbolos del 68 en el Centro Cultural Tlatelolco. Todas las imágenes en estas páginas fueron tomadas precisamente de este libro editado por vez primera en 1982 por la UNAM.

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ebemos a los integrantes del extinto Grupo Mira, muy especialmente a Arnulfo Aquino y a Jorge Pérez Vega, la preservación del más valioso conjunto de pegas y carteles generados por el movimiento de 1968. En días en que la posesión de propaganda se penaba con la cárcel, los artistas del Grupo Mira guardaron amorosa y valientemente aquellos invaluables testimonios de la rebeldía y la dignidad, obras realizadas en buena medida con trazos groseros, en forma

improvisada, rápida; trabajos impresos en forma precaria sobre humildes papeles y no siempre con la tinta adecuada. Con ese acervo se integró el libro La gráfica del 68 / Homenaje al Movimiento Estudiantil, edición de 1982 prologada por José de Santiago, con un texto colectivo del Grupo Mira y otros tomados de Jaime Sabines, Thomas Mann, Octavio Paz, Juan Bañuelos, José Revueltas, Rosario Castellanos, Efraín Huerta y Apollinaire, así

como el alto contraste de la célebre y espléndida fotografía en la que Héctor García captó el mitin del 2 de octubre momentos antes de la matanza. Dylan y Judith Reyes, entre los cantores Disuelto el Grupo Mira, se hizo una segunda edición copatrocinada por Claves Latinoamericanas, la librería El Juglar y la revista Zurda. Salió al público en 1988, en el vigésimo aniversario del Movimiento, aumentada


6 con un prólogo de Arnulfo Aquino, un epígrafe de Dante y textos de Eduardo Garduño, integrante del Grupo Mira, junto a Silvia Paz Paredes, Salvaor Paleo, Saúl Martínez, el desaparecido Melecio Galván, Rebeca Hidalgo y los citados Aquino y Pérez Vega. En 2004 apareció una tercera edición, muy aumentada, pues en ella se recogió el contenido de las dos primeras ediciones, pero se le agregaron textos y fotos y, siempre que fue posible, se hicieron aclaraciones muy pertinentes sobre la autoría de las obras incluidas. Ese volumen lleva por nombre Imágenes y símbolos del 68 / Fotografía y gráfica del Movimiento Estudiantil, libro editado por la UNAM y con el debido crédito para Aquino y Pérez Vega, autores de sendos textos. El libro ofrece también un conjunto de recortes de periódicos y numerosas fotografías, entre otras varias en las que aparece don Javier Barros Sierra, el ejemplar rector de la Universidad Nacional en aquellos días irrepetibles. El tomo también recoge numerosas obras gráficas posteriores a 1968, ejecutadas con más elementos y en la forma reposada que requiere el trabajo artístico profesional, con el empleo de la xerografía, las intervenciones en computadora y otros recursos gráficos que no estaban disponibles durante el Movimiento. Lo único criticable de esa inclusión es que no siempre queda claro cuáles grabados son propiamente del movimiento y cuáles los ejecutados con posterioridad, incluso muchos años después. Hay en esas páginas un texto introductorio de Hernán Lara Zavala y dispuestos, aquí y allá, los de Jorge Volpi, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Alberto Híjar, José Revueltas y Heberto Castillo; apuntes de Roberto Escudero, de Salvador Martínez della Rocca, el Pino, de Raúl Álvarez Garín y otros delegados al Consejo Nacional de Huelga; palabras de personajes como Bob Dylan y Daniel Cohn-Bendit; canciones de Judith Reyes y poemas de Óscar Oliva, Juan Bañuelos, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco y Octavio Paz. Un mérito no menor de Imágenes y símbolos es que por fin podemos conocer a los autores de numerosas obras gráficas, lo que es un acto de justicia.

Un valor indudable de la edición es que nos sitúa nuevamente en aquellos días de rabia y esperanza. La insurgencia juvenil de 1968 sacudió a decenas de países. Una constante de muchos de esos movimientos fue que, unos más y otros menos, contaran con una gráfica que representaba las demandas específicas, los sueños y aun los anhelos más inciertos de toda esa generación que experimentaba una transformación cultural que entonces era difícil apreciar en toda su profundidad y extensión. En México, el cambio que vivíamos estaba alimentado por los cineclubes del Politécnico y la UNAM, donde se repasaba el neorrealismo italiano, la nueva ola francesa, la filmografía soviética y de otros países socialistas; eran los días del gran debate entre los seguidores de la Escuela Mexicana y los partidarios de La Ruptura, los provocadores happenings de Alejandro Jodorowsky y un irrefrenable gusto por lo diferente, desde el pelo largo y la ropa ajustada en los varones hasta las minifaldas de ellas. Circulaba la píldora anticonceptiva y vivíamos la revolución sexual, la psicodelia y la inquietud ante las drogas, con el telón de fondo de la guerra de Vietnam, las grandes protestas de la juventud estadounidense y los movimientos estudiantiles en decenas de países, pero sobre todo en París, donde, sin metáfora, la imaginación tomó el poder durante las jornadas del Mayo Rojo. Insurrección estética Por supuesto, en la cartelería de la época se muestra centralmente la repulsa al autoritarismo y sus formas más concretas de expresión: las macanas,

la policía antimotines, los tanques y la cárcel. Es un acierto que Imágenes y símbolos del 68 se abra con referencias gráficas de otros países, como la fábrica con la bandera roja, de trazo sencillo y eficaz, o el granadero parisino, ambos del Mayo Rojo francés; o con el círculo seccionado del movimiento contra la guerra de Vietnam lo mismo que con el universal retrato del Che, de Alberto Korda, en alto contraste. Se trata de una iconografía que se adoptó en varias naciones y que aquí, con modificaciones, reprodujimos en pegas y pintas, lo que de ninguna manera le resta originalidad a la producción local, pues, por citar un caso, los granaderos parisinos no tienen las características simiescas que les atribuyó implacablemente nuestra gráfica. La imaginería del 68 se nutrió de la dilatada tradición del grabado me xicano, que en los tres siglos de la Colonia, así fuera tímidamente, estuvo salpicada de heterodoxias y rebeldías. Es una historia que tiene sus cimientos en el siglo XIX con la litografía ligada a la caricatura política; es, también, un homenaje a los artistas opositores del porfiriato; una tradición enriquecida en la pasada centuria con el estridentismo, el Grupo ¡30-30! y la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, madre del Taller de Gráfica Popular, institución que a lo largo de varias décadas fue el más importante centro de producción artística de combate. Hay, pues, una muy rescatable historia heroica de nuestra gráfica, pero lo cierto es que en los años sesenta andaba a la baja el realismo social, al menos tal como lo entendían los se-

“Circulaba la píldora anticonceptiva y vivíamos la revolución sexual, la psicodelia y la inquietud ante las drogas, con el telón de fondo de la guerra de Vietnam, las grandes protestas de la juventud estadounidense y los movimientos estudiantiles en decenas de países”


7 guidores de la Escuela Mexicana. Fue en esa década cuando en la plástica mexicana surgieron grupos y movimientos que pugnaban por ganar presencia y legitimidad. En esa insurrección estética participaban artistas que trabajaban con nuevas técnicas, experimentaban con diversos materiales y seguían procedimientos novedosos dentro de una temática poco o nada politizada. Se vivía el gran debate conocido como La Ruptura, y el realismo de la Escuela Mexicana era objeto de un intenso bombardeo teórico y retórico mientras se reivindicaba la validez de otros ismos, la búsqueda de nuevas formas de expresión plástica y la libertad en los asuntos a tratar. Cosmopolitas y modernizantes, los renovadores descargaban sin misericordia argumentos y sarcasmos de grueso calibre sobre sus antagonistas. Los partidarios de la Escuela Mexicana no se quedaban atrás y acusaban a sus detractores de “agentes del imperialismo” y otras lindezas. Los protagonistas de La Ruptura reivindicaban el derecho a exhibir su obra en museos estadounidenses, a concursar en certámenes convocados por transnacionales y a recibir becas y otras canonjías de instituciones con sede en Estados Unidos; los tradicionalistas, por su parte, pretendían convertir la discusión sobre valores estéticos en una contienda de ideologías. El 68 vino a mostrar que se trataba de un falso debate, pues artistas de uno y otro bandos apoyaron el Movimiento y se hizo común verlos mezclados en las asambleas o trabajando juntos frente a la rectoría, en la decoración de las láminas —hoy lamentablemente desaparecidas— que cubrían la semidestruida estatua de Miguel Alemán, dinamitada en 1966, hecho por el que pasaron cinco años en prisión los integrantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria Estudiantil, entre otros Antonio Gershenson, Fabio Barbosa Cano, Gerardo Peláez, Enrique Condés Lara y Luis del Toro y Nájera. El mural colectivo realizado sobre esas láminas acanaladas —en realidad un conjunto de pequeños espacios en los que cada quien pintó como quiso lo que le vino en gana— no es destacable por sus valores plásticos, pues

Los papeles de la cultura en el suelo, medio siglo después. Foto de Melissa Roura


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“En la cartelería de la época se muestra centralmente la repulsa al autoritarismo y sus formas más concretas de expresión: las macanas, la policía antimotines, los tanques y la cárcel” salvo excepción por conocer, los artistas pintaban su pedacito rápidamente y, momentos después, con las mismas brochas embadurnaban la superficie otros que iban llegando. Muy pocos trabajaron más de un día en su fragmento de mural. Uno de los artistas participantes, Ricardo Rocha —el pintor— le declaró a Judith Alanís que, como ocurre con “todas estas cosas, cuando se hacen, no queda algo estéticamente correcto”. Pese a todo, el conjunto adquirió importancia por los artistas que ahí participaron: Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Fanny Rabel, Benito Messeguer, Adolfo Mexiac, Gustavo Arias Murueta, Guillermo Meza, Lilia Carrillo, Mario Orozco Rivera, Alfredo Cardona Chacón, Francisco Icaza, Pedro Preux, Roberto Donís y varios más. “No más agresión” Algunos estudiantes de las escuelas de arte se lanzaban a pintar murales en lugares públicos mientras sus compañeros vigilaban por si llegaba la policía. En las paredes de escuelas y mercados aparecía de un día para otro la obra de denuncia, hecha de prisa y no siempre con fortuna. Pero más tardaban los muchachos en pintar esa pared que los empleados del gobierno en taparla con cal o pintura gris. Lo mismo ocurría con los dibujos y leyendas que se estampaban empleando una matriz recortada, generalmente de lámina o cartón. Esas imágenes quedaban en los muros, pero resultaron mucho más duraderas y eficaces las que se imprimían sobre el costado de los autobuses urbanos, los que llevaban la protesta por toda la ciudad. Otras expresiones artísticas se produjeron en algunas mantas, muy pocas, de las que se portaban en las manifestaciones. Varias de esas mantas fueron elaboradas por estudiantes y

maestros de San Carlos y La Esmeralda. En esas telas, junto a la consigna y la escuela de origen de quienes las portaban, aparecían figuras tomadas de los grabados que se elaboraron en aquellos días, lo que evidencia su eficacia propagandística. Sin embargo, la expresión plástica de mayor alcance, la más influyente y trascendente fue la gráfica. En este renglón cabe el mayor mérito a los compañeros de San Carlos y La Esmeralda, quienes elaboraron el grueso de las placas originales de pegas y carteles. Con frecuencia se desplazaban a otras escuelas y ahí, en salones y pasillos, sobre mesas improvisadas o en el suelo, era habitual verlos burilando alguna madera, manejando las tramas de la serigrafía y, sobre todo, trabajando el linóleo, material barato y de conocida docilidad que deja procesar los relieves con rapidez y permite una impresión más rápida y en mayor número de ejemplares. Como es evidente para quien repase las imágenes del 68, las incomodidades de la ejecución son visibles en la mayoría de aquellas obras, porque en las urgencias de una revuelta los valores estéticos pasan a segundo plano. Lo sorprendente es que, aun en esas condiciones, se produjeran trabajos de mérito e incluso algunas obras maestras de la gráfica de combate, como una de Francisco Moreno Capdevila que reproduce las botas de unos policías junto a un estudiante caído. De esta pieza, elaborada a partir del alto contraste de una foto de Héctor García con la leyenda “No más agresión”, se hicieron carteles e incluso una matriz para pintarla en segundos sobre cualquier superficie. Una obra de gran valía es la que tiene la leyenda “Libertad presos políticos” arriba de un conjunto de llaves, obra —ahora lo sabemos— de Mario Olmos Soria, uno de los carteles más

eficaces por la concreción e impacto de su mensaje. Otra, de ejemplar simplicidad, fue ejecutada por Francisco Becerril: es el perfil de Gustavo Díaz Ordaz sobre la sombra de un gorila con casco. Una más, digna de incluirse entre las mejores, es la silueta de un tanque con la leyenda “Este diálogo no lo entendemos”, un trabajo conciso y bien hecho que alguien hizo en La Esmeralda. De Eduardo Garduño León cabe mencionar la silueta de una mano que está en el centro de una composición que sugiere las rejas de la cárcel. Igualmente destacables son los múltiples rostros de perfil y los glifos prehispánicos de la voz junto al lema “El Diálogo debe ser público”, de Miguel Vargas, o el de Jesús Martínez que muestra el vuelo de unas palomas estilizadas y reza “Unidos adelante”, con las enes invertidas, imagen que se llevó a la piedra en la Estela de Tlatelolco. Entre los mayores aciertos de la gráfica de aquellas jornadas está la estupenda recreación de los símbolos olímpicos, como la paloma de la paz, obra de Beatriz Colle Corcuera, la que el citado Jesús Martínez intervino para dejarla atravesada por una bayoneta. Esa misma paloma, diseñada con gran acierto, por toda la ciudad se convirtió en el blanco de estopas con tinta roja que la hacían ver ensangrentada, lo que le imprimió un mensaje inverso al propuesto por su autora. De la misma calidad es la contundente parodia de un timbre postal alusivo a los juegos, original de Lance Wyman, en el que aparecen repetidamente deportistas en plena competencia. La estampilla, transformada, reproduce la imagen de dos granaderos apaleando a un estudiante. En ese afán de jugar con la propaganda olímpica que inundaba la ciudad, los logotipos de cada especialidad deportiva fueron transformados en fusiles, granadas, macanas, botas y otros símbolos de la represión, trabajo del gran Mexiac y de Antonieta Castillo, en tanto que en la Escuela Nacional de Artes Plásticas los alumnos del maestro Francisco Becerril produjeron pegas con la tipografía de México 68 y motivos que denunciaban la barbarie gubernamental. Un excelente retrato de Demetrio Vallejo debido a Rogelio Naranjo con


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“Si bien la tendencia predominante en la gráfica del 68 es una suerte del neoexpresionismo entonces en boga y pese a que las recreaciones olímpicas están bajo el influjo del Op art, lo cierto es que en muchos trabajos se percibe la impronta del Taller de Gráfica Popular” la leyenda “Libertad a los presos políticos” circuló meses antes del Movimiento, durante una huelga de hambre que se organizó en la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, cuando un grupo de estudiantes se solidarizó con los presos del movimiento ferrocarrilero que en la cárcel de Lecumberri también se habían declarado en ayuno para exigir su excarcelación. Varios trabajos tienen como autor a Pérez Vega. Entre ellos hay que destacar el grabado de un hombre sin rostro dentro de un pequeño cuarto con la consigna “¡Libertad presos políticos!” y una paloma en ascenso que ofrece el pecho, ambas obras se realizaron con un fino trabajo de gubias que semeja el empleo del velo, la herramienta que permite a los grabadores trazar múltiples paralelas. Hay también obra de artistas que ya entonces gozaban de celebridad, como el citado Francisco Moreno Capdevila o Gabriel Fernández Ledesma, de quien se incluye un grabado de gran refinamiento. De Santos Balmori es la serigrafía en la que aparece una impactante Máter dolorosa que tiene sobre sus piernas al hijo asesinado, con la leyenda “A los familiares de los muertos, indemnización”. Aunque no se consigna autor, puede ser del mismo maestro Balmori otra Máter dolorosa hincada frente al cadáver atravesado por una bayoneta bajo una leyenda lamentablemente larga que le quita impacto a la imagen. Hay un grabado atribuido a Enrique Climent y otros que tienen la firma Beltrán, aunque me niego a creer que sean de Alberto, tanto por razones políticas como por la pobreza del trazo.

La conservación de las hojas libertarias Si bien la tendencia predominante en la gráfica del 68 es una suerte del neoexpresionismo entonces en boga y pese a que las recreaciones olímpicas están bajo el influjo del Op art, lo cierto es que en muchos trabajos se percibe la impronta del Taller de Gráfica Popular. Se incluye el cartel de un joven tras las rejas que el libro atribuye a María Elena Huerta, quien no es otra que la saltillense Elena Huerta, militante comunista, fundadora de la LEAR y del TGP. En el mismo caso está Libertad de expresión, el emblemático rostro del hombre amordazado con una cadena, obra maestra de Adolfo Mexiac realizada en 1954, cuando era miembro activo del Taller, imagen que el Movimiento hizo suya, la reprodujo en pintas, hizo con ella carteles que se reprodujeron por miles y le rindió incluso el homenaje de varias recreaciones. Pero la presencia del Taller de Gráfica fue mayor, pues sus integrantes participaron en la Coalición de Profesores y, desde los primeros días, vendían a los manifestantes sus grabados, uno de los cuales, de Ángel Bracho y Jesús Álvarez Amaya, mostraba la imagen de un estudiante amenazado con una bayoneta, grabado que lamentablemente no recoge el libro. Incluso cuando el gobierno y la prensa lanzaron la acusación de que el Movimiento tenía “héroes prestados”, el Taller acudió a la siguiente manifestación y regaló cientos de grabados de gran formato con los retratos de Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata y otros próceres nacionales, los que fueron enarbolados como estandar-

tes. Por todo eso, la participación del Taller de Gráfica Popular era digna de mencionarse. Es de lamentar que en Imágenes y símbolos del 68 se omitieran dos páginas que aparecen en la primera y segunda ediciones como 74 y 75. El resultado es que no se publican seis obras, cinco de las cuales tienen referencias a la simbología olímpica y tres de ellas directamente al ejército, dos de las cuales juegan con la imagen del tanque militar, los aros olímpicos y el lema “México 68” con la tipografía oficial de los juegos. La otra estampa, que alguien atribuye a Crispín Alcázar, muestra a tres soldados saliendo de los aros olímpicos y el número 68 en una trama formada con la misma tipografía multilineal. Es una omisión notable, porque la pulcritud de la ejecución y la concreción de la imagen tienen un impacto claro y directo en el espectador, pero probablemente la UNAM, que hizo la edición, consideró excesivas tantas menciones a la institución castrense. Cabe terminar con una crítica a las cámaras digitales con las que ahora se procesan los grabados para su impresión industrial. Su mal empleo en la reproducción de obra da por resultado imágenes en medio tono donde debían aparecer los grabados en blancos y negros puros. Es una lástima y una falta de respeto a los creadores, pues de ese modo se altera el original. Quede aquí constancia de mi protesta contra esos aparatos diabólicos. Termino celebrando el apostolado de Aquino y Pérez Vega, quienes han dedicado la mayor parte de su vida a la conservación y difusión de aquellas hojas libertarias, esos impresos de prisa que guardan la memoria visual de un movimiento que año con año, cada 2 de octubre, convoca a los sobrevivientes, pero mucho más a quienes entonces eran niños e incluso a los que no habían nacido en ese año memorable, cuando mi generación ganó algunas libertades y México empezó a despertar del prolongado y penoso letargo priista. El 2 de octubre no se olvida y el Movimiento de 1968 sigue presente en las conciencias y en la historia de México.


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2 de octubre

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Una pueril y peligrosa insolencia?

Víctor Roura

La prensa y sus periodistas en aquel año 1968 fueron una compleja trama de complicidades y deseos íntimos de liberación no cumplidos, porque el sistema político sujetaba con firmeza las cadenas informativas. Ha transcurrido ya medio siglo de aquella tragedia en Tlatelolco.

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l 2 de octubre, dice aún una masa cada vez menos simbólica, no se olvida... aunque cada vez sean menos los que recuerdan con vívida nostalgia esa fecha. Pero todavía son consultados los periódicos de la época, si bien no todos se hallan en buen estado en las hemerotecas... si es que se conservan los documentos o los bibliotecarios están de humor para cederlos, si bien ahora en las “benditas” redes sociales podrían estar (y están, sí, anque con defectuosas imágenes, como en el libro) si son almacenados debidamente. Aurora Cano Andaluz se percató de ello, de la ausencia documental, y se dio a la tarea de recopilar, por su cuenta, los papeles del 68 para conformar su Antología periodística, misma que le editara, en gran formato, el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM en 2001. La estructura de la obra está constituida por tres partes: en la primera se hace una recapitulación breve de los hechos que incluye apreciaciones exclusivas de la autora; en la segunda, “sección medular —apunta Aurora Cano en el prólogo de su libro, de casi 500 páginas [no el prólogo, se entiende, sino el libro entero]—, los diarios hablan por sí solos: comprende una antología de editoriales, noticias y artículos de opinión, además de una muestra pequeña de cartones y desplegados, que permiten al lector reconstruir cronológicamente los hechos, con la consiguiente carga a favor y en contra que es inevitable en una fuente como la hemerográfica. La selección, que comprende 605 registros y representa el 13 por ciento del total, se hizo a partir de un universo de 4 509 referencias: 236 editoriales, 2 759 noti-

cias, 917 artículos de opinión, 161 cartones y 436 desplegados”; la tercera parte comprende un exhaustivo índice. La presentación de la antología es facsimilar, de modo que la legibilidad, se disculpa Aurora Cano, “no es siempre la deseable, pero el estado de los materiales no permitió optimizarla”. La síntesis periodística abarca del 21 de julio al 15 de diciembre de 1968, domingos ambas fechas, y sólo fueron consultados seis diarios: El Día, Excélsior, El Heraldo, Novedades, El Sol y El Universal porque, según aclara la autora, en las restantes colecciones había números faltantes. Una lucha entre adolescentes y adultos Si alguien aún lo dudaba, en estas páginas del voluminoso libro se encuentran los textos tal y como fueron publicados en esos días aparentemente inciertos: a los mitificadores del pasado se les puede desmentir con las pruebas en la mano. ¿Quién decía que Excélsior fue un periódico sin puentes hacia el oficialismo, el único “independiente” porque era dirigido por Julio Scherer García, que

apenas acababa de tomar las riendas, al principiar septiembre de 1968, de aquel viejo Excélsior? Los editoriales del jueves 3 de octubre, al siguiente día de la matanza en Tlatelolco, son verdaderas entregas (¿por temor periodístico, miedo a las posibles represalias gubernamentales, sumisión o convicción ante los sangrientos hechos?) a los poderes instituidos, irrevocablemente priistas, de ese momento. Excélsior: “Si bien es cierto que el comportamiento estudiantil, y el de buen número de maestros, rebasó por momentos los límites de la sensatez, y llegó a la insolencia y al reto inconsciente, sobrestimando las propias fuerzas, no es menos verdad que la respuesta a tal desbordamiento no ha sido prudente ni adecuada. [Empero] El desborde de prepotencia (que llegó a exigir al presidente de la República que compareciese en el Zócalo a dialogar con los inconformes el mismo día en que tenía que rendir su informe a la nación) era propio de adolescentes pueriles y soberbios... Pero el gobierno está formado por adultos, por personas que saben cómo suele cegar el orgullo, cómo suele

“El desborde de prepotencia (que llegó a exigir al presidente de la República que compareciese en el Zócalo a dialogar con los inconformes el mismo día en que tenía que rendir su informe a la nación) era propio de adolescentes pueriles y soberbios…”: Excélsior


11 resentir el amor propio. Esos adultos saben que el ardor y la pasión juveniles llevan a fútiles y peligrosas insolencias. Sin embargo, tal adultez tendrá que funcionar en el futuro, y así lo esperamos, en toda su grandeza”. Eso es lo que fue el 2 de octubre de 1968 para Excélsior: una pueril y peligrosa insolencia. Para El Heraldo, en esa tarde sangrienta fue resuelto, de una vez por todas, el prestigio de México por encima de sus enemigos extranjeros: “En primer lugar, lo ocurrido en ese movimiento no ha sido hasta hoy de proporciones tan graves que paralice o entorpezca la vida del país, ni que afecte sus fuentes de producción ni tampoco desvíe o nulifique la línea política del régimen”. Para el Novedades, “los trágicos y dolorosos hechos ocurridos anoche en Tlatelolco no pueden ser interpretados más que como un nuevo eslabón de la conjura que pretende socavar los cimientos institucionales de México. Los contingentes militares que intervinieron en el lamentable episodio lo hicieron en atención a una solicitud expresa de la policía. Al llegar a la zona, como lo declaró anoche en rueda de prensa el general Marcelino García Barragán, el ejército fue recibido a balazos por francotiradores apostados en los edificios y en las casas de las inmediaciones”. La misma tarde del jueves 3 de octubre, el Senado de la República justificó, reportó Ramón Morones para Excélsior, “plenamente la intervención de la fuerza pública en los sucesos del miércoles en la Plaza de las Tres Culturas. Durante breve sesión, los senadores manifestaron también que la actuación del Ejecutivo Federal, por otra parte, se ha apegado a la Constitución política del país. En un documento oficial, firmado por los 30 legisladores integrantes de la Gran Comisión, se denuncia asimismo la participación de elementos nacionales y extranjeros que persiguen objetivos antimexicanos de extrema peligrosidad”. Se protegió, a decir de los pulcros senadores, no solamente “la vida y la tranquilidad de los ciudadanos sino, al mismo tiempo, la integridad de las instituciones del país”. Para El Universal, la masacre fue irremediable (por esa “persistencia” del estudiantado “en el mal”, por “esa tenacidad para mantener en vigencia el desorden y la inquietud”): “Inútiles fueron

El abandono, medio siglo después. Foto de Gabriela Bautista.​


12 los intentos que desde todos los sectores responsables se han estado haciendo a la juventud estudiosa, a fin de que no continúe sirviendo de cortina de humo tras de la cual maniobran, arteramente, sórdidos intereses al servicio de intrigas extranjeras. Aunque buena parte de esta juventud engañada atendió esas juiciosas reflexiones, un numeroso grupo de estudiantes, decididamente ya marxistas algunos de ellos, y muchos más pertenecientes a esa categoría que hace acto de presencia en todas partes, acudieron a un mitin cuya celebración no sería permitida, como ya sabían perfectamente los organizadores del mismo”. Si nos atenemos a los contenidos de esos seis periódicos, la conclusión puede tener esbozos literarios: la del 2 de octubre fue la crónica de una muerte anunciada. La prensa calificó, hasta cierto punto, de “necesaria” y “acertada” la violenta intervención del gobierno en la rebelión estudiantil (y el Excélsior de Scherer García es patético en ese rubro, ya que intenta en vano cruzar la cuerda floja arremetiendo contra el asesinato masivo pero otorgándole la razón, después de todo, al gobierno de Díaz Ordaz que no tuvo otro remedio que azuzar a esos insolentes estudiantes peligrosos). Hay que recordar que el siguiente Día de la Libertad de Expresión, el 7 de junio de 1969, esperaban al Señor Presidente, en las puertas del Hotel Camino Real, lugar del convivio, nada menos que Julio Scherer, director de Excélsior, y Juan Francisco Ealy Ortiz, entonces gerente general de El Universal. Habría que agradecerle, personalmente, al Primer Ejecutivo su acción para mantener en paz la Olimpiada del 68 y, por supuesto, de haber limpiado al país de marxistas y comunistas indeseables.

Clausuradas, las puertas del Palacio En su libro Los presidentes (Grijalbo, 1986), Julio Scherer García dice que las jornadas posteriores a la masacre en Tlatelolco fueron “el principio de una larga batalla entre el sometimiento y la libertad”. El sábado 5 de octubre, el presidente de la República convocó a los medios de comunicación para “conversar” y después compartir la mesa y el vino, pero Gustavo Díaz Ordaz, “contrariando sus deseos”, finalmente no asistió. El secretario de la Presidencia, Emilio Martínez Manautou, aprovechó el momento para decirle a Scherer García que había traicionado las confianzas del primer mandatario: “A nadie como a ti ha distinguido con su amistad”, dijo el funcionario a un angustiado Julio Scherer, cuyas puertas del Palacio le fueron entonces clausuradas. “Ciego que fuera, las miraba inaccesibles —escribe el periodista, fallecido en 2015 a los 88 años de edad—. Se me rechazaba con buenas maneras. No hay peor retórica que la cortesía. Enerva como un veneno dulce. Medio octubre, todo noviembre y todo diciembre procuré entrevistarme con el licenciado Díaz Ordaz. La corrección era el estilo de la negativa invariable. ‘El señor presidente está enterado de su solicitud de audiencia y le envía sus saludos. A la primera oportunidad tendrá el mayor gusto en recibirlo’. Respecto del pasado, el presente quedaba trunco”. Scherer pensaba que “los enigmas de la política había que descifrarlos en Palacio y no aceptaba mi exclusión de sus salones embrujados. Una sensación de agobio llegó a dominarme. Además, no hubiera ido tan lejos como hubiera podido y había violado zonas sagradas

“Le dije [a Alejandro Gómez Arias] que tenía en las manos un texto de Rosario Castellanos y que dos artículos sobre el mismo tema [2 de octubre en Tlatelolco] y en la misma plana editorial, frontales contra el presidente, me parecían excesivos”: Julio Scherer García

que juré respetar”. El 27 de julio de 1968, frente a la rectoría de la Ciudad Universitaria, el rector Javier Barros Sierra había izado la bandera nacional a media asta. “El duelo del Alma Máter condenaba al gobierno —apunta Scherer García—, que de un bazukazo había destruido un portón centenario de la Preparatoria Nacional, símbolo y obra de arte. Alejandro Gómez Arias, unida su historia personal a la historia de la Universidad, forjador de su autonomía, escribió sobre el tema con palabras como navajas. Le dije que tenía en las manos un texto de Rosario Castellanos y que dos artículos sobre el mismo tema y en la misma plana editorial, frontales contra el presidente, me parecían excesivos. Le pedí comprensión, margen para la maniobra. Aplazaría la publicación de su artículo. Sin una palabra, envió por sus cuartillas esa misma noche”. Pasados los meses, al comienzo de 1969, el periodista recibiría una buena noticia: el presidente lo esperaba en Los Pinos. Sólo cinco minutos: “Frío, de pie, me felicitó por el año nuevo y me preguntó por mi familia, no por mi trabajo —dice Scherer en su libro—; se interesó por mi salud, no por mis proyectos. A su vez me habló de su familia, no del gobierno ni de sus colaboradores; de su amigo de la infancia, Bautista, no del país. Abordó con desgano algún dato de su propia niñez y luego, sin que viniera a cuento, me dijo malhumorado: —No hay manera de darle gusto a nadie. Si mis hijos van a la escuela en un automóvil usado, soy un avaro y un hipócrita. Si se presentan en un carro último modelo, soy un cínico y un hijo de la chingada. —¿Y qué hace usted, señor presidente? —Nada. Dejo que ellos decidan”. Ni una palabra del 2 de octubre. Díaz Ordaz no lo permitió. El presidente le preguntó a Scherer si continuaría con su actitud “que tanto lesiona a México”, “en su línea de traición a las instituciones”. Eso fue todo. Ni una palabra de Tlatelolco. Scherer quería el apoyo del gobierno para dirimir los problemas internos de Excélsior, en cuyo interior se habían introducido, según Scherer García, los intereses de la Secretaría de Gobernación. Climas informativos En su libro, el periodista no narra que tanto él como Ealy Ortiz recibieron a Díaz Ordaz en las puertas del Hotel


13 Camino Real para la comida del 7 de junio de 1969, sino únicamente se atiene a decir que, mientras los centenares de sus colegas aplaudían estruendosamente el discurso del notable novelista Martín Luis Guzmán (dedicado a exaltar la figura presidencial), él, Scherer García, “permanecía con los brazos desmayados. Nada me haría aplaudir. Luis Javier Solana hablaría más tarde de esa actitud, insólita en el presídium”. Pero Solana obviamente no podía adivinar el deprimente estado de ánimo de Scherer García. Sin embargo, y pese a la evidencia hemerográfica, Scherer García afirma en Los presidentes que Excélsior “había informado con honradez y veracidad acerca de los sucesos de Tlatelolco. Esto era cierto, pero no me engañaba —confiesa—. Habíamos escamoteado a los lectores capítulos enteros de la historia de esos días. Poco sabíamos de la vida pública de los presos políticos, menos aún de su intimidad, y habíamos evitado las entrevistas con ellos. Habíamos permanecido en la calle, presos nosotros frente a su cárcel. Sabía bien que en nuestras manos había estado la decisión de cumplir o no con ese trabajo, pero también sabía que el presidente no había propiciado el mejor clima para el desarrollo de una información irrestricta”. En su libro, Scherer García, y aún no entiendo esa ansia suya, se define como el periodista héroe del 2 de octubre. A cada momento resalta que él, y sólo él, fue el injuriador del presidente Díaz Ordaz, cosa que, por supuesto, y de acuerdo con esa restringida idea que tenían —y todavía tienen hoy bastantes directores de periódicos, más orientados al rumbo empresarial que periodístico, y lo podemos apreciar con el reciente inobjetable triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador, girando ahora los grados extremos hacia las simpatías con el político tabasqueño cuando antes había sólo resquemor y desprecio por sus discursos—, los periodistas al finalizar la década de los sesenta, no lo dejaba dormir tranquilo. “A solas, en mis pesadillas y temores —escribe Scherer—, Díaz Ordaz me perseguía y yo lo perseguía a él. Díaz Ordaz para perjudicarme, yo para contener su ira. La obsesión es un círculo, la voluntad una línea recta que rompe el círculo o se degrada. Resuelto a escapar de mi propio ahogo, no sabía cómo enfrentar el pro-

blema. Daba vueltas sobre mí mismo, perplejo”. Incluso llamó por teléfono al general Lázaro Cárdenas para pedirle su ayuda, su intervención, su solidaridad. Scherer acusó a Díaz Ordaz con Lázaro Cárdenas, pero el general no abrió la boca. “Hablo sin parar —dijo Scherer a Cárdenas—, y usted permanece callado. Dígame algo, lo que sea, pero dígame algo. Le abro mi corazón y el suyo sigue cerrado a piedra y lodo”. El general Cárdenas sólo subrayó: “Injuriaste al presidente de México y no te detuve. ¿No te basta?”. El director de un diario, como se aprecia en estas inefables vanidades, era un ser, hace ya medio siglo, intocable y portentosamente iluminador, al grado de sentirse ofendido si el presidente de la República no le dirigía la palabra. Por algo, Scherer, al facilitarle las fotografías a Elena Poniatowska para su volumen La noche de Tlatelolco, le rogó que no revelara la procedencia de los documentos que llevaba consigo: “Aún pensaba que el periodismo es un problema de equilibrio y contrapesos, arte acrobático con redes de protección”, sentencia Scherer. Pero uno hojea las páginas de aquel Excélsior y no encuentra, por ningún lado, ese enfrentamiento heroico del que se enorgullecía, y acaso también se avergonzaba, Julio Scherer. Que era, en efecto, el único diario donde participaban más periodistas con inclinaciones democráticas no significa que su global despliegue periodístico haya estado, como puede uno ingenuamente suponer, a la altura de la historia. Sin embargo, y pese a esta honda realidad, el caso de Julio Scherer con su Excélsior es, con una pequeña ayuda de los amigos instalados en los poderes culturales, inalterablemente mítico. Ocho años después, al término del echeverriato, en julio de 1976, otra sería la historia. En efecto. ¿Por qué no se habla de Por qué? ¿Por qué se excluye a Por qué? cuando se habla de la prensa del 68 si fue, en la práctica, la única revista que publicó abundantes fotografías de los estudiantes asesinados en ese año? Mario Menéndez Rodríguez (1937) era su director y aún hoy está al frente de su periódico Por Esto!, fundado en marzo de 1991, en su Yucatán natal.

Ni en el libro de la UNAM citado anteriormente se halla el nombre de este semanario. Durante aquel año crucial y los siguientes, la hostilidad gubernamental se ensañó con la revista y elementos paramilitares lanzaron bombas Molotov contra la redacción, de lo que ningún medio da cuenta. Jorge Luis Esquivel, en su breve crónica de la publicación Por qué?, insinúa o afirma que el propio Menéndez Rodríguez habría realizado este “bombardeo” para darse notoriedad. Sin embargo, por ningún lado aparece prueba alguna de la veracidad de esa versión. Julio Scherer García estaba enojado con Televisa porque no había informado sobre la aparición de Proceso en 1976, pero nada dice de su silencio periodístico ante los acontecimientos que afectaron a Por qué? Durante la primera mitad de los años sesenta, Mario Renato Menéndez Rodríguez realizó para la revista Sucesos grandes reportajes sobre las guerrillas latinoamericanas, luego de lo cual fundó Por qué?, una publicación que resultaba inaceptable en aquellos años, cuando todo órgano de prensa debía someterse a una rígida autocensura como condición para recibir publicidad oficial, la necesaria dotación de papel y otros favores. En el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), el Diario de México desapareció por publicar los pies cambiados de una foto en la que aparecían unos changos y otra del presídium de una convención de gasolineros, tras el cual había un enorme telón con la imagen de Díaz Ordaz. Aquel diario fue privado de toda publicidad oficial y PIPSA (la distribuidora gubernamental del insumo elemental para la prensa) dejó de venderle papel, pese a que el director del rotativo era Federico Bracamontes, típico periodista ministerial. pues de otra manera las empresas periodísticas, cualquiera, eran privadas para mantener la publicidad oficial. En su Diccionario enciclopédico de México, Humberto Musacchio apunta: “la revista Por qué? fue editada en la Ciudad de México a partir del 28 de febrero de 1968. Inicialmente de periodicidad catorcenal, luego de su número 15 se convirtió en semanario. Durante el Movimiento Estudiantil de 1968 editó un número extraordinario del que se tiró un millón de ejemplares. Desde entonces, los editores fueron hostilizados por el gobierno, que encarceló en 1970


14 a Mario Menéndez Rodríguez, director de la publicación, quien fue desterrado a fines de 1971. Lo sustituyó en la dirección su hermano Roger Menéndez Rodríguez hasta septiembre de 1974, cuando los talleres fueron destruidos por la fuerza pública y detenidos y torturados los hermanos Roger y Hernán Menéndez y los colaboradores Horacio Espinosa Altamirano y Jorge Delgado Ramírez. Hasta el 8 de septiembre de 1974, cuando desapareció la publica-

ción, aparecieron 324 número ordinarios y ocho extras”. Y en su libro Historia crítica del periodismo mexicano, Musacchio escribe estas líneas sobre el periodista yucateco: “A principios de 1968, dirigida por Mario Menéndez Rodríguez, empezó a circular la revista Por qué?, inicialmente como una publicación dedicada a presentar reportajes ampliamente trabajados. Sin embargo, al estallar el Movimiento Estudiantil se produjo un viraje

Los convidados de piedra, medio siglo después. Foto de Pascual Borzelli Iglesias.

en la línea editorial que dio por resultado la impresión en papel barato y en grandes tirajes de números profusamente ilustrados con fotos de cadáveres y encabezados que denunciaban la represión gubernamental. Ese tono de denuncia se mantuvo en los años siguientes, pero con énfasis en el desempeño de los grupos guerrilleros, especialmente el de Genaro Vázquez Rojas, lo que resultó intolerable para el gobierno, que en 1971 allanó los talleres de la revista y encarceló a Mario Menéndez por presuntas ligas con organizaciones armadas. Sus hermanos, Roger y Hernán Menéndez Rodríguez, quienes quedaron a cargo de la publicación, fueron secuestrados en 1974 en el Campo Militar número uno junto con el periodista y poeta Horacio Espinosa Altamirano, pese a que éste había dejado de colaborar en la publicación desde un año antes. Los hermanos Menéndez, además de sufrir encarcelamiento y tortura, fueron despojados de la maquinaria y el local en que se imprimía su revista, lo que denunciaron con el apoyo de la Unión de Periodistas Democráticos. Roger y Hernán fueron puestos en libertad tiempo después y Mario, a cambio de un secuestrado por la guerrilla, fue trasladado a Cuba con otros presos políticos. Al amparo de una amnistía general, regresó a México en 1979 y fundó Por Esto!, diario de la península de Yucatán que ha dirigido durante más de tres décadas”. ¿Por qué, insisto, no se menciona a Por qué? cuando se habla de la prensa en aquel fatídico año? Cuando he preguntado a diversas personalidades en su Mérida natal por el papel de este periodista no he obtenido sino titubeos, escarceos, reticencias o desinterés. Y en ese misterio se ha quedado Mario Menéndez, hoy exitoso empresario del diario Por Esto! Es sabido, o medio sabido, que este periodista yucateco se filtró en la guerrilla por aquellos años luego de reportar estos asuntos en sus viajes por Latinoamérica invitado en un principio por el mismísimo Díaz Ordaz ejerciendo, éste, su derecho de elegir a sus comunicadores favoritos, tal como ocurría en ese tiempo de “apogeo priista de dominación”, como bien dice Evodio Escalante, manipulación en grande (o cooptación simulada) que los presidentes de la República hacían (y aún hacen) con intelectuales y periodistas, tal como


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“¿Por qué Menéndez Rodríguez no está considerado dentro de nuestra historia periodística? ¿Por haber sido un comunista recalcitrante? ¿Por haber jugado entre dos fuegos, el de la política y el del periodismo, sin lograr cruzar la meta victoriosa? ¿Porque jamás perteneció al clan de los editores oficialistas?” hizo posteriormente Luis Echeverría Álvarez, al inicio de su administración, con la cúpula cultural incluidos todos los escritores de prosapia de ese entonces, como Carlos Fuentes, uno de los más beneficiados financieramente. Menéndez Rodríguez fue encarcelado en Lecumberri y puesto en libertad en los setenta debido a una exigencia de libertad de un grupo guerrillero guerrerense, y esta aseveración no es un pleonasmo. ¿Por qué Menéndez Rodríguez no está considerado dentro en nuestra historia periodística por su trabajo en 1968? ¿Por haber sido un comunista recalcitrante? ¿Por haber jugado entre dos fuegos, el de la política y el del periodismo, sin lograr cruzar la meta victoriosa? ¿Porque jamás perteneció al clan de los editores oficialistas o inmersos en las cofradías literarias? ¿Por qué no se habla de Por qué? cuando se habla de la prensa en México, entonces? ¿Acaso por el frecuente amarillismo en sus páginas? ¿Porque su director Mario Menéndez de algún modo, al participar en las guerrillas y tener alianzas con Cuba, practicaba, por lo tanto, un periodismo parcializado, focalmente localizado, monetariamente sensacionalista? “Siempre ha sido un misterio su comportamiento periodístico”, me dijo un poeta de Mérida. Y en ese misterio, en efecto, se ha quedado Mario Menéndez, quien, a pesar de ser doctor en filosofía, ha preferido andar en la ruta del sensacionalismo en vez de recorrer una senda más provocadoramente cultural. Pero como sólido y solvente empresario de un medio de comunicación, sólo él sabe por qué hace lo que hace.

Gobiernos que alimentan su libertad de expresión Tres años después del 68 vino el Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, con el supremo “Halconazo” ofreciendo el gobierno una severa golpiza a los manifestantes para acallar, de una vez por todas, cualquier posible vestigio, eclosión, continuación o semilla generados por el 2 de octubre en acto represivo igualmente comandada por la administración echeverrista (1970-1976). La única crónica no distanciada de la horrorosa verdad provino de una revista independiente roquera: Piedra Rodante, dirigida por el ya fallecido Manuel Aceves, cuya ejemplar cobertura periodística fue determinante para que el gobierno la suprimiera de inmediato… ante el silencio oprobioso, otra vez, de los grandes periódicos, cobijados monetariamente por Echeverría Álvarez, el mismo que a unos meses de finalizar su sexenio, en contubernio con los periodistas entrantes, permitió la expulsión de Scherer García de Excélsior, a quien irritó al grado de apurar la salida de su semanario Proceso (en noviembre de 1976, un mes antes de que Echeverría acabara con su mandato, exhibiendo con esto, claramente, la coerción definitiva que el gobierno mantuviera sobre los medios de comunicación, porque Julio Scherer culpó al presidente de su partida de ese diario, no a Regino Díaz Redondo, quien lo sustituyó en la dirección del rotativo. ¿No existía libertad de expresión, entonces, antes de la aparición de Proceso y de unomásuno? De todos modos, las respectivas direcciones periodísticas continuaron, a veces soterradamente a

veces descaradamente, sosteniendo diálogos cordiales e ineludibles con los mandatarios en turno para poder sobrevivir periodísticamente. No en vano la escisión del unomásuno en 1983 para la fundación, en septiembre de 1984, de La Jornada, muy ligada en su principio a los partidos de la denominada izquierda mexicana que, con sus cuotas, permitieron la permanencia económica de dicho diario, que ya en el sexenio peñanietista se acomodó dócilmente (a sabiendas de un nutritivo beneficio pecuniario) a los discursos priistas. Y ahora, con el indiscutible triunfo electoral de López Obrador, tendrá seguramente un sexenio satisfactoriamente económico: ya de por sí, así como hay periodistas distinguidos que se alinean a la derecha para recoger compensaciones monetarias (los nombres sobran comenzando por los afamados periodistas de las televisoras pasando, luego, por los que anidan en los periódicos con sueldos mensuales arriba de los 300 000 y 400 000 pesos, y no olvidemos que incluso Ricardo Alemán fue contratado, ¡en Canal 11!, durante seis meses hasta el pasado julio, ganando más de medio millón de pesos por inculcar la predominancia priista: no había dinero para que una videoartista capacitada hiciera cápsulas ilustradas culturales, pero sobraba para programas contra la oposición política), de igual modo sucede con la gente apoltronada en el centro hacia la izquierda: periodistas en la nómina de La Jornada, por ejemplo, ya trabajaba para el político tabasqueño demostrando con ello que en cualquier lado se cuecen las habas de la maquinaria del periodismo parcializado. ¡El propio director fundador de La Jornada, Carlos Payán Velver, auspiciado por la izquierda perredista, aumentó aún más su riqueza en sus funciones como senador sin haber tenido en la Cámara ninguna participación memorable! Y el mismo Payán Velver designó a su sucesora en la dirección de su periódico para prolongar su permanencia en los poderes de la prensa y la política de manera autofestiva y unilateral, como en cualquier otra empresa de comunicación! Pero todavía se habla de una íntegra libertad de expresión no sólo en ese periódico, sino de todos los demás. Y así deben de entenderse estas cosas.


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Desmitificar el 68

El estudiantado y una intelectualidad que no comprendía la gravedad del momento Severo Iglesias Ante todo, desmitificar el 68. Cada 2 de octubre, la marcha ritual a Tlatelolco y la reiteración de las consignas en condiciones distintas al México actual. Parece que la amnesia histórica se ha apoderado de la conciencia en la noche ideológica donde todos los gatos políticos son pardos. Se exige, pues, recuperar el marco histórico y el contenido de la rebelión de los sesenta. Dos escenarios históricos: 1968-2018 Del problema del ingreso al del egreso. Actúe o no actúe, consciente o inconsciente, el estudiante tiene siempre un lugar propio en la estructura y la perspectiva histórica. Esa posición la ganó con el movimiento del 68. Los motes de generación “x”, “ni-ni”, “milenios”, etcétera, ocultan su verdadera posición estructural. En los sesenta el fin era el ingreso, abrir la puerta de la universidad elitista a los pobres. Hoy se limita el cupo para transferir clientes a las escuelas privadas; pero el problema central ahora es el egreso: al terminar su carrera, el estudiante sabe que no hay empleo y sus estudios no corresponden al interés social y nacional. Sin conciencia de ello transita en el vacío social. Nueva contradicción. La universidad, usada como institución de movilidad y elevación civil, transmuta al estudiante con la alquimia burocrática, convierte a los hijos de obreros y campesinos en clase media sin compromiso. Un currículum oculto se sobrepone al plan de estudios y la educación formal; sus ejes son los valores privados. A la vez, el estudiante consciente se afianza como parte de la clase trabajadora: junto con los obreros, campesinos, técnicos y profesionales en ejercicio activo, y los jubilados que ya aportaron su cuota laboral. Lo común a estos grupos

es el trabajo asalariado. Por eso el concepto de “clase trabajadora” es válido. ¿Universidad autónoma? Liberar la universidad subordinada. Y si el sistema frenó el movimiento después del 68 enganchando la universidad al carro de la “planta productiva” parasitaria y dependiente, hoy la somete a las corporaciones planetarias y su modelo corporativo de organización. Por ende, el empleo que ofrece la inversión extranjera significa desintegración social y nacional. Urge, pues, establecer una nueva formación profesional y una nueva universidad. Organización independiente. Por tanto, con posición efectiva en la estructura nacional, el estudiante hoy debe des-

pertar de su letargo en que está sirviendo a consignas neoliberales, sin hacer el juego a la industria cultural y mediática; tampoco debe ser peón de partido para golpear a otros ni prestarse a la manipulación, sino ejercer su independencia enlazando su destino histórico al del pueblo y la nación. Autoconciencia estudiantil, autonomía universitaria y autogestión académica. Su autoconciencia es el camino. Sin ella, la autonomía universitaria es una farsa. Su autogestión social, humana y académica es más importante que la bagatela de la participación en la elección y reelección de los rectores. Democratizar la universidad. Del principio de la soberanía social se des-

“En los sesenta el fin era el ingreso, abrir la puerta de la universidad elitista a los pobres. Hoy se limita el cupo para transferir clientes a las escuelas privadas; pero el problema central ahora es el egreso: al terminar su carrera, el estudiante sabe que no hay empleo y sus estudios no corresponden al interés social y nacional. Sin conciencia de ello transita en el vacío social”


17 prende el principio de la democratización de la universidad con la intervención de los estudiantes en los departamentos, consejos técnicos y la dirección académica en general. Para ello debe acabar con las mafias académicas que, como estamentos feudales, se han apoderado de las instituciones para repartirse las plazas laborales, imponer su corto criterio y la subordinación de la educación a criterios extranjeros y burocráticos. ¡Una advertencia: todo cambio en la educación superior que se haga a espaldas de los estudiantes estará condenado al fracaso! Fines y principios de la educación superior Ejercicio profesional comprometido con México y los mexicanos. Teniendo acceso al saber teórico, la ciencia, el arte y la cultura, los estudiantes se preparan para cumplir una función social que responde a las necesidades colectivas de los mexicanos en los ámbitos de la salud, el derecho, la ingeniería, la administración, la investigación. ¡Por tanto, la calidad de su educación debe significar adquirir un compromiso con el bienestar del pueblo mexicano! Por una educación al servicio de la soberanía nacional. Debiendo ser las instituciones de educación superior recintos de la ciencia, la cultura y la tecnología, que son bases fundamentales para constituir el mercado productivo contemporáneo y un centro de la autonomía nacional, su educación debe tener como eje principal contribuir a la soberanía nacional productiva, comercial, científica y cultural. La educación superior gratuita, pública, humanista, científica y democrática. Esos principios se derivan de su base de sostenimiento: a) Como parte de la clase trabajadora que aporta su esfuerzo y sus recursos económicos al erario nacional, el estudiantado exige el derecho de todo el pueblo mexicano a la educación superior gratuita, exenta de cualquier pago o cuota; b) La educación pública orientada a consolidar la vida de la República en beneficio común y colectivo, no al interés privado; y

“Ante la resistencia del industrialismo de las grandes potencias a cambiar el rumbo de la civilización depredadora, el estudiante debe encabezar, antes que la muerte de la vida sobre la Tierra sea un hecho irreversible, las batallas políticas de la ecología” c) La educación científica, humanista y democrática, impregnada con los principios de la razón, la conciencia y la praxis de la humanidad, no la creencia neutral laica. Transformar el saber universitario Ciencia y autoconciencia. El estudiante debe impulsar un nuevo espíritu científico que, en lugar de repetir un saber profesional meramente utilitario, sea comprendido en su origen histórico, su condición social y su repercusión nacional, convirtiéndose en autoconciencia histórica, social y humana. Impulsar el alcance nacional del saber superior. Y se debe complementar el saber científico y técnico con el conocimiento de las repercusiones sociales, culturales y humanas de dicho saber y de su ejercicio profesional. En principio, innovar, desarrollar y generar tecnologías y técnicas que hagan posible incorporar el valor del trabajo a nuestros recursos naturales para acabar con la dependencia de la producción mexicana respecto de los insumos extranjeros y emplear el valor que genera el trabajador mexicano en su propio beneficio nacional. De manera intuitiva, el estudiantado se dio cuenta de las repercusiones que la revolución informática y programática, sostenida por la cibernética, traía sobre la automatización de las fuerzas productivas: reducción del empleo, creciente subordinación de la economía de los países débiles a las máquinas, los equipos y los materiales intermedios importados de los países avanzados. (Particularmente, por ejemplo, México importa 83-84% de los insumos para su producción.)

Junto a ello, el ejercicio profesional se reducía a paquetes de información técnica, la educación modular sin principios y sin mayor profundización teorica, rebajando la importancia de las instituciones de educación superior en el contexto nacional. La revolución digital penetraría en todos los ámbitos, mientras la universidad se montaría en la “vinculación de la planta productiva” dependiente. De la ecología técnica a la ecología política Extender la ecología política. Ante la resistencia del industrialismo de las grandes potencias a cambiar el rumbo de la civilización depredadora, el estudiante debe encabezar, antes que la muerte de la vida sobre la Tierra sea un hecho irreversible, las batallas políticas de la ecología. Porque los remedios tienen su base en la condición de propiedad, la fuerza productiva y la libertad de producción irrestricta. Para comenzar, se debe abrir, en estudios formales e informales, la discusión sobre la instalación de sistemas energéticos que causen perjuicios a la vida del planeta y el mundo humano. El establecimiento de una relación responsable con la Tierra. La reparación de los daños a la atmósfera, la corteza terrestre, las aguas y el medio ambiente. Pugnar por nuevas tecnologías, comportamientos, formas de propiedad y de producción que no atenten contra la vida planetaria a nombre del supuesto mercado “libre” y la circulación de la riqueza. Nueva base del aprendizaje La autogestión educativa. Desde el 68, diversos grupos de estudiantes reclamaron el derecho a la autogestión


18 académica en contra de la dependencia del “proceso” de enseñanza-aprendizaje y la burocratización universitaria. La multi y la interdisciplina tienen su base en tal autogestión. Para su ejercicio, la educación debe cambiar su orientación, su finalidad y sus procedimientos: a) Proporcionando las bases y medios para servir a México de manera creativa: en lugar de enseñar un saber elaborado en el extranjero, impulsar los principios, los métodos, las técnicas de investigación, los conceptos y los sistemas con los cuales el estudiante pueda intervenir de modo generativo para cons-truir saber. b) La actividad educativa deberá propiciar el pleno desarrollo de las aptitudes, facultades, capacidades y habilidades humanas comunes y necesarias para generar ciencia, técnica, arte y cultura, no sólo para transmitir, repetir u operar saber y tecnología. c) Aprovechar las tecnologías actuales y reorganizar el tiempo de los estudios, combinando los esquemas presenciales y a distancia, previo examen de su factibilidad en cada carrera. Fundar consejos populares estudiantiles Con base en las consideraciones y la declaración de principios enunciadas, se propone fundar consejos populares estudiantiles por cada institución de educación superior, cuya finalidad será organizarse y definir un programa de acción que sea base de unidad del sector estudiantil de México. Necesidad de una estrategia. Los crímenes de Tlatelolco mostraron en el 68 que el Movimiento Estudiantil no

podía continuar sin tácticas y estrategias para guiar las batallas. El estudiantado, solo, no tenía la fuerza para abrir la puerta a un México nuevo. Era vital su unidad con clases y sectores sociales con capacidad económica y política para realizar cambios estructurales democráticos. Nace el sector nacional estudiantil. Su aportación más importante fue su aparición como sector social y político específico. Recluta miembros de diferentes clases en un sector que tiene fines propios; sus demandas académicas, sociales y políticas son rasgos ideológicos especiales que es preciso explicitar. Al gobierno le preocupaban sus tesis ideológicas propias y la organización independiente separada de los partidos vigentes. Luego de los movimientos ferrocarrileros en 1958-1959, el estudiantado, que era el único sector social no controlado por el Estado, perturbaba la paz del sistema. Otro rasgo: el poder estudiantil se mostró de modo organizado (en sociedades, consejos, comités de huelga, clubes, brigadas políticas) y no sólo en forma individual. Constituyó un poder frente a la democracia del sufragio, que convertía a los ciudadanos en electores que ejercen su poder sin cohesión. Contradicciones de su posición social. Pero el estudiantado vive una posición social sujeta a contradicciones. Es un sector que no puede ser presionado económicamente, no participa directamente en la producción, es la antesala del ejercicio técnico y profesional. Esa es también su desventaja, pues no puede presionar al poder económico. No puede ser expulsado del trabajo,

“Al gobierno le preocupaban, del Movimiento Estudiantil, sus tesis ideológicas propias y la organización independiente separada de los partidos vigentes. Luego de los movimientos ferrocarrileros en 1958-1959, el estudiantado, que era el único sector social no controlado por el Estado, perturbaba la paz del sistema”

ni aplicarle la cláusula de exclusión, negarle el riego, la tierra, el crédito; pero tampoco puede detener el proceso productivo con sus huelgas. Sólo despertar la conciencia social y nacional. Esta contradicción se resuelve al unirse con las fuerzas que son un eje político nacional: los trabajadores industriales, del campo y capas medias. Eso le permitía conectar su poder con la presión económica y colaborar en el cambio histórico. Al respecto, ha de pertrecharse con una teoría de vanguardia para hacer propuestas sobre las cuestiones económicas, sociales y políticas. No sólo protestar. La universidad debe servir al pueblo y la nación, y la autonomía tiene aquí su verdadera condición. Su misión: subvertir la conciencia enajenada. El estudiante había cobrado la capacidad de desnivelar el poder, de despertar la conciencia de la población, remover la mohosa conciencia colaboracionista e intervenir en la discusión y formación de nuevas sociedades. El estudiante ejercía el papel de intelligentsia ante una intelectualidad que no comprendía la gravedad del momento. Declaraciones a) El sector social estudiantil. Con estas consideraciones, los estudiantes conscientes de su compromiso con México y su responsabilidad con las luchas civiles y políticas, declaran: Hoy es una verdad. Los estudiantes son un sector efectivo de la clase trabajadora. Son trabajadores que aprenden el ejercicio de su función social. El derecho constitucional estudiantil. Como sector nacional particular, los estudiantes reclaman establecer el principio constitucional del derecho del estudiante a cursar libremente sus estudios, a recibir educación sin restricciones ni condicionamientos, a participar en la vida institucional, social y nacional con su propia organización. Sobre todo, a ejercer sus derechos políticos con sus propias posiciones. Organización estudiantil independiente. Los estudiantes tienen derecho a organizarse con plena independencia ideológica y política en consejos populares estudiantiles, sin trabas de nin-


19 gún tipo por parte del Estado, los partidos políticos, rectorados, sindicatos o cualquier otro organismo ajeno a sus intereses. Este es el destino natural de toda generación: hacerse independiente y construir su propia vida. La historia de los movimientos estudiantiles ha demostrado esto: muchas veces, su madurez moral, social y mental es mayor que la de la generación anterior. Autoconciencia estudiantil nacional. La conciencia de las cosas y el mundo que, como estudiantes adquirimos a través de los estudios, debe convertirse en autoconciencia estudiantil; esto es, en reflexión sobre nuestra existencia social y nuestra misión con la patria. Tal autoconciencia contribuirá, con su difusión, a la independencia ideológica y organizativa del pueblo y el trabajador mexicanos; para que éste, sin dogmatismos ni imposición alguna, pueda examinar los problemas sociales y nacionales y darles la mejor solución en beneficio nacional y colectivo de México. b) Estudiantes, democracia y nación. La democracia y los estudiantes. Formando parte del pueblo trabajador, el estudiantado agrupa a los hijos de los obreros, los campesinos, los profesionales, los pequeños empresarios y es, por tanto, una base de la soberanía democrática de México. Por eso hace suyo el principio de la democracia representativa del pueblo; el de la soberanía popular del artículo 39 constitucional que reconoce al pueblo el derecho a cambiar su régimen de gobierno cuando lo considere necesario; y la democracia civil del artículo 3º, que establece la democracia basada en el “constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.” Estudiantes y soberanía social. El estudiantado rechaza toda usurpación del Estado, las dictaduras, el caudillismo, el partidismo y cualquiera otra forma que suplante el ejercicio de la soberanía por la propia sociedad. Reconoce y participa en la sociedad que ejerce su soberanía plena en todo lo que atañe a sus asuntos. Hace suyo el uso pleno de los derechos humanos de pensar, asociarse, ma-

nifestarse, expresarse, transitar, comunicar e informarse sin censura o limitación. Reconoce a la sociedad su capacidad para darse nuevas formas de vida y revolucionar el régimen existente basado en la mercantilización, la cosificación y la alienación de la convivencia humana, para fundarlo sobre nuevas bases de dignidad, justicia y libertad efectivas. ¡Junto a la soberanía nacional y política, la soberanía social es el principio que rige el ejercicio efectivo de los derechos de la humanidad y de toda democracia! Democratizar la universidad. De la política democrática y de la soberanía social se desprende el principio de la democratización de la universidad con la intervención de los estudiantes en los de-

partamentos, consejos técnicos y la dirección académica en general. ¡Por lo tanto, su educación debe significar adquirir un compromiso con el bienestar del pueblo mexicano! Por una educación al servicio de la soberanía nacional. Debiendo ser las instituciones de educación superior la avanzada, la vanguardia de la ciencia, el arte, la técnica y el humanismo. Con estos principios, que expresan la marcha de la vida nacional de México, el activismo pragmático deja su lugar a la vida histórica y asegura que sus batallas engrandezcan y profundicen el alcance de la vida nacional. ¡Tal es el modo como los principios del 68 tendrán su verdadero alcance!

Del niño que fui Antonio Luquín Aunque yo tenía nueve años entonces, bebí el ansia, la incertidumbre y, hay que decirlo también, el entusiasmo del momento a través de mis primos (todos mayores que yo). Llegó luego a mi casa La noche de Tlatelolco (tengo una copia de la segunda edición) y con los años integré a mi maduración intelectual el movimiento que creció dentro de mí viendo cómo se empequeñecían las Olimpiadas de aquel año y tantos otros recuerdos del niño que fui. En la universidad hice un estudio a fondo sobre el Movimiento Estudiantil y leí otros textos capitales para entenderlo mejor tales como el Mexico 68: juventud y revolución de José Revueltas y Los días y los años de Luis González de Alba. En 1985, al regreso de su exilio, busqué a Marcelino Perelló y eventualmente nos hicimos amigos. El texto que muchos esperábamos que escribiera del 68, con su lamentable deceso, nunca llegó. Al morir Perelló en 2017, el 68 desapareció un poco como cuando la Segunda Guerra Mundial y Glenn Miller dejaron de existir cuando mi papá murió. Historias a las que se podía estrechar la mano o dar un fuerte abrazo.


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Yo tenía doce años en 1968

Los pasos del sonámbulo

Juan Villoro

Una mirada íntima a los sucesos del 68 que de muchos modos nos revela, nos ilumina, las diversas y asombrosas caras de ese inquietante año que sacudió la conciencia de generaciones emergidas bajo consignas contraculturales, y acaso continúa suscitando reflexiones y acciones en la vida contemporánea. Una mirada donde la “piedad filial” es centro y eje del entorno adolescente.

El hombre, que a la edad de dos años aprende a caminar, percibe la felicidad del escalón porque, como criatura que tiene que aprender a andar, recibe al mismo tiempo la gracia de poder elevar la cabeza. Aby Warburg Es totalmente inocente la costumbre de mucha gente de caminar más despacio cuando intenta recordar alguna cosa. Avishai Margalit

E

l encierro suele ser un espacio fecundo para el recuerdo. La memoria y la imaginación son escapatorias del hombre encarcelado. En un gesto de congruente ironía, el Archivo General de la Nación se encuentra en lo que fue el “Palacio Negro” de Lecumberri, la cárcel prestigiada por los protagonistas del movimiento ferrocarrilero, por José Revueltas, los líderes del 68, José Agustín y los muchos olvidados que purgaron ahí sentencia injusta. La venganza del hombre cautivo consiste en detener el tiempo, fijar los hechos; con más rigor del que padece en su celda, busca que no escapen sus recuerdos. Elena Poniatowska entrevistó en la cárcel de Lecumberri a los miembros del Consejo Nacional de Huelga y de la Coalición de Maestros detenidos por el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Esas conversaciones, reunidas en La noche de Tlatelolco, prefiguraron

el archivo que hoy es resguardado entre los muros del antiguo presidio. En su diálogo con Poniatowska, Eduardo Valle, cuyo apodo de el Búho resultaba idóneo para las profecías, comentó: “Yo creo que el Movimiento repercutió en los niños en tal forma que, si se puede confiar en este país, es precisamente porque en él hay una inmensa cantidad de niños. En las generaciones que vivieron el Movimiento desde las aceras, viendo pasar a sus hermanos mayores, tomados de las manos de sus padres en las propias manifestaciones, los que oyeron los relatos de los días de terror, o los sintieron en su carne, en ellos está la revolución. El gobierno de este país deberá tener mucho cuidado con aquellos que en 1968 tenían diez, doce o quince años. Por más demagogia que se les inocule, por más droga que se les aseste, ellos recordarán siempre en lo más íntimo de su mente las golpizas y los asesinatos de que fueron objeto sus hermanos… Recordarán (por más

que el gobierno se empeñe en hacerlos olvidar) que de pequeños sufrieron la ignominia de los garrotazos, las bombas lacrimógenas y las balas”. La infancia es el principal archivo de la emoción y la memoria. La vida del hombre se define esencialmente por lo que le sucede antes de los doce años. Santiago Ramírez resumió esta operación en un aforismo que daría título a un libro: Infancia es destino. Quienes fuimos niños en el 68 estamos destinados a recordar aquellos días de esperanza y sangre con la mirada que tuvimos entonces. Otros periodos, más remotos, pueden ser recuperados con una curiosidad no interferida por la emoción. Puedo imaginarme como adulto durante el cisma papal del siglo XIV y situarme en plazas de desconocidas ciudades europeas, cubiertas por cadáveres de la peste bubónica. En cambio, sólo puedo ver el 68 a la altura de mis doce años, con la mirada inamovible del testigo de cargo.

“La herencia del 68 tuvo para nosotros mayor impacto cultural que político, entre otras cosas porque el Movimiento Estudiantil también fue un fenómeno de la contracultura, que articuló búsquedas para cambiar no sólo un sistema de gobierno sino una manera de vivir”


21 Si toda forma de escritura depende de establecer contacto con una sensibilidad primera, de recuperar al niño que respalda con su asombro y su novedad al narrador adulto, el relato memorioso de lo que pasó durante mi niñez me lleva a asumir esa perspectiva por partida doble. El 68 es mi infancia, lo que conocí de la mano de mi padre, profesor de filosofía que no pudo cambiar el mundo, o sólo lo cambió en una medida subatómica que me propongo desentrañar en estas páginas. El Búho depositó una esperanza infinita en mi generación: “En ellos está la revolución”. Un luchador cautivo delegaba su ilusión en quienes crecerían para justificarlo. Pero también el gobierno entendió la amenaza potencial que representaba la siguiente ronda generacional y mitigó el ánimo de protesta, ofreciendo insólitas opciones para los posibles herederos del 68. Así las cosas, mi generación creció entre los signos contrastados del oprobio y la radicalidad. Después de Tlatelolco hubo un intento de recuperar a los jóvenes de la clase media a través del sistema CCH, el Colegio de Bachilleres, el Injuve, la tarjeta Plan Joven, ofertas de becas y viajes, renovadas oportunidades de integración a una sociedad que en octubre del 68 mostró una fractura extrema. En los años setenta, la “apertura democrática” del presidente Luis Echeverría fue la zona contradictoria que incluyó la represión del 10 de junio, la prohibición de conciertos de rock y el golpe a Excélsior, y que también amplió un poco los márgenes de libertad de un sistema autoritario. No se trataba de fomentar una genuina democracia, sino de crear válvulas de escape para perpetuar un modelo de dominio. Esta extraña situación permitió que nos formáramos leyendo el Libro rojo, de Mao (que incluso se vendía en los supermercados); Los agachados, de Rius; los Conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker. Me inscribí en un seminario de lectura de El capital, subrayé Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, de Víctor Serge, a los 18 años me afilié al Partido Mexicano de los Trabajadores, presidido por Heberto Castillo, uno de los líderes del 68, estudié sociología en la UAM-Iztapalapa, donde el marco teórico era rigurosamente marxista, y me

La soledad, medio siglo después. Foto de Norma Patiño.


22 recibí con una tesis sobre el concepto de enajenación. Como es sabido, esta pedagogía radical no logró que mi generación cambiara la vida social de México (aunque algunos, como el Subcomandante Marcos, se acercaron bastante). La herencia del 68 tuvo para nosotros mayor impacto cultural que político, entre otras cosas porque el Movimiento Estudiantil también fue un fenómeno de la contracultura, que articuló búsquedas para cambiar no sólo un sistema de gobierno sino una manera de vivir. En este sentido, aún está por determinarse la forma en que la Era de Acuario se combinó con una lucha cívica cuyas principales demandas eran respeto a la Constitución y diálogo público con el presidente, y en qué medida esto afectó las diversas trayectorias de los hijos o los hermanos menores del 68.

Toda rebelión rediseña el futuro. A la distancia, llama la atención la mesura de metas del Movimiento Estudiantil. El 68 no prometía una aurora socialista, aunque muchos de sus miembros y algunas pancartas profesaran el marxismo-leninismo. Se trataba, en lo fundamental, de un movimiento democratizador. Su idea de futuro no era utópica ni desmedida, y en ese sentido parecía tangible. Sin embargo, estos razonables ideales serían rechazados o pervertidos por las reformas políticas del gobierno. En las siguientes décadas el PRI perfeccionaría sus métodos de represión directa (de la guerra sucia en Guerrero a la cacería selectiva de disidentes), la cooptación adinerada y sutil de opositores, los artilugios del fraude electoral, la disuasión a través de los medios de comunicación.

Numerosos militantes de la izquierda pensábamos que la democracia era el nombre implícito de la revolución y que un país de libertades avanzaría necesariamente hacia una mayor igualdad social. Pero en el canónico año 2000 el partido oficial no sería vencido por una tendencia socialista o socialdemócrata, sino por un candidato populista y conservador, Vicente Fox, del PAN. La valoración del 68 pasa por revisar un doble fracaso: la represión de un movimiento democratizador y la imposibilidad de recuperar su herencia para transformar la sociedad desde la izquierda. En lo que toca a mi generación, en la que el Búho depositó sus más generosas adivinaciones, también pasa por el siguiente cuestionamiento: las nuevas opciones para la clase media crearon un clima de tentativas individuales, no ajeno al conformismo, donde la urgen-

Motivos para la danza (fragmento) Roberto López Moreno III sus pisadas sobre las escalinatas, Fue en Tlatelolco, plam, plam, plam, nosotros los vimos esa tarde, sus pisadas, con nuestros ojos ardientes lo vimos, plam, plam, plam, lo sentimos, lo palpamos, nosotros lo vimos. sus pisadas, ¡Dancemos! plam, plam. Destruyamos todo con la danza Del cielo cayó como un cometa, para hacernos la luz y el nuevo tiempo, un rayo verde, un relámpago verde, una estrella verde. hacer el canto. Nosotros somos testigos. Fue en Tlatelolco, Caían sus pisadas, plam, plam, plam, nosotros lo vimos, sus pisadas, plam, plam, plam, estaban todos reunidos para empezar la danza. clavaban sus pezuñas en el piso, Era la primera época, babeaban, fue en Tlatelolco, los hombres caían en medio de la danza. el quinto sol danzaba sobre nuestras cabezas, Que florezca todo la piedra era la cama de los siglos, porque todo está muerto, la lengua de los hombres, porque mataron todo. la lengua de los vientos, Que se acabe todo porque reconstruiremos todo, la lengua de esa tarde, lo haremos todo, de allá del cielo bajo, nacerá todo, fue del cielo que bajó volverá todo con la danza, como un relámpago, dancemos, del cielo bajó el rayo verde, sus pisadas, la raya verde, plam, plam, plam, la muerte verde, reconstruiremos todo con la danza, los hombres se reunían para iniciar la danza, porque acabaron todo, luego llegaron los perros de la muerte, porque mataron todo, babeaban, todo murió en un tumulto de fuego.


23 cia no era impugnar sino formarse ante una ventanilla para pedir una beca. Este acatamiento de la norma no sólo se refiere al trato con el Estado, sino con la tradición. Seguimos de manera cordial a los mayores; no hubo muchos impulsos para crear espacios propios. Las revistas y las editoriales independientes que formamos no representaron alternativas perdurables; fueron el campo de entrenamiento donde hicimos nuestras primeras armas para pasar después a las publicaciones establecidas. No hay nada avieso en esta conducta. Ninguna generación está obligada a ser rebelde por decreto ni a tomar por asalto la Bastilla o el Palacio de Invierno. Lo peculiar en los hermanos menores del 68 es que conocimos el miedo y la esperanza, crecimos como cachorros de la rebelión, pero no optamos por la confrontación en grupo, sino por la radicalidad de las búsquedas individuales.

Desde que empecé a escribir me inquietaba la falta de correspondencia entre una formación que parecía destinada a transformar la sociedad en su conjunto y las oportunidades que los miembros de la clase media recibimos en los años setenta. La Era de Acuario, el 68, las utopías del rock se disolvieron en un horizonte donde aparecían vistosas expectativas individuales. Traté de plasmar esta contradicción en uno de mis primeros cuentos: “La época anaranjada de Alejandro”, incluido en La noche navegable (1980). Si a ciertos pintores se les asigna un color para determinar una etapa de su pintura, me pregunté si habría un tono moral para definir a un aprendiz de revolucionario. Alejandro, mi protagonista, atraviesa por una fase “anaranjada”: se está preparando para ser “rojo”. Durante esta educación sentimental viaja a Londres y visita la tumba de Marx en el cementerio de Highgate. Es lo último que hace antes de volver a México. Ante el busto de cemento del león de Tréveris piensa lo siguiente: “Casi no había tenido tiempo de reflexionar sobre su visita al cementerio, el último empalme europeo. Sí, porque entonces vendría el regreso al altiplano, y se iba a enfrentar a lo de siempre. Alejandro se sentía miembro de una generación

a la que le tocó la última parte de una obra de teatro, no la última escena, sino el momento final, recibir la respuesta del público sin saber cuál era la obra representada; él formaba parte de los que venían después, después de todo, del movimiento de 68 y el festival de Avándaro. Había sido muy joven para participar pero no para darse cuenta de que algo estaba sucediendo. Y por si fuera poco, en el momento en que le tocaba actuar, la escena era una tarima desierta; los actores y el público abandonaban la obra para irse a merendar a algún café”. Estas líneas, escritas a los 20 años, resumen la perplejidad de quien sabe que las cosas deben ser distintas y desearía pasar al convulso territorio de la acción, pero pertenece a una realidad donde eso ya no es posible. La rebelión colectiva volvió a ser atributo de la siguiente generación, la del CEU. Nuestros hermanos mayores y nuestros hermanos menores tomaron las calles. Nosotros perfeccionamos nuestra condición de testigos, algo no menos importante. Eduardo Valle tuvo razón al decir que el gobierno debía cuidarse de las nuevas generaciones, y el gobierno reaccionó con más reflejos de los que podía preverse. En los cuatro años en que estudié sociología tuve profesores chilenos,

argentinos, brasileños y uruguayos que habían sido perseguidos políticos en sus países y encontraron en México un refugio esquizoide donde se podía vivir de enseñar marxismo mientras el PRI consolidaba un sistema de injusticia y privilegios en nombre de la revolución. En 1976 debuté como votante en las urnas. Hartos de la farsa electoral, los partidos de oposición se negaron a presentar candidatos. José López Portillo competía contra sí mismo. En esos días, Jorge Ibargüengoitia escribió en el Excélsior de Julio Scherer: “El domingo son las elecciones. ¡Qué emocionante! ¿Quién ganará?” Echeverría renovó pactos sociales y otorgó inesperada flexibilidad al dinosaurio. La “apertura democrática” consolidó lo que el PRI siempre ha buscado: la impunidad y el dominio sin fisuras. ¿De qué manera se puede elaborar una política del duelo y una recuperación de la memoria histórica? La profecía de el Búho se refería a los testigos de cargo: los niños en las banquetas, los que vieron la ignominia. ¿Qué pasaba con los otros niños? El resto de mi generación creció sin saber lo ocurrido en Tlatelolco. La prensa y la televisión mintieron de manera sostenida. Recuerdo las calumnias que se decían en el patio del colegio, no muy distintas a

“Las revistas y las editoriales independientes que formamos no representaron alternativas perdurables; fueron el campo de entrenamiento donde hicimos nuestras primeras armas para pasar después a las publicaciones establecidas. No hay nada avieso en esta conducta. Ninguna generación está obligada a ser rebelde por decreto ni a tomar por asalto la Bastilla o el Palacio de Invierno. Lo peculiar en los hermanos menores del 68 es que conocimos el miedo y la esperanza, crecimos como cachorros de la rebelión, pero no optamos por la confrontación en grupo, sino por la radicalidad de las búsquedas individuales”


24 las que el 7 de octubre de 1968 Elena Garro vertió en El Universal: “Asistimos mi hija y yo a dos reuniones del CNH, celebradas en el anfiteatro bautizado como Ernesto ‘Che’ Guevara, en la Facultad de Filosofía y Letras. En la primera había cuatro mil estudiantes y un considerable número de líderes del CNH e intelectuales, entre ellos Telma Haro, José (sic) Escudero, José Luis Cuevas, Leonora Carrington, etcétera, y se pidió que se boicotearan los XIX Juegos Olímpicos, primero evitando que los deportistas universitarios seleccionados participaran en la competencia y luego mediante otras maniobras. En otra reunión celebrada en ese mismo anfiteatro que presidieron Sergio Mondragón, Eduardo Lizalde, Jaime Sheley, Leopoldo Zea y otros intelectuales, y en la que fungió como principal orador Luis Villoro —catedrático universitario—, se acordó boicotear la Olimpiada Cultural mediante el retiro de todos los exponentes nacionales y de muchos extranjeros. Me pareció criminal, desde la primera ocasión, la idea de boicotear los Juegos Olímpicos, y asistí a esas reuniones porque se me invitó y porque se pensaba que en un momento dado yo formaría parte de la subversión”. Cuando confronté a mi padre con estas declaraciones, dijo sin el menor dejo de rencor que se trataba de una mentira intrascendente. Eso podía haberlo perjudicado, pero no había sido así. Más valía olvidar el tema. Acto seguido, me comentó que en la congregación que siguió a la Marcha del Silencio fue escogido como orador sustituto para hablar en caso de que Heberto Castillo no pudiera hacerlo, pues había rumores de que lo iban a detener. “Heberto sí fue y yo no hablé”, comentó mi padre con un dejo ahora sí amargo, de haberse quedado en la orilla. El infundio de Elena Garro (provocado, luego se supo, por las presiones de la Secretaría de Gobernación) se convirtió para él en un antisuceso que podía ignorar; no haber participado más fue el antisuceso que le dolió. La campaña de la autora de Los recuerdos del porvenir continuó en la arena internacional. En su diario sobre Borges, Adolfo Bioy Casares habla del telegrama que Elena Garro les pidió que firmaran para felicitar al presidente Díaz Ordaz por la matanza de Tlatelol-

co. Dos de los mayores escritores de la lengua cedieron a ese delirio. Se sabe, por investigaciones posteriores, que la escritora fue sometida a una presión intensa por parte del gobierno, que abusó de su fragilidad emocional. Esto rebaja su responsabilidad en la persecución de intelectuales sin que por ello se olvide el clima de terror al que sus colegas se vieron sometidos.

Yo no podía hablar del tema en la escuela porque me sabía en minoría y por una desconfianza típica de los ambientes paranoicos. Poco a poco, comencé a sospechar de mi padre. La presión social hacía que fuera más sencillo pensar que él estaba equivocado. Su vida era bastante rara para mí: se dedicaba a la filosofía, profesión indefinible, había dejado a mi madre, era español pero hablaba con fervor mexicanista de la Independencia. Todo esto me resultaba confuso. En cierta forma, me parecía lógico que él estuviera en problemas. En la breve pieza teatral El soplón, de Bertolt Brecht, los padres temen que su pequeño hijo los denuncie ante los nazis. Uno de los peores efectos del miedo es que lleva a desconfiar de quien no se debe desconfiar; invade la vida íntima y traslada ahí las reglas de los represores. Quienes delatan suelen ser seres próximos. Sin llegar a ese extremo, los hermanos menores del 68 conocimos el momento de tensión en que todo se pacifica y normaliza si aceptamos la razón de Estado antes que la razón minoritaria de nuestros parientes. ¿Cómo recuperar lo sucedido para quien ha visto los hechos de niño, con visión de infantería? Los acontecimientos suelen ocurrir dos veces: en la realidad y en la mente de los testigos. En ocasiones, la reelaboración memo-

rista debe luchar con lo que se fijó en el impacto inicial. Ciertas distorsiones nos permiten atenuar el drama y hacerlo llevadero. El autor que vuelve a su infancia debe disolverlas y, en cierta forma, convertirse en su propio escritor fantasma; recuperar su rastro con pisadas ingrávidas, tentativas, exploratorias. Quien recuerda, aminora el paso. La televisión y los periódicos hacían causa común contra la versión de mi padre. La idea dominante, compartida por mis vecinos y mis compañeros de clase, era que los comunistas (que ya habían invadido Checoslovaquia) se aprovechaban de los estudiantes mexicanos para tratar de impedir los Juegos Olímpicos, programados para el 12 de octubre de 1968, diez días después de la matanza de Tlatelolco. El recelo que me producía la postura de mi padre se veía aumentado por su silencio y las explicaciones a medias que me daba. Hacía esto para protegerme del problema, pero sólo lograba ahondarlo. El 68 se convirtió en mi casa en algo mencionado con dificultad, un secreto que no sabíamos cómo guardar. Los hijos de los universitarios recibíamos una versión distinta, pero mutilada en nuestro beneficio para ahorrarnos una inmersión en el horror. Jorge Volpi, que nació justo en el 68, pudo escribir una relatoría objetiva del tema: La imaginación y el poder, sin ser afectado por su propia versión de los sucesos. En cambio, quienes tuvimos una proximidad definitiva, aunque condenada a una interpretación fantasmagórica, plagada de sospechas y cosas no dichas, debemos buscar un acceso memorioso para que los datos coincidan al fin con las sensaciones. El trato con el recuerdo suele extraviarse en esos recovecos. En mi caso, tuvieron que pasar cuatro o cinco años para entender las cosas de otro modo.

“México era entonces un planeta de La dimensión desconocida. Todo venía de lejos, por vías inescrutables, pero estábamos a punto de ser descubiertos por inteligencias lejanas: en otoño serían las Olimpiadas”


25 Me enteré de los sucesos por Los días y los años, la entrañable novela autobiográfica de Luis González de Alba, escrita en la cárcel de Lecumberri. Gracias a esa lectura, pude mezclar los hechos con mi propia emoción, y entendí por lo que había pasado mi familia. Mi perspectiva de niño de 12 años, que observaba el mundo desde la cintura de los adultos, se cargó de otros significados. Con el paso de las décadas, la revisión del 68 no ha dejado de cobrar sentido. Los responsables quedaron impunes. No se hizo justicia a los muertos ni a los detenidos. Esto otorga un valor moral a la memoria. Es atributo del recuerdo buscar una forma demorada de paliar agravios: “La memoria abre expedientes que el derecho y la historia dan por cancelados”, escribió Walter Benjamin. Ciertos miembros de la comentocracia y algún teleintelectual han cedido a un análisis de demoscopia forense señalando que a fin de cuentas no hubo tantos muertos en Tlatelolco. Se habla de 69, 68 estudiantes y un policía. Este análisis estadístico prolonga la argumentación del presidente Díaz Ordaz. Cuando fue nombrado embajador en Madrid, en 1977, se le cuestionó sobre su responsabilidad en la matanza de Tlatelolco. El represor respondió entonces que cada víctima debe dejar un hueco. ¿Dónde estaban las ausencias? ¿Quién demostraba que había desaparecidos? ¿Qué pruebas tenían? Si no abundaban las quejas, era porque no había tantos muertos. Cierto o falso, el dato de 69 muertos ha permitido una aritmética del espanto. Para algunos comentaristas cínicos, el rédito social que se ha obtenido de la matanza es superior a la tragedia. Con esta contabilidad crematística se pretende demostrar que se ha hecho demasiado ruido con pocas nueces. El argumento es inmoral e insostenible. El genocidio no puede recibir un descuento ético de “asesinato en mediana escala”. Como afirma Jacques Derrida, cada muerte es única y acaba por completo con el mundo. Cristo sólo murió una vez. Lo que está en juego en la matanza de Tlatelolco es lo que Jean-François Lyotard advierte a propósito del Holocausto: hay algo peor que la muerte. No estamos sólo ante la aniquilación sino ante un mecanismo que la permite, un orden, una razón de Estado en la que

muchos participan de manera voluntaria. Gustavo Díaz Ordaz fue aclamado al inaugurar los Juegos Olímpicos, del mismo modo en que la delegación soviética fue abucheada. Sabemos, por la secuencia reflexiva que va de Primo Levi a Giorgio Agamben, que una de las causas para silenciar el testimonio es la culpa. No es fácil estar vivo o en libertad cuando otros han muerto o han ido a dar a la cárcel. El solo hecho de rendir testimonio puede parecer una forma indirecta de la traición. En Lecturas de infancia, Lyotard expresa cabalmente el dilema: “Los testigos que hablan sienten horror de haber sido elegidos por el mal a fin de poder contar”. Recuerdo el desconcierto de mi padre al no ser detenido después del 2 de octubre. Eli de Gortari, Heberto Castillo y otros miembros de la Coalición de Maestros ya estaban en la cárcel de Lecumberri. Él tenía derecho a un año sabático pero, en contra de la insisten-

cia de mi madre, pospuso su salida del país. Se mostró en los sitios donde podía ser arrestado, pero no siguió el destino de sus compañeros. Nunca escribió del tema, lo silenció, tal vez porque se sintió falto de “méritos”. En mi caso, la culpa trabajó de otro modo a través del tiempo: había desconfiado de mi padre y de sus ideas que dividían (primero a la familia, luego al país). Además, me afectaba haber visto mal y oído a medias. Es más auspicioso comenzar al modo de Volpi: el 68 como año 0, anterior a la experiencia. ¿Podía rendir testimonio desde la imperfección, contar la trama sin renunciar a la confusión vivida entonces? ¿Qué clase de persona se formó en esos días destinados a ser vistos del mismo modo en lo que toca a la trama, pero cuyo significado cambia de manera incesante? Recordar el tejido minucioso del 68 es un acto de restitución. Ante lo ya sucedido, es posible crear un vínculo

Ilustración tomada del libro La pirámide cuarteada / Evocaciones del 68 de Luis Fernando (Editorial Resistencia, 2017).


26 afectivo que responda a la verdad de las emociones. El silencio con que mi padre rodeó el tema puede ser alterado por otras pisadas. Un niño camina despacio. ¿Hasta qué punto la captación de sentido de una época puede recuperarse en clave íntima? La literatura no tiene otra vía de acceso que el testigo solitario, el mirón aislado que aspira a que su versión sea compartida por los otros, transformada en materia común a través de la lectura. Escribir es un ejercicio individual que apela al otro para universalizar la experiencia.

El 24 de septiembre de 1968 cumplí 12 años y desde hacía meses caminaba dormido. Era sonámbulo y eso me definía. Mi conciencia crítica se reducía al

hecho de despertar en sitios imprevistos. Aunque el desplazamiento no era traumático —o no me lo parecía—, me dejaba una sensación de soledad y abatimiento. Por lo general, despertaba llorando. Mi abuela rezaba para que yo perdiera ese vicio nocturno y mencionaba la previsible causa de mi excentricidad: el divorcio de mis padres. A mí el tema me preocupaba porque me impedía ir de campamento con los Amigos del Bosque, versión radical de los Boy Scouts. Alguien sugirió que me ataran una campanilla para despertar a los demás si abandonaba la tienda de campaña, pero el catastrofismo familiar concibió una escena incontrovertible: yo atravesaría con los brazos extendidos el parque nacional de La Marquesa sin que nadie oyera mi badajo, hasta ser arrollado en la autopista México-Toluca.

¿Dónde estabas? Lillian van den Broeck A los trece te faltaban años para ser insubordinada Vivías en una colonia gris del lado civil del muro del CM1, puerta ocho Nos dijeron que ahí se los llevaron detenidos y que se esfumaron en mazmorras mágicas “preventivas” ¿Te acuerdas que algunas noches se escuchaban disparos salir de ese mundo militar? Nos daba miedo ir a patinar a la cancha de básquet que colindaba con el campo Al ver a los hombrecillos verdes de lejos, reunidos o individuales, dábamos media vuelta a la izquierda para desvanecer pausado ¿Recuerdas las fotos en las revistas? La vecina del general Revueltas compraba todas donde hubiera sangre y muertos Y nos las enseñaba Así vimos en blanco y negro los cuerpos asesinados del Che, de Martin, de Bobby y luego los cadáveres de los muchachos de octubre Brutal represión Lejos de alejarnos de la esperanza nos abrió camino para abrazar la ausencia de cuarenta y tres más desaparecidos y poder destronar dos veces a la misma bestia ¿La vamos llevando? Dices que no sabes Que todavía no tenemos justicia ni libertad Que nos hacen falta

Mi verdadero ideal en esa época era tocar en un grupo de rock. En La Pequeña Lulú había leído un episodio titulado “Fusifingus pup”, que trataba de una flor difícil de localizar y cuyos poderes eran mágicos. Cuarenta años después advierto que la trama mezclaba la esquiva flor azul de los poetas románticos con la exploración de vegetales tóxicos, típica de la psicodelia. En aquel tiempo, la flor buscada por la Pequeña Lulú me pareció magnífica para nombrar mi primer grupo de rock. La fantasía botánica de “fusifingus pup” se convirtió en el trío Fusifingus Pop, donde yo tocaba la melódica y dos amigos el pandero y las maracas. Interpretábamos Happy together del grupo Las Tortugas con involuntario acento escocés. Mi grupo mexicano favorito eran los Dug Dug’s, que imitaba a los Beatles en la pista de hielo Insurgentes. El frío que imperaba en el recinto y el vaho que nos salía de las bocas nos hacía sentir felizmente extranjeros. La canción que llevaba al público al delirio era Lucy in the Sky with Diamonds. Un amigo me había dicho que el título venía de las siglas LSD y yo escuchaba las primeras notas de la guitarra en trance alucinógeno. De vez en cuando, el acre olor de la mariguana llegaba a la parte de las gradas donde mis dientes castañeteaban de escalofrío al compás del rock. Los tiempos estaban cambiando; se hablaba mucho de drogas y todos mis amigos tenían un primo que había probado hongos en Oaxaca, se había tirado de una azotea después de ingerir una pastilla cósmica o había conversado con una pareja de extraterrestres en busca de una provisión de “Acapulco Golden”, hierba de nuestra tierra de la que ya se hablaba en las galaxias. Las jeringas habían dejado de ser instrumental médico para inyectar sueños en el torrente sanguíneo. Yo escuchaba hablar del tema con una mezcla de miedo y fascinación, sin atreverme a compartir mi verdadero sueño intravenoso. La película del momento era Viaje fantástico. La cultura de masas aporta a cada generación dos o tres mujeres que representan la sexualidad absoluta, la condensación del deseo comunitario, la belleza sancionada por la estadística que sólo los muy raros o muy perversos o muy valientes se atreven a refutar. Viaje fantástico estaba protagonizada por Raquel Welch, que en su condición


27 de diosa mediática combinaba todo lo que el Mediterráneo tiene que ofrecer en materia de sensualidad con el desenfreno de la cultura pop: una Afrodita en un entalladísimo traje blanco. La trama de Viaje fantástico era morbosa en el más literal de los sentidos. Un grupo de científicos reducía a varios médicos a tamaño microscópico para que ingresaran en un cuerpo humano y pudieran repararlo por dentro. Al final, eran expulsados por un lagrimal. Dado el tamaño de los tripulantes, el llanto parecía un Niágara. ¿Podía haber droga más intensa que tener a Raquel Welch inyectada en las venas? De acuerdo con esta fantasía, asumí el reto de imaginar a Raquel en mi torrente sanguíneo y no llorar nunca para que no escapara, de ser un enamorado resistente y duro, del todo distinto al niño que lagrimeaba por demasiadas cosas. Ése fue otro tema del 68: el llanto como reacción infantil a todo lo que me ocurría. Lloré con la separación de mis padres, lloré cuando perdió el Necaxa y lloré cuando le ganó al América, lloré al ver mis calificaciones y lloré a escondidas al ver a mi madre llorar a todas horas, lloré cuando leí una historieta donde moría un superhéroe y lloré en la siguiente historieta por ser tan imbécil como para creer que un superhéroe podía morir, lloré cuando mi padre desapareció rumbo a una manifestación y lloré cuando lo vi regresar. Lloré demasiado en un país donde el valor cultural del llanto era bajísimo. Lloré en México, donde sólo lloraban los débiles. Si Raquel estuviera dentro de mí, no volvería a llorar jamás. La retendría como un cosquilleo de mi sangre devota, una educación intravenosa para entender la poesía de López Velarde. En 1967, los Beatles habían grabado el más complejo de sus discos: Sargento Pimienta, que incluía “Lucy in the Sky with Diamonds”. Todo en esa obra estaba llamado a ser célebre. La portada se convertiría en la más discutida de la cultura de masas, por la gente ahí reunida y porque se trataba de un funeral. ¿Quién era el muerto? 1968 comenzó para mí con otro motivo de llanto: Paul McCartney había fallecido; por eso llevaba un brazalete con las siglas OPD (Officialy Pronounced Dead, oficialmente dado por muerto). El disco Abbey

Road contribuiría al mito póstumo. En la portada, los Beatles atravesaban una calle. Paul iba descalzo como un muerto, George parecía un enterrador, John un sacerdote y Ringo lo que siempre había sido: el testigo de los otros tres. Al fondo, un coche tenía la placa 28IF, que posiblemente significaba: “28 años, si viviera”. En 1968 los Beatles sugerían que los sueños pueden acabar. También fue mi último año de voracidad por lo dulce. Un genio de la química había inventado un postre a la altura de su nombre: el Flantástico permitía combinar el flan de coco con aderezo de chocolate o vainilla. Me administré festivales de tres flantásticos diarios hasta que me enteré de otro gusto de los tiempos: los gordos no son apetitosos. En ese tiempo la vida tenía sentido porque una niña, que en el pudor de la memoria llamaré Marina, se senta-

ba en el pupitre anterior al mío. Padecía una alergia que la hacía estornudar a cada rato. Cuando se agitaba, yo percibía el fresco olor de su cabello. Respiraba una confusión sensorial de palmeras bajo el sol, pero sobre algo parecido al flan de coco. La idolatré sin atreverme a decir lo que mi cara hacía evidente hasta que la mejor amiga que nunca falta me informó que a Marina no le interesaban los barrigones. En 1968 apelé por vez primera a la fuerza de voluntad. Quise ponerme a dieta y no pude. En un momento melodramático acompañé a mi madre a la iglesia y recé para repudiar lo dulce. La fe produjo el mismo resultado que la voluntad. México era entonces un planeta de La dimensión desconocida. Todo venía de lejos, por vías inescrutables, pero estábamos a punto de ser descubiertos por inteligencias lejanas: en

Tiempo nublado, medio siglo después., Foto de Fernando Castillo Trejo.


28 otoño serían las Olimpiadas. Las naves extranjeras llegarían llenas de atletas. Mi padre se había mudado a un departamento sombrío, donde las ventanas daban a una tapia. En su condición de divorciado tenía estupendos platos de cartón. El único lujo estaba en su escritorio: unos boletos coloridos y enormes, del tamaño de toallas para las manos y el logotipo de “México 68”. Nuestro pasaporte olímpico. Los lemas atléticos competían con los graffitis que tapizaban la ciudad, escritos por los estudiantes: “La imaginación al poder”, “Veterinaria presente: vacuna a tu granadero”, “Prohibido prohibir”. Como escribió Octavio Paz en un poema, los empleados municipales habían limpiado la sangre. Las consignas de los muertos aún sobrevivían en las paredes. Pero no se hablaba del asunto. Cuando encontraba a un conocido, mi padre intercambiaba informaciones en el tono de los conspiradores. Mi abuela materna, cuyo lema de vida era “piensa mal y acertarás”, me informó que mi padre era comunista, entre otras cosas porque fumaba demasiado. Su mundo pertenecía al de la gente sin filtro. Mi madre fumaba la misma marca, Raleigh, pero con filtro. Una tarde llegué a la casa y respiré los dos humos que hacía tiempo no se mezclaban. Mi padre dijo entonces que la represión era casi segura; el papel de los maestros consistía en encauzar a los alumnos, pero no en detenerlos. Mi madre opuso argumentos con filtro: la inutilidad del sacrificio en un país que nunca cambia; luego mencionó el coche que estábamos pagando (las deudas se llevan mal con los riesgos). En el colegio mis compañeros decían que los comunistas se habían infiltrado en la Universidad. La palabra “infiltrado” me cautivó: condensaba humo y espionaje. Mi padre era un infiltrado. Pero no me atreví a ponerme de su parte en el colegio: la gordura ya me volvía bastante impopular para además ser disidente. Cuando Ciudad Universitaria fue tomada por los tanques, hubo vítores en mi colegio, y yo no protesté.

No tengo un solo recuerdo que revele que mis padres se amaron, tampoco uno que se refiera a un pleito. Mi fami-

lia: dos personas que mezclan humos diferentes. ¿Qué sucedió entonces? Desde Platón, el recuerdo es una forma del conocimiento: no nos adentramos en lo que pasó para revivir lo que ya sabemos, sino para conocer algo nuevo. Cuando eso ocurre, la memoria gana autonomía, sobrevive. Elie Wiesel fue niño en los campos de concentración y dedicó el resto de su vida a la ardua tarea de ser superviviente. Años después de la guerra regresó al pueblo en el que había nacido y encontró un escenario casi intacto. Las mismas casas seguían en pie. Sólo faltaban los judíos. Recordó su última noche en el lugar, cuando su padre le indicó a sus hijos y a su esposa que ocultaran lo más valioso que tenían, para salvar algo del exterminio. Elie fue al pie de un árbol y enterró un reloj de oro que había pertenecido a sus antepasados. No olvidó el lugar de su escondite. Al regresar al pueblo años después de la guerra, buscó el árbol. De modo impulsivo, se arrodilló y excavó con las uñas. El reloj seguía ahí. Elie Wiesel lo limpió, contempló su carátula, admiró su resistencia. Lo único que quedaba de su familia. Entonces hizo algo que le resultó inexplicable: volvió a enterrar el reloj. ¿Qué revela este gesto en alguien consagrado a la moral del recuerdo? La memoria entraña un doble movimiento: excava en busca de lo que se ha perdido, pero una vez que llega ahí, el recuerdo gana fuerza para vivir por su cuenta; deja de ser un proceso de investigación; se transforma en algo concreto: una piedra, una lápida, un reloj. Pensé que mi padre se mostraba en todos sitios y me llevaba a los preparativos para la Olimpiada porque deseaba ser arrestado para seguir la suerte de sus compañeros. Es posible que fuera así. Yo agrego otra razón, construyo un vínculo, excavo, imagino un puente hacia ese momento en que todo podía desaparecer. Varias veces mi padre dijo que no adelantaría su sabático ni saldría del país porque pronto serían las Olimpiadas, como si los boletos le otorgaran inmunidad. Esta explicación sobrevivió entre nosotros como un pretexto, pero los trabajos de la memoria le dan otro matiz.

El 2 de octubre él no estuvo en Tlatelolco. Pertenecía a los moderados que anticipaban que ésa sería la plaza de los sacrificios. A los pocos días, alguien nos dio un ejemplar de la revista ¿Por qué?, con fotos de muertos y detenidos. Jóvenes con los pantalones en los tobillos. Bayonetas. Zapatos que ya no pertenecían a nadie. Fue el único testimonio directo de la masacre. En la televisión y en el patio del colegio se culpaba a los universitarios. Para distraerme, yo veía a Marina, pensaba en dulces intangibles, imaginaba las venas de mi cuerpo, donde nadaba una diosa diminuta. Mi padre se puso en contacto con los profesores que estaban en la cárcel de Lecumberri. Mi madre repitió su contraseña de escape: “Sabático”. Él habló de “convicciones”. Pensé que así se le decía a tener muchas ganas de ver las Olimpiadas. La ciudad había sido tapizada con el emblema de una paloma blanca. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz deseaba la paz a las naciones del mundo. En las mañanas, la paloma amanecía teñida de sangre. Poco antes de las Olimpiadas, asistimos a un entrenamiento de waterpolo en Ciudad Universitaria. Recuerdo que una pelota salió fuera del agua y se estrelló en la cara de un juez. Mientras yo miraba ese rostro enrojecido, posiblemente búlgaro, un hombre se acercó a mi padre y le dijo: “Estás en la lista negra”. Él respondió con la exagerada cortesía con que agradecía lo que no le interesaba: “Estoy con mi hijo”, me señaló, como si yo modificara algo. En los XIX Juegos Olímpicos descubrí un tercer amor platónico: la gimnasta rusa Natasha Kunshinskaya. La vi saltar por los aires y me propuse comer menos azúcar. Una noche, en el estadio de Ciudad Universitaria, los corredores de Estados Unidos subieron al podio de premiación con guantes negros. Todo tenía que ver con la política, pero yo apenas lo advertía. Ignoro lo que mi padre sentía en las tribunas del estadio. Eso pertenecía a una zona indefinida, la zona del miedo y del afecto, las cosas que importan pero no se dicen. Sé lo que pensaba del país, pero no lo que pensaba de nosotros. Se arriesgó a volver a Ciudad Universitaria


29 a ver lanzamientos de jabalina que no le interesaban. Lamentó en silencio no correr la suerte de sus compañeros, no estar a la altura de las penitencias que le inculcaron los jesuitas y que el psicoanálisis apenas mitigó como un humo con filtro. Perdió algo decisivo en una época en que se repartían medallas e incluso México ganaba nueve. Las demandas del Movimiento Estudiantil recibieron una respuesta de ultraje. Las fotos de entonces muestran una esperanza detenida: los jóvenes que hacen la V de la victoria y se dirigen a un tiempo vencido, sin transcurso posible. Yo crucé por la historia en mi condición de sonámbulo, sin entender el riesgo que mi padre corría para que yo viera a una niña rusa saltar en el cielo provisional de un gimnasio. Pasaron muchos años para que excavara con las uñas hasta llegar a lo que había guardado, el reloj con su hora detenida. Algo cambió de modo sigiloso en las familias que fueron acosadas, algo se alteró en forma imperceptible pero cierta. Un niño no es todos los niños, pero su historia busca a alguien al otro lado de la página. Un niño camina por la calle de los hechos para no estar solo.

Mi padre sobrevivió entre los derrotados y siguió apoyando las causas perdidas de la izquierda. No contaba anécdotas del 68. Recelaba de las historias personales, que asociaba con el lamento o el narcisismo, y juzgaba impúdico que la vida pública tuviera claves privadas. Las personas le interesaban por sus posturas, no por sus historias. Quizá por eso su hijo no ha hecho otra cosa que buscar la vida privada de las cosas públicas. Érase una vez un gordo de 12 años que no podía dejar el flan. Érase una vez un sonámbulo que despertaba llorando en sitios raros de la casa, sabiendo que en cada lágrima podía escapar la diminuta delicia de Raquel Welch. Érase una vez un zombi obsesionado por los superhéroes que quería ver saltos de garrocha y clavados ejemplares. Érase una vez un reloj enterrado, con el tiempo detenido. ¿Por qué fuimos a las tribunas cuando eso era peligroso? En el relato, la filiación no sigue líneas rectas: el hijo

cuenta lo que el padre no advirtió o no quiso formular, los restos nimios pero tal vez significantes, la letra pequeña de la Gesta en mayúsculas. En México las multitudes tuvieron dos modos de articularse en 1968, en las manifestaciones y en los estadios donde se repartía el oro. Mientras oíamos el himno nacional, tal vez mi padre pensaba en el epitafio de Marx, con la última tesis sobre Feuerbach, el sitio donde yo ubicaría uno de mis primeros cuentos: “Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diversos modos; lo que hace falta, sin embargo, es transformarlo”. En 1968 mi padre me llevó a las Olimpiadas. “Estoy con mi hijo”, dijo cuando le anunciaron que podían detenerlo. Yo era un pretexto para cambiar de tema. Y, en efecto, había otro tema. Algo cambió en ese momento. Algo se condensó para siempre, como el reloj recuperado y vuelto a enterrar. ¿Puede el hijo llegar a donde no quiso hacerlo el padre? Cuando visitó la Acrópolis, Freud sintió una extraña vergüenza de estar en ese sitio y le costó trabajo dar con la causa: su padre había anhelado ir ahí, pero no lo había logrado. A este sentimiento de culpa le llamó “piedad filial”. Si el hijo rebasa al

padre, altera las condiciones de la filiación, deja de ser el que sigue. Curiosamente, eso es lo que desea el padre. Caminar en el pasado, con el paso lento del recuerdo, activa el mismo mecanismo de defensa; la piedad filial se convierte en una niebla protectora para que el hijo ignore lo que el padre no pudo ver y, sin embargo, el padre desea que el hijo abra los ojos. Pasaron cuatro décadas para que yo visitara los vestigios de otro tiempo, la Acrópolis en ruinas: Tlateloco, 1968, de lo que mi padre no escribió, de lo que no quiso hablar. Mi padre no se ocultó ni se alejó en los días del peligro, y yo estaba demasiado interesado en Natasha Kushinskaya para suponer que él se arriesgaba. Él calló, como si recordara que uno de sus libros se llamaba La significación del silencio. Hizo lo que juzgó correcto; no huir, llevar a su hijo a todas partes. A la historia —o al escritor que la recuerda— le gustan los símbolos. En 1968 mi padre fue un filósofo que no transformó el mundo, o que sólo transformó la parte del mundo que lo necesitaba. Ese año dejé de caminar dormido.

Soneto 2 de octubre Mario Helo Es un día que está comprometido con la auténtica e histórica verdad. Faltan testimonios de honestidad. Y el sistema no los ha pretendido. Juegos Olímpicos cubren horrores, el estudiantado quedaba herido, y el movimiento al saberse perdido postergaba indivisibles rencores. Es día del quebranto mexicano. Día de muerte no justificada. Día de luto siempre recordado. Su esencia en cincuenta años extrañada. Su dolor jamás será demasiado. Data de la represión siempre errada.


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Recuerdo de los Olvera

Y tomó asiento en las escalinatas del edificio Chihuahua

Armando Ramírez

Desde una tortería los testigos miraron cuando comenzó el tiroteo indiscriminado en Tlatelolco…

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incuenta años han pasado desde el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Yo estaba en la prevocacional o secundaria Rafael Dondé. Al pertenecer al Politécnico, habíamos ido, como muchos otros, a juegos de futbol americano, a los eventos de aniversario en el Teatro Blanquita. Entonces comenzamos a ir a la Vocacional 7, que antes estaba en la Plaza de las Tres Culturas (parece que ahora está por los rumbos de Iztapalapa). Muchos de los estudiantes de esta Vocacional 7 eran o de la Guerrero o de Tepito, de la Morelos o de la ex Hipódromo de Peralvillo. Muchas veces fuimos al puente que está en la avenida San Juan de Letrán o Eje Central. La verdad, nos gustaba la irreverencia ante los granaderos, a los que veía muy ojetes, se les toreaba muy cerca y, de repente, caían los estudiantes y córranle para las escaleras de la Plaza de las Tres Culturas o a la Vocacional que estaba tomada. Yo llegué con un balón de futbol la tarde del 2 de octubre con mis amigos de la Voca. Cuando los vi les pregunté si se iban a quedar. Me dijeron que sí. Los dos hijos, mis amigos, con el tiempo serían médicos. El padre, un señor que tenía una herrería en Tepito, era un excelente herrero: había hecho ruedas de feria para Oaxaca y Cuernavaca; él, don Francisco, se sentó en la escalinata, frente al edificio Chihuahua, igual los hijos. Después de un rato comenzó a llegar más gente. El señor me dijo: “Mira, hay extranjeros”. Los vi con orgullo. Llevaban cámaras fotográficas.

Tirar a matar Ya saben, comencé a pelotear con Alejandro. Pero seguía llegando la gente. Nos dijeron que nos quedáramos quietos. Yo no puedo estar mucho tiempo sin hacer nada y tenía mucha hambre, así que les dije que iría a comprar una torta. Enfrente del jardín San Marcos hay, o había, una tortería: Malinali, donde había un montón de chavos pidiendo tortas. Mientras esperaba mi torta, entre la balaustrada vi moverse, agazapados, a personas con cascos de soldados. No sólo yo los miré, sino varios de los que estaban ahí se dieron cuenta. Fue cuando llegó el famoso helicóptero que lanzó luces de bengala, y dio comienzo la balacera. El que estaba a mi lado echó a correr, pero lo detuvo en pleno pecho la culata de un fusil, y allá fue a dar. Le ayudé con una mano. Los soldados seguían su camino hacia la plaza. Logramos cruzar el jardín y salimos a lo que hoy es Flores Magón. Creo que antes se llamaba Matamoros, va directo cinco calles a Tepito. Daba miedo mirar desde el camellón a los soldados agazapados. Llegó un grupo de soldados con una metralleta de pie y desde ahí comenzaron a rociar de balas a la gente que estaba corriendo por las

escaleras, y por el tipo de ladrillos octagonales se podía ver siluetas subiendo. Estaba aterrado. Pensaba en los Olvera. Llegó un señor de traje corriendo, tal vez un maestro universitario o algo así. “¡Lo que está pasando en la plaza lo tiene que saber la gente!”, y que nos lleva a varios chavos. Detuvimos a los tranvías, subíamos y explicábamos, como podíamos, lo que estaba pasando en la plaza. El transporte se detenía, se asomaban, las señoras no daban crédito, bajamos y a subir a otro camión. Pasó rápido la noche. La gente llegaba de todas parte, un pariente del señor Olvera me dijo si lo había visto. Le dije que sí, pero que había ido a comprar una torta y comenzó todo. “Acompáñame, vamos a ver si nos dejan entrar”, me dijo. Pura pistola, así anduvimos dando vueltas a la plaza para ver cómo entrábamos. Todo estaba cercado por el ejército. Había tanquetas. Alrededor de las diez de la noche vi salir a los Olvera. Los hijos, amorosos, llevaban al viejo. El señor que estaba conmigo corrió hacia su amigo. Venían de la calle que llegaba al edificio Chihuahua. El viejo Olvera estaba desmayado, sus hijos lo llevaron al Rubén Leñero. El 10 de junio de 1971 estaban

“Llegó un grupo de soldados con una metralleta de pie y desde ahí comenzaron a rociar de balas a la gente que estaba corriendo por las escaleras”


31 haciendo sus prácticas en este hospital. Subieron a un taxi que, veloz, partió. Los soldados estaban atentos de lo que hacían los jóvenes de los edificios. ¿Quién detendrá la lluvia? Me fui a Tepito. Pasé el Paseo de la Reforma. Al llegar a Peralvillo estaban en calma varios camiones. Cuando llegué a Jesús Carranza los tranvías que se dirigían a la Basílica estaban ardiendo en llamas y los soldados, con sus armas en ristre, tenían los ojos llorosos. Al dar la vuelta en Bartolomé de las Casas había carros incendiados, la gente iba de un lado a otro, no me paré hasta que llegué a la plaza Fray Bartolomé. Ahí, todos arremolinados, veíamos hacia Tlatelolco. De entre la gente salió mi abuelita, me abrazó. —¿Y los Olvera? —Llevaron al papá al Rubén Leñero. —¿Cómo está? —Yo nada más lo vi desmayado. Ya en la casa me sentó a la mesa de la cocinita y me dio de comer un caldo de olla como sólo ella lo hacía. Comí y salí. Esperé y esperé y nunca llegó don Pancho. Un día llegó al trece de Plaza una carroza, dejaron el ataúd en el centro del patio, los hijos fueron los primeros en hacer guardia, me invitaron a ponerme con ellos. Ya saben, en el barrio es tradición pasar bolsas de plástico a los comerciantes y los ricos se ven obligados a cooperar. Llegan varias bolsas repletas de dinero. Por lo que se dijo, el dinero lo metieron al banco para poder mantener la herrería abierta. Hasta tuvieron que abandonar la escuela de medicina los hijos. Al más grande le gustaba La Hora de los Creedence y yo ponían una tabla en el bote que guardaba carbón para la fragua y me gustaba ver encendido el hierro al rojo vivo cuando con martillazos iban dándole forma a la reja, soldaban con soldadura eléctrica, y pasaba una muchacha muy bella casi todos los días, ella le sonreía y apretaba el paso, terminarían casándose y tocarían muchas veces, bailándola, “Who’ll stop the rain?” Se perdió la familia, se fueron a vivir a Guadalajara. No los he vuelo a ver, pero cada 2 de octubre me acuerdo de ellos.

De la serie fotográfica “Pariendo el 68”, de Alejandro Zenker.​


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Después de la masacre

Los bultos nocturnos José Reveles

La crónica de un puntual periodista que ha estado justo en el lugar de los acontecimientos que han teñido de rojo a México…

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asi no había reporteros la noche y madrugada lluviosas del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Culpa de la pretecnología de la época, cuando no había celulares y debía uno hacer larga fila con un montón de monedas de 20 centavos en la mano o toparse en cabinas telefónicas públicas con teléfonos inservibles, vandalizados. Entonces los reporteros ya estaban en sus redacciones para escribir las crónicas de la matanza. Y la escena de la masacre, semivacía. Los textos serían censurados y sometidos a la verdad oficial: que el ejército solamente respondió cuando se vio obligado a repeler una agresión armada de los manifestantes. Me topé con un Rodolfo Rojas Zea, reportero de El Día, herido por una esquirla de proyectil de alto calibre en un glúteo, cuando cubrió con su cuerpo a la periodista italiana Oriana Fallaci en el tercer piso del edificio Chihuahua. Ella también resultó lesionada en salva sea la parte. La nalga de Oriana Fallaci le dio la vuelta al mundo, con escándalo, mientras la nalga herida de Rodolfo no bastó para que le publicara su propio periódico al menos unas líneas verídicas sobre la masacre. Se impuso la verdad única. Y después andábamos juntos con don Carlos Borbolla, de Excélsior, veterano de mil batallas de una nota roja que se empezaría a mudar a las primeras planas de los diarios en los años siguientes, por la aparición de secuestros y “expropiaciones” bancarias cometidos por la incipiente guerrilla en México, cuyas coberturas también compartimos, hasta ser los dos únicos periodistas que publicamos el primer caso de desaparición

forzada que registra el Comité Eureka: el 18 de mayo de 1969, la del ex guerrillero guerrerense Epifanio Avilés Rojas. Pero esa es otra historia. Ya solos, a don Carlos y a mí nos puso el alto un par de soldados que metieron sus armas largas al vehículo en que llegábamos a Tlatelolco, por la avenida Manuel González en la parte norte de Lerdo. Nos encañonaron para dejar claro que no había ni por casualidad permiso de pasar la zona acordonada. Como pudimos, retornamos a pie en medio de otros autos estacionados. Durante unos 20 minutos vimos que militares subían a camiones de redilas verdes, con lona verde tapándolos, bultos o bolsas verdes y negras que cargaban entre dos o tres uniformados. Los bultos eran lanzados a la parte trasera de los camiones. Siempre pensamos que eran cuerpos, pero la lluvia, la noche, la oscuridad, la distancia y las armas embrazadas nos impedían confirmarlo. En una ocasión le compartí esta vivencia al que fuera titular de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), Ignacio Carrillo Prieto, quien me preguntó si le diría lo que vi ante un agente del Ministerio Público. Le dije que sí y también relataría mi experiencia periodística del

4 de diciembre de 1970, cuando me tocó ver al grupo paramilitar de los Halcones con sus varas de bambú, en perfecta formación militar. Actuaban con técnicas marciales orientales en las calles del Casco de Santo Tomás; atacaban una marcha de apoyo al triunfo de la Unidad Popular en Chile, a la huelga de Ayotla Textil y a otras reivindicaciones obreras. Esto ocurría más de seis meses antes de la matanza del 10 de junio de 1971. Y esa misma tarde noche entraron a escena cuatro tanques antimotines que México le compró a Francia tres años antes. Nunca fui convocado a declarar. Importa, para este misterio de los bultos, lo que muchos años después me narró el hijo de un importante miembro de la Dirección Federal de Seguridad, uno de sus fundadores, quien el 3 de octubre le dijo que no iría a la escuela, sino a acompañarlo. Era la mejor forma de entrar a un Tlatelolco todavía sitiado por el ejército para ver cómo se colocaban las piezas para un final manipulado y adaptado a las circunstancias que más convenían al gobierno. Mi amigo, que entonces tenía entre 11 y 12 años, me jura que vio cómo cuerpos humanos eran subidos a camiones de basura más de 14 horas después de la masacre. Lo

“Y también relataría mi experiencia periodística del 4 de diciembre de 1970, cuando me tocó ver al grupo paramilitar de los Halcones con sus varas de bambú, en perfecta formación militar”


33 que hace suponer un trabajo de muchas horas para trasladar la evidencia corpórea a un lugar incógnito. Pero si uno ata cabos con la masacre del río Tula ordenada por el general de opereta Arturo Durazo Moreno a finales de 1981, cuando fueron eliminados 13 colombianos y su chofer mexicano y lanzados a lumbreras que finalmente desembocan en ese río, más los testimonios del militar mexicano desertor Zacarías Osorio Cruz, quien pidió asilo en Canadá y rindió testimonio en seis sesiones ante una Corte de Montreal, el “sospechosismo” tiene que desembocar en San Miguel de los Jagüeyes, muy cerca de la bifurcación de caminos hacia Tepeji del Río y hacia Tula, kilómetro 68 (jugarretas del destino) de la carretera México-Querétaro. Transcribo un fragmento de lo que escribió Enrique Maza en Proceso en abril de 1988, crónica que después se convirtió en libro:

“Hablemos de lo que pasó en San Miguel de los Jagüeyes”, le indica su abogado, Stewart Istvanffy. Zacarías Osorio Cruz, voluntario pero reticente, responde: “Está bien. Es un campo de tiro custodiado por personal militar. Allí va la tropa a practicar con morteros, con ametralladoras o con rifles FAL de la infantería. Y allí es donde llevamos algunas gentes. Pero la gente que vive alrededor, cuando oye disparos, piensa bien: tal o cual batallón ha venido a entrenar. Esa es la razón de llevarlos a ese lugar, que nadie se entere. “Cuando los dejábamos allí, ya estaban muertos. No le sabría decir quién estaba a cargo de recogerlos. Los cuerpos estaban prácticamente despedazados, porque el calibre de las armas que usamos era 762 milímetros y los magazines cargaban 20 rondas. No podría decirle quién estaba a cargo de recoger a la gente que dejábamos allí y no me gustaría cavar más hondo en este tipo de cosas, porque son las que han causado mis traumas y realmente me afectan la cabeza”. —¿Puede decirnos cómo le llegaban las órdenes? —La Secretaría de la Defensa despachaba los documentos oficiales. El sobre sólo podía ser abierto por el coman-

“Mi amigo, que entonces tenía entre 11 y 12 años, me jura que vio cómo cuerpos humanos eran subidos a camiones de basura más de 14 horas después de la masacre” dante general de la brigada. Luego llamaban al teniente Rubén Darío Zumano Durán, le daban la orden escrita y en el papel estaban los números de las cel-das de los prisioneros que debíamos recoger en el Campo Militar número 1 (siempre encapuchados, anónimos). —¿Qué general llamaba a Rubén Darío? —Edmar Euroza Delgado. Osorio Cruz, desertor del ejército mexicano, soldado de primera clase, miembro del Primer Batallón de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, acuartelado en el Campo Militar número 1

situado en los límites del Distrito Federal y el Estado de México, asistente personal del subjefe del Estado Mayor de la Brigada, teniente coronel Eduardo Bonifaz Sánchez, había entrado ilegalmente en Canadá con la intención de pedir asilo político. Canadá no concede asilo, sino refugio político. Su primera petición fue denegada. Se le internó en el Centro de Detenciones Parthenais, en Montreal. Apeló. Y tuvo lugar el juicio de apelación (Proceso tiene el expediente). Istvanffy condujo el interrogatorio. Blachford, el contrainterrogatorio.

No es solamente una fecha Eduardo Mosches Las paredes recuerdan los sonidos de las voces entremezcladas con el zumbido de las balas, también las risas que cruzaban antes o después en las marchas exigiendo algo más que realidad sosteniendo el vuelo de las propias alas que orientan el rumbo abrujulado a lo imposible, como se ha dicho el silencio no significa ceder, evocar entre manchas negras y secas las pieles ultrajadas, el zapato café abandonado como testigo de la carrera y la vida interceptada, ese pie desnudo marcando otras sendas, mientras la lluvia se abandona al susurrar de gotas para que la memoria se active más allá de la tragedia, y desbordemos nuestro propio río de deseos por cumplirse. La fecha sigue ahí, no olvidar para seguir viviendo.


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“Echeverría y Gutiérrez Oropeza ordenaron colocar francotiradores en las azoteas y desde las ventanas de algunos de los edificios de Tlatelolco. Hoy se tiene el dato de que incluso doña María Esther Zuno, esposa de Echeverría, aportó las llaves de un apartamento en Tlatelolco, donde se escondió un grupo de francotiradores” “Estas órdenes no se daban con base en nombres, sino en números. Nosotros sólo los recogíamos, los hacíamos dar vueltas en un convoy y luego los llevábamos al Estado de México. El objetivo era que perdieran toda noción de adónde eran llevados Este era el modo como recibíamos las órdenes del alto mando”. —¿Quién daba la orden original? —El general llamaba personalmente al teniente Rubén Darío Zumano Durán. Él me llamaba y me ordenaba tomar mis armas. —¿Qué general? —Edmar Euroza Delgado. —¿Era ese general el comandante de la Brigada? —Así es. —¿De quién recibía él las órdenes? —De la segunda sección de la Fuerza Aérea, que es en la que están los altos mandos militares, el alto mando militar de la Fuerza Aérea, y de allí venían las órdenes a la brigada de paracaidistas. —¿En dónde está situada la segunda sección de la Fuerza Aérea? —Dentro de la Secretaría de la Defensa Nacional. —Usted dice que las órdenes provenían de la Secretaría de la Defensa al jefe de la brigada. ¿Cómo lo sabe? —Por los papeles. Está escrito de dónde vienen los papeles. En el sobre, allí está la información que dice si el papel viene de la segunda sección o del director del ejército y de la fuerza aérea. —¿Dice usted que algunas órdenes se recibían directamente del jefe de la fuerza aérea y del ejército? —Sí, porque él es parte del alto mando y tiene la autoridad para dar la orden. —¿Cuál es el nombre de esa persona? —José Hernández Toledo.

Era, ni más ni menos, el “héroe de Tlatelolco”, como lo denominaron sus hermanos en armas. La versión oficial es que recibió un balazo, por la espalda, salido de algún arma disparada por los manifestantes. ¿Alguien sabe si siquiera fue herido en épocas oscuras para el acceso a la información? La realidad documentada es que hubo una alianza de intereses en la inminente sucesión presidencial. Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, aliado con el jefe del Estado Mayor Presidencial de la época, el general Luis Gutiérrez Oropeza, montaron la trampa de Tlatelolco, supuestamente a espaldas del secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán, y del propio Díaz Ordaz, a quien Echeverría alimentaba con los datos de la “conspiración” nacional e internacional, promovida por los comunistas, por los enemigos de la libertad: Echeverría y Gutiérrez Oropeza ordenaron colocar francotiradores en las azoteas y desde las ventanas de algunos de los edificios de Tlatelolco. Hoy se tiene el dato de que incluso doña María Esther Zuno, esposa de Echeverría, aportó las llaves de un apartamento en Tlatelolco, donde se escondió un grupo de francotiradores. A la señal de la luz de bengala desde un helicóptero se inició un tiroteo y, con el pretexto de que el general Hernández Toledo fue herido, se disparó indiscriminadamente contra los manifestantes, hombres, mujeres, niños y niñas, ancianos, sumados a los estudiantes y maestros. Es imposible pensar que fueron menos de 40 las víctimas mor-

tales, como lo afirma la “verdad histórica” que el mismo Gustavo Díaz Ordaz defendió en abril de 1977, con arrogancia personal y menosprecio a la memoria, cuando había sido nombrado embajador mexicano en España por el presidente José López Portillo. GDO-OGT, como le coreaban los jóvenes en las manifestaciones, negó que hubiera un México antes y un México después de 1968: “Ese fue un incidente en la vida de un pueblo. Yo no soy de los que creen que México nació ayer y que antes era el caos; ni nació el 3 de octubre [después de Tlatelolco], ni nació el primero de diciembre de 1964 [su toma de posesión], ni nació el primero de diciembre de 1970 [Echeverría iniciaba como presidente], ni el primero de diciembre de 1976 [López Portillo]”. La Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) estimó entre 200 y 300 las víctimas mortales del 2 de octubre. Seguramente nunca sabremos el saldo de víctimas en esta trampa oficial armada para evitar que las protestas llegaran a afectar los Juegos Olímpicos a inaugurarse, diez días después, sobre esa losa mortal. Nueve años después, Díaz Ordaz fue nombrado embajador de México en España. Una pifia político-diplomática que hasta el propio expresidente reconoció: “Creo que [José] López Portillo cometió un grave error”, tituló la revista Proceso mi nota el 16 de abril de 1977. En el afán de recomponer las relaciones con la España posfranquista y recuperar sus orígenes en Caparroso, el mandatario nombró embajador a Díaz Ordaz después de años de que no existía más relación bilateral que la turística y la consular, desde los años treinta en que Lázaro Cárdenas otorgó asilo y refugio a los republicanos, hasta que Luis Echeverría condenó la ejecución a garrote vil de dos presuntos etarras en 1975. Tan fue un error este nombramiento que Díaz Ordaz se desentendió del cargo y ni siquiera se despidió del gobierno español. Simplemente abandonó la embajada, perseguido por los fantasmas de su propio pasado.


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El verso que aún no acabo (Cincuentenario 1968) Mariángeles Comesaña Fuimos nosotros los que empujamos nuestras sombras, los que corrimos hasta alcanzarnos, aquellos otros que pensamos sumar a nuestro viaje.

Fuimos la guitarra negra de Zitarrosa, la música de Bob Dylan tocando en las puertas del cielo, “Knockin’ on heaven’s door”.

Las miradas fugaces testificaron el impulso; prendimos palabras en los brazos de calles y avenidas, nosotros íbamos entre las palabras.

Fuimos los que escuchamos las palabras de don Lucho Corvalán, a su salida del campo de concentración Tres Álamos.

Fuimos el sueño que nos recorría, las brigadas, el trabajo de campo, la dulce certidumbre del verbo ser.

Fuimos los cuentos de Juan de la Cabada, los poemas de Carlos Illescas, El agua y los sueños en el lápiz de Bachelard.

Fuimos las asambleas en CU, los poemas de Fernández Retamar, de García Lorca y de Miguel Hernández saliendo de un mimeógrafo.

Fuimos los habitantes de Macondo. Los refugiados que llegaron de Chile, de Uruguay, de Argentina, de Brasil.

Fuimos el magnavoz, la música que retumbaba en la plaza del zócalo, la manifestación silenciosa en la avenida Reforma. Fuimos las respuestas en el viento, los que nos atrevimos a imaginar un mundo diferente: “Imagine all the people…” Fuimos la mira del Batallón Olimpia, las luces de bengala el 2 de octubre, el miedo en Tlatelolco, la entrada a Lecumberri a llevar víveres. Fuimos las cartas de los presos políticos, su huelga de hambre, el eco de los golpes y los gritos del 1 de enero del 70 en el Palacio negro. Fuimos el sol de los murales en la celda de Félix Goded, el río en el I ching, la voz de José Revueltas en la crujía “M” leyendo poemas de Huidobro. Fuimos la apuesta, el águila o sol de las monedas, las lágrimas de Rocco y sus hermanos en el cine Roble. Fuimos el Festival de Oposición en el viejo Auditorio lleno de gente, los poemas en volantes y muros, fuimos “la vida que te empuja como un aullido interminable”. Fuimos la Liga 23 de Septiembre, la huida por las azoteas de la colonia Roma, la muerte de Raúl Ramos. Fuimos la célula, la reunión hasta altas horas de la madrugada, la alegría dulce en los ojos de Valentín Campa. El grito de Ho chi minh en la avenida Juárez.

Dijimos: no, con Raimon, “Diguem no”, “nosotros no somos de ese mundo”. Fuimos “Amanda” en la voz de Víctor Jara, “La niña de Guatemala” en la voz de Óscar Chávez, los versos de Martí. Fuimos la gloria de escuchar las tertulias en el café La Habana León Felipe, Juan Rejano, Efraín Huerta sentados en la mesa. Fuimos la angustia dolorosa y triste de Julián Grimáu cayendo desde la ventana de la cárcel al precipicio. Fuimos la guerrilla, el Che Guevara muerto, el poema truncado de Roque Dalton. Fuimos las preguntas, el riesgo de inventarnos en el descampado, en las palabras de lo desconocido. Fuimos la ropa sucia de la guerra sucia. Fuimos el verso que aún no acabo su melodía en mi voz… [Poema tomado del libro Inédito Diamante, Ediciones I-Kygai, México, 2018.]


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El comunista Arturo Martínez Nateras y el 68

“En México, la izquierda carece de la izquierda”

Rossi Blengio

El archivo personal de Arturo Martínez Nateras será catalogado y digitalizado por el Centro Cultural Universitario Tlatelolco para formar parte de la colección “M68: Ciudadanías en Movimiento”, proyecto museográfico que se realiza en el marco de los 50 años del Movimiento Estudiantil de 1968. El acervo reúne más de cinco mil documentos sobre los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, así como el desarrollo del Partido Comunista Mexicano y la Juventud Comunista de México. “Rosas en el mar” Febrero de 1968

“E

l año 1968 en México los estudiantes lo empezamos luchando plenos de alegría y de esperanza. La cantante española Massiel declaró al llegar a nuestro país que uno de sus mayores deseos era acompañar a los estudiantes mexicanos en la Marcha por la Libertad. Nosotros estallamos en una verdadera explosión de alegría. Nos sentimos objeto de solidaridad. Empezaba 1968, el año de esa orgía libertaria mundial. Todos éramos cada uno de nosotros. Simplemente éramos estudiantes, parte del ejército urbano de la nueva sociedad, los nuevos actores y protagonistas”. Este párrafo se halla en la página 179 del libro El 68 / Conspiración comunista (Universidad Nacional Autónoma de México, 2011), de Arturo Martínez Nateras (Tuxpan, Michoacán, 1940). El volumen se divide en dos partes: “Brillo de Memoria” y “Conspiración comunista”, con un prólogo de Carlos Montemayor: “Aquí se trata de otro libro rojo, de otra identidad de México y de otro recuento histórico y personal, íntimo y colectivo de la izquierda de México”. Un millón de días con sus noches Egresado de la Escuela Superior de Cuadros de la Unión de Juventudes Comunistas de la Unión Soviética, Komsomol (1964-1965); militante desde 1963 y dirigente entre 1965 y 1973 de la Juven-

tud Comunista de México, el profesor e investigador Arturo Martínez Nateras se ocupó de reconstruir con documentos públicos los principales capítulos del Movimiento Estudiantil, de la vida de las juventudes comunistas mexicanas y de reflexionar acerca de la epopeya institucional de la UNAM, así como del tiempo en Lecumberri, del que hace un análisis del espionaje anticonstitucional del Estado mexicano. Acerca de las razones por las que decidió escribir su repudio a las calumnias asestadas a los comunistas de México, señaló: —Es una reivindicación del papel de los comunistas en el movimiento social ocurrido desde que México se adhiere a la Guerra Fría con la declaración del presidente Miguel Alemán, lo que permite una persecución feroz contra los comunistas, en general, y de los miembros del partido de la Juventud Comunista, en concreto. Entonces, todo aquel que luchaba era comunista; por lo tanto, era sujeto de exterminio, de expulsión y de persecución. Estoy hablando de 1948, cuando sucedió el primer encarcelamiento de Campa, del asesinato de dos estudiantes en More-

lia, cuando la política era expulsar a todo comunista de los sindicatos, de las organizaciones sociales, de la universidad y de la cultura. El partido de los comunistas vivió en constante lucha por los derechos políticos, democráticos, combinando eso con la vida clandestina, al grado de que el gobierno endurece su conducta y hace que el movimiento social avance de tal manera que el mito de la Revolución Mexicana termina y los comunistas elaboran la idea de la nueva revolución. Ya se cumplieron cincuenta años del encarcelamiento de Campa, del asesinato de Jaramillo, de los ferrocarrileros, de la ocupación militar del internado del Politécnico, y en general de las instalaciones del Politécnico de Morelia, de los movimientos estudiantiles, y eso va reconstruyendo las demandas que en el 68 se hicieron: libertad de presos políticos, derogación de los artículos 145 y 145 bis, que eran los artículos por los que llevaban a la cárcel por los delitos de opinión. El doctor Mario Rivera Ortiz, quien fue dirigente de la Juventud Comunista en 1952, junto con Sánchez Cárdenas y otros trece, fueron los pri-

“Luego de salir de la cárcel, en diciembre de 1971, nos metimos en cuerpo y alma a organizar sindicatos y a luchar por el registro del Partido Comunista, el cual conseguimos en mayo de 1978”


37 meros sentenciados por el delito de disolución social. —Estuvieron más de diez años encarcelados. ¿Cuánto tiempo estuvo usted preso en Lecumberri? —La mayor parte de los que participamos en el 68 estuvimos más de tres años. Algunos integrantes de los grupos guerrilleros permanecieron ahí un lustro, pero el dato es éste: entre 1948 y 1971, sumando todos los presos sentenciados, sumamos más de un millón de días con sus noches de prisión política. Ese es, dijéramos, nuestro tributo a la lucha por el cambio político en el país. La razón por la que digo que este libro es la reivindicación de los comunistas es porque éramos los perseguidos, los acusados y después del 2 de octubre un grupo de compañeros dirigentes del Consejo Nacional de Huelga nos acusó de traición. Algunos lo han rectificado, pero no lo han hecho en sus libros o en sus textos, no lo han hecho público. Entonces, nos persigue el gobierno y el Estado, nos acusan nuestros compañeros y no me voy a morir sin dar mi punto de vista. Por fortuna he tenido ese privilegio y, en todo caso, demostrar que nunca fuimos traidores. Errores pudimos haberlos tenido, como todo mundo los tiene, y mucho más en la vida pública. El hecho es que éramos una corriente muy importante antes y después del 68. Luego de salir de la cárcel, en diciembre de 1971, nos metimos en cuerpo y alma a organizar sindicatos y a luchar por el registro del Partido Comunista, el cual conseguimos en mayo de 1978, cuando nos otorgan el registro condicionado. Y logramos vencer a los que nos perseguían y conquistar un estatus en la sociedad mexicana. Posteriormente nos convertimos en el Partido Socialista Unificado de México, el PSUM, y luego en Partido Mexicano Socialista, el PMS, y es el registro que hoy tiene el Partido de la Revolución Democrática. —El drama de la izquierda mexicana, nos dice en el libro, es que no tiene una corriente comunista, socialista o marxista organizada. ¿Por qué hay esta disgregación tan marcada entre ustedes? —Cuando anduvimos por distintos lugares del país con la presentación del libro, nos dio motivo para que realizáramos un encuentro de comunistas y socialistas en apoyo a López Obrador, por lo que nos estuvimos agrupando. Algo

“Lo cierto es que el 68 es el movimiento político-social más importante de la segunda mitad del siglo XX. Y aunque haya quien no esté de acuerdo, la historia es la historia. Y, no obstante que en la historia también hay debate, en un hecho insólito hoy todavía hay quien dice que no hubo genocidio, que no hubo Holocausto” notable es que en el mundo, después del derrumbe de la Unión Soviética, hay un resurgimiento del marxismo. [Habría que aclarar, aquí, que esta entrevista se efectuó en el año en que el libro fue editado, hace poco más de un lustro, mas consideramos que las palabras del dirigente social son vigentes aún, salvo en estas consideraciones marxistas, pues el propio Joan Manuel Serrat lo canta ya en una precisa canción: “no se han enterado que Carlos Marx está bien muerto y enterrado”.] En Francia, en Chile, en España hay un crecimiento de la izquierda unida. Desgraciadamen-

te, en México la izquierda carece de la izquierda. Y del lado izquierdo es donde se piensa… y se siente. Sujetos políticos con derechos —No se puede entender el Movimiento Estudiantil mexicano de 1968 sin la premisa de que fue parte de una movilización universal. ¿Qué significa el 68 para los jóvenes en la actualidad? —Los jóvenes de hoy no conocen el esténcil, pero tienen Iphone. Lo cierto es que el 68 es el movimiento político-social más importante de la segunda mitad del siglo XX. Y aunque haya

Ilustración tomada del libro La pirámide cuarteada / Evocaciones del 68 de Luis Fernando (Editorial Resistencia, 2017).


38 quien no esté de acuerdo, la historia es la historia y, no obstante que sobre la historia también hay debate, en un hecho insólito hoy todavía hay quien dice que no hubo genocidio, que no hubo Holocausto. Entonces es una batalla permanente. Pero el 68 fue una revolución cultural universal en la que, sin que nadie se propusiera como tal, los jóvenes empezamos a entender que no queríamos ser clientes de pantalones Levis, de chamarras de cuero, de mocasines, de playeras, de las transnacionales culturales e industriales. El cambio fue que nos propusimos ser actores y sujetos políticos con derechos. Y en nuestro país es el inicio de un cambio, que por supuesto es insuficiente como ocurre todo en México, pero un cambio a fin de cuentas. —Las mujeres del 68 tienen un capítulo en su libro como personajes en acción por el derecho a ser ellas mismas parte de la historia. Usted agradece a Maricarmen Miranda y a Paloma Martínez Núñez el haber embellecido este libro al dotarlo de una especial fuerza gráfica. —Estas muchachas son unas jóvenes egresadas de la UNAM. Porque el concepto fue facilitar el acceso a los jóvenes y no hay nada más accesible que la gráfica. Por ello hicimos una exposición que reunió todas las ilustraciones hechas especialmente para el libro, algunos carteles, algunas fotografías y un cuadro de Herlinda Sánchez Laurel que es una recreación del 68, de Tlatelolco, muy colorido; al mismo tiempo se rindió un homenaje a los grandes artistas y pintores que fueron solidarios con el movimiento, que, si algo tuvo, fue una expresión visual muy poderosa, probablemente con mayor fuerza que los discursos. Quizá las fotografías y la gráfica fueron más trascendentes. Porque la gráfica del 68 es el manifiesto más elocuente de aquel clamor universal y mexicano. La masacre no sepultó la memoria de lo que fue el 68. —¿Sabe usted si se acabaron las ideologías? —No se acabaron. Creo que hoy son mucho más actuales las tesis básicas del marxismo. Yo ingresé a la Juventud Comunista en Monterrey, y lo que cambió mi vida fue El manifiesto comunista, ese pequeño libro de Marx y Engels. A partir de ahí nos involucramos, e imagínate lo que era ser comunista en 1960

“La gráfica del 68 es el manifiesto más elocuente de aquel clamor universal y mexicano. La masacre no sepultó la memoria de lo que fue el 68” en Nuevo León. Hay demasiada injusticia, y claro que hace falta formación ideológica, hace falta leer, estudiar, discutir y recuperar la memoria. Y esa es la intención clave de mi libro. En ese terreno estoy trabajando con otro grupo de compañeros para elaborar la Enciclopedia de la Historia Mexicana del siglo XX, porque no hay nada. Miles y miles de personas que no tienen ni un párrafo en la historia. Claro que hay productos muy bien logrados, como la enciclopedia de Humberto Musacchio, Los tres milenios, quien por cierto también publicó, en los “Cuadernos de El Financiero” el libro 68: gesta, fiesta y protesta. Pero hace falta algo específico de la izquierda. Hemos trabajado en eso y espero materializar algunos ofrecimientos de apoyo. —“El confort, que no el bienestar, cubre hoy los restos de aquel sueño li-

bertario”, escribe finalmente Marcelino Perelló en este libro suyo. ¿Qué opinión le merece este comentario? —Yo creo que el sueño ahí está. Yo no termino de despertar. Creo que el sueño por un México libertario, el anhelo y las ganas de hacer algo por lograrlo están vivos. El problema es que los partidos han abandonado completamente a la juventud, no tienen ningún mensaje para los jóvenes, no hay relevo generacional. Y esta izquierda mexicana, mientras no sea sujeta de una transformación generacional, no va a ningún lado. [En julio de 2018 Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia de México con su joven partido Movimiento Regeneración Nacional. Una de sus apuestas fue garantizar el derecho al estudio y al trabajo de los jóvenes.]

Soneto a mi padre Víctor Roura Estaba de pie, cerca de la radio. Me parece que fue ayer. Lo recuerdo muy bien, como mirar en un estadio lleno de personas, estando cuerdo o no, temeroso o no, al ser querido, rodeado de multitudes. Mi padre, de pie, de sangre México teñido, empezaba a caer la tarde, que ladre el cielo, que comulguen los pastores. Sólo dijo: “Están matando estudiantes”. Y guardó silencio, afable, sereno. “Se está haciendo tarde, hijo, no demores”. Vivía, tal vez, en libertad antes. Quiero el refugio del materno seno.


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El iconoclasta Marcelino Perelló (1944-2017)

“El 68 pone en tela de juicio el carácter manipulador de la prensa” Víctor Roura

Marcelino Perelló fue uno de los líderes más re­nombrados del Movimiento Estudiantil de 1968. Acaba­do el mitin en la Plaza de las Tres Culturas con el asesinato de cientos de personas, Perelló, al igual que varios de los protagonistas del 68, fue buscado bajo orden de aprehensión, lo que de­cidió su exilio en Europa, en Rumania, donde terminó sus estudios universitarios. Más adelan­te radicaría en Barcelona, donde vivía su madre, a quien el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz literalmente echó del país (desalojada de su casa y enviada directamente al aeropuerto). Después de varios lustros fuera de su país, Perelló regresó a México en 1985. Vivió 73 años. Nació y murió en la Ciudad de México. De junio de 1944 a agosto de 2017. Esta charla se efectuó hace 32 años, en septiembre de 1986.

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mpezamos a hablar de las posibles modificacio­nes de la prensa casi dos décadas después del 68. —Los cambios se han reflejado en los diarios, con las apariciones del unomásuno y de La Jornada. Sin embargo no sé hasta qué punto los surgimientos, tanto del primero como una escisión del Excélsior y del segundo como una escisión del unomásuno, sean un mero hecho anecdótico. Es decir, no sé con exactitud señalar si se inscriben real­ mente en un proceso de transformación del papel de la prensa en México. Me inclino a pensar que son acontecimien­ tos de anécdotas, porque esas transfor­ maciones no se han producido en otros niveles. En los otros medios, me refie­ro a la radio o a la televisión, estamos atrasadísimos. Y ya no digamos con países europeos, sino con otras nacio­nes latinoamericanas en las cuales exis­ten dichos medios de manera independiente dirigidos por personas de (lo que insistimos en llamar) izquierda. En México esta “independencia” ha que­dado restringida al sector de la prensa diaria y con alguna honrosa excepción, quizá Proceso entre comillas. Y alguna publicación marginal... Pero la prensa conti-

núa siendo estrictamente subordi­nada al poder y a la forma más específica de poder en nuestro país, que es el Estado... —Tal vez el desarrollo de la prensa nacional se pueda apreciar mejor por la participación individual, no colectiva... —Sin duda. Los que actualmente tenemos cuarenta años de edad o más, los que pertenecemos a la generación del 68, al menos en un gran sector, tenemos un espíritu de impulsiones que inclinan la balanza hacia nuevas perspectivas. Sin embargo, los mass media

son caros. En particular la prensa. Entonces es difícil hacer un periodismo independiente. Muy difícil. Tú has de conocer mejor que yo la cantidad de iniciativas que se han quedado en el número uno. No han pasado de ahí. Se han ubicado úni­camente en la buena intención. Aparte de las fuentes seguras del ingreso económico, yo percibo la dificultad del mercado porque en México es particularmente exiguo. Soy pesimista en lo concerniente al desarrollo de la prensa independiente, aun cuando creo

“Aparte de las fuentes seguras del ingreso económico, yo percibo la dificultad del mercado porque en México es particularmente exiguo. Soy pesimista en lo concerniente al desarrollo de la prensa independiente, aun cuando creo que la actitud de los periodistas se ha modifi­cado sustancialmente”


40 que la actitud de los periodistas se ha modifi­cado sustancialmente. Un Movimiento libresco —Habla de un mercado exiguo, ¿de un desinterés de la gente por la infor­mación? —Por dos razones. Por un lado, por­que hay una intoxicación de la letra impresa, una contaminación de tinta. La cantidad de letra es tal que es difi­ cilísimo discernir cuál es el medio que efectivamente dice cosas. Separar el grano de la paja. Por otro lado, el há­bito de la lectura ha desaparecido fuer­temente...

—Debido a los medios electrónicos... —Sí, en el sentido de Bradbury y su Fahrenheit 451, sí, pero también debi­do al escepticismo de la gente. Hay un regreso a la comunicación oral. Y no es un fenómeno mexicano, sino mundial. La gente, por lo tanto, pasa de largo frente al texto escrito. Y esto implica, también, pasar de largo frente a la so­lemnidad y la rigidez... —Pero ahora carecemos de comuni­ cadores orales. —En plan formal, sí. La comunica­ ción oral fue muy importante hasta la primera o tercera parte del siglo XX. Grandes personajes se distinguieron

Ilustración tomada del libro La pirámide cuarteada / Evocaciones del 68 de Luis Fernando (Editorial Resistencia, 2017).

por lo que decían, no por lo que escri­ bieran. Hablo de las tertulias, de los coloquios en los cafés. A partir de estos conversadores, de sus pláticas, se crea­ba todo un ámbito cultural. Esto ha ido desapareciendo. A partir de la Se­gunda Guerra Mundial, las tertulias de­saparecen y la letra impresa se encarga de borrarlas del mapa. —Una de las manifestaciones de la comunicación oral se dio en el 68... —Exacto... Pero, mira, yo creo que el movimiento del 68 fue fundamental­mente libresco. Éramos lectores, está­bamos al corriente de lo que se escribía. En ese año se dio el boom


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“Tal vez mediante la prensa no se pueda transformar a la sociedad, pero lo que es seguro es que sin prensa contestataria sería imposible” literario. Uno de los espermatozoides del 68 fue Gar­cía Márquez. También Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes... Se leía a esa gente, sus libros circulaban en los medios universitarios e intelectuales, se leía la revista Política o el Sucesos, se hacían lecturas críticas de periódicos controlados por el gobierno, como El Día o el Excélsior... El 68 es un movimiento iconoclasta, cuya virtud principal fue destruir determinados mitos, determina­dos mojones ideológicos, pero no ofre­ció alternativas, no planteó una nueva cotidianeidad. En particular, una de las cuestiones que el 68 pone en tela de juicio es el carácter manipulador de la prensa. Uno de los gritos más popu­lares en las manifestaciones era “¡Pren­ sa vendida!”. El Excélsior, por ejemplo, que en ese entonces era de los más de­ centes, tenía la desgracia de estar ubi­ cado en Reforma y por eso le llovió en su milpita. Pero a esa consigna el 68 no le ofrece una alternativa... —El sector estudiantil, ahora, está inmerso en la televisión, su cultura libresca debido a ese factor tal vez sea ya reducida. —Es básica esa apreciación. La gente se ha vuelto menos crítica. Se ha quedado más inerme frente a los medios de penetración ideológica. Nosotros en eI 68 teníamos muy claras las fronteras entre lo auténtico y lo artificioso. Actualmente, esta frontera se ha ido borrando. No sólo a nivel televisivo, sino de los propios periódicos. Una de las cosas que noté al llegar a Europa es que la gente sí cree en los diarios. Y lo contrastaba con México. Entre los estudiantes y los intelectuales no queríamos a los periódicos. Teníamos que leer entre líneas... Había mucha reticencia, lo cual nos daba un grado importante de libertad Las banderas, arrebatadas Hacia finales de la década de los ochenta, para Marcelino Perelló, “la gente comienza a creerse lo que dice la tele-

visión, lo que dicen los periódicos, pero lo recibe con un sentido menos crítico, más ingenuo. Es típico eI caso de Jacobo Zabludovsky. Antes del 68 ya decía sus mamadas en televisión, pero no era tomado en serio. Ni otros personajes igual de siniestros”. Y a su regreso a México, en 1985, se encontró con que el noticiario nocturno 24 Horas, de Zabludovsky, era.. “¡un forzoso punto de referencia informativo!”. —Ya que fue un lector constante en Europa, ¿qué halla informativamente. en los diarios locales? —Para variar, creo que la prensa mexicana está muy influida por el estilo gringo, lo que conlleva un cierto grado de amarillismo, de superficialidad, de frivolidad. Es difícil generalizar porque en todos lados hay de todo, pero en Europa la prensa es más seca, se limita más a informar. Y en cuanto a las cuestiones de opinión son mucho más moderados. Otra diferencia fundamental es que en Europa hay una atomización de grupos de poder que produce una organización

de las diferentes perspectivas desde las cuales la prensa aborda los sucesos. En cambio, aquí, los grupos de poder están muy centralizados. Existe el gran pulpo poder que es el Estado-PRI-gobierno. Y después, a una enorme distancia, existen grupos de poder que siguen en la prensa, pero de manera marginal. Ahí está Luis Echeverría como muestra, que quiere desmarcarse del actual Estado y controla la que era la cadena periodística García Valseca. Pero no deja de ser marginal, porque ¿quién lee en la sociedad civil El Sol de México? —El recién nacido en el 68 ya cum­ ple dieciocho años [recuérdese que esta conversación se dio en 1986]. Y se han difuminado los objetivos de entonces... —Tú utilizas una palabra muy gentil, difuminado. No. Lo que ha sucedido es una catástrofe, un derrumbe. Nuestras certitudes del 68 se vinieron abajo literalmente por nosotros mismos, que fuimos minando esos cimientos. Pero también por una dinámica propia de la edad que ha impuesto la confusión como la única certeza. En el 68 tenía muy claras las cosas: yanquis fuera de Vietnam y de Cuba, prensa vendida, libertad de presos políticos. Todo era muy claro, pero en un momento dado se producen fenómenos que nos desarman, que nos arrebatan las banderas… Los yanquis se salen de Vietnam y los vietnamitas independientes intervienen militarmente en Camboya. Cuba, que era el modelo del territorio libre de

Soneto medio siglo después Silao Domingo Rey Yo me pensaba en Tlatelolco muerto, pero fui matado en Ayotzinapa algunos años después. Y en el mapa de la muerte se esconde aún el puerto de la desconfianza donde un fantasma grita a los cuatro vientos por justicia, esa enamorada que es la novicia desterrada, la mismísima miasma del cuerpo no detectado en la entraña de la rebeldía en silencio, yerta. He muerto dos veces y a nadie extraña mirarme de pie, escúchame con cierta melancolía decir que los muertos residen en los solitarios huertos.


42 Ilustración tomada del libro La pirámide cuarteada / Evocaciones del 68 de Luis Fernando (Editorial Resistencia, 2017).

América, se convierte en una especie de bajel pirata, de bajel fantasma, del que se saben pocas cosas y del que se sospechan algunas otras, lo que provoca que la vibración que existía por Cuba en los años sesenta no exista actualmente por Nicaragua. Y, bueno, los rusos, porque ya hay que hablar de rusos que son los que conforman y oprimen al resto de los pueblos de la Unión Soviética, invaden Afganistán o Checoslovaquia en el mismo 68. Los chinos deciden que son occidentales, cambian los meridianos de lugar. Y eso no sólo a nivel político, sino también a nivel cultural. En música, ¿no es sintomático que treinta años después la moda sea el rock? Es como si nosotros en el 68 hubiéramos pedido charleston. O su equivalente. No ha habido una renovación. Las actuales generaciones están desheredadas. Y creo que esa orfandad es víctima precisamente del carácter iconoclasta del 68... Vivir en una sociedad injusta —Habla usted de un lenguaje manipulador de la prensa. —Desde Lacan sabemos que el lenguaje es una de las armas fundamentales de la manipulación. La democracia está basada en la manipulación. Si no hay golpes de Estado en países como Estados Unidos o Suecia es porque las bayonetas han sido sustituidas por los periódicos. Mi hermano decía, después de vivir varios años en Estados Unidos, que, efectivamente, en ese país todo mundo puede decir lo que piensa. Lo que pasa es que todo mundo piensa lo mismo. Porque se cree en los periódicos, porque la gente ha perdido esa libertad interior que representa la crítica. La prensa, en todo caso, es un intermediario. Si su información es leal puede resultar un intermediario enriquecedor, pero si se convierte en alienante, el entorno de la gente será nimio. De esta forma el poder del Estado insiste a través de la prensa en hablar de la nación mexicana, nunca había visto un despliegue de demagogia tan grande de lo mexicano. Todo se aprovecha. Desde los Niños Héroes hasta los temblores, lo cual es terriblemente alienante. Decirle a un campesino que es mexicano no modifica en nada su condición como miembro de la sociedad civil. Es un hecho de pura etiquetación, un hecho administrativo. Este es un simple ejemplo de las múltiples formas de la


43 manipulación mediante el lenguaje de la prensa. —En los últimos años los problemas internos en los diarios han evitado o aminorado su capacidad de influencia… —Sí, diarios como el italiano Corriere della Sera han soportado incluso los vaivenes de los políticos, han sabido evolucionar. En México esto no ha sucedido. Ahí están Excélsior, el unomásuno, La Jornada. ¿Cómo van avanzando siendo diferentes? La Jornada ha sido también parte de los otros dos diarios. Ha sido tres periódicos distintos y eso hace que aumente el escepticismo o la distancia con los pocos lectores que

puede tener. En todo lo que se viera es poner a prueba nuestra imaginación y ser un poco más audaces en cuanto a la producción de los mass media, de saber que se van conquistando públicos cada vez más amplios de influir, cada vez más profundamente en ellos. Lo que he dicho hasta ahora puede parecer pesimista, pero lo que no creo que sea pesimista es el creer que, en efecto, vivimos en una sociedad injusta, definitivamente contradictoria a nuestros valores, en donde sesenta millones de mexicanos cabalgan sobre las espaldas de 20 millones de trabajadores [esas eran entonces las cifras, lo que quizás no ha cambiado es lo que a continua-

ción aseveraba Perelló], donde el 80% de la riqueza está en manos del 1% de la población, porque todavía hay verdades fundamentales que nos han consumido en el fuego iconoclasta post 68 y que hay que modificarlas; como decía Bakunin: nuestra libertad es infinitamente la de todos. En este sentido, es necesario hacer la revolución, no tenerle miedo a las palabras, aunque decirlo en este momento suene, en el mejor de los casos, poético y, en el peor, pendejo; tal vez mediante la prensa no se pueda transformar a la sociedad, pero lo que es seguro es que sin prensa contestataria sería imposible.

Todo a medias Nacho Mostacho Esa mañana del 2 de octubre de 1968 también fue media mañana. ¿Por qué tendría que ser diferente? A medio sueño, a medio cerrar de ojos, a medio despertar… todo a medias para no estorbar. Siempre en la comodidad de lo incómodo. Consecuencia molesta de encargarse de la vida propia. Es demasiado… siempre ha sido demasiado. Tampoco queremos saber de nuestros sueños, permitimos que la almohada nos invite del Sinahí que lleva entre las letras. Inmutables… lodo al fin y al cabo. Sin despertar y envueltos en las sábanas, una sábana más, cualquier cosa: los mismos con la misma esperanza de la noche de ayer y la misma desilusión de la noche de mañana. Nadie cada mañana desde el espejo reclama. Escarbemos hacia el cielo en busca de una justificación… Nadie… Nada… La búsqueda desesperada de un Sol que siempre nos acompaña. Una sola moral que se traduce en saqueo y masacre, en ética al mejor postor. La patria desaparece a la par de la región más transparente. Esa vez creí que nos creíamos. “No se olvida” y se olvidó al día siguiente. Ahí sigue, sumido en el olvido. “No me mates, soy tu hermano” y entre los hermanos se mataban.

“Hasta la victoria SIEMPRE”. La gran lección que como condena nos persigue, “No creas en nadie”. “Desconfía de todos”. Sin cicatrizar, la herida se lleva abierta sin que la dejen cerrar, para que no olvidemos el dolor, para sumergirnos en la resignación del miedo y en espera de que la muerte nos remunere todo el dolor y sufrimiento que hemos invertido en este Valle de Lágrimas. Medio siglo después crece una indignación que no existe. “No se olvida”. Cincuenta años adelante el mismo connato de indignación intentará asomarse. “Ayotzinapa no se olvida”. La necesidad de recordar no existe. Muchos, muchos fueron los muertos y desaparecidos, los torturados, muchos los dispuestos a llegar al ideal que estaba enfrente. ¿Qué es lo que no se olvida: la masacre? Si día con día la vivimos más cruda y descarnada… No se olvida y lo principal ya se olvidó. El sargento Pedraza y el “Tibio” Muñoz sepultaron con sus glorias la dignidad nacional. Por las noches, en la Plaza de las Tres Culturas, la angustia abortada intenta en vano conservar la esperanza e implora a gritos que su hijo reaparezca. Los niños héroes no se olvidan. Sinceramente, del 2 de octubre de 1968 apenas y me acuerdo.


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El 68 mexicano

El futuro que empezó ayer Manuel Aguilar Mora

El dirigente e ideólogo de la izquierda mexicana desde hace cerca de 60 años, periodista, profesor y ensayista, reflexiona sobre un acontecimiento que exhibió la cara opulenta y altanera del presidencialismo.

“¿

Por qué si los Estados Unidos prosiguen la bárbara guerra de Vietnam y la URSS invade Checoslovaquia con el mayor descaro, sin importarle a ninguno las censuras ni la indignación de la opinión pública mundial, no se iba a permitir el gobierno de Díaz Ordaz consumar la espantosa matanza de Tlatelolco, sin cuidarse para nada del honor de México en el extranjero?” “Carta abierta a los estudiantes presos”, escrita en octubre de 1968 por José Revueltas, un poco antes de que su autor fuera detenido por la policía díazordacista y encarcelado en Lecumberri. El 68 mexicano se inició después de que habían transcurrido más de seis meses del año histórico cúspide de la década de los sesenta. El mundo ya había sido cimbrado por la ofensiva del tet (nuevo año) de los combatientes por la libertad vietnamita, cuya invasión a la embajada yanqui en Saigón comenzó la etapa final de la guerra en ese país; también por el Mayo Francés, por la Primavera de Praga, y en Estados Unidos crecía caudaloso el torrente popular contra la guerra del sureste asiático. En el apogeo de la movilización estudiantil popular, en agosto, se registró la ignominiosa invasión soviética a Checoslovaquia. Cuando el 2 de octubre la cortina de metralla se abatió sobre el Movimiento Estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, el mundo entero concentraba su atención en nuestro país, pues

además las Olimpiadas estaban a punto de iniciarse en el Estadio de Ciudad Universitaria. Tlatelolco fue la culminación violenta y sangrienta de 1968. Este es un primer hecho del Movimiento Estudiantil-popular: fue parte integrante estelar de los acontecimientos que hicieron de 1968 un año cúspide de la revolución mundial en la segunda mitad del siglo XX. México 68 En México ese momento coincidió precisamente en un año en que su pueblo se hizo contemporáneo de todas las naciones, en una hora mundial excepcional, como se ha dicho. El estudiantado fue el detonador del proceso. Como en Francia y como en otros muchos países, esa rebelión juvenil marcó también un hito al abrir secuelas de rebeldía mucho tiempo contenidas: feministas, homosexuales, ambientalistas, todas ellas marcadas por el denominador común de su radicalidad democrática. Pero hubo una peculiaridad mexicana. La masiva movilización independiente y democrática se confrontó con una dictadura muy especial que disfrazaba su carácter real tras los telones de una seudodemocracia burguesa y un populismo anacrónico. La del PRI-gobierno era una dictadura que contaba con enormes recursos de estabilidad política (sus fundadores habían dado un golpe de Estado contra Venustiano Carranza en 1920 y habían institucio-

nalizado su tiranía en 1929) y económica (el crecimiento económico había logrado índices altísimos durante los 25 años anteriores). Controlaba sin desafíos importantes al movimiento obrero y manipulaba a los campesinos con los restos de una reforma agraria burguesa cada vez más insuficiente. En el sexenio de Díaz Ordaz la prepotencia priista había llegado muy alto. La represión había iniciado desde 1959, cuando Díaz Ordaz era el secretario de Gobernación del presidente López Mateos. Ese periodo había cobrado ya muchas víctimas (por ejemplo, el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo y de su familia) y tenía atestadas de presos políticos las cárceles del país. El famoso penal de Lecumberri era el sombrío símbolo de la represión en ese momento, albergando a decenas de trabajadores, estudiantes, médicos, periodistas, intelectuales y, en la cárcel de mujeres, también había presas políticas. Los nombres de Demetrio Vallejo y Valentín Campa, detenidos en 1959 con motivo de la huelga ferrocarrilera de ese año, eran sus más conocidos representantes. Los movimiento sindicales se habían topado con el muro represivo implacable: ferrocarrileros, maestros, petroleros, telegrafistas, médicos, y antes de 1968 también los estudiantes habían sido reprimidos en Michoacán, Puebla, Nuevo León, Tabasco, Chihuahua, Sonora y el Distrito Federal. El despotismo diazordacista parecía invencible.


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“La chispa de la trifulca estudiantil en la Ciudadela, frente a la Vocacional 5 del Instituto Politécnico Nacional, es una anécdota muy conocida. Fue el momento azaroso escogido por la historia de un conflicto social cargado por la acumulación durante toda una década de agravios, crímenes y represiones” La chispa de la trifulca estudiantil en la Ciudadela, frente a la Vocacional 5 del Instituto Politécnico Nacional, es una anécdota muy conocida. Fue el momento azaroso escogido por la historia de un conflicto social cargado por la acumulación durante toda una década de agravios, crímenes y represiones. Cuando la protesta estudiantil se desplegó el 26 de julio denunciando la salvaje represión de que habían sido objeto los estudiantes de la Vocacional 5, la respuesta fue más represión, la cual se expandió por todo el centro de la capital tocando a los sectores de las preparatorias del viejo barrio universitario. Inmediatamente después vino el bazukazo al antiguo edificio de la Rectoría, la toma de la Preparatoria 3 y la irrupción de la movilización, incluidas las autoridades universitarias, con el rector de la UNAM Barros Sierra a la cabeza. El movimiento se había desencadenado. El reto democrático En el México antidemocrático de los sesenta, los campus de la educación superior, en especial los universitarios y politécnicos, eran islas rebeldes donde pululaban las ideas y las polémicas ideológicas. La rebelión juvenil se expresaba incluso en las melenas, en la introducción del rock, en las costumbres sexuales más liberales, todo ello adobado con un crecimiento gigantesco de la matrícula. La UNAM, el IPN y, junto a ellas, las demás instituciones universitarias del país se masificaban rápidamente. El caldo de cultivo surgió para la acción de “los grupúsculos”, como despectivamente bautizó el Partido Comunista Francés a los sectores politizados y radicales que desafiaban en ese año al capitalismo, al imperialismo y, cada

vez más también, al estalinismo. Estos grupos abundaban en Ciudad Universitaria, en Santo Tomás, en Zacatenco, en Chapingo, y se extendían a las preparatorias y vocacionales. De estos grupúsculos, curtidos desde principios de la década en polémicas y luchas incesantes con los “reformistas” del Partido Comunista Mexicano y las autoridades, salió una gran parte de los dirigentes de los comités de lucha e incluso del CNH. Desde un principio, el Movimiento Estudiantil fue un movimiento político. La huelga que se extendió por todo el Distrito Federal fue a dar hacia otros estados. En la capital, la lucha se hizo no contra las autoridades universitarias o politécnicas, sino contra las de la capital y, todo el movimiento, contra el propio presidente Díaz Ordaz. Este último recogió el guante del reto democrático y decidió que tal insolencia sería pagada con creces por los estudiantes. Esquizofrenia y represión Estamos ante uno de los aspectos peor comprendidos por algunos analistas del 68 mexicano. ¿Fue la conducta del presidente Díaz Ordaz típica de un personaje esquizofrénico, la razón fundamental que explica la violencia represiva desplegada en Tlatelolco y en los diferentes conflictos que lo precedieron? No seremos quienes le quitemos un ápice de su responsabilidad criminal, pero un análisis marxista de la masacre del 2 de octubre desborda los problemas de la personalidad psicótica de Díaz Ordaz. Se trata de un hecho represivo mayúsculo; el recurso tajante de una dictadura amenazada por un movimiento que la desbordaba. Tlatelolco se explica por el terror mortal de la camarilla priista de que los contactos e influencias cada vez mayores que el movimiento

estaba anudando y expandiendo en los sectores populares, en especial obreros, reeditara en México una experiencia similar a la del Mayo Francés. Y si De Gaulle pudo superar apenas el desafío, Díaz Ordaz y su camarilla sabían que no podrían. Fue una señal imposible de ignorar. El régimen priista registró su primera gran sacudida que anunció el inicio de su larga y truculenta decadencia. Echeverría y López Portillo se encargaron de descifrar los nuevos códigos para garantizar la sobrevivencia. Contando con la inteligencia de dos de los más capaces personajes del régimen, Porfirio Muñoz Ledo con Luis Echeverría, y Jesús Reyes Heroles con López Portillo, se delineó, respectivamente, primero “la apertura democrática” y —sobre todo— después la “reforma política” que les permitió mantener la presión democratizadora bajo control durante más de una década. Canalizando hacia vías parlamentarias a gran parte de la oposición. La tragedia de Tlatelolco no es un hecho atípico de un movimiento festivo de masas. Surgió naturalmente del contexto de la lucha entre una población cada vez más madura y consciente de sus derechos y una dictadura que se resiste a perder sus enormes privilegios. En esta tensión colosal se colocó el verdadero protagonista de ese año histórico: las masas juveniles, alegres y audaces, que recorrieron las calles de la capital cimbrando los palacios y convocando al pueblo a unirse a su lucha. Fueron los héroes populares que se ganaron para siempre un lugar de honor en la memoria colectiva del pueblo mexicano.

Haikú número 68 Vienna Escorza En Tlatelolco de un tiro me mataron. Y no lo olvido.


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Una fuerte lluvia va a caer

Porque los tiempos están cambiando José Vicente Anaya

“La poesía que leíamos en 1968” sugiere el autor como subtítulo para este ensayo… Tenía yo veinte años ienso en 1968 como en un año de rebelión y gozo. Si el azar hubiera sido más favorable, habría prohijado más belleza al provocar que todo mejor ocurriera en el mágico y simbólico 69. Lo dicho de ninguna manera oculta los espantosos nubarrones de dolor y muerte, ni la negación de la vida que representó el terrorismo de Estado impuesto por los políticos en el poder (amparados en la profunda corrupción y autoritarismo del PRI, dispuestos, como lo hicieron una vez más, a matar, desaparecer y masacrar a los ciudadanos y justificarlo como “un bien a la patria”); aunque frente a todo eso estaba nuestra afirmación de la vida envuelta bajo el manto de Eros (Vida, Creación, Gozo, Erotismo, Sensibilidad), enfrentada al macabro Tanatos (Muerte, Destrucción, Injusticia, Cerrazón, Opresión). Por supuesto que no era necesario que las cosas ocurrieran como ocurrieron, pero cuando se vive en un país en el que gobierna la megalomanía oligofrénica y, por otro lado, los jóvenes están llenos de vida, hartos de la miseria material y espiritual, ávidos de justicia, Eros y Tanatos se polarizan. Frente a toda la parafernalia con que el gobierno reprimió aquella lucha justiciera de los jóvenes estaba, y estará, nuestro profundo anhelo de libertad. El espíritu libertario era más pleno y auténtico con cada golpe de la opresión, porque el ser humano sólo es libre cuando lucha por la libertad en un lugar y tiempos concretos, es por esto que Jean-Paul Sartre dijo que los franceses nunca habían sido tan libres como cuando estuvieron bajo el yugo de la ocupación nazi.

P

En tiempos de miseria y tragedia, pues, también hay y debe haber fiesta, elogio y creación del espíritu, vitalidad que mantiene la energía, y de esto es que quiero hablar ahora. ¿En qué se manifestó esa energía? Se manifestó en una reapropiación del arte, sobre todo en el canto y en la poesía como parte de la vida cotidiana. Y tuvo sus expresiones en la música del momento, el rock y el auténtico folclor latinoamericano, así como en los poetas que nos eran muy significativos, además de otras voces que no eran estricta y formalmente poemas pero que tenían todo el vigor para serlo. Tuvo sus expresiones, también, en frases contundentes que se gestaron en otros lugares con similar espíritu festivo y combativo. Las cosas no sucedieron en los estrictos 365 días de 1968, venían de años antes y continuaron… Si quisiéramos explicarlo con todo detalle no nos alcanzaría el tiempo en un texto como éste, porque tendríamos que abordar la historia de la lucha libertaria de la humanidad, sin excluir su presente y su futuro… Para el tema que ahora tocamos, nos ceñiremos a los jóvenes que en 1968 en México teníamos un promedio de veinte años de edad (unos más y otros menos). Y es aquí donde el recuerdo me trae las primeras palabras de un autor que para nosotros fue capital, el fancés Paul Nizan en su libro Adén Arabia nos decía: “Tenía yo veinte años. Y no permitiré que nadie diga que esa es la edad más hermosa de la vida.

Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada en el mundo de los adultos. Es duro aprender cuál es su lugar en el mundo. ¿A qué se parecía nuestro mundo? Se parecía al caos que los griegos atribuían al origen del Universo, en las tinieblas de la creación”. Que las ciudades se incendien en la noche Ante el deslinde y la rabia de estas palabras emparentadas con la poesía, Sartre, en ese momento joven y entrañable amigo de Nizan, al hablar de ambos, apunta: “Íbamos a escribir, haríamos her-mosos libros que justificarían nuestra existencia”. Hace más de cien años, otro joven francés (iconoclasta, como deben ser todos los jóvenes sensibles e inteligentes), Arthur Rimbaud, había escrito: “El poeta harto [ebrio] insultó al Universo”. Y el poeta James Douglas Morrison, con su grupo de rock The Doors, gritaba: “¡Queremos el mundo! ¡Y lo queremos ahora!”. Todas estas voces eran nuestras, venían desde muy adentro de nuestro ser, no eran las consignas políticas que alguien inventa y trata de imponer a los demás. Nosotros estábamos descubriéndonos en las palabras de los jóvenes que habían sentido lo que sentíamos. Edgar Morin, cuando explica la rebeldía que llevó al joven James Dean a la muerte (recordemos que éste fue el símbolo más atacado del “rebelde sin causa” —los más adultos del statu quo equivocadamente creían que no había


47 causas para la rebelión) escribió: “Al fin y al cabo, en las sociedades aburguesadas y burocratizadas [capitalistas y comunistas, ¿neoliberales ahora?] es adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto. Empero, el secreto de la juventud es éste: vida quiere decir arriesgarse a la muerte; vida quiere decir, vivir la dificultad”. El mismo Edgar Morin, en un viaje que hace en 1969 a la contracultura de California, Estados Unidos, apunta: “John me dice que los jóvenes han descubierto el absurdo de una vida dedicada al trabajo tecnoburocrático. ¡Qué formidable disolución de los valores! ¡Qué crisol! Ese es mi objetivo aquí: ver a esta juventud que segrega su contrasociedad y vive su revolución salvaje”. Aquí, lo que se iba al carajo eran los hipócritas valores de los poderosos (capitalistas o comunistas) sobre el trabajo, la “positiva productividad”, el progreso, la eficiencia; por eso, con los poetas diabólicos o malditos exaltábamos contravalores. Con Lautréamont leíamos: “Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias”. En el elogio de las Flores del mal de Charles Baudelaire, con poemas como: “La musa venal”, “La mala sangre”, “Una carroña”, etcétera, cimbraban sus palabras: “Hipócrita lector, mi semejante”. Y el salvajismo de Arthur Rimbaud: “Heme aquí sobre la playa armoricana. Que las ciudades se incendien en la noche. Mi viaje está hecho, dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones. Los climas perdidos me curtirán, nadar, triturar la hierba, sobre todo fumar, beber licores como de metal hirviente —como hacían nuestros ancestros alrededor del fuego. Yo volveré con mis miembros hechos de acero, la piel oscura, el ojo furioso. Por mi apariencia creerán que soy de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal. Las mujeres cuidan bien a esos inválidos feroces que regresan de los países cálidos. Me mezclaré en la política. Estaré salvo”. Menos tu vientre todo es confuso De la rebelión estudiantil de mayo de 1968, en París, en la que encontramos algunos motivos como los nuestros, coincidíamos: “La imaginación toma el poder” o “Mientras más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución.

Y mientras más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”. Del poeta peruano Oquendo de Amat, quien murió joven, leíamos: “Tengo veinte años y una mujer como un Sol”. Y de otro peruano, Javier Heraud: “Soy un río…” De Miguel Hernández: Menos tu vientre todo es confuso. Menos tu vientre todo es futuro fugaz, pasado. Menos tu vientre todo es oculto, menos tu vientre todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo. [...] Boca que arrastra mi boca. Boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco. Boca poblada de bocas: pájaro lleno de pájaros… Beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos que no dejará desiertos ni las calles, ni los campos…

Ella se va de casa El amor libre fue un reto radical y una nueva responsabilidad, la libido liberada hacía más sabrosa la vida. Muchas familias, como se dijo, se empezaron a transformar porque los hijos y las hijas rompieron la tutela del sargento que representaba el pater familias (Wilhem Reich dixit). Las muchachas se supieron dueñas de su vida, su cuerpo, su sexo y se iban del hogar por muchas horas o para siempre. Los Beatles cantaban: Miércoles por la mañana a las cinco cuando el día empieza Silenciosamente cierra la puerta de su recámara Ella deja una nota en la que desearía decir más… En silencio le da vuelta a la llave de la puerta trasera afuera camina y ya es libre Ella (“Le dimos toda nuestra vida”) se va (“Sacrificamos la mayor parte de nuestras vidas”) de casa (“Le dimos todo lo que puede comprar el dinero”) Ella se va de casa después de haber vivido sola durante tanto tiempo, adiós, adiós…

Ilustración tomada del libro La pirámide cuarteada / Evocaciones del 68 de Luis Fernando (Editorial Resistencia, 2017).


48 Un aullido beat Los poetas beats, de los Estados Unidos, nos habían dejado importantes mensajes, en el decir de Jack Kerouac, quien había definido a su generación como un grupo de “jóvenes románticos modernos buscando acción”. El Aullido de Allen Ginsberg, tan lleno de intensidades, hablaba de aquellos muchachos amorosos: “quienes copularon extasiados e insaciables con una cerveza un dulce corazón un paquete de cigarrillos una vela y remataron fuera de la cama y continuaron sobre el piso y siguieron por el pasillo y acabaron desmayándose sobre la pared con una visión del último culo y llegaron eludiendo el último trancazo del conocimiento, quienes endulzaron las vaginas de un millón de muchachas estremeciéndose a la hora del ocaso y amanecían con los ojos enrojecidos pero ya estaban preparados para endulzar la vagina del alba, destellando nalgas bajo pajares y desnudos en el lago…” La pureza En el mero 1968, Nicolás Guillén nos sorprendió con un poema totalmente nuevo y diferente dentro de su típica y conocida producción de la negritud (y confieso que aún hoy me sigue sorprendiendo), el poema se titula “La pureza”, y leo: Yo no voy a decirte que soy un hombre puro. Entre otras cosas falta saber si es que lo puro existe. O si es, pongamos, necesario. O posible. O si sabe bien. ¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura, al agua de laboratorio, sin un grano de tierra o de estiércol, sin el pequeño excremento de un pájaro, el agua hecha no más que de oxígeno e hidrógeno? ¡Puah!, qué porquería. Yo no te digo pues que soy un hombre puro; yo no te digo eso, sino todo lo contrario. Que amo (a las mujeres naturalmente, pues mi amor puede decir su nombre), y me gusta comer cane de puerco con papas y garbanzos y chorizo y huevos, pollos, carneros, pavos, pescados y mariscos,

y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino, y fornico (incluso con el estómago lleno). Soy impuro. ¿Qué quieres que te diga? Completamente impuro. Sin embargo, creo que hay muchas cosas puras en el mundo que no son más que pura mierda. Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario […] La pureza de los novios que se masturban en vez de acostarse juntos y desnudos en una posada[…] La pureza de los clérigos, La pureza de los académicos […] La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia ni un chancro sifilítico. La pureza de la mujer que nunca lamió un glande. La pureza del hombre que nunca succionó un clítoris […] La pureza del que no engendró nunca […] En fin, la pureza de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro para saber qué cosa es la pureza. No puedo encontrar satisfacción… El polvo de William Blake rejuvenecía más que nosotros cuando leíamos: “Los caminos del exceso conducen al Palacio de la Sabiduría” y “Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas, veríamos la realidad tal como es: infinita”. Entonces se multiplicaron las “Lucys en el cielo con diamantes” (Beatles), las Magas (Julio Cortázar) o las alucinantes amorosas Nadjas (André Breton). El amor intenso frente a la realidad opresiva. Entonces venía Mick Jagger a cantar su poema: No puedo encontrar satisfacción… Cuando un hombre viene por la TV a decirme qué tan blancas deben estar mis camisas… entonces explota mi imaginación… [y] Nena, no juegues conmigo porque juegas con fuego. De ahí (como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine e Isidore

Ducasse “Conde de Lautréamont”) a la “Simpatía por el diablo”. Y del poeta “Rey Lagarto”, James Douglas Morrison: Sabes que no sería verdad, sabes que yo mentiría si te dijera, chava mía, que no podemos ir más alto. Ven, chava, y prende mi fuego… Trata de incendiar la noche… Trata de incendiar la noche… [...] Ámame dos veces, chava, ámame el doble hoy. Ámame dos veces, chava, me voy a desvanecer. Ámame dos veces, muchacha: una por mañana y otra por ahora mismo… Vi a un recién nacido rodeado de lobos Para el conformismo, todo el mal está promovido por los pensadores inconformes, críticos. El poder político, por medio de la misma bocota del que era presidente, nos acusó de tener influencia de los “modernos filósofos de la destrucción”. “¿Quiénes son esos filósofos?”, nos preguntábamos Eligio y yo. Han de ser algunos de los que leemos: Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Simone de Beauvoir, María Zambrano, Hegel, Friedrich Nietzsche, Emma Goldman, Mijail Bakunin, Susan Sontag, Karl Marx, Merleau-Ponty, Charles Fourier, Hans Magnus Enzensberger, Bertrand Russell… ¿Será? Pues estamos de acuerdo con esa acusación… Entonces, para la llamada “Manifestación del silencio”, en una manta negra de más de diez metros de largo con letras blancas escribimos: Estamos con los Modernos Filósofos de la Destrucción (la foto de esta manta apareció en la primera plana de uno de los periódicos y el texto del pie también fue acusatorio). Causó escándalo no sólo entre la prensa vergonzante del momento, sino aun entre la izquierda estrecha de miras. Como siguió causando censura que en las manifestaciones posteriores transformáramos las consignas: “El pueblo unido, funciona sin partido”. Edgar Morin con justa razón escribió: “Soy de quienes piensan que el activismo del militante de partido es reaccionario; el que es revolucionario es el militante de la existencia, es la comuna y la nueva red de relaciones humanas, sociales e, incluso, económicas, es el festival del rock y


49 Los soñadores despiertos Vengan escritores y críticos son peligrosos ustedes que profetizan con la pluma En aquel entonces, la promesa de un y tengan sus ojos bien abiertos. Ya no habrá oportunidad mundo mejor (comunismo) fue menos Y no hablen tan aprisa determinante que el desencanto de lo Oh, ¿qué has visto mi hijo de ojos claros?… porque la rueda sigue girando que existía. Ernst von Solomon antes lo Vi a un recién nacido rodeado de lobos y nadie sabe lo que significa había dicho así: “No queríamos lo que Vi una supercarretera cubierta de diaque el vencido de hoy conocíamos. Y no conocíamos lo que mantes, y sin nadie en ella será el que triunfe mañana. queríamos”. Vi una rama negra goteando sangre Porque los tiempos están cambiando… Aunque escrita por muchos autores, Vi un cuarto lleno de hombres con marti- Vengan padres y madres aquella poesía era muy nuestra, no callos sangrantes… de toda la Tierra bía duda, nos llenaba porque encerraba Vi a diez mil oradores con sus lenguas y ya no critiquen la posibilidad del sueño que partía de la cortadas lo que no han entendido. realidad, pesadilla a veces, pero también Vi pistolas y espadas en manos de niños. Sus hijos y sus hijas Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va ya no están bajo su mando mejores sueños habría que realizarlos en a caer… el ahora y aquí. Por esto, no encuentro Las rutas viejas ¿Y qué escuchaste mi hijo de ojos claros?… mejor colofón para este texto que unas se están acelerando… Oí el golpe del trueno rugiendo una palabras de T. E. Lawrence: “Todos los La línea está trazada advertencia hombres sueñan, pero no de la misma el anatema está lanzado. Oí una ola rugiente que podría cubrir al manera. Aquellos que sueñan por la noLo que va lento hoy mundo che, entre los repliegues polvorientos más tarde irá de prisa Oí a cien tamborileros con sus manos en de su mente, se despiertan con el día así como el presente llamas y piensan que todo fue fantasía. Pero será nuestro pasado. Oí a diez mil susurros que nadie escuchaba El orden muy pronto se desvanece los soñadores despiertos son peligrosos, Oí a un muerto de hambre y mucha Los primeros de ahora porque pueden actuar sus sueños con gente riendo muy pronto serán los últimos. los ojos abiertos, y convertirlos en reaOí la canción de un poeta muerto en la Porque los tiempos están cambiando. cloaca lidad”. Oí en el callejón los llantos de un payaso Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer. Holocausto del alma Oh, ¿qué encontraste mi hijo de ojos Perla Schwartz claros?… Los cuerpos acribillados Encontré a un niño detrás de un pony los traspasa muerto un amasijo de humo evanescente: Encontré a un hombre blanco paseando Arde el Holocausto del Alma. con un perro negro Cristales esparcidos Encontré a una muchacha con su cuerpo arropados por cenizas, en el fuego noche-duelo, Encontré a una niña que me dio un arcoíris noche que duele Encontré a un hombre herido de amor 2 de octubre de 1968: Encontré a otro hombre herido por el Noche que no se resigna odio a terminar. Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va Noche de sangre circundada a caer… por un reloj sin manecillas. Grafiti del sacrifcio humano. Y en “Los tiempos están cambiando”, Un Dios iracundo Dylan también decía: Tlatelolco: grito contenido... grito soterrado... Vengan, júntense toda la gente que estalla y se estrella dondequiera que ande contra el paredón urbano. y reconozcan que las aguas Arde el Holocausto del Alma; en todo el rededor están creciendo impunidad total y vean que pronto estarán inundados y totalizadora hasta el cuello vaivén de ruidos y voces, Y si creen que vale la pena corona de fuego cambiar vuestro tiempo que permanece tatuada es mejor que empiecen a nadar entre los pliegues del corazón. Porque los tiempos están cambiando. el amor libre”. De la década de 1960, por supuesto. En “Una fuerte lluvia que va a caer”, el poeta Bob Dylan cantaba:


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Fragmentario Tlatelolco 68

La única realidad es la que habita en el cerebro de cada ser humano, y son demasiados universos Juan Miguel de Mora

Juan Miguel de Mora vivió 95 años, de 1921 a 2017. Su biografía dice que nació en la Ciudad de México, si bien él confesaba a sus amigos que había visto la luz por vez primera en España aunque se educó en México desde la enseñanza primaria. Luchó a favor de la República a sus 18 años contra la dictadura de Francisco Franco. Periodista destacado, fue desterrado de México so pena de ser desaparecido durante la administración de Luis Echeverría que lo llevó involuntariamente de nuevo a Europa. No calló nunca lo que pensaba, y la muestra es este libro T-68 /¡Por fin toda la verdad! (Edamex, 32a. edición, 30 de octubre de 2000), de donde extraemos esta breve narración.

A

los que creen que las materias fecales no son susceptibles de ser ensuciadas, yo les digo que hay tres formas de mancharlas: con sangre de inocentes, con sangre de torturados y con sangre de asesinatos fríamente premeditados. Juan Miguel de Mora, profesor de la Universidad de México, nos ha dirigido el siguiente llamamiento: “El gobierno mexicano, presidido por Díaz Ordaz, adoptó desde el 26 de julio pasado, principio de las manifesta­ciones estudiantiles, una actitud que está en contradic­ción con la Constitución. Es suficiente con dar algunos ejemplos: las crueldades ejercidas contra estudiantes después de su detención; la utilización del ejército para una represión extraordinariamente brutal; las instrucciones transmitidas a los gobernadores de los estados encargándoles ahogar toda manifestación de oposición popular; la sevicia contra los presos políticos. El punto culminante fue alcanzado el 2 de octu­bre con la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, en México. Hombres, mujeres y niños fueron asesinados y las autoridades intentaron, utilizando la tortura, trans­formar a las

víctimas en agresores, contra toda verosi­ militud. En efecto, es del dominio público que agentes de la guardia presidencial, vestidos de civil, fueron uti­ lizados el 2 de octubre para provocar la matanza. Tomando en cuenta que la prensa mexicana—y esto es lo menos que puede decirse— ha dado pruebas

de una excepcional prudencia, es necesario que los mexicanos, sea la que fuere su posición política, se nieguen a ser cómplices, ni siquiera con su silencio, para salvar la dignidad de México”. Le Monde París, 31 de octubre de 1968

“Ellos creen que pueden seguir con autoridad en el mundo de las letras, que una frase bien hecha o una metáfora her­mosa pueden serlo todo, como era antes, pero ya no pode­mos aceptar sus palabras de siempre, porque ahora están muertos los hombres, las mujeres y los niños que llegaron vivos a Tlatelolco, aquel 2 de octubre, en 1968, y están ya enterrados todos los que fueron asesinados el 10 de junio de 1971”


51 Aunque estaba empapado, el niño no temblaba de frío, sino de miedo. Se escondía en la azotea apretándose con­ tra el tinaco, en la imposible avidez de fundirse con él, es­tremecido entre el terror y la esperanza. Filtraciones en los pisos, goterones en los muros, húme­das convulsiones en los metálicos barandales de las escale­ ras, el edificio lloraba. El edificio, porque los ojos humanos permanecían secos. Y la sangre. Y la noche. Ese tal Dante, que le decían Alighieri... En la noche toda la sangre es negra, acá y allá un dis­paro, una que otra voz, y ya empiezan a recoger los cuer­ pos, muertos o heridos, tirándolos en los camiones del ejército. El edificio sollozaba. Y afuera, cerca o encima de la sangre, los grupos aterrori­zados bajo la amenaza de las armas, unos detrás del edifi­cio, otros delante, algunos junto a la iglesia, revueltos hombres, mujeres y niños. Las lágrimas del edificio caían por las escaleras, mojando a los que bajaban con las manos en la nuca y también a los que les golpeaban los riñones o el vientre con las culatas de los fusiles. Y en mitad de las lágrimas y el miedo, una voz al acaso: —¡Aquí hay uno! Un angustiado anhelo de protección maternal en los quince años que ayer mismo —ayer tres o cuatro años— la mamá protegía. (¡Si mamá estuviera aquí, ella sabría cómo hacerle!) Una urgida necesidad de amor materno entre los borbotones de miedo que producen los ojos, secos de toda expresión, al descubrirlo en la azotea, tras el tinaco, entre los tubos. La mano infantil se levanta temblorosa, con dos libros mojados y un cuaderno, en un intento vano de escudar al cuerpo. (iDiosito, ayúdame, mamacita, ayúdame!), los ojos como llamaradas adultas y como pueriles llamadas de angustia, ida ya la esperanza; las rodillas tiemblan, chocando una con la otra, y enfrente sólo otros ojos, ayu­nos de expresión y de sentimiento, y debajo de ellos el oscuro y metálico túnel al infinito. (iDiosito, ayúdame, cómo se va a poner mi mamá!) —¿Y qué esperas para echártelo?

La mano del niño temblando con los libros y el cuader­no, y los ojos del asesino. Dos disparos, los libros también atravesados y un “¡Ay, mamacita!”, un retorcerse, la san­gre que brota y se mezcla con el agua que vierte el tinaco en la azotea del edificio Chihuahua, lloviendo, precisamente allí, donde toda el agua de México sería insuficiente para lavar la sangre. Se escucha a una mujer del pueblo: —Van a decir después que los tinacos fueron agujerea­dos por las balas, pero la verdad es que esa noche lloró el edificio para compensar las lágrimas que no tuvieron los asesinos. Cuando a los hombres les faltan lágrimas, hasta los edificios lloran. iVerdad de Dios! El tal Dante... Novedades, miércoles 2 de octubre de 1968: “Acepta la academia que en España ya se escriba México con X”. “X”, signo con que puede representarse en los cálculos la incógnita, o la primera de las incógnitas, si son dos o más. y por las calles la sangre de los niños corría simplemente, como sangre de niños. Pablo Neruda. Ellos creen que se pueden seguir utilizando las mismas palabras, ellos, los traidores a la dignidad, los sostenedores de las grandes instituciones, los que cambiaron de orientación impulsados por los halagos y el dinero. Ellos creen que pueden seguir usando las mismas palabras, haciendo los mis­mos saludos, prodigando las mismas sonrisas, construyendo elaboradas argumentaciones para justificarse y capitalizando su calidad de escritores. Ellos creen que pueden seguir con autoridad en el mundo de las letras, que una frase bien hecha o una metá-

fora her­mosa pueden serlo todo, como era antes, pero ya no pode­mos aceptar sus palabras de siempre, porque ahora están muertos los hombres, las mujeres y los niños que llegaron vivos a Tlatelolco, aquel 2 de octubre, en 1968, y están ya enterrados todos los que fueron asesinados el 10 de junio de 1971. El escritor y periodista Juan Miguel de Mora relató a un reportero de Excélsior parte de los aconteci­mientos de que fue testigo. El siguiente es parte de su relato: “... me llamó la atención que venían corriendo codo con codo, en una forma que me recordó las películas que he visto de cómo actuaban las Secciones de Asalto de Hitler, también llamadas camisas pardas. Éstos no traían uniforme, pero su carrera rítmica tenía mucho de militar... Les vi lanzarse con garrotes y palos contra los estudiantes, que corrieron en todas direcciones. Dos o tres que fueron alcanzados fueron salvajemente golpeados. “Hasta que llegué caminando a la esquina de Ribera de San Cosme no dejaron de oírse disparos intermi­tentes; en mi opinión la mayoría de ellos de pistola o de rifle de menor calibre... “Había un camión gris, cerrado, sin letrero alguno y dos de los llamados pick-up, llenos de esos mismos jóvenes con garrotes, vestidos de civil. Cuando yo seguía alejándome del lugar, grupos de estos jóvenes corrían, por delante de los granaderos, hacia el lugar de los sucesos. “Cuando este grupo de atacantes se retiró, algunas personas que observaban los incidentes desde la azotea de sus casas arrojaron palos a los estudiantes para que se defendieran. Inclusive algunos albañiles de una obra en

“Ahora ya no se trata de pequeños asesinatos aislados cometidos en lugares lejanos —acá unos campesinos, allá un Rubén Jaramillo, más lejos un obrero—, sino de crímenes contra multitudes, cometidos en las calles de las ciudades, a la vista del mundo entero”


52 construcción dotaron de maderos a los estudiantes, con la misma intención”. El relato de Mora —parte del cual transcribimos— incluye escenas de las calles Instituto Técnico, Alzate y Sor Juana Inés de la Cruz. Mora mismo escribió esto y firmó a los márgenes de las cuartillas. Excélsior México, 11 de junio de 1971 En cualquier parte de la Ciudad de México, tras su má­quina de escribir, un hombre piensa: Ahora, el país padece una disentería gigantesca. Vivimos en la mierda manchada de sangre. Solamente los inconscientes y los cobardes (además de los asesinos) pueden creer que en la mierda manchada de sangre pueden utilizarse las mis-

mas palabras que cuando únicamente nos rodeaba el estiércol de la corrupción, la demagogia, el engaño, el enriquecimiento de políticos y el abuso incruento. Ahora ya no se trata de pequeños asesinatos aislados cometidos en lugares lejanos —acá unos campesinos, allá un Rubén Jaramillo, más lejos un obrero—, sino de crímenes contra multitudes, cometidos en las calles de las ciudades, a la vista del mundo entero. No, no es posible seguir utilizando las mismas palabras cuando lo que nos rodea ya no sólo es mierda, sino mierda sangrienta. Hay que hablar ahora como hablan los obreros, como hablan los campesinos, como hablan los estudiantes, como hablaban las víctimas antes de morir. Ahora hay que dejar a un lado las retóricas lucubraciones de los aspiran-

Ilustración tomada del libro La pirámide cuarteada / Evocaciones del 68 de Luis Fernando (Editorial Resistencia, 2017).

tes a este­tas y hablar como hombres, usando palabras de hombres. Un día se hará la lista de todos los que vendieron su dignidad por un plato de lentejas. Un día se hará esa lista, pero ya desde ahora sabemos qué palabras debemos emplear para calificarlos. Mientras piensa está clavado en su sitio, mitad vida, mitad muerte, en el vértice preciso de los hechos que ya fueron y están pariendo a los hechos que van a ser. El hombre puede desempeñar bien todos los oficios, menos el de hombre. ¿Dónde se encuentran la hombría y la dignidad de todos los que simulan que no es cosa suya, de todos los que fingen ignorar el crimen, de todos los que esconden en su miedo o en su indiferencia la responsabi­lidad de su complicidad de silencio con los asesinos? La única realidad es la que habita en el cerebro de cada ser humano, y son demasiados universos. Un poco de química, apenas, la conciencia, la elección de vida, el egoísmo o el altruismo, el todo o la nada. Allí es donde existen, siempre múltiples y en perpetuo cambio, los conceptos “bueno” y “malo”, allí es donde lo terrible puede ser intrascendente o lo superficial, importante. Se sabe de los que vendieron a sus hijas o a sus mujeres, se sabe de los que hicieron todo lo que las buenas concien­cias reprueban a la hora del té. ¿Y quiénes huyeron de su responsabilidad fingiendo no ver los niños muertos, los muchachos muertos, las mujeres muertas y los hombres muertos que no debieron morir? Entre paredes revocadas con prisa por yeseros mal paga­dos que maldecían a Dios y al Diablo puede encontrarse a Miguel de Cervantes o a Hitler. Y entre las paredes lujosas, acabadas con todo cuidado y vueltas a retocar por yeseros muy bien pagados que maldecían a Dios y al Diablo, tam­bién puede encontrarse indistintamente al genio o al ase­sino. Por entre estas paredes nuestras de ahora la angustia tie­ne carta de ciudadanía y la policía carta blanca para el crimen. Sin duda hay otras partes del mundo en el mismo caso, pero nadie puede hablar al mismo tiempo de todas las cosas.


53 Tragedia la de quienes debieron ser perros de lujo y na­cieron con forma de hombres. Hay que tomar el papel y dejar que la queja

vaya haciéndose palabras, porque no puede hacerse polen, ni semen, ni óvulos, todavía...

En la máquina tecleó una palabra: “alegría”. Palabra extraña y ya con poco sentido, pero la escribió grande: “Alegría”.

Manifestación silenciosa Alberto Blanco Tarde o temprano alguien que escuche estos pasos en un futuro sentirá de nuevo aquel calor que animaba el pulso y subía a golpes por la vida, aquella sangre que inflamara las antorchas, los rostros, las ves de la victoria en una espléndida celebración. Un triunfo del silencio voluntario frente al rumor impuesto. Un triunfo musical sobre el barullo ensordecedor. Porque no es lo mismo guardar silencio que quedarse callado. Porque no es igual la acción que la reacción. Luces en la plaza y estrellas en el cielo, destellos en los cascos azules y en los lentes oscuros, transparentes de tanto verano: septiembre ardiendo en las vitrinas de cada aparador. Las bocacalles estaban bloqueadas pero adentro aquello era una fiesta, un baño público, una limpia: la forja en ese instante de una ciudad gozosa. Una inmensa columna de muchachos y muchachas seguía nutriendo la plaza con su savia y a punto de desbordarse ese silencio se encendieron las horas sin reloj. Si las luces de los semáforos estaban apagadas las velas interiores —en cambio— estaban listas; si el alumbrado público parpadeaba débilmente la lumbre de la muchedumbre formaba un corazón. Eran pocas las ventanas iluminadas por el miedo pero se vislumbraba un fuego nuevo en cada cosa:

periódicos, bolsas, pañuelos, improvisadas teas, cualquier combustible era bueno para la ocasión. La sombra de los muros del Palacio Nacional nos pareció más ominosa aún que el profundo bramido que sentimos correr como un escalofrío bajo el pavimento cuando los tanques rodaron. Una constelación sin nombre se propagó en la plaza y a falta de bandera —el asta se erguía desierta— guardamos entre todos un silencio atronador. Yo tenía diecisiete años. Pudo durar aquella noche inolvidable mil años o pudo ser una sola noche inaugural o la última de todas las noches o la única noche concedida. El caso es que, cuando volvimos a casa recorriendo a pie la enorme distancia, llenos de orgullo, resarcidos, animados, sentimos que algo nuevo, distinto, había surgido en nuestras vidas. Una solidaridad esclarecida y puesta en práctica: un gesto, un acuerdo, un viento, una pasión. Aquel silencio nos hizo aterrizar —al fin— en el centro mismo de la tormenta y nos hizo poner los ojos en el ojo del huracán. Unos cuantos días después llovieron lágrimas de sangre. Tuvieron que pasar otros diecisiete años para que un amargo septiembre viniera a sacudirnos y nos viera salir del estupor.


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Primer aniversario / II El 68 en 101 creadores La tarde del miércoles 2 de octubre del año 1968 representa un momento crucial en la vida de México. Considerado mayoritariamente el primer crimen impune de Estado del siglo XX, el suceso afectó, de muchas maneras, el desarrollo democrático del país, inmovilizado, o perfectamente simulado, desde entonces. Aun los nacidos a partir de aquel año tienen conocimiento de la gravedad del hecho, incluso sin haberlo vivido. ¿Será olvidado, o está siendo olvidado, esta perfidia del Estado por las generaciones nacientes, por la millenial, que trae adherida la aplicación digital, por los jóvenes que se han volcado a las urnas para disminuir a los partidos políticos que han corrompido al país, por las nuevas ideas de la rebeldía? En estas páginas hay cavilaciones diversas, desde las personas que intervinieron en el Movimiento Estudiantil hasta jóvenes que apenas han llegado, o aún no, a su primer cuarto de siglo. Con 101 reflexiones sobre el 68 esta revista, cuando México atraviesa un pasaje electoral inédito —justo medio siglo después del 68—, conmemora su primer aniversario periodístico. La mayor parte de estos creadores nos envió mediante el correo, de su puño y letra, su apunte. El 20 por ciento de las voces restantes las recogió el reportero Alejandro Alvarado. Las imágenes que ilustran este número pertenecen al libro sobre el 68 que atingentemente reconstruyera el Grupo Mira que ha reseñado Humberto Musacchio al inicio de estas páginas. El orden de las lecturas no se debe a un índice alfabético, sino que lleva el hilo de su llegada a la redacción. Los 101 autores —entre poetas, ensayistas, narradores, académicos, pensadores, dibujantes, investigadores, fotógrafos, profesores, filósofos, traductores, periodistas, músicos, actores e historiadores— respondieron generosamente a nuestra convocatoria, con lo que estas Transgresiones se congratulan por tener cerca, o estar muy cerca de tan distinguida y honorable colectividad artística y cultural. Las cavilaciones emitidas nos permiten introducirnos en un laberinto de ideas, confesiones, argumentos, propuestas, análisis, críticas, reticencias, convicciones, dudas, aportaciones e hilaridades que nos mantienen en la ruta despiertos y avivados, animosos, en la búsqueda de una salida acorde con nuestra realidad. El significado del 68 es múltiple y constructivo medio siglo después. Imagen, como todas las subsecuentes, que durante 1968 fue difundida masivamente en las calles. La ilustración ha sido tomada, como todas las otras, del libro La gráfica del 68 editado por la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM en su primera edición en el año 1982.

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No claudicar jamás Rogelio Guedea

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a Latinoamérica del siglo XX fue pródiga en dictaduras que, auspiciadas y alentadas por Estados Unidos, intentaron socavar los proyectos revolucionarios que buscaban la igualdad y el bienestar de nuestras sociedades. Lo que poco se sabe es que estos movimientos sociales (en Nicaragua contra los Somoza, en Uruguay contra Bordaberry, en Argentina contra Videla, en Chile contra Pinochet, etcétera) fueron protagonizados por estudiantes, ese sector de la población más airoso en la búsqueda y en la preservación de sus libertades. Desafortunadamente, los poderes autocráticos lograron socavar con fuego muchas de estas representaciones que urgían un cambio de sistema político y de paradigma social, como fue el caso de los estudiantes mexicanos en el sangriento 68 de nuestra historia nacional, aún sin olvidarse. Sirva este aniversario 50 para no olvidarnos no sólo de aquellos que murieron injustamente sino también para recordar que, por más aciagos que sean los tiempos, no debemos claudicar jamás en la lucha por una sociedad justa, libre y equitativa.


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El desconocimiento del diálogo Cosme Lavariega

latelolco transgredió el concepto de autoridad del Estado priista: el de callar, de asentir a todo lo dispuesto por los gobernantes que deciden sin ser elegidos, sólo por ellos mismos. Disentir enloqueció al poder, lo turbó, alteró su pulso y entonces optó por reprimir/ acosar/intimidar/acallar/exterminar todo lo que le resultaba incomprensible, aquello que nunca entendió: una juventud llena de libertad, con ansias de existir, de opinar, de trazar nuevos senderos, de construir lo diferente a partir de la rutina diaria. Tlatelolco marcó los límites del poder existente, ese que desconoce el diálogo: la palabra. Tlatelolco hizo emerger las contradicciones de la vida diaria, el hartazgo de convivir con un autoritarismo a ultranza, de escuchar discursos parásitos/aniquilantes/avasalladores/falsarios cuya única razón de ser era, es, justificar al poder. Tlatelolco está presente, es una voz que no calla, sus ecos están al cuestionar e interrogar al poder, en no permitir el silencio aunque la sangre corra. Nuestros muertos están más vivos ahora: Tlatelolco es un grito de libertad que no ha muerto aún.

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Amarga memoria Diana Goldberg Mayo

angre seca en el piso de los corredores entre los edificios de Tlatelolco. “Por aquí corrieron algunos estudiantes heridos, los agarraron. Aquí cayó uno”. “¿Por qué?” Silencio. Tenía cuatro años y me mandaron a callarme. Supe así que algo muy grave había ocurrido. Y tuve miedo. Desde entonces Tlatelolco fue un lugar escalofriante, aun si sólo se tratara de visitar el sitio arqueológico o de hacer fila para obtener el pasaporte o de visitar a mis tíos que aquel día nos dijeron de quién era esa sangre. Alcira vino tiempo después. Yo tenía diez años y mi hermana mayor, de 23, me llevaba a la Facultad de Filosofía. Ella trabajaba y yo me aburría pronto. Sólo una persona ahí me tendía la mano para pasear por los pasillos de la facultad, con su sonrisa escondida y su energía desbordante. A veces la ayudaba a repartir sus papeles de colores. Siempre que iba ahí quería verla. Después supe su historia. Escondida en un baño durante varios días cuando los militares tomaron la unam. Sentí otra vez ese miedo, acompañado ahora de dolor y enojo. Una congoja compuesta de incomprensión y de un claro sentido de injusticia.

Ya en el cch otra historia del 68 ocupó mi mente. Mi querido maestro Enrique Sánchez Rebolledo había estado ahí, en la plaza. Como otros, cayó al piso. Inmóvil para no ser descubierto, aterrado, oía balazos, gritos. Supo que estaba junto a un cuerpo sin vida. Desde ese lugar, parecido al infierno, alcanzaba a ver a una mujer que limpiaba los vidrios de su departamento en el edificio Chihuahua. Incomprensión. Dolor extremo. El 68 nos rozó, a mí y a mi generación, con su violencia. Nos salpicó de dolor y de enojo. De ahí, y de las constataciones vividas, nació el temor perenne al ejército; el miedo y la desconfianza de la policía, instituciones que parecían estar ahí para reprimir, para matar estudiantes. Acompañamos a Rosario Ibarra a clamar por la aparición de su hijo y de los desaparecidos, con profundo respeto y la piel erizada oíamos sus discursos que venían de un corazón lastimado y lleno de enojo. Aprendimos a leer entre líneas todo texto periodístico, todo hecho; a ocultar nuestras opiniones y decirlas sólo entre personas conocidas, en circunstancias seguras, siempre pensando en las represalias. Nos quedamos sin cafeterías en la universidad y sin

conciertos de rock. Después del 68, y después del 71, la represión estaba ahí, el autoritarismo nos amenazaba como la guerra de baja intensidad que el pri-gobierno libraba contra la guerrilla. Así se vivía, en la duplicidad tramposa del echeverrismo, del lopezportillismo, del priismo que felicitaba a las izquierdas del mundo mientras las masacraba en su territorio, que recibía refugiados de Guatemala, Brasil, Chile, Argentina, Uruguay mientras reprimía movimientos locales. Fuimos la generación de en medio, inmediatamente posterior a las masacres de estudiantes y previa a quienes nacieron sin ese recuerdo gris, nebuloso, violento. Somos los hijos de la desconfianza y del miedo, de heridas que nunca cerraron y regresan ante cada embate de ese pri y de todos aquellos que se niegan a transitar a la democracia. A 50 años del 68 la memoria es amarga. Siguen vivos el reclamo, la absoluta necesidad de desconfiar y de no olvidar, alimentándose de cada hecho vergonzoso, que se convierte en parte de los recordatorios acumulativos y singulares de la justicia que no llega.


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Intolerancia Higinio Esparza Ramírez

n 1968 y su fatídico 2 de octubre Emente, la cultura informativa, desgraciadano logró superar la intolerancia,

la incomprensión y la soberbia criminal de los gobernantes hacia un sector (el estudiantil) con nuevos ideales de justicia, inclusión e igualdad para todos los mexicanos. Este medio siglo de aquel acontecimiento nos da la oportunidad de revalorar los alcances de la manifestación de protesta reprimida a tiros y culatazos, impune aún porque los principales responsables no fueron enjuiciados ni llevados a la cárcel. Como provinciano arraigado en el norte de México, dependí de la prensa

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S

nacional para enterarme a fondo de la tragedia: nos golpeó profundamente lo sucedido principalmente a los laguneros con hijos y familiares en la capital de la República. Había incredulidad, los telefonemas saturaban las líneas con un desconcierto adicional: la presencia de unos desconocidos halcones y los señalamientos contra el ejército por reprimir a tiros y golpes a los estudiantes, formarlos en la pared con las manos detrás de la cabeza y obligados a desnudarse. En Torreón, Gómez Palacio, Lerdo y demás ciudades de la comarca lagunera de Coahuila y Durango se padecie-

ron días, semanas y meses de incertidumbre y luto. Los malos recuerdos no se han borrado con los años, y a los provincianos nos conmueven todavía las conmemoraciones de octubre. Habría que aclarar, sobre todo, si fue cierto que los soldados se ensañaron con los jóvenes o sólo respondieron al fuego de los francotiradores. Hay un vecino que ahora vive a espaldas de mi casa que quedó atrapado en el tiroteo y quien tuvo la fortuna de sobrevivir junto con su esposa e hijas; actualmente radica en Gómez Palacio y lo considero el mejor testigo viviente de lo ocurrido.

taron a mi mujer diciéndole: “Si tiene a dónde ir, váyase; porque esto se va a poner peor”. Tomó de la mano a la pequeña y salió despavorida hacia la casa de su hermana, quien vivía atrás del edificio Chihuahua. Cuando atravesaba la Plaza de las Tres Culturas un helicóptero surgió de repente y arrojó una luz de bengala. En ese momento comenzó la balacera, la gente corrió despavorida. Mi esposa alcanzó a tomar de la mano a la hija mayor. A Nora ya no la vio. Mientras arrastraba a las dos niñas, una de ellas cayó a las puertas del edificio y la pisoteó la muchedumbre que huía de las balas. Dejó a sus demás hijas en la casa de su hermana y salió en busca de Nora. Gritó hasta desgañitarse y el esposo de su hermana la ayudó en la búsqueda en medio del fuego cruzado. Regresaron y media hora después tocaron a la puerta. Una de las vecinas del departamento de abajo apareció con la niña extraviada y mi esposa se desmayó por la impresión. Supe que esa vecina caminaba detrás de mi esposa y mis hijas, por eso pudo recuperar a la niña. Nunca tuvimos con qué pagarle tan noble gesto. Al día siguiente por la mañana crucé la plaza para recoger a las otras dos niñas que se habían quedado en un departamento contiguo. Caminé entre zapatos, calcetines, pantalones con sangre, blu-

sas, gorras, lentes y mucha sangre en el piso. Al mediodía volví a pasar y ya no había nada, como si nada hubiera sucedido, excepto la sangre embarrada en el muro de piedra de la iglesia. En la tarde del 3 de octubre fue asesinado un peatón por los francotiradores que aún permanecían en el área. ¿Quién disparó? ¿Desde qué punto o edificio partió el disparo? Eso nunca lo sabremos. A los pocos días el presidente Gustavo Díaz Ordaz inauguraba las Olimpíadas.

Testigo y sobreviviente Mario León Argüelles

oy originario de Comitán, Chiapas. Entonces contaba con 33 años, laboraba en cuestiones administrativas en la Secretaría de Hacienda. Aquella tarde en el trabajo en Palacio Nacional se escucharon noticias sobre el mitin en la Plaza de las Tres Culturas. La plaza se comenzó a llenar de estudiantes, amas de casa, personas mayores, campesinos y niños. Y me alarmé cuando se dijo que el ejército iba en camino. Me preocupé por mi familia; ocupábamos un departamento en el edificio 11 sobre la prolongación de San Juan de Letrán, justo enfrente del edificio Chihuahua, en cuyo tercer piso se ubicaría el Comité de Huelga estudiantil y sus oradores. Las noticias por la radio se hicieron más alarmantes: “¡Ya entró el ejército a Tlatelolco! ¡Hay muchos muertos y heridos, todos estudiantes!”. En ese momento salí corriendo hacia Tlatelolco. Ejército y policía cerraban el paso. Le pedí a uno de los militares que me permitiera llegar a mi casa y le mostré una credencial de la Secretaría. —Pase, pero bajo su estricta responsabilidad. No hay luz y todavía se escuchan disparos, agáchese mientras camina —me respondió. Agachado y a tientas caminé varias cuadras para llegar al edificio entre llamas, humo y balazos. Mi esposa se había desmayado y la asistía una vecina con Nora a un lado. Los vecinos asus-

[La conmovedora escena le fue contada a Higinio Esparza Ramírez, quien a su vez nos la ha transmitido. “La matanza de Tlatelolco hirió a México”, dice don Mario a su amigo Higinio, uno de los sobrevivientes del tiroteo del 2 de octubre de 1968 en la capital de la República. Ahora avecindado en Gómez Palacio, Durango, don Mario consiguió salir indemne junto con su esposa y sus tres hijas de tres, cinco y siete años de edad. Admite don Mario que él pudo haber corrido la misma suerte fatal del desconocido asesinado por un francotirador pues, como éste lo hacía, caminaba de un lado a otro para poder llegar a su departamento. Actualmente Nora, que entonces tenía cinco años de edad el 2 de octubre de 1968, está dedicada a la docencia con una licenciatura en psicología. Tiene un hijo, José Mario, de 11 años de edad.]


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El 68 en mi historia Mauricio López Valdés

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penas había cumplido yo cuatro años cuando ocurrió la represión y matanza a los estudiantes en Tlatelolco, por lo que no tengo recuerdos claros de esa época, salvo que “ser estudiante” era riesgoso y mal visto socialmente. Años después, con el movimiento de 1971, también reprimido, mis vecinos y hermanos mayores, estudiantes en la unam o en el ipn, comentaban sobre “los Halcones” y lo sucedido en el Casco de Santo Tomás. Mis padres se preocupaban mucho por ellos y por los demás jóvenes del barrio “que parecieran estudiantes”, pues eso los ponía en riesgo continuo ante la policía, la uniformada y la ju-] dicial. Mi padre sabía bien cómo estaba la situación, pues había sido agente confidencial de Ávila Camacho como presidente, y, luego, subdirector de Lecumberri, cargo al que renunció al advertir tanta corrupción einjusticia en dicho presidio. Yo tardaría años y lecturas para cobrar conciencia de ambos hechos, en particular el del 68, que fue fundacional en la lucha por los derechos civiles, no sólo universitarios. Por supuesto que, desde el bachillerato, viví las continuas agresiones policiacas por ser estudiante y portar el cabello largo. Pero fue en 1987, cuando yo cursaba letras hispánicas en la unam, cuando me adentré en el conocimiento del movimiento del 68, pues el rector Carpizo había impulsado una reforma universitaria que atentaba contra la universidad pública y la educación gratuita. Comenzamos las protestas y las marchas, y había miedo: el fantasma del 68. Pero con algunos compañeros revisamos lo ocurrido en aquel año con nuestros predecesores estudiantiles, a tratar de identificar a los provocadores infiltrados, las tácticas y los procedimientos represivos durante las marchas, las descalificaciones mediáticas, y cómo tratar de eludirlos. Y logramos evitarlo gracias a su ejemplo de compromiso y lucha por un mejor país, pero también, lamentablemente, a sus trágicas experiencias, desde tortura y encarcela-miento hasta —en no pocos casos— su asesinato clandestino en campos militares. Eso nos permitió definir ac-ciones para protegernos.

A pesar de que pertenezco a una generación posterior a la de esos —entonces— jóvenes, es mucho lo que yo, en mi historia personal, les debo, al igual que muchos de mis coetáneos:

nos cambió la conciencia, nos cambió la vida, y nos enseñó que los jóvenes estudiantes pueden ir cambiando las cosas en una sociedad si se lo proponen.


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El año en que todo cambió Gabriel Trujillo Muñoz

enía 10 años y la televisión de mi casa era en blanco y negro. Tenía 10 años y vivía en la frontera norte de México. Tenía 10 años y había astronautas dando vueltas a la Tierra. Tenía 10 años y me subía al capacete de los autos a ver pasar las naves espaciales, esas luces diminutas que recorrían el cielo cada noche. Tenía 10 años y deseaba que mi familia se pareciera a la familia Adams, que el Coyote atrapara al Correcaminos, que Olivia le diera una paliza a Popeye. Tenía 10 años y los adultos a mi alrededor se quejaban del gobierno, se enojaban ante la corrupción de los políticos de uñas largas. Tenía 10 años y los hippies pasaban en sus motocicletas, con sus trajes de colores, por las calles de mi ciudad como una ráfaga de viento fresco. Tenía 10 años y los carteles psicodélicos iluminaban los pasillos de la tienda Fed Mart, mientras de las bocinas de la

sección de discos salía el vozarrón de Eric Burdon, de Joe Cocker, de Mama Cass. Tenía 10 años y la gente decía que el principal problema del mundo no era la guerra de Vietnam o la bomba atómica o la discriminación racial, sino los jóvenes que ya no respetaban la autoridad, que protestaban sin ton ni son. Tenía 10 años y nuestra prefecta de disciplina, en el colegio de monjas donde estudiaba, nos aseguraba que debíamos de seguir las enseñanzas de Jesucristo excepto en eso de usar la barba y el pelo largos, mientras nos golpeaba la cabeza contra el pizarrón. Tenía 10 años y los periódicos sólo hablaban de los estudiantes universitarios como si fueran el propio demonio suelto; que la CIA, la KGB y el Libro Rojo de Mao les habían lavado el cerebro. Tenía 10 años y las únicas fotos que salían en primera plana eran las del presidente Gustavo Díaz Ordaz sonriendo, mientras nosotros, niños en el recreo, cantábamos: ¿Adónde vas conejo Blas con esos dientes de Díaz Ordaz?

Tenía 10 años y a nadie oí mencionar las demandas estudiantiles por una democracia genuina, la marcha del silencio, la matanza de Tlatelolco, las tanquetas en las calles, los rastros de sangre, los cadáveres que se desvanecieron, los prisioneros políticos. Sólo escuchaba decir que unos estudiantes buenos para nada en vez de estudiar se lanzaban a protestar en la capital del país, que eran marionetas de los comunistas, títeres de los Estados Unidos, que eran un peligro para México, una vuelta al pasado, unos rebeldes sin causa. Tenía 10 años y la televisión era en blanco y negro. Allí pude ver las Olimpiadas de México 68, la fiesta de la paz, como la llamaban. Y yo aplaudía cada carrera y competencia, cada rompimiento de un récord mundial. Pero a veces, entre los locutores siempre sonrientes, algo se colaba. Algo extraño, distinto, fuera de lugar. Como esos atletas afroamericanos que, al premiarlos, levantaban su mano en alto como un puño negro. O esa gente, entre el público, en cuyos ojos no había el júbilo necesario sino un aire de hartazgo, un asomo de miedo, un atisbo de que el país en que vivían, en que vivíamos, era pura fachada, pura simulación. Algo estaba roto, algo fallaba por dentro. Hasta un niño como yo lo veía. Tenía 10 años y ya iba comprendiendo que el mundo estaba cambiando a mi derredor; que All you need is love, por más que los Beatles lo cantaran, no era suficiente; que el futuro nos alcanzaba con sus gritos de dolor, con otra forma de vivir y protestar, con otra manera de desafiar la autoridad, las normas, las costumbres de antaño. Tenía 10 años en mi pueblo fronterizo de Mexicali. Pero la realidad rugía como el viento de Santa Ana: con fuerza cada vez mayor. Como un rugido que rompía el desaliento, la inercia, la pasividad. Como una fiesta loca a la que todos estábamos invitados. Una fiesta con risas y música, con golpes y corretizas, con libertad y pasión. Y yo mismo ya era un remolino en el desierto: girando, girando, girando. Like the fool on the hill, spinning round. Tenía diez años y ya nada sería igual.


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El 68 y yo Vicente Francisco Torres

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o puedo jactarme de haber sido parte de las juventudes idealistas que hicieron el Movimiento Estudiantil. En 1968 yo estudiaba la secundaria en la colonia Pensil. Hasta allá fueron a buscarnos no sé si un contingente estudiantil o un camión enviado por el gobierno. Estuve tentado a subir para ir a sumarme a las huestes juveniles, pero a fin de cuentas me pregunté: ¿cómo voy a regresar después? Hoy descubro que mi pragmatismo elemental, pero sobre todo mi falta de conciencia política, me impidieron correr riesgos de los que no tenía la menor idea.

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Dos sesentaiocho Pablo Fernández Christlieb

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ay dos 68: está el de los que se vestían con flores y el de los que se vestían de calle: eran los que no leían nada y los que leían a Marcuse, los que quemaban y los que bebían, los que iban a San Francisco y los que iban a la Sorbona, los que veían alucinaciones y los que pintaban grafitis, los que hacían comunas y los que hacían asambleas, los que cantaban canciones de amor y los que cantaban canciones de protesta, los de Scott McKenzie y los de Moustaki. Los primeros no sabían nada de historia ni de política ni de nada,

porque crecieron aburriéndose frente a la tele; los segundos se acordaban de las barricadas de la Revolución francesa que más tarde, en México, se iban a acordar del 2 de octubre. Eran los ignorantes sonrientes y los ilustrados cejijuntos. Ganaron los hippies, que más tarde iban a ser yuppies y luego neoliberales. Como carecían de cualquier conocimiento y de cualquier memoria en un país incultote donde, como dice Ezra Pound, los clásicos no tenían ni la menor circulación, el mundo nuevo que deseaban construir solamente lo podían buscar en el interior desértico de sus cabezas, y se aplicaron a la psicodelia y la relajación para bucear en las profundidades de su ser para encontrar la armonía con el universo, concluyendo que eso del mundo nuevo era un asunto mental y para conseguirlo bastaba con cerrar los ojos, concentrarse y sentir la libertad, la justicia y la paz dentro de su ser. Y los comerciantes, ni tardos ni perezosos, empezaron a venderles botas Timberland para ir a la naturaleza y cremas Noxema para sentir su juventud y aparatitos Apple para ver la realidad virtual, que es la única que pueden conocer. Y encontraron la libertad en el mercado y la creatividad en Silicon Valley y la igualdad en hablarse de tú y, por fin, la felicidad dentro de sus cuerpecitos, sanos, higiénicos, infestados de verduras orgánicas y de meditación trascendental, porque el mundo nuevo consistía en consentirse mucho y no pensar en cosas feas, como los demás. El otro 68 se quedó flotando en las universidades, en los partidos políticos, en los movimientos sociales y en las conversaciones de café; pero, como tiene una tradición de dos o tres siglos y una historia que se sabe de memoria y, como todo buen derrotado, sabe esperar su momento, cualquier día puede aparecer y proseguir su sesentaiocho.


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¿Un símbolo? Agustín Ramos

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aciendo valer sus laureles de poeta, un intelectual visualizó un símbolo en la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Un símbolo, la pirámide de los sacrificios, el mito, etcétera. Otro intelectual, partícipe del Movimiento Estudiantil de aquel tiempo, se atrevió a desmentir la mitificación como traición al suceso comprobable y a desmontar tal suceso como síntesis entre la imposibilidad de respuesta política

11 E

de un régimen arterioesclerótico y el colosal cuestionamiento que le significó la movilización organizada del IPN, la UNAM, Chapingo, las Normales y otras comunidades de educación media y superior. La visión simbólica con pretensiones proféticas deformaba la historia y convertía la derrota temporal, histórica, determinada, en una condena recurrente. La visión opuesta develó el uso perverso y mediocre del mito y la historia, la divina pareja, y se propuso conocer, con el máximo rigor intelectual, ese

movimiento social único e irrepetible, sus causas, su desenvolvimiento y su culminación, sin por ello renunciar ni a la literatura ni a nada cuanto pudiera dar luz al respecto. El intelectual en su papel de historiador y crítico de la cultura oficial mexicana no rehusó la enunciación poética, porque su finalidad era conocer los hechos sirviéndose de las palabras, y no al revés, como quisieron y quieren el intelectual oficial y sus herederos, poner los hechos al servicio del lucimiento verbal.

Cincuenta años negados al olvido José Sobrevilla

n su juventud se cobijó con el movimiento que pretendía cambiar a México. Nunca le explicaron que sería una lucha difícil, complicada y que lo llevaría a transformar socialmente su vida personal. No lo quiso entender y argumentaba que era importante que el pueblo tomara la calle y apoyara el cambio. Con los otros se le llegó a ver gritando “¡Únete-pueblo-únte-puebloúne-te-pueblo-únete-pueblo!” en cualquier calle. Era el grito desesperado cuando los granaderos, brazo visible de la represión, acechaban y se acercaban amenazantes. “Ahora es cuando debemos estar más unidos”, expresaba. ¡Diá-lo-go-diá-lo-go-diá-lo-go-diá-logo!”, se le escuchaba pedir repetidamente, convencido junto a cientos de muchachos cuando los soldados y granaderos, a golpes, querían cerrar los caminos de las marchas.

Alguien, en algún cartel callejero, había escrito: “Pueblo, abre ya los ojos”, pero tampoco tenía que decirlo porque muchos como él, y varios más, ya los tenían abiertos. El mensaje era para los que no. Y reivindicaba el clásico “¡No queremos Olimpiada! ¡Queremos Revolución!”, incitación que todos, estudiantes la mayoría, pronunciaban como mantra. Fue el movimiento de los chavos, casi todos miembros de alguna escuela, que hoy, con los años encima, recuerdan añorantes cuando “juventud” era sinónimo de “rebeldía”. Sí, “¡abajo la momiza!”, gritaban y gritaban hasta enronquecer sus gargantas. “Prohibido prohibir”. “Mamá: nos vemos en la Procu”, retaban. “Veterinaria presente, vacuna a tu granadero”. La música de la época era Eric Burdon & The Animals que sonaba en Radio Capital, donde también se oía a Simon & Garfunkel, o “Angel of the mor-

ning” de Merrilee Rush. Otros chavos escuchaban a Kinks, The Who, Janis Joplin y Jimi Hendrix; pero los temas más sonados eran “Street fighting man” de los Rolling Stones y “Ligth my fire” de The Doors. Joan Baez, Leonard Cohen, Pete Seeger y Bob Dylan eran también parte del cuadrante; legión de rolas que hoy vemos como piezas arqueológicas. Los duranguenses Dug Dugs y Javier Bátiz hacían lo propio en el rock nacional. El grupo Los Nacos, de Ismael Colmenares Maguregui, parodiando “La balada del vagabundo” (José Guardiola), lanzó su “Balada del granadero”. Inolvidables José de Molina, Daniel Viglietti y tantos otros. Pero hoy, 50 años después, todavía parece escucharse un Bob Dylan fantasma con su “Blowing in the wind” y sí, sin duda, la respuesta sigue estando en el viento… aunque con más preguntas.


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Un año para la historia Andrés de Luna

968 lo recuerdo con el apremio de ser un alumno de la Secundaria 15, “Albert Einstein”, ubicada frente al antiguo Colegio Militar. Ese lugar sería fundamental para entender los acontecimientos que, por entonces, eran algo ambiguo y poco explicado. Un día, sin comentario que lo haga creíble, llegaron unos muchachos, de seguro eran estudiantes de las instalaciones que estaban en el vecino Politécnico. Ellos iban a informarnos de lo que pasaba en ese movimiento que puso en jaque el fascismo de Gustavo Díaz Ordaz, un hombre ultraconservador en sus juicios sobre las artes; por ejemplo: mandó que las bailarinas del Ballet de Senegal salieran a las funciones con sus respectivos sostenes, ya que sin éstos era imposible hacerlo. A pesar del disgusto, ellas optaron por hacer caso de la censura presidencial y de esa forma el ridículo pasó a ser una más de las actividades de la llamada Olimpiada Cultural. Esto asustaba al mandatario mientras tenía, él, “doble casa”, pues era amante de Irma Serrano, la Tigresa, una dama de carácter beligerante que se conformaba con un personaje espantoso en el lecho mercenario. Un tipo “aquejado” por una fealdad mayúscula que le molesta-

ba, aunque a veces jugaba con el asunto sobre su rostro. Entre las consignas que gritaban los estudiantes, veían a Díaz Ordaz como un simio, cosa que ofendía a los primates de manera radical. En fin, que esas eran las notas que desafinaban los hechos, y que todo lo dejaban confuso. Ninguno de los maestros de la secundaria trató de orientarnos sobre lo que acontecía, en casa tenían la misma falta de información que habían publicado los diarios nacionales. Sí se veía algún canal de la televisión mexicana, entonces el asunto era peor, ya que los aconteceres políticos de esa índole eran parte de los comentarios de personajes ultraderechistas, al estilo del periodista Jacobo Zabludovsky. En tanto, los periódicos nacionales dieron cuenta de una conformación por demás mediocre y sesgada en favor del PRI y sus gobernantes. De este modo era menos que imposible enterarse de lo que pasaba con el movimiento de 1968. Incluso un periódico que tiempo después tendría una condición diferente, Excélsior, con todo y Scherer García al timón, restringía sus comentarios en favor de las actitudes gubernamentales. Con todo esto, qué iba a poder reflexionar un muchacho de 13 años, que estaba cautivo entre la casa familiar y la escuela. En realidad el movimiento de 1968 fue entendido en el momento en

que pasé al Colegio de Ciencias y Humanidades, de la UNAM, que estaba ubicado en Azcapotzalco. Ahí tuve como profesores a varios de los alumnos que habían estado en la lucha de aquel tiempo y que nos hablaban con pasión, a veces lúgubre, de lo acontecido por esos días. Era un mar de opiniones y se discutía todo el tiempo. De hecho, esta escuela fue muy importante para la formación de un grupo de estudiantes que nos abrió paso a una visión política que se vio empañada por el 10 de junio de 1971, el famoso Jueves de Corpus. Varios de nuestros compañeros fueron a esa macha y tuvieron una experiencia lamentable, sobre todo porque muchos éramos unos principiantes en términos políticos. Eso hizo que algunos reflexionaran mejor el asunto y se abstuvieran de todo lo que tuviera que ver con la “acción” (en términos de nuestros profesores). Todo quedó, finalmente, marcado con los atisbos rojos que estaban a la vista. En esos términos a mí me tocó participar en varias marchas que se organizaron en 1976 y 1977 como integrante del Taller de Arte e Ideología, que comandaba Alberto Híjar, un hombre extraordinario que era un teórico de primera línea. El 68 quedaba en un extraño vértice, entre las brumas del tiempo y la luz abrillantada que lo sostenía.


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13 1.

Siempre y nunca Elizabeth Cruz Madrid

El 68 siempre y nunca. Pienso en la frase “no se olvida” mientras miro a tres personas que en ese entonces eran jóvenes y vuelven los ojos hacia arriba, en señal de hartazgo cuando se los menciono. Leo sus rostros: “El 68 otra vez”. Siempre y nunca. 2. Recuerdo que en algún momento en la película Rojo amanecer los protagonistas piensan que al otro día el país iba a estar asombrado con

lo que pasó, que tal vez se iniciaría una revolución, que no habría Juegos Olímpicos. Y al otro día no pasó nada. Los medios se callaron y persistió la idea de que lo que no se dice no existe. 3. Permanece como eco fantasmal, ese eco de quienes no han resuelto algo, las consignas de aquellos jóvenes que en el 68 sí lucharon y soñaron con cambiar el sistema. Pero

también es necio el olvido y el silencio de un país rendido a la fatalidad. Tal vez es esa memoria de Moctezuma entregando la ciudad porque ya no podía hacer nada. Y, mientras, la sangre corre en Tlatelolco en 1521, en 1968, pero también en Aguas Blancas, en Atenco, en Ayotzinapa, y en tantos sitios que a veces la memoria, o ese pensar que no pasa nada, nos dificulta recordar.

14 0.

El súbdito de los Reyes Católicos Federico Arana

Javier Marías se explica el futbol —o fúrbol— como “la recuperación semanal de la infancia”. Y, por lo que se ve y se siente, el 2 de octubre es la recuperación anual del divino tesoro. —¿Cuál tesoro, el de Moctezuma? —No, animal, el de Paco Ibáñez, digo, de Rubén Darío. 1. Hacer listas sobre la literatura del 68 y no citar Los días y los años, del ejemplar Luis González de Alba, es cosa de muy mal gusto y absoluta falta de rigor. 2. El 2 de octubre ni se olvida ni se deja, ya quedó en la eternidaaaad. 3. Las canciones folclo-protestosas dedicadas a la matanza de Tlatelolco son: a) casi todas, salvo la de Judith Reyes, surgidas a toro pasado, b) de vergüenza ajena, aunque no tanto como los rocanroles, y c) producto inequívoco de nuestra acomodaticia izquierda mcdonald’s. 4. Los energúmenos que aniversario tras aniversario acuden al Monumento a Colón con el ánimo de buscar venganza deberían explicar si tienen algún dato capaz de hacerles suponer que, lejos de ser chalchicomulense, Díaz Ordaz era catalán, o genovés, o era súbdito de los Reyes Católicos o qué onda. 5. Como encaramarse a una tragedia de tal magnitud para hacerse notar o para beneficiarse de algún modo es muy feo, van a tener que disculparme pero… recibí una llamada urgente de… del rey emérito Juan Carlos… Quiere saber si puedo organizar una cita con el abogado ese que dizque nunca ha perdido un caso… (Sospecho que pretende darle un respiro a su yernecito).


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Entre tirachinas, resorteras, petardos y cocteles Molotov Víctor del Real

La verdad, no tuve vela en el entierro cuando el Movimiento Estudiantil del 68 puso en entredicho, en pocas semanas, los mitos de un Estado que se jactaba de aportar paz, seguridad, bienestar y un magnífico crecimiento económico a los mexicanos. No tenía por qué. En ese tiempo yo asistía apaciblemente a la escuela preparatoria del Instituto de Ciencias de Zacatecas. Pero algo me cimbró ya en la agonía del movimiento, cuando el ejército y la policía más ruin y gandallete que existió en la Ciudad de México (me refiero, obviamente, a la policía judicial del Distrito Federal) tomaron por asalto el Casco de Santo Tomás y concentraron la represión en el área más movida y radical, ocupada por los estudiantes de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas.

¿Por qué digo esto si, como ya dije, en ese tiempo andaba concentrado en graduarme como preparatoriano y poco sabía acerca del núcleo más activo de esa movilización? Es más, ni siquiera sabía que la capital de la República tenía más de dos meses de ser conmovida por un tremendo desmadre, donde la ciudadanía y los estudiantes resistían a la policía como Dios les dio a entender. En la mañana del 24 de septiembre de 1968 (o sea, tres años después del fallido asalto al cuartel militar de Madera, Chihuahua) yo trepaba concentradamente por la parte más escarpada del cerro de La Bufa con la idea de conseguir una condición física de superhéroe, acompañado sólo de un pequeño radio de transistores. Subí el volumen del aparato cuando Jacobo Zabludovsky, desde la W, con su voz pausada y

mustia anunciaba: “Hoy amaneció en calma el Casco de Santo Tomás después de los enfrentamientos de ayer 23 por la noche, donde los cocteles Molovot de los estudiantes chocaron contra las granadas lacrimógenas lanzadas por la policía capitalina. Parecía que el resultado de este enfrentamiento sólo se reduciría a varios detenidos, descalabrados, intoxicados y vidrios rotos. Pero no, hoy temprano, al hacer un recorrido por los pasillos, sótanos y edificios de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, se encontraron dos cuerpos, uno de un joven pecoso y pelirrojo y otro de un adolescente de piel morena, ambos probablemente estudiantes de la vocacional Wilfrido Massieu”. Más o menos. Zabludovsky, fiel a su estilo de informar sólo la parte ñoña de las cosas, prescindió decirnos que en el Casco de


64 Santo Tomás se escenificó un combate callejero con todas las de la ley entre estudiantes y policías, que duró la tarde-noche del 23 y la madrugada del 24. También omitió decirnos que llegaron granaderos y el ejército, y que, Santo Niñito, el asunto no se limitó sólo a una refriega entre los bandos: unos con tirachinas, resorteras, petardos, cocteles Molotov, alguien que logró conseguir una pistola calibre 22 y pistolas de clavos, y los otros con rifles M-1, cascos relucientes, bazucas y tanquetas. En fin, no informó que en barrios colindantes, como Tlatilco, Nextitla, Popotla y Xochimanca, hubo tumultuosa corredera que se prolongaba entre los patios de las vecindades y las azoteas, como si los jóvenes y gente común, cara pálida y boca seca, huyeran despavoridos de las macanas que ya se asomaban por las esquinas. Esto y muchas cosas más las supe tres años después, porque muchos vecinos jóvenes de la Unidad Nonoalco, a donde llegué a vivir en el año 70, fueron militantes aguerridos del Movimiento Estudiantil del 68. 2. Desde entonces, mi duda se arrastra penosamente, víctima de las tergiversaciones y la revisión de la historia: ¿cuál es el significado del 68? Es asunto grave dejar que camine como zombi esta pregunta durante cincuenta años, porque sin memoria se observa distante el optimismo de un cambio de porvenir a los que más trabajan y ganan menos. Explicar esto ha sido difícil si se recuerda la debilidad ideológica tradicional de la izquierda mexicana. Todavía en el 68 el Partido Comunista Mexicano estaba signado y subordinado a los ucases dictatoriales estalinistas y los líderes del Consejo Nacional de Huelga, que surgieron de esta organización, concentraban sus talentos en la agitación, la propaganda y en la grilla de salón. Poco afectos al análisis y la teorización, no observaron las señales y la agudeza del conflicto despertado el 22 de julio de 1968 y sólo hasta después,

a la hora de las reflexiones y balances, comenzaron a destilar con timidez el marco y las causas del estallido. Muchos creíamos que los jóvenes dirigentes del Movimiento Estudiantil se constituirían en el futuro en líderes políticos de mucho arraigo, concentrados esencialmente en la organización social y en la construcción de un partido de clase. Nos equivocamos. En sus intervenciones públicas campeaba la vaguedad y a veces la confusión; recurrentes en asegurar que el 68 había sido un “parteaguas”, no fueron hasta lo último: reconocer que el movimiento había culminado en una derrota catastrófica y que muy pocos de los elementos de análisis esgrimidos durante y después del proceso eran útiles y reivindicables. Había que comenzar el estudio seriamente, de manera colectiva, pero creo que cayeron víctimas de la dispersión, la apatía, la pereza y la ansiedad por entrarle a la abigarrada burocracia de Estado. Hoy suena lejano hacer un esfuerzo para regresar al análisis científico de lo acontecido al final de aquel año aciago. Muchos de los líderes del CNH ya murieron, otros se refugiaron en la burocracia estatal para luchar “desde adentro” y ahí se jubilaron, los más emprendieron una cómoda y jugosa carrera académica y los pocos, muy pocos, mantuvieron una presencia en la lucha social, aunque hoy sea cada vez más esporádica y reumática. Lo más grave del asunto es que todavía en la actualidad se utilizan las antiguas referencias (¿teóricas?) para explicar lo acontecido en ese año. Ni siquiera se ha renovado la interpretación, haciendo uso de los elementos tradicionales y modernos de las ciencias sociales. El relato es el mismo, con los barruntos sepias de las cosas que han sido alcanzadas por la vejez. 3. Disculpen mi pesimismo: los mexicanos carecemos de una dirección política que represente a los trabajado-

res. No tuvimos, no hubo durante el post-68 ni habrá a mediano plazo una conducción y un programa más o menos redondeado. Reconozco que hay poco material para iniciar esta tarea titánica, porque salvo los planteamientos de José Revueltas, plasmados en su libro Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, con anterioridad no aparecieron personajes con un pensamiento teórico vigoroso, desde el movimiento ferrocarrilero, el de los médicos y los maestros, que también terminaron en una derrota estruendosa. Sé que les parece gacho esto que digo a muchos felizmente “integrados al sistema”, ni modo. Hoy son muchos los convencidos de que el alma electoral es el método campeón para, dicen, avanzar entre la confusión y el marasmo, y pasar a una transición democrática consciente y ordenada, lejos de la violencia. Allá ellos. A estas alturas vertiginosas de mi edad compartiré con ustedes una verdad que, de tan clara y evidente, deja la sensación de que es mala voluntad: si los dirigentes de los movimientos civiles no son trabajadores con proyecto y con programa de independencia de clase, sus logros serán expropiados por representantes de la clase media y éstos, apresurados, entregarán nuevamente el negocio a los oligarcas de siempre. Digo con toda responsabilidad que todavía no ocupamos lugares interesantes en el pensamiento, las teorizaciones y la organización que son básicos en los movimientos que van a profundidad y no andan jugando con candidaturas de gente bonita, dicharachera y simpática. Por ello, creo que los primeros cincuenta años del evento sangriento de Tlatelolco será un cumple como el de los años pasados. Eso sí, los símbolos persistirán con mucha nostalgia, lágrimas y mágicos augurios. A mí, por ejemplo, todavía no se me olvida aquella ascensión iniciática al cerro de La Bufa.


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Amnesia y mito Salvador Mendiola

on apenas quince años de edad en 1968 participé como estudiante de vocacional del Politécnico en la revuelta estudiantil de ese año. No estuve en Tlatelolco el 2 de octubre porque en ese momento todo mundo sabía que esos mítines ya eran acciones de provocación total, con alto riesgo de que fueran fuertemente reprimidos, tal como ocurrió. De ese movimiento tomé el impulso para militar durante diez años en el trotskismo semiclandestino, también entonces descubrí el feminismo y el anarquismo. Después de la marcha conmemoratoria de 1978 comencé a distanciarme de su leyenda literaria a lo Monsiváis y Poniatowska. Ya en 1983 se me hizo evidente que todo el marxismo dialéctico y la idea maniquea de la lucha de clases sólo eran sueños guajiros, más cercanos a los delirios de la teología que a la realidad política. La caída sin más del Muro de Berlín, en 1989, me demostró de modo tragicómico que no me había equivocado, pues ya entonces era más que evidente que el comunismo y sus utopías no son realizables desde la política burguesa ni desde la guerra y la violencia. En 1988, veinte años después de la masacre de Tlatelolco, los anarquistas libertarios Ricardo Mestre y Gabriel Miró nos propusieron, a un grupo de sus compañeros y amigos, que estudiásemos con rigor historiográfico lo que sí había ocurrido, porque prácticamente todo lo que se decía al respecto estaba envuelto en el mito y la imaginación fantástica, tal como deja comprender la delirante película Rojo amanecer, por ejemplo. Y tal tarea hicimos, nos pusimos a indagar todo lo que fuera posible saber de lo ocurrido, tanto en documentos históricos como periodísticos y culturales, lo mismo que buscamos la información oral con quienes hubieran estado de verdad allí esa nefasta tarde o al menos algo cerca de verdad. Casi todos los que cuentan que allí estaban, lo inventan desde la lectura de las novelas de Poniatowska y los otros, incluido Luis Spota. La verdad es que esa tarde el mitin o asamblea de Tlatelolco no era un acto de masas. Se nos deshizo en la nada la interpretación maniquea vulgar de que los

estudiantes eran los buenos y las víctimas del malvado gobierno represor. Lo real no es tan en blanco y negro. Nunca hubo auténtica unidad y coherencia dentro de esos supuestos dos bandos. Y sí hubo mucha “mano negra” que intervino desde todas partes y no poco desde el extranjero, tanto del lado del gobierno de Díaz Ordaz como del lado de lo que fue el Comité General de Huelga. Tal enredo de fuerzas políticas y económicas hace imposible el juicio objetivo, falta mucha información todavía y sólo el alejamiento en el tiempo vuelve pensable lo que en verdad provocó tal matanza en definitiva absurda. Hubo más francotiradores de lo que se dice. Los estudiantes no estaban desarmados por completo. Los grupos militares y policiacos que intervinieron nunca estuvieron coordinados por un solo mando, hubo muchas mentes dirigiendo las acciones hacia el caos, más con la idea de ganar con el río revuelto que de hacer la revolución o reprimirla. Mis datos son que hubo 44 personas muertas en la masacre: 16 estudiantes, de diversas edades e instituciones escolares, ninguno integrante efectivo del movimiento de huelga; 14 civiles,

unos eran vendedores del lugar y otros mirones casuales, gente que vivía en la unidad habitacional; 4 militares, un cabo y tres soldados; y 10 desconocidos, cuyo cuerpo nadie reclamó y nadie pudo identificar; se supone que eran guerrilleros clandestinos y “espías” sin identidad. Pero entonces sólo me queda cerrar esta reflexión diciendo que todo ese enredo criminal lo provocó sin duda la cerrazón idiota de una sola persona: Gustavo Díaz Ordaz y la necedad irresponsable de su gobierno populista. La incapacidad de un puñado de momias priistas para dialogar con una multitud de jóvenes mexicanos enamorados de la libertad; un diálogo que nos hubiera empujado en serio hacia la democracia en libertad que todavía, medio siglo después, no hemos terminado de concertar por culpa de ese PRI que se regenera nada más cambiando de siglas. Y ya, por otro lado, al revisar los efectos del 68 en la historia mundial, uno de los más interesantes es que provocó un aumento trascendental en la venta de perfumes, porque a partir de ese año los varones comenzaron a usar perfume a raudales como lo hacían las mujeres.


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La espina del mar Eduardo Monteverde

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a bruma sigue al buque desde los mares de Malasia. Va con derrota hacia el sur, al Cabo de Buena Esperanza donde reina el apartheid. Atraca en Table Bay, los marineros no bajan, sólo un par de escandinavos, el resto son negros, o filipinos, da igual, un hondureño, un mexicano. El capitán, un inglés con pinta de puerco raza British Ladrace, afecto sin perdón al whisky, con una camiseta agujereada con cenizas de cigarrillos baratos, pide putas africanas. No baja al puerto. Detesta a los racistas, a los afrikáans; además, está borracho, no se tiene en pie en la cubierta. Corre 1968. El primer oficial, un griego, hace los trámites aduaneros, carga ganado para el África Occidental. Busca muchachos negros en los burdeles de los muelles. Traza al mismo tiempo el rumbo del Thorn of the Seas hacia el próximo puerto. Barco trampa inglés de bandera panameña, evade impuestos y traslada cargas sospechosas: dinamita, armas, gente, vacas, cobalto, opio, ovejas. Las cuadernas crujen, es un buque anciano, con una maquinaria diesel a punto de reventar en la entraña de metal oxidado. El ingeniero de máquinas, un danés expulsado de la academia también está ebrio. La temperatura es fresca. Zarpan hacia los puertos de calor narcótico que asfixia a las tripulaciones rumbo al Golfo de Guinea. Mayo, 1968, el griego ha metido de polizón a un chico de Soweto. El contramaestre, un brasileño, se lo ha robado. El griego le prometió al chico hacerlo marinero, el otro lo va a vender en Europa. Gana el mercachifle de chavalillos. El primer oficial recita poemas de Cavafis en la cubierta: “Estaban entre la muchedumbre cerca del luminoso escaparate de la tabaquería”, está muy solo el griego en ese barco de mercancías de mala muerte. Marica, murmuran los marineros. No se lo dicen por la faca de quince pulgadas que trae a la espalda y le cubre el coxis. Ha rebanado a más de uno y es un navegante de cuidado. El de Brasil le ganó al chico por una apuesta. Ni modo. Crujen las cuadernas del viejo navío en la monotonía de echar y levar anclas

a lo que venga, agotado su casco por las calmas y tempestades. Y el griego en cada puerto va a los consulados por noticias, a los kioscos ínfimos de los diarios y regresa ufano al buque oxidado y grita: “¡Toda la imaginación al poder!”, “¡Todo el poder a los obreros!”. Son las voces de París y San Francisco. Sólo lo escucha un muchacho de la tripulación que lo desairó en sus escarceos amorosos. El buque manso sigue las órdenes del primer oficial que recita poemas en la cubierta y navega a Walvis Bay, Lobito, Pointe Noir, Accra, Freetown y los muelles de un futuro que fue ayer, puertos con bautizo colonial y olor a esclavitud y a alquitrán, a sedimentos de burdel y a la esperanza de una buena muerte. Es el itinerario del Thorn of the Seas, y de los años sesenta en los ámbitos que olvidaron de cantar los roqueros. 1968 nada significa para los marineros que en la brisa y la tormenta de los océanos son monstruos del mar. No son obreros. Son el esperma de Poseidón. No han oído a Bob Dylan ni leído a Dylan Thomas. En el Thorn of the Seas el chico de algún lugar entre los ecuadores, el que escapó a las seducciones del griego, sí los conoce. En la proa, a veces, a babor o a estribor, el griego lee al muchacho las noticias de la insubordinación estudiantil en los continentes y lo besa en la frente. “Dios hizo dos trópicos, pero el Diablo multiplicó los ecuadores”, le dice

Apóstolos, el primer oficial, al joven y juntos miran el crepúsculo y murmuran: “The answer is blowining in the wind”. El Thorn of the Seas surca el Atlántico con derrota al norte y deja al África en estribor. La neblina empecinada, esa bruja que aparece cuando las nuevas no son tanto, cubre el océano. El griego en el puente de mando entra con el barco a España. El radioperador, en inglés y con acento de Ghana, deja caer la nueva de una matanza que llega desde algún lugar de un incierto Ecuador. “Estudiantes muertos… muchos… ¿Tlatielocou?” Es apenas un murmullo en el puente de mando. El timonel levanta los hombros. Bosteza el piloto. Apóstolos se eriza, echa mano de su faca y la avienta al horizonte. Dos de octubre. Apóstolos llama al chico de los ecuadores a su camarote y le da la nueva. Es el tres de octubre, por cuestiones de meridianos, cuando se lo dice al joven marinero. Muchos muertos, muchos. Tlati… algo. Atracan en Vigo. Al efebo negro lo vendió el contramaestre a unos franquistas en los burdeles del puerto. El marinero al que Apóstolos le contaba la insurrección del 68 se perdió más allá de los muelles. Era mexicano. Las armas de contrabando que llevaba el viejo barco también desaparecieron. Así cuenta Apóstolos Kristos sus emociones en el 68 en el Thorn of the Seas. No lo han contado las canciones de protesta.


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¿Quién? ¿QuiÉnes? Nadie Sergio Vicario para Leonardo Vicario

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Quién? ¿Quiénes? Nadie. Reza el extraordinario poema de Rosario Castellanos a propósito de la masacre ocurrida, hace ya medio siglo, en la petrificada Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. El escrito puso de manifiesto lo que el gobierno trató de ocultar, sin lograrlo. O quizá sí, a medias. Toda vez que a 50 años del acontecimiento no se precisa el número y la identidad de los (¿cientos de?) asesinados; no hay un solo responsable que hubiese sido enjuiciado o encarcelado (lo más, la malograda intención de la Comisión de la Verdad propuesta por Fox, y que citó y sentó al expresidente Echeverría Álvarez, pero no pasó nada). ¿Quién cayó, quién fue desaparecido del Campo Militar número 1? ¿Quiénes, en el Zócalo capitalino? ¿Quién en Tlatelolco? Nadie. La prensa negó el hecho. La televisión ni se diga. Hubo incluso quienes criminalizaban a las víctimas, como suele pasar. Los libros de texto guardaron silencio hasta 1994, cuando al fin tocaron el asunto sin rubor. Pero sí pasó nada. Nunca como en aquella ocasión la sociedad se manifestó. Aun cuando ya habían sucedido las movilizaciones de maestros y la de los ferrocarrileros (1958), igualmente reprimidas. La del año del 68, entre los meses de julio a noviembre, definitivamente alteró la conciencia social de este país; los jóvenes, actores principales, cuestionaron el autoritarismo, fueron capaces de convocarse y politizarse. En otras partes del mundo ocurrían o habían ocurrido sucesos de cambio: la Revolución cubana (1959), las protestas masivas contra la guerra en Vietnam por ataque de los Estados Unidos (1963), el movimiento hippie y la contracultura; la guerrilla de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Por ello y más, el mundo cambiaba. Antes, y con mayor fuerza tras los sucesos del 2 de octubre, se desató una persecución policiaca, muchos jóvenes y líderes pararon en el campo militar o en Lecumberri, como José Revueltas, el escritor comunista que fue acusado de instigador. Pese a todo, las Olimpiadas se llevarían a cabo y el presidente,

el trompudo de Díaz Ordaz, cargaría con la responsabilidad; el sistema se resquebrajó. El 68 mexicano fue más que un movimiento estudiantil ante la represión de granaderos y militares; las madres y mujeres salieron a la calle y se la jugaron, los oficinistas y los obreros escuchaban a los jóvenes en los mítines centella, los maestros y otros trabajadores se sumaron, pero no toda la sociedad. Aún existía una población analfabeta y desinformada. El 68 es historia, afronta y negación del entendimiento; sacudida tutelar y magnanimidad de las armas. Si la gran Marcha del Silencio era un rumor de pasos, un deseo hondo y una aspiración que caló en el ánimo social; la represión, el hecho de sangre, fue un parteaguas en nuestra historia moderna. Como consecuencia, poco a poco el sistema totalitario y autoritario se descompondría (y se recompondría en una versión más perversa y con una

sociedad, como espejo, igualmente violentada y nociva). Deseamos apropiarnos de la historia para conocerla y comprenderla; pero ocurre que, las más de las veces, estamos excluidos de ella. A medio siglo el agravio persiste y cada año se rememora lo sucedido. Mucho debemos a los caídos, a los que, posteriormente, estuvieron luchando. Pero también debemos señalar a los que usufructuaron de manera personal con el movimiento. A quienes frivolizan o banalizan con los hechos que agravian el ánimo colectivo (como usar ropa glamorosa con retratos de los jóvenes asesinados en Ayotzinapa). Las consignas de “¡Únete pueblo!” parecieran que hoy en día son ecos fantasmales que cobraron vigor pese a que hay una alta amoralidad en quienes detentan y detentaran el poder. La sociedad resurge y no olvida. ¡La lucha sigue!


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Mi versión libresca Juan Domingo Argüelles

o se puede tener nostalgia de aquello que no hemos vivido. El 2 de octubre de 1968 yo estaba por cumplir diez años de edad, vivía en una ciudad del sureste del país, que más que ciudad era un pueblo (Chetumal) en el aún territorio federal Quintana Roo, y no me enteré absolutamente de nada del episodio que pasaría a las páginas de nuestra historia del siglo XX como el Movimiento estudiantil del 68 o La matanza de estudiantes del 2 de octubre. El primer comentario que escuché de este episodio fue no sólo muy vago y casual, sino que incluso me pareció fantasio-

so. Lo escuché en labios de un compañero de secundaria (en 1969 o 1970) que tenía fama de conflictivo y exagerado; ese tipo de personas capaz de inventar que el gobierno había matado a muchos estudiantes y que a otros los había encarcelado. Por todo lo anterior, mi referencia del Movimiento Estudiantil del 68 es absolutamente libresca. Dejé mi pueblo-ciudad natal a los catorce años de edad. Llegué a la Ciudad de México en 1973 y, como ya traía el virus de la lectura y la escritura, uno de los primeros contactos decisivos que me revelaron a la Ciudad de México fue el que entablé con sus librerías (de

nuevo y de usado). Así que más temprano que tarde leí Posdata (1970), de Octavio Paz; Los días y los años (1971), de Luis González de Alba, y, desde luego, los testimonios de historia oral que Elena Poniatowska recoge en La noche de Tlatelolco (1971). Este libro fue, para mí, decisivo. No sólo por los testimonios, sino también por las fotografías, que me impresionaron. Ahí, en sus páginas, leí por vez primera el “Memorial de Tlatelolco”, poema de Rosario Castellanos que verdaderamente alteró mi pulso: “La oscuridad engendra la violencia / y la violencia pide oscuridad / para cuajar el crimen. / Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche / para que nadie viera la mano que empuñaba/ el arma, sino sólo su efecto de relámpago. / ¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata? / ¿Quiénes los que agonizan, los que mueren? / ¿Los que huyen sin zapatos? / ¿Los que van a caer al pozo de una cárcel? / ¿Los que se pudren en el hospital? / ¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto? / ¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie. / La plaza amaneció barrida; los periódicos / dieron como noticia principal / el estado del tiempo. / Y en la televisión, en el radio, en el cine / no hubo ningún cambio de programa, / ningún anuncio intercalado ni un / minuto de silencio en el banquete. / (Pues prosiguió el banquete.) / No busques lo que no hay: huellas, cadáveres / que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa, / a la Devoradora de Excrementos. / No hurgues en los archivos pues nada consta en actas”. También, en el libro de Poniatowska vine a saber qué dijeron los periódicos al día siguiente. Casi todos se refirieron a una balacera entre francotiradores y el ejército, y se habló de poco más de veinte muertos, destacándose que el general Hernández Toledo estaba entre más de una decena de militares heridos. Una foto que me impresionó fue la de un niño, muerto: tenía un agujero de una bala en el pecho. Es la misma que aparece en la portada de otro libro que me estremeció: Toda la furia (1973), de Horacio Espinosa Altamirano. Este breve libro, también testimonial, incluye fotografías. Fue así como supe que aquel lejano comentario de mi compañero de secundaria no había sido una fantasía.


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EL ‘68 Marco Antonio Campos

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enía 19 años y ninguna conciencia política. Estudiaba primero de derecho en la UNAM. Todo vino de pronto. Mientras pasaban los días, entre el 26 de julio y el 2 de octubre, creímos, con las ilusiones en un puño, que podía haber un cambio. Que México no sería ya dos Méxicos terriblemente desiguales y que era dable soñar la democracia. Que se podía aspirar, como anheló aquella generación de jóvenes, en el sueño y lo imposible. Pero vino el mazazo del 2 de octubre. No imaginaba que el PRI tardaría aún treinta y dos años en irse. No imaginaba que por cincuenta años en Mé-

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1968 José María Espinasa

l sentido más profundo de la rebelión estudiantil fue el juego. Ese juego que ya no estaba presente en los rituales políticos y en la demagogia, en la vida pública y en la retórica del desarrollo modernizador. Se habían vaciado de sentido, de alegría. Lo estaba todavía en el arte y en la literatura. Al poeta niño a lo Rimbaud respondía el novelista imberbe —José Agustín— que escribía La tumba y después describió la fiesta. Se está haciendo tarde es una obra central para entender el espíritu de la época: el tiempo se debía vivir de otra manera. El gobierno se espantó con la cuija que

xico, en vez de escalar la montaña, salvo breves resplandores, nos íbamos a ir hundiendo en un abismo que parecía no tocar fondo: presidentes priistas o panistas uno peor que otro, matanzas, guerrillas, devaluaciones, corrupción sin fondo, una justicia al servicio de los gobernantes en turno, diputados y senadores que no conocían al pueblo y el pueblo que no sabía las más de las veces quiénes eran sus diputados y senadores que los representaban, la partidocracia en que una banda de cínicos se solapaban unos a otros, un país donde lo único que crecía organizadamente era el crimen con sus decenas de miles de muertos y desaparecidos en el que ya no había distingos de clase y cualquiera podía convertirse en un número extraviado, aquel fulgor de 1988 que lo apagaron pronto, la con-

vicción albertcamusiana de que si no podíamos cambiar el mundo debíamos defender lo bueno que quedaba, la ética como cruz de fuego, la nueva esperanza de 2018… Y sin embargo el 68 me dejó una íntima lección de claridad. Que cuando muere una utopía es indispensable empezar a crear otra. Eso es lo más bello y conmovedor que me dejó. El 68 no le pertenece a líderes o a figuras públicas; pertenece a todos los que anduvieron en aquellas jornadas azarosas que terminaron en el gran crimen y todos aquellos que heredaron el anhelo por el sueño y lo imposible. A mí el 68 me dio una conciencia política y me cambió la vida. De allí vengo.

corría sobre el muro, la confundió con un dinosaurio, le dio miedo su alegría. Para festejar —pensó el Estado— hay que pedir permiso, festejar con orden, moral y progreso, no con risas. Los que fuimos niños entonces —yo tenía once años— vivimos su sombra, la sonrisa vuelta mueca. Pero la fiesta acaba por volver, así le tome medio siglo. La juventud se pierde cuando se corrompe. Revueltas seguía siendo a sus sesenta años un estudiante de la vida, un adolescente. No se corrompió. Muchos sí. Se volvieron ministros, secretarios de gobierno, presidentes, líderes de opinión. Perdieron la alegría. La pignoraron en el Monte de Piedad por una miseria y nunca regresaron por ella. Otros la guar-

daron en su casa, les daba miedo sacarla al parque, llevarla a la plaza que todavía olía a muerte. Y es que —dicen— con el país no se juega. Cómo, si es tan triste su semblante. Y se oía cómo jugaban, jugaban de verdad, no como en los Juegos Olímpicos, macabro colofón de la matanza, trono de sangre. Y ya escucharlos fue entonces y después una manera de jugar, de seguir jugando, de mantener viva la alegría en ese páramo de espejos rotos. Lo desproporcionado del gesto represor da la medida del anquilosamiento del sistema político de la época. Y las creaciones —pinturas, canciones, novelas, grabados, obras de teatro, reportajes— escritas después dan también la medida de la resistencia.


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Las canciones populares del 68 Mario Arturo Ramos

“El señor Cuauhtémoc estaba muy contento / Le importaba madre todo su tormento…” Autor anónimo, 1968

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scenario natural para la creación, difusión y masificación de la canción popular es la calle. Historias, sinsabores, esperanzas; su ayer, el presente y el futuro se manifiestan en ritmos, melodías y textos que cantan, bailan y cuentan, como sólo lo hace la calle. Y se hace de manera individual, íntima, hacia fuera, masivamente, urbana, ermitaña, tecnológica, imaginaria o realista. Entonces resulta lógico que el encuentro de la canción anónima o con autor/compositor con los jóvenes y la calle le permitiera recuperar, en los años sesenta del siglo XX, la autenticidad, esa que vive lejana a los musidramas rentables de la industria del espectáculo, y le permitiera ser una de las expresiones artísticas del Movimiento Estudiantil de 1968.

“En la calle de Insurgentes / que chinguen a su madre los agentes.”. Autor anónimo, 1968. Las parodias a canciones populares surgieron hace cincuenta años espontáneamente, a melodías exitosas se les acomodaron letras humorísticas, sarcásticas, rabiosas, ingeniosas, combativas; tarea autoral anónima que fue una constante creativa que singularizó las canciones populares del 68. Otra vertiente importante la representaron Judith Reyes, Óscar Chávez, Los Nakos, José de Molina, voces que al cantar encontraron eco en las multitudes que se manifestaban en la calle. “Protestas y más protestas, ¡cómo llovieron! / Y el mundo vio horrorizado nuestra verdad / Seis puntos que le planteamos a este gobierno /

Demuestra que no hay justicia ni libertad…” Fragmento del “Corrido a la ocupación militar de la UNAM”, Judith Reyes. Una buena cantidad de canciones de este proceso histórico cumplió su función de informar, canciones que quedaron bien guardaditas en la memoria canora mexicana; sin embargo, su presencia impactó a otras ramas del canto popular dándoles nuevo sentido sobre todo al folclorismo, el de protesta social y el canto nuevo. La musicóloga Yolanda Moreno Rivas escribe eu su libro Historia de la música popular mexicana: “Al igual que el Movimiento Estudiantil del 68, el folclorismo se extendió por todo el mundo y particularmente en México… En algunos casos, la admiración irrestricta por los modelos condujo a la inevitable imitación acrítica y sin aportación original. Los intentos por crear algo nuevo fueron débiles y el movimiento declinó para caer en manos de un nuevo comercialismo disfrazado de protesta. Sin embargo, el folclorismo, la protesta y el canto nuevo fueron la semilla para el surgimiento de una generación de músicos (compositores/ autores, intérpretes) con una mejor preparación”. “Bocón, bocón / sal al balcón”. Autor anónimo, 1968. El canto sirvió, al igual que los libros, para crear consignas, poemas, como otra arma en contra de los tanques, los fusiles, las bayonetas, la represión. Se cantaba en las calles y al hacerlo la masa se expresaba, y ese era el verdadero destino de la canción popular. Recordar las del 68 nos permite entender su utilidad testimonial. “Jo, Jo; Jo / Jo Chi Min / Díaz Ordaz / Chin Chin Chin”.


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Agresión y muerte Maricarmen Elizalde

as preguntas, a propósito del 68, que se quieren abordar en este texto son: ¿el hombre es bueno por naturaleza, la cultura nos determina y la biología y la constitución de lo que llamamos “ser humano” determinan más que la educación y la socialización del hombre? El grado de caos social que padece el mundo en general pareciera decirnos que, en el fondo, la ley no es suficiente para detener la agresión entre los hombres. La razón se queda corta ante la serie de violencias que vivimos hoy en día. ¿Qué necesita el hombre para no devorar a otro hombre? Yo encuentro en Freud algunas explicaciones pertinentes a lo que yo llamo la “agresión sin motivo”. Viéndola como un impulso, se puede decir que es natural que los seres humanos vivamos este factor en el día a día de nuestros actos. Tal teoría no fue bien recibida en muchos círculos en la época de Freud y pensaría que en estos tiempos, tampoco. Lo que hay que agradecer de la carta entre Freud y Einstein (1932), es que se preguntan si se podría hacer algo para detener la agresión y si el ser humano no terminará por destruirse y acabando con su entorno. La visión pesimista de Freud no es de buen augurio. El ser humano tiene una pulsión que quiere ir más allá de la vida, por decirlo de alguna forma, rebasar la muerte, y la única manera de detenerlo es mediante la razón y el compromiso de ser responsable en los actos de cada uno. Desgraciadamente, el hombre en su inteligencia siempre ha buscado la forma de evadir la responsabilidad de sus actos, legislarse por sí mismo. Siempre hay un chivo expiatorio, un culpable del mal que se sufre en la vida, que puede ser la familia misma, el Estado o la religión. Siempre hay personas en las que se puede proyectar la agresión, lo cual no ayuda a nadie porque mientras no se analicen las conductas destructivas de cada persona no se podrá hacer un uso más eficaz de la razón, ya que el cambio o la pauta tendría que venir de afuera, lo que dejaría en estado de pasividad al individuo. Si el mal está afuera, ¿para qué esforzarse en cambiar las cosas? La gran apuesta freudiana consiste en afirmar que el mal está adentro, en el sentido de pulsión agresiva: depende

entonces de cada ser humano qué hacer o qué camino tomar ante los actos o las situaciones que le tocan vivir. Las nuevas teorías científicas hablan de componentes genéticos y de la forma estructurada del cerebro, determinantes en los actos agresivos. Platicando con gente dedicada a observar comportamientos de delincuentes en readaptación, se podría decir que tal reacomodo social se complica porque no hay un refuerzo de algún tipo de conducta positiva entre criminales, sino que se da el caso contrario: el reforzamiento de conductas agresivas porque, según los psicólogos, no hay una intervención profunda ni se siguen pautas positivas entre ellos mismos. Asimismo, como en algunos casos se ha mostrado, incluso la ley les permite la agresión dentro de las instituciones que deberían de ser un parteaguas entre lo que es permitido o no en sociedad. Freud es uno de los pensadores que afirmó rotundamente que el ser humano no es bueno por naturaleza, que tiene un instinto que lo lleva a agredir a otros y, en algunos casos, a matarlos. Quiero remarcar que no estamos hablando solamente de casos aislados o de los criminales, sino del ser humano común. Coincido con Freud en el sentido de que la razón no es suficiente para convencer a nadie de que deje la agresión a un lado, que las instituciones que se encargan de las cuestiones legales en nuestro país están en un desgaste fuerte de credibilidad, y que dichas instituciones no son eficaces en la contención de los actos violentos y agresivos. Como mencioné anteriormente, cuando la agresión no sale se vuelve resentimiento. Muchos de los resentidos prefieren aparecer como personas íntegras y buenas, se quedan en un mismo lugar: el de víctima, que será ajusticiado algún día por un poder más fuerte que pueda hacer algo por ellos. Se vuelve una cierta forma de malestar, el resentimiento es un dolor que no se supera; si no se tramita, se queda, por así decirlo, petrificado; es un sentimiento que siempre vuelve, que no se olvida. Lo dice claramente Nietzsche en su Genealogía de la moral. El resentido trata de preservar su bondad, demostrar que hay alguien que lo daña, la culpa siempre será del otro. Desgraciadamente la sociedad contemporánea nos hace creer que somos seres únicos y que no dependemos de nadie;

que no hay historia, entonces los otros no son importantes, ni merecen respeto a su dignidad y sus derechos. Aquí podríamos decir que son tiempos de un gran individualismo, en donde también la propaganda del marketing nos hace pensar que somos seres únicos y que no tenemos ninguna responsabilidad ante los otros y ante la historia que nos precede. La venganza se torna una situación fantástica en la mente de la gente que no hace nada ante su malestar. Una especie de espera de la justicia divina. Dice Freud que cuando la agresión no sale, se puede convertir en masoquismo, una agresión interna que si no se tramita se puede volver depresión (Más allá del principio del placer, p. 53). El sadismo se puede convertir en masoquismo. Delante de una agresión, una disputa, alguien que se prohíbe algo, se guarda esa ira, esa agresión y se envenena. La lucha no es resentimiento cuando hablamos de la supervivencia, es normal que un ser humano se defienda de los agresores. Es importante señalar que dentro de los avances teóricos del psicoanálisis —y hasta hoy en día— hay una separación por parte de ciertos autores de la agresión como instinto de supervivencia y la agresión maligna, que sería definida como una violencia con intencionalidad, según Fromm (Anatomía de la destructividad humana, pp. 80-82) y otros autores. La agresión es buena en el sentido de que nadie se dejaría golpear dos veces por alguien, salvo que “olvide” el agravio; la agresión es necesaria para marcar límites y para defenderse. Por último, considero que la razón siempre será un aliado para mitigar la agresión, ya que nos puede llevar de la mano a una mejor situación que no sea la guerra, pero, siendo realista, tal situación no es cotidiana, al menos en el mundo real. El deseo por tener más poder siempre existirá, así que siempre estaremos sumergidos en un clima de violencia velada o manifiesta. Freud también menciona, en la famosa carta, que tal vez la angustia ante una guerra que pueda acabar con la humanidad sirva como un contenedor a la agresión, pero también el mismo Freud decía que la pulsión de muerte quiere ir siempre más allá de la vida, así que, siendo pesimista, ni la angustia podría detener la agresividad y el ánimo de aniquilar y destruir a los otros.


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El 68 en 2018: algunas significaciones imaginarias de una revolución cultural Sigifredo Esquivel Marín

a cresta de las olas de la historia nos trae noticias de grandes acontecimientos, y, sin embargo, debajo de sus flujos y reflujos se va fraguando lenta y pacientemente el devenir de una memoria histórica soterrada y subversiva, tal es el caso de la memoria histórica de 1968 que ahora, en pleno 2018, irrumpe y rompe la cadena de significaciones histórico-políticas de un país que está comenzando a despertar del ensueño del autoritarismo, barbarie e ignominia. El 68 aglutina un memorial complejo, heterogéneo y contradictorio de testimonios, versiones y visiones no pocas veces contrapuestos que indistintamente aluden a un acontecimiento funda-

cional de la emergencia de la sociedad civil crítica y el incierto despertar de una revolución cotidiana, cultural y política, que ha marcado el ser y acontecer de México. El legado cierto e incierto del 68 ha ido hilvanando la densa e intensa urdimbre de una revolución cultural múltiple y diversa que incluye, no sin fricciones y efracciones, distintos componentes de producción de subjetividad social: la conformación del estudiantado como actor político, la visibilización de las mujeres en una sociedad patriarcal y machista, la deconstrucción activa y creativa de la identidad nacional que, desde entonces, ya no tiene un fundamento identitario único, la interacción

e intermediación entre perspectivas revolucionarias y democráticas que han procreado una izquierda ciudadana tan compleja como nuestra realidad variopinta. El legado del 68 se amalgama bajo el magma telúrico de significaciones imaginarias subversivas de largo aliento, una madeja de acontecimientos entrelazados, yuxtapuestos, que se retroalimentan bajo un mismo devenir revolucionario múltiple, de tal suerte que podemos dar cuenta de algunos momentos disruptivos que han marcado profunda y profusamente el devenir de México: el 2 de octubre del 68 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, los testimonios del halconazo del 10 de Junio de 1971, también el festival de Avándaro del 71 como nacimiento de la contracultura, la incipiente sociedad civil ante la ineficacia institucional en el sismo de 1985, la denuncia y resistencia civiles ante el fraude de 1988, la insurgencia guerrillera del Ejército Zapatista el 1 de enero de 1994, Aguas Blancas en 1995, la matanza de Acteal en invierno del 97, pero también cabe mencionar Atenco, Tlatlaya e Iguala, el Movimiento #YoSoy132 y Nochixtlán, asimismo las microrrevueltas e insurrecciones de los colectivos indígenas, obreros, campesinos, feministas, LGTB y tantos otros movimientos ciudadanos que han ido figurando y configurando la trama del imaginario social contemporáneo. El triunfo de la izquierda partidista en las recientes elecciones de 2018 también se inscribe y reescribe en y desde la emergencia de las significaciones imaginarias subversivas cuya hebra se ha ido hilvanando a partir de la trágica herida que significa 1968. Ahora nos queda la difícil tarea de retomar la antorcha subversiva de la autocreación social y abrir el imaginario colectivo de México hacia el porvenir de una revuelta sin fin. Hay que tener claro que ningún mesianismo puede salvarnos si no apelamos a las fuerzas telúricas de la inmanencia creativa que habita en las entrañas de un país que está despertando del sueño milenario del autoritarismo, la violencia y la barbarie. La gestación de la democracia como régimen de vida acaba de comenzar.


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Mexicó, Mexicó 1968 Roberto López Moreno

on Joaquín Sanchiz Nadal salió de su oficina con el rostro marcado por una profunda preocupación y con voz entrecortada se dirigió a los reporteros que en ese momento nos encontrábamos redactando nuestras notas: “A este país ya se lo cargó la chingada”. Don Joaquín había sido periodista durante la Guerra Civil Española, y ahora, muchos años después, se encontraba dirigiendo la agencia de noticias Prensa Independiente Mexicana. Sabía de las tragedias que sufren los pueblos atropellados por los macabros desde el poder político. Por eso en ese momento sintió que era el fin, o, más bien, el principio de algo tremendo. Era el 2 de octubre por la tarde. 1968 era. Don Joaquín acababa de recibir en su oficina una llamada del reportero destacado para cubrir el Movimiento Estudiantil. El alterado mensaje había sido: “Acaba de desatarse un tremendo tiroteo aquí en Tlatelolco. Hay un montón de muertos. Yo me largo de aquí, deme por renunciado —subía el reportero en nerviosismo—; es más, me voy de la ciudad; no, me voy de este pinche país”. Después del alarmante informe fue que Sanchiz Nadal salió de su oficina y aulló a media redacción: “A este país ya se lo cargó…”; él sabía mucho de estas cosas… Pero la plaza quedaba sin cobertura y había una conciencia de periodista que imponía que alguien supliera de inmediato el vacío que dejaba el reportero de planta. Don Joaquín nos vio a todos. No salíamos del asombro ante la maligna sorpresa cuando don Joaquín preguntó: “¿Quién se siente capaz de ir para allá?, ¿hay algún voluntario?”. Después de un breve silencio en el que se pudo haber escuchado el zumbido de una mosca, levanté la mano. Mi edad me lanzaba a estar en el fragor de los acontecimientos, pero había más razones. Tenía contacto directo con amigos que participaban cabalmente en el movimiento, así yo mismo participaba en él. Además de estar enterado de algunos de sus asuntos, escribía poemas acerca de la gran movilización estudiantil. Se publicaban en esténcil. Uno de esos poemas dio título para un

libro publicado por la Editorial Factor, le nombré “Motivos para la danza”. Por cierto que, pasando los años, la investigadora de la UNAM, Ysabel Gracida, publicó en la Universidad un breve cuaderno en el que aseguraba que los tres poemas emblemáticos —dentro de todo lo que se publicó sobre el 68— eran “No consta en actas” de Juan Bañuelos, “Yo acuso” de Leopoldo Ayala y el mío. El cuaderno publicado por la maestra Gracida, con ilustraciones de Leticia Ocharán, se llamó Tambores de sol. Pero había muchos más motivos que me integraban al movimiento, entre otros que varias de las pancartas se hicieron en el departamento de Aurora Reyes, la primera muralista mexicana, y yo estaba atento de todo lo que necesitaba la maestra, quien además de pintora también era excelente poetisa. Todo esto en las horas que le robaba a la reporteada. Al salir de la redacción alcancé a oír la voz preocupada de Sanchiz Nadal: “No quiero héroes…” Me trasladé a Tlatelolco en una camioneta de la empresa con sirena abierta y parpadeos de luces rojas, justamente lo que no se debía hacer. Llegué anocheciendo. La gran oscuridad humedecida por la neblina acentuaba un ambiente cargado de horrores; éramos sombras en medio de la sombra; una espeluznante sinfonía de ambulancias nos laceraba desde todas las direcciones de la noche. Una fila de jóvenes naufragaba en medio de la sorpresa y el terror; ellos recargaban sus brazos sobre un largo muro de lo que era la Secretaría de Relaciones Exteriores. Luego iban los

reporteros al Hospital Rubén Leñero dónde se decía había cadáveres, lo que vi fue un puñado de padres angustiados preguntando por sus hijos; después al Campo Militar número 1 a una conferencia de prensa. Al llegar estaban trasladando a otra fila de estudiantes hacia destino incierto. Y reconocer entre ellos a uno de los compañeros, Orlando, y no atinar en qué hacer, mientras él se adelantaba con un gesto en el que se adivinaba que me recomendaba el silencio. Los periodistas entrevistando —la mayoría de ellos con abierta mala intención— a los jóvenes capturados, a las víctimas del asombro. Esa noche se habían desatado los nahuales sobre el Valle de México. Pero estábamos en mi llegada a Tlatelolco. Ahí se encontraban los más destacados periodistas de entonces, José Falconi, Pérez Verduzco, Félix Fuentes. Ahí, entre ellos, corrió el rumor de que muchos de los cadáveres estaban siendo concentrados en la Tercera Delegación. Nos dirijimos hacia allá, ¡qué experiencia estremecedora! Con lo que estaba viendo no podía menos que discernir junto a la conciencia afligida de Sanchiz Nadal: “Ahora sí ya nos cargó la chingada. Mañana todo esto arderá, desde aquí hasta el último rincón del país”. Pero no era cierto, no fue cierto. Al otro día nadie se había enterado del escalofriante suceso, la gente se dirigía a su trabajo como siempre, a cumplir sus actividades diarias, no más; pero, sí, se encontraba nerviosa porque se acercaba la fecha para la inauguración de las Olimpiadas. ¡Mexicó, Mexicó…!


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68, ¡qué horror! Óscar de la Borbolla

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incuenta años del 68, ¡qué horror! La vida se ha pasado. Casi todos han muerto: Luis González de Alba, Heberto, Marcelino, Cabeza de Vaca... y ha pasado también una etapa de la historia de México: de un país con 49 millones de habitantes pasamos a uno de casi 130; de haber, para los efectos prácticos, un solo partido político y un solo medio de comunicación (había muchos, pero todos estaban uniformados por la versión oficial) hemos pasado a una dislocada diversidad. Fueron muchas luchas y muertos (aunque suene a frase hecha) para llegar aquí.

Nuestro hoy —qué no es gran cosa, pese a las expectativas— ha costado mucho y no se habría dado sin el Movimiento del 68, pues siendo una lucha menor (por la satisfacción de un pliego petitorio moderado, cuyo fondo mayor era la supresión de un par de artículos del Código Penal: el 145 y el 145 bis), se transformó en las calles en un deseo difuso y desbordado: en unas ansias de justicia y de libertad que fueron más allá, mucho más allá de sus banderas originales. Han pasado 50 años, ¡qué horror! Son lentos los procesos históricos, lentísimos y, en cambio, la vida se ha pasado.

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El soundtrack del 68 Manjarrez

n el 68 me engendraron mis padres y por una foto que vi de mi madre —en la que salía con unas ojeras que le hacían juego con sus negros alborotados rulos—, una foto grande de la credencial del Seguro Social, me dijo que estaba embarazada de mí y que en verdad fue un embarazo muy complicado, no por lo delicado sino porque le causó muchos malestares, intensos vómitos, mareos y una migraña que le duró muchos años más. En sí, fui un embarazo muy intenso para ella, y en noviembre de ese año nací y también ese 68 casi me mata. Como ya conté, ella tenia migraña y tomaba pastillas fortísimas que la noqueaban. En una ocasión estábamos en casa de mi abuela, ella tenía una televisión color crema y de bulbos, alrededor de la cual nos reuníamos mis hermanos, primos y tíos todos los domingos a ver los cuentos fantásticos de Cachirulo; también posteriormente veríamos Siempre en Domingo y Los Polivoces cuando no hacían fiesta y cantaban en el pequeño patio enardecidos por el pulque que ellos mismos curaban. Una tarde fría de diciembre estábamos solos en esa casa de paredes de adobe y una puertita de madera blanca y desgastada, mi madre había tomado esas pastillas y me daba el pecho; de repente se quedó dormida sobre mí, mis gritos desesperados hicieron que mi abuela llegara corriendo y me sacara de entre las cobijas y mi madre, rojo como jitomate y sudando a mares.

Ese 68 fue intenso para el mundo y sus jóvenes rebeldes, y para mí también. Las esculturas que hicieron sobre Periférico ese año para las Olimpiadas de México me han acompañado toda la vida, ya que siempre he vivido en la lateral de esa avenida. A los tres años vivía en la calle de Tintoretto en Mixcoac, esquina con el Periférico. Después nos cambiamos para Canario, a unas cuadras de la Baco. Posteriormente en San Jerónimo, donde había unos cuernos gigantescos como medias lunas. uno negro y otro blanco, que ahora cambiaron a Insurgentes y Periférico por obra del segundo piso. En ese crucero de Periférico, San Jerónimo, Anzaldo y Eje Diez, ocurrieron una infinidad de accidentes de tránsito, por lo que esos cuernos parecían de mal augurio, como si el 68 y su matanza en la Plaza de las Tres Culturas y su conspirador el presidente Díaz Mordaz, no Ordaz, nos recordaran ese fatídico episodio de la historia de México para decir 2 de Octubre No Se Olvida. Pero el rock fue el soundtrack del 68 y nos dejó rolas inigualables y formidables empapando sus alas roqueras en ese viaje psicodélico y único que es el de los rebeldes que nutren nuestros días y nuestra manera de ver el mundo. Los Beatles editaban su Álbum Blanco que luego sirvió de lienzo para que en su tapa pintara la portada que me dictaban esas rolas: Polo y su “Último beso” en español siempre la ponía una guapa vecina. Manfred Mann, The Cream, Union Gap, Bee Gees, The Association y Grassroots, entre varios más que ponía mi hermano más grande o algún vecino. Yo crecí con esa música y aún hoy la sigo plasmando en mis lienzos. De vez en cuando pongo una vieja amante, que es en lo que se han convertido esas canciones y dejo que me besen delicadamente una oreja.


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El apogeo del aparato priista de dominación Evodio Escalante

demás de una explosión de rebeldía juvenil que enarbolaba, entre otros asuntos, el derecho a un diálogo público con las autoridades y la libertad de los presos políticos, entre ellos los dirigentes del movimiento ferrocarrilero (como Demetrio Vallejo y Valentín Campa) que permanecían tras las rejas por el delito de ser opositores al régimen, el Movimiento del 68 representa para mí el apogeo del aparato priista de dominación. Tal cual. No sólo reprimió el movimiento provocando una espantosa matanza, sino que se dio el lujo de celebrar unas semanas después unas Olimpiadas manchadas de sangre, como si no hubiera pasado nada, y de imponer luego, como candidato a la Presidencia de la República, ni más ni menos que a quien había sido el autor intelectual de la masacre. Una burla sangrienta al pueblo de México. Sólo el cinismo autoritario de la burguesía en el poder podía darse el lujo de “premiar” con la Presidencia a quien había orquestado la represión. Lección terrible de una historia política que algún día tendremos que asimilar.

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El sentido crítico Ernesto Herrera

n 1968 en México se enfrentaron dos perspectivas sobre cómo mantenernos en la ruta hacia la modernidad: por un lado la paternalista, representada por el gobierno que veía las Olimpiadas como símbolo de acceso a las grandes ligas de los países civilizados; por el otro, los estudiantes; es decir, la juventud, que aspiraba a ejercer su libertad social y política de manera plena. El escenario para la confrontación estaba levantado y lo que civilizadamente se esperaba era que ambas partes hubieran puesto algo de razón para que la violencia se hubiera evitado, pero ninguna de ellas estaba preparada para ello. El Movimiento Estudiantil mexicano no se sumó acríticamente a lo que sucedía en el resto del mundo sino, como lo han mostrado los libros de líderes como Gilberto Guevara Niebla, en el siglo XX la participación de los estudiantes en movimientos como la autonomía universitaria siempre estuvo en primer plano. El modo en cómo fue creciendo el movimiento, a partir de un hecho banal, demuestra en principio la falta de sensibilidad del gobierno que

actuó a la manera antigua, ejerciendo la fuerza. Su ceguera consistió en no haber sabido valorar la fuerza política estudiantil independiente que, reiteramos, tiene una larga historia. La mayor contribución de los acontecimientos del 68 fue haber dinamizado a la sociedad para dejar atrás tabúes de todo tipo. Aspectos aparentemente menores, como el modo de vestirse y de peinarse, forman parte de ello. La diversidad sexual, asimismo, se anuncia en este periodo. La sociedad en su conjunto, y no sólo un sector de ella, padecía el control gubernamental. A pesar del ambiente utópico, no se pretendía un cambio radical; simplemente se quería ejercer la libertad sin culpas. El cambio que se ha vivido en las recientes elecciones, claro que se gestó en el 68; pero, con todo y la participación ciudadana, la conciencia política era mayor antes. Uno de los principales defectos del Movimiento Estudiantil, de acuerdo con sus líderes, fue el asambleísmo, que el nuevo gobierno pretende mantener como base de toma de decisiones fundamentales. El sentido crítico, entonces, es el que no debe perderse independientemente de quien haya llegado al gobierno.


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Control del acceso informativo Guadalupe Flores Liera

ertenezco a la generación que conoció los hechos del 68 cuando se conmemoraban diez años de la matanza en la Plaza de Tlatelolco. Cursaba el bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente cuando se organizaron pláticas para informar a la comunidad estudiantil sobre lo que había ocurrido en la ciudad entonces y sobre la importancia de recordar. No he olvidado la impresión que nos produjo a mis compañeros y a mí conocer la versión de muchos de los testigos directos. Durante semanas fue el tema de las conversaciones trasladadas a las aulas y los libros y materiales existentes circularon de mano en mano ante nuestros ojos atónitos gracias a la ayuda de profesores, compañeros mayores y mejor informados que nos proporcionaron detalles sobrecogedores. Las preguntas que surgieron entonces siguen siendo las mismas de ahora y la mayoría continúan sin respuesta. Cuando se cursa estudios en las instituciones públicas se entra en contacto con la sociedad de que se forma parte: las desigualdades, los problemas, los aprietos, las carencias propias y ajenas forman parte de la vida diaria, así como

los comportamientos intolerantes de quienes no saben cómo tratar con chicos que crecen. Pero conocer acerca del 68 nos abrió los ojos a una realidad todavía difícil de asimilar, porque con los años ha ido empeorando: que también formábamos parte de una sociedad sometida a la represión y la violencia de Estado y que buena parte de ésta sabía vivir bajo ese designio simplemente volviendo los ojos a otro lado. Los años siguientes quise conocer más e ingenuamente me dirigí a las hemerotecas y bibliotecas públicas para solicitar material que, casualmente, estaba siempre “prestado” o “en reparación”, hasta que caí en la cuenta de que en México también se controla el acceso a la información y se penaliza al curioso, además obstaculizando el conocimiento; la ignorancia empleada como contrapeso a la conciencia crítica de la historia y de la sociedad que tanto el CCH como la UNAM se esforzaban por inculcarnos. Las formas de la violencia en México son variadas y se han vuelto congénitas, en mayor o menor grado se reparten en los diferentes aspectos de la vida diaria, desde la negativa a los derechos básicos —trabajo, salario digno, educación, salud—, pasando por el maltrato de muchos funcionarios públicos que ejercen el pequeño poder inherente a su puesto, hasta el ejemplarizante cas-

tigo institucional a los “revoltosos” que ponen en tela de juicio la red de privilegios e impunidad que caracteriza a nuestro país. El 2 de octubre de 1968 no fue el primer acto de bárbara represión que vivió México, pero tal vez sí fue el primero que se ejecutó ante los ojos de la comunidad internacional, que optó por desviar la mirada para interesarse por el desarrollo de los Juegos Olímpicos, al tiempo en que decenas de personas buscaban a sus familiares en hospitales, cárceles, campos militares o la morgue y mientras centenas de detenidos eran torturados y maltratados. La fórmula se repite de un Estado autoritario a otro, no juzgan para no ser juzgados. El silencio cómplice, el fingimiento de que no pasa nada o, peor, la connivencia de quienes creen que los inconformes merecen ser aplastados, aun cuando esto atente contra la dignidad propia, son parte de las muchas preguntas sin respuesta que me hago desde entonces, porque es seguro que no hemos llegado a este túnel de oscuridad por aquellos hechos sobrecogedores, cuya sombra nos cubre y, por desgracia, no son en absoluto aislados.

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Metáfora múltiple Luis Arturo Ramos

l Movimiento del 68 significa más por el recuerdo de los excesos represivos que por la originalidad de sus planteamientos políticos. Con el tiempo, se convirtió en otra evidencia de que la fuerza de la sociedad independiente resulta tan poderosa que puede generar la violencia del Estado. Cuando la sociedad civil toma las calles el Estado se repliega, literal y metafóricamente hablando. Hay fracasos que valen más que muchas victorias; el Movimiento del 68 fue uno de ellos, porque se ha vuelto metáfora de la inmarcesible necesidad del cambio y referencia obligada para quienes lo emprenden en la actualidad. No obstante, más que un símbolo, el Movimiento es una metáfora con significados múltiples; todos de acuerdo con quien lo alude, recuerda o interpreta. Ello le da permanencia anecdótica, aunque por desgracia, todas las anécdotas se acomodan a conveniencia de quien las recita.


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Revueltas Gerardo de la Torre

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l 2 de octubre de 1968 participé activamente en el movimiento con los compañeros del sindicato petrolero. Llegamos a un pequeño paro de labores en la refinería de Azcapotzalco. Nos movilizamos por toda la ciudad y fuimos muy solidarios con los estudiantes. De esa época me viene el recuerdo de José Revueltas. Cuando lo conocí ya no pertenecía él al Partido Comunista, porque lo expulsaban de cualquier agrupación. Es más, mi primera novela está dedicada a Revueltas, quien está en la cárcel acusado injustamente de ser la cabeza de la organización del Movimiento del 68. Yo no lo conocía. Había leído una novela de él que me gustó mucho: Los días terrenales. En mi libro resumí la influencia de Revueltas en los años sesenta antes del 68.

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Guerrilla y rock Alejandro Alvarado

l 2 de octubre representa la culminación de la inquietud de los jóvenes en su participación social. En el mundo se venía gestando la concientización y la necesidad de rebelarse ante la autoridad y exigir reconocimiento social. Buscaban la conformación de una identidad propia. Un reflejo de esto es el rock, la representación de la rebeldía; otro reflejo es la música de protesta, la cual denuncia las injusticias del gobierno. El Che Guevara se convierte en un estandarte. Fueron imprescindibles en estos movimientos las opiniones de Jean-Paul Sartre y la lectura de sus libros, Simone de Beauvoir y Susan Sontag dignificaron y lucharon por los derechos de la mujer. México 68/ Juventud y revolución, de José Revueltas; Los días y los años, de Luis González de Alba, y Por qué no dijiste todo, de Salvador Castañeda son obras que retratan diferentes momentos de la toma de conciencia de la juventud mexicana. Algunos jóvenes se unieron a la guerrilla: en Chihuahua con los hermanos Gamiz y en Guerrero con Lucio Cabañas y con Genaro Vázquez Rojas. En 1968 ocurre una serie de sucesos que dieron inicio al México moderno.

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Huella profunda Eve Gil

l 2 de octubre es una fecha fundamental en la historia del país. Considero que la de los jóvenes era una idea socialista, un poco romántica. Salieron a la calle a manifestarse contra ciertas acciones del gobierno y, al mismo tiempo, querían conformar un nuevo mundo, un nuevo México. La respuesta del gobierno ante esto fue desmesurada, implacable. En el 68 se dieron otros movimientos similares en otras partes del mundo; sin embargo, el único país en el que culmina con

muertos, encarcelamientos y desaparecidos fue en México. Esta represión habla muy mal del gobierno. Pero sí es una huella muy profunda en el corazón de los mexicanos. En nuestro país, siempre nos hemos sabido reponer de las desgracias, pero los sucesos que vivimos el 2 de octubre son muy tristes, lamentables y trágicos. 1968 es un año especial para mí, porque nací ese día, en Hermosillo, aunque a los pocos días mis padres me trajeron a vivir a la Ciudad de México pues mi papá trabajaba en esta ciudad. Nosotros llegamos justamente ese día.


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Protestas que no se olvidan Beatriz Espejo

l 2 de octubre de 1968 fue una fecha desastrosa para México. Es uno de los sucesos terribles de los que se acusa al presidente Luis Echeverría. Los jóvenes elaboraron una lista de peticiones y al grito de dos de octubre no se olvida han continuado manteniendo vivo el movimiento. Las protestas bien fundadas son sucesos importantes para nuestro país que no deben olvidarse.

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Las fotos de Héctor García asambleas y mítines, de los jóvenes asesinados. Yo era muy pequeño en 1968 Eloy Valtierra

o me dedico a la fotografía, y como fotógrafo siempre recuerdo el 68 por las grandes imágenes que existen y registran ese momento. Las fotografías de Héctor García son fabulosas. Maestro de generaciones subsiguientes, sus imágenes me impactan. Admiro de él su responsabilidad al fotografiar y la calidad de su trabajo. A él le correspondió mucho cubrir el movimiento del 68, y gracias a él contamos con testimonios gráficos de la represión policiaca, de la participación de los muchachos en

y los recuerdos que conservo, por así decirlo, del Movimiento Estudiantil están impregnados de mis lecturas en la prensa, lo que me cuentan los familiares y algunas personas que vivieron esa época. Uno de mis cuñados estudiaba la preparatoria cuando estalló el Movimiento. Yo lo veía con mucho respeto y admiración, porque era diferente a otros muchachos que yo conocía. Estuvo en las marchas y fue detenido por la policía. Hacíamos grupo para que nos platicara sus experiencias y los ideales de los estudiantes.

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El despertar de la juventud Claudia Guillén

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n el 68 yo tenía seis años o cinco; a pesar de mi corta edad, recuerdo que en mi casa se hablaba constantemente de la represión que hubo contra los jóvenes que participaron en el Movimiento y pedían cambios en asuntos importantes para que hubiera mayor libertad en México. Esa lejana memoria de mi infancia la relaciono con la cotidianidad de mi casa. Mi padre, Pedro Guillén, fue un hombre muy cercano a los exiliados. Para mí, las palabras libertad y revolución no eran desconocidas, a pesar de mi edad. Recuerdo que un amigo de mi hermana estuvo en Tlatelolco y casi lo asesinan. Todo el Movimiento se da como en cadena. No olvidemos que hubo otro movimiento de jóvenes en Francia. El despertar de la juventud se plantea de esa manera.

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Un cambio estructural político Garci

l Movimiento del 68 en México se alimenta de otros movimientos juveniles que se desarrollaron en otras partes del mundo. En Checoslovaquia se conoce como la Primavera de Praga, cuyo detonante es la invasión que sufrió de la Unión Soviética, que hizo que los jóvenes despertaran. Francia, que genera un movimiento de izquierda apoyado por sindicatos, sacude al mundo por el valor de su protesta. En Estados Unidos se da la guerra de Vietnam: de una manera injusta se pretende derrocar al gobierno de Ho


79 Chi Minh, su líder revolucionario, lo que provoca un movimiento social en Estados Unidos donde los jóvenes se rebelan contra el autoritarismo y la manera tan cruel en que se invade militarmente a Vietnam. En México se presentan los Juegos Olímpicos mientras la CIA generaba un movimiento desestabilizador en nuestro país. El 68 marca un hito en el desarrollo social de los jóvenes, un cambio en las estructuras políticas, culturales y sociales.

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Fantasmas vivos Ricardo Muñoz

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ara los que nacimos después del 68, la fecha del 2 de octubre se volvió un temible fantasma, uno que no se olvida y que no debe olvidarse. También, fuimos los que empezamos a sepultar a los testigos de la Revolución mexicana, es decir, los ancianos mostraban una fuerte ansia por relatar todo de lo que fueron testigos sesenta años atrás, y del año 68, quizá por su frescura (apenas transcurridos unos diez años), sólo una que otra mención. Los entonces jóvenes, de unos treinta años, le daban fuerza a su narración con el ímpetu que les tocó vivir —en muchos casos sobrevivir—, como el caso de varios estudiantes del norte de México que le rentaban a mi papá en Copilco el Alto, exactamente la colonia que colinda con el principal campus de la UNAM. Un par de ellos no regresó a sus cuartos. Decían que los habían desaparecido, algo que a la edad de ocho o diez años la imaginación no alcanza para definir la brutalidad humana. En estos recientes años quizá los niños escuchan el 68 como una historia muy lejana, de cinco décadas atrás, y tal vez Ayotzinapa tiene mayor presencia por su frescura pero, sin duda, se trata de fantasmas muy vivos, que están presentes y que no se olvidan.

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Miedo comprensible José de la Colina

l 2 de octubre estaba enfermo en mi casa. Había asistido a todas las manifestaciones, y no acudí a esa no por cobardía sino porque estaba en cama; pero, al recuperarme, pude integrarme a las protestas. Sentía miedo, pero esto es comprensible.

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Sólo recuerdo que era un día terrible, porque hubo muchos muertos: una represión brutal contra estudiantes por parte de las autoridades. No tengo ningún recuerdo especial, porque yo no vivía entonces en la Ciudad de México. Ese día es como un parteaguas, pues se abrieron los ojos de la gente para ver al gobierno de una manera distinta. A partir de ese día se sentaron las bases para obtener mayores libertades, tal como ocurrió en la Primavera del 68 en Praga. Aunque algunas de las protestas se han diluido, pienso que la voz de los estudiantes se ha mantenido firme para sentar precedentes de libertad, acción y opinión. El 68 es un momento en el que se impulsan ciertas libertades. Es cuando la gente comienza a pensar de manera más adulta, sin paternalismos.

El 68 abrió la puerta a un cambio profundo en este país. Los que éramos estudiantes en aquellos años, los que participamos en el Movimiento, vivíamos bajo la presión de una sociedad dictatorial, autoritaria, represiva. Y la respuesta del Movimiento Estudiantil en la lucha por las libertades sociales fue la clave de la verdadera apertura democrática que se generó en México , conseguida después de tantos años.

Pensar sin paternalismos Astrid Hadad

Apertura democrática Paco Ignacio Taibo II


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El principio de autoridad Enrique Ezeta

Cuando el poder se manifiesta de manera tan brutal, como en el 68, queda marcado como impronta indeleble. La brutalidad policiaca es, simplemente, una manifestación del poder cuando se abandona la vía del diálogo. En el 68 la expresión autoritaria del poder se expresó sin mediar la posibilidad del diálogo político, sencillamente por considerar a los estudiantes como alborotadores empujados por fuerzas e ideas “exóticas”. Hay que recordar el miedo que existía en las élites políticas y económicas a los movimientos revolucionarios, sobre todo a partir del triunfo de la Revolución cubana. Había que cortar de tajo. El Movimiento del 68 no se olvida porque golpeó de manera indiscriminada una protesta juvenil con sangre, porque fue en la capital del país y porque afectó a las clases medias. Pienso que fue un gran error anteponer el principio de autoridad a cualquier otra manifestación de mediación política.

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El gobierno masacra estudiantes Arturo Arzate

sistía a la primaria República de Afganistán, una escuela que inició con 12 primeros años escolares, cuyas edades oscilaban entre los seis y los once años, además de un segundo, un tercero y un cuarto grados. Sorprendentemente un día, sin saberlo el alumnado, acudió (a tomarse la foto o a inaugurar algo) el entonces presidente de México: Gustavo Díaz Ordaz. Yo percibía que ya era repudiado por la sociedad, porque no hubo festejo ni aplausos. Sólo visitó unos salones y se retiró de inmediato. La visita no duró ni cinco minutos. Recuerdo que, tiempo después, mi abuelita le pedía a mi mami que no nos mandara a la escuela porque “el gobierno” estaba “asesinando estudiantes”. Quizá mi abuelita estaba informada, porque mi papá salía a laborar todos los días y platicaban cosas de adultos.

Mi padre trabajaba en la Zona Rosa, a unos kilómetros de la Plaza de las Tres Culturas. Aunque los medios estaban cerrados, la información fluía de boca en boca. Recuerdo que un día jugábamos futbol en la Unidad Mario Moreno Cantinflas, donde nací, cuando de repente irrumpieron jovencitos de secundaria, y al grito de: “¡El gobierno masacra estudiantes!”, en una especie de mitin relámpago nos informaron con qué brutalidad lo había hecho el gobierno. Quienes estábamos ahí nos quedamos impresionados y dejamos de jugar. Años después leí libros al respecto, como Los días y los años de Luis González de Alba y La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, entre otros.


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Un niño normal Beto Batuca (Alberto Rubio Aceves) a Karlita, mi linda mujer que me empujó a hacerlo

De 1959 a 1968 habrían pasado nueve años y de 1968 al 2018, después de Odisea 2001, pasaron ya 50 años, mejor con letra: ¡cincuenta años! Estas líneas tendrían que empezar, entonces, en la página 68, o no necesariamente. Quizá que empezara en la página de mi corazón de niño. A todo esto la vida sucedía en blanco y negro. Mi abuelita Carmen, al igual que otras abuelitas, desconfiaba y no creía lo de un hombre pisando (y casi volando con un traje espacial sobre) la Luna: “No, mijo, eso es en un estudio de televisión”. En el 68 a mí me sucedían cosas muy buenas. Los renacuajos, las tortuguitas, las pequeñas ranitas, los pececillos y las salamandras a la salida de la escuela en los puestos, ahí sobre la avenida México-Tacuba. No sé cómo logré que mis padres me compraran una toruguita, a la que bautizamos con un bello nombre: “Lulú”, como los refrescos Lulú. Mi escuela era gigante y muy estudiosa. Yo era el Limpiecito. A mí me sucedían cosas lindas en 1968. A la mitad de 1968, los Beatles, los logotipos de las Olimpiadas, el Paseo de la Paz con sus maravillosas esculturas, mis canicas y mis bolsas del pantalón llenas de alambres de las botellas de leche, plastilina, corcholatas, piedritas y un suéter amarrado a la cintura. En el 68, y ahora en 2018, mi ignominia sigue sin abandonarme. No lo sé de cierto, pero allá afuera en las calles, donde no nos dejaban salir, así porque sí, a nosotros los niñacios, sucedían cosas feas y raras. Los estudiantes. También eran jóvenes en blanco y negro, como los periódicos y las noticias. Todo se oía y se veía en blanco y negro. Las personas mayores fumaban, caminaban, desayunaban y educaban a sus hijos, todo en blanco y negro. Para mí los estudiantes, todos, eran normalistas, así les decían: “Los normalistas”, y yo los tomaba así, y yo también era un normalista. Porque mi primaria era la República de Brasil” anexa a la Normal de Maestros, y yo también era

un niño y también era un estudiante normalista; o sea, Normal; o sea, un Niño Normal. No me gustaba nuestro presidente. Aparte de feo, era un señor feo pero de adentro hacia afuera y viceversa. Los estudiantes, los pequeños y los más jovencitos, siempre teníamos ideas, lo que muchos llaman ideales; o sea, un mundo lleno de ilusiones. Colores, barbas, cabello largo, mezclillas, minifaldas, el rock en nuestros corazones. Yo aún oliendo a pipí, pero ya bien enamorado de la vida y del amor (Leonardo, Van Gogh, Picasso, Antonio Machado…). Sin embargo, allá afuera los problemas en todas las calles del mundo mundial… Los problemas con los revoltosos estudiantes; México, París, Roma, Chile y anexas. Ser estudiante era correr y correr y pintar camiones con chapopote, tener miedo, ser atrevido, tener muchos pantalones y desaparecer.

El 68 como un sueño. Felipe Muñoz el Tibio, la antorcha olímpica, el Sargento Pedraza. (La matanza de Tlatelolco, tan ajena como la Plaza de las Tres Culturas que, por cierto, ¿a qué culturas se refieren?) Presente, pasado y futuro. A esas tres Culturas, ¿no? No existía la internet, ni el WhatsApp. Ninguna mal llamada red social y nadie, como hoy, vivía y opinaba en la pequeña aldea llamada Facebook. Recuerdo que sólo existían los niños, los adolescentes y los adultos. Las familias mediatintas, los viejitos y sus cigarros Raleigh y la clase alta, media y baja. Yo me guiaba más bien por los olores y los sabores, nunca me acostumbré al blanco y negro. Yo veía con nuevos ojos Corazon de niño; existían todos los colores, principalmente el rojo, mi color favorito. El de las paletas Charms, ya que en la casa no teníamos televisión a color, sólo en blanco y negro.


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El fotoperiodismo Pedro Valtierra

e enteré del Movimiento Estudiantil de 1968 estando en Fresnillo, Zacatecas, mi tierra natal. En ese entonces tenía trece años y vendía periódicos. Por las tardes apoyaba con la limpieza en la peluquería Hidalgo del señor Víctor Dávila García, distribuidor de El Heraldo y El Sol de Zacatecas. En esa peluquería se reunían algunos parroquianos a conversar, a echar “charras”, como se le llaman allá a las tertulias, en las que era frecuente hablar de política. Recuerdo que por esos días la conversación subía de tono, se tornaba más febril; ellos apoyaban a los estudiantes. Recuerdo que se expresaban mal del presidente Díaz Ordaz. Yo sólo escuchaba, no entendía muy bien de lo que hablaban. Ese fue mi primer acercamiento al Movimiento Estudiantil y a lo sucedido en el 68. En 1977 nace el periódico unomásuno que, desde mi punto de vista, fue una alternativa para los jóvenes desilusionados por lo acontecido en 1968. En ese medio nació lo que hoy se conoce como periodismo contemporáneo, del que formé parte junto con muchos amigos, jóvenes entonces, como Víctor Roura, Jaime Avilés, Ricardo Yáñez y Javier Molina, entre otros. Esa oleada de nuevo periodismo tuvo como punto de origen el pensamiento crítico con que la sociedad, y los jóvenes periodistas, como parte de ella, respondieron ideológicamente, al menos de manera moral, a lo sucedido. Eran momentos complejos en el mundo, pero de manera particular en América Latina y en Centroamérica, a donde fui enviado a cubrir la guerra. Eran tiempos de luchas sociales, jóvenes en México, Francia, Estados Unidos y muchos países protestaban para cambiar al mundo, o su mundo inmediato, y todos nos involucramos de una u otra manera, cada uno desde su espacio intentó hacer algo. El surgimiento del fotoperiodismo contemporáneo tuvo que ver directamente con este impulso, con esta búsqueda por hacer mejor las cosas. Allí estábamos, haciendo fotos y pensando que nuestras imágenes podrían contribuir al cambio.

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Desobediencia civil Lourdes Valdivia Dounce

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iércoles 2 de octubre de 1968 un día después de mi cumpleaños 17. Viernes 4 de octubre 10 000 soldados toman CU. 1967: termino estudios de secretaria, a los 16 inicio mi trabajo, a mediados de mis 16. 1968: trabajo como secretaria en la calle de Izazaga, centro de la Ciudad de México.

Me enteré ya tarde de que el tío de mi novio, quien era militar, les había prohibido ir a la manifestación en Tlatelolco ese miércoles 2 de octubre de 1968. Mi novio fue detenido por “revoltoso” el sábado 5 de octubre. Él, junto con un tío suyo, tan joven como él, y otros dos amigos, estaban curioseando en los alrededores del campus, cuando fueron pescados por sorpresa y aventados a una vagoneta donde yacían un mimeógrafo viejo y montones de hojas con “propaganda comunista”. Él tuvo más suerte que miles de personas que desaparecieron o murieron, pues un militar, conocido de su tío, los identificó, vivos aunque maltrechos, y los sacó de los “separos” justo antes de que se los llevaran al Campo Militar número 1. A pesar del susto, se enorgullecieron de su foto “tras las rejas”, aparecida en los diarios de mayor circulación. ¿Orgullosos?, pensé, ¿de qué? Mi vivencia en esos momentos era muy otra. A mis 17 años, día a día pesaba en mi ánimo mi desgracia. Yo no era estudiante. La pobre economía de mi madre y mi condición de mujer “que ha de casarse” habían truncado mi ingreso a la Prepa 9. Aprobé el examen, tenía el derecho a la educación gratuita, pero no las condiciones económicas para ejercerlo. ¿Trabajar y estudiar? Imposible, tenía que trabajar tiempo completo para contribuir al sustento de nuestra familia, compuesta por tres hermanas menores que yo y una madre que ganaba poco en aquel entonces como costurera. No entendía, en esos momentos, por qué jóvenes estudiantes con la vida que yo quería tener, vociferaban y se rebelaban en contra de algo para mí desconocido. Había un ambiente de temor en los padres, un ardor y un gran enojo en los jóvenes y un autoritarismo totalitario

que yo sí veía y sufría. Todo estaba vedado, empezando por la libertad de expresión, la libertad sexual, la libertad de conciencia. Mi empatía, pese a una cierta incomprensión inicial, estaba con los muchachos y muchachas. Sí, ¡mujeres revoltosas! Todos subidos a los camiones que arrebataban al transporte público, que yo tanto necesitaba para ir y volver del trabajo. Las multitudes gritaban improperios, reclamaban libertad, se declaraban en contra del gobierno autoritario. En esos momentos tuve empatía, pero no entendía qué pasaba. Era una desobediencia civil a gran escala. Los costos humanos no la igualaron, las vidas jóvenes perdidas sobrepasaron el ímpetu del movimiento. Cincuenta años después. Ahora, madura, estudiada y vivida miro hacia el pasado, miro la gran desobediencia civil, la masacre y apenas el inicio de los cambios que se reclamaban y que igualmente apenas empiezan a notarse. A veces no sé si realmente son cambios sustantivos y para bien, o si lo son sólo de forma y vacuos. En 1968 no había libertad de expresión, en efecto. Los periódicos, el radio, la televisión estaban sancionados por el gobierno. No se expresaba lo que el gobierno no permitiera. En cambio, ahora sí. Por ejemplo, sabemos casi a diario noticias de fraudes millonarios hechos por políticos y empresarios. Hay libertad para decir lo que no se podía decir. Pero nada o casi nada pasa. Todos hablan, todos dicen, todos discuten en los medios masivos y en las redes sociales. Muchas veces discuten sin ton ni son, muchas otras sin conocimiento de causa y, las más de las veces, sin entender una pizca del asunto. Es un gran coro de voces desafinadas. Ahora sí hay “libertad de expresión”, dicen. Pero todavía matan a periodistas o los retiran de sus oficios. A cincuenta años de aquella masiva desobediencia civil, ¿conseguiremos hoy por fin la respuesta a nuestros derechos reclamados? Viví el Movimiento cuando ocurrió como una espectadora extrañada. Ahora lo vivo como el inicio de una larga carrera en el avance a la libertad ciudadana y al ejercicio de nuestros derechos, como el punto de inflexión hacia el bienestar ciudadano en las múltiples facetas de la vida humana.


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¿Algo cambió? Guillermo Ochoa-Montalvo

los 15 años de edad, el 68 me convirtió en comunista; articulista a favor del movimiento obrero textil, defensor de las libertades, víctima del terrorismo gubernamental y todo aquello que un joven es capaz de idealizar. El año de 1968 coronó la ola de movimientos sociales, sexuales, feministas y culturales, rompiendo viejos paradigmas y vimos nacer la píldora anticonceptiva, llamar a los condones por su nombre; un avance en favor de las mujeres, la diversidad de género y las luchas laborales. La sociedad manifestó su fuerza al organizarse y la cúpula del Supremo Poder Económico también expresó su poder y capacidad de represión a través de los gobiernos que impone. Vimos caer la educación del pensamiento para ser sustituida por la educación de la información y el adiestramiento de “líderes emprendedores”, obreros calificados con profesión y tecnócratas. El recuerdo del 68 es el de mi madre encarcelada durante la toma de la universidad por el ejército; el terrorismo en casa con amenazas físicas, pintas de la fachada e incesantes llamadas telefónicas que desarrollaron en mí la telefonofobia, no superada hasta hoy. El 68 fue la experiencia de conocer el activismo político, el espionaje y la intriga en los Comités de Huelga del CNH, las células comunistas; en los grupos de ultraderecha patrocinados por empresarios como Salinas Pierce; la reacción de la iglesia católica en sus alas de ultraderecha como las de la iglesia de la liberación; la intromisión de Cuba y la Unión Soviética; el servicio secreto de Gutiérrez Barrios y la Asociación Política Profesional de los jóvenes Carlos y Raúl Salinas, Manuel Camacho, Ruiz Massieu y de otras agrupaciones asociadas al PRI y al gobierno. El 68 es el parteaguas de hace 50 años, que hoy el tiempo debe evaluar: ¿nos conformó en una mejor sociedad o logró mediatizarnos para crearnos la ilusión —cada tanto— de que todo cambia y, en el fondo, todo sigue igual o peor?


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Primero la libertad, luego la democracia Federico Rubli Kaiser

l Estado justificó la represión violenta que desembocó en la tragedia del 2 de octubre de 1968 con su propia intolerancia. No iba a permitir que demandas y protestas estudiantiles fueran a sacudir la estructura monolítica del PRI-gobierno, y menos en el umbral del escaparate internacional que serían los Juegos Olímpicos a diez días de su inauguración. Ciertamente, en estos 50 años transcurridos desde entonces, mucho se ha analizado, escrito y meditado sobre esos poco más de dos meses que

agitaron al sistema. Algunas historias se han reescrito y han dado una nueva perspectiva a los hechos. Destaca lo último que publicó, antes de morir en 2016, uno de los protagonistas más honestos y críticos de aquellos sucesos: Luis González de Alba. Su libro póstumo Tlatelolco aquella tarde nos ofrece una nueva dimensión del comportamiento del ejército y arroja nuevas hipótesis sobre quien ordenó la magna represión. Con los años se ha dicho que el Movimiento del 68 fue el parteaguas para la democratización del país. Pienso que eso no fue así. El pliego petitorio estudiantil no contenía demandas para pro-

mover un México más democrático. Lo que representaba eran exigencias para lograr una mayor libertad que estaba coartada en ese entonces. El Estado hegemónico y autoritario de la época se sustentaba, entre otros factores, en el control y supresión de la libertad de expresión y de opinión, de no poder manifestar una conciencia crítica ante las acciones gubernamentales. ¿Pero cómo podría haber democracia si no había primero libertad? El Movimiento del 68 fue el gran parteaguas para exigir la libertad; los jóvenes querían quitarse el yugo con el que el gobierno los apretujaba para no poder expresar sus auténticas ideas y críticas. Recientemente Enrique Krauze lo dijo con claridad: “El reclamo de libertad fue anterior a la exigencia democrática: nació con el Movimiento Estudiantil de 1968” (Reforma, 1 de julio de 2018, p. 10). La consolidación de la libertad fue un proceso evolutivo y lento a partir de 1968. Por eso la democratización llegó décadas después. El principal actor de cambio para demandar las libertades fueron los jóvenes. Después del 2 de octubre, el gobierno temió cualquier concentración masiva de adolescentes. Pero las tuvo que tolerar. Se dieron dos eventos multitudinarios cercanos a 1968 aunque no motivados por móviles políticos, sino por el clamor a una libre asociación y expresión. Éstos fueron, en marzo de 1970, las concentraciones masivas en diversos lugares del país para observar el eclipse total de Sol. Y, en septiembre de 1971, 300 000 jóvenes se agruparon alrededor de la música juvenil en el célebre Festival de Rock en Avándaro. Si bien no hubo represión ni violencia física, se desató una feroz censura en contra del rock mexicano que retrasó al rock nacional como expresión cultural y artística en al menos una década. La lucha por la libertad en este campo se daría por los siguientes 15 años. En suma, el Movimiento del 68 plantó la semilla de la libertad, condición necesaria para el camino hacia la democracia que llegaría décadas más tarde. El grito que se escucha cada año de “el 2 de octubre no se olvida” perfila un nuevo sentido al reconocer su valor como un prolegómeno a la democracia, que como ciudadanos nos debemos encargar de que siga avanzando


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Lo que perdimos Gilberto Meza

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ontra nuestra costumbre, en 1968 llegamos puntuales a la cita con el mundo. Si algo había caracterizado al régimen de la Revolución había sido siempre el hecho de mantenernos aislados, al margen de lo que ocurría en otras latitudes. Se nos inculcó que México era un lugar aparte. Éramos especiales, únicos. “Como México no hay dos”, sabíamos, pero eso era una estratagema de los gobiernos para que cerráramos los ojos ante un mundo cambiante que reclamaba derechos, libertades, como la de prensa; beneficios sociales, desarrollo, pero sobre todo democracia. Por eso digo que lo más relevante de ese año es que estuvimos ahí, en el

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68 en cinta Jorge Ayala Blanco

na muy buena parte de nuestro imaginario sobre el Movimiento Estudiantil-popular de 1968 se le debe al cine. Allí están las dos grandes películas que se gestaron desde su interior, en cada una de sus dos vertientes. Una, desde su vertiente estudiantil, gracias a los alumnos del CUEC-UNAM que tomaron instalaciones y cámaras de su escuela: El grito, hoy legendaria, firmada por Leobardo López Aretche, deficientemente montada pero con enorme vigor emocional, autenticidad y frescura, hoy en un proceso de digitalización sonora encabezado por la docente cuequense Aurora Ojeda para poder escucharse como si fuera la primera vez y como nunca.

centro de lo que ocurría en el resto del mundo: la rebelión de los jóvenes, pero también, y sobre todo, nuestra inclusión en los cambios que éstos demandaban, por razones distintas, en cada rincón del planeta. Los resultados obtenidos de esas batallas no fueron, aparentemente, beneficiosos para los que lucharon entonces. Cuando las aguas volvieron a su cauce, el panorama era desolador. Los caminos se cerraban aún más. Destierro, cárcel y muerte hacían la sumatoria del movimiento. Pero algo había ocurrido que trascendió el momento. Perdimos la inocencia. Dejamos de confiar en los regímenes que nos sometían, de esperar todo de ellos. Los individuos, es decir las

personas, los jóvenes, nos asumimos como ciudadanos con plenos derechos. Lo que se reclamaba lo entendimos después, era el ejercicio de esos derechos, así como una mirada distinta sobre los gobiernos y la clase política que detentaban el poder. Reclamamos en consecuencia el derecho de decidir sobre nuestros gobiernos, nuestras preocupaciones, nuestros cuerpos, el derecho a la privacidad, a la vida pública; a cuestionar las decisiones que nos afectaban a la mayoría para beneficiar a unos cuantos. Dejamos de ver el mundo como el lugar mágico que nos habían vendido y a reclamar nuestro derecho a presidirlo. Es decir, perdimos la inocencia: nos convertimos en mayores de edad

Otra, desde su vertiente popular, merced a la solidaridad del ubicuo documentalista militante Óscar Meléndez, en varias etapas (a partir de un precursor programático Únete pueblo) que culminarían con el anónimo largometraje Aquí México, sintético y de largo aliento, que incluiría los estrujantes planos clandestinamente filmados en Lecumberri con los presos políticos emblematizados por el escritor inasimilable José Revueltas. Quedan además como contrapuntística memoria ominosa la oficialista indeleble Olimpiada en México de Alberto Isaac y, si reaparecen algún día, los rollos perdidos o secuestrados de la matanza del 2 de octubre estratégicamente filmada por Servando González por encargo del secretario de Gobernación Luis Echeverría, según lo admitió antes de fallecer el realizador en un vi-

deo incluido por Gibrán Bazán en Los rollos perdidos. Mucho después se rodarían algunas ficciones reduccionistas-chantajistas entre las que resalta la masacrofílica Rojo amanecer de Jorge Fons, aunque no han dejado de aparecer por ahí algunos inenarrables videopanfletos más o menos oportunistas, carroñeros e ineptos sobre el tema, de los que sólo se salva el vasto y paciente trabajo de interrogación-investigación-revisión realizado con notable severidad por el veterano documentalista etnopoético Nicolás Echevarría para el Centro Cultural Tlatelolco de la UNAM. En suma, un imaginario duro, eficaz, inmarcesible e incomparable, que hoy merece ser apreciado en toda su fuerza y magnitud perenne. Al final sólo quedan las imágenes, ¿esas imágenes?


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De mayo a octubre Fernando de Ita

ui por primera vez a Europa en mayo de 1968. Llegué a España el día 3 del mes florido, precisamente cuando los estudiantes de la Universidad de Nanterre se trasladaban a la Sorbona y comenzaban los enfrentamientos con la policía. Cuando llegué a París, una semana después, no tenía la menor idea de que sería testigo de la revuelta que no cambiaría el orden establecido, pero sí la manera de ser de millones de jóvenes en varias partes del mundo. En la Escuela de Bellas Artes de la rue Bonaparte aprendí a mechar botellas de gasolina, escuché por primera vez las canciones de Boris Vian y viví como un sueño la libertad sexual de aquella prodigiosa comuna. Regresé a México a mediados de junio, trastornado por la experiencia existencial, más que política, que se atravesó en mi destino. Me despertó del ensueño la represión policiaca del 26 de julio que dejó cientos de heridos y detenidos entre los marchistas que querían manifestarse pacíficamente en el Zócalo de la Ciudad de México. Las reivindicaciones que pedían los estudiantes mexicanos eran tan simples y fáciles de cumplir que sólo un primate como Díaz Ordaz pudo responderles con sangre, fuego y muerte. Me uní a la multitud que marchó el primero de agosto con el rector de la UNAM a la cabeza y entoné en algunas peñas de Coyoacán las canciones satíricas en contra del presidente de la República. No hice activismo político, pero seguí con angustia y regocijo las peripecias del Movimiento. Por primera vez sentí la complicidad de ser joven en un país de señores con corbata y gorilas con macana. El 2 de octubre fue un día fatídico para mí porque sin estar en la Plaza de Tlatelolco sufrí las consecuencias por la aprehensión de un ser queridísimo por parte del ejército. Todo ese mes fue de espera y sufrimiento. Juan estuvo en el Campo Militar número 1 y pasó por el tormento de tener una pistola en la sien y escuchar el golpe del detonador en una arma vacía. Esa imagen me cambió la perspectiva que tenía de mi país y su gobierno. En París conocí la alegría de la revuelta, en México el dolor de la intransigencia. Por algo eso que llamamos Patria se fundó sobre una cruz de espinas.

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Cincuenta años de cosquilleo Ethel Krauze

hí estaba el contingente, justo pasando frente a mis ojos. Me había escapado de la vigilancia de mi madre. No iba yo a perderme el paso de los estudiantes por la avenida Insurgentes, en el cruce de Aguascalientes, el más cercano de mi casa. Era julio de 1968. A mis catorce años, el cosquilleo me recorría como un relámpago de expectativas: el mundo, mi mundo, estaba cambiando. Los jóvenes tomaban las calles, tomaban la palabra en forma de carteles y consignas, se rebelaban ante los adultos, quienes se aseguraban a puerta cerrada dentro de las tiendas y los restaurantes. Mi corazón palpi-

taba de una felicidad hasta entonces desconocida. Sólo los terremotos del 19 de septiembre de 1985/2017 volvieron a conmoverme de manera semejante. No con felicidad, sí con una dulce melancolía por la generosidad y el heroísmo desplegados ante la tragedia. Y hete aquí, cincuenta años después de aquella tarde primera, un cosquilleo vuelve a recorrerme como relámpago de expectativas: otra vez salimos a las calles por un cambio, el 1 de julio de 2018. Sólo que ahora nos encaminamos a las urnas y no a las metralletas. Se lo debemos a aquellos que sembraron las semillas.


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Noticias poco claras Rubén Martínez Cisneros

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l libro La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, fue el primer texto que leí acerca del Movimiento Estudiantil de 1968, el cual me acercó y me indujo a seguir recopilando información acerca de este tema y entendiendo los pormenores de este acontecimiento. Recuerdo que las noticias que llegaban a Ciudad Valles, San Luis Potosí, no eran del todo claras, además de que yo tenía apenas diez años de edad.

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“Al poblano y al gusano nunca les des la mano” Francisco de la Guerra

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l día siguiente El Sol de México nada decía. En el cielo azul intenso volaban elegantemente parvadas de zopilotes; los abuelos, con el periódico abierto, comentaban, pobres muchachos, el gobierno dice que es culpa de los comunistas, les lavan el cerebro en la universidad, pero no tenían que matarlos. Maldito trompudo, “al poblano y al gusano nunca les des la mano”. Eran días soleados y de una transparencia trágica.

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¡Que vienen los estudiantes! Emiliano Pérez Cruz

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iene la señorita Catalán, la ruda viejita subdirectora de la Secundaria 60, en Agrícola Pantitlán; viene con el prefecto Guadalupe el Moreno del Tepeyá (el otro era el Wero de Rancho): los vemos a través de los cristales: abre la puerta y los más de cincuenta pubertos y niñas nos ponemos de pie, completamos el numerito que evita jalones de cabello: “¡Buenos días, señorita subdirectora!”. No contesta, no viene a revisar calzones limpios, uñas recortadas, pelo a la brush y trenzas, zapatos lustrosos. Ordena: “Escuchen y actúen, niñas y niños: afuera están sus papás y mamás; vienen por ustedes porque dicen que llegarán los estudiantes revoltosos. Los útiles, en sus mochilas. Y bajan en orden, como si fueran al recreo: primero la fila A, luego la B y hasta terminar. Sin empujar, no corran, de prisa. Saldrán los grupos de primero, y terminamos con los de tercero. Al

último, maestros y autoridades”. Todo porque vienen los estudiantes, y luego los soldados y ustedes mis niños —dice el Moreno del Tepeyá— corren peligro, no se detengan, vamos, sin atropellarse. Abren la reja, clan clang de los cerrojos, papás y mamás agarran a sus retoños y corren por las calles, cruzan baldíos, abren puertas, zaguanes, corren

cerrojos, cortinas, porque vienen los estudiantes y atrás de ellos los soldados, pelean, quieren el comunismo, corran, corran… Hasta que la Secundaria 60 se vacía y sólo quedan el silencio y el miedo y los cerrojos. Los perros del conserje deambulan bajo el solazo, en el patio. Los estudiantes nunca llegaron. Luego supimos por qué...


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Exorcismo José Noé Mercado

La matanza de Tlaltelolco nos revela que un pasado que creíamos enterrado está vivo e irrumpe entre nosotros Octavio Paz, Posdata

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llas, las víctimas, eran jóvenes. Tenían ideales y sueños, protestas y consignas. Su deseo de cambio sociopolítico ya no podía saciarse con discutir teorías en las aulas, con sólo quejas y frustración constantes por los derroteros gubernamentales. Eran los años sesenta; los del frío conflicto ideológico mundial, los de la confrontación crítica de los ciudadanos con sus autoridades. Requería del activismo en las calles, de la visibilidad internacional que, acaso, tendrían los Juegos Olímpicos, del rostro y el puño levantado por las avenidas. Eran, en su mayoría, estudiantes. Otras, carne de cañón de agitadores con ansias de ríos revueltos. Querían ensanchar derechos y libertades. La revolución, como al grueso del pueblo, no les hizo justicia. Amaban. Nadie ama tanto el mundo, su entorno, como aquellos que aún tie-

nen la frescura necesaria para creer que pueden modificarse sus condiciones. Como todas las víctimas, sin embargo, no fueron suficientemente desconfiadas de la saña potencial de su victimario. Él era el tiranuelo presidencial que, con su cortedad humana y miopía estadista, embarró de sangre estudiantil, joven, ilusionada, ingenua, la Silla del Águila. Gustavo Díaz Ordaz era el Franco mexicano, dijo el escritor Carlos Fuentes. El gobernante asesino del tiempo que vivía el país que gobernaba. Por incapaz de realizar una lectura política contemporánea. Por caduco. Por carnicero. Por hijo de la chingada. México era la República posrevolucionaria que había acumulado progreso y desarrollo institucional. Esa estabilidad creciente alcanzó su cima sin erradicar la pobreza, la corrupción y la desigualdad; y cobraba un alto costo: la nula alternancia partidista. La simulación democrática. La hegemonía del partido-gobierno, que atravesaría las décadas en un país con claroscuros, dispuesta —como en la Plaza de las Tres Culturas quedó subrayado—, a reprimir, a encarcelar, a verter la sangre de sus opositores antes que asumir el diálogo, la discusión, la crítica, su inoperancia.

El sanguinario no era sólo él. Era su corte, encabezada por su secretario de Gobernación —a la postre premiado por su ruindad con la misma silla presidencial—, el hoy decrépito Luis Echeverría Álvarez. Era el rostro en turno de un sistema autoritario ante el que sólo puede sobrevivir la sumisión. Que arranca vidas como un asesino serial múltiple. La masacre de Tlatelolco no era el título de un blockbuster de Hollywood protagonizado por un carismático slasher. Era una realidad producida por el exceso de la fuerza, de la violencia de Estado contra su sociedad que cincuenta años después de 1968, con una democracia más sólida, con alternancia de propuestas políticas, con activismo de red social, no ha sido del todo desactivada. Quizá para eso sirvan los ríos de tinta que se escriben sobre aquella matanza cruel y ominosa: para exorcizar la tentación gubernamental de ordenar alguna otra. Aunque es claro, por la historia reciente, que los conjuros en menor o mayor medida han fallado con caciques en el terreno local. Que no fallen también los exorcistas y no faltarán los jóvenes con ilusión de cambio.


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2 de octubre no se olvida Alma Rosa Alva de la Selva

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La psicodelia y la calle José Antonio Gurrea C.

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eferente ineludible de la búsqueda del cambio por amplios grupos de la sociedad mexicana, ante la compleja situación que vive el país, el 68 es hoy, más que nunca, fuente obligada de balances y reflexiones. Hace cincuenta años, luego del auge del llamado “milagro mexicano”, que llevó a la República a un continuado ritmo de crecimiento (aunque no de desarrollo), sobrevino el derrumbe de ese modelo. Ya desde la mitad de los sesenta se apreciaban señales de deterioro social, político y económico con la persistencia, ya desde entonces insoportable, del PRI en el poder.

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968, año de contracultura, de hippismo, de antibelicismo, de libertad sexual; en una frase: de rebelión juvenil… año que consolida la experimentación sonora que cambió la historia de la música por completo, pues en esos 12 meses ven la luz grabaciones tan trascendentes como el llamado White Album de The Beatles, In Search of the Lost Chord de The Moody Blues, Electric Ladyland de Jimi Hendrix, Beggar’s Banquet de The Rolling Stones, o Filles de Kilimanjaro de Miles Davis, obras de vanguardia que contribuyeron a borrar las fronteras entre los géneros para terror de los puristas. Pero 1968 es también el año en que los jóvenes toman la calle contra las injusticias y los autoritarismos, no importa si vienen de los gobiernos priistas o del imperialismo estadounidense (metido hasta el cuello en Vietnam), o del otro

Luego, en los días de ese intenso 1968, en medio del discurso anticomunista que impregnó a los medios de comunicación, cercados por la censura y la autocensura, fue brotando un peculiar movimiento social, impulsado por jóvenes estudiantes y que se convirtió en lucha democrática. Ello ocurría en el contexto del ascenso de la “nueva izquierda”, integrada sobre todo por intelectuales a partir de los esperanzadores sucesos de la Revolución cubana, cuyo impacto fue de importancia para las nuevas generaciones.

Hoy estamos ante otro modelo que se ha desplomado, más estrepitosamente que el anterior: se trata del esquema neoliberal, instaurado hace más de tres décadas y cuyas políticas han llevado al país a la mayor crisis de su historia reciente. Ese otro México que somos ahora necesita transformarse ya. Como en los días del 68, el deseo de cambio gravita en el ambiente. Es momento de actuar colectivamente para dar pasos hacia una transformación que se buscó hace cincuenta años y que hoy presenta múltiples itinerarios. 2 de octubre no se olvida.

imperialismo: el soviético, que no permite en los países bajo su dominio otra vía más que la suya. En ese año parteaguas, miles de personas, sobre todo chavos, salen a las calles a protestar lo mismo en París que en la Ciudad de México, en Berkeley que en Praga. En nuestro país, el movimiento es silenciado por la vía de la violencia de Estado. Sin embargo, la muerte de esos jóvenes no es en vano. Uno de sus legados más importantes es la reforma política de 1977, con la cual da inicio la transición democrática en el país. De manera incipiente, comienza el proceso para pasar de un esquema de partido hegemónico a un modelo de pluripartidismo. Don Jesús Reyes Heroles, autor intelectual de la reforma, enfatiza la necesidad de concretarla para que el país se aleje del México bronco, violento. “No

lo despertemos (porque) todos seríamos derrotados”, subraya el ideólogo priista. Entre sus puntos más destacados, con la reforma política se legaliza el Partido Comunista (PC), que en las elecciones de 1979 obtiene sus primeros 18 diputados, y se promueve una ley de amnistía para exonerar a los militantes de grupos de izquierda. Muchos presos políticos del 68 dejan la cárcel. Cierto, se trata de una reforma naciente, incompleta. Sin embargo, gracias a esos primeros pasos el proceso de democratización pudo dar inicio. Veintitrés años más tarde, y varias reformas políticas de por medio, tendría lugar la alternancia en el poder y, finalmente, 41 años después, la llegada de la centro-izquierda al poder. Sin duda, la victoria electoral de AMLO no podría entenderse sin el sacrificio de la generación del 68.


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Pertenecer a México Bárbara Jacobs

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no de mis recuerdos recurrentes del Movimiento Estudiantil de 1968 es el de la marcha que salió de la Ciudad Universitaria con rumbo al Zócalo, a la que me uní cerca de su punto de partida, en la esquina de la calle Rafael Checa con la avenida Insurgentes. Todavía no ingresaba a la UNAM, así que me integré a los manifestantes espontáneos, sin manta que me identificara. Como no tenía conciencia del asunto, la caminata no me desanimó ni fatigó. No olvido con qué emoción y gratitud acepté, al llegar a la meta, beber agua de la botella que me extendió el joven a mi derecha y que, tras unos sorbos, a mi vez pasé al compañero a mi izquierda. Lo que experimenté con ese gesto, simplemente humano, en mí desató múltiples reflexiones. Entre otras, la de haberme hecho sentir, por primera vez en México, en donde yo había nacido veinte años atrás, finalmente aceptada como mexicana. Diversos factores me habían impedido alcanzar esta identidad. Por ejemplo, mis orígenes extranjeros, implícitos en mi nombre, que se reflejan en mi aspecto y que explican mi forma de vida, los colegios a los que asistí y los grupos sociales que frecuenté, cuestiones por los que, en todo caso, yo nunca había sentido lo que era pertenecer a México, mi tierra natal.

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Una lámpara votiva Armando Ponce

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ace 50 años el Movimiento Estudiantil puso al gobierno ante una perspectiva nueva: la posibilidad de la democratización. México estaba en el mejor momento para consolidar un Estado heredero de la primera revolución social del siglo XX en el mundo. La cerrazón absolutista del partido en el poder no fue capaz. Hoy, a 50 años, el triunfo de Morena nos sitúa nuevamente en la necesidad democrática. Hay que recordar entonces la frase con la cual el escritor y periodista José Alvarado concluyó su artículo escrito valientemente sobre la represión de Tlatelolco unos días después, refiriéndose así a los jóvenes del 68: “Algún día se encenderá una lámpara votiva por ellos”.

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La transformación David Martín del Campo

l Movimiento Estudiantil del 68 es ya una página de la historia del siglo pasado, y es una frase que hay que entrecomillar, porque los muchachos de entonces ahora ya son abuelos y otros ya murieron. Es un acontecimiento que a la larga transforma la democracia mexicana. Es un movimiento que tardó mucho en madurar; pero, mal que bien, cambia a las elecciones válidas, y éstas y el surgimiento de los caudillos de oposición, son producto de ese

movimiento, tanto en 1997 como en 2000. Fue cuando fraguó el clamor democrático del movimiento e hizo que la sociedad mexicana madurara, se volviera más crítica; incluso, que el péndulo diera su giro hacia una, llamémosle, inflexión marxista, comunista, en los setenta y ochenta, tanto en el aspecto guerrillero en Guerrero como la guerrilla urbana, al mismo tiempo que a los partidos de la propia izquierda.


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63Ofelia Medina

Pesadilla en la casa de la tía Julia

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studié en la preparatoria 1. Terminé en 1967; pero continué manteniendo una liga con mis compañeros, por ejemplo con los que había entrado al Partido Comunista. En la prepa 1 yo era émula de Frida Kahlo (por cierto, ella también estudió ahí). Como también en ese lugar Diego Rivera pintaba sus murales, ella iba a verlo. Fui una apasionada de Frida. Mis amigas y yo nos vestíamos como mexicanas; como nadie lo hacía. En la prepa usábamos huaraches y estábamos en el Movimiento Estudiantil. En el 68 comencé a participar en películas, razón por la cual me desprendí de mi participación política por un tiempo. Iba a filmar una película sobre las Olimpiadas. Mi vida consistía en trabajar para el cine y en ser una revolucionaria. Cuando empezó el Movimiento Estudiantil me mantuve en él. El 2 de octubre fui con unos amigos a Tlatelolco. Llegamos caminando, desde la Zona Rosa, por Reforma, y cuando nos integramos al contingente cercano a la plaza, empezamos a escuchar los disparos. No entendíamos lo que sucedía. Como la demás gente, sólo corrimos con deses-

peración. Unas tías mías vivían en Tlatelolco. Mientras huíamos, le pedí a mis amigos que nos refugiáramos en casa de una de ellas, porque no entendíamos qué pasaba. Dejamos los huaraches tirados en el piso: es una de las postales representativas de ese día. Después vi fotografías en la prensa de zapatos regados en el suelo. Corrimos con tanta desesperación, que los zapatos se nos salieron, a mí y a muchos. Llegamos a la casa de mi tía Julia. A pesar de nuestra insistencia y desesperación, ella no nos quería abrir. Como la plaza estaba llena de policías, los vecinos se negaban a permitir el acceso a los manifestantes perseguidos, porque temían también ser víctimas de la represión. Éramos, además, muchos los que buscábamos asilo en diferentes departamentos. Cuando mi tía reconoció mi voz nos dejó entrar. Nos asomamos por la ventana para tratar de ver y entender lo que estaba sucediendo. Lo hicimos con mucho cuidado por el temor de que una bala pudiera herirnos. Nos asomamos con mucho sigilo. Lo poco que pude entender fue que los soldados estaban tirándose a sí mismos;

ellos tampoco entendían con quién estaban enfrentados. Era como un círculo, y, claro, disparaban sin sentido. Estaban en una situación caótica. Se veían imágenes aterradoras, incomprensibles. La voz se nos ahogaba en el pecho. Las ganas de gritar eran muchas para que alguien oyera que ahí estaba sucediendo algo terrible. Lloramos y gritamos, y nos abrazamos. La tía Julia se caracterizó siempre por ser muy amorosa; trabajaba como maestra, y, por su calidad humana, entendía muy bien esta situación y el dolor que flotaba en el ambiente. Mis compañeros y yo avisamos en nuestras casas que nos quedaríamos a dormir en el departamento de la tía Julia. Preferimos quedarnos ahí porque no sabíamos, en realidad, qué sucedía. Por la radio nos enteramos de la represión tan brutal que había ocurrido. La experiencia fue muy fuerte. Las imágenes que conservo en mi mente son como de pesadilla, de algo que te está sucediendo y no cabe en tu cabeza que pueda existir, que hubieras presenciado una masacre, que la rebeldía se pagó con tantas vidas y con tanto terror. Ese es mi recuerdo.


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Afortunadamente… Rogelio Cuéllar

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Contra la ciudadanía Alberto Chimal

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enía dieciocho años. Comenzaba a construir reportajes gráficos para la revista Sucesos Para Todos. Previo a esta fecha, anduve registrando las asambleas en la UNAM, en la Facultad de Ciencias Políticas y en la de Economía, en varias partes. A los dieciocho años los jóvenes protestamos contra la autoridad, contra la violencia, contra todo eso. Intuí que debía registrar fotográficamente el Movimiento Estudiantil. Entré, pues, a la prepa 5 en 1967. Viví toda la efervescencia estudiantil de protestas, aunque no estuve en la marcha donde lideró el rector Javier Barros Sierra ni en la manifestación del 2 de octubre, afortunadamente; si no, no lo estuviera contando, pero sí tengo un seguimiento de los demás movimientos realizados por obreros, campesinos y otras organizaciones. Lo último que fotografié fue la manifestación de los desaparecidos de Ayotzinapa.

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i generación creció escuchando historias del 68. Ninguno de nosotros las vivió, obviamente. La mayoría nacimos después de esa fecha; pero para muchos de nosotros siempre fue un tema crucial de cómo entendíamos la historia, la vida social en México; además era, de muchas formas, una mancha, un motivo de desánimo, de preocupación; porque siempre entendimos esa serie de acontecimientos que sucedieron en el 68 como una evidencia de impotencia, de desazón, de incapacidad o la enorme dificultad que íbamos a enfrentar como mexicanos, como habitantes de este país, para lograr coexistir en una sociedad justa. El 68 es un símbolo de hasta dónde fue capaz un gobierno injusto, represor, de mantener su poder atentando contra sus propios ciudadanos. En esa época, mucha gente opinaba que el gobierno había frenado una insurrección de revoltosos, a combatir al comunismo internacional, o cualquier tontería de ese tipo. Era esa noción central de que en México el gobierno estaba en contra de su propia gente. El 68 sí fue un movimiento que cambió la forma de vida en México y sigue reflejándose hasta la época actual.

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Noticias Ignacio Solares

Hay pocas noticias que cambian al mundo y a un país. Siempre he pensado que los periódicos se enfrentan a menudo a la falta de noticias importantes. Por ejemplo, una noticia fue el descubrimiento de América; otra noticia, la crucifixión de Jesús. Esas son noticias. Para un país pequeño también hay grandes noticias. El golpe militar en Chile fue una noticia. De ese grado es la noticia del 68.

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Año axial Felipe Álvarez

Miércoles 2 de octubre de 1968: equinoccio de primavera, mutación de la conciencia de la humanidad, un paso adelante de la evolución de nuestra especie. En la espiral ascendente, marca la evolución de la conciencia. El 68, un año axial, las coordenadas de una nueva era, otros mundos, otras realidades. La energía de una época. ¿Será?


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68 ¿Q

Fin y comienzo Carlos Herrera de la Fuente

ué tan cerca o qué tan lejos nos encontramos hoy, a finales de la segunda década del siglo XXI, del movimiento juvenil internacional de 1968? Si se piensan las cosas desde el punto de vista de las motivaciones ideológicas que promovieron o acompañaron el desarrollo, más o menos simultáneo, de las diversas protestas y movilizaciones estudiantiles de aquel año, lo más probable es que concluyamos que, atrapados históricamente en la disyuntiva entre la continuidad de las políticas económicas neoliberales, promotoras de una acumulación capitalista salvaje, y la reforma mínima del sistema acaudillada por el Estado y sus instituciones, el 68 se halla hoy más lejos de nosotros que nunca. ¡Qué lejano se antoja el sueño de la “imaginación al poder” y del “prohibido prohibir”, realizados en el seno de una sociedad que habría logrado abolir la explotación y la desigualdad entre los seres humanos! Ese sueño, el sueño de 1968, expresado de diversas formas en distintos lugares (París, Londres, Berlín, Praga, México, Los Ángeles, Río de Janeiro, Pekín, etcétera), no fue, de ninguna manera, un acontecimiento súbito sin antecedentes discernibles, sino la última manifestación global de un anhelo moderno de liberación que había empezado a fraguarse desde 1789, el año de la toma de la Bastilla. Como atinó a decir en alguna ocasión el filósofo francés Jean-François Lyotard, 1968 fue el último momento de entusiasmo colectivo mundial que se planteó seriamente la construcción de un mundo diferente, en el que la injusticia y la inequidad fueran expulsadas de manera definitiva de las sociedades humanas. Ese ciclo revolucionario, cuyos dos faros fueron la Revolución francesa y la Revolución rusa, concluyó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y, poco después, en 1991, con la desaparición de la Unión Soviética. En su particularidad histórica, sin embargo, las movilizaciones de 1968 no fueron una calca de otros intentos revolucionarios de propósitos semejantes. En primer lugar, porque en ningún caso se trató de movilizaciones armadas que pretendieran alcanzar el poder por la vía de la violencia organizada. Más bien, su

valor consistió en recuperar las líneas principales del discurso de izquierda, pero haciendo hincapié en la crítica al dogmatismo teórico, a la burocratización de los partidos e instituciones comunistas y al autoritarismo político. Sus ideales fueron, en casi todos los casos, los de un socialismo democrático, que veía en la participación popular y en la autogestión las vías para superar la dinámica retrógrada en la que se había estancado la izquierda clásica, tanto en los métodos de lucha como en las prácticas de gobierno. Ese impulso decisivo se extendió por varios años (en Alemania, por ejemplo, se considera que el periodo de movilizaciones se prolongó de 1967 a 1977) y tuvo un impacto determinante en diversos niveles de la vida cultural mundial (la liberación sexual, la relación entre los géneros y las generaciones, el reconocimiento de los derechos de las minorías, la moda, etcétera), a tal punto que el historiador Immanuel Wallerstein lo considera una verdadera revolución cultural. Cuando, finalmente, pasó el empuje histórico de aquellas movilizaciones, dando inicio a una etapa neoliberal, y más tarde al desmoronamiento del

mal llamado “socialismo real”, el 68 terminó siendo considerado como un acontecimiento superado, cuyos efectos tardíos no habían logrado contener el derrumbe de la ideología en la que se apoyaba. En realidad, sin embargo, las movilizaciones del 68 y los cambios que impulsaron modificaron el mundo y son parte sustancial de nuestra vida cotidiana. Si bien dicho movimiento marcó el fin de una etapa revolucionaria, fue también el comienzo de otra en la que, lejos de dogmatismos y de instancias burocráticas, la izquierda antisistémica comenzó a reorganizarse y a atender causas despreciadas por la vieja izquierda: la ecología, la marginación de las minorías étnicas, la discriminación sexual y racial, etcétera. La moneda que se lanzó desde ese momento aún está en el aire, y nada está definido. La izquierda que ahora suspira por la mínima reforma al sistema neoliberal deberá recogerla y ser capaz de innovar un nuevo pensamiento radical. Porque no hay izquierda real sin una crítica total al sistema capitalista que sigue ejerciendo su poder hegemónico.


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La indiferencia July Buendía

ací en 1972 y no fui ni cercanamente un testigo fiel de tal acontecimiento, pero sí lo soy cada día que pasa de las consecuencias “no ocurridas” por el Movimiento Estudiantil que marcó la vida de nuestro país; una de ellas, la más importante: la indiferencia. Tengo el compromiso de preparar futuros periodistas, comunicólogos y abogados desde las aulas, y justamente ahí, en un lugar donde se han gestado grandes pensamientos y creaciones, es donde cada clase que doy, cada comentario que escucho, cada tarea que leo, están cargados de la mortal indiferencia que no hirió y no mató a ningún chamaco de aquella memorable fecha. Sí, con más pena que tristeza, he de confesar que soy parte de un “movimiento muerto” encabezado por profesionistas asustados haciendo de la docencia su vocación, tan vacíos que llenan y rellenan las cabezas de sus alumnos con porquería inservible,

como “la manifestación ideológica en redes sociales”, y cuando lo analizo no alcanzo a comprender cómo es que tenemos la cobarde valentía de procurar jóvenes inertes, callados, avanzados en tecnología “de punta” que completan sus vidas sin huella y sin trascendencia más allá de una simplona publicación de un desayuno igual de muerto que ellos, o de un grupo de amigos reunidos, atentos y sonriendo para una foto que sin flash apaga desde antes la unidad de algo que hoy conocen como “amistad”. ¿Que si me hallo en contra? No. No lo estoy. Sólo me encuentro molesta, decepcionada y triste porque ni mi aporte diario, ni mis más íntimas ganas de revolver a este grupo de “nuevos jóvenes” cobra el efecto deseado; porque me veo suplantada como profesora ante la invasión de información cortada, aburrida y hueca con la que saturan los pocos espa-

cios de sus verdaderos oídos, para luego ignorarme en una calificación igual de fallecida que todo lo demás. Estoy enfadada por no tener ni la más cercana valentía que tuvieron aquellos chiquillos que, greñudos y atemorizados, cimbraron a un país y a una clase política que se apetecía más que dinosáurica. Estoy muerta… igual o más que aquellos del 68 que hoy no observo ni en la historia de nuestra nación, ni en los nichos de su verdadera creación. Me he rendido sin lucha, sin sangre y sin expresión, con la cobardía de un mancebo acorralado por hambre o por sumisión, y, lo peor, ni siquiera entiendo por qué. ¿Qué después del 68? Simple: despojos de una nación que ni de jóvenes ni de viejos logra rescatar el pundonor para levantar un dedo, para no acallar una voz, para sencillamente aprender a decir NO.


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El discurso de Justo Sierra Víctor Jesús González

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Si dos se besan

arlos Monsiváis afirmó que el movimiento del 68 era un presente perpetuo mientras no exista la posibilidad de darle fin a la impunidad tan bendecida por los poderes judicial y legislativo. Ahora (cincuenta años después de que aquel contingente estudiantil con orientación política e intelectual que no se intimidaba ante un evidente mandril en el poder con el fin de desnudar la falta de democracia y la violación de los derechos humanos y civiles en México) vale la pena cavilar: en este 2018, ¿dónde están o qué hacen los estudiantes universitarios del país ante la impunidad que se desborda con más de 300 000 desaparecidos, la privatización obscena de los recursos naturales, los feminicidios convertidos casi en un deporte nacional, la rapiña de los recursos públicos por la oligarquía, las condi-

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ciones miserables e ilegales de trabajo en instituciones públicas y privadas, la violencia que ha dejado estrangulada frente a sus narices a una joven en Ciudad Universitaria y, como señala el investigador de la UNAM: Víctor Toledo Manzur, entre el año 2000 y el 2010 las compañías mineras obtuvieron el doble de oro y la mitad de la plata extraídas por la corona española en tanto que gran parte de la población mexicana se viste con el atuendo denigrante de la pobreza extrema? Sólo por poner algunos ejemplos. Cincuenta años después del Movimiento Estudiantil en México, ¿es exagerado decir que el neoliberalismo está a punto de ganar la batalla y el sistema de educación media superior de este país es un generador eficiente de una correcta, sumisa y mal pagada (pero, eso

sí, “moderna” y tecnológicamente inteligente) fuerza laboral? ¿Será que es necesario sacar de la mazmorra estrecha del olvido el Discurso Inaugural de la Universidad Nacional de Justo Sierra y gritar en las aulas universitarias mexicanas de este siglo para recordar que: “No, no se concibe en los tiempos nuestros que un organismo creado por una sociedad que aspira a tomar parte cada vez más activa en el concierto humano, se sienta desprendido del vínculo que lo uniera a las entrañas maternas para formar parte de una patria ideal de almas sin patria; no, no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice [sucumba]; no la sorprenderá la toma de Constantinopla discutiendo sobre la naturaleza de la luz del Tabor”?

que pasó en aquel 68, ahora tan lejano, no sólo en el tiempo, también en la visión conservadora de este mundo y de este país. Mucho cambió en estas décadas, pero fue un movimiento circular que, por ende, nos regresó al punto de partida, a un mundo controlado verticalmente, con un cacique en la cima, y a una sociedad que creyó votar por un cambio mientras espera, pacientemente, la castración. Medio siglo después se acabó la utopía, los sueños libertarios se rigen bajo un control, cual si fuera un código de barras. Hoy aquellos sueños se pierden en el ciberespacio por el anal-

fabetismo disfrazado de exceso de información. Mientras termino, escucho a Ismael Serrano y / y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada, / al final de la partida no pudisteis hacer nada”. Soy pesimista, pero no estoy resignado. Sé que lejos de lo que pensaba Marx acerca de la socialización, el individualismo laboral y social nos aleja de los otros y una ruptura de este archipiélago de soledades resulta imposible. Sin embargo, sigo creyendo, como Octavio Paz, que “si dos se besan, el mundo cambia”, aunque deben ser besos de boca a boca y no a través del iPad o de la webcam.

Agustín Sánchez González

scribo y escucho. Miro las imágenes de hace medio siglo. Entonces era un adolescente, tenía trece años, que miraba con asombro a mis vecinos de una colonia proletaria sufrir por los falsos rumores, por no entender qué pasaba. El miedo era perceptible, pero subjetivo. Vivía en una zona lejana y ajena a la vida universitaria. Tan ajena que mis amigos y yo sólo esperábamos el inicio de las Olimpiadas. Fui a ver pasar la antorcha olímpica con mi abuelo querido desde el puente peatonal del Monumento a la Raza. Después, no mucho tiempo, entré al CCH y aprendí y empecé a entender lo


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¡Ah, los sesenta! Alberto Zuckermann

s el verano de 1968. Los acontecimientos se han producido con gran rapidez, lo que se inició como un pleito estudiantil entre una vocacional y una preparatoria se ha ido haciendo cada vez más grande con la intervención de las fuerzas del orden y ha aflorado el descontento que por años estuvo contenido. Tal como se lo predijo su amigo Alejandro, las calles están siendo to-

madas, los estudiantes unidos han demandado con ferviente intensidad que el gobierno cumpla sus peticiones, pero en un país donde el diálogo entre gobernantes y gobernados no se acostumbra, la solución adecuada no se produce. Roberto, sin pensarlo mucho, se ha puesto del lado del movimiento; pero, al no estar habituado a este tipo de luchas, decide hacerlo desde la retaguardia ya

que siente que no tiene la iniciativa o el arrojo de otros para tomar un papel más protagónico. Ve cómo su amigo Alejandro toma la palabra y de sus arengas fluyen con facilidad las cosas que deben decirse en esos momentos y que lo que dice tiene credibilidad ya que es un convencido del movimiento. En cambio, cuando escucha con otros jóvenes hablar al presidente Díaz Ordaz desde Guadalajara el 1 de agosto ofreciendo su mano tendida, no le cree y sospecha con los demás que detrás de esa mano está la otra con la verdadera respuesta: la violencia. Con disgusto y asco se va dando cuenta cabal de cómo la prensa y los demás medios de información son cómplices del gobierno, deformando las noticias y manipulándolas para hacerlos aparecer como vulgares agitadores, vagos, delincuentes y enemigos de México. Así ya, a partir de la segunda semana de agosto, aunque su universidad es privada, se involucra y surge el apoyo a la huelga y al pliego petitorio de seis puntos. La respuesta no se hace esperar, Roberto empieza a saber de amenazas a compañeros, de denuncias ante sus familiares, de maestros que no los apoyan y no quieren involucrarse por miedo a perder sus trabajos, pero a pesar de esto y del miedo a la fuerza bruta que anda desatada participa en algunas pintas en muros, reparte volantes y recolecta dinero junto con los voluntarios de su universidad, se involucra como nunca antes con la colectividad y le sorprende que, siendo individualista, un hijo de familia acomodada, luche del lado de las mayorías. Ya el 27 de agosto participa en una manifestación por primera vez al lado de miles que portan retratos de revolucionarios y gritan consignas contra Díaz Ordaz y el gobierno, llenándose de un sentimiento nuevo por el hecho de tomar la calle, de tomar el corazón de México llamado el Zócalo, integrándose a ese grito de protesta colectivo, a ese ya basta. México Libertad, Mé-xi-co-Li-ber-tad. [Fragmento de la novela ¡Ah, los sesenta! / Qué suerte de vivirlos, editada por Plaza y Valdés en 1993.]


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El 68 en el Istmo de Tehuantepec César Rito Salinas

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l pueblo llegaban diariamente tres ejemplares de Excélsior, Novedades, El Heraldo; diez de la revista Siempre!, cada tarde los lectores debían pelear por su ejemplar a un costado del parque central, en Tehuantepec. El mundo terminaba a las ocho de la noche, hora en que concluía la transmisión de la XEKZ, la radiodifusora local. Había pasado ya el anuncio del incremento salarial que hacía el presidente como cada año, en su Informe. No existía comunicación telefónica en casa, años después tuvimos el número 2-14, que comunicaba con una central. Las desgracias se transmitían por el telégrafo; el amor, por cartas; la señal de la televisión llegaría hasta 1974 con la transmisión del Mundial de Futbol de Alemania. Los hijos de las familias ricas estudiaban en la Ciudad de México; los pobres se integraban al campo o a la pesca. De la represión del 68 nos enteramos hasta diciembre, cuando los pocos estudiantes universitarios regresaron de vacaciones. Los muertos rompen el silencio. Luego de la represión del 2 de octubre se organizaron estudiantes y campesinos, en 1983 tuvimos el primer municipio del país gobernado por la izquierda en Juchitán. Nos llenamos de más desgracias luego del sismo de septiembre de 2017, en la región continúa la violencia institucionalizada, ahora bajo el nombre de Base de Operaciones Mixtas; Juchitán se convirtió en uno de los diez municipios más violentos del país, en la región gobierna la izquierda, campea el crimen y los muertos continúan reclamando justicia.

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Como un perro del mal Dionicio Morales in memorian Roberto Escudero

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ace 50 años un soplo, que podríamos llamar divino con la seguridad de no caer en disquisiciones filosóficas o religiosas inútiles, iluminó la conciencia y el espíritu de los jóvenes de muchas partes del mundo ante el estrechamiento de las libertades y por las imposiciones de medios de vida que aherro-

jaban la manera de sentir y pensar de los que creían en los cambios a través de la manifestación pacífica, de la palabra, del diálogo y, sobre todo, de los que pedían con un poco de poesía que la imaginación tomara el poder y desapareciera el emperramiento gubernamental de recurrir al desgastado ultimátum de prohibir. México no fue la excepción. Esos alientos en nuestro país, como en Francia y Checoslovaquia, quizá por el equivocado manejo de los gobiernos que habían reinado durante los 50 años anteriores, es decir desde 1917; o quizá por el menosprecio de unos y el rencor acumulado de otros, llegaron a convertirse en un resplandor con la adhesión de personas mayores, hombres, mujeres, profesionistas, estudiantes, empleados, burócratas, obreros, es decir pueblo-pueblo. El gobierno se asustó y nunca estuvo a la altura de los estudiantes, de sus líderes, de las demandas. Respondió como corresponde a un tirano, como un perro del mal, dijo un poeta, y se dedicó a masacrar a los estudiantes y al pueblo-pueblo, en un artero crimen que la historia jamás perdonará. Después de este movimiento del 68, de muchas maneras, los que vivimos esos momentos ya no fuimos los mismos por dentro, y las nuevas generaciones se mirarán en este espejo recordando —no estarán para el olvido— que esas muertes, esa masacre sin nombre, no deberán repetirse. Pero ellos no están muertos. Siguen cantando la vida.

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De nota José de Jesús Sampedro

i (como lo asegura y reiteradamente ya el refrán) recordar es volver a vivir, recordar es también entonces volver a intuir, y quizá ahora esto último resulte fundamental para nuestro compartido futuro en tanto o en cuanto que ciudadanos de un todo México en transición (e inmerso en el geopolítico humus de personajes de la despreciable estofa de Trump, de Putin, de Netanyahu, etcétera) quién sabe exactamente hacia dónde. Ergo: recordar la aún pertinencia histórica del quincuagenario 1968 en México quizá implique entonces también intuir el 1968 en el contemporáneo México y (o al menos, justo) vindicarlo, y perdurarlo...

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La puerta de San Ildefonso José Luis Martínez S.

n 1968 yo tenía 13 años y cursaba el segundo año de secundaria. En mi casa no simpatizaban con el Movimiento Estudiantil; tampoco el director de mi escuela —la número 14—. Por eso, cuando se rumoraba sobre alguna marcha cercana, se suspendían las clases o los padres llegaban nerviosos a recoger a sus hijos antes de la hora de salida. “¡Ahí vienen los estudiantes!”, gritaban los maestros, y los alumnos nos atrincherábamos en los salones y guardábamos silencio mientras afuera se escuchaban consignas contra la represión, el mal gobierno y la prensa vendida. Me había afiliado a la Federación de Estudiantes del Estado de México, donde vivía, y en la accesoria que funcionaba como oficina local, a unas cuadras de mi casa, nos reuníamos desde adolescentes de secundaria hasta jóvenes universitarios. Ahí leía la propaganda del movimiento y la revista Por qué? Ahí, en una atmósfera sombría, me enteré del bazucazo a la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria, en Justo Sierra 16. No sé si fue al día siguiente o varios días después, lo que sé es que falté a la escuela y con mis amigos de la FEEM (muchos de sus miembros eran progobiernistas, pero muchos otros estaban indignados con la violencia de los granaderos y del ejército contra los estudiantes) ingresé por primera vez a San Ildefonso, donde funcionaban las preparatorias 1 y 3. En el Anfiteatro Simón Bolívar cientos de jóvenes se habían congregado para un acto de desagravio por la violación de la autonomía universitaria. No recuerdo gran cosa de lo que dijeron, pero sí la emoción y las lágrimas y el coraje de todos los asistentes, su certeza de que las cosas debían cambiar en este país y que nunca más debería repetirse una agresión del poder contra la Universidad. No volví a participar en ninguna actividad del Movimiento Estudiantil y poco después abandoné la FEEM. El 2 de octubre estaba cerca, pero nadie lo podía imaginar.


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Y venimos a calmarnos de la violencia Jesús Yáñez Orozco

quella noche del 2 de octubre de 1968, poco después de la masacre en Tlatelolco, Julio Scherer García —nombrado apenas, en agosto, director de Excélsior— enfrentaba una de las mayores adversidades frente al poder, que serían una constante en su vida profesional. Miraba con sus ojos azules, de patriarca bíblico, al reportero Jaime Reyes Estrada, quien se encontraba en profunda crisis emocional, luego de la cubertura de la masacre, cuando estalló la voz de don Julio, con amorosa tiranía, en la redacción del periódico, sus manos en las bolsas del pantalón, característico en su lenguaje corporal hasta su muerte: —¡Llévenlo, que tome unos tragos: así no puede escribir! Raúl Hernández Rivera, entonces office boy —conocidos luego como “hueso”— del “diario de la vida nacional”, 18 años de edad, recordaría la escena, cinco décadas después, como si

fuera ayer. Todo el 68 fue intenso para él. Cada nota que recogía de los escritorios de los reporteros, para llevarla a la mesa de redacción, quemaba sus manos. Luego, una vez corregida y cabeceada, entregba a linotipos. Sentía vívida y vivida la historia del país en las manos. Para él no eran simples cuartillas. ¡Era la historia! Esa etapa se conocería como el “Excélsior de Scherer”. Con una sonrisa que estalla en sus labios, Raúl Hernández recuerda la ocasión en que acompañó a un reportero a La Mundial, célebre cantina, a unos pasos de Excélsior. Máquina de escribir, Remington, en ristre, casi diez kilos de peso. Se encargaba de armar los juegos de cuartillas para su redacción —original y dos copias, papel carbón como jamón de sándwich—, que se hacían antes de la aparición de los ordenadores. Una tras otra, el office boy metía ambas hojas en el rodillo negro. Tras,

tras, tras. Había periodistas que tenían la virtud de escribir, sin yerro alguno, bajo los influjos etílicos. Creaban desde el dintel de su alcohólica lucidez. Tras la matanza llegó a Reforma 18 el reportero Jaime Reyes Estrada —casi 1.90 de estatura—, en profundo shock. La bengala del helicóptero, convertida en mortaja luminosa de los asistentes, a la Plaza de las Tres Culturas, eclipsaba su mirada y bailaban escenas dantescas mientras repetía, en un delirio de rabia contenida —sus ropas olorosas a sangre, pólvora, muerte… dolor—: “¡Hijos de la chingada! ¡Hijos de su puta madre! ¡Sardos de mierda!”. No hilaba otra palabra. Por eso la orden imperiosa, dictatorial, de Scherer, conocedor de la esencia humana, don natural en él. El corazón de Raúl Hernández palpitaba fuerte en cada cierre del diario, a medianoche. En cada nota publicada. En cada fotografía que se convertía en una hoja de metal, con infinidad de hoyitos, unos más separados que otros, que acumulaban menos o más tintas para imprimir la imagen. Pero ese día sería especial. —Cada página del periódico estaba llena de vida. Hechos rigurosamente checados. Vividos en el extremo de las emociones, que ahora no sucede —explica Hernández, titular del blog “Barlovento” sobre comercio exterior. Uno de sus maestros, en Excélsior, fue el fallecido escritor Ricardo Garibay. El solo recuerdo enchina la piel de quien narra y escucha. En Tlatelolco, Jaime había visto caer a decenas de jóvenes y adultos, niños y mujeres bajo las armas que escupían muerte, en manos del heroico ejército mexicano asesino. La versión oficial fue que murieron 30 estudiantes, mientras un pequeño sector de la prensa internacional señaló, con dedo flamígero, muchos más: 300. Otro que 500. En los barrios corría la versión, reguero de pólvora, que una vez instaurado el socialismo, los niños serían enviados a la URSS y las mujeres esterilizadas. La oficialía arengaba a los soldados, previo a la matanza, con el argumento de que el Cerro del Tepeyac sería tomado por los comunistas y destruida


99 la imagen de la Virgen de Guadalupe. Algunos se santiguaban. No tuvieron misericordia. Jaime, su hermano Jorge —casi de su misma estatura, torres humanas—, junto con Emilio Viale y Julio Peña, también reporteros, fueron a La Mundial, como había ordenado don Julio. La misión era atemperar, con algunos tragos, el delirio fugaz de aquél. Así no puede escribir, dice Viale que dijo don Julio, en su oficina, frente a los reporteros. Por eso los mandó al negocio de don Serafín, español bonachón, y, tras unos tragos, lograr que redactara. En aquel entonces las mujeres no entraban a las cantinas. Eran cotos masculinos. La Mundial, ubicada en la primera cuadra de la calle de Bucareli, era el refugio, oasis, de reporteros de los periódicos aledaños: Novedades, El Heraldo, El Universal, El Nacional, La Afición… Ahí iban a descargar la adrenalina que detonaba la cobertura de la información del día: notas informativas, entrevistas, reportajes, crónicas… Cada trago equivalía a un balde de agua fría. A veces infructuoso. Muchos iban a gastarse el chayo del día, jugoso en esa época. Algunos, años después, habrían de fallecer a consecuencia del alcohol para exorcizar el cotidiano demonio de la adrenalina. Entrando a la cantina del lado izquierdo, microcosmos de una sociedad sin clases, había dos gabinetes exclusivos para personal de la redacción. La barra era de los trabajadores de talleres. La parte interna estaba destinada a los reporteros, que intercambiaban sus notas. Algunas, en manos de los más avezados, se convertían en ocho columnas. Una barra de madera con cubierta de formica negra, corría del lado derecho a lo largo de la cantina. Abajo, cada dos metros, escupideras de aluminio y un tubo de bronce como descanso para subir los pies. Al final, una cabina telefónica. En la pared de enfrente de la barra, cuatro mesas de gabinete con sillones acojinados forrados en verde piel. Viale, de origen peruano, cuenta que en La Mundial Jaime no cesaba de maldecir, enloquecido, a los militares que momentos antes habían acribillado a la multitud indefensa: —¡Hijos de la chingada! ¡Hijos de su puta madre! ¡Sardos de mierda! — lanzaba el Manotas, como apodaban a

Jaime, su retahíla, vómito verbal, pese a los tragos de whisky. No se sabe cuántas copas llevarían. Al fondo de la cantina, junto a los mingitorios, un militar, mimetizado, jugaba dominó. Nadie reparó en él. Había escuchado, con el ceño fruncido, las maldiciones del reportero. Harto, se acercó, amenazante, marcial paso, a la mesa de los reporteros. Pistola en la mano derecha, espetó a Jaime —dedo índice en el gatillo, el cañón enhiesto como advertencia de muerte: —¡Repite lo que estás diciendo, cabrón! Con la mirada vidriosa, escupió: —¡Quiero que me lo digas en mi cara, hijo de la chingada! Jorge, sin más, se levantó como resorte. Se interpuso entre su hermano Jaime y el militar —como escena de película de la Época de Oro del cine mexicano—, rechinar de la madera de la silla contra el piso, gritándole: —¡Dispárame, cabrón, a ver si eres tan valiente! Porque un arma se saca por dos motivos: para matar o empeñar. El corazón

de los presentes estaba en vilo. Se pensó lo peor. Conforme arengaba al militar, alzaba la voz, convertida en trueno, bengala oscura: —¡Dispara, hijo de la chingada! Yo no soy estudiante, ¡a ver! ¡Que dispares, te digo! ¡No tienes huevos! Con el cañón de la pistola apuntándole a su pecho, Jorge fue sacando al militar de la cantina, poco a poco, tomado por los hombros, a la vez que seguía repitiendo: —¡Dispárame, cabrón, anda, dispárame! Todos estaban atónitos. Sin dar crédito a lo que veían sus ojos. El soldado huyó, por fin, resignado, enfundándose el arma en la bandolera. Viale exclamó, lacónico, ante el último whisky con tres hielos: —¡Y venimos a calmarnos de la violencia! [Historia que formará parte del libro autobiográfico que Raúl Hernández prepara: Las dueñas de la ternura, próximo a ver la luz.]


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Mis familiares gobiernistas Eduardo Villegas Guevara

on mis diez años encima tenía que saludar efusivamente al padrino. Melquiades era jefe de un grupo de granaderos; mi padre pertenecía al cuerpo de Guardias Presidenciales. Se sentaron en la sala y, bajo el vaso de agua de jamaica, platicaron. —Yo creo que el gobierno está mal —se refería al general Corona del Rosal—, ahora nos pidieron que andemos de civil y que nos infiltremos entre los estudiantes. A la orden tenemos que incitarlos a quemar un trolebús, o bien, a secuestrar un camión. Y los jóvenes se dejan convencer con una facilidad absoluta. Ahora tenemos que dividirlos, creando broncas entre ellos; llevamos varillas o tubos para golpearlos. Lo normal era que se pelearan entre los chavos, no que se juntaran para marchar juntos. Y, en efecto, el padrino andaba con el cabello largo y, además del bigote, se dejó la barba crecida. Con otra ropa podía pasar como un simple albañil o como un obrero corriente. En fin, no fueron pocos los varillazos que les propinó a los estudiantes. Él había dejado el ejército porque no aguantó la férrea disciplina y en la policía capitalina tenía ciertas libertades que le venían muy bien, sobre todo cuando alguien atracaba algún negocio y algunos productos llegaban a su casa. —Y, en el ejército, ¿cómo van las cosas? —le preguntó a mi padre. —Ya sabe, acuartelados desde hace un buen tiempo, con la consigna de avanzar con las armas desabastecidas o de no disparar hasta sufrir cinco bajas. Claro, mientras los políticos se pertrechan detrás de sus escritorios, la tropa sale a la calle. La petición de que se suspendan las garantías individuales no es una historia, se sabe que el secretario recibió el decreto de las manos del presidente, pero que lo rompió. —Eso hubiera acabado con la insurrección —dijo el padrino, agotado por tantos días de combates en la ciudad—. Pensemos que la lealtad del secretario al presidente está fuera de duda… O —agregó después de una pausa— quizá en el ejército no querían nada a medias, sino un verdadero golpe de Estado. Cierta corriente nacionalista de la tropa y de los oficiales de alto rango ven a los políticos como una caterva de ladrones encorbatados. —¿Por qué no lo hicieron? —preguntó mi padrino. —A lo mejor ya les permitieron robar. El reino de la corrupción oficial, parece, se extendió a este dique de salud pública que éramos nosotros. Adiós moral, dice la tropa. Adiós para siempre al honor del uniforme. —¡Ah, qué caray! —exclama el padrino. Los dos voltean a verme y se alegran de verme niño todavía.

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Las consignas mes a mes Jaime A. Valverde Arciniega

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l 68 en las paredes, en los autobuses, en las mantas, en los volantes y en la voz de mis compañeros, unos vivos, otros muertos. (La mayoría de las consignas, si no es que todas, debieran llevar signos de admiración, pero así estaban escritas: se dan por sentados debido a la premura con que fueron escritas.) Julio 1968 Destitución de los jefes policiacos. Che no ha muerto. Crear dos tres muchos Vietnam. Los granaderos son tigres de papel. Hoy se empezó a romper con las reglas del juego. A la policía se le combate. Muera Díaz Ordaz. Muera la policía. A las barricadas los jóvenes. Vivan Morelos, Juárez y Zapata. La muerte es primero. Estamos cansados de promesas. Libertad para vivir, no para morir. Chingue a su madre la policía. Por la libertad y la verdad. El silencio es complicidad. La universidad está de luto. Enterrar a la FNET. Deslinde de responsabilidades. No abandonar CU. No a la represión. Presos políticos, libertad. Derogación del artículo 145 y bis. Fuera ejército de la universidad. Prensa vendida. Agosto 1968 ¡Maestros sí, granaderos no! La solución está en el diálogo. Libros sí, garrotes no. ¡Mé-xi-co, Mé-xi-co! No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo. Soldado, ¿por qué disparas? La represión es la razón de los débiles. ¿Qué le falta a Díaz Ordaz?: Madre. Luchar mientras se estudia. Ofrece su mano para hacernos una chaqueta. El movimiento se decidirá en los barrios y fábricas. Muera el PRI. Justicia. Se busca trompudo asesino. Cueto, ya tenemos tu cajón. Si tu padre es granadero, mátalo. Más vale morir de pie. Sal al balcón, pinche hocicón. Las generaciones pasadas ofrecen corrupción. Cinco millones de mexicanos no comen carne. ¿Qué es la patria? Levanta el puño.


101 Los padres apoyamos a nuestros hijos. Dios es comunista. Al que piensa se le mata, al idiota se le alaba. Obreros, ahora es el momento. Septiembre 1968 Díaz Ordaz tiene complejo de perro. Corona del Rosal, renuncia. Los tibios de hoy serán los macaneados de mañana. Vamos callados porque no nos quieren oír. No luchamos por la victoria, sino por la razón. Cumplimiento del pliego petitorio. ¿Quién ordena que intervenga el ejército? ¡Ama! ¡Guauu, el ejército! Mejor morir de pie que vivir arrodillado. ¿Seremos pocos? ¡Seamos muchos y no claudiquemos! ¡Despierta! No temas, ganaremos. Mi silencio es porque ya no tengo palabras para expresar mi descontento. Chinga tu madre, bocón. GDO, confundes las aulas con las jaulas. La libertad no se mendiga, se toma. ¿Cuánto les van a pagar por nuestra sangre? ¡Asesino! Octubre 1968 Nunca olvidaremos el 2 de octubre. Pueblo, que no te gobiernen con tanques. ¡Ejército asesino! Si el estudiante es derrotado, todo el pueblo sufrirá. ¡Abajo la dictadura! No más sangre. Yo acuso al Presidente. El campo militar es campo de concentración.

No dejes morir a tus hijos. Si he de morir, moriré gritando: ¡Viva Zapata! Se te olvida que es el pueblo quien te paga la comida. Pan y libertad no pueden ser substituidos por las balas y la cárcel. Noviembre 1968 El pueblo que no ama la libertad es esclavo de todos. Aumento de salarios. GDO, los estudiantes demandamos tu cabeza. ¡Venceremos! Tlatelolco mártir. GDO, aborto de Hitler. ¿Sería de hombres libres y dignos aceptarlo todo y claudicar? Por mi raza hablará el espíritu y por los muertos el pueblo. GDO: perro asesino. Obrero, ponte de pie. Ceder un poco es claudicar. Jamás claudicaremos. ¡Libertad! Mi patria tiene cáncer. Díaz de luto, Ordaz de asesinos. ¡Hasta la victoria! Diciembre 1968 ¿A clases los muertos? IPN no claudica. Democracia para el pueblo. Regresar a clases es traicionar al pueblo. “V”. Honor a los caídos. Si avanzo sígueme, si retrocedo empújame. Libertad o muerte. La libertad no es un mito. ¿Qué hacer ante la pobreza, la injusticia y la falta de libertad? No olviden el 2 de octubre.


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Para qué crear… María Teresa Mézquita

ncestralmente apegados al afán de la celebración y la conmemoración, los seres humanos encontramos en estos números cerrados, pares y redondos los pretextos perfectos para recordar, hablar, discutir, homenajear, reconstruir. En nuestro fuero interno parece ser una reafirmación de la existencia de personajes y hechos dignos de ser recordados o, al contrario, de no ser repetidos, como hace algunos años el aniversario del Holocausto o la Guerra Civil Española movieron estructuras anquilosadas y permitieron encuentros, reflexiones y acciones para cuestionar un pasado que hay que recordar para no caer nuevamente en lo entonces ocurrido. El 2 de octubre se cumplen 50 años de los infaustos sucesos en Tlatelolco. Aniversario difícil, ensombrecido por las tensiones internacionales, por las intolerancias universales, por muchas razones... pero en realidad ningún aniversario de algo así puede ser fácil: en 2016 el periodista —y sobreviviente del 68— Luis González de Alba encontró en esta coyuntura la fecha fatal para acabar con su vida. Y hoy, así como hace un año y como hace ya décadas, podemos sumar nuevas y muy recientes hechos trágicos al casi cincuentenario de la Plaza de las Tres Culturas: Ayotzinapa, Tlatlaya, las muertas de Juárez —y hoy las muertas de Puebla— y los “levantados” en Veracruz y en todo México y los asesinados en Quintana Roo y la injusticia perenne por la Guardería ABC y los migrantes que padecen en la frontera y las infinitas muestras de corrupción y abuso de poder. ¿Dónde queda entonces, en medio de esta descomposición generalizada, el espacio para la voz de la creación, de la imaginación? Conviene, en respuesta, mirar nuevamente a los años setenta y recordar a un puñado de artistas mexicanos que reaccionaron contra el deseo oficial de mantener la falsa imagen del México estable y próspero que hospedaría Juegos Olímpicos y Mundial de

Futbol: mientras a través del Instituto Nacional de Bellas Artes el gobierno organizó la “Exposición Solar” para proyectar un país en esplendor que en realidad quería tapar el Sol con un dedo, surgió en el seno de la comunidad artística el Salón Independiente que encontró acogida en El Centro Cultural Isidro Fabela, mejor conocido como la Casa del Risco. Allí se reunieron más de 40 artistas (entre ellos Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, Rafael Coronel, Vicente Rojo, Roger Von Gunten y Felipe Ehrenberg), quienes donaron cada uno una obra para el SI (Salón Independiente) cuya venta permitió sacar adelante el proyecto de la exposición, encuentro heteróclito de propuestas artísticas entre las que había abstraccionismo en sus diversas vertientes, expresionismo, arte pop, informalismo y otras tendencias. Su exposición no manifestó abiertamente posturas políticas o críticas a los hechos de su tiempo, pero sí lo hizo de manera implícita al deslindarse del discurso oficial y fundamentar su existencia en su absoluta independencia de las instituciones, particularmente de las gubernamentales. Fue la elocuencia del silencio. A casi medio siglo de aquel hecho, una acción pertinente y oportuna sería observar, documentar, registrar las reacciones artísticas que en nuestro tiempo y nuestro país denuncian tantos y tantos atentados contra los derechos humanos elementales, que señalan la corrupción, la irresponsabilidad en los tomadores de decisiones o que simplemente se automarginan del discurso oficial para marcar un sesgo entre “ese camino” y el suyo propio. Mirar hacia adentro para poder todavía encontrar un sentido al crear y al ser. [Extracto de artículos publicados parcialmente en la columna “El Macay en la Cultura” en Diario de Yucatán (octubre 2017 y enero 2018).]

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Ráfaga del granadero Carlos Padilla Ríos

voco aquellos vagos recuerdos, cuando a la casa llegaban mi primo Francisco y sus amigos de la Escuela Superior de Contaduría y Administración (ESCA) del Instituto Politécnico Nacional para interpretar canciones del trío Los Dandys y la infaltable balada parodiada de “El granadero”: “Papá, papá, ayer cuando estudiaba le pregunté a un hombre que mataba, le pregunte qué es usted…” Cursaba entonces el cuarto año en la primaria 18 de Marzo y a la casa todavía no llegaba la televisión ni el teléfono, y El Universal sólo lo leía a veces, cuando mi abuelo lo llevaba y después lo utilizaba para envolver la carne que vendía en su carnicería de Azcapotzalco, ayudado por mi madre. Por algún lugar de la vivienda, habitada también por mis primos, otros tíos y sus hijos, surgía en ocasiones el murmullo intermitente de un spot admonitorio: “¿Sabe dónde están sus hijos?”. Ningún otro resoplido llegaba a la familia informando de las protestas estudiantiles, las Olimpiadas o el Partido Comunista. Francisco, el mayor, era el primero de la familia en llegar a cursar estudios superiores. No supimos en la casa nada de la Marcha del Silencio, encabezada por el rector Javier Barros Sierra ni del desalojo del Zócalo por unidades blindadas del ejército. Ni lo que ocurrió el 2 de octubre. Sólo aquella balada parodiada de “El granadero” decía algo. Un día de octubre de aquel 1968 otro reflujo de viento empujó la frenética narración del locutor cuando el Tibio Muñoz apretaba los últimos 20 metros en la alberca para vencer al soviético Vladimir Kosinsky y arrebatarle la medalla de oro, en los 200 metros estilo pecho cuando apenas tenía 17 años. Mi primo terminó su carrera de contador público y se volvió un ultraconservador, su hermano Daniel fue porro en prepa 7, y sus amigos desaparecieron. Nadie de las tres familias de la casa participó en alguna marcha y la política nunca fue tema de conversación. Veinte años después, el 2 de octubre de 1988, atestigüé la enjundia del ingeniero Heberto Castillo desde el edificio Chihuahua en Tlatelolco reclamando justicia para los asesinados y arengando a la multitud al tiempo que lanzaba al viento otra utopía: “La próxima revolución será de los trabajadores…”


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La lucha por el cambio José David Cano

I an pasado cinco décadas desde entonces, y hoy lo único que ha quedado claro es que 1968 significó muchas cosas distintas para mucha gente distinta. Apenas unos meses antes, desde San Francisco, el verano del amor nos había hecho soñar con un mundo mejor. Ya lo venía advirtiendo desde 1964 alguien llamado Bob Dylan: “El orden se desvanece rápidamente, porque los tiempos están cambiando”. Y sí, tenía razón. Si hay un consenso 50 años después es que fue una época en la que el cambio parecía posible, incluso irremediable. Porque 1968 fue, en ese sentido, inesperado: fue un año que revolvió internacionalmente a los movimientos políticos y sociales; fue un año que estuvo marcado por un sentir revolucionario —en toda la extensión de la palabra—, y así lo asumieron diversos países del mundo; y, sobre todo, fue el año de los movimientos estudiantiles, tanto en los países del llamado primer mundo —Estados Unidos, Francia, Alemania, incluso Japón— como en los llamados socialistas —Checoslovaquia, Yugoslavia—, y, por supuesto, en la periferia, como en el caso de México. Hoy no puede afirmarse que entre estas movilizaciones existiera un denominador común, una conexión orgánica, pero sí que por algunos rasgos particulares —es decir: la composición juvenil o estudiantil de las fuerzas sociales que se rebelaban contra el statu quo— tenían un aire muy familiar. Pero, junto a sus semejanzas, sus diferencias eran evidentes y notables. De hecho, ninguno tuvo un carácter tan festivo como el del Mayo Francés ni tan devastador como el de México. Es más: el Mayo Francés de 1968 forma parte de esos excepcionales sucesos históricos que están armados del suficiente potencial como para incitar la imaginación, avivar deseos, hacernos soñar. Como apuntaba hace una década la periodista y escritora francesa Patrice de Beer: el Mayo Francés fue como el último gran momento del idealismo político colectivo: “Fue cuando la oposición a la guerra, la creencia en la solidaridad, la celebración de la libertad y la búsqueda de nuevas formas de comunicación y creatividad, hicieron parecer que todo era posible. En medio de una sociedad global

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De hecho: no sería exagerado subraenloquecida por el dinero, incluso una yar que fue un hito en la historia social y utopía defectuosa valía la pena”. política de México, un suceso grabado ya en la memoria de la sociedad y transmitiII Durante medio siglo, 1968 representó un do de generación en generación. Así lo depunto de transformación social y políti- muestra el hecho de que cada año, en esa ca, que se extendió por varias partes del fecha, se realice una multitudinaria marmundo. Porque los eventos monumenta- cha al grito de “2 de octubre no se olvida”. Si bien es cierto que el Movimiento les de aquel año marcaron el tono para todo: desde la política de protesta hasta Estudiantil de México no pudo ser totalel izquierdismo académico. Agitó y sacu- mente ajeno a lo que estaba sucediendo dió las estructuras sociales y tradicionales. en el mundo, también es verdad que sus También provocó una erupción en todo causas y raíces, así como sus característitipo de campos: en el arte, en la educa- cas básicas, surgieron de un fondo propio, ción, en las relaciones sexuales y, sobre nacional, y por ello también tuvo un final todo, politizó a una parte de la sociedad propio, salvaje: el único Movimiento Estudiantil en el mundo que terminó en desamundial. Lo sé: es evidente que no podemos pariciones y asesinatos fue, justamente, el vivir de la nostalgia; sin embargo, eso no de México. Si en Francia la falta de oportunidades quiere decir que el Mayo Francés de 1968 haya dejado de latir con fuerza en nuestro y la lucha contra las expresiones del capipresente, ni que sus efectos se hayan ex- tal en su vertiente laboral o estudiantil fuetinguido con el paso del tiempo. Es sólo ron los principales objetivos de los jóvenes, cuestión de echar un vistazo rápido a esta en México, los factores que detonaron las década de los 2010 para dar cuenta de movilizaciones del 68 fueron la corrupello: desde la Primavera Árabe, pasando ción del poder y, sobre todo, el autoritarispor la movilización mundial del 15 de oc- mo que prevalecía en esa época. En ese sentido, el Movimiento Estutubre de 2011 (el Movimiento 15-O), los Okupa Wall Street, los activistas luchando diantil del 68 mexicano fue un despertar en las calles y llamando a la liberación en de conciencia, porque desafió a las estructérminos de raza, género y sexualidad, el turas autoritarias y exhibió la decadencia manifiesto “Mover ficha” (que dio origen del régimen político y el advenimiento de a Podemos), incluso el reciente cambio de una sociedad que deseaba producir camgobierno en México, todo parece invocar bios profundos. Cincuenta años después, es claro que un recuerdo de los horizontes políticos de no todo está dicho sobre el 2 de octubre ni 1968. Eso sí: en este orden de cosas, México sobre el Movimiento Estudiantil de 1968. se ha movido por un sendero más com- Por el contrario: los replanteamientos, las plejo empezando por lo que significó (y reconsideraciones, las revisiones sobre la narrativa y la literatura ya existentes se fue) realmente la movilización de 1968. Para empezar, está claro que el Mo- renueva de manera constante. Y qué buevimiento Estudiantil no se reduce al 2 de no que así suceda: la verdad es urgente y octubre, pero, al mismo tiempo, es im- necesaria. Dos últimas consideraciones: hablar posible hablar de los acontecimientos de aquel año sin dejar de mencionarlo. La fe- del 68 desde el 2018 nos debe servir para cha constituye una de las referencias más recordar cómo aquel movimiento sentó importantes de la historia contemporánea las bases para que ocurrieran una serie de México. También, una de las más trá- de cambios que hoy continúan vigentes, y que permitieron modificaciones en las gicas en las últimas décadas. estructuras sociales y políticas del país. En las últimas elecciones mexicanas fuimos III Los asesinatos ocurridos en la Plaza de testigos de ello. Y lo más importante: el México de las Tres Culturas en Tlatelolco no sólo representan uno de los capítulos más ab- hoy tiene que seguir agradeciéndole al 68 yectos e ignominiosos, tristes y sombríos, por el impulso y el deseo de enfrentar al del país, también marcaron un punto de autoritarismo en todas sus formas. Una eninflexión en el desarrollo sociopolítico de señanza que, apúntelo bien, no debemos olvidar. la nación.


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La mayoría de edad del 68 Armando González Torres

onvertido en un legado mítico, en un lugar sentimental y, a veces, en un botín político, el año mágico de 1968 conmemora su quinta década. En 1968 se consolidó un clima de ideas que venía operando desde principios de la década y confluyó en un conjunto de movimientos juveniles que denunciaban la injusticia y la enajenación de las sociedades contemporáneas. En estas movilizaciones se renovó un espíritu utópico, que parecía oxidado. Los protagonistas de esta efervescencia revolucionaria no eran, como rezaba el marxismo, obreros, sino jóvenes que se habían vuelto protagonistas precoces del cambio social y que eran reactivos a las directrices de los partidos o de los lide-

razgos tradicionales. Los ideales también se remozaban con un énfasis en la libertad radical, el hedonismo y la reivindicación de lo lúdico. Estos nuevos revolucionarios enfocaban su crítica en el crecimiento económico monstruoso, desigual y depredador, en las formas subliminales de dominación ideológica y en el olvido del placer y la espiritualidad. En México, el ánimo festivo y transformador del movimiento se vio ensombrecido por uno de los episodios históricos más cruentos de represión. 1968 se convirtió en uno de los momentos traumáticos de la memoria mexicana y sus secuelas han incidido para bien, o para mal, en el rumbo de la cul-

tura nacional. Desde el extenso testimonio sobre el 68 que se acumuló en la literatura y las artes hasta el cambio definitivo en la noción de neutralidad del arte y la repolitización de ese campo, hay numerosas consecuencias de ese año tan glorioso como aciago. La herencia del 68 es ambigua: muchas de sus reivindicaciones, como la demanda democrática, la igualdad de género o la tolerancia hacia formas de vida distintas han inspirado nuevos derechos y forman parte de la mejor tradición del progresismo. Sin embargo, también hay muchas retóricas caducas, apropiaciones ilegítimas y complacencias intelectuales que medran con la difusa herencia de esa fecha.


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Dos vistas del 68 (una eclipsada y otra que pervive) Sergio Raúl López

os miradas de celuloide confluyeron en las plazas públicas, en las calles, en los edificios escolares y por doquier que ocurrieron las manifestaciones, los boteos, el volanteo o los discursos estudiantiles disidentes medio siglo atrás. Duales eran las vistas cinematográficas que oteaban las protestas de los jóvenes mexicanos contrarias al régimen de ese priismo ya entonces añejo y caduco, inmóvil e inconmovible, instalado en sus cimientos autoritarios, que se sabía con capacidad de mantener a raya y bajo absoluto control político a sus ciudadanos y del que hoy en día aún ignoramos si en verdad cayó en las urnas, medio siglo más tarde. Un férreo control caía también sobre los medios de comunicación: los diarios de circulación nacional, las radiodifusoras, las emisoras televisivas y los noticieros cinematográficos sufrían una opresora y naturalizada censura por orejas siempre vigilantes tendidas desde la Secretaría de Gobernación cuyo sitial principal ocupaba el que a la postre sería el responsable de la represión: Luis Echeverría Álvarez, quien ya como presidente habría de ordenar, en 1971, el Jueves de Corpus con el grupo de Halcones involucrado en la matanza de más estudiantes sobre la Avenida de los Maestros. Era un político afecto al cine y, como tal, ordenó la filmación nítida y detallada de las marchas estudiantiles que ocuparon lo mismo la avenida Reforma que la de Insurgentes, arribaron al Zócalo o se pertrecharon en la Preparatoria Nacional, con un equipo de cineastas contratados por el propio Ministerio del Interior y por la Presidencia misma. Al frente del equipo se encontraba el realizador Servando González, director de la agorafóbica y desértica Viento negro (1964) —sobre el trazado de

las vías férreas en el Gran Desierto de Altar—, pero también se encontraban camarógrafos como Álex Phillips o los hermanos Ángel y Demetrio Bilbatúa, responsables, a invitación de Agustín Barrios Gómez, de volver documental el Noticiero Continental. Así, los rushes recién revelados en los Estudios Churubusco se proyectaban en la sala de cine de Los Pinos, donde el Chango Gustavo Díaz Ordaz comentaba con entusiasmo lo mismo la magnitud de los manifestantes que las mentadas de madre: “¡Qué testimonio!”, “¡Qué maravilla!”. Las pesadas cámaras profesionales de 35 mm emplazadas en anchos trípodes metálicos o de madera y ubicadas en sitios estratégicos, como en el techo del antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores o en el de la iglesia de Santiago Tlatelolco, el día de la matanza, conformaron un metraje del que se ignora su paradero, pues ni sus autores ni las autoridades tienen idea de qué ocurrió con él —alguno sugiere que se quemó en el incendio de la Cineteca Nacional en 1982. En las antípodas, la otra óptica fue la del cine casero, con cámaras portátiles de 8 mm y 16 mm, con las que los integrantes del Consejo General de Huelga del recién creado Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (cuec) filmaron clandestinamente las marchas, las reuniones estudiantiles, los actos de resistencia y también, claro está, las borrosas cuanto tenebrosas escenas de los soldados disparando a los manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas en aquel fatídico 2 de octubre. A falta de sonido directo, los textos de la periodista italiana Oriana Fallaci —en voz de la actriz Magda Vizcaíno y del actor de doblaje Rolando de Cas-

tro— fueron añadidos a algunos discursos del rector José Barros Sierra y del propio Díaz Ordaz, además de canciones de Óscar Chávez y las pistas que Alfredo Joskowicz —también fotógrafo y realizador— intercambió con alguna televisión europea a cambio de copias de las escenas realizadas, entre otros, por él mismo, por José Rovirosa —que acabó como productor—, junto con Raúl Kamffer, Arturo de la Rosa, Federico Weingarshofer, Fernando Ladrón de Guevara, Carlos Cuenca, León Chávez, Juan Mora Catlett, Roberto Sánchez, Francisco Bojórquez, Francisco Gaytán, Jaime Ponce, Federico Villegas, Guillermo Díaz, Sergio Valdés o el propio Leobardo López Aretche —quien finalmente tuvo créditos como director— en el clásico filme El grito (México, 1968-1970). Sin mencionar al entonces profesor de la preparatoria 6: Óscar Menéndez, quien filmó desde el inicio de las manifestaciones hasta fines de agosto con Únete pueblo (1968), el primero de sus documentales sobre el Movimiento Estudiantil al que seguiría Dos de octubre, aquí México (1968), con los acontecimientos cronológicos hasta la matanza y, más tarde, Historia de un documento (1970), que le hizo trasladarse a Europa junto con Rodolfo Alcaraz con todo el material fílmico clandestino de los presos políticos en Lecumberri y, aunque la Radio y Televisión Francesa financió el filme, el gobierno mexicano intervino para enlatar el filme hasta 2004. Contradictoria y extrañamente, la gran producción fílmica ordenada por el gobierno mexicano se encuentra extraviada o irremisiblemente perdida, en tanto que los trabajos de cine casero, independientes, sin presupuesto y estudiantiles, son la vista que perdura y que se preserva. Ironías del poder, del destino.


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Fragmentos de un diario para el 2 de octubre Luis Tovar

Domingo 2 de octubre de 2016, 12:42 uarenta y ocho años de la masacre y la barbarie impunes: 2 de octubre no se olvida, no se cierra, no se soluciona y sólo se prolonga en las atrocidades que le han seguido: Jueves de Corpus, Cuartel Madera, toda la Guerra Sucia, Acteal, Aguas Blancas, Atenco, Tlatlaya, Cherán, Nochixtlán, Ayotzinapa, San Fernando… la lista es vergonzosamente larga y nunca deja de aumentar. Es necesario pensar mucho acerca de las consecuencias, tanto individuales como colectivas, de tanto crimen impune, y no sólo en el sentido de lo inmediato sino a niveles más profundos, donde inevitablemente va juntándose algo como una capa pesada y oscura que impide muchísimos acontecimientos, por ejemplo, cambiar pacíficamente de régimen económico-político-social, un cambio que urge desde hace mucho.

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Los dos silencios: el digno y poderoNo sé si tenemos salvación, francamente, y cada vez que me pongo a pen- so, contundente, como el de la marcha, sarlo me gana el pesimismo y acabo di- y el del duelo, un silencio más elocuenciéndome que no, no la tenemos. te que el verbo siempre ineficaz a la hora del dolor grande. Un silencio más: el que debe romAdenda del 2 de julio de 2018 Días para la historia, los recientes: perse para que por ahí, por el esclareciayer, 1 de julio, AMLO ganó las elec- miento, se instale la justicia. ciones presidenciales. Fue la segunda Yo tenía un año y ocho meses de vez, pero ahora no había modo de que edad cuando este gobierno que seguise lo escamotearan, y ayer mismo por mos padeciendo mató en Tlatelolco mula noche decenas de miles salimos a cho más que a una cantidad incalculable festejar al Zócalo y a las plazas emble- de jóvenes estudiantes. Sé que es absurmáticas de muchísimas ciudades. No do incluso pensarlo, pero me da rabia es para menos. haber tenido entonces tan poquísima He dicho muchísimas veces que no edad para hacer nada, ni siquiera entecreía posible vivir estos hechos, este rarme de lo que había sucedido. Quizá momento. A buen número de personas le cuesta creer que es verdad; curiosa y por eso es que, como de rebote, suelo contradictoriamente, esta vez no me su- pensar en qué hacían, qué hicieron, cedió. Son varios también, tipo Yépez o quienes sí estaban, así fuera sólo por su el Caradetrapo, los que no querían que edad, capacitados para hacer algo. Al ganara el Peje y ahora pronostican fra- menos saber qué pensaron, si les imporcaso y decepción en todos los órdenes, tó, si les dolió, si lloraron, si pusieron incluyendo el esclarecimiento de los crí- una flor o de perdida una veladora, o si menes de Estado, comenzando por la no hicieron absolutamente nada. ¿Dónde estaban los que no estuviematanza del 2 de octubre. No puedo estar de acuerdo con ron? Sin heroísmos mal entendidos e ellos, agoreros que parecen preferir innecesarios, ¿fue suerte buena o mala el mal colectivo ya tan añejo, taca- no haber estado ahí? ¿Cómo queda la ños para reconocer cualquier mejoría, conciencia del que lo supo todo y del cualquier avance o incluso alguna po- que lo supo a medias? ¿Y cómo la del sibilidad abriéndose un resquicio. Lo que se enteró mucho después? suyo es mezquindad y algo así como Una parte de todos, ausentes vouna retorcida vocación de derrota, luntarios e involuntarios, de espíritu y además de una suerte de sectarismo de cuerpo, fue masacrada en Tlatelolautoimpuesto, particularmente desagradable, que los hace sentir que for- co hace demasiados años, contados en man parte de una minoría mucho muy función de la ininterrumpida impunimenor, la cual suele llenarse la boca dad. Todos estamos mutilados y sigue de “yo sí sé y sí entiendo, ustedes no”, tratándosenos como a menores de edad “no se dan cuenta de nada, yo sí”, “se mientras ese y los otros crímenes no los he advertido y se los vuelvo a ad- queden totalmente esclarecidos. No el silencio sino el olvido es el vertir”… pero siempre, invariablemente, signados por un enorme “no” que vacío, y ahí se despeña el corazón del los encandila. Pueden ser exasperan- alma colectiva, y ahí se sigue muriendo tes, aunque por fortuna la mayor parte el humanismo. del tiempo sólo son fastidiosos. Hay que llenar ese hueco.

Lunes 2 de octubre de 2017, 12:48 … no se olvida. Cuarenta y nueve años más tarde, aquel genocidio sigue impune y eso pinta de cuerpo entero a esta sociedad ultrajada, lo mismo que a nuestra incapacidad para lograr un mínimo de justicia y decencia. Es horrible nuestro absurdo: estamos acostumbrados a vivir entre la tragedia y la impunidad. Luego del terremoto del 85, a nivel sociopolítico sucedieron cosas importantes: la principal, que tres años más tarde el grupo en el poder sufrió su primera y, por cierto, considerablemente grande resquebrajadura. Como se vio casi de inmediato, no fue suficiente y el sistema logró no sólo recomponerse para continuar, sino incluso cobró más fuerza en diversos aspectos. En 2000 tuvo lugar el truco electoral que tantos quisieron ver —unos por ingenuidad y otros por conveniencia— como una transición o un triunfo de la Sin fecha determinada democracia, luego de lo cual no hubo (hasta nuevo aviso) nada que no fuera pura y dura descomposición. Sobre todo a partir de 2006, Unas líneas a modo de minuto de silenpareciera que el país se pudre y se cae cio, cuando es el cumpleaños del cinismo impune. lentamente, pedazo a pedazo.


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El día después Juan José Macías

urante mis primeros años de vida crecí al cuidado de dos viejas señoritas en tanto mi madre trabajaba: la tía María y la tía Carlota (tías les decía yo, aunque luego las supe en cierto modo como madres adoptivas de mamá), que además de tejer y cocinar entretenían el tiempo recapitulando el pasado, sobre todo los brutales días de la cristiada, o cristeriada, como solían nombrarla, y a la que calificaban un horror por las pilas de muertos que literalmente había dejado esa guerra. Sé que era muy niño, pero retengo en la memoria que, imaginativo como era, me fascinaba y a la vez me producía una enorme conmoción lo que contaban. A los ocho años se había instalado, para siempre en mí, el miedo de que sobreviniera otra guerra como esa, en la que mis tías perdieron tres hermanos, uno de ellos muerto por resistirse a la leva que nutría el ejército de los cristeros. Un día viajaba con mi madre rumbo a Dolores Hidalgo, Guanajuato. No recuerdo el motivo, pero bien recuerdo que entrenado por mis tías en escuchar historias, incómodo por los malos olores del camión y aburrido por su lento correr, me dejaba llevar por la plática de los viajeros. Me había atraído el hecho de unos tanques de guerra que habían entrado apenas el día anterior a no supe qué plaza, en la Ciudad de México. Pregunté a mamá sobre lo que la gente debatía. “Parece que el gobierno ordenó a los militares disparar contra unos estudiantes”, me dijo. Entonces agucé los oídos. Escuché que habían sido muchos los muertos. “Una brutal masacre”, una y otra vez oía decir. Sentí ese miedo. Pensaba que había comenzado otra guerra. Durante el trayecto imaginaba que en ese camión mi madre y yo escapábamos de ella. Seguía el miedo. El camión corría lento.

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Fragilidad Miguel Ángel Quemain

968 representa mi primera frontera entre ellos y yo. Justamente la de una violencia institucional que tiene el rostro de quienes no han podido administrar el poder y aplastan cualquier disidencia, cualquier defensa legítima del ambiente, la tierra, la libertad de pensamiento, el ejercicio de la sexualidad, de la fe. 1968 es un paisaje del mundo, el acercamiento mayor en mis primeras experiencias de una modalidad de vida comunitaria de pensamiento y emocionalidad compartidas. Lo más ajeno a la globalización, aunque la expansión de esa territorialidad de las ideas parezca hoy la expresión de un mundo global. Prefiero la idea de comunidad de espíritus. La originalidad es coincidencia, no singularidad. El 68 implicó el reconocimiento a unos jóvenes que se mantienen jóvenes y el repudio a los que se pudrieron y que llevo como advertencia de lo que le puede pasar a los oficiantes de la insinceridad y la falsificación. A los que sin saberlo todavía se están engañando a sí mismos cuando se creen compartiendo un sueño de transformación del presente sifilítico y sangriento. 1968 fue la oportunidad de ejercer un periodismo transformador que se convirtió en negocio y que permanece perseguido, en un ejercicio difícil y muy riesgoso, casi sin compensaciones porque parece que para pensar libremente tenemos que pararnos con la fuerza y la fragilidad de la desnudez (sin pedir ni recibir nada) en medio de la plaza.

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Resistir es libertar Carlos López

l 68 mexicano —como se le conoce al movimiento popular surgido en 1968—, si bien es ensalzado por muchos como la cumbre de las luchas de liberación, sólo fue la continuación de las grandes batallas que se han dado desde la invasión española hasta nuestros días. Luchas cotidianas se libraron y libran en todas partes de México: no sólo por la sobrevivencia, sino por lo que más importa: la libertad, la justicia, la democracia. Padecer casi un siglo de ignominiosa dictadura que sólo refinó las formas antiguas de explotación, opresión y represión generó una reacción: los movimientos de protesta que se iniciaron para no morir de asfixia antidemocrática en todo el mundo tuvieron eco en México en ese año memorable. Mitificar a algunos dirigentes (muchos cooptados, engullidos por el sistema y la partidocracia) es pretender hegemonizar la lucha colectiva. Sin la resistencia del pueblo anónimo, heroico, muy poco quedaría de país, malbaratado a los grandes capitales nacionales y extranjeros. El imperialismo — bautizado “globalización” por sus teóricos— no cambió su esencia: la rapiña, la destrucción del planeta, el enclave, las nuevas formas de relaciones laborales, la imposición de regímenes serviles son su marca. Pero la lucha sigue, hoy y siempre, también cada día más sofisticada, más fiel a los postulados éticos. Decir esto en la era del eufemismo y de lo político correcto (otro término inventado para ocultar la realidad) puede ser disonante. Más ahora que se “festejan” (no se conmemoran) los cincuenta años de dicha gesta. Sin embargo, no decirlo también es una forma de adaptarse, de aceptar lo que está mal. Decirlo es honrar la memoria de tanto mártir y héroe anónimo que no reclamó nada por su valor y entrega. Resistir es libertar.


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Mi 68 Hugo García Michel

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i hermana, Myrna Araceli, nació el primero de octubre de 1958, pero suelo confundirme y cada año le pregunto si su cumpleaños es el día 2. Así de marcada está la fecha en mi subconsciente, como lo está en el subconsciente colectivo. “2 de octubre no se olvida” es una frase ya tan estatuaria y broncínea como “El respeto al derecho ajeno es la paz”, “Va mi espada en prenda, voy por ella” o “Si tuviera parque, no estaría usted aquí”. La conmemoración de la matanza de Tlatelolco se ha convertido en efeméride que poco dice a las nuevas generaciones de millennials y que sirve de coartada ideológica para los nostálgicos que siguen atados a los años sesenta. El victimismo masoquista, al cual tan afectos somos los mexicanos, encuentra en lo ocurrido el 2 de octubre de 1968, en

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la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, una razón para la lamentación y el duelo, así sea de lengua para afuera. En el año 68 yo tenía escasos trece años, vivía en mi Tlalpan natal, cursaba el segundo de secundaria y viví el Movimiento Estudiantil de manera más o menos tangencial. Mi hermano Sergio y mi primo Javier, veinteañeros ambos, iban a las manifestaciones y este último incluso estuvo arrestado un par de días. La información estaba tan manipulada que en la secun (oficial) se nos dijo un día que “los estudiantes” querían tomar las instalaciones de nuestra escuela y hasta preparamos una defensa de las mismas, organizada por el director del plantel (¡Dios mío...!). Como yo era asiduo lector de Los Supermachos de Rius, simpatizaba con el movimiento. Me enteré del tlatelol-

cazo al día siguiente de sucedido, por los diarios y los noticiarios televisivos, pero no comprendí la magnitud de la masacre. Luego vinieron los Juegos Olímpicos y, como casi todos, me clavé en las hazañas del Tibio Muñoz y el sargento Pedraza y en la gracia y la belleza de la gimnasta soviética Natasha Kuchinskaya. Así se me fue el 68. Ya luego entraría en la dinámica del 2 de octubre no se olvida gracias a mi militancia de izquierda. Hoy sólo me queda decir que aparte de la matanza de Tlatelolco, en esa fecha se conmemora también, muy tristemente, la muerte del querido y admirado Luis González de Alba, quien se quitara la vida de un pistoletazo el malhadado 2 de octubre de 2016. Una mente preclara que hoy nos hace falta. Eso tampoco se olvida.

Ayotzinapa, Tlatelolco o la Estación del Metro Normal. Es una herida que continúa supurando. Hablar de trabajadores que se unieron para tomar las calles es hablar de Nonoalco y de los obreros que se manifestaron en contra del Pemexgate. Hay que escribir líneas, pero no líneas electrónicas, sino líneas históricas que nos llevarán 60 años atrás para hablar de la lucha de los trabajadores; 50 años antes para conmemorar a los jóvenes que fueron asesinados en octubre de 1968. En Canoa, Puebla, también se abre una línea temporal: el 14 de septiembre de 1968. El linchamiento de cinco trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla —sólo tres de ellos

sobrevivieron— nos habla de una sociedad convulsa, aporreada por la religión y enardecida, capaz de linchar a todo aquel que oliera a comunismo. En 2018 a los antiguos comunistas les llaman chairos, pejezombies, zurdos, rojos. Todo crimen de odio es un crimen a nombre de la ignorancia. Las líneas que escribo son para conmemorar los 50 años de olvido que han pasado desde 1968 y, al mismo tiempo, para exigir ni siquiera justicia sino que se voltee a ver toda línea que se ha querido borrar de un plumazo: Chenalhó, Aguas Blancas, Ciudad Juárez, Chalchihuapan, Río Sonora, Ayotzinapa, Tlatlaya, Atenco… Tlatelolco: 50 años. Ni perdón ni olvido.

Canoa también ocurrió en 1968 Óscar Alarcón

ací en la ciudad de Puebla, tengo 39 años y soy profesor de literatura en una de las preparatorias de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: en la Emiliano Zapata, cuyo nombre me hace un eco que me ayuda a entender que ningún acontecimiento en este país resulta ser un hecho aislado. Escribir sobre 1968 no sólo es escribir sobre 1910 sino también es hacer una referencia a 1958 y al movimiento ferrocarrilero, que cayó en el olvido durante diez años y que fue rescatado por los estudiantes una década después. De la misma forma es escribir sobre el halconazo de 1971, donde los protagonistas de sangre nuevamente fueron los estudiantes. Y decir en 2018 que asesinaron a jóvenes estudiantes es no saber si es


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Panamá en 1968 Pascual Borzelli Iglesias

on información, escasa, sobre la muerte del Che Guevara en 1967; el crecimiento de la guerra en Vietnam; el Movimiento Estudiantil y popular en Francia; la jornada electoral en la que triunfa un candidato de extrema derecha apoyado por los poderes estadounidenses; el comienzo de los estudios de bachillerato y el inicio de la participación político-estudiantil en Panamá se dan pasos rumbo a una modernidad y libertad del yugo imperialista que no se tenía y que no se habían imaginado en la sociedad de esos momentos. Poco se decía de la discriminación, de la segregación, de los asesinatos de Malcolm X o de Martin Luther King o de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Eso era invento de la izquierda que quería el poder para esclavizar y oprimir a la sociedad.

De México poco se escuchaba, lo que se informaba se refería a asonadas y luchas de la izquierda por derrocar al gobierno; no hubo claridad de la matanza de Tlatelolco. El 11 de octubre de 1968 se da un golpe de Estado en Panamá, se destituye al recientemente ganador de la contienda electoral del 30 de mayo de ese año, quien asume el poder el 1 de octubre y es destituido 11 días después por una Junta Provisional de Gobierno conformada por militares de distintos grados. En Panamá se enfrenta por primera vez lo que era un toque de queda: silencio en la radio y la televisión, diarios suspendidos. Nuevamente eso sucedió después de la más reciente invasión estadounidense de 1989.

La oposición de los estudiantes al golpe de Estado, a los militares, fue en ocasiones abierta y en otras clandestinas. Ese fue el mundo que enfrenté sin mayores armas que la sensibilidad y las noticias escasas que llegaban: el conocimiento que se tenía del mundo nos llegaba filtrado por las agencias norteamericanas. El planeta se dividía en el de la democracia estadounidense contra la dictadura totalitaria de los comunistas. El año de 1968 significó en Panamá su entrada de lleno al siglo XX y la conciencia de que el Canal era de los panameños y que los estadounidenses se tenían que retirar y reconocer que no era de ellos. Esa batalla la dio Omar Torrijos Herrera, quien lo logró en 1977. Nueve años después del despertar de Panamá en 1968.


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El saldo de un gobierno autoritario Porfirio Romo Lizárraga

I uando se inició el conflicto estudiantil de 1968 todavía no estaba en edad de participar, o, mejor dicho, no tenía la edad para entender nada de lo que pasaba. De todas formas, salvo los que vivieron alguna experiencia propia dentro del mismo Consejo Nacional de Huelga, o que estuvieron presentes en las manifestaciones del Zócalo, o hicieron la Marcha del Silencio del 13 de septiembre, y, mejor aún, los que se salvaron de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas ese fatídico 2 de octubre, solo ellos, y de manera un tanto limitada, son los que pudieron tener una idea de lo que sucedió en ese momento. Y no era para menos, la cultura oficial y su periodismo sometido fueron incapaces de dar siquiera una mínima semblanza de este fenómeno social en tiempo real. Es decir, que todos nos tuvimos que informar, y con esto redondear una opinión apenas objetiva, varios años después, cuando la información empezó a fluir con menos censura y un poco menos de miedo. Porque lo más destacable es que esos años de las décadas de 1960 y 1970 estuvieron marcados por gobiernos autoritarios y muy cercanos al totalitarismo; cualquier idea antagónica a la oficial sólo podía recorrer el camino de la ilegalidad, pues la única verdad, la oficial, era la que aparecía en los medios, entrecortada y esforzándose de manera absurda (hoy así lo podemos valorar) en mostrar un país en donde no pasaba nada, y si pasaba, era porque había elementos subversivos que atacaban al “buen gobierno” desde la clandestinidad. Mi mentalidad de niño de primaria iba de un lado para otro, ubicando a los malos entre los estudiantes rijosos que describía el libelo El Móndrigo, que circulaba entonces y del que pude hacerme de un ejemplar hurtado y leído con avidez, por tratarse de algo prohibido. O se iba al lado heroico

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de los estudiantes que fueron baleados por policías, sorprendidos mientras pintaban una barda, según el relato que mi madre contó. Con eso me quedé y no tuve más referencia por mucho tiempo, parecía que nadie quería hablar de ese tema. Mi hermano mayor, con su tono sabiondo, evadía mis preguntas porque decía que nada iba a entender, igual que él mismo, supongo. Los maestros de la primaria, oficial y con número de la SEP, saltaban asustados cuando alguna vez intenté preguntarles. Nada, silencio y evasión que parece haber sido el destino de corto plazo para esa tragedia social que encarnaron los jóvenes estudiantes. Decían que todo había empezado como un pleito entre alumnos de la Vocacional 5 y los de una preparatoria particular, la Isaac Ochoterena. Dato cierto, pero muy limitado. Nadie quería decir que de ese pleito saltaron abusos policiacos al reprimir a los estudiantes, que de allí empezaron a inconformarse con el régimen autoritario del presidente Díaz Ordaz, quien cobardemente se fue a Guadalajara a “extender la mano” a los disidentes que reclamaban en la capital del país, su propia sede federal. Tampoco informaron los medios que cada manifestación de descontento era una nueva ola de represión, lo que hizo que algunos estudiantes indignados se organizaran para olvidar diferencias entre ellos y reclamar, primero, por los excesos de los granaderos, después por un sistema de gobierno que impedía darle voz a todos, y en especial a los jóvenes. Así fue creciendo el descontento, así fueron replicándose las manifestaciones, pintas en las calles y la demanda de que se disolviera el cuerpo de granaderos, así como la destitución del jefe de la policía. Y pocos sabían de todo eso, porque la información insistía en orientarse hacia la inauguración de los cada vez más próximos Juegos Olímpicos. Otra vez mi conciencia de niño

me regresaba al estatus de estudiantes malos, manipulados por un gobierno comunista extranjero, que no querían las Olimpiadas, enfrentándose a un generoso presidente, que insistía en salvarlas de cualquier forma. II Hoy creo que nadie más que el mismo gobierno fue el principal promotor de hacernos creer que el Movimiento Estudiantil era una jugada política, de tintes internacionales y con fuerte influencia comunista. Esa idea la conservé por muchos años, cuando al paso del tiempo fui enterándome de la gran utopía del socialismo, a la que me afilié de inmediato. Supuse una gran conjura, recibiendo fondos y línea del mismísimo PCURSS y coordinada en juntas clandestinas en México, siempre a la sombra de la embajada rusa. Sobra decir que los veía como actos heroicos de una gesta que tarde o temprano liberaría a este país del yugo del capitalismo, y del monstruo del imperialismo yanqui. Me costaron años comprender que tal conjura jamás existió, que lo vivido en ese año de 1968 no fue un movimiento articulado ni la más pura expresión de la lucha de clases marxista. Fue, en gran medida, un acto heroico porque los jóvenes estudiantes se enfrentaron a un régimen incapacitado a recibir la más mínima crítica, golpearon con su resistencia a un gobierno intolerante, que tenía como norma tratar a sus ciudadanos como niños sin derecho a opinar, mucho menos a oponerse. Fue ese el gran logro, porque a partir de este hecho, al que habría de sumarse la siguiente matanza en junio de 1971, empezó a vislumbrarse el poder de la sociedad civil, que muchos años después nos llevaría a la democracia. Ojalá nuestra historia tenga vigencia en la actualidad para evitar el retorno de la intolerancia y el autoritarismo, que tanta sangre cobró en ese octubre de 1968.


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Símbolos transgresores Alma Evelyn Martínez Montesinos

s sorprendente la fuerza de ciertos símbolos que logran perdurar incluso dentro de culturas que pretenderían aniquilarles. Símbolos con decisiones, voluntad y fuerza propias que les hacen sobrevivientes a todo tipo de pruebas. Héroes persistentes, astutos y taimados que pueden soportar intentos extremos como el olvido y la ignorancia, incluso la “necesidad histórica” de hacerlos pasar por irreales e inexistentes. Quién diría que el símbolo de un país (cuyos gobernantes han entregado, una y otra vez, la rapiña de otros reinos —dirigentes impuestos mediante la fuerza indigna de violadores que vendieron a su patria, a su propia madre, cegándola, mutilando su lengua—) sea el mismo que recordará, a quien lo quiera ver, que somos los llamados a emancipar el espíritu de los intereses mezquinos materialistas, que somos hijos del águila tolteca. Lo mismo ocurre ahora, a cincuenta años de la matanza de Tlatelolco, que, aparentemente de la nada, resurge el símbolo del “méxico68”, ese mismo que se borró y enterró en las profundidades políticas del aquí no pasó nada. Símbolo que representa la vibración de la palabra sagrada Me xi co. Vibración de millones de almas clamando justicia y libertad, vibración que recorrió el país y el mundo, imaginando, proyectando una realidad superior, verdaderamente humana, que permitiera hermanarnos a todos. Eco que recogió las consignas aparentemente más discordantes (políticas, religiosas, místicas) en un espacio de esperanza y alegría. Ondas del río maravilloso del inconsciente colectivo que logró gritar aún en el silencio. México68, vivo, sobreviviente de los mejores y más altos ideales. Mismos que vuelan en las portentosas alas del águila tolteca.


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Espíritu libertario y derrumbe del PRI Daniel Cisneros

I ntes del 2 de octubre de 1968 ya se vislumbraba el autoritarismo del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Basta recordar su censura, en 1965, de Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis; y la solicitud de renuncia de Arnaldo Orfila Reynal, director del Fondo de Cultura Económica, por publicar aquel libro que el mandatario mexicano consideró denigrante. Otro ejemplo: cierre, en 1966, del Diario de México a causa del error en un pie de foto que acompañaba la imagen de Díaz Ordaz. Esta forma de actuar era muy ad hoc con el comportamiento gubernamental de 1958 a 1968, periodo en que surgieron movimientos de descontento social de electricistas, telegrafistas, telefonistas, petroleros, maestros, campesinos, ferrocarrileros, médicos, guerrilleros y estudiantes tanto en Michoacán como en Sonora. La solución que el Estado solía darles se reducía a la mano dura. Dicho pensamiento represor era opuesto al espíritu libertario (irreverente, contestatario, contracultural) de varios jóvenes estudiantes sesenteros inclinados hacia el rock y la música de protesta (Dug Dug’s, Javier Bátiz, The Who, The Animals, Janis Joplin, The Beatles, The Rolling Stones, Jimi Hendrix, The Doors, Pink Floyd, Bob Dylan, Leonard Cohen, Pete Seeger, Joan Baez, Óscar Chávez, José de Molina, Violeta Parra, Daniel Viglietti), la liberación sexual, el jipismo, la experimentación con drogas psicotrópicas, las posturas políticas distintas a las dominantes, o el desparpajo en el vestir y el hablar. Eran jóvenes que se nutrieron no sólo de los movimientos sociales del país, sino del existencialismo de Sartre y Camus, del feminismo de Simone de Beauvoir, del socialismo de Marx y Engels, del ser revolucionario de Ho Chi Minh y el Che Guevara, de la desobediencia pacífica de Gandhi, de la irreverente inteligencia de Ken Kesey y la Generación Beat encabezada por Burroughs, Ginsberg y Kerouac, de las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam, de la lucha de Martin Luther King a favor de los derechos de la co-

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munidad afroamericana, de la promesa que simbolizó la Revolución cubana, de las protestas del Mayo Francés… Esta cultura libertaria se incrustó en parte de la juventud mexicana. Por eso fue natural que, ante el abuso de autoridad al disolver las riñas del 22 y 23 de julio de 1968 que protagonizaron algunos alumnos del IPN y de una preparatoria incorporada a la UNAM, los estudiantes se manifestaran hasta detonar el famoso movimiento de aquel año (en el que hubo apoyo de profesores, intelectuales, artistas, obreros, profesionistas, amas de casa…). Este Movimiento Estudiantil cuestionó el sistema político imperante y, sobre todo, expresó su hastío ante la represión. Tan es así que entre sus peticiones figuraban: libertad a los presos políticos, destitución de los jefes policiacos, desaparición del cuerpo de granaderos y la derogación del delito de disolución social (que era un artificio jurídico para justificar la agresión contra los estudiantes). El gobierno del priista Díaz Ordaz y su aparato represivo decidieron responder violentamente ya que, entre otras cosas, México sería sede de los Juegos Olímpicos y buscaban presentar una falsa estampa de paz y estabilidad. De ahí que el 2 de octubre, diez días antes de iniciar dicha competencia deportiva, aprovecharan una multitudinaria congregación estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, para terminar con el movimiento a través de una masacre. En aquella ocasión y en días posteriores hubo muchos participantes asesinados, golpeados, perseguidos, desaparecidos, encarcelados, torturados física y psicológicamente. Era tal el temor que algunos integrantes del movimiento fueron orillados a exiliarse. Pero también fue tanta la indignación que varios optaron por la guerrilla. Incluso en noviembre de 1968 el escritor José Revueltas fue detenido y recluido en Lecumberri acusado de ser el autor intelectual del movimiento. Y en 1969 el caricaturista Eduardo del Río, Rius, fue mandado a secuestrar por Luis Echeverría (secretario de Goberna-

ción de Díaz Ordaz) con la intención de matarlo por las críticas al gobierno y por relacionarlo con el Movimiento Estudiantil. Se dijo que los escritores Octavio Paz (entonces embajador de México en la India) y Sergio Pitol (que era agregado cultural en Belgrado) renunciaron como protesta contra la matanza. Pero, en el caso del futuro Nobel de Literatura, hay dudas ya que, por ejemplo, el periodista Víctor Roura, en una entrevista con Milenio en 2015, afirmó que Paz “nunca dejó de cobrar en la Secretaría de Relaciones Exteriores”. Aunque su responsabilidad era la imparcialidad, gran parte de la prensa se dedicó a difundir la versión del gobierno, minimizando la masacre, omitiendo, parcializando o, simplemente, callando. Para muestra los titulares de El Universal (“Tlatelolco, campo de batalla. Durante varias horas terroristas y soldados sostuvieron rudo combate”) y de El Sol de México (“El objetivo: Frustrar los XIX juegos. Manos extrañas se empeñan en desprestigiar a México”). Incluso en su noticiario nocturno Jacobo Zabludovsky, cínicamente, dijo: “Hoy fue un día soleado”. Pero hay más: como bien señaló Víctor Roura en su texto “Los poderes de don Julio Scherer García” (publicado en La Digna Metáfora en 2015), el periodista y entonces director de Excélsior evitó hacer una cobertura profunda del Movimiento Estudiantil: “Habría que leer al propio Scherer García para percatarnos de su sometido comportamiento en aquellos días aciagos del ordacismo”. Pero no todos fueron iguales: la periodista y primera mujer italiana corresponsal de guerra Oriana Fallaci, quien fue herida de bala en aquella matanza de la Plaza de las Tres Culturas mientras cubría la concentración estudiantil, denunció los cruentos hechos del gobierno y aseguró que fue “una masacre peor de las que he visto durante la guerra”. II Tanto impactó el movimiento y la matanza, que se generaron, con el paso del tiempo, varias creaciones artísticas


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y culturales inspiradas en aquel suceso. Algunas canciones son: “Tlatelolco 68”, de la banda Bostik; “2 de octubre”, de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio; “Corrido del 2 de octubre” y “La masacre de Tlatelolco”, de Óscar Chávez; “No se olvida”, de Fernando Delgadillo; o “La balada del granadero”, de Los Nakos. Es más: Masacre 68, banda de hardcore punk, eligió su nombre en homenaje a los caídos. Entre los libros figuran Los días y los años, de Luis González de Alba; El gran solitario de Palacio, de René Avilés Fabila; Tlatelolco 68, de Juan Miguel de Mora; Los símbolos transparentes, de Gonzalo Martré; Héroes convocados, de Paco Ignacio Taibo II; La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska; o La gráfica del 68 / Homenaje al Movimiento Estudiantil, publicado por la UNAM. Igualmente hay poemas: “Memorial de Tlatelolco”, de Rosario Castellanos;

“Las voces de Tlatelolco”, de José Emilio Pacheco; o “Tlatelolco 68”, de Jaime Sabines. Asimismo, existen filmes como El grito, de Leobardo López Aretche; o Rojo amanecer, de Jorge Fons. A pesar de la matanza hubo dos personajes de la cultura que años después colaboraron con el gobierno de Luis Echeverría (en cuyo mandato se dio, de nuevo contra estudiantes, el Jueves de Corpus del 10 de junio de 1971): el escritor Carlos Fuentes (que se desempeñó como embajador de México en Francia) y el periodista Fernando Benítez (quien fue asesor del presidente). Pero no sólo ellos han participado con el partido político al que perteneció Díaz Ordaz: “Carlos Monsiváis trabajó en el Programa Solidaridad de la Presidencia de Salinas de Gortari y Héctor Aguilar Camín recibió contratos de Solidaridad que financiaron sus tareas intelectuales”, explica Carlos Ramírez en su texto “México: el príncipe y los

intelectuales”, que apareció en su columna “Índicador Político” en 2017. Y si le rascamos, salen muchos más personajes acomodaticios. Pese a la digna lucha del movimiento del 68, en los 50 años que han transcurrido en México hemos padecido de todo: represión contra opositores al sistema, impunidad, corrupción, privatizaciones, devaluaciones y crisis financieras, dedazos presidenciales, nepotismo, fraudes electorales, migración a causa de la pobreza, aumento del narcotráfico (y de sus complicidades con el gobierno), violencia desmedida, desapariciones forzadas, lujos excesivos de funcionarios, medios de comunicación parcializados, mafias culturales… Con todo, existe una certeza: el movimiento del 68 fue una de las tantas semillas que generó ciudadanos más críticos y que, de algún modo, desembocó en el hartazgo que este año marcó el derrumbe del PRI. Salud por eso.


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La tía Tina Juan José Flores Nava

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or años (todos los años que caben antes de ser adulto) este día estuvo, para mí, hecho de imágenes: el icónico Che Guevara, un grupo de soldados mexicanos apuntando con sus armas hacia arriba, personas huyendo despavoridas en medio de una enorme plaza rodeada de altos edificios, cadáveres de muchachos tirados sobre planchas mortuorias de algún improvisado recinto forense… y el hocico (enorme, bestial, afilado, cínico) de Díaz Ordaz. Y cuando digo que este día estuvo, para mí, hecho de imágenes por muchos años, quiero decir también que estuvo cargado de emociones: la esperanza eterna de aquel guerrillero que mira en lontananza hacia un lugar mejor al que nunca podrá arribar; la rabia de ver a una manada de hombres dirigiendo sus armas a otros hombres para asesinarlos, para aniquilarlos, para desaparecerlos sin otra razón que aquella de asumir (haber creído, tener que convencerse) que el otro (cualquiera) es el enemigo; el miedo de estar indefenso y no hallar

lugar posible para ocultarse ante aquella tormenta de poderosas, indolentes, inquebrantables balas que atraviesan todo a su paso; el abatimiento ante la visión de la vida que termina arrumbada sobre una superficie gris en el momento en que debiera brillar con más intensidad, con más pureza, con más libertad, con toda la inocencia que despunta; y, finalmente, la indescriptible pero irritante, oscura y asfixiante emoción de recordar un rostro humano (o un hocico enorme, bestial, afilado, cínico) que asume el asesinato como un deber con la misma tranquilidad con la que cualquier persona asume la obligación de cepillarse los dientes cada mañana. Sí, por años (todos los años que caben antes de ser adulto) este día estuvo, para mí, atiborrado sólo de imágenes y emociones, hasta que la tía Tina le añadió una realidad que nunca antes había podido ver: ni en las imágenes, ni en las emociones, ni en los libros, ni en las noticias, ni siquiera en las manifestaciones anuales que conmemoraban la masacre cometida por el gobierno mexicano en

la capital en contra de estudiantes de todo el país el 2 de octubre de 1968. Aquella tarde, en el patio central de la casa provinciana del abuelo, bajo la sombra de enormes árboles de lima que daban sombra y tranquilidad ante los embates del Sol, vi las lágrimas de la tía Tina. Ya conocía sus arrebatos. Pero nunca había visto algo así en ella. Su llanto. Su voz herida, cortada a cada palabra. Su furia atorada en el pecho. Su dolor atravesando de lado a lado la garganta. Su ira salpicando el entorno con cada parpadeo. Sus manos maduras temblando ante la impotencia de no poder golpear a los causantes de esos recuerdos que tomaban forma con cada palabra pronunciada para hacer presente la ocasión en que ella y otros miles de estudiantes huían, desconcertados, inermes, despavoridos para salvar la vida. Todo lo que para mí habían sido, hasta entonces, imágenes y emociones, para la tía Tina eran imágenes y emociones vivas, una realidad ardiente, quemante, virulenta. Al parecer, la tía Tina no sabía qué hacer con todo eso. Estaba aterrorizada. Mi abuelo —el padre de mi tía Tina— y los demás escuchas guardaban silencio. Yo, a lo lejos, casi a hurtadillas, también estaba horrorizado. Ya no eran sólo las imágenes y las emociones del 2 de octubre del sesenta y ocho las que me habitaban, era la realidad misma de lo acontecido ese día en Tlatelolco y otros sitios de la Ciudad de México, era el terror (los muertos, el desconcierto, los silencios que piden ayuda, el caos), el terror que fue creciendo voraz a lo largo de la noche que siguió a la masacre. En algún lugar de la tía Tina esa misma noche persiste, no acaba. Yo pude acercarme ahí una vez, tocar la noche por fuera, sentir cómo su violenta forma daba un nuevo significado a las imágenes y a las emociones con las que antes conviví. De esa oscuridad que la tía Tina soltó aquella tarde en el patio central de la casa provinciana del abuelo, conservo un fragmento. Nunca imaginé que me resultaría tan útil para advertir, a partir de entonces, cómo actúa la vileza de algunos seres que se dicen humanos.


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68/2018 Adriana Cortés Koloffon

968: Pienso en Lepidóptera de Leonora Carrington donde un personaje oscuro se opone al Sol luminoso. Sobre el fondo naranja en el masonite los versos de “La humedad”, poema del inglés John Donne, introducidos por la pintora en su cuadro fechado el 13 de agosto del 68, invitan a una mujer en pleno siglo XVII a vencer las barreras del honor y a entregarse con su enamorado a los placeres sensuales; a la luz del 68 los versos en esta obra se leen como un manifiesto contra cualquier tipo de opresión. Pienso en la cabeza tallada en cantera de una joven con una flor entre los labios en vez de mordaza, evocación de la libertad de expresión, pieza que la escultora Ángela Gurría creó cuando en el 68 vio a una joven asesinada frente a una iglesia y tituló su obra 1968. Pienso en algunas imágenes de El intenso ahora, documental del brasileño João Moreira Salles: el estudiante Jan Palach se prende fuego en demanda de libertad de expresión, en la Primavera de Praga; las mujeres y los negros en segundo plano en las manifestaciones del Mayo Francés. Pienso en Alcira Soust, poeta y activista, quien aterrada porque era uruguaya y temía ser descubierta por el ejército que tomó la UNAM el 18 de septiembre de 1968, violando así su autonomía, bebió sólo agua durante 12 días y así sobrevivió encerrada en los baños de Ciudad Universitaria. “El Mayo del 68 mexicano —escribe Joaquín Estefanía en Revoluciones— se distanció de los otros dos mayos [el de París y el de Praga] por la magnitud de la represión directa que generó (la matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco)”. Fueron 250 o 350 muertos, según Carlos Monsiváis en El 68 / La tradición de la resistencia. “Me han matado a mi hijo, pero ahora todos ustedes son mis hijos”, dijo Celia Castillo de Chávez, madre de familia, a los estudiantes universitarios (testimonio recogido por Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco). Pienso también en la libertad de la palabra y en el papel de los intelectuales en el 68 mexicano del que Volpi hace una bitácora en La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968. Y en los movimientos surgidos después a favor de una mayor libertad sexual, de igualdad de género y libertad de expresión. La Dirección de Literatura de la UNAM publicará

sobre el tema Memorial del 68 con ensayos de escritores y académicos. 2018: A 50 años del 68, en esta era de muros simbólicos y materiales, de feminicidios, de la creciente hegemonía conservadora, de jóvenes desaparecidos que se pulverizan sin dejar rastro, de censura a las representaciones de cuerpos desnudos en las obras de arte en museos y redes sociales, me pregunto: ¿perderemos las conquistas y libertades obtenidas? Pensemos que no será así. Derribemos los muros. Seamos realistas, pidamos lo (im)posible.

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Nuestra escuela periodística Eugenia Montalván Colón

engo en mis manos un ejemplar de Por qué? Revista independiente. Es un original, el único al que pude tener acceso con la premura de escribir esta breve nota. En la portada se lee la fecha de su aparición: mayo 22 de 1968. Es el número 7, y su precio al público era de 5 pesos destacado en un círculo azul. En la portada aparece un gran signo de interrogación (?) con el rostro de un adolescente africano. “La Guerra en el corazón del continente negro” es el tema central de este número, y el reportaje aparece firmado por Marco Antonio Vargas, quien también es autor de las fotografías, incluyendo una en la que aparece el gran líder independentista: “Amílcar Cabral, un pequeño intelectual africano educado en París, destruye el Imperio Colonial en Portugal”. La publicidad en primera de forros dice lo siguiente: “Usted que es gente activa… Deje que se acerquen. En esta época de gran actividad se necesita protección durante todo el día. Use la línea Olímpico Sue Preé y la gente que le rodea sentrirá… Esa agradable sensación de limpieza. Calidad en productos de tocador a su precio justo: Desodorante olímpico Sue Preé en talco, stick y espray. También brillantina sólida y líquida…” Un patrocinador excepcional para una revista aguerrida que, en este número, sale a la luz en un formato nuevo, tal como consta en la primera página: “La aceptación que esta revista independiente ha encontrado en todos los sectores del público se manifestó desde el primer número. Empezaron a llegar —siguen llegando— a la Dirección de Por

qué? observaciones de inteligentes lectores […] De aquí que recojamos, a partir de esta edición, la reiterada sugerencia de la mayoría de nuestros lectores y también del sector mayoritario de las agencias que nos favorecen con sus órdenes de publicidad: convertir el tamaño de Por qué? a un formato de fácil manejo, lo mismo para su envío que para su lectura, cómodo para llevar de agradable compañía y fácil igualmente para coleccionar en volumen. […] Por qué? ha de servir cada vez mejor, con el más amplio criterio independiente y en superación constante a los miles de lectores que la han convertido en su revista favorita”. El formato del ejemplar es de 27.8 cm de alto por 21.4 cm de ancho, y es una publicación catorcenal. ¿El tiro de esta edición? 50,000 ejemplares. En la página 13 dentro de un recuadro está el dato más significativo: Director: Mario Menéndez Rodríguez. Subdirector: Ricardo Capetillo C. Jefe de redacción: Roger Menéndez Rodríguez… Mario Renato Menéndez Rodríguez, nuestra escuela. Por qué? ¡Paradigma! Cada una de las 98 páginas, incluido el suplemento cultural, hace honor a una postura ante la manera de informarnos del mundo. ¿Qué puedo decir? Hoy ojeo un Por qué? siendo vecina de Por Esto! Don Mario es la columna alrededor de la cual giramos periodistas, reporteros y, desde luego, lectores. Por Esto! es el diario que Mario Renato Menéndez Rodríguez fundó el 21 de marzo de 1990 en Mérida. Esta mañana compré mi Por Esto! en la esquina de la Catedral, a 8 pesos. Lo empecé a leer caminando por la Calle 62 en el Centro de Mérida; alguien me estaba esperando para darme el número histórico de Por qué? en un sobre rojo, como un regalo; lo manipulé con el cuidado que se le da a un documento de esta naturaleza. En mayo del 68 Por qué?, entonces asentada en la Ciudad de México, salió a los puestos de revistas de toda la República Mexicana con un peculiar anuncio en contraportada: “La sal que sí sale”: Sal Cisne, de la Empresa Sales Hogar, S.A. Cinco meses después, en octubre de 1968, sería la única publicación que notificaría, con gráficas aterradoras, la matanza en Tlatelolco. Don Mario es nuestra escuela.


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Yo y el 68 Kyra Galván

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MK con los estudiantes fue la firma que pusimos al calce de los volantes que escribimos durante el movimiento del 68. Yo entonces tenía sólo 12 años, pero junto con mis primas Vera y Mara Larrosa decidimos escribir y repartir unos volantes de apoyo a la lucha estudiantil. Decíamos, entre otras cosas, que la televisión y la prensa estaban vendidas. Nos costó mucho trabajo hacer varios con una vieja má-

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quina de escribir y papel carbón. Luego nos paramos, si mal no recuerdo, en la esquina de División del Norte casi con Avenida Coyoacán a repartirlos. Mi hermano David nos encontró y nos subió a su coche diciéndonos que cómo se nos ocurría, que nos iba a llevar la policía. A pesar de nuestra edad, el 68 nos marcó. Algo así no se olvida: los tanques por las calles, dirigiéndose a CU, la forma como se esparció la

noticia de la matanza de Tlatelolco, la represión del Estado, la mudez y la impavidez de los medios de comunicación ante lo que sucedía y que no podía ignorarse. La impotencia. Por eso estudié marxismo, por eso estudié economía, por eso me volví feminista y escribí poesía como una forma de rebeldía y por eso el afán de no venderme de ninguna manera.

Desde entonces vivo buscándola Alejandro Zenker

i padre, que nació en 1898 y fue miembro del Partido Comunista en Alemania, me inculcó desde pequeño esa rebeldía que maduraría enormemente a mis trece años de edad, cuando viví con intensidad el movimiento del 68. Mi madre, inmigrante norteamericana que abandonó a un aristócrata austriaco que moriría atropellado en Coyoacán en los años cincuenta, se enamoró del ideario social de mi padre. Ella era, en ese entonces, maestra en la UNAM, y abrazó con entusiasmo la causa de los estudiantes. Participé con ella, y a veces solo, en algunas marchas y actividades. No asistí al mitin del 2 de octubre del 68, pero viví ese día y los siguientes escuchando y leyendo las noticias, hablando con quienes habían sobrevivido, reflexionando sobre lo sucedido. Con la sangre hirviendo de indignación, lamenté no haber estado en Tlatelolco, como si mi presen-

cia hubiera marcado alguna diferencia. Creo que fue al año siguiente, el 2 de octubre, cuando decidí ir al lugar de los hechos armado con mi cámara fotográfica. El sitio lucía tranquilo. En algún momento pasó un helicóptero e instintivamente tomé la cámara y apunté hacia él, recordando lo sucedido el día de nuestros fatídicos pesares. Segundos después, dos hombres corpulentos me abordaron y comenzaron a conducirme con violencia hacia un camión que no presagiaba nada bueno. En esos momentos sucedió algo que cambió mi vida: una muchacha, poco mayor que yo si acaso, se nos acercó gritando: “¡Dejen en paz a mi primo!” Los hombres se detuvieron; yo la miré desconcertado. Ella habló, les mostró su identificación, les dijo que acababa de visitarla, que ella vivía en un departamento de los edificios de Tlatelolco y que yo ya iba rumbo a mi casa. Me

tomó del brazo y me arrebató con fuerza de las garras de los soldados disfrazados de civiles. Tan convincente fue que no objetaron. Me dejaron ir. Ella me alejó del lugar, paró un taxi y juntos nos fuimos con rumbo desconocido. Cuadras más adelante le pidió al taxista que se detuviera. Yo seguía temblando. Me dio un beso y me dijo: “Cuídate”. Se bajó y el taxi arrancó. Volteé a verla mientras se perdía en el horizonte. Nunca supe cómo se llamaba, ni ella cómo me llamaba yo, y desde entonces vivo buscándola en los rincones de la ciudad y de mis recuerdos. Me salvó de un destino peligrosamente incierto. De esa madera estaban forjados muchos de los protagonistas del 68 y de los años que siguieron. Jóvenes arrojados, decididos. Cambiaron el mundo. Me cambiaron a mí. Ellas nos cambiaron a nosotros. Gracias.


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Dieciocho premisas para entender 1968 Mariano Morales Corona Los puntos nodales para entender el largo y sinuoso camino del 68… Dices que quieres una revolución. Bueno, ya sabes, todos queremos cambiar el mundo... “Revolución”, Lennon y McCartney/The Beatles

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l sentido profundo de la protesta juvenil —sin ignorar ni sus razones ni sus objetivos inmediatos y circunstanciales— consiste en haber puesto al fantasma implacable del futuro la realidad espontánea del ahora. La irrupción del ahora significa la aparición, en el centro de la vida contemporánea, de la palabra prohibida, la palabra maldita: placer. Una palabra no menos explosiva y no menos hermosa que la palabra justicia. Posdata, Octavio Paz, 1969 1 No se entiende el movimiento del 68 si no se ve con perspectiva mundial.

2 Precedentes: •Una generación occidental completamente lastimada por la Segunda Guerra Mundial. •Una intelectualidad mundial perseguida: la Escuela de Frankfurt, los comunistas italianos (con Gramsci, fallecido en prisión, a la cabeza), los republicanos españoles, los surrealistas y los existencialistas franceses, los perseguidos del macarthismo en los Estados Unidos, etcétera. •Aparición de sindicatos obreros fuertes en la mayoría de los países occidentales. 3 “El principal negocio de los banqueros y los capitalistas financieros que dominan el mundo es la guerra. El principal negocio de los Estados Unidos, es la guerra. El principal negocio del consorcio industrial militar es la guerra. La guerra es lo que mueve a la economía de los Estados Unidos (y sus aliados). En toda su vida como país sólo ha pasado 17 años sin guerra. Después de la Segunda Guerra Mundial ha invadido a 72 países y contando…” (de mi libro Locutopía: crónica, poesía y música del rock, nueva edición, en prensa, Universidad Iberoamericana).

4 La Revolución cubana y otras revoluciones, como las de Vietnam y Angola; los golpes de Estado en América Latina, impulsados desde el gobierno de los Estados Unidos.

5 La Guerra Fría (que va a ser fundamental para la derrota de las diversas utopías, comenzando por la Primavera de Praga y el Mayo Rojo francés).

Imagen, como todas las anteriores, que iluminaba los rincones citadinos durante 1968 en un trabajo plástico continuo y creativo. Esta imagen, como todas las desplegadas a lo largo del ejercicio reflexivo sobre el 68 pertenece al libro La gráfica del 68 editado por la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM en su primera edición en el año 1982.


118 6 Voces disidentes por todas partes: el neorrealismo italiano y sueco; lo real maravilloso del boom latinoamericano, los beatniks, el jazz y, como síntesis de todo ello, el surgimiento del rock.

• La defensa del medio ambiente (ecologismo); • La lucha contra la guerra (pacifismo) ejemplificada en el combate a la guerra de Vietnam; • La libertad sexual, etcétera.

7 Recordemos algunos de los certeros juicios de valor de los principales personeros roqueros de la utopía: “All you need is (to) love”, todo lo que necesitas es amor (yo diría, amar), de los Beatles, hasta el “Power to the people”, el poder a la gente, de John Lennon; pasando por “They got the guns, but we got the numbers”, ellos tienen las armas, pero nosotros los números, de Jim Morrison; los “Masters of war”, los señores de la guerra, del hoy Premio Nobel de literatura, Bob Dylan; el “Get it while you can”, tómalo mientras puedas, de Janis Joplin; el “Straight ahead”, sigamos adelante, de Jimi Hendrix, los “War pigs”, los cerdos de la guerra, de Black Sabbath, el “Well there ain’t no time to wonder why/Whoopee! Were all gonna die”, bueno, no hay tiempo de preguntarse por qué/Yupiiii!, vamos todos a morir, de Country Joe and The Fisch…

13 La búsqueda de una educación más democrática y solidariamente humana.

8 La píldora anticonceptiva; la mariguana y otras drogas químicas como el LSD. 9 La irrupción del placer (como lo dice en el epígrafe Octavio Paz). 10 La aparición de una nueva figura social: el adolescente, el joven con voz y voto; es decir, con derechos (aunque se instauraría la edad para votar en 18 años hasta los primeros años de la década de los setenta). 11 El resquebrajamiento de la familia patriarcal (reflejo del Estado autoritario), antes inamovible. 12 Nuevas demandas sociales generalizadas por los jóvenes: • El fin a las discriminaciones: racial, económica, por preferencia sexual, discapacidad… • La igualdad de género (o la Liberación Femenina); • La lucha contra el consumismo;

14 Como “paz, pan y tierra” para los bolcheviques, el “paz y amor” funcionó para la juventud roquera. Pegaba directamente en el corazón de las economías de guerra y su banca financiadora. (Por eso la cambiaron desde el sistema por un inofensivo: “Sexo, drogas y rocanrol”.)

caer el gobierno de Charles de Gaulle, después de una huelga general que paralizó al país entero, el gobierno reparte concesiones a los trabajadores (reducción de jornadas laborales, aumentos de salarios, etcétera) y logra que éstos dejen solos a los estudiantes, que en esa condición fueron arteramente reprimidos. 17 Así, el 2 de octubre mexicano, la masacre del 68, no se olvida “es de lucha combativa”. Es una conmemoración luctuosa, no una celebración. Sin embargo, sí, durante estos 50 años se han recordado y recuperado las piedras señeras, civilizatorias, que el movimiento de los sesenta, en particular del 68, colocó como cimientos de una nueva civilización más humana y democrática, con nuevos principios morales e intelectuales para anteponer a los mensajes hegemónicos (consumistas, guerreros, violentos, inhumanos…): una revolución cultural basada en la paz y el amor…

15 Los movimientos, mucho más que estudiantiles o juveniles, encendieron antorchas de esperanza en todo el planeta: en Praga, en París, en Berkley, en Chicago, 18 en Roma, en Córdova y Buenos Aires, en São Paulo, en Berlín, en Tokio… Vino Lo sucedido en México 20 años después, el contraataque, orquestado desde los con el triunfo robado al ingeniero Cuauhpoderes supraestatales en Nueva York, témoc Cárdenas en la elección presidenLondres, Frankfort y Tel Aviv. (La Unión cial fue una consecuencia natural; al igual Soviética haría su parte en el campo socia- que lo sucedido 30 años después de aquelista, en especial aplastando con tanques lla elección, en este 2018. Los movimientos estudiantiles y juvela Primavera de Praga, en la desaparecida Checoslovaquía.) La represión se niles (junto con obreros, defensores de las sucedió en Japón, en Italia, en Brasil, en tierras, madres de desaparecidos, etcéteArgentina, etcétera; y de la manera más ra) tendrán que permanecer atentos y emcruenta, más dolorosa, en la Plaza de las pujando lo que a partir de ahora se consTres Culturas, Plaza de los Sacrificios de truya para sanar a nuestra nación herida. la Juventud, en México, el 2 de octubre ¡El 68 ha muerto, larga vida al 68! del 68. ¿Fue la represión propiciada por ignorantes poderosos, como Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez? ¿O ellos sólo cumplieron órdenes? (RecienteDespués del 68 mente desclasificaron en Estados Unidos información relativa al asesinato de John Víctor Roura F. Kennedy, en la que se comprueba que a miro desde una orilla de la cama. los expresidentes Adolfo López Mateos, Hablamos de las condiciones políGustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez recibían, obedecían y aplicaban ins- ticas del país. Después de beber unas trucciones de la CIA. En pocas palabras: cuantas copas en la sala decidimos proeran sus empleados… y recibían dinero a seguir la plática en la alcoba. —¿Qué siguió después del 68, cambio.) amor? —le pregunto acaso en un inminente abatimiento. 16 Ella se despoja lentamente de las Enfrascados en la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, la medias negras. —El 69, vida mía —y se acerca con izquierda organizada participó en la mayoría de los movimientos marginalmen- pasos sinuosos. Sus dientes muerden levemente su te, casi de manera personal. El caso más notable fue en Francia, donde a punto de labio inferior.

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Las portadas influyentes del rock en el 68 Todos queremos cambiar el mundo P

ara un gran número de seguidores y melómanos, 1967 fue un año único e irrepetible en la música; un año en el que, de acuerdo con ese mismo consenso, fueron publicados varios de los más importantes (e icónicos) álbumes en la historia de la música pop. Verán: en general estaría de acuerdo con esta idea si no fuera por un pequeño gran detalle: también existió 1968. Si 1967 fue un año de grandes discos —que terminaron por acompañar y darle forma al Verano del Amor, al apogeo del flower power y la psicodelia—, 1968 fue también una explosión inevitable e imparable de creatividad. En cierto sentido, 1968 fue tan fértil como 1967 para la buena música, tal vez incluso más, como verán en esta lista que recoge 42 álbumes de dicho año. Mejor aclaro: si son 42 es mera arbitrariedad; pudieron entrar más, muchos más… De hecho, dejamos fuera de la lista otra treintena de discos, empezando por trabajos de algunos de los músicos aquí incluidos. Me explico: The Byrds, Joan Baez, Deep Purple, The Mothers of Invention, Tyrannosaurus Rex, Aretha Franklin o Steppenwolf publicaron no uno sino dos álbumes durante ese mismo año. Por su parte, Miles Davis y Eric Burdon (y los Animales) editaron tres. Ahora bien, ¿qué músicos quedaron fuera de nuestra pequeña lista arbitraria? Lo sé, lo sé, parece imperdonable pero no entraron James Brown (quien publicó durante ese mismo año sus discos 22, 23, 24 y 25); con dos álbumes también quedaron fuera Spirit, Marvin Gaye, The Temptations, Ella Fitzgerald, Sammy Davis Jr., Tom Jones o Ravi Shankar. De igual forma no alcanzaron a entrar Buffalo Springfield, Townes Van Zandt, Canned Heat, Electric Flag, John Mayall, The Incredible String Band, Jefferson Airplane, Soft Machine, B. B. King, Muddy Waters, Jerry Lee Lewis, Blood, Sweat & Tears, o aquella “supersesión”

que unió los talentos de Al Kooper/Mike Bloomfield/ Stephen Stills. ¿Prosigo? Me duele aceptarlo, pero también tuvieron que quedar al margen The Beach Boys, Ray Charles, Herbie Hancock, Taj Mahal, Status Quo, Nico, H. P. Lovecraft, The Pretty Things, Steve Miller Band, The Impressions, The Zombies, Small Faces, Procol Harum, James Taylor, Ten Years After, Sweet Inspirations, Sly & The Family Stone, o aquel proyecto loco donde aparecen desnuditos en la portada del disco John Lennon y Yoko Ono. ¿Ya me creen? Insisto: 1968 fue un año emocionante para el rock: gran parte de lo que se escuchó durante ese año aún repercute hoy, o al menos todavía suena vibrante. De hecho, muchos de estos títulos siguen siendo fundamentales para cualquier colección esencial de discos de rock clásico. Un detalle más. Aunque parece obvio, la realidad de 1968 se filtró de lleno en la música (y en el arte en general). Hace 50 años, el mundo estaba en medio de tiempos turbulentos. Disturbios, asesinatos, guerra, viajes espaciales, pobreza, derechos civiles, libertad de expresión, la liberación de las mujeres, huelgas, revueltas estudiantiles en diversas partes del mundo, todo esto dominaban las noticias. Los álbumes publicados hace medio siglo reflejaban el caos y la agitación de la sociedad. Lo cantaba Lennon en 1968: “Dices que quieres una revolución. Bueno, ya sabes, todos queremos cambiar el mundo”. Lo cantaban los Rolling Stones hace cinco décadas también: “Por todas partes oigo el sonido de pies cargando y marchando, chico. Porque el verano llegó y es el tiempo ideal para pelear en la calle”. ¿Fue 1968 un año mejor para la música que su predecesor? No lo sé. Lo único cierto es que, ante nuestra realidad, el verano llegó y es el tiempo ideal para pelear en la calle. ¿Están listos? José David Cano


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