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Editorial
Transgresiones renovadas undada a principios del siglo por Gustavo Sainz y Alejandro Zenker, Transgresiones fue creada con el Fsumergidas firme propósito, y fina intención, de alterar el orden establecido de las publicaciones literarias de entonces, en una atmósfera solemne de autores que se tomaban demasiado en serio su papel de interlocutores xxi
con el régimen. Transgresiones, como su propio nombre lo indica, arribaba al mundo cultural con el interés de renovar la edificación de una revista de puertas abiertas a las propuestas de los otros que, aun sin pertenecer a los círculos del pensamiento (oficial o no), pudieran participar con sus ideas y su arte en la construcción de un orbe cultural más amplio, sin cortapisas ni condiciones expresivas, siempre, eso sí, con el impulso de la palabra correcta, del decir no abigarrado sino transparente, con los puntos bien redondos sobre las íes, con el aliento literario que jamás caduca. Ahora, casi tres lustros después de aquella gozosa experiencia (corta, solo de tres números por la enfermedad que empezara a padecer Gustavo Sainz, que desgraciadamente terminó con su vida en 2015), renacen estas Transgresiones, acaso con un espíritu similar pero ajustado a su tiempo. La revista no se instalará en un solo entarimado, sino que buscará diversos escenarios para abrirse camino hacia las vertientes donde la lucidez cultural se encuentre. Transgresiones es, ahora, una revista internacional donde las letras, la cultura visual (que abarca las artes en general) y el Eros (en estos tiempos en los cuales no se quiere ya distinguir la fina sensualidad de la ligera procacidad que permea, de modo masivo, en la colosal industria mediática) se fusionarán revisitándose con empeño, humor e inteligencia, en un punto coincidente y altivo: lo que nos importa es la expresión plural y fortificada, con la intervención tanto de nombres consagrados como de nuevos alientos. Estas Transgresiones también renacen porque este mundo parece virar hacia la intolerancia social, un hecho que nos ofende. Por eso estamos de nuevo en las calles, para gritar y compartir nuestras visiones de alteridad y alternancia culturales. Exhibir las ideas procedentes del ejercicio cultural siempre es reconfortante en un mundo (cada vez más empecinado en oponerse, si bien perfectamente articulado para aparentar no estar) negado a ellas. ¿Pueden realmente ser renovadas unas transgresiones que partieron de una conmoción legítima? En la práctica tal vez no, como tampoco puede repetirse, digamos, un movimiento estudiantil semejante al ocurrido en 1968 o un levantamiento indígena similar al zapatista en 1994. Estas transgresiones son únicas. Acaso puedan replicarse teóricamente, pero esta es otra cuestión. Porque una transgresión es un comportamiento que va en contra de algo no de manera gratuita o a causa de una volubilidad introspectiva, sino por una medida razonada o planteamiento reflexivo (lo contrario sería un capricho o un súbito encono). No. Una transgresión es un acto incluso de representación, simbólica o no, impugnadora contra un hecho que se ha mantenido inamovible durante muchos años gestando ya no una estabilidad conservadora, que puede irradiar inofensiva movilidad social, sino una rotura o un embalsamamiento en la actividad cultural. Estas Transgresiones, como revista, surgieron sobre todo animadas por un espíritu de iconoclastia editorial. Por eso mismo, por esta dicha de la independencia editorial, estas Transgresiones pueden ser partes anexionadas de una extensión natural de las anteriores, unas Transgresiones sólidamente renovadas porque no quieren modificar los objetivos originarios: transgredir los territorios establecidos de una prensa literaria y de cultura visual que ha preferido la estática atmosférica a la estética arrojada. De ahí que creamos que, editorialmente, sí puedan ser renovadas las Transgresiones. Salimos a la calle en tiempos de luto, en una temporada ciclónica y sísmica que ha castigado sin merecérselo a numerosa gente, ¿pero quién puede afirmar categóricamente que los desastres naturales se aproximan midiendo y sopesando la impartición de la justicia social en el planeta? La ciencia es impredecible. Y todavía, con la desgracia de la Tierra en movimiento letal, con huracanes y terremotos que se han llevado vidas insustituibles de manera intempestiva y dolorosa, hay quienes pretenden levantar muros para intentar separar a los países, que es decir a la humanidad de la humanidad misma, sin percatarse —por algún problema de entendimiento común, o por algún aturdimiento de los sentidos, o por un trastorno meditado de supuesta supremacía de raza— de que la propia naturaleza, en cualquier momento, puede no solo transgredir el orden del suelo terrestre o alterar aún más las estructuras geopolíticas de un Estado, sino devastar el mundo en menos de cinco minutos. La tragedia humana no es una transitoriedad, como las modas o el amor incluso más intenso, sino que se lleva en el alma de manera perpetua, imborrable. Hay transgresiones que no se olvidan nunca.
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Índice La cultura nacional, norteamericanizada: Gustavo Sainz Alejandro Alvarado
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“La Feria de San Marcos”: el texto escandalizador
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Reivindicación de Gustavo Sainz Ignacio Trejo Fuentes
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Director fundador Gustavo Sainz† (1940-2015) Director general Víctor Roura Director editorial Alejandro Zenker
Apocalipsis zombi José Noé Mercado
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Jaime Avilés (1954-2017) Víctor Roura
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Narrativas
26
“Hay una batalla ahí afuera, y se está recrudeciendo…”: Bob Dylan Mariano Morales Corona
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Poéticamente
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La mafia cultural: medio siglo después
48
Había una vez
50
Webmaster Yair Lira
Javier Valdez Cárdenas (1967-2017) Rossi Blengio
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Roquerías
58
Directora de comercialización Rossi Blengio
Desde Grecia, Mikis Theodorakis Guadalupe Flores Liera
60
Casi una centuria de música en un libro Juan José Flores Nava
64
El día franco de Adrián Curiel Rivera Eugenia Montalván Colón
66
Almanaque de las letras Rubén Martínez Cisneros
70
Escrituras vitales Gabriel Trujillo Muñoz
74
Pedro Valtierra: ¿dónde empieza y termina el arte?
78
La Ilustración
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Rogelio Cuéllar / 6 Federico Arana / 11 José de Jesús Sampedro / 12 Víctor del Real / 13 Francisco de la Guerra / 19 Alejandro Zenker / 20 Roberto López Moreno / 21 Juan Domingo Argüelles / 33 Jorge Ayala Blanco / 35 Fernando de Ita / 39 Eduardo Villegas Guevara / 47 Salvador Mendiola / 55 Román Rivas / 56 Pablo Fernández Christlieb / 57 Vicente Francisco Torres / 63 Luz Sepúlveda / 68 Agustín Ramos / 69
Articulistas
Artistas visuales
Pascual Borzelli Iglesias Rogelio Cuéllar Eduardo Gómez Luis Fernando Gretta Hernández Román Rivas Melissa Roura Mariana Salido Alejandro Zenker
Jefatura de producción Xiluén Zenker Jefatura de redacción Elizabeth González Arte y diseño Fernando Castillo Juárez
Subdirector de mercados Javier Flores Carranza Consejo editorial Federico Arana / Jorge Ayala Blanco / Alberto Chimal / Fernando de Ita / Juan Domingo Argüelles / Pablo Fernández Christlieb / Armando González Torres / Ethel Krauze / Roberto López Moreno / Eduardo Monteverde / Humberto Musacchio / Agustín Ramos / José de Jesús Sampedro/ Alberto Zuckermann Transgresiones, fundada en 2003 y renacida el 2 de octubre de 2017. Año 1, nueva época. Este número 1 fue impreso el 15 de septiembre de 2017 con un tiraje de 5000 ejemplares. Es una publicación bimensual editada y distribuida por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V., con dirección en Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos, Delegación Benito Juárez, C.P. 03800, Ciudad de México, teléfono 5515-1657, correo electrónico: alejandro.zenker@solareditores.com. Editor responsable: Alejandro Zenker. Reserva de derechos al uso exclusivo en trámite. Otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Licitud de título y contenido en trámite. Licitud de título y contenido en trámite, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos escritos y de las imágenes de la publicación sin previa autorización del editor responsable: Alejandro Zenker. No nos hacemos responsables por textos e imágenes no solicitados.
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Una charla con Gustavo Sainz
La cultura nacional, norteamericanizada
Alejandro Alvarado
Antes de que la enfermedad del olvido se alojara en su cabeza, Gustavo Sainz concedió esta plática. Acababa de cerrar el número 3 de Transgresiones, el último que pudiera hacer en vida. Porque poco después vino su eterno silencio.
U
na de las últimas ocasiones en que Gustavo Sainz estuvo en México sostuvimos una charla con él, en la que abordamos temas como su técnica de creación literaria, su opinión sobre la literatura mexicana contemporánea y sobre Gazapo, novela que estaba próxima a cumplir 40 años (en 2005). Con Gustavo nos reunimos en el vestíbulo de un hotel en la colonia Juárez. No era un hombre de formalismos, sino un narrador siempre dispuesto de palabras. Como el director de orquesta que lleva el ritmo de los atrilistas cuando interpreta una sonata, Gustavo Sainz se apoderaba de la charla, y con sus manos inquietas reforzaba sus ideas y enfatizaba sus expresiones. Comentaba que cada vez que escribía una nueva novela podía pasar como un experimento suyo, pero, aclaraba, para él era muy difícil explicar la concepción de cada una de sus obras. —Es muy complejo —decía—. Para mí, sería imposible escribir una novela como lo hacía William Faulkner, como lo hacen Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez; además, sería horrible tratar de repetir el esquema de estos grandes autores. Para cada novela hay un tono, una lengua, un estilo, una forma de escribirla, un punto de vista específico. Al empezar a desarrollar esos elementos, la novela adquiere e impone su propia forma y sus propias características. Cada una de mis novelas es diferente, porque, a diferencia de otros escritores de mi generación, yo no quería repetir la fórmula de éxito. Mi segundo libro, Obsesivos días circulares, no se parece en nada a Gazapo; el tercero, La princesa del Palacio de Hierro, es diferente de aquellos dos. A propósito, esta
“La literatura seria está corriendo el peligro de desaparecer, de ser devorada por los libros de ocasión”
última gozó también de un éxito arrollador. Yo habría tenido el triunfo asegurado si mi siguiente novela se hubiera llamado La hija de la princesa del Palacio de Hierro, o si la escribo en el mismo tono que en el de Gazapo, pero no fue así. La siguiente, Compadre Lobo, es una novela proletaria de dos artistas que pudieron haber elegido para ganarse la vida un oficio como el futbol, la venta de tacos o el de agentes de la policía y, sin embargo, resultaron pintor y escritor. En Un niño llamado Alfonso Reyes se cuenta la biografía del ensayista y poeta regiomontano, y la forma en que está escrita no se parece en nada a la de mis otros libros. Cada novela adquiere su propia escritura, así como su propia forma. Foto de Alejandro Zenker.
4 —Su vida en Estados Unidos y su trabajo de profesor de literatura mexicana en una universidad de Indianápolis, ¿hasta qué punto le permite estar al tanto de lo más actual en las letras nacionales? —Lo estoy. Me he dado cuenta de que en México hay una norteamericanización de la industria cultural. De los autores mexicanos actuales me gusta mucho Mario González Suárez. De los más jóvenes, lo considero el más destacado, sin duda. Disfruto los libros de Óscar de la Borbolla y los de Eusebio Ruvalcaba. Puedo comentarte que las novelas de Jorge Volpi, por ejemplo, las encuentro llenas de agujeros que no resuelve, y, definitivamente, algunas son malas. Las de Ignacio Padilla no me interesan. En fin, podría hacer una lista grande de buenos autores, pero me interesa más señalar que la literatura seria está corriendo el peligro de desaparecer, de ser devorada por los libros de ocasión, los libros fáciles, los libros que no tienen ningún problema de entendimiento, ningún cuestionamiento de la lengua. “A propósito de las mujeres, puedo señalar de ellas muy pocas novelas importantes. Me parece que todavía no se ha dado otra Elena Garro a quien considero un genio. Rosario Castellanos es una escritora increíble. Pero puedo señalar a Ángeles Mastretta y solo una novela de Laura Esquivel: Como agua para chocolate. No hay más. Es muy interesante la historia de esta novela, dado que es ingeniosa, está equilibrada y bien hecha. Su éxito cambió el mercado en Estados Unidos, en Japón y en China. A partir de que el libro se editó en inglés, todas las librerías de Estados Unidos y Japón han colocado su librerito con obras en español; antes no lo tenían. Pero Laura Esquivel después de ese libro ya no ha tenido brújula. Ha publicado puras cosas horribles”. Escribir con nuevo lenguaje —La literatura de la Onda —decía Sainz— nace por la necesidad de incorporar elementos propios de la vida de los jóvenes que antes no se habían utilizado en la literatura mexicana: grabadoras, cámaras fotográficas, las cancio-
“Cuando salió Gazapo, yo decía que los libros mexicanos estaban en las librerías como el peso frente al dólar; o sea, que por cada libro mexicano que se tuviera en la librería, había 12 estadunidenses” nes de moda o, simplemente, que apareciera una persona escuchando música en el coche y se señalaran los títulos de las canciones. Luego aparecieron otras incertidumbres, cómo debía contarse: si en primera o en segunda persona; o en qué tiempo: en pasado o en presente. La decisión era difícil. Decidí reflejar mi personalidad en la novela. Consideré importante que un muchacho modesto, clase media, de la colonia Del Valle, debería escribir para las personas de su misma colonia, así comencé la creación de Gazapo, la cual resultó más compleja de lo que imaginé. Han pasado ya 40 años de que Gazapo salió al mercado y todavía sigue vendiéndose, se tradujo a 14 idiomas y se han escrito 360 tesis doctorales sobre ella en muchos países distintos. El golpe conmocionó. Dio un golpazo tremendo en México. —La generación de jóvenes a la que usted pertenece produjo muchos cambios e inquietudes en las letras mexicanas. ¿Qué lugar ocupa Gazapo en las novelas de su generación? —Es la novela que hace el ruido en el ambiente. Hay una novela previa que no reunía esas características: La tumba, de José Agustín; se editó un año antes, pero la había escrito apoyado por Juan José Arreola, en un español muy correcto, nada coloquial, aunque el protagonista es un joven que va a encontrarse a sí mismo en De perfil, novela
que José Agustín escribe como él habla. Con nosotros se inicia un movimiento que Margo Glantz llamó de la Onda en el libro Onda y escritura en México. —A partir de ustedes comienza a surgir la literatura de los jóvenes; sin embargo, se comenta que hay muchos imitadores que no alcanzan a asimilar o a desarrollar la técnica o la concepción de la corriente. Realmente, ¿quiénes son los escritores que pueden considerarse dentro del movimiento? —Somos muy pocos. Aparte de mí, están José Agustín y Parménides García Saldaña, quien era un escritor fantástico, chistosísimo, muy auténtico. Él sí vivía de veras tanto la droga como el rock and roll. Había otros muchos escritores que siguieron o se condujeron por otro camino, como René Avilés Fabila o Jorge Arturo Ojeda; ya no recuerdo el nombre de todos; pero ahí estaban Juan Tovar, Juan Manuel Torres, quien murió pronto. En ese momento era muy importante que nosotros tomáramos la vigencia de imponer el gusto literario. Cuando salió Gazapo, yo decía que los libros mexicanos estaban en las librerías como el peso frente al dólar; o sea, que por cada libro mexicano que se tuviera en la librería había 12 estadunidenses. El dólar estaba a 12 pesos con 50 centavos. Nosotros rompimos esa ecuación, conseguimos que los escritores mexicanos fueran importan-
5 tes. En 1958 yo editaba el suplemento “México en la Cultura”, del periódico Novedades. Cuando Carlos Fuentes publicó su novela, yo le conseguí que saliera en primera plana del periódico. Para mí, era un triunfo increíble lograr que un escritor mexicano fuera tan importante como un político. Eso en los años sesenta ya era arrollador: todos los escritores mexicanos destacaban igual que los políticos. En su momento, Octavio Paz tuvo una relevancia mayor que cualquier político de su tiempo. —¿Cómo surge la Onda? ¿Es una sucesión de coincidencias literarias o es un concepto preconcebido de un grupo? ¿Ustedes se conocían desde antes? —Todos nos conocíamos. Como yo era editor literario de la empresa Joaquín Mortiz, jalaba a mis amigos; naturalmente, ellos eran buenos. Joaquín Mortiz es una editorial que destaFoto de Pascual Borzelli Iglesias.
có muy pronto porque publicaba a los mexicanos importantes, a los nuevos. Después fui, 10 años, editor literario de Grijalbo. Ahí fue el lanzamiento de Luis Spota y de otros muchos. “Con Parménides y con José Agustín nos reuníamos todos los días. Éramos amigos verdaderos. Conocí a José Agustín en la escuela de cine de la unam, ambos éramos estudiantes de esta. Un día él se me acercó y me tocó el hombro, me preguntó si yo era Gustavo Sainz. Había leído mis notas de libros en diferentes periódicos, me regaló su novelita La tumba. Luego nos veíamos a diario; nuestras esposas eran amigas. A ambos nos dieron la beca en el Centro Mexicano de Escritores. Estábamos ahí con Juan Tovar, con Tomás Mojarro, con Salvador Elizondo, con Guadalupe Dueñas. En la revista Estaciones, en los años 56
al 60, escribíamos Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, José de la Colina y José Emilio Pacheco. Todos éramos amigos. “A Parménides yo lo ayudaba mucho. Él era un desmadre completo. Lo corrieron de su casa porque golpeó, con una cadena de bicicleta, a su hermano. Vivía en hoteles. A cada rato lo metían a la cárcel e íbamos los amigos a pagar la fianza. Lo encerraron en un sanatorio para tratarle la adicción a las drogas. Yo iba a sacarlo del sanatorio para llevarlo a la unam a que diera conferencias, pero, en los embotellamientos de Periférico abría la puerta y se me escapaba. No podía perseguirlo. Ni modo de abandonar el coche en medio del Periférico. Son unas historias divertidísimas”.
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Foto de Rogelio CuĂŠllar.
Trapitos al Sol
Sierra Gorda, QuerĂŠtaro, 1980 Plata/gelatina virada al selenio, 11 x 14 pulgadas
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El texto escandalizador
La Feria de San Marcos
Gustavo Sainz
Este relato, acreditado a una autora (María Velázquez Pallares) que jura no haberlo escrito ella, fue el motivo de la infamia que creció en torno a, y contra, Gustavo Sainz, que ya radicaba en Estados Unidos cuando fue publicado. El texto (mal pergeñado, sin ingenio, inacabado, con palabras innecesarias, sin humor, sin digestión literaria) causó un escozor irritado en Carmen Romano, la esposa del presidente José López Portillo, quien se sintió, ella, directamente aludida. Este “libelo” (en palabras de Ignacio Trejo Fuentes) afectó gravísimamente a Sainz, que acababa de dejar la dirección del suplemento El Semanario de Bellas Artes, distribuido en los periódicos como encarte literario todos los miércoles: el texto estaba en los archivos de la redacción, fue tomado y publicado por Abraham Orozco (quien sustituyó a Sainz por designación de Juan José Bremer, entonces director del inba) en un acto de ligereza editorial (¿no habrá leído tal incompostura escritural?), encaminándose inmediatamente después al escándalo que costaría no solo la supresión de ese semanario, sino la tortura a Orozco, el regaño a golpes de López Portillo a Bremer y la construcción del mito mezquino contra Sainz. También María Velázquez tuvo que salir de México para evitar cualquier consecuencia mortuoria. Se dicen muchas cosas sobre este texto (Gabriel Careaga incluso tenía la teoría de que había sido el propio Gustavo Sainz quien lo escribió al saberse despedido por Bremer). Esta es una historia, sin duda, de poder.
M
e habían contado mil historias sobre la Feria de San Marcos, pero lo que yo presencié supera a todas las demás. La ciudad entera se había preparado para todos los festejos y se acercaba la hora de dar comienzo a la apertura de la Feria. Nos encontrábamos en el Palacio de Gobierno, dentro del despacho del gobernador. Después de unos minutos, empiezan a llegar las personas que acompañan a la madame, tocadores de bombos y platillos, cornetas y bongós, y la rodean, como siempre, rumberas y eunucos, dispuestos estos últimos a ametrallar a cualquiera que haga algo indebido. A pesar de la magnificencia del momento, en vez de oírse aplausos se hace un silencio mortal.
Foto de Gretta Hernández.
Todas las miradas se dirigen a ella, la Gran Puta ataviada con un vestido rojo sangre y el escote en V que le llega a la cintura. Esa visión inolvidable hace que me vengan a la cabeza mil ideas. La madame ha llegado y nadie puede emitir sonido alguno, su barriga tan inmensa, así como sus caderas, su cara tan brutalmente pintada, su pelo tan tremendamente alborotado, que ninguna persona puede decirle buenas noches. Sin embargo, no todos pudieron ver lo que yo vi. Pobre madame, no sé si fue sometida a una dolorosa operación en el pecho o simplemente le cargaron un chingadazo en la chichi que adora presumir.
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Contra la infamia
Reivindicación de Gustavo Sainz
Ignacio Trejo Fuentes
A los 74 años, el 26 de junio de 2015, muere Gustavo Sainz en Estados Unidos, país donde radicaba desde antes de ocurrir el escándalo en El Semanario de Bellas Artes. Abraham Orozco, que sustituyó a Sainz como director del suplemento, en su ignorancia periodística publicó un libelo contra la primera dama en el sexenio de José López Portillo. El siguiente texto aclara, de una vez por todas, lo sucedido con los protagonistas, y de paso reivindica al narrador que, con sus libros, modificó sustancialmente la narrativa mexicana a partir de la década de 1960.
para Alessandra, Claudio y Marcio
E
n mis tiempos de estudiante de periodismo y comunicación colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam tuve maestros extraordinarios: Manuel Buendía, Julio Scherer García, Alberto Dallal, Froylán M. López Narváez, Miguel Ángel Granados Chapa, René Avilés Fabila y una pléyade de sudamericanos exiliados en México. Con quien más acercamiento tuve fue con Gustavo Sainz, y con el paso del tiempo llegué a ser profesor adjunto. Gustavo enseñaba varias materias, pero me entusiasmó “Literatura y sociedad”, porque nos hacía leer con voracidad novelas europeas, norteamericanas, latinoamericanas y mexicanas, con orden y disciplina. Para mí fue un deslumbramiento, pues hasta entonces leía en forma caótica, sobre todo historietas y libros obligados de distintas materias. Fue, con Avilés Fabila, mi director de tesis de licenciatura, y me abrió las puertas de su extraordinaria biblioteca (40 000 volúmenes) en dos departamentos hechos uno solo en la calle de Río Nazas. Lo inaudito es que me prestaba libros especializados, algo que jamás había hecho con nadie. Juan José Bremer, director general del inba, invitó a Sainz a hacerse cargo de la
Dirección de Literatura, y este llevó consigo a tres o cuatro de sus alumnos; yo lo acompañé para apoyarlo en sus funciones de asesor literario de la Editorial Grijalbo, le hacía dictámenes de lectura que me pagaba de su bolsillo. Sus oficinas estaban en un edificio tenebroso de las calles de Dolores, y me incorporé formalmente a su equipo una vez que se mudó al tercer piso de la Torre Latinoamericana. Por obra y gracia de Gustavo se hizo la Librería del Palacio de Bellas Artes, y se fomentaron las presentaciones de libros y las conferencias; estas se hicieron masivas a raíz de la presencia de autores de la talla de Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Mario Benedetti, José Donoso, y de mexicanos como Carlos Fuentes y Luis Spota, pero sobre todo por los cocteles espectaculares donde se ofrecía whisky, ron, vodka y vinos de buenas marcas, además de canapés de calidad indiscutible: eran los tiempos en que el presidente José López Portillo se ufanaba de la bonanza nacional que debíamos aprender a administrar. Las presentaciones constantes de libros no fueron poca cosa, porque antes se hacían solo para los amigos en casas particulares o en bares (asistí a la de La princesa del Palacio de Hierro, del propio Gustavo,
que se efectuó en una galería de la Zona Rosa); de ahí en adelante, las instituciones educativas y culturales se sumaron a esa práctica: la unam abrió las puertas, para tal efecto, de su librería ubicada en Insurgentes centro. Pero sin duda el proyecto mayor que encabezó GS fue La Semana de Bellas Artes, un periódico cultural que se insertaba cada miércoles en cuatro o cinco periódicos de circulación nacional, con un tiraje escandaloso de 300 000 ejemplares. En el semanario se daban cita las mayores expresiones del arte nacional y extranjero, con alguna frecuencia se hacían números monográficos sobre, digamos, poesía polaca, o brasileña, o en torno a una materia determinada, como cuentos de Navidad y Año Nuevo. El equipo estaba formado por jóvenes recién salidos del cascarón universitario; por ejemplo, entre los ilustradores estaban los hermanos Castro Leñero. Ahí publicaron sus primeros textos escritores que ahora son figuras del mayor nivel. La Semana de Bellas Artes se volvió una lectura socorrida, porque además de la calidad de sus materiales tenía la frescura de incluir desnudos femeninos y “malas palabras” cuando
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“No es posible que, aun muerto, se le sigan cargando a Gustavo Sainz muertitos ajenos. Lo digo y lo sostengo porque estuve ahí, en medio del remolino, y por eso tengo los pelos de la burra en la mano” eran indispensables. Una vez se dio a conocer un cuento, “Únete pueblo”, de Emilio Carballido, que abordaba el asunto del movimiento estudiantil del 68, en el cual el gobierno no salía muy bien parado. La respuesta indignada de periodistas de distintos medios fue inmediata: ¿cómo es posible que en un medio oficial se publiquen estos ataques? Respecto de las palabras altisonantes, se recibieron cartas de protesta de la Presidencia, de Gobernación, etc.; en cuanto a los desnudos, Bremer se vio obligado a revisar todo el material gráfico antes de que fuera publicado. Por otro lado, hubo aciertos editoriales por lo menos curiosos: se publicó la novela Obliteración, de Rodolfo Usigli, prácticamente inédita hasta entonces, exactamente el día en que el autor murió. Luego, un cuento y retrato en portada del (casi) desconocido Luis Zapata, quien dos días más tarde fue anunciado como ganador del primer Premio de Novela Juan Grijalbo con El vampiro de la colonia Roma, un hito en nuestra literatura. Es de un episodio grave y de consecuencias nefastas para La Semana… de lo que quiero hablar. Gustavo recibió invitación de la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, para incorporarse a su plantilla docente, y Bremer estuvo de acuerdo, de manera que cuando aquél se marchó, nombró director al oscuro “licenciado” Abraham Orozco, que no sabía ni de periodismo ni de literatura
ni de nada. Su ignorancia era mayúscula, y nos burlábamos de él tratándole asuntos técnicos que, por supuesto, desconocía. “Ustedes resuélvanlo como mejor convenga”, solía ser su huida. Cierta vez armamos un número dedicado a Fernando del Paso, quien vivía en Londres. Contendría una larga entrevista que le hice a propósito de su novela Palinuro de México, publicada en España por Alfaguara y que en México solo Sainz y yo parecíamos haber leído. Además, el maravilloso texto “Camarón, Camarón”, que habría de formar parte de la novela entonces en proceso Noticias del Imperio, que Fernando nos adelantó amablemente. El número estaba formado cuando llegó Orozco, el director, y ordenó que sacáramos “Camarón…” porque debían aparecer fotos de la Revolución sandinista en Nicaragua, tan de moda, pero ya muy manoseada por los medios. De nada valieron mis protestas, y en consecuencia renuncié a la redacción del semanario y pedí mi cambio a otra área de la Dirección de Literatura. Poco después renunció la otra parte del equipo, y el tal Orozco debió formar uno nuevo con gente asimismo joven. Algún día, el tipo se dio cuenta de que en la diagramación había un hueco que debía llenarse a como diera lugar y fue a los archivos a buscar con qué hacerlo. Rescató un texto que le pareció ideal, lo mandó parar y lo publicó sin saber de las consecuencias que eso acarrearía.
La Semana… llegaba a las oficinas los martes, porque de ahí se reenviaba a las embajadas y a otros lugares, y cuando los anteriores redactores vimos “La feria de San Marcos”, exclamamos en coro: “Va a arder Troya. Y París. Y Pachuca”. Ardieron. El tal texto no era ni cuento ni crónica ni nada, sino un panfleto horrorosamente escrito por una dama de cuyo nombre no necesito acordarme y que trabajaba en alguna parte del inba. Nosotros habíamos tenido en las manos ese adefesio y lo desechamos de inmediato. Quienes estudiamos periodismo supimos que en México la libertad de expresión era irrestricta, aunque había tres figuras que no podían ser ofendidas bajo ninguna circunstancia: el presidente de la República, el Ejército y la Virgen de Guadalupe (hoy, cualquier pelagatos puede denostar al presidente y aun a las fuerzas armadas; sigue incólume el respeto a la Virgen). Y “La feria de San Marcos” era una blasfemia contra la esposa del presidente López Portillo, se le acusaba de las peores cosas, se le ofendía, se le denigraba. Pero eso no lo pudo ver el ignorante Abraham Orozco, y “rescató” el material que le hacía falta, no del “colchón”, como debía ser, porque ahí se guardaban textos atemporales que podían ser utilizados en algún momento, sino que el director del semanario fue a “la basura”, adonde habíamos confinado el texto de marras. La reacción del gobierno federal fue inmediata. El mismo miércoles en que fue publicada La Semana de Bellas Artes llegó a las oficinas de la Dirección de Literatura, todavía acéfala, un grupo de militares que apresó a Orozco y a sus colaboradores. Los llevaron al Campo Marte, y aunque los jóvenes salieron libres de inmediato, aquél recibió un castigo severo. López Portillo despidió de la dirección del inba al brillante Juan José Bremer, que estaba en Europa, y cuya única, grave culpa, fue haber nombrado al inútil multicitado pobre diablo. En los medios se hizo un escándalo mayúsculo. Columnistas prestigiados, y otros solo acomodaticios, dijeron, furio-
10 sos, que se trataba de un complot encabezado por Gustavo Sainz para vengarse de que Bremer lo hubiera despedido de Literatura. Pobres, ignoraban que el novelista y el funcionario habían llegado a un acuerdo civilizado de orden académico. Sainz tenía rato enseñando en New Mexico University, y no pudo haber colado el libelo porque el que fuera su equipo ya no trabajaba en La Semana… Mas los ríos de tinta siguieron corriendo acusando al escritor. Se trató, clara y abiertamente, de una infamia. Hasta la fecha, a raíz de la muerte de Sainz, algunos insisten en que él fue el culpable del suceso, y que si no volvía a México era porque pendía sobre él la sombra siniestra del miedo a la venganza. Falso: Gustavo venía al país con alguna frecuencia para presentar sus novedades editoriales, a ferias del libro, a encuentros literarios, y siempre fue muy bien recibido por los medios de información, impresos y electrónicos. ¿Cuál miedo a la represalia? Es lo último, la permanencia del infundio, lo que me lleva a esta tímida reivindicación de Gustavo Sainz: no es posible que, aun muerto, se le sigan cargando muertitos ajenos. Lo digo y lo sostengo porque estuve ahí, en medio del remolino, y por eso tengo los pelos de la burra en la mano. Dibujo de Mariana Salido.
Sainz y yo estuvimos siempre en contacto: nos escribíamos, y cuando venía a México, nos reuníamos para comer e intercambiar información. Una vez lo acompañé a una charla que dio en la Feria del Libro que se hace en el Zócalo de la capital; otra, cuando la uam le organizó un homenaje en la Casa de la Primera Imprenta; lo veía cada año en la fil de Guadalajara. Incluso lo visité en Bloomington, Indiana, donde por fin se estableció luego de estar en otras universidades gringas. De repente dejó de contestar mis correos, y eso me preocupó: ¿qué le dije que lo irritó a tal grado? Después supe que a otros amigos suyos (Enrique Aguilar, Josefina Estrada…) tampoco les respondía. Su silencio se debió a que el Alzheimer cayó sobre él de manera fulminante: era atendido por sus hijos Claudio y Marcio, que vivían en la misma ciudad, y por su exesposa Alessandra Luiselli, quien dejó Nueva York y se trasladó a Bloomington para cuidarlo. Gustavo murió y, al enterarnos sus discípulos y exempleados y amigos, nos consternamos. Yo lloré: me sentí huérfano.
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Perder la esperanza
Noemán, el arca y Nomberguán Federico Arana
E
l vozarrón del Altísimo Nomberguán atronó los aires con tal intensidad que Noemán sintió un estremecimiento oscuro. Por poco se caga. Incapaz de sofocar la temblorina, hubo de dar crédito a sus sentidos: ni el horno estaba para bollos, ni Aquel se prestaría a bajar la temperatura, ni sería fácil que amainara su divina exasperación. —Haz saber a tus tres hijos y a sus respectivas mujeres —ordenó a Noemán hecho una verdadera furia— que disfrutarán de una especie de crucero con 40 días de duración mientras Yo ajusto cuentas con la más fallida de mis creaciones: la y el humanidad. En verdad te digo que todos y todas serán borrados de la faz de la tierra sin piedad, sin hornos crematorios y sin derecho de réplica. Incluso quienes sean capaces de trepar a la copa del árbol de Daniel, desde donde alcanzan a verse los confines de esta planicie que habremos de devastar, terminarán pronunciando el glugluglú definitivo. —Señor, ¿esto incluye a hebreos, asirios y babilonios? ¿También a quienes desconoces o ignoras: celtas de ambos sexos, hunos y hunas, vikingos y vikingas, seminolas y seminolos, apaches y apachas, nahoas y nahuos,
olmecas y olmecos, mayas y mayos, incas e incos, chinos y chinas, japoneses y niponas, coreanos, australianos, maoríes, etcétera? —Ahórrate enumeraciones de pueblos raros y no elegidos, porque, siendo todos idólatras y paganos, con mayor razón irán al sumidero. Más aún: como te conozco de sobra y sé que vas a seguir abogando por todo tipo de gentuza aficionada a alimentos impuros y tocamientos deshonestos, de una vez te digo que voy a eliminar el catálogo completo de criaturas amparadas por el cielo: protistas, móneras, hongos, plantas, corales, insectos, peces, reptiles, mamíferos. Y aquí no hay alegorías que valgan. Solo se salvarán 3 000 000 de machos, uno por especie, más sus hembras ya formadas (porque a estas alturas del partido me es imposible modelar 3 000 000 de costillas). Ellos y ellas serán los únicos sobrevivientes en todo el mundo. One more time: en todo el mundo. Huelga decir que antes de emprender la travesía habrás de reunir suficientes alimentos y agua a discreción. —¿Pero, Señor, qué culpa tienen los niños, los dodos, los potros y los pingüinitos, qué pecados han cometido las caléndulas, las rosas y los corales? ¿No sería mejor eliminar a las bacterias patógenas,
a las amibas… y a todas esas sabandijas que creaste no sé si por error o por joder? Al menos deshazte de la Yersinia pestis, la plaga que habrá de matar a un tercio de los europeos del siglo xiv… o del causante de la malaria… o del mosco que la transmite. —Ni hablar del peluquín. Y no olvides que tus hijos y sus mujeres serán la semilla del hombre nuevo… no, corrijo, mejor digamos que de la nueva humanidad, porque luego vendrán los marxistas a marearnos con el famoso rollo hasta la saciedad y el estragamiento, lo cual puede ser contraproducente, sobre todo porque ese hombre inédito será de risa loca, procura vivir 4 000 años más y lo verás con tus propios ojos. —Entonces, el hombre nue… digo, en la nueva humanidad ¿ya no campearán lacras como maldad, protervia, lascivia, crueldad, avaricia, usura, promiscuidad, traición…? —So help me myself. —¡Guao, entonces sí vale la pena la Mano Dura! —Deja de ladrar como perro y dime: ¿estás consciente del poder ejemplarizador de una matanza como la que me traigo entre manos, de que la nueva humanidad tendrá muy presente que los antediluvianos fueron ajusticiados por andar de malandrines y cochinotes? —Bueno, bueno, ya te digo que siendo así… —Me alegra verte entrar en razón. Por supuesto que así será, de modo que no te atrevas a desafiar mis Órdenes ni critiques a mis engendros, ¿o es que pretendes renunciar a mi dulce Compañía? —No, no, está bien, tus deseos son órdenes, pero me parece a mí que un arca
capaz de albergar a tantas parejas y sus alimentos tendrá que pesar… mira, así a botepronto, pesará cerca de 2 250 000 toneladas y contará con 180 kilómetros de eslora por 60 kilómetros de manga. Serán necesarias 1 800 000 toneladas de ciprés de segunda y 450 000 de primera, 280 toneladas de clavos, 19 000 barriles de alquitrán, 100 toneladas de cuerda para usos varios, 2 toneladas de amarras, 80 000 pernos de roble, 900 grúas, 1 500 sacos de masilla marina, tanques de agua potable para 240 000 000 de litros o al menos una planta potabilizadora… ah, y un astillero de 190 kilómetros de largo por 61 de ancho, 1 000 cazadores amigables y desarmados, 600 veterinarios, 500 ingenieros agrónomos, macetas, macetones, abono… —¡Basta de cháchara!, ponte a trabajar, y ten presente que quizá la encomienda te tome 40 años, pero te garantizo que la maldad y la cochinotería saldrán para siempre del círculo de la tierra. Ah, y los condenados deben perder toda esperanza, porque al cordelote encargado de sujetar al mundo le pondré grasa aeroShell del seis para imposibilitar el escape. ¡Ja, ja, ja! Moraleja: No emprendas obras titánicas sin estudios de factibilidad y prospecciones más o menos serias.
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CronoGrafías
1967, “A Whiter Shade Of Pale” José de Jesús Sampedro
Y
/o de Procol Harum, de Procol Harum. Cuanto recuerdes ahora tú, ocurrirá. Cuanto ahora olvides tú, ocurrirá. Recuerda entonces, olvida... Y/o va y viene y/o ahúma afuera casi la luna. La decembrina niebla emula a aquella impronta niebla que medio impregnaba a un oblicuo Boris Karloff en Die, Monster, Die’ (una incierta película que me generó después una incierta propensión hacia el miedo). Y/o va e irradia y viene y/o ahúma afuera casi la luna. La decembrina niebla emula a aquella impronta niebla también que medio conjuraba el muy severo juicio de un G. W. V. Leibniz ante mi manifiesta ausencia de fe ante su Infinitesimal Cálculo Diferencial e Integral que, como preparatoriano esclavo, estudiaba (y cuyo impecable enigma aún y siempre me ahínca). Y/o subyace a mi Dupla Alma la música. Cautiva y vacua y tenue y ardua y furtiva, la música. Ninfea y hemiedría y piedra, la música. Y, eclisa aórtica, esta música. Porque desde que compré el Procol Harum, de Procol Harum, una inmersa especie de metafísica (disímil símil solo o a facsímil de una entreordinaria heurística de lo Hermético, de una entreordinaria hermética de lo Heurístico, disímil símil solo Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
o a facsímil de una nihilista métrica que antecede a la recrudescencia al límite de una inmersa especie de indemnidad, de duerme y/o vela) o absorbe o insufla la curva de mi planudo Plan Familiar y muda el mustio barrio justo a la orilla. Días de cofres íntimos que un fungible océano en cierne atrae hasta las suntuosas barbas mismas de tus zapatos. Días de idóneos muebles que te avalúan crujidos simples de Dios cuando ni la libélula ni la luciérnaga nuclean. Días de objetos cáusticos que el oncocaedizo duende Yngwie tramó para que los exultaras en bicicleta. Días de insignes biombos que a la impoluta artritis de la habitación le cuesta acaso un tolueno desencordártelos. Y/o de interna atmósfera donde hoy Tánatos y/o Eros o interpretan e intercambian magras nociones, y/o conmutan e intercambian magras nociones (y/o de carambola o de croquet lerdo la decembrina niebla ahúma fluye de nuevo y parece incluso que mejor y/o estoicamente emula a la fenoménica que corresponde y toda a la luna), me suena y suena el Procol Harum, de Procol Harum, y me sugiere un obvio ritmo o angélico y/o diabólico, y me persuade a declararme o en alerta y/o absorto. Absorto, alerta. Y/o una salva euritmia en ritmo que instaura el Ritmo (y que vindica o que involucra ex aequo tanto a Johann Sebastian Bach como a Karlheinz Stockhausen) de alterno modo ex aequo instaura tanto una historia como una más intuida memoria. Y/o el loable piano delinea al órgano, y/o el loable órgano delinea elude a la batería, y de “She Wandered Through The Garden Fence” yo me confío al futuro ignaro de una inscripta muchacha, y/o la batería es loable porque delinea alude a la guitarra, y de “A Christmas Camel” yo conduzco a Bekaa a una caravana beduina, y/o la guitarra es loable porque delinea a la batería, y… El amplio bajo allá exclama: “Comienza 1967”.
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La eficacia magnífica de Rubén Armenta
La vida pagana Víctor del Real Las historietas son materiales para resistir la realidad. Carlos Nine
R
esulta alentador observar a algunos jóvenes dibujantes de historietas de México solidarizarse a favor de un colega. En este momento, la fragilidad de la salud de Rubén Armenta pende de un hilo; maniatado por la falta de recursos y la negativa de ser atendido por el Seguro Social, reveló en las redes sociales su desesperante estado de postración que le impide distribuir su famosa revista alternativa El Monito como antes. En mi percepción, Armenta es en la actualidad un personaje imprescindible de la historieta mexicana independiente. En 1993 comenzó a deambular por el taller de dibujo que la revista de historietas Gallito Comics organizó en su local de Orizaba 13-1; ahí, muy pronto tomó conciencia de sus limitaciones como dibujante, pero él quería participar a toda costa en el bizarro mundillo de la historieta. Un día llegó con una nueva idea: seleccionó los paquetes devueltos por los distribuidores del Gallito, los metió en una valija de lona y comenzó un sistema acaso inédito de distribución ciudadana: de mano en mano. Se paraba en las puertas de los cch, las enep (hoy fes) y de las facultades de la Ciudad Universitaria y ofrecía, sin timidez, los trazos y garabatos de sus compañeros del taller. El experimento resultó muy satisfactorio: regresaba feliz a la calle Orizaba y mostraba su maleta casi vacía de publicaciones, agitaba los billetes recolectados y desparramaba en la mesa de trabajo decenas de pesos, dieces, veintes y tostones. Rubén tomó la aventura por su cuenta y, en lo sucesivo, agarró camión para repetir el método en las escuelas y facultades de Guadalajara, Monterrey, Morelia, San Luis Potosí, Puebla y varias ciudades más. Los historietistas del Gallito tuvieron en Armenta a un embajador eficaz: aprovechaba el viaje para conocer a la gente que dibujaba en cada parte y así se enteraba de su movida cultural. Muy pronto se hizo muy rico, millonario, en amistades que lo estimaban, reconocían y admiraban. En uno de tantos regresos que tuvo a la capital, decidió ya no llamarme “Víctor”, me nombró “colega”. Su voz, afectada por una curiosa resonancia nasal, adquirió mucha convicción, la suficiente para organizar y publicar, con sus propios recursos, una revista de tamaño media carta, a una tinta y portada en color, denominada El Monito (http:// monitonias.blogspot.mx/), donde concentró el trabajo de decenas de dibujantes emergentes y, una que otra vez, algunas piezas de autores más avanzados.
La pureza e inocencia de Rubén Armenta, transformada en ganas de vivir y servir, contrasta con el humor pacato de los que hemos andado alguna vez en esos menesteres. Hoy todos lo reconocen en el medio por su firme vocación de editor y, no pocas veces, por su solidaridad con los creadores caídos en desgracia. Por ello, digo, es estimulante la solidaridad de los dibujantes amigos del director de El Monito. El Dibujómetro organizado el pasado 6 de agosto, que reunió fondos para su atención médica, puso en claro la relevancia adquirida por Rubén Armenta en las filas de los dibujantes de historietas y, permítanme decirlo, en la cultura mexicana moderna. La larga marcha de Zenaido El dibujante oaxaqueño Zenaido Velázquez, viejo gremialista de los historietistas de industria, me lo advirtió en 1992: “Hace falta solidaridad en el gremio. Tenemos que defender todos nuestros derechos”. Su preocupación era compartida por varios historietistas ahora recientemente fallecidos, como Ángel Mora (Chanoc), Sixto Valencia (Memín Pinguín) y Germán Valdiosera (pionero de El cosaco, El Ladrón de Bagdad, Simbad el marino, Medio Litro), y aun por el excepcional Alberto Maldonado (El Pantera). Ya han pasado muchos sucesos bajo el puente neoliberal que aniquila nuestros sueños más caros; no obstante, la idea de Zenaido sigue vigente: “Hay que defendernos”. Y esta frase, que a muchos parece necedad de un personaje prototípico del desarrollo estabilizador, adquiere su sentido real y sabiduría al enfrentarnos a situaciones de sobrevivencia como la de Rubén Armenta, porque de pronto asumimos conciencia, ignoro si plena, de nuestra desnudez. En el país hay una agenda muy amplia y compleja para explicar el fenómeno deslumbrante del historietismo nacional. Sin embargo, también podría analizarse la contradicción surgida entre la voz nacional, de categoría solidaria y gremial, de los dibujantes locales más insignes, y la vacua estridencia humana de la invasión editorial de las trasnacionales de la historieta. He aquí dos temas pendientes, claramente antagónicos, que explican el triste chisguete producido por los creadores del día que se dedican a la historieta: por un lado, la permanencia irremediable, pero no atendida, de la reflexión profunda acerca de nuestra historieta autoral del siglo xx y lo que va del xxi y, por la otra, la felicidad estrambótica atraída por el desfile neoliberal de fruslerías y cuentas de vidrio, con una narrativa zafia y un dibujo que pisotea nuestra tradición simbólica. Si la depredación global está a punto de arruinar nuestra lengua, ahora pretende secuestrar nuestro imaginario, consciente de que, como lo sentencia Serge Gruzinski: “Con el mismo derecho que la palabra y la escritura, la imagen puede ser el vehículo de todos los poderes y de todas las vivencias” (La guerra de las imágenes, Fondo de Cultura Económica, México, 2006). Bajo la lluvia persistente de adversidades, los temas esenciales del gremio historietístico subsisten ante la ignorancia, los juicios lapidarios y aun frente a los estigmas. Entre este desastre, la labor modesta y desinteresada de Rubén Armenta y Zenaido Velázquez refulge con la intensidad de una conciencia abierta para resistir la realidad.
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Fragmentario
Apocalipsis zombi La pesadilla está por comenzar
José Noé Mercado
Fragmento de la novela Apocalipsis zombi: la pesadilla está por comenzar (Ediciones B, 2017, 424 páginas). Arriba del Airbus A-340, el curso de las acciones seguía siendo raro a juicio de Luciana Scaramelli. Luego de acomodarse en su asiento 14-F y ajustar el cinturón a su escuálida cintura, miraba con inquietud por la ventanilla el cielo oscurecido del Distrito Mexicano.
L
a lluvia que la había incomodado todo el día amainó, pero en ese ambiente húmedo las lámparas de luz casi ámbar ganaban un toque espectral, toda vez que sobre las pistas de aterrizaje no se visualizaba movimiento alguno. Por el contrario, en el aire podía distinguirse una formación de aeronaves que sobrevolaban en fila una amplia zona de la terminal aérea, muy probablemente en espera de que la torre de control les diera el permiso para descender. Lo que más extraño le resultaba a Luciana es que el controlador aéreo no hubiera desviado ya esos aviones a un aeropuerto alterno. Desconocía cuál era el más cercano al Distrito Mexicano, porque en rigor ésta era su primera visita a la ciudad. Pero, desde su perspectiva, debía existir una o varias opciones para una urbe tan colosal, con cerca de veinte millones de habitantes.
“¿Cuánto tiempo se puede mantener en sobrevuelo un grupo de aeronaves sin el riesgo de consumir el total de su combustible, o de que se acumulen tantas en la fila que puedan colisionar?”, se preguntaba la periodista. Por otra parte, aunque ya todos los pasajeros del vuelo 1408 estaban en sus lugares y se había cerrado la puerta desde hacía más de media hora, durante la que Luciana bebió el cuarto y quinto vaso de café expreso de la tarde, no parecía que en realidad fueran a despegar. Por eso, cuando miró en la pantalla de su iPhone que daban las diecinueve horas, se levantó entre enfurecida y desgastada para exigir hablar con el capitán Vicente Vicuña. Las azafatas trataron de persuadirla para que regresara a su asiento, pues el ánimo de reclamo sin duda se propagaría a los demás pasajeros. Pero el intento de freno solo alentó más la extrover-
“Sí, El Guardián SCL. Y, si fuera el caso, trabajo también en medios electrónicos y tengo numerosos contactos; pero ¿de verdad me está pidiendo que informe sobre una invasión zombi, capitán? Por favor, seamos serios” sión de la reportera andina, complacida por actuar frente a una audiencia. —Oiga, nadie impedirá que hable ahora mismo con el capitán, ah, y menos usted, señorita, con ese aliento alcohólico por el que seguro podría perder su plaza —exclamó Luciana a unos pasos de la cabina de pilotos. La sobrecargo aludida, que ya odiaba a Luciana desde la sala de abordaje cuando le arrebató el micrófono, de nuevo sintió ganas de arruinarle con un arañazo el terso cutis
a la joven. Pero se contuvo ante la posibilidad, en efecto, de quedar sin empleo. O de ser llevada a juicio como William Whip Whitaker, el personaje interpretado por Denzel Washington en Flight, por pilotar y accidentar el vuelo 227 de SouthJet en estado inconveniente. Ella quizá no estaba tan alcoholizada, pues solo había bebido un poco de whisky para aligerar la crisis en la sala de abordar; sin embargo, sí había esnifado un par de líneas de cocaína en la intimidad de un sanitario,
15 como siempre que servía en un vuelo de varias horas. El capitán Vicente Vicuña Subercaseaux, gorra con múltiples insignias, gafas oscuras y un traje tan impecable como el que porta Leonardo DiCaprio en Catch Me If You Can, abrió la puerta de la cabina y disminuyó la tensión del momento. —¿En qué puedo ayudarle, señorita? —dijo el piloto con voz calmada y suave; su rostro estaba minuciosamente afeitado. —Mi nombre es Luciana Scaramelli. Soy periodista del Foto de Gretta Hernández.
diario El Guardián SCL y le pido de la mejor forma que me diga qué está pasando. Tenemos cerca de tres horas retrasados y la sobrecargo ebria que tiene en su avión solo nos da excusas. ¿Qué pasa, capitán? El capitán Vicuña mira a través de sus gafas oscuras a la sobrecargo, valorando su semblante. No está dispuesto a reprenderla en público, sin duda por sus modales caballerosos, pero sobre todo porque detrás del hombro de Luciana se acumula ya un grupito de pasajeros que co-
mienza a expresar sus quejas en voz alta. La prioridad del piloto no es resolver las inconformidades de cada individuo, sino atender el verdadero problema que los mantiene en tierra. Por ello, considera preferible hablar con una persona, una suerte de representante, que con una turba. —Señorita Roncagliolo: después hablaremos sobre su comportamiento profesional. Le pido en estos momentos que invite a nuestros pasajeros a regresar a sus lugares; ofrézcales otra ronda de be-
bidas o algún bocadillo de su apetencia, mientras yo hablo en privado con la periodista… —Scaramelli. Luciana Scaramelli, capitán. —Con la señorita Scaramelli. ¿Puede acompañarme a la cabina, Luciana? —invita el capitán Vicuña abriendo la puerta de la cabina de pilotos. Con movimientos delicados pero precisos, el capitán Vicuña saca una silla plegable de un compartimento detrás de su sillón de mando giratorio. La ofrece a Luciana extendiendo la mano y ambos toman asiento. En la imponente cabina de control, donde se acumula el aroma a maderas y lluvia en el bosque de la loción de Vicente Vicuña, se encuentra también otro hombre. Se trata del joven copiloto Federico Nieves, ensimismado en la lectura y anotación de múltiples datos que arrojan las pantallas del panel de instrumentos. —Señorita Scaramelli, ¿cree usted en los zombis? —pregunta el capitán. —¿Cómo dice? —reprende la periodista con un tono agresivo que deja claro que no está para bromas. —Sé lo estúpido que debo parecerle con mi pregunta, pero no hay mucho tiempo para rodeos. Recibí reportes extraoficiales de que en el aeropuerto hay seres muertos que siguen moviéndose y atacando a los vivos. Luciana Scaramelli suelta una carcajada estruendosa. —Mentiría si le digo que sé cuáles son las dimensiones del problema —continúa Vicente Vicuña, como si no hubiera escuchado la risa de su interlocutora—. Y eso es porque hasta este momento
16 nadie las conoce con exactitud. Pero puedo asegurarle que el ataque de esas bestias es lo que ha cancelado las operaciones de esta terminal aérea. Desconozco si es porque quieren aislar la crisis o porque no quieren que se agrave desde fuera. —¿Del aeropuerto? —Del país, señorita Scaramelli. Hay una emergencia nacional que no ha sido declarada, pero eventualmente así será. Perdimos comunicación con el extranjero, aunque lo último que supimos desde Santiago es que el aeropuerto estaba cerrado al tráfico por una crisis atípica y no podían recibirnos hasta nuevo aviso. Algo parecido nos dijeron en otros sitios de Sudamérica. Con Europa y Norteamérica ya no logramos comunicarnos; al parecer, las redes hacia el exterior están caídas. No sé qué esté ocurriendo en otras latitudes, pero no me parece descabellado pensar que algo no muy distinto a lo que sucede aquí y que nos tiene en grave peligro. —¿Usted vio personalmente alguno de esos ataques, capitán? —Un par de amigos del servicio de inteligencia del aeropuerto, gente de toda mi confianza, me filtró los reportes de ataque en diver-
sas áreas de la terminal, para procurar que me pusiera a salvo. Supongo que me aprecian y he sido privilegiado al recibir la alerta roja. —¿No puede tratarse de una broma de parte de sus amigos de inteligencia? —Señorita Scaramelli, el tiempo se agota y debemos actuar. Es justo que no crea en los zombis; supongo que ellos la atacarán sin necesidad de creer en usted. —¿Por qué me dice esto a mí? —Usted quería conocer las razones del retraso de nuestro vuelo. Quería la verdad. Y, además, es periodista, quizá debería informarlo con urgencia a su medio de comunicación. ¿El Guardián, me dijo? —Sí, El Guardián SCL. Y, si fuera el caso, trabajo también en medios electrónicos y tengo numerosos contactos; pero ¿de verdad me está pidiendo que informe sobre una invasión zombi, capitán? Por favor, seamos serios. La mente de Luciana cuestiona la veracidad de lo que ha escuchado, por lo que se desconcierta por varios segundos, que el capitán Vicuña Subercaseaux aprovecha para ajustarse las gafas oscuras de gota montadas sobre
un armazón de oro puro. Se genera un silencio que es interrumpido por el tipeo del copiloto, que continúa abstraído, atendiendo diversas pantallas y hablando monosílabos o coordenadas por su micrófono de diadema. —Muy bien, capitán. Dígame algo —dice Luciana pausadamente, como si paladeara la aplicación de un posible touché—: ¿para qué nos ha hecho abordar, si las operaciones del aeropuerto están detenidas? ¿Qué sentido debo encontrar a que nos tenga metidos en este avión, si no vamos a despegar? La periodista mira sin parpadear el rostro del capitán, en espera de una reacción que delate puntos de su ficción zombi. —Al ser alertado, he sido protegido. Y yo los hice abordar a ustedes para protegerlos. Ser el capitán del vuelo 1408 me hace responsable de la seguridad de todos los pasajeros —responde con firmeza el piloto. Sus facciones han ganado rigidez varonil—. Las autoridades del aeropuerto, me queda claro, no harán mucho por la gente. Por alguna razón, que no dudo que venga del Ministerio de Transportes y Comunicación, o directamente del gobierno de la Federación, han preferido no anunciar lo
“Experimenta, entonces, un latigazo de pánico. Quisiera una bocanada de aire fresco, pero no lo dice. Prueba una llamada a su amigo Lautaro y comprueba que su teléfono está muerto aunque sigue encendido. ‘Como un zombi ’ , piensa con aire macabro”
que ocurre y eso constituye un grave peligro. Quizás esperan tener las cosas bajo control antes de informarlo. Mientras escucha a Vicente Vicuña, la reportera ha sacado su iPhone y digita en la pantalla con velocidad. Al parecer, el asunto sí es serio. La factura mensual de su plan completo de telefonía y datos es pagada puntualmente por el periódico, como parte de los gastos profesionales de sus empleados. Sin embargo, Luciana se da cuenta de que en este instante no tiene internet ni funciona el roaming internacional. Intenta comunicarse con su diario y con otros contactos que tiene en medios chilenos, pero no lo consigue. Experimenta, entonces, un latigazo de pánico. Quisiera una bocanada de aire fresco, pero no lo dice. Prueba una llamada a su amigo Lautaro y comprueba que su teléfono está muerto aunque sigue encendido. “Como un zombi”, piensa con aire macabro. —No se angustie —dice el capitán Vicuña, que parece ganar seguridad al percibir el nerviosismo interior de la periodista—. En este momento, quien solo sepa llorar, terminará mordiendo. Alguien llama a la puerta de la cabina de pilotos. El capitán Vicuña abre y se encuentra con un joven que le apunta con su celular para grabarlo. Es Kevin Dosal, quien no puede ocultar el miedo en su rostro. —¿Qué sucede, Kevin? —pregunta Luciana al incorporarse de la silla plegable. —Me gustaría mostrarles algo —dice el alterado cineasta.
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“Todo lo que hemos hablado, señorita Scaramelli, no ha sido una pérdida de tiempo como podría parecer —explica el piloto—. Por el contrario, lo hemos ganado. Necesitábamos una prueba para persuadir a los pasajeros de nuestro plan de escape. Así no se sentirán secuestrados. Ahora nos creerán y comprenderán lo urgente que es salir de aquí, ¿no cree?” Deja de grabar. Busca entre los archivos de su teléfono y pone play a un video. El copiloto, Federico Nieves, interrumpe la lectura de instrumentos. —Creo que llegó el momento, capitán —dice mientras se levanta del asiento y se acerca para ver también el video. — ¿ Q u é m o m e n t o ? —pregunta Luciana, sin recibir respuesta. En la pantalla del celular de Kevin se observa cómo tres figuras sombreadas se acercan a una cuarta y la derrumban en una calle de rodaje para morderla entre manoteos de la víctima. Parece que se la tragan en bocados, pero la escena no es muy detallada a causa de la oscuridad. —Grabé a través de la ventanilla —explica el cineasta. Su voz se convierte en una suerte de comentario del director, como la que se incluye en los extras de una película en dvd o Blu‑ray—. Lo verdoso de la imagen es porque puse la visión nocturna para distinguir mejor lo que pasaba y así captar esa barbarie. Por intervalos, el video cobra una claridad notable que
documenta un festín carnívoro con acentos de sangre y terror que eriza el cabello de todos en la cabina de pilotos. —La imagen se ve perfecta cuando es iluminada por las luces de los aviones que sobrevuelan el aeropuerto —continúa Kevin—. Luego vuelve la penumbra a la avenida, pero no es difícil imaginar lo que ocurre en ese verdor mientras
alumbra el siguiente avión. Esta parte es escalofriante, miren. Aun cuando gana claridad con la intermitencia lumínica, el video no tiene mucha resolución porque Kevin grabó con todo el zoom-in. Más allá de ese aspecto, por la calle de rodaje se observa correr a cuatro hombres con toletes que llegan para tratar de auxiliar a la primera víctima. Golpean
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
con furia a los tres atacantes sin que los macanazos surtan efecto, y cuando el cansancio les dificulta seguir, también caen en las garras de esos seres que sin reparo los mordisquean. La grabación termina cuando cuatro nuevas figuras que trastabillan al caminar por la calle de rodaje se unen poco a poco al ataque. La imagen se pixela incluso en algunos segundos, pero eso no impide que algunas vísceras y huesos al descubierto revuelvan el estómago de Luciana Scaramelli. —En efecto, el momento ha llegado —se dirige el capitán Vicuña al copiloto Federico Nieves—. Llegó la hora de correr. —¿Qué ocurre, capitán? ¿A qué se refiere? —pregunta la periodista con ganas de vomitar. Kevin es quizás el más impactado con las imágenes. Está sorprendido de ver lo que él mismo grabó, ya que por la ventanilla del avión
18 no captó los detalles que ahora se alojan en la memoria de su teléfono celular. Y aunque pueda borrarlos de ahí, de donde jamás desaparecerán será de su mente. —Todo lo que hemos hablado, señorita Scaramelli, no ha sido una pérdida de tiempo como podría parecer —explica el piloto—. Por el contrario, lo hemos ganado. Necesitábamos una prueba para persuadir a los pasajeros de nuestro plan de escape. Así no se sentirán secuestrados. Ahora nos creerán y comprenderán lo urgente que es salir de aquí, ¿no cree? —¿Pero de qué sirve, si no hay aeropuertos para ir y el avión ni siquiera tiene autorización de despegue? —Llamémosle instinto de supervivencia, Luciana. Es probable que no tengamos a dónde ir, pero lo cierto es que si nos quedamos aquí todos moriremos. Cuando se está en peligro inmiFoto de Gretta Hernández.
nente se grita o se corre. Correremos. —¿Correremos? —En medio de esta crisis, Luciana, ¿quién necesita autorización para despegar? ¿Acaso se necesita permiso para salvar la vida? En el aire buscaremos opciones de comunicación y en Chile conozco pistas de aterrizaje en desuso las cuales podríamos utilizar. —¿Quién ha decidido el plan? ¿Usted, de manera unilateral? ¿Sin considerar la voluntad de, no sé, más de trescientas cincuenta personas? —Trescientos setenta y un viajeros a bordo, más la tripulación. Ocho sobrecargos, uno por cada cincuenta pasajeros o fracción como indica la ley; el capitán Vicuña y yo. Trescientas ochenta y un vidas en total —precisa Federico Nieves. —Espero que no se complique demasiado la labor de convencimiento, Luciana. ¿Puede prestarme su celular,
muchacho? —pregunta y ordena a la vez el capitán Vicuña. Kevin le entrega su teléfono y el piloto lo pone en manos de Federico—. Por fortuna, nuestro copiloto es un hacker. Va a cargar el video por Bluetooth a nuestro equipo y de ahí lo transmitiremos a todas las pantallas de la aeronave. Si usted gusta, joven, puede volver a explicar su grabación a través de este micrófono para que todos los pasajeros lo escuchen. Vicente Vicuña Subercaseaux, piloto del vuelo 1408 de Annapurna Airlines, hace preguntas y sugerencias. Pero solo aparentemente. Son órdenes porque siempre está capitaneando.
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Agosto sin escafandra
Historia y pesadilla, farsa y literatura Francisco de la Guerra
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n agosto buceaba sin escafandra entre las cajas de la biblioteca de un amigo, rescatada de las tormentas y los viajes, un buceo incluso entre los vestigios de los gustos librescos de una familia de fines del siglo pasado: un atlas enciclopédico de un mundo con fronteras ya inexistentes, libros ilustrados de Quino y el Tarzán de Burroughs, El hacedor de Borges, un volumen inquietante sobre fenómenos parapsicológicos en la URSS, la versión en inglés del Ulysses de James Joyce y Agosto de Rubem Fonseca. En esos días se consumaba lo que en los medios se llamaba el impeachment a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, que, según recono-
cidas posiciones, como la del expresidente uruguayo José Mujica, en realidad encubría un novedoso mecanismo de golpe de Estado en América Latina, pero sin los habituales militares, muertos ni desaparecidos ni torturados, hasta ahora. Ulysses es una novela que se aparta deliberadamente de lo histórico-político, pues se trata de una obra que experimenta con los flujos corporales y psíquicos de los personajes; sin embargo, en una parte es posible entrever los conflictos del nacionalismo irlandés y las obligaciones religioso-patrióticas, y entonces aparece esa frase que resume, desde mi punto de vista, las complejas
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
relaciones entre la historia y gran parte de la mejor literatura latinoamericana. El libro de Fonseca tiene como epígrafe: “La historia —dijo Stephen— es una pesadilla de la cual trato de despertar”, este enunciado, traducido mejor en otro lugar como “La historia es una pesadilla de la que estoy tratando de despertar”, expresa muchas ideas en torno a la historia. Esta puede ser concebida como una sucesión interminable de horrores de los que cualquier persona, razonablemente, trata de escapar para simplemente vivir; también puede expresar un rechazo a valores o ideologías que llevan a la confrontación; incluso puede expresar el deseo de permanecer en un espacio de confort. Para escritores como Alfonso Reyes podría expresar la idea de que la literatura no es una actividad ancilar para la política, la moral o cualquier otra finalidad didáctica. También podría expresar el rechazo de obligaciones patrióticas (salvo quizá las embajadas), odiosas para el artista, o el simple disgusto con un contexto no estético. Sin embargo, la historia es una pesadilla de la que
no podemos despertar. Y en América Latina esta pesadilla se transforma en una fuente literaria fecunda, ya sea en una elaboración mágico-mítica, como en Carpentier o García Márquez, o una literatura “neorrealista” que reelabora la historia, como en Vargas Llosa o Rubem Fonseca. Agosto, de Fonseca, tiene como trama la investigación de un asesinato que desata los mecanismos de un golpe de Estado en 1954 contra el presidente Getulio Vargas, catalogado como representante del populismo latinoamericano. Demasiada historia, porque los hechos son reales, podría decirse, pero Fonseca, a la altura de los mejores escritores, plantea la tragedia, que culmina en el suicidio del mandatario, como ligada a la del comisario Mattos, un policía casi inverosímilmente incorruptible. Pero si la historia es una pesadilla, podría decirse, recordando al autor de El 18 brumario, que la pesadilla ocurre dos veces, una vez como tragedia y otra como farsa. Algo así en el contexto de dos agostos, el de la novela de Fonseca y el agosto de Dilma.
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Sin mis manos Foto de Alejandro Zenker.
Soltó mi mano, temerosa: “No lo hago”, dijo, “desde que él partió”. No soy un mago de los olvidos, así que, aun atraído de su íntimo cuerpo, fui en vida caído. Víctor Roura
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Imágenes I Maginaciones
Padre Góngora: sumos, sumas sobre el pino cuadrado Roberto López Moreno
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e esta manera se resuelven los asuntos todos en el país. Al personaje calificado se le deslinda de las responsabilidades para las que es apto y se pone en su lugar a quien solo hace subsistir su imagen mediante el juego y rejuego de situaciones políticas, matreras por lo regular, en las que se componen y descomponen quehaceres politiqueros al servicio de vanidades y ambiciones. Y los personajes se prestan aunque tengan la mínima calidad para lo que son designados; así nos encontramos —como un ejemplo nada más,
Foto de Gretta Hernández.
uno entre mil— despachando en la Secretaría de Educación Pública a un señor que llega tratando de imponer una reforma educativa, así, con minúsculas, que, ya se ha dicho, en este caso no es educativa sino administrativa. Reforma educativa, eso hemos estado pidiendo desde hace bastantes sexenios, y ahora nos salen con esto que podríamos llamar una jugarreta más en torno al tema, una jugarreta triste encabezada por una persona a la que una niña de primaria le enseña a pronunciar leer (paso a crer).
Línea sempiterna, pero no, el trazo que se curva espiral esta vez cierra para reiterar el episodio fársico. Entonces la curva se curva a cero. Acerada imposición apoyada incluso en el polvo expansivo de azufre, carbón y salitre. Ya en la necedad absoluta del cero por cero, el profanador se levanta el dedo que habla y dicta desde sus desfavores lacrónicos. Pero por encima está la historia, y la curva cerrada a fuerza de perversiones se volverá línea sostenida por la verdad necesaria. Prometeo, personaje principal de esta columna, asistirá al reencuentro con la lógica maltratada y la luz será luz y la sombra tal será para que ocupe su bienganado lugar la hipocresía. En la otra cara del “volado” la línea sempiterna continuará su camino siempre pueblo.
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Jaime Avilés (1954-2017)
La rendición ante una mirada nausícaa
Víctor Roura
El pasado martes 8 de agosto falleció, invadido de cáncer, el cronista Jaime Avilés. Oriundo de la Ciudad de México, cobró importancia a finales de los años setenta en el diario unomásuno que renovó la manera de hacer periodismo en el país. Reportero de ese diario, de El Día, La Jornada, Proceso y El Financiero, Jaime Avilés, en sus últimos años, se dedicó al columnismo político en un abierto respaldo al líder de Morena (proselitismo periodístico, le llamaban algunos amablemente al nuevo quehacer de Jaime Avilés), que lo distanció de otros medios que lo buscaban para que continuara afinando su irónica pluma de cronista, género al cual le aportara su lúcida estructura gramatical.
L
a imagen idílica del país durante el salinato, forjada a lo largo del sexenio en costosas campañas propagandísticas, se derrumbó en menos de 24 horas: la aparición, el 1 de enero de 1994, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional exhibió la otra cara de ese México que el aparato gubernamental se negaba a ver y a atender. Reunión de emergencia del gabinete de seguridad nacional en Los Pinos: “Sudoroso, mal dormido, estragado por el festín de la noche de Año Nuevo que fue suspendido abruptamente por la rebelión zapatista. Justo Ceja, el gordo y multimillonario secretario particular de Salinas, entra con una transcripción, plagada de erratas, de la Declaración de la Selva Lacandona”, que el presidente de la República lee en voz alta a toda velocidad, bisbiseando: “Después de haberlo intentado todo por poner en práctica una legalidad basada en nuestra Carta Magna, recurrimos a ella, nuestra Constitución, para aplicar el artículo 39 que a la letra dice: ‘La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo el poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno’. Por tanto, en apego a nuestra Constitución,
emitimos la presente al ejército federal mexicano, pilar básico de la dictadura que padecemos, monopolizado por el partido en el poder y encabezado por el ejecutivo federal que hoy detenta su jefe máximo e ilegítimo, Carlos Salinas de Gortari”. O sea yo, dice, y sonríe con un gesto encantador el presidente. —Es una provocación —dice Jorge Carpizo. —Así no escriben los indios —refunfuña Patrocinio. —Pero, ¿quiénes son? —tercia Diego Valadés. Todos guardan silencio. Un año antes, Serapio Bedoya se conmociona cuando conoce a Nausícaa, la hija del rey de los feacios, la más hermosa que jamás contemplaran los ojos humanos. “Porque el golpe visual lo traspasó como un sable, porque fue como un infarto o como una trombosis, porque hacía un instante gozaba de aparente salud y ahora flotaba en la demencia, porque los ojos eran verdes como la pulpa del kiwi y en el sol eran de almíbar y a la sombra eran de miel, porque llevaba una trenza dorada que colgaba como un animal vivo sobre la espalda, porque era la misma que vio Ulises después del naufragio, porque tenía los hombros redondos y desnudos,
pero sobre todo porque no pudo evitarlo. Serapio Bedoya se puso de pie para dirigirse a la cocina, diciéndose aquí vas a pagar todas las que has hecho, maestro”. Doce argollas de plata en una oreja Era un sábado, el tercero de 1993 en horas de la tarde, “y Nausícaa estaba de pie, la frente inclinada junto al púlpito de la caja, los pechos dibujados en el delantal, más adultos quizá que ella misma. Tenía doce argollas de plata en una oreja y otra en la nariz, y unas pestañas impenetrables”. Era una chica mal hablada, pero irresistiblemente fascinante. Serapio Bedoya se volvió literalmente loco por ella. Escribió una obra cabaretera para que Nausícaa, y ninguna otra, la representara. Tal vez la pieza teatral no fue un éxito, mas para Bedoya fue un acto inolvidable. La mujer lo trastornaba, y trastornado lo sorprendieron los acontecimientos rebeldes en Chiapas mientras él se exponía al sol en una playa. Estos dos temas, tan aparentemente contrastantes como lo son el amor y la política —anudados en sólidas secuencias narrativas—, son los pilares de Nosotros estamos muertos (Océano, 2001), la novela que Jaime Avilés traba-
23 jara con empeñosa dedicación a lo largo de siete años, desde que la comenzara a bocetar en Ocosingo el 4 de enero de 1994 hasta su punto final, el 2 de febrero de 2001, en la Ciudad de México. El libro es, además de una puntual crónica del zapatismo, la historia alternada, y alterada, del fracaso amoroso en la etapa paradójicamente enfebrecida del amor: realismo y ficción se entrecruzan en este reportaje novelado. Si bien la novela tiene tres claras vertientes (el desarrollo del Ejército Zapatista que pone al descubierto diversos incisos que eran puras especulaciones de extraviados analistas políticos, el martirio pasional de Bedoya a través de la aparición esclarecedora del propio Jaime Avilés como personaje fundamental, y la inalcanzable e insoportable Nausícaa, mujer sin destino, con la indiferencia de los vientos que violentan a veces los lugares más plácidos y sosegados del mundo), parecieran flotar en medio, como una tesis sugeridora o una propuesta al margen, las virtudes (¿catastrofistas o emprendedoras?) del desapego y el coraje, ambas como centro neurálgico de las iniciativas humanas.
Bedoya, enamorado de un amor imposible, se sumerge en el zapatismo al grado de ser un puente secreto entre el subcomandante Marcos y la ciudadanía. El líder insurgente le encarga una misión: hablar con Carlos Fuentes para convocar a la sociedad civil a una convención con el ejército guerrillero, asunto que declinaría, por supuesto (¿cómo Carlos Fuentes, en su momento admirador de la gestión salinista?), pero que, de paso, muestra las ingenuidades de un Marcos introducido en el sopor de las engañifas intelectuales: como buen lector de periódicos se creyó que el progresismo lo representaban ciertas figuras de la cultura, sin percatarse de que solo reaccionan para no quedarse fuera de la jugada, luego de sopesar la voz anónima de la sociedad civil. Pero a Bedoya le ocurre una desgracia. En el campamento zapatista se desploma: “Treinta y nueve horas y camionetas, caballos, cayucos, puentes colgantes y otras camionetas más tarde, sobre la misma puerta que lo sacó del cafetal y por la misma ruta que lo había llevado a Taniperla, en punto de la una de la mañana del 30 de noviembre, en el principio de la última madrugada del sexenio de Salinas, Serapio ingresó en
“Yo lo mantuve, le di de comer y beber, le financiaba sus pedas diarias, le daba masajes en la espalda, lo consolaba cuando se ponía a llorar de dolor de la migraña —le explica Nausícaa a Avilés—, porque al principio creíamos que era migraña, pero él sabía que estaba enfermo de gusanos, porque nunca me dijo: oye, creo que tengo un tumor. Nunca habló de un tumor. Él sabía lo que era, yo no. Si no, me habría ahorrado la fortuna que me gasté en médicos, en analistas, en tiempo que perdí llevándolo de consultorio en consultorio hasta que alguien le atinó”
el hospital gigante y vacío de Guadalupe Tepeyac. No es infarto, dicen las voluntarias de la Cruz Roja Internacional, no hay fractura; hay avitaminosis, anemia, amebas, lombrices, piojos, hongos en los pies, ronchas infectadas de estafilococos, fatiga, depresión, ansiedad, melancolía y, probablemente, luxación de la cadera derecha”. Lo que tiene Bedoya es algo más trágico: Jaime Avilés lo averiguaría poco tiempo después. Empecinado en los apuntes de Serapio que tiene en su poder, recorrería medio mundo para conocer a la famosa Nausícaa, la hija del rey de los feacios, la más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás, y la encuentra en Europa viviendo un romance triple con una tal Titi y un tal Bruno, ya gorda, con la misma prosaica lengua pero en otras altitudes: “Yo lo mantuve, le di de comer y beber, le financiaba sus pedas diarias, le daba masajes en la espalda, lo consolaba cuando se ponía a llorar de dolor de la migraña —le explica Nausícaa a Avilés—, porque al principio creíamos que era migraña, pero él sabía que estaba enfermo de gusanos, porque nunca me dijo: oye, creo que tengo un tumor. Nunca habló de un tumor. Él sabía lo que era, yo no. Si no, me habría ahorrado la fortuna que me gasté en médicos, en analistas, en tiempo que perdí llevándolo de consultorio en consultorio hasta que alguien le atinó”: el cerebro de Bedoya era alimento de un espantoso gusano. El subcomandante sin su pasamontañas El 2 de enero de 1994, a las tres de la tarde, cerca de Nuevo Momón, un comando zapatista llama a la puerta de un lujoso rancho ganadero. Abre un mozo indígena. “¿Está el general?”, pregunta el jefe del operativo, pero antes de obtener una respuesta, empuja al sirviente y penetra a la casa. Buscan al general Absalón Castellanos Domínguez, gobernador de Chiapas de 1982 a 1988. “Su inofensivo aspecto encubre al sádico autor intelectual de incontables despojos de tierras y asesinatos de campesinos. Sin embargo, con la astucia de quien en sus tiempos de gloria obligaba a los conscriptos del servicio militar a
24 excavar supuestas trincheras que en realidad eran canales de riego para sus ranchos, el atemorizado anfitrión invita a tomar un café a los rebeldes”. Instalados en los sillones de las salas, “estos aceptan el brebaje y le explican con toda calma que se lo van a llevar, en calidad de prisionero, para juzgarlo por sus crímenes”. Su arresto duró más de 40 días, luego de los cuales es juzgado culpable “de haber reprimido, secuestrado, encarcelado, torturado, violado y asesinado a miembros de las poblaciones indígenas chiapanecas que luchaban legal y pacíficamente por sus justos derechos”, además de una infinidad de cosillas más. La sentencia es dolorosa: el Tribunal de Justicia Zapatista lo exime de la cadena perpetua, lo deja libre físicamente y, en su lugar, “lo condena a vivir hasta el último de sus días con la pena y la vergüenza de haber recibido el perdón y la bondad de aquellos a quienes tanto tiempo humilló, secuestró, despojó, robó y asesinó”. En otro sitio, en otro tiempo, en otra atmósfera, Serapio Bedoya está loco por Nausícaa, la hermosa hija del rey de los feacios. —Yo necesito que sepas algo —dijo Serapio, en el cuarto de ella—. Yo, este... pues, yo te manipulé, ¿no?, yo, este... jugué contigo, sí, o sea, yo me inventé una historia de amor entre tú y yo, ¿no?, y la viví en el escenario sin prevenirte. Vaya, te usé, pues. No sé si me explico. Nausícaa suponía aún que era un chiste. —Mira —continuó Bedoya—, el pedo así, de frente, sin anestesia, ¿no?, como va, es que yo, aquí donde me ves, tan buena onda, he destruido una por una a todas las mujeres que me amaron. Pero Nausícaa no se amilanó ante tal profusión de sinceridad. —¿Y no crees que yo también te puedo hacer puré si me porto cabrona? —le contestó. Bedoya solo sabía que a ella no iba a lastimarla. Luego vendría el movimiento armado en Chiapas y la inmersión del periodista Bedoya en la selva, y el interés de Nausícaa por estos modernos guerrilleros.
“Yo necesito que sepas algo —dijo Serapio, en el cuarto de ella—. Yo, este... pues, yo te manipulé, ¿no?, yo, este... jugué contigo, sí, o sea, yo me inventé una historia de amor entre tú y yo, ¿no?, y la viví en el escenario sin prevenirte. Vaya, te usé, pues. No sé si me explico. Mira, el pedo, así de frente, sin anestesia, ¿no?, como va, es que yo, aquí donde me ves, tan buena onda, he destruido una por una a todas las mujeres que me amaron”
—Mirando a Marcos y a los comandantes que lo escoltan —diría Bedoya en una aguda reflexión—, de pronto resulta obvio que el pasamontañas zapatista aparece al final de nuestro siglo como una trágica respuesta del México profundo al más funesto de los símbolos: la capucha del tapado, emblema del carácter despótico y la vocación autoritaria del sistema político mexicano. En su libro Nosotros estamos muertos, frase tomada de uno de los comunicados del subcomandante Marcos, Jaime Avilés (autor asimismo de esa otra magnífica novela, La rebelión de los maniquíes, de 1991, y de una historia inacabada que finalizaba a principios de 2014, con más de 400 páginas sin una coma ni un punto, mas, evidentemente, un libro sobre Andrés Manuel López Obrador) relata cada uno de los acontecimientos fundamentales sucedidos después de la aparición del Ejército zapatista. La noche en que Nausícaa junto con otras dos amigas resolvieron internarse en la espesura de la selva para contactar a Marcos, ocurrió una nueva desgracia. Eran las siete y media de la noche cuando arribaron a las tinieblas de Babilonia. “Ahora no dejaba de re-
lampaguear y desde allá se aproximaba una pandilla de niños silenciosos. Amarillentas como la cera, cientos de palomillas volaban en la luz de un foco de cuarenta watts que colgaba pelón de una viga”. El subcomandante le dijo al mayor Mario que le dijera a la teniente Irma que acomodara a las muchachas en la escuela. Una de ellas, Fernanda, quería verlo en la mañana para realizar un reportaje con él. Su insinuación, “suspirando con un sonsonete”, irritó al mayor Mario. Y en ese instante empezó a llover. “A la madre —pensó Marcos—, alejándose de ellas bajo el súbito diluvio. Los hombres y las mujeres de su escolta resurgían con el esplendor de cada rayo y el suelo era más blando y más movedizo. Únicamente Ricardo y Manuel lo acompañaron a la puerta de su cabaña. Y permanecieron ahí, contemplando el aguacero y las finas cascadas que escurrían por las canaletas del techo. Marcos quemó la mecha de una veladora y se quitó el pasamontañas. ¿Qué opinaría Fernanda ante el espectáculo de las greñas y las barbas y el tubérculo de la nariz? Nada, resolvió frotándose con la piltrafa de una toalla: nada, ella tampoco lo descubriría”.
25 El personaje Jaime Avilés Eran las once y algo más de la noche. “Marcos fumaba en la penumbra de una cocina, bromeaba, trataba de ser elocuente, prendía las hebras de la pipa con los rescoldos del fogón, y lo escuchaba el comandante David, y sopesaba sus palabras el comandante Zebedeo, y le seguía el hilo el comandante Solín, cuando todos fueron alertados por el radio. ‘¡En la putísima!’, exclamó el Sup, ¡mataron a Colosio! Ora sí ya —dijo el comandante Solín—. Mañana se nos avientan para acá los ejércitos. ‘De seguro, dijo David, palideciendo’. Y por las ingles de todos fluían de pronto ríos de hielo. Marcos empezó a pujar a través de las fosas nasales. Se puso de pie; era como si tuviera una liga atorada en la garganta. Metió la mano en la chamarra, cogió el tubo, se lo introdujo en la boca y oprimió el atomizador. Un ataque de asma era lo único que no poFoto de Gretta Hernández.
día permitirse”. Alertó de inmediato a todos sus hombres. Bedoya, que pagaba su renta destruyendo lentamente la casa donde se alojaba, por fin se encontró con Jaime Avilés, personaje él mismo de su propio libro, y ambos recorren el trecho final de la novela, desolado, atribulado final. “Al mismo tiempo que los aviones del gobierno sobrevolaban el Aguascalientes —dice Avilés—, sacaban fotos del teatro griego y de las casas de madera dispuestas en forma de caracol, y en muchas ciudades crecía la expectación y proliferaban las reuniones pomposamente ‘clandestinas’, oí seis o siete millones de veces el nombre de Nausícaa. Nadie sabe cuántos kilómetros hablamos de ella, recorriendo la frondosa brecha que iba de Las Margaritas a Guadalupe Tepeyac. Las aventuras de amor imposible de Serapio terminarían por convertirse en una broma recurrente, en una terapia contra la tensión
de los momentos críticos. En el insólito clima de panteísmo impuesto en la conciencia colectiva por los oscuros cuentos de Marcos, era cada vez mayor el número de personas que veían al poeta blanco del ezln como un emisario de los dioses. Mayas o helénicos, daba igual”. Bedoya sabía lo que decía cuando conoció a la fascinante Nausícaa: “Con ella vas a pagar todo lo que has hecho, maestro”. Su agonía amorosa lo condujo hasta el literal delirio. ¿Dónde acaban las fronteras de la realidad y dónde principian las de la ficción? Y así como Nausícaa trastorna a Bedoya, la novela casi trastorna a su autor: los siete años que trabajó en ella no solo fueron también decisivos en la vida de Avilés (dolorosos como la muerte de su padre y esperanzadores ante las probables miradas nausícaas), sino encauzadores y férreamente afianzadores de su ascendente carrera periodística.
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Narrativas “Narrativas” exhibirá las diversas, nutritivas y variadas escrituras que se están construyendo hoy en día en el mundo literario. En esta primera entrega, Transgresiones presenta tres relatos: de un narrador consagrado como Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), quien escribiera este cuento sonoro especialmente para el número de nuestro renacimiento, y que, debido a su destreza literaria, elaboró durante una larga noche para enviárnoslo con puntualidad a petición expresa de la Dirección, y cuyo resultado es, como se puede apreciar, gratamente misterioso y perceptivamente musical; y de dos mujeres: Claudia Patricia Reynaga Machado (Ciudad de México, 1972) y Jimena H. Blengio (Ciudad de México, 1988), que incursionan en el género con inusual fortuna inicial.
Espacio intersticial
Claudia Patricia Reynaga Machado
A
ntes. ¿Cuál era mi espacio? Tuve que pedir prestada esa memoria, aunque, desde otra perspectiva, solo me la devolvieron. Detrás de la cabecera de la cama de mi abuela materna. Una de esas cabeceras de antaño, de madera ancha y pesada, situada exactamente al frente de la puerta de la habitación. Me dicen que parecía una ardilla, un conejo mirando desde su madriguera, observando fijamente y en silencio, y solo si lo que veía me gustaba, dejaba el escondrijo e interactuaba. Años después, cuando aprendí las bondades de la lectura, también descubrí que los libros podían ser una excelente barrera física para mirar sin que te notaran. Podías mirar lo que te rodeaba sin que te pusieran demasiada atención. Y si lo ameritaba, fingir, o en verdad meterte en el texto si lo decidías, como si de un salto te sumergieras en una alberca. Así podía ir a cualquier sitio, llevando mi propio alféizar que instalaba y quitaba a mis anchas.
Ahora. La ventana a las dos de la mañana. El silencio roto por algún esporádico automóvil que pasa a gran velocidad. El paisaje urbano que alcanzo a divisar después de las horas de vigilia. No hay persona alguna. Las aceras están desiertas, así que somos los árboles, los semáforos en amarillo preventivo machacón, el aire, las luminarias, un gato que patrulla su territorio y al que veo regularmente, y yo en la ventana. Al día siguiente la calle estará congestionada por escolares y padres que llegan a la escuela de enfrente; por los autos y el transporte público del eje vial. Un avión cruza el cielo, el estruendo pasajero resalta el silencio remanente.
Apenas comienza a describir el amplio viraje para dejar el cielo citadino. Trato de divisar sus luces guía hasta que la noche se lo traga, y mentalmente le deseo buen viaje. Miro el árbol de la esquina. Ya tiene retoños, así que será más frondoso en la primavera que viene. Las luces rojas y azules rompen estridentes el ambiente, reflejándose en las paredes, rebotando en los cristales. Luces no aptas para epilépticos y migrañosos. La torreta de la patrulla nocturna en su rondín. Tiempo de abandonar el mirador. Doy un paso atrás y me hundo tras las cortinas. Hora de cerrar la mirilla.
“¿Cuál era mi espacio? Tuve que pedir prestada esa memoria, aunque, desde otra perspectiva, solo me la devolvieron”
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El oído del mundo
Juan Villoro
D
a Ariel Guzik
e la improbable infancia de A. recuerdo habilidades raras: un truco para salir de un cuarto cerrado con llave, dibujos de trazo muy fino, la construcción de un juguete atroz. Esas muestras de su talento me han acompañado sin que sepa muy bien cómo acomodarlas. Lo confieso: no sé a qué se dedica. Después de más de treinta años de amistad intermitente, me invitó a cenar a su casa. Buscamos recuperar recuerdos lejanos y mi memoria superó a la suya porque yo había sido su testigo. A él le costaba trabajo tomar distancia; estaba siempre ocupado en algo, como ahora en servir queso de cabra y una ensalada de difícil clasificación. Desde hace al menos diez años A. habita el último piso de un edificio al borde de un barranco. Sus días prosiguen indefinidamente en las noches. De madrugada, rodeada de niebla y contaminación, su ventana tiene algo de faro perdido.
Foto de Gretta Hernández.
De un modo que no alcancé a comprender del todo, mi amigo me explicó que en sus desvelos combinaba la electrónica, la laudería y el magnetismo. Volvimos a vernos con intervalos de dos o tres meses entre cada encuentro. Esto le daba a la amistad un nuevo ritmo; en otras épocas habíamos dejado de frecuentarnos por años. Era él quien tomaba la iniciativa para vernos. De algún modo, sentía que adelantarme era molestarlo. Al principio de esta nueva etapa, hablaba de su “máquina”. Poco a poco, su voz tenue, incapaz de asumir un tono enfático, empezó a decir “ella”. La única señal de avance en sus investigaciones parecía ser la familiaridad con que trataba a su invento. Por lo que llevo escrito, ya se intuye una cosa: A. es un solitario. Su aparato era su obsesión y, con el tiempo, también pareció convertirse en algo más inquietante: su compañía.
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Foto de Gretta Hernández.
Empecé a desear que se dedicara a otra cosa. Hay algo tranquilizador en el fracaso: nos libra, de una vez por todas, de la singularidad y sus lumbres; nos devuelve a la discreta cantidad del resto. Hablo por mí, no por él (desde niño había demostrado ser diferente, y los afanes sin tregua y el cruce de conocimientos dispares ya son formas de su carácter). A partir de la noche en que sirvió queso y demasiados tipos de lechugas, me mantuvo al tanto de sus avances, pero como quien habla del clima o condiciones atmosféricas. Nada concreto aparecía en sus descripciones. Aguardé el momento en que confesara su decepción: “No pude”, dos palabras que lo restituirían a la impotencia de los normales. Imaginé su estudio despejado, sin otro adorno que una serena mesa de ping-pong. Ocurrió lo contrario. A. volvió a llamarme. Llevaba en la bolsa de la camisa semillas de cardamomo; se llevó un puñado a la boca y dijo: —Ya terminé; vamos arriba. Los últimos escalones eran tan delgados como los
de una pirámide. Trastabillé, estuve a punto de caer, me detuve en un mueble habilitado con botones y cables revueltos. Ante esas formas que no se parecían a nada —un bastidor de fierro, cuerdas tensadas, un tablero con cristales de cuarzo— volví a pensar en las virtudes del fracaso. Había algo perturbador en que esos elementos disímbolos funcionaran. Luego concebí algo más grave: tal vez A. había sido devorado por la lógica de su aparato y advertía funcionamientos incomunicables para los demás. Explicó que el instrumento buscaba captar sonidos ambientales para transformarlos en música. Había colocado micrófonos en la barranca, junto a un río seco, para absorber los sonidos de la zona. Lo vi activar botones (menos de los que hubiera esperado mi ingenuidad). Las cuerdas revestidas de cobre, zinc, níquel y plata vibraron de un modo apenas perceptible: un zumbido de insectos. Luego se oyó una escala. —Es un perro —descifró A. El prodigio rozaba lo absurdo: después de diez
“Lo peculiar de aquella música era la ausencia de regularidades reconocibles, como si no hubiera un designio en los sonidos o como si su designio fuera el caos. La máquina llevaba a un estremecedor modo de conocimiento: ¿cómo sería la mente a la que eso calificaba como un orden?”
29 años, A. había transformado un perro en un asomo musical. —Espera —mi amigo pareció advertir mis vacilaciones—: los perros se están juntando. La máquina devolvió el eco de los ladridos y los perros respondieron. Al cabo de unos minutos, formaron armonías. A través de los audífonos, yo podía oír tan bien como un perro. —Te voy a poner lo que ella escucha. Los sonidos se invirtieron en forma especular. Es ridículo describir sonidos por imágenes, pero no pude hacer otra cosa; buscaba asideros, no quería abandonarme a esa peligrosa abstracción: “Lo que ella escucha…” Una ráfaga acometió las cuerdas. —Un camión —dijo A. La frase me salvó del vértigo. Me concentré en los objetos y los animales que producían escalas, traFoto de Alejandro Zenker.
tando de identificarlos. Un auto. Un ratón. Una culebra en la cañada. Me reconfortó sentir que estaba ante algo más que sonidos inclasificables. Pensé en el asombro de los primeros escuchas de una melodía; seguramente también entonces aquel orden repentino fue un conejo, un cactus, un arroyo, una forma del mundo. Un poco más tranquilo, acepté que las frecuencias que entraban a mis oídos estaban hechas de objetos que se movían sin ningún propósito sonoro. Transformar seres vivos y utensilios en armonía entretenía a mi amigo, pero su objetivo fundamental era distinto. Modificó el rango de percepción de la máquina para que escuchara otra cosa. Los estímulos sonoros ya no venían de elementos descriptibles. ¿Qué generaba el chisporroteo de fondo cuando nada se movía? ¿Los gases que vagan por el éter desde la explosión original?
Minuciosamente, lo invisible producía ruidos. Las formas que me habían parecido “concretas” eran simples manchas, exabruptos en una armonía de base; vislumbré (y el verbo me traiciona) un mundo inerte que sin embargo se escuchaba a sí mismo. Lo peculiar de aquella música era la ausencia de regularidades reconocibles, como si no hubiera un designio en los sonidos o como si su designio fuera el caos. La máquina llevaba a un estremecedor modo de conocimiento: ¿cómo sería la mente a la que eso calificaba como un orden? Justo cuando me abismaba en disquisiciones insalvables, A. propuso que escucháramos melones. A esas alturas me pareció normal oír el ritmo regular de las frutas. — L a s cucurbitáceas contrarrestan l o s a l t i b a jos del organismo humano —informó. Un hombre rodeado de la pareja vibración de los
melones podía sumirse en un trance placentero. Entreví una terapia que intercambiaba los sentidos, donde el tacto servía para “escuchar” la respiración circular de las frutas. Sin solución de continuidad, mi amigo dijo: —Ya me conecté —mostró cátodos que se aplicaban en el corazón y en el cerebro. Entonces supe que el fin último de su invento era interpretarse. Tomó otro puñado de cardamomo y me vio con extraño entusiasmo. ¿Qué había oído al fundirse con su máquina? ¿Pudo reconocer su sonido sin cuerpo? Le pedí que me conectara. —Todavía no —respondió, como si me faltaran requisitos. Bajé con trabajo la escalera de su estudio. Me sentía descolocado, torpe, incapaz de comprender lo que había oído. Subí a mi
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Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
coche; vi el tablero y sus pequeños focos como si fueran una demostración de la locura. A los pocos días A. me envió un caset tranquilizador. Los sonidos se organizaban; reconocí un cello, un saxofón, lamentos que recordaban los sonidos de las ballenas. En mi última visita a su estudio me había quedado con una sensación de ruidos azarosos, de aire que cuaja en acordes sin rumbo. Ahora el instrumento había sido domado. Dos o tres meses después volví a casa de A. De nuevo le pedí que me conectara. Esa tarde, una parvada de pájaros se había detenido en la azotea, como si también ellos quisieran volverse sustancia sonora. —Te necesito fuera —me dijo.
Pensé que trataba de protegerme, de ahorrarme un viaje sin regreso; luego entendí mi función: seguía siendo su testigo. Desde niños, yo era el extremo pasivo, el notario de sus hallazgos. A los pocos días me habló por teléfono: —Tengo otra grabación; quiero que escribas algo. Me envió un segundo caset. Los sonidos eran más complejos; la riqueza de texturas no procedía de ninguna fuente reconocible. El cello y el saxofón habían desaparecido. Supe que A. estaba en la cinta. Misteriosamente, oía su cuerpo, la sustancia de su vida. A. llamó hace poco para saber si ya terminé mis “impresiones”. Su voz suave tenía un tono aún más tenue que el habitual.
Mientras escribo, escucho un crepitar de hoguera que se apaga; “oigo” mis letras, y su murmullo, su hondo carraspeo, es ajeno al sentido, o se prepara para revelar otro sentido, como la tos que de golpe aclara la garganta. Sé que la forma de penetrar el misterio, de pasar al reverso del idioma, es el instrumento de A. Mi amigo ya tuvo acceso al otro lado de los ruidos. ¿Perdió algo en el camino? Mientras yo lo oiga no se habrá desvanecido, no del todo. ¿Qué pasará si logro acceder a la máquina? Sospecho que una vez convertido en materia sonora, dejaré de pensar, o solo pensaré ruidos. ¿Ese despojamiento será una privación o una austera felicidad? Me inclino por lo segundo. He percibido la arriesgada dicha de A.
Es posible que ser interpretado por su máquina lo lleve a un punto de no retorno. ¿Limita esto su aventura? ¿Teme de un placer decisivo: comunicar su hallazgo? La mayoría de los sonidos que vagan en la atmósfera provienen de cosas desaparecidas. Tal vez A. se prepara para convertirse en una de ellas. Conjeturo que esa es la razón por la que me mantiene al margen, en la orilla donde aún puedo ordenar los hechos, confiar en que la luz se encienda y el papel alcance para contar la historia. Sigo fuera del mundo que se oye a sí mismo, en el entorno limitado donde esta línea todavía está hecha de palabras.
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La lluvia en mi nariz
Jimena H. Blengio
M
arianela hurgaba entre toda su ropa, aventaba blusa tras blusa, camiseta tras camiseta, nada le parecía; con cualquier prenda se sentía mal, rara, distinta. No podía ni ver la que antes había sido su playera favorita. No soportaba esos dibujos ni el color y mucho menos el tamaño. De un día a otro había dejado de quedarle; aún podía meter su extraño cuerpo en ella, pero se le untaba a la piel como si fuera pegamento y, además, dejaba al descubierto su pequeño ombligo. Esa, su playera favorita, fue la que arrojó lo más lejos que pudo. Se le hacía tarde otra vez. Disgustada, se puso una playera grande y unos pantalones que apenas le cerraban, se hizo en el pelo una cola de caballo, se miró al espejo antes de salir y no pudo evitar detener la vista en esa enorme roncha rojiza que le crecía junto a la nariz; intentó apachurrarla, pero solo logró enrojecerla más. Enojada, azotó la puerta de su cuarto y bajó las escaleras. Llegó a la escuela justo cuando tocaban el timbre de entrada. Ana y Fernanda, sus mejores amigas, la esperaban en las escaleras. Como todos los días, se sentaron juntas en el salón. Tres filas más adelante estaba Ramiro, “el chico perfecto”, así lo llamaba Marianela. Ramiro no era uno de los niños más populares de la escuela, pero eso no importaba. Ese día Marianela notó algo distinto en Ramiro. No sabía qué, pero algo lo hacía verse diferente. Después de transcurridas dos clases, en las cuales Marianela
no había puesto ni pizca de atención por estar contemplando a Ramiro, por fin se dio cuenta de su inevitable turbación y, sobresaltada, gritó en medio del salón: “¡Como el mío!”, e inmediatamente se llevó las manos a la boca para excusarse. Todo el salón se echó a reír. Marianela, apenada, se hacía cada vez más pequeña en su banca. Había descubierto que Ramiro tenía una erupción rojiza en el rostro igual a la de ella. Y eso la tranquilizó, sentía que ese pedazo abultado en la cara de los dos, de alguna manera, los unía. Tenían algo en común. Fernanda le dio una patadita a Marianela, quien movió la cabeza como si acabara de despertar. Entonces escuchó que la maestra le preguntaba a Ramiro: “¿Dónde se encuentra el núcleo celular?”. Ramiro apenas habí dos sílabas, cuando un sonido extraño y agudo salió de su boca, como si alguien lo hubiera
pellizcado: “Cé-luuuuuuu”. Todos, hasta Marianela, soltaron una carcajada. “¡Un gallo, a Ramiro se le salió un gallo!”, gritó un niño. La maestra, enojada por no poder hacerlos callar, los amenazó con dejarlos sin recreo. Después del bullicio, la clase continuó como de costumbre. Los días transcurrieron como siempre; pero, aunque todo seguía igual, Marianela no se sentía así; había algo que la inquietaba, se sentía distinta, ajena a ella. Cada mañana, cuando se veía en el espejo, no se reconocía del todo: su cuerpo se veía diferente, su ropa no le quedaba igual, simplemente no era la misma de antes. Parecía que nadie en su casa ni en la escuela lo notaba. A veces pensaba que quizá se estaba volviendo loca o que imaginaba cosas, ¿cómo era posible que todo siguiera igual, pero ella fuera tan diferente?, ¿acaso solo ella lo veía?
“Cada mañana, cuando se veía en el espejo, no se reconocía del todo: su cuerpo se veía diferente, su ropa no le quedaba igual, simplemente no era la misma de antes”
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Foto de Gretta Hernández.
Lo único que la consolaba un poco era que Ramiro, “el chico perfecto”, también lucía diferente. En algunas ocasiones, Marianela imaginaba que los únicos que estaban cambiando eran Ramiro y ella, porque estaban hechos el uno para el otro. Pero pronto se percató de que Ana y Fernanda también se veían distintas. Si bien ese descubrimiento la reconfortaba, también la confundía pues seguía sin comprender qué pasaba y, al mismo tiempo, la desilusionaba; su historia de amor con Ramiro se venía abajo, no eran especiales ni compartían algo en común. No eran los únicos que estaban cambiando. Un día, al regresar de la escuela, cuando Marianela caminaba a casa, una gota de lluvia humedeció la punta de su nariz. No era, para su fortuna, una tormenta eléctrica ni nada parecido,
sino una lluvia tenue, gotas pequeñas que caían suavemente. Marianela caminó más deprisa para escaparse del agua hasta que se dio por vencida y se resignó a mojarse, así que volvió a su paso habitual. Mientras caminaba bajo la lluvia el agua rodaba por su rostro, la ropa se le adhería al cuerpo y el cabello le escurría. Pensó que, aunque ella no quisiera y por más que se aferrara para evitarlo, las cosas seguirían cambiando: ella cambiaría, sus amigas, Ramiro, la escuela, todo. Se le ocurrió que tal vez era como la lluvia: no siempre llueve, pero llueve cada vez que la tierra debe limpiarse; así son los cambios. No ocurren todo el tiempo, pero suceden cuando son necesarios. Y así como la lluvia caía suavemente, mojaba su rostro y luego el agua desaparecía y su piel volvía a
estar seca, iguales eran los acontecimientos y las sensaciones que estaba experimentando; llegaban suavemente, humedecían e invadían todo su cuerpo, sus pensamientos y sus sentimientos. Y aunque parecía que se quedarían ahí para siempre, eventualmente se evaporarían hasta desaparecer, como la lluvia. Ahogada en estos pensamientos, Marianela siguió caminando hasta llegar a su casa. A la mañana siguiente, cuando despertó, decidió que ese día le hablaría a Ramiro, quizá compartían muchas más cosas sin saberlo. Esta vez, al salir de casa y mirarse en el espejo, comprendió que había cambiado, sí, pero seguía siendo la misma. Fue entonces cuando, por fin, pudo reconocerse en el espejo.
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Pensándolo bien...
La democratización de la banalidad Juan Domingo Argüelles
E
n El caminante y su sombra, Nietzsche se pregunta y nos pregunta: “¿Cómo puede alguien convertirse en pensador si no pasa al menos la tercera parte de cada día sin pasiones, hombres ni libros?”. La pregunta viene a cuento porque si bien no todo está en los libros y en la gran cultura, no todo, únicamente, en la bibliografía, como bien lo señaló Estanislao Zuleta, también es cierto que la sociedad actual hiperconectada no solo ha prescindido de los libros sino también de la soledad reflexiva y de la ausencia de pasiones. Cualquiera que tiene un cacharro electrónico opina sobre esto y sobre lo otro sin haber meditado jamás lo que dice: vive entre pasiones y en medio de la discusión con la multitud sin rostro, y además vive sin libros. Sus lecturas son fragmentos, retazos, migajas. Internet: la red de redes y sus grandes esperanzas. La libertad de todo al alcance de todos. La democratización de los medios y la información. Pero en el camino se topó con una piedra insospechada: la realidad. He aquí lo que hay: la aldea global de las soledades compartidas y la democratización de la banalidad. El 5% de lo que circula en internet es excelente y útil, según se afirma. Pero muy pocos saben cuál es ese 5% y, por lo demás, a muy pocos les
interesa. El 95% acapara la atención de casi todos, y entre esos casi todos abundan los que saben que internet es, sobre todo, un excelente negocio. No solo lo saben Jeff Bezos, dueño de Amazon; Bill Gates, dueño de Microsoft, y Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, sino también una miríada de internautas que si no aspiran a ser multimillonarios, sí saben que pueden ganar dinero por no hacer nada y, además, obtener rápida “celebridad”. Dinero fácil y rápida celebridad son los motores de internet. Ambos mueven lo mismo al clan de las Kardashian que a quienes suben tutoriales para el maquillaje, la repostería, la coctelería, la vestimenta, etc., pasando por quienes pelan un huevo duro en 10 segundos, los que giran el spinner con el pene, las que tocan la flauta con la vagina y quienes se introducen un preservativo por la nariz que luego extraen por la boca. Vivimos entre la estupidez y la locura, dijo Umberto Eco, pues nunca como ahora la gente quiere ser famosa y rica (a cualquier precio) y tiene la oportunidad de conseguirlo con tan solo un “teléfono inteligente”. Quienes creen en sandeces se convierten en especialistas de lo paranormal y en divulgadores de las teorías de la conspiración y les apagan el cerebro a los demás que los
ven y los escuchan: el hombre nunca llegó a la Luna, John Lennon no ha muerto, tampoco Michael Jackson (viven escondidos de los medios), los presidentes de Estados Unidos son extraterrestres, etc. “Es evidente que la gente no quiere saber, sino satisfacer la necesidad de creer, aunque crea cosas evidentemente equivocadas”, afirma Eco. La conclusión del escritor y semiólogo italiano es enfática: “No sé si los chicos de hoy tendrán aún la posibilidad de convertirse en adultos. Los adultos, con los ojos pegados al móvil, ya están perdidos para siempre”. ¿Apocalíptico? No. Solo realista. Los viejos y casi viejos sabemos hoy, como lo supo Eco, que en los tiempos sin internet “había una diferencia importante entre ser famoso y estar en boca de todos”. El esfuerzo para la fama, ya sea en el arte, la literatura, la ciencia o los deportes, tienta hoy a muy pocas personas. La fama (y con ella el dinero) se consigue más fácilmente en YouTube. Eco refiere el caso patético de un adolescente que amenazó con suicidarse. Para no hacerlo, puso dos condiciones a los bomberos: que le llevaran una limusina y que lo trasladaran a un talk show de la televisión italiana para contar “su historia”. Consiguió su objetivo: obviamente la fama (en sus cinco minutos), no la muerte. Pensándolo bien, la tragedia no es querer matarse por vivir en este mundo, sino querer hacerlo por afán de notoriedad. Pensándolo bien, es triste saber que no salvamos nada al cumplir las demandas de un falso suicida que sueña con la atención global. Pensándolo bien, ese falso suicida, narcisista, nos está matando a todos. Y es obvio que no le importan los demás.
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Bob Dylan, Nobel de Literatura 2016
“Hay una batalla ahí afuera, y se está recrudeciendo…”
Mariano Morales Corona
Sin actitudes ni discursos como los de Sartre o Miguel Ángel Asturias, Bob Dylan finalmente recibió su Premio Nobel de Literatura a puerta cerrada en abril de este año, con lo que el compositor estadunidense acalló el rumor de una posible decisión valiente y arriesgada de negarse a recibirlo. Pero, ¿qué más da que la Academia Sueca premie por fin a los sobrevivientes de una contracultura que ocurrió hace ya más de medio siglo?
H
ay que distinguir dos cosas en este presunto debate: los méritos de Bob Dylan y las intenciones de la Academia Sueca. No podemos revolver unos con otras. Todos sabemos que los premios Nobel han sido utilizados políticamente en muchas ocasiones. Tenemos, por ejemplo, que Estados Unidos, el país que más armas produce, vende y utiliza, el que solo ha pasado cuatro años de su vida como país sin estar en guerra, es el que cuenta con más premios Nobel de la Paz: 20, entre ellos Henry Kissinger y Barack Obama. Algunos premios de literatura han sido otorgados con ese mismo fin. Lo que intenta hacer la Academia Sueca es redimirse al reconocer una contracultura e intentar hacerla parte de la cultura dominante. Si el rock mereció un reconocimiento, fue en sus mejores momentos, los llamados ‘sesenta’ (19561973, de la Revolución cubana al golpe de Estado en Chile). Años de la doctrina Monroe: “América para los americanos” (no hispanos ni negros, etcétera). Bob Dylan fue pieza fundamental en
el nacimiento de esa contracultura, afilada contra el sistema, mismo del cual la Academia Sueca formaba (y forma) parte. En esos años los jóvenes y sus ideas fueron perseguidos, combatidos, casi hasta la aniquilación (y si alguien lo duda, recordemos el año de 1968 con sus represiones juveniles prácticamente en todo el planeta; siendo quizá la masacre estudiantil mexicana del 2 de octubre la más cruel). Si están tratando de reconocer esa contracultura, solo se tardaron unos 50 años. Y, sí, es sabido que los roqueros eran los líderes de esa amorfa revuelta juvenil-estudiantil planetaria. Y Bob Dylan fue de los que encendieron la mecha. “Cuántos caminos debe andar un hombre antes de que le llamen hombre”; o las que dedica a los maestros de la guerra que “juegan con mi mundo como si fuera su pequeño juguete”, “Ustedes, que fabrican las armas. Que edifican mortíferos aviones. Que construyen grandes bombas. Ustedes, que se esconden tras paredes. Se ocultan detrás de sus escritorios...”
Él, quien anunció que “los tiempos están cambiando”: “Vamos, senadores y congresistas, / por favor escuchen el llamado / no se queden tapando la entrada / no bloqueen el pasillo / o saldrá lastimado / el que no avance. / Hay una batalla ahí afuera / y se está recrudeciendo, / pronto sacudirá sus ventanas / y hará temblar sus paredes / pues los tiempos están cambiando…” El Dylan que se dio cuenta de que los poderosos iban con todo, como siempre, en Destellos de libertad: “Ingenuos y sonriendo / así lo recuerdo, fuimos apresados / cazados sin dejar huella / nos colgaron, suspendidos / mientras escuchábamos / y mirábamos por última vez / hechizados y consumidos / hasta el fin de su repiqueteo / tañendo por los que sufren / con heridas incurables / por los innumerables confundidos / acusados, maltratados, pisados y vejados / y por cada persona ahorcada / en todo lo ancho del mundo // y nosotros contemplando / los repiques de libertad y sus destellos”.
35 A Hard Rain’s A-Gonna Fall
Una dura lluvia va a caer
Oh, where have you been, my blue-eyed son? Oh, where have you been, my darling young one?
Oh, ¿dónde has estado, mi hijo de ojos azules? ¿dónde has estado, mi joven querido?
I’ve stumbled on the side of twelve misty mountains, I’ve walked and I’ve crawled on six crooked highways, I’ve stepped in the middle of seven sad forests, I’ve been out in front of a dozen dead oceans, I’ve been ten thousand miles in the mouth of a graveyard, And it’s a hard, and it’s a hard, it’s a hard, and it’s a hard, And it’s a hard rain’s a-gonna fall.
He tropezado con la ladera de doce montañas brumosas, he andado y me he arrastrado en seis autopistas sinuosas, he andado en medio de siete bosques sombríos, he estado delante de una docena de océanos muertos, me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio, y es dura, es dura, es dura, es muy dura, es muy dura la lluvia que va a caer.
Oh, what did you see, my blue-eyed son? Oh, what did you see, my darling young one?
Oh, ¿y qué viste, mi hijo de ojos azules? Oh, ¿qué viste, mi joven querido?
I saw a newborn baby with wild wolves all around it I saw a highway of diamonds with nobody on it, I saw a black branch with blood that kept drippin’, I saw a room full of men with their hammers a-bleedin’, I saw a white ladder all covered with water, I saw ten thousand talkers whose tongues were all broken, I saw guns and sharp swords in the hands of young children, And it’s a hard, and it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, And it’s a hard rain’s a-gonna fall.
Vi lobos salvajes alrededor de un recién nacido, vi una autopista de diamantes que nadie usaba, vi una rama negra goteando sangre aún fresca, vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban, vi una escalera blanca cubierta de agua, vi diez mil oradores con las lenguas rotas, vi pistolas y espadas en manos de niños, y es dura, es dura, es dura, y es muy dura, es muy dura la lluvia que va a caer.
And what did you hear, my blue-eyed son? And what did you hear, my darling young one?
¿Y qué oíste, mi hijo de ojos azules? ¿Y qué oíste, mi joven querido?
I heard the sound of a thunder, it roared out a warnin’, Heard the roar of a wave that could drown the whole world, Heard one hundred drummers whose hands were a-blazin’, Heard ten thousand whisperin’ and nobody listenin’, Heard one person starve, I heard many people laughin’, Heard the song of a poet who died in the gutter,
Oí el sonido de un trueno, que rugió sin aviso, oí el bramar de una ola que puede inundar al mundo entero, oí cien tamborileros cuyas manos ardían, oí diez mil susurros que nadie escuchaba, oí a una persona morir de hambre, oí a mucha gente reír, oí la canción de un poeta que moría en la cuneta,
Cinefábula
El mexicanito acomplejado Jorge Ayala Blanco
1
. El joven acapulqueño Arquímedes Pérez vive bajo una escalera en casa de sus padrinos chilangos y estudia ingeniería metalúrgica en el ipn. Su profesor de ecuaciones diferenciales, el teniente coronel Margarito del Rosal, le pide explicar el procedimiento de la integración por partes. Arquímedes, quien objetivamente desconoce la respuesta pero es incapaz de reconocerlo, se petrifica haciendo garabatos con un plumón negro en un rinconcito del pizarrón durante varios minutos eternos, hasta que el instructor verbalmente lo humilla, con singular saña. Sintiéndose terriblemente herido, Arquímedes se encierra varios días en la biblioteca de la escuela, deviene especialista en el tema y, a la semana siguiente, revuelca a su mentor apenas iniciada la clase que, como siempre, arrancaba recapitulando la anterior. 2. El chavo chilango Serafín de la Reguera vive con sus padres en la colonia Narvarte y estudia periodismo en la unam. Su titular de discurso audiovisual, el cineasta de cubículo Augusto Oropeza, le solicita exponer la noción de gun-shot, según él fundamental para el reportaje en cine directo. Serafín, que obviamente ignora el concepto aunque le sería imposible admitirlo, empieza a tirar rollo mareador, sin que el académico se atreva a contenerlo ni a confrontarlo. Hay quien asegura que en estos momentos sigue hablando. 3. ¿Cuál es la diferencia entre un estudiante politécnico y uno universitario? 4. ¿Cuál de las cuatro criaturas es nuestro mejor prototipo del mexicanito acomplejado?
36 Heard the sound of a clown who cried in the alley, And it’s a hard, and it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, And it’s a hard rain’s a-gonna fall.
oí el sonido de un payaso que lloraba en el callejón, y es dura, es dura, es dura, es muy dura, es dura la lluvia que va a caer.
Oh, who did you meet, my blue-eyed son? Who did you meet, my darling young one?
Oh, ¿a quién encontraste, mi hijo de ojos azules? ¿Y a quién encontraste, mi joven querido?
I met a young child beside a dead pony, I met a white man who walked a black dog, I met a young woman whose body was burning, I met a young girl, she gave me a rainbow, I met one man who was wounded in love, I met another man who was wounded with hatred, And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, It’s a hard rain’s a-gonna fall.
Encontré a un niño pequeño junto a un poni muerto, encontré a un hombre blanco que paseaba un perro negro, encontré a una mujer joven cuyo cuerpo estaba ardiendo, encontré a una chica que me dio un arco iris, encontré a un hombre herido de amor, encontré a otro, herido de odio; y es dura, es dura, es dura, es muy dura, es muy dura la lluvia que va a caer.
Oh, what’ll you do now, my blue-eyed son? Oh, what’ll you do now, my darling young one?
¿Y ahora qué harás, mi hijo de ojos azules? ¿Y ahora qué harás, mi joven querido?
I’m a-goin’ back out ’fore the rain starts a-fallin’, I’ll walk to the depths of the deepest black forest, Where the people are many and their hands are all empty, Where the pellets of poison are flooding their waters, Where the home in the valley meets the damp dirty prison, Where the executioner’s face is always well hidden, Where hunger is ugly, where souls are forgotten, Where black is the color, where none is the number, And I’ll tell it and think it and speak it and breathe it, And reflect it from the mountain so all souls can see it, Then I’ll stand on the ocean until I start sinkin’, But I’ll know my song well before I start singin’, And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, It’s a hard rain’s a-gonna fall.
Voy a regresar afuera antes que la lluvia comience a caer, me adentraré en el abismo del bosque más profundo y negro, donde la gente es mucha y sus manos están vacías, donde el veneno contamina sus aguas, donde el hogar en el valle encuentra el desaliento de la cochina prisión, y la cara del verdugo está siempre bien escondida, donde el hambre es horrible, donde las almas han sido olvidadas, donde el negro es el color, y ninguno el número, y lo contaré, lo diré, lo pensaré y lo respiraré, y lo reflejaré desde la montaña para que todas las almas puedan verlo, luego me mantendré sobre el océano hasta que comience a hundirme, pero sabré bien mi canción antes de empezar a cantarla, y es dura, es dura, es dura, es muy dura, es muy dura la lluvia que va a caer.
Otros tomaron las banderas y las ondearon más alto, incluso literariamente: pienso, por ejemplo, en el papel de los Beatles, que cambiaron muchas cosas: como las relaciones familiares, el anhelo de libertad expresado en las ropas y los cabellos, la centralidad del amor como fuerza para cambiar al mundo y un largo etcétera. Paul McCartney pidió estación; mientras John Lennon se mantuvo pertinaz por transformar el mundo. Mucha gente está de acuerdo en que su poesía alcanza niveles imbatibles, como es el caso de Imagina: “Imagina que no existe el Paraíso / —inténtalo, no es difícil— / sin infierno bajo nuestros pies, / y encima solo nubes, cielo / Imagina a toda la gente / viviendo el aquí y el ahora (ah, ja, ja ajá) / Imagina que no hay patrias / —no cuesta trabajo hacerlo— / nada por qué matar o dejarse morir / ni siquiera por las religiones / Imagina a toda la gente / viviendo su vida en paz (ah, ja, ja ajá) / Dirás que soy un soñador / pero no soy el único / espero que te nos unas / para construir un mundo diferente / Imagina que no hay posesiones / —sé que puedes hacerlo— / sin necesidad de acumular ni de pasar hambre / La hermandad de la humanidad / Imagina que todos, todos / pudiéramos compartir el mundo / Dirás que soy un soñador / pero no soy el único / espero que te nos unas / y hagamos un mundo para todos”. Las ciudades se masificaron; crecieron los satisfactores de consumo, mas no la claridad para comprenderlos. El hambre y el descontento (particularmente de los jóvenes, sector sensible a la ausencia de futuro) también crecieron. Los conceptos de hombre, democracia, derechos humanos, ciudadano, los heredamos de la Revolución francesa; pero, para entonces, ya estaba por alcanzar los 200 años. Hoy es necesario fundar un nuevo concepto para todos los seres que habitamos
“Si la Academia Sueca está tratando de reconocer la contracultura, solo se tardó unos 50 años”
37 la Tierra. Una nueva forma de englobar a los que hasta hoy, en su diferencia, han sido disminuidos: los pobres, los aborígenes, los desvalidos, los niños, los ancianos, las mujeres. Se requiere de un nuevo concepto en el cual subyagan los mismos derechos humanos para todos, aun conservando las diferencias (de sexo, de raza, de religión, de habilidades), un concepto que, por lo pronto, no sea sexista como el de hombre. Los pensamientos más libertarios como los de dirimir en paz los conflictos, quitar las ataduras que impedían amarse, la igualdad, la conservación de la naturaleza, el fin de la opresión de las mujeres, del racismo... confluyeron por primera vez en mucha gente a lo largo y a lo ancho del mundo a finales de los sesenta, cuando el sueño terminó. Los filósofos se armaron de guitarras, de poesía y se lanzaron al mundo. También hubo otros líderes así de claros y literariamente más solventes, como es el caso de Jim Morrison. Días extraños Todo es movimiento a ciegas, la vida es algo perdido entre las cosas. Difícil encontrarla en un mundo que ha puesto altares a los objetos —y además precio—. Está sepultada por cajas y envolturas, por motores y anuncios deslumbrantes, por cosas que fundamentan el poder, que vuelven a las personas cosas, envases desechables. La belleza niega ese mundo, levanta su mano áspera y provoca el deseo de transformarlo. Más aún cuando la belleza se acompaña de un verbo claro. Jim Morrison busca al hombre en el ambiente cuando canta a la tierra lacerada (“Cuando la música termine”). Lo busca, cuando enfrenta el número a las armas (“Cinco a uno”). También cuando a ella le susurra: “Estás encerrada en la cárcel de tu propia consigna. Rápido, vuela lejos” (“Niña infeliz”). Es el alcohólico del albergue de la carretera que protesta contra las dictaduras y la participación yanqui en estas (“Una plegaria americana”). Es el profeta del apocalipsis urbano (“Mujer de Los Ángeles” y “La celebración del lagarto”)… También busca a la vida en ese rito de lagarto que preña sus rescoldos; en
“Al recibir el Nobel, ¿Dylan reiniciará la revuelta contra las guerras, por la entronización del discurso amoroso, por la salvación del planeta y antes de los seres humanos...?” esa alternancia del placer con el cual enfrenta cotidianamente al poder. Su política sexual, como la de Janis, es una bofetada en el rostro de la frigidez americana, una patada en el enmohecido miembro del mundo consumista. Obviamente, el amplio universo de las revueltas juveniles —intuitivas, conscientes o muy conscientes— del 68 corría por su voz aguardentosa. Pero, sobre todo, busca a la vida y al hombre que es él mismo en ese afanoso deseo de “pasar al otro lado”; de seguir
las palabras de Brecht, recorriendo los “wisky-bares”, cumpliendo el deber de morir (“Canción de Alabama”). O como con claridad él lo dice: “Días extraños nos encontraron / y a lo largo de sus extrañas horas / subsistimos solos / cuerpos confundidos / memorias maltratadas / Así recorremos el día / Hacia una extraña noche de piedra”. (“Días extraños”) Claro que el anterior es solo uno de sus inmejorables momentos; los siguientes endecasílabos pueden ser otro: Foto de Alejandro Zenker.
38 I woke up this morning and I got myself a beer I woke up this morning and I got myself a beer The future’s uncertain and the end is always near Apenas desperté y fui a buscar una cerveza Apenas desperté y fui a buscar una cerveza El futuro es incierto y el fin está siempre cerca. (“El blues del albergue sobre la carretera”) Veamos otro ejemplo de la relación poética de Jim Morrison con el agua, la canción “La WASP” (Radio Texas y el ritmo espeso”): “Quiero hablarte de Radio Texas y del ritmo espeso / Viene de los pantanos de Virginia / Tranquilo, lento, con dinero y decisión / Y una estrechez repelente y difícil de dominar // Algunos llaman a su brillo, celestial / Otros, lo mezquino y lamentable del sueño occidental / Amo a los amigos que he reunido en esta balsa de latón / Hemos construido pirámides en honor de nuestra fuga / Esta es la tierra donde murió el Faraón // Los negros en el bosque, emplumados, brillantes / Dicen: Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
‘Olvida la noche / Vive con nosotros en los bosques de azur / Por aquí en el perímetro no hay estrellas / Aquí somos borrachos, inmaculados’ / ¡Y escucha esto! Te hablaré de la angustia / Te hablaré de la angustia / Y de la pérdida de Dios / Te hablaré de la noche sin esperanza / Del escaso alimento que mi alma olvidó / Te hablaré de la virgen con alma de hierro forjado / ¡Y te diré esto!: no habrá perdón para nosotros / No habrá recompensa eterna, por malgastar el alba // Te hablaré de Radio Texas y del ritmo espeso / Suavizado, lento y loco como un nuevo lenguaje // Ahora escucha, te hablaré de Texas / Te hablaré de Radio Texas / Te hablaré de la noche sin esperanza / Del huidizo sueño occidental / Te hablaré de la virgen con alma de hierro forjado”. Pero, bueno, a ellos los mataron, con drogas adulteradas como puede haber sido el caso de Morrison o con una pistola como sucedió con Lennon. La Academia Sueca no entrega premios posmuerte. Pero quedan varios otros sobrevivientes, como es el caso de Neil Young y su incansable y extraordinario trabajo por la música, por las buenas letras y por la conciencia humana
y humanista. Él sería un excelente ejemplo de lo que esa contracultura ha defendido y sigue defendiendo. Patty Smith es otro caso o Roger Waters, por mencionar solo a algunos. Lo que hizo y representó el joven Dylan merece cualquier premio. ¿Pero qué buscaba la Academia al otorgárselo?: ¿darse baños de inocencia?, ¿lavarse las manos?, ¿insistir en que el sueño occidental, el American way of life, es el único sueño posible (aun a costa de los habitantes del resto del planeta y del planeta mismo)? Al recibir el ¿Nobel, Dylan reiniciará la revuelta contra las guerras, por la entronización del discurso amoroso, por la salvación del planeta y antes de los seres humanos…? ¿O le abrieron las puertas para incluirlo en las filas de los dominantes? Finalmente, Dylan recibió el galardón, a puerta cerrada, en Estocolmo, en abril de 2017. De cualquier manera, la revuelta juvenil del siglo pasado, la que dio pie a la utopía (Locutopía, le llamó Lennon), a la construcción de un mundo amoroso y humanitario, fue derrotada y devastada. ¡Qué más da que premien a los sobrevivientes!
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El retorno de Elena Garro
La invitación Fernando de Ita
M
uy pocas gentes saben que el retorno de Elena Garro a México fue, en principio, una ocurrencia mía. Corría el año de 1991 y la XII Muestra Nacional de Teatro en la que yo tuve injerencia se efectuaría en la ciudad de Aguascalientes con bombo y platillo. A mediados de ese año había visto en Cuernavaca El árbol, una fabulación donde su autora acrisola la realidad y el imaginario del mundo indígena que conoció por su nana; la dirigía sobriamente Eduardo Ruiz. Ahí se me clavó la idea de que la invitada especial de esa MNT tenía que ser la genial escritora que tenía 20 años huyendo de sí misma, fuera de México. Como es del dominio público, la Garro se había autoexiliado por sus delaciones del 68 en contra de un grupo de artistas e intelectuales que en el sexenio de Salinas de Gortari tenían el sartén de la cultura oficial por el mango, comenzando por Víctor Flores Olea, el primer presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, que fue uno de los acusados de sedición por la escritora. Fue don Víctor quien me abrió la puerta para su retorno. Solo me puso una condición: que Octavio Paz me diera el visto bueno. Lo dio, con una petición que él mismo sabía imposible: que su exmujer no hablara de él ni para bien ni para mal. Tuve dos cómplices en esta misión: José María Fernández Unsáin y Rafael Tovar y de Teresa, el primero presidente de la Sociedad General de Escritores de México, el segundo director del inba; ambos amigos y benefactores de las dos Elenas. Con estos avales, la Garro superó su miedo de ser asesinada en cuanto pisara tierra azteca, y el 3 de noviembre de 1991 reapareció en la Casa de la Cultura de Aguascalientes, atestada de periodistas, investigadores y admiradores de su obra. Aunque yo la acompañé en todo ese periplo, nunca supo que a mí me tocó encender la chispa de su retorno. No importa. Tuve el privilegio de escucharla platicar en privado de sus manías y sus genialidades, sobre todo una noche que su hija se durmió temprano y la acompañé al balcón del hotel a fumar un cigarrillo. Viendo las estrellas, dijo el poema de Paz: “Soy hombre: / duro poco y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea”. Todo, entonces, valió la pena.
Foto de Alejandro Zenker.
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Poéticamente Esta sección poética comienza con textos de Alberto Blanco (Ciudad de México, 1951), ganador del reciente Premio Xavier Villaurrutia por su libro de ensayos El canto y el vuelo (Editorial anDante), de Ethel Krauze (Ciudad de México, 1954) y de Ingrid Valencia (Ciudad de México, 1983), quienes nos comparten poesía inédita o de sus nuevos libros o en preparación. Esta sección lo mismo incluirá a escritores consagrados como a plumas de nuevo cuño.
Lo que su cuerpo me provoca(fragmento) Ethel Krauze
Somos habitación de ángeles que han caído en la espesura de las sábanas han perdido sus alas rodando en la batalla: sus ojos lanzan furias negras sus brazos, ramas rojas su pecho, un ronco río de ayes que nunca habían oído. Somos culpables. Somos la ruina de los ángeles castos. Que Dios comprenda este milagro. Qué bueno que ardemos que ardes que ardo. Que el sueño nos levanta nos lleva al comedor a la sala a la silla alta. Que me subes te subes nos subimos al monte de los sacrificios para que un Dios bueno nos perdone. Qué bueno que mi marido me cuida el sueño: no teme que mis párpados revelen lo que pasa en mi mente. En mi mente no hay cuentos ni bosques encantados, no hay oasis no hay lunas recostadas en los tejados.
41 En mi mente el magma se revuelve hierven las mareas truenan las rocas. Él lo sabe: lo que su cuerpo me provoca. Por eso canta entre las sábanas con celo de pirata, como si fuéramos robando el mar, el mar con su bravura sus olas negras y profundas: vaivenes de agua desbocada lamiendo radas playas pubis nalgas en picada que flotan su gerundio de ayes y revientan de amor en nuestros ojos, fijos, en la flor del espejo. ¿Por qué no he de escribirle este poema? Agradecer el mapa de su cuerpo, descender al origen de los verbos para rendirle un homenaje a su sapiencia. ¿Acaso una mujer no tiene lengua para eso? La mía es dulce y muy frondosa —eso me cuenta, y he aprendido a usarla con soltura. Me gusta bendecir con ella la hermosura del hombre que me estrecha. Deslizo con la punta el largo de su pluma. Una escritura lenta dedicada precisa in tempo —como dictan los clásicos latinos. Qué bueno que estudié para eso. Lo que su cuerpo me provoca (uam–Xochimilco, 2016)
Foto de Alejandro Zenker.
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Doce poemas Alberto Blanco
El hilo de Ariadna
a Louise Bourgeois
—¿Qué es un verso? —Es una secreción orgánica, como el hilo en la tela de una araña. —¿Qué es un poema? —Es una organización especial del lenguaje: la tela de la araña. —¿Y qué es la poesía? —Es la araña.
Zim-zum
a Agnes Martin
Del modo más natural reconocemos que el arte es como el océano: un mundo sin objetos sin interrupción y sin más obstáculos que sus propios límites naturales Es algo sumamente sencillo: se trata de aceptar la necesidad de ir al mar atravesando esa playa vacía punteada por gaviotas que es nuestra vida cotidiana
El rey Sol
a Niki de Saint Phalle
El rey Sol es un cuervo blanco que tiene los ojos azul cielo
Siete imágenes y un collage
a Jiri Kolar
La pequeña cacatúa rosa de Max Ernst muere justo cuando nace Luni, su hermanita. Ernst, al recibir ambas noticias al mismo tiempo, se desvanece de la impresión. Max Jacob, incapaz de pagar el alquiler del frac y también del taxi, llega a pie al estreno de “Tricorne” y es arrollado por un auto frente al teatro. Salva la vida milagrosamente y decide enclaustrarse en el monasterio de Saint-Benoit. Frida Kahlo, desnuda y bañada de sangre y polvo de oro, es retirada del camión hecho chatarra después del accidente mientras la gente grita: ¡la bailarina, la bailarina! El célebre marchand de obras de arte, Ambroise Vollard, muere desnucado por una estatua en bronce de Maillol al frenar abruptamente el coche en el que viajaba. El velo de una viuda llevado por el viento se estampa en el rostro de Picasso anunciándole la muerte de Apollinaire. Al sacar del agua a la madre de Magritte, que ha cometido suicidio, surge su cabeza envuelta en su propia ropa como si fuera una mortaja. De aquí surge la pintura “El beso”. A punto de morir, Henry Moore, ya muy viejo, recibe a una ancianita que había sido el amor platónico de su primera juventud. Como despedida, le pide un beso en la boca.
Sus gritos de colores no desdeñan nada Ni la corona de oro ni la bolsa de basura ni el mar a la distancia
Las nueve estaciones
a Nam June Paik
¡Televisiones! No rinden buenos frutos sus estaciones.
43 Voyeur
a Lucien Freud
A pesar de todas las leyes y regulaciones que el hombre ha creado bien sea con el propósito de escamotear la realidad o con el fin de llegar a confundirnos por completo no cabe la menor duda: siempre hemos encontrado la manera de darle satisfacción al incomparable sentido de la vista por sobre los demás sentidos con los que percibimos mirando de soslayo a las bellas que están sentadas en la mesa vecina o acechando por una rendija a nuestro doble
Piedra sobre piedra
Nocte dieque incubando
Como la escultura danza mi alma danza con razones que se fundan sin su lastre contra la inclinación del día que grita y pone el dedo en el costado dulce llama solitaria piedra equilibrista equidistante de la forma y de la nada
Una de las grandes ventajas
a Andy Goldsworthy
a Cy Twombly
del esbozo respecto al tono y el efecto del cuadro es que sin cuidar de todos los detalles el pintor está de momento convidado a poner de relieve tan solo el genio
El sistema nervioso de un girasol
a Lee Bontecou
caprichoso de la fugacidad
La concentración en el trabajo consigue de inmediato lo que no consigue nunca la ambición: penetrar en la materia hasta verle las vértebras a los árboles las conexiones en paralelo a los peces los ganglios al insectario del reloj los velos al vientre de la ballena las cavernas de los bronquios a las aves el sistema nervioso al girasol
Iteración
a Eva Hesse
Ni objeto ni espacio ni forma ni línea iluminada ubicua ligera real Todos los caminos están vacíos Silenciosa y suave la pura libertad
44 Foto de Gretta Hernández.
Vidrio soplado
a Dale Chihuly El cuerpo denso exhala un aura de luz violenta desde los focos diminutos de los más recónditos alveolos de súbito encendidos con la redondez del oxígeno Y a través de una red de ductos la maravilla se abre paso buscando el azul interior del cielo del mundo Agua, aire, luz materia prima de la vida destinada a crear belleza Capaz de dar a luz una nueva forma de producir sentido El milagro ha vuelto a nacer aparentemente de la nada El cuerpo denso exhala un sol de vidrio
Música química
a George Brecht
Sigue las instrucciones que dictan los átomos y verás cómo la partitura está lista antes de lo que piensas El aire que se desliza por el filtro de carbón activado tarde o temprano llega a la embocadura de la flauta Allí lentamente destila un coagulado azul de semejanza: una línea que va desde el tubo de ensayo hasta la tuba Y cuyos resultados vistos al microscopio revelan un notable don para la melodía Una escala temperada que se parece a una tabla de temperaturas que desafía las estadísticas Una célula desarrollándose contrapuntísticamente por su propio acuerdo y dentro de sus limitaciones Pues en el laboratorio del arte contemporáneo cada nota es un núcleo dispuesto a dividirse Hasta que la luz se sublime y luego cristalice en el vaso de precipitados de la conciencia
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Al día siguiente
Ingrid Valencia
Los poemas de Al día siguiente son los destellos recobrados de mis visitas a Blue Holes, orilla subterránea y edénica mas no imaginaria. Los poemas (son un total de 43) son los más crueles paraísos a los que nunca llegué por completo, fueron los cantos de Blue Holes, sus variaciones, sus instrumentos y polifonías las que, después de varios años, al fin, puedo nombrar. No queda más que rendir tributo al viento, a la maldad del sacrificio, a las hazañas de la prudencia y a los testigos de este cuerpo de palabras, a los que ya no están del todo, a los que vienen.
Sin mañana
Cierra los ojos, cuervo. No mires el cielo moreno de maguey. Yo no sé domesticar la pupila. Bebo de la rama para morir donde ardan las ganas de ser los niños que fuimos, tras las cortinas, bajo la cama y con los dedos. Dedos de mezcal verde y sur, la noria de la montaña eléctrica, un carrusel vertical para mirar tan alto y tan bajo. Esta ciudad, no te dije, lleva las puertas en la espalda: hoyos de testigo colgante por las cuerdas de un arpa con mensajes largos. Porque lo dijimos con el cielo entrañable, desollado, y nos miramos la lengua porque sí, porque nos íbamos a otra casa con luz verde a buscar el filo de lo hermoso que sepulta el grito, esta mentira del primer ojo. Para nacer después renuncio aquí, desde el tacto, donde falta el agua. Nos cogeremos con todas las manos y abriremos la garganta bajo la lluvia de listones negros. El verde caerá en otro sitio en dientes, en líquido, en ruinas. Porque haremos del cuerpo una casa para deshabitar para lamer la cal de los escombros: la gota que escucho, la fosa común. Porque vamos a otro sitio en besos de mezcal para arrancar la piel de la calle y mirar, cada día, sin mañana.
Foto de Alejandro Zenker.
46 Soldados
El tren
El tren asciende sobre el camino de cobre y hierba. El tren se acerca y está aquí tan lejos, tan apenas la piel. Señalo una nube como si quisiera quedarme: el equipaje brota del muro. Son los ojos tan la piel, tan escándalo, tan dardo. Este equilibrista va lleno de lodo y sol.
Soldados, quiero tallar mi nombre en un árbol, decir que no hay ciudad sino una canción la vraie vie est absente:
Conozco la mano lúcida, la repleta de cristales y ríos, la recuperada en el quiebre, en lo unido por lo roto.
la vida es un trago verde iluminado bajo la lengua.
Toma esta mano, el tren. La vía errante, perdida cada vez más dentro, equivoca
Habremos de leer la canción de cuna al enfermo y soltar la cuerda para advertir el derrumbe
Magnolia
como quien mira un paso de cebra dentro del agua,
Huyo de mí al salvar el púrpura de uñas y estómagos, huyo de mí en la inundación de la insignia: la pólvora en el pecho abre una magnolia. Corro desde aquí para velar el cielo que se rompe en los labios como un farol.
como abrir la caja de música con peces de neón y descubrirnos lejos del escombro, en un círculo que congele los pulmones del arma.
Cosmódromo
Pasa por la mirada un tren interminable, va dentro el ojo de la abuela con su huerto de vidrio, van dentro las bocas de mi madre con su jardín cerrado, van las cajas de cartón más preciadas y todo huele a fruta seca, a naftalina, a pliegues de lino al sol. La lumbre se come con insistencia, se cuelga de los labios. La tristeza es confusión porque soy vaho y sorbo. Sí, sorbo las cajas llenas de gente y balcones y escupo mi nombre cada abril para hablar con un muerto, uno que cae de pie apenas pregunto cómo sería. Sí, cómo sería su mano ahora que es un objeto, cómo sería el agua entre peces que flotan en casa, cómo sería su lengua ya eléctrica con sillas de ruedas, con sillas que se hinchan ya iluminadas, ya sin nadie, ya de madera crecida en el bosque de los ojos.
Foto de Alejandro Zenker.
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Breve anecdotario
El viejo Tejones y el joven Tejodes Eduardo Villegas Guevara
M
aestro… esa era la palabra, porque el coordinador de la sección cultural inició con las vacas sagradas de la narrativa y dramaturgia nacionales. Maestro, quisiera publicar con usted… No, joven, ya no hay espacio para un colaborador más. ¿Se lo digo o no se lo digo? El dilema se acabó pronto, pues las crónicas que llevaba el Joven agradaron a uno de sus hijos Foto de Alejandro Zenker.
y le propuso que lo visitara. Su Bodoque me dijo que seguramente le gustarían, que se las trajera. Gruagg, un sonido gutural arcaico, como si fuera a romper su promesa de no leer nunca más a los jóvenes del país que le abrió las puertas, pero ya tenía la solución: Palomis, ¿puedes venir? Una joven se acercó al privado que tenía el Viejo en la redacción; antes de entrar,
se abrió un par de botones y la blusa dejó ver una buena porción de sus senos. ¿Crees que tengamos espacio para unas crónicas en la vespertina? Palomis miró al imberbe escritor, como si éste no ocupara espacio en la sala y, en efecto, la joven promesa literaria estaba orbitando en la blancura de aquellos senos que no se lucían para él. Si los trabajos son breves, podríamos acomodarlos. Son apenas de una cuartilla y media, dijo el Joven. El Viejo habló: Entonces, déjelas con la bella Palomis y revise la segunda edición, para ver cuándo salen publicadas. El Joven le entregó su fólder con las crónicas citadinas y aprovechó la cercanía para ver esas partes turgentes. Muchas gracias, murmuró al Maestro. Las croniquitas las pagamos en cincuenta pesos, dijo y dio por terminada la
reunión. Palomis, tú no te vayas; quiero mostrarte la frase que publicaremos hoy para el Dinosaurio Ignorante; ya tú eliges si lo pones en el recuadro derecho o izquierdo. La entrevista fue breve, pero le brindó la posibilidad de verse publicado. Se dio dos tardes y comenzó a comprar la edición vespertina. Diez días después salieron dos párrafos de los cinco que contenía una de sus crónicas: conservó su título y apareció su nombre con el apellido paterno. Se alegró, aunque desde luego no fue a cobrar esa colaboración. Gastó cincuenta pesos en diez ejemplares de la edición vespertina. Si antes de quince días sale alguna otra de mis crónicas, aunque venga mutilada, haré mi recibo de honorarios…, pero no sucedió tal cosa y nunca más compró ese diario, ni ningún otro.
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Medio siglo después
La mafia cultural
Víctor Roura
El libro La Mafia, de Luis Guillermo Piazza (1921-2007), cuya primera década luctuosa se cumplió el pasado 18 de agosto, salió de la imprenta de Joaquín Mortiz antes de que finalizara el mes de agosto de 1967, volumen que le valió al autor argentino, avecindado en México, prácticamente el destierro cultural. Pero medio siglo después, aquella poderosa Mafia, a pesar de los importantes decesos que han ocurrido desde entonces, continúa imponiendo sus reglas en el poder intelectual, y sus seguidores, que son numerosos, siguen al pie de la letra sus instrucciones…
P
or haber dicho lo que dijo hacia finales de los sesenta del siglo xx, Luis Guillermo Piazza fue desterrado del mundillo cultural. Su libro La Mafia (Serie del Volador, Joaquín Mortiz, 1967), en su momento, significó un escándalo y un atropello contra los protagonistas de la élite intelectual, que se sintieron “ofendidos” por esta novela, “la primera”, según la propia editorial, “estrictamente psicodélica que se publica en castellano”. Por supuesto, y esto fue silenciado a la hora de su salida de las imprentas, el volumen es divertido y arriesgado a la vez porque exhibe a un escritor valeroso y desmitificador, además de un excelente cronista. La Mafia mostró a un escritor sagaz, irreverente, notable. Pero, curiosamente, la novela que lo definiera como un exacto escritor es la misma que lo desalojara del visible camino literario. Porque los personajes de su libro, los propios integrantes de “La Mafia” cultural mexicana, jamás perdonaron su atrevimiento de haberlos “aireado” tan... tan... tan realistamente. Piazza habla, y los coloca en su verdadero sitio, de Fernando Benítez, Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, José Luis Ibáñez y Octavo Paz, et al. Escrita a modo de un
collage —se lee en la contraportada de este libro, ya descatalogado en beneficio de “La Mafia” que aún ejerce su poder centralizador, aunque lentamente sus fundadores vayan desapareciendo del mundo por el inexorable paso del tiempo—, “organiza no solo diferentes aspectos y experiencias de un curioso grupo cultural predominante sino las palabras mismas reensambladas de diversos personajes (protagonistas o no), libros, periódicos, cartas, conversaciones”. La Mafia, como obra literaria, intenta una desmitificación de ese poderoso
núcleo intelectual “en cuanto supuesta intelligentsia conspiradora, todopoderosa, orgiástica y con rígidas consignas (confesadas e inconfesables)”. Las figuras incluidas, acota el editor, “son como están aquí y no como parecían ser”. Y Piazza, fiel a su escritura, no se detuvo ante nada. De Monsiváis, por ejemplo, escribió: “Miente en tantas cosas, es tan misterioso, nos contará una vez más que no va a entregar su nueva autobiografía, le propondremos una vez más que haga tres o cuatro versiones, Rashomon, Citizen Kane, Los Evangelios según San Lucas, según Carlos,
“Trescientos ochenta y cuatro meses después, a sus 77 años de edad, Piazza por fin era revalorado por la cúpula del poder cultural, la misma, aunque ya con nuevos nombres incorporados, que él criticara con audacia y ejemplaridad”
49 según su mamá, según su mejor amigo, según sus mejores enemigos, hablará él de todo lo que ha visto este día, en el transcurso del día ha visto a todos todos (los que valen la pena; los que no valen la pena, la valdrán)”. De Juan García Ponce: “Él era jurado de pintura, es escritor, y le dio el premio a su hermano, es pintor, hizo bien, dijo ¿por qué siempre Caín iba a ser Caín para Abel, por qué eh?, y dijo muy bien”. Incluye Piazza aquel comportamiento denigrante de La Mafia con el chileno José Donoso (1924-1996): “Vino, vivió en San Ángel en lacasadeatrás de Carlos Fuentes, leyó a los escritores locales, paciente impacientemente a casi todos (lo cual no deja de tener su mérito) y se atrevió a ponerlos-en-tela-de-juicio. Un buen día apareció su nota crítica semanal (hablaba de G. Ponce, Melo, Pacheco, Elizondo, Fuentes con-serias-reservas) en conocido suplemento, con una singular frase que le fue añadida al final, inesperada: “MUY BUENO PARA CRITICAR, PERO ES UNA POBRE BESTIA. “¿Quién fue? ¿Por qué lo hicieron? ¿Cómo? ¿En qué momento del intrincado trámite de la edición a la impresión? La lista de los acusados es casi idéntica a la de los personajes que aparecen en esta nostálgica memoria”. Despidieron a un linotipista. “El por entonces sindicado como Jefe Indiscutido de La Mafia, Fernando Benítez, estuvo a la altura de las circunstancias y produjo una de sus mejores crónicas explicando el caso del linotipista patriótico que ya estaba cansado de que un extranjero se metiera con figuras consagradas y dignas de consideración y respeto, especialmente tomando en cuenta la difusión del libro mexicano que representa una importante fuente de divisas ya que como es sabido en cualquier otra parte se lee más. Y hay momentos de la vida en que uno debe aceptar las explicaciones (véase Informe Warren). Sobre todo cuando nosotros y la mayoría de losotros coincidimos en un culpable”. La Mafia no perdonó a Piazza. Difuminación y aislamiento Poco a poco fue siendo difuminado de las letras nacionales. A sus 45 años, el
“A sus 45 años, el argentino —naturalizado mexicano— Luis Guillermo Piazza, por su valentía y arrojo literarios, fue eliminado del panorama de las letras nacionales” argentino —naturalizado mexicano— Luis Guillermo Piazza, por su valentía y arrojo literarios, fue eliminado del panorama de las letras nacionales... ¡pese a ser un importante editor y creador del Premio Novela México! Igualito que su colega José Donoso, que fue prácticamente corrido del país luego de su “atrevimiento” crítico. Piazza tuvo más carácter, en este sentido. Donoso no aguantó más. Dicen los que lo conocieron que, después de dicho acto de La Mafia en su contra, se descompuso literalmente. Nunca entendió la mezquindad de quienes consideraba sus amigos (de ahí su crecido odio hacia “lo mexicano”, que se detecta sobre todo en su último libro: Donde van a morir los elefantes, novela publicada por Alfaguara en 1995, en el que el estudiantado latinoamericano en una universidad norteamericana es alegre, receptivo, solidario, inteligente… ¡menos los mexicanos, que resultan odiosos, reprimidos, envidiosos, cerrados! Piazza, pese a su desaparición física de las letras, prosiguió haciendo sus cosas. Es cofundador, por ejemplo, del programa televisivo Para gente grande que condujo Ricardo Rocha, y en 1988 fue designado cronista oficial de la Zona Rosa, de cuya oficina fue desalojado en 1999 por la administración de Cuauhtémoc Cárdenas al tomar la gubernatura de la Ciudad de México (que porque les hacía falta espacio a los perredistas y un cronista podía trabajar incluso desde el estudio de su casa). Si bien La Mafia es su gran libro, Piazza no dejó de escribir. Por algo, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes le entregó la denominada
“beca artística” en ese mismo 1999, consistente en poco más de 15 000 pesos mensualmente durante tres años. Sin duda, Piazza se la merecía. —No sabe, Roura, qué bien me acaba de caer esta beca —me dijo vía telefónica—, voy a poder comprarme sin dificultades las medicinas que me hacen falta... Y yo digo que, efectivamente, para eso sirven las becas (no le editaron jamás ningún libro posteriormente, ni se sabe qué fue de su material literario mientras era becario, ni nadie le publicó nunca más ningún artículo en la prensa con excepción, en sus últimos años, de la sección cultural de El Financiero, para la cual entregó con disciplina —aun en silla de ruedas, dictándolos— sus textos hasta su muerte, ocurrida el 17 de agosto de 2007, ante el ominoso silencio de su partida en los medios de comunicación), y qué bueno que el jurado del Fonca resolvió entregarle aquella vez una mesada tanto a Piazza como a Otto-Raúl González, probablamente los dos artistas —de los cincuenta y pico que premiaron— que en verdad la merecían —y la necesitaban—porque, sencillamente, falta les hacía para medianamente ir completando los gastos, ya que, si de escribir se trata, con o sin la beca, ambos escritores continuaron haciéndolo. Porque la beca NO es un estímulo para crear, sino para bienvivir. Trescientos ochenta y cuatro meses después, a sus 77 años de edad, Piazza por fin era revalorado por la cúpula del poder cultural, la misma, aunque ya con nuevos nombres incorporados, que él criticara con audacia y ejemplaridad.
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Había una vez Bailarina
Elena Favilli y Francesca Cavallo Con este breve relato tomado de Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes (Planeta, 2017, de Elena Favilli y Francesca Cavallo) se inicia la sección dedicada a la literatura para los pequeños, básica también para estas Transgresiones.
H
abía una vez una niña ciega que se convirtió en una gran bailarina. Su nombre era Alicia. En su infancia, Alicia sí podía ver, y ya era una bailarina excepcional con una gran carrera por delante cuando enfermó. Su vista iba empeorando con el tiempo. Se vio obligada a pasar meses en cama sin moverse, pero necesitaba bailar, así que lo hacía de la única forma posible. —Bailaba en mi cabeza. Sin poder ver, sin poder moverme, quieta en mi cama, me enseñé a mí misma a bailar Giselle. Un día, la prima bailarina del Ballet de Nueva York se lesionó y llamaron a Alicia para que la reemplazara. Ya había perdido buena parte de la vista; pero, ¿cómo iba a decir que no? Además, el ballet que bailaría sería Giselle. Tan pronto empezó a bailar, el público se enamoró de ella. Bailaba con mucha gracia y confianza, a pesar de estar casi ciega. A sus compañeros de baile les fue enseñando a esperarla en el lugar preciso, en el momento indicado.
Su estilo era tan único que le pidieron que bailara con su compañía de ballet en todo el mundo. Pero su sueño era llevar el ballet a Cuba, su país natal. Cuando volvió de sus viajes, comenzó a enseñar ballet clásico a bailarinas cubanas y fundó la Compañía de Ballet Alicia Alonso, la cual después se convirtió en el Ballet Nacional de Cuba. [Nació el 1 de diciemre de 1921 en Cuba] La FILIyJ La 37 Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, que tendrá como país invitado a España y al estado de Baja California, se llevará a cabo del 10 al 20 de noviembre en el Parque Bicentenario (Avenida 5 de Mayo 290, colonia San Lorenzo Tlaltenango, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México), que cuenta con 55 hectáreas divididas en cinco jardines.
Foto de Melissa Roura.
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Discreto encanto
Me moría de ceros
Víctor Roura El día que le dijo que empezaba a amarla, dejó de frecuentarlo. No sé si ella lo hizo por cariño o por frialdad, porque pocos meses después comenzó a vivir con alguien totalmente opuesto a él. Y me dicen algunas personas que ya salía con este hombre incluso cuando ella se quedaba en su alcoba (no la de ella, Foto de Eduardo Gómez, Imago.
sino la de su anterior enamorado, el que por fin se decidiera a confesarle su amor), cosa que, con el paso de los días, agradeció el porfiado amante: no que reposara en el dormitorio, sino su alejamiento, porque los simulacros amorosos jamás terminan bien. Ni empiezan bien, solo que uno los simula con discreto encanto.
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Diaria escritura Javier Valdez Cárdenas (1967-2017)
“No me quedo callado contando muertos” Rossi Blengio
Javier Valdez Cárdenas, autor de siete libros (Narcoperiodismo, el último), acababa de cumplir 50 años el pasado 14 de abril: un mes después, el lunes 15 de mayo, fue asesinado en la misma calle donde se ubica el semanario sinaloense Ríodoce, del cual era fundador. Su octavo libro en preparación se intitulaba Narcoejército, no se sabe qué tan avanzada iba su investigación; “pero no le mataron por lo que escribiría sino por lo que escribió y publicó”, informó su viuda Griselda Triana en rueda de prensa al recibir un reconocimiento póstumo para su esposo otorgado por la Asociación de la Prensa en Madrid. Ella sigue en espera de justicia, pues aún no se conoce la identidad de los autores del crimen.
J
avier Valdez Cárdenas nació en Culiacán, capital de Sinaloa, ciudad en la que creció cerca del estadio de beisbol. “Antes de que lo remodelaran y construyeran varios edificios a su alrededor, veíamos los juegos desde la azotea de casa de mi mamá”, recordó el periodista oriundo de la región reconocida como cuna del narcotráfico, quien habló en esta charla, unos meses antes de su asesinato, de cómo ejercía su periodismo en esta entidad. Sin embargo, conservo la conversación en tiempo presente, como si el autor estuviera aún con nosotros, porque en este tono se efectuó la entrevista. —Dice usted que, como sociedad, estamos conscientes de que el narcotráfico ha masticado todas las fronteras y, así, ha llegado hasta la literatura. ¿Considera apropiado colocar su libro Narcoperiodismo dentro de la, digamos, narcoliteratura? —Me parece un exceso ubicarlo así llanamente, porque suena a muchas cosas menos a un trabajo profesional. Generalmente queremos encasillarlo todo poniéndole calificativos y no alcanzamos a abarcar toda la gama de producción en este tema. Yo pien-
“Para que nuestro periodismo mejore debemos empezar por reconocer qué periodismo tenemos, admitir que somos arrogantes, intolerantes y nada autocríticos” so que podemos hablar de narrativa o literatura negra, pero al periodismo no lo pueden meter ahí porque es diferente: hay periodistas y escritores que tienen otras preocupaciones. —Lo que señala en este libro es que el narco ha llegado también al periodismo; se mata a fotógrafos, redactores y reporteros. Pero no solo son los cárteles los que los desaparecen, también lo hacen los políticos, policías, militares y la delincuencia organizada, la cual abarca desde empresarios hasta campesinos. —Se ha abusado con la idea de clasificarlo todo y de tratar de explicar con pocas palabras lo que es muy amplio. Nuestra misión como perio-
distas es explicar esta realidad, y es lo que intento con este libro, pues con calificar o encasillar, a lo que estamos contribuyendo es al prejuicio: a esta ciudadanía le falta realidad. Tengo la certeza de que la sociedad no sabe realmente lo que está pasando… y no quiere saberlo, porque le duele, porque es comprometerse, porque es asumir una postura pública. Y todo esto puede significar la protesta, la inconformidad social. Entonces hay una actitud del ciudadano de no querer enterarse, y al periodismo le hace falta que lo acompañe la sociedad. Yo no veo a una sociedad mexicana acompañando a este periodismo profesional, digno, valiente y heroico.
53 Diversos periodismos —Una de las voces que aparece en su libro es la del periodista Marco Lara Klahr, quien menciona a los académicos Mireya Márquez y Manuel A. Guerrero, de la Universidad Iberoamericana, con su libro Sistemas mediáticos y políticas de comunicación en América Latina, en el que hablan de una prensa capturada que funciona a partir de lógicas de negocios. ¿Cree usted que, en pleno siglo xxi, el periodismo fuera de los corporativos pueda florecer? —Creo que se dejó en tercer o cuarto término el ejercicio de este oficio periodístico, el de esta pasión por informar. El periodismo está atrapado, porque actualmente es el mercado el que manda. Y “como yo soy un empresario que fundé un periódico y agarré otros giros de la economía, como las líneas aéreas o la industria inmobiliaria o de hospitales, someto al periodismo a todo esto”. Ahí es donde creo que está atrapado. Pero también está la otra realidad, como la de Tamaulipas, con un periodismo estancado, silente, de reportear la nada, el lote baldío, la oquedad; un periodismo en estado de coma, que no se mueve; pero, además, es una realidad laberíntica, porque… ¿hacia dónde se va a mover? ¡Si es un callejón sin salida la realidad que te impone el narco, de cuchillo de tres filos! Y es que hay grandes corporativos en México que someten al mercado de los medios: en Tamaulipas se someten al crimen organizado, y no hablo solo de marigua-
“El periodismo está atrapado, porque actualmente es el mercado el que manda” Foto de Eduardo Gómez, Imago.
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“Pero también está la otra realidad, como la de Tamaulipas, con un periodismo estancado, silente, de reportear la nada, el lote baldío, la oquedad; un periodismo en estado de coma, que no se mueve” na, amapola y cocaína, sino de venta de cerveza, de trata de personas, prostitución, servicio de taxis, inmobiliarias… o sea, todo. Por eso es una ciudad donde no hay protestas, no hay vida, no hay ciudadanía, no hay periodismo, no hay gritos, no hay nada. —Pero también hay otro periodismo, como el que se hace en Veracruz. —Allí yo veo un periodismo que resiste. Aunque esté herido y le hayan mochado las alas, se mueve, y cuando se mueve, le pegan un chingazo, porque esa entidad es una sucursal del infierno con todo el apoyo que ha tenido el crimen organizado de parte de Javier Duarte, un criminal cuya maquinaria o brazo alcanza la Ciudad de México: por eso mataron ahí a Rubén Espinosa. Está también el exilio, el periodismo fuera del país con periodistas que no pueden regresar porque los van a matar. Entonces es como un mosaico de distintos periodismos el de nuestro país.
Saber qué publicar —¿Usted mismo puede escribir y publicar su información sin problemas? —No, pero no estoy en una zona de disputa, como otras regiones; por lo tanto, tengo cierto margen. Pero, aun así, no puedo publicarlo todo y no necesito que me llamen y amenacen diciéndome: Esto no lo publicas, yo sé qué no debo publicar. Por ello guardo mucha información, pero no me quedo callado contando muertos. Lo que cuento es una partecita de ese infierno y lo publico en los medios que puedo… y ciertas cosas las publico en mis libros. —La corrupción entre periodistas es un asunto fundamental que aborda en Narcoperiodismo… —Hay periodistas que reciben dinero a cambio de infiltrarse en las redacciones para que pasen información como espías al servicio de criminales; así como también hay empresarios que se prestan para lavar dinero y no son castigados ni perseguidos, porque actúan junto al gobierno que es omiso, cómplice o está sometido al narcotráfico. Pero hay otros periodistas que no aceptan involucrarse en hechos delictivos, porque hay un periodismo esperanzador en México. Para que nuestro periodismo mejore, debemos empezar por reconocer qué periodismo tenemos, admitir que somos arrogantes, intolerantes y nada autocríticos; es importante explorar nuestras fallas, así como nuestras capacidades, y aceptar que sí hay corrupción, que sí hay narcoperiodismo y mediocridad. —En 2009 aventaron una granada a la redacción de Ríodoce. ¿Ha recibido amenazas por la publicación de Narcoperiodismo? —He tenido problemas, lo cierto es que uno aprende a cuidarse y a publicar lo posible. Pero nunca quedarse callado, eso sería la muerte…
“Apenas está cerrándose este libro, salpicando las hojas de tinta negra, cuando dos periodistas fueron abatidos a tiros: Zamira Bautista Luna, reportera independiente y profesora de secundaria en Ciudad Victoria, Tamaulipas, quien fue sorprendida cuando conducía su vehículo, y Elidio Ramos Zárate en Juchitán, Oaxaca, mientras cubría las protestas de maestros contra la reforma educativa. Los homicidios fueron el 19 y 20 de junio de 2016. Las balas cayeron al calor del solsticio y en plena luna llena, rojiza y envuelta en ese halo de tristeza y pálidos colores. La muerte sigue, entonces este libro no podrá cerrarse ni tendrá fin: puntos suspensivos sin punto final. No hay manera de contar tanto dolor” Javier Valdez Cárdenas, tomado de su libro Narcoperiodismo
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Medio siglo después
Godard maoísta Salvador Mendiola
H
ace medio siglo se filmó y estrenó la película La Chinoise (1967) de Jean-Luc Godard (1930). Su vigencia como cine pensante crece de forma exponencial con el paso del tiempo. Es una película cargada de verdades todavía para el futuro. La Chinoise es un relato multívoco desde su origen. Habla de muchas cosas. No es una tesis, sino un caleidoscopio de hipótesis. Una narración de hechos y acciones que cada vez se cargan de más significancia política y reflexiva; tal como era el plan original de su realizador. Porque La Chinoise de Godard es cine que nos quiere hablar de todo con todo para decir lo en verdad esencial, lo necesario para la buena vida. No es propaganda política ni prédica sentimental. Es el discurso abierto de un pensador auténtico y libre, trascendental, el mismo Jean-Luc Godard que, con el montaje de esta película, hace metaliteratura y metafilosofía. Un ensayo cinematográfico. Mezcla de documento historiográfico y fábula neohermenéutica. Docuficción, fantasía realista. Relato de costumbres y crítica del des-orden del sujeto. Puesta en escena brechtiana de un maoísmo a la parisina, revolución cultural con Andy
Warhol. Un año antes del 68, más que profecía. Cine de autor comprometido. Distanciamiento teatral para analizar con detalle, enfriamiento periodístico para juzgar con la verdad. Resulta imposible decir en breve de qué trata esta película de los tiempos del celuloide como soporte del cine. Nada puede funcionar como su “(e)spoiler”. Porque, desde el primer plano, es notorio que La Chinoise quiere tratar de todo lo que tenga que ver con la existencia humana como vida en sociedad. Es una película de libertad. Un discurso de resistencia contra la guerra y sus complicidades con la paz como su continuación enmascarada. Para lo inmediato actual, medio siglo después de su estreno: La Chinoise nos permite ver y nombrar los mecanismos políticos que desembocan en la ideología del “terrorismo” o ruptura total del contrato social. El cuento de esta película como fábula cinematográfica narra la acción directa, violenta y clandestina de un grupo político ultraminoritario (cinco personas nada más) que actúa en forma criminal en contra de quienes ellos consideran los representantes del poder político injusto, los enemigos del pueblo tra-
bajador. Todo justificado porque consideran tener “ideas correctas” de acuerdo con su lectura religiosa del Librito Rojo de Mao. Ya hoy nadie sabe qué cosa era el maoísmo. El jefe Mao, como el Che Guevara o Karl Marx, solo es una imagen más de la sociedad del espectáculo. Un significante vacío. Como Charles Chaplin o Marilyn Monroe. Pero el fanatismo terrorista sigue hoy tan vigente y cruel como entonces, lo mismo que las irracionales acciones violentas tomadas en su contra desde el Estado, el Mercado y la Opinión Pública. Hoy día sigue enajenando conciencias el discurso dualista del maniqueísmo vulgar o dialéctica de la lucha de clases; la irracional reducción de todas las cosas a la lucha a muerte entre únicamente dos bandos: el de nosotros, los buenos de izquierda, contra el de ellos, los malos de derecha, o viFoto de Gretta Hernández.
ceversa. Signos de un aislamiento absurdo, donde cada individuo negocia para sí y todos para el sexo, el dinero y la organización social del capitalismo tardío. El sueño de las utopías comunistas produce monstruos totalitarios, déspotas, tiranos, dictadores. Como Mao, como Stalin y Fidel Castro. Monstruos que mueren en su cama, longevos. La Chinoise es cada vez más importante por eso. Porque habla de la historia y la política como son. No inventa una historia sentimental o despiadada, pero siempre inventada, siempre tramposa. La Chinoise usa la representación y la ficción como ejemplo moral para permitirnos ver y pensar lo que debe ser cambiado para alcanzar mayor libertad. La necesidad de cambiar la subjetividad propia para hacer que cambie la mentalidad dominante.
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Voyeur Romรกn Rivas
Humor blanco... y negro
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El espíritu inútil
Los expulsados Pablo Fernández Christlieb
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ay una sombrita de ansiedad en la cara de los que persiguen pokemones, y no es por si los encuentran o no, sino la ansiedad de si se ven lo suficientemente novedosos y buena onda o si se les cacha que no, en cuyo caso quedan fuera del juego, no del Pokémon, sino de la vida. Antes se decía estar in —“dentro”—; ahora ya no se dice, pero es más desesperado, porque puede que alcancen el Pokémon, pero no lo que buscan, que es formar parte de una sociedad que los expulsa. Lo básico de la vida, su sentido, es sentir que uno pertenece a algo, que forma parte de un grupo, comunidad, sociedad: que uno fue invitado al mundo. Pero la motivación de este sistema social es el miedo, es la sensación de expulsión, y los que persiguen pokemones poniendo cara de que están en la punta de la actualidad, en realidad han sido unos expulsados desde el día en que nacieron, y toda su vida consiste en tratar de ser admitidos: saben íntimamente que no son los elegidos y que, por lo tanto, nunca llegarán a sentir que pertenecen. Les duele, pero a la vez están dotados de una cierta cantidad de recursos, ya que son clasemedieros y les alcanza para su smartphone, que les permite intentar lo imposible. Para eso, se esmeran en parecer que son de ahí, del paraíso, y van comprando generación tras genera-
ción de aparatitos y de lo que sea que les vendan, porque si no lo tienen, es prueba de que están fuera. Y hacen todo lo que les indican que hagan: se ponen shorts porque es sábado, se toman selfies a la vista de todos, van al gym (y le dicen gym), tienen mascota y la sacan a pasear con su bolsita de plástico; es como si estuvieran llenando requisitos de aceptación. No escatiman vergüenzas ni humillaciones ni ignominias: aprenden a pedir macchiato deslactosado light en un Starbucks como quien no quiere la cosa, a decir twitter sin que suene la doble t. Y aprenden, sobre todo, a expulsar, a mostrar con su pose de felicidad que los otros que pasan por ahí son unos infelices desclasados sin Pokémon que perseguir, unos estorbos a los que hay que saber cómo no mirar, no vayan a creer que también existen. Y cada uno de estos actos los resienten como una ordalía, como un juicio de inclusión o exclusión, suponiendo que si lo hacen con la suficiente naturalidad, con diversión como espontánea, están dentro del grupo de los que son la humanidad correcta y bonita, real, actual y verdadera. Por eso tienen cara de casting: pero traen el alma condenada de la incertidumbre de que nunca van a saber cómo sentir lo que quieren parecer, porque incluso cuando creen que ya lo parecen, saben que no lo sienten. Actúan frente a los de junto, porque si los convencen, parece que ya son de los de adentro, y frente a los que creen que son los genuinos, porque si no los cachan, ya son uno de ellos. Pero los que parecen, tampoco son; también están actuando. Y es que quien en rigor los examina, los evalúa, los enjuicia, son sus propios nervios; es decir, una pura imaginación, una realidad virtual que se les fue confeccionando a base de anuncios, noticieros, escaparates, óscares, pasarelas, revistas, gestos de
famosos, atuendos de celebridades, catálogos y otras cosas que dan la impresión de provenir de allá, a donde quieren entrar, que les enseñan particularmente todo lo que no son (naturales, auténticos, conocedores, interesantes) y de donde los van expulsando antes de llegar. Y en su misma imaginación asustada están el examen de admisión y los jueces que los evalúan. Y es que siempre serán expulsados los que se la pasan atentos a ver qué es lo que tienen que obedecer, sin que nadie se los diga porque hasta la orden hay que imaginarla: ahora toca hacer deporte de alto riesgo, ahora toca irle al Real Madrid, ahora toca leer 20 minutos diarios, ahora toca emborracharse, ahora toca perseguir pokemones. Pero pasa una cosa curiosa: a veces los pokemoncitos esos se meten dentro de alguna manifestación de protesta en donde hay mucha gente que sabe que, para pertenecer a la sociedad, no hay que obedecer sino moverse sin preguntar y sin permiso, y que están protestando contra muchas cosas, pero fundamentalmente contra el hecho de vivir en una sociedad donde la expulsión forma parte del orden, en la que la economía se basa en el miedo a la expulsión y en la que el único trato entre las personas es la desigualdad. Y los que persiguen sus pokemones se tienen que meter entre esa gente. Y, para su sorpresa, descubren que eso que tanto buscaban, o sea sentirse parte de un algo, de un alguien, de un nosotros, está ahí, a pie de calle, a ras de suelo, entre gente que está pensando en otra cosa. Y les resulta asombroso que perseguir utopías, quimeras, futuros, igualdades, pueda ser más actual que perseguir pokemones. Y la comprobación de que uno finalmente logra formar parte de algo es que ahí no se siente ansiedad, ni incertidumbre, ni obediencia.
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Roquerías Editors
Cada sirena perdida en mi canción de cuna
versiones de Lillian van den Broeck
Fundado en 2002, en Inglaterra, Editors, con media docena de discos en su catálogo, ha sabido descollar por sobre una ingente cantidad de conjuntos indie. Sus letras, sobre todo del compositor Tom Smith, a veces tienden a la compleja oscuridad que pueden pasar por alegóricas. Honesty
No harm
Marching orders
¿No quieres que me quede? Escaparnos en un caballito mecedor. La radio dijo que estamos a punto de caer. La televisión no dice nada en absoluto. Desde mi ventana se hace un eco de mi corazón. He revisado el cambio desde el inicio. Colisiona en mí, podría con una pelea. Colisiona en mí, porque se siente bien.
Herviré más fácil que tú, pulverizaré mis huesos en pegamento. Soy una arribista. El sistema está en rojo. La habitación es heredada. Soy una arribista. No detener, no hay daño. No detener, no hay daño. Mis hijos odian mis maravillosas mentiras. Soy una arribista. Veo a través de tus paredes y tu espacio sobre tus pasillos. La fiebre que siento, lo falso y lo verdadero, mi mundo se expande. Las cosas se rompen en mis manos.
Puedo abrir mi mente, pero no tienes lo que se requiere para ser un soñador. En estos tiempos desesperados voy camino a casa por ti.
¿Engaña la honestidad? Tratar de encontrar una manera de salir de esta fiesta. Desquítate conmigo, porque tanta honestidad puede cerrar este lugar. Los ojos de la bola de boliche no tienen nada que decir. De todos modos me noquean de nuevo los corazones rotos de mi barrio. Están abandonados a un lado como sueños en Hollywood. Con aparadores tapiados y ofertas de cierre.
Caeré con la lluvia, oscilaré con la llama el fuego. Solía escribir mis sueños. Ahora se han ido cuando abro mis ojos para ti. Bueno, aunque lo jodiste. Todavía hay los ingredientes de un soñador en ti. Estas son las órdenes para marchar. Estas son las reglas que rompemos. Estas son las dudas a las que nos aferramos. Intentamos conseguir más.
59 Life is a fear La vida es un miedo a caer. La vida es un miedo a caer a través de todas las grietas. Espera por aquí el tiempo suficiente y verás otro cruce, haz fila y acuéstate para mí. Caerás maravillosamente. Si pongo en duda todo lo que dices, otra respuesta desmorona el nacimiento de mi día. Era cuando estabas aquí. Tú gritabas un nombre. Tú, nadabas hacia mí en un sueño. Cada sirena perdida en mi canción de cuna. Cada latido de corazón en acción arrojado a la noche. Me extingo en tu luz. Veo el suelo elevarse en un sueño. Pensamientos olvidados, perdidos en un tema memorable y calado hasta los huesos. Cada mentira que alguna vez te han vendido, la más grande historia jamás contada, el ave de rapiña circunda sobre una iglesia un domingo. Me envuelvo en ti. Algo de lo que me puedo aferrar. Ah, ahí estás, mi amor. Escurren a través de mis manos. Gritan como niños. Mi corazón es el repicar de una campana de iglesia. Eres un temblor. El oro y la plata. Mi corazón es el repicar de una campana de iglesia. Blood drool No quiero ser ignorado, oh Dios, cuando soy un arma en una pelea de puños. Masticas con la boca abierta carne cruda. Tu baba de sangre atrae a las moscas. Te doy un poco, le doy un poco a él, le doy un poco con ella. No quiero que me dejen fuera o que me jodan, pero hay talento en tus mentiras. No hay que esperar al Sol. Tu historia se ha hilado. Estos chicos solo quieren divertirse, pero tu daño ya está hecho. Foto de Alejandro Zenker.
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Mikis Theodorakis: entre la música y la libertad
“El Arte solo puede ser cabalmente comprendido por individuos libres” Guadalupe Flores Liera
El compositor griego Mikis Theodorakis (1925) tenía 12 años cuando compuso sus primeras canciones, 16 cuando compuso su primera obra sinfónica y 17 cuando, en una marcha de protesta contra la ocupación, fue detenido y torturado por soldados italianos que, junto con los alemanes, mantenían a Grecia bajo cruenta invasión durante la Segunda Guerra Mundial. Su primera reacción fue darse de alta en el Frente de Liberación Nacional en apoyo a los guerrilleros.
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esde entonces se mantiene inamovible en la primera línea de la creación y de la lucha por la libertad y por la democracia. Su actitud combativa encontró su mejor expresión en su obra musical, hecha a contracorriente de las prohibiciones. Por defender sus ideas sufrió detenciones, tortura, persecución, reclusión domiciliaria y en islas de confinamiento, cárcel y exilio. Durante la dictadura de los coroneles (1967-1974) estuvo entre los fundadores del Frente Patriótico y hoy, en la época de los memorandos que impusieron los bancos a Grecia a consecuencia de la crisis económica, pugna por la creación de un Frente Popular Panhelénico Patriótico y Democrático que se oponga a esta nueva forma de colonia-
Aunque sus apariciones disminuyelismo y de ocupación con procedimientos económicos, que humilla y condena ron desde entonces, desde su cama de a su país a someterse a los especulado- recuperación siguió atento a las negores financieros por varias generaciones. ciaciones y, pese a declarar que el daño En marzo de 2015, en la Plaza de a sus pulmones debido a la inhalación la Constitución de Atenas o Syntag- de los gases ya no le permite ser el misma, como es más conocida, durante mo, no dudó en tomar posición y en una marcha de protesta en contra del utilizar los recursos electrónicos a su altercer memorándum, resultó herido a cance para continuar su posición comcausa de las bombas lacrimógenas que bativa contra quienes comprometen el lanzaron los cuerpos de granaderos futuro de Grecia. contra los manifestantes, al lado del también nonagenario Sobre la tierra seca de mi corazón Manolis Glezos, su compañe- Sobre la tierra seca de mi corazón ro de luchas y, como él, sím- brotó un cactus bolo de combatividad y parte hace más de veinte siglos de la historia viva de la re- que sueño jazmín sistencia contra la ocupación mis cabellos olieron a jazmín germanoitaliana. mi voz ha tomado algo
“Por más que trate, no consigo justificar el comportamiento de las masas como resultado del influjo negativo de factores externos (ideologías, partidos, gobiernos, oligarquías, etcétera)”
de su delicado aroma mis ropas olieron a jazmín mi vida ha tomado algo de su delicado aroma solo que el cactus no es malo aunque él no lo sabe y tiene miedo observo al cactus con melancolía ¿en qué momento pasaron ya tantos siglos? viviré otros tantos escuchando a las raíces avanzar en el interior de la tierra seca de mi corazón. Mikis Theodorakis / traducción del griego: Guadalupe Flores Liera (Calle de Bouboulina, Atenas, celda número 1)
61 En vísperas de las elecciones generales realizadas el 20 de septiembre de 2015, en las que estaba prácticamente en juego el dilema de si Grecia deseaba someterse a los mandatos de una Europa neoliberal germanizada, partidaria de la austeridad, o se declaraba dispuesta a correr el riesgo de luchar para cambiar a Grecia y a Europa, el compositor declaró en un artículo intitulado “Las elecciones, la Honra y la horca”: “No intenten poner en entredicho la comparación que hago entre las dos ocupaciones, la actual y la pasada (germanoitaliana de 1940-1945), con el justificante de que entonces había armas mientras que no las hay ahora. Porque, ¿qué es, si no, la asfixia económica? Durante el periodo de la ocupación extranjera, si no te metías con los alemanes, ellos no se metían contigo. Pero, entonces, ¿por qué se sublevaron los griegos? Se sublevaron sobre todo por motivos éticos. Porque se avergonzaban de recibir órdenes de otros y de que otros decidieran sobre sus vidas. ¡Se sublevaron por la Honra! Por esta pobre Honra, que para nosotros, para todos los patriotas orgullosos y libres, constituía la quintaesencia de nuestra existencia!” Los griegos cantan a los griegos Theodorakis ha sido honrado en innumerables ocasiones por su aportación al arte, la democracia y la cultura. Incontables medallas, premios y distinciones le han sido otorgados, como por ejemplo los premios Copley (1959), Sibelius (1963) y Lenin por la Paz (1980). Ha sido nombrado doctor honoris causa en varias universidades y se ha colocado siempre con la misma pasión al lado de otros pueblos que sufren, como lo hizo en los casos de Chile en 1973 y, más adelante, con Chipre, Palestina, Kurdistán, Irán, Cuba o Yugoslavia, convencido de que la libertad y la democracia son condiciones imprescindibles para la consolidación de la paz en el mundo. Sus obras musicales se cuentan por millares: obras sinfónicas y metasinfónicas, música de cámara, corales, óperas, ballets, música eclesiástica; música para el cine, para el teatro moderno y antiguo; canción popular artística; poesía musicalizada. Gracias a Theodorakis, los griegos
cantan a los poetas griegos Giannis Ritsos, Giorgos Seferis, Manolis Anagnostakis u Odysseas Elytis, entre muchos otros, cuyas obras fueron sacadas de las páginas de los libros para circular libremente por las calles del mundo, convertidas en canciones populares y cuyos valores destacó aun antes de que recibieran el reconocimiento de los académicos, pero cantan también a Pablo Neruda, a Federico García Lorca o a Paul Eluard. Sus ciclos de poesía musicalizada están en boca del pueblo:
Epitafio, Epifanía, Pequeñas Cícladas, Mauthausen, Lunas marinas, Las canciones de lucha, El Sol y el tiempo, etc., son algunos de los más conocidos. Su obra —que además de las innumerables composiciones musicales abarca poesía, prosa, estudios sobre el arte y la música, sobre filosofía, manifiestos políticos y ensayos, además de su autobiografía y sus memorias—, así como su vida entera se ajustan a la teoría de raíces pitagóricas que concibió
“Gracias a Theodorakis, los griegos cantan a los poetas griegos Giannis Ritsos, Giorgos Seferis, Manolis Anagnostakis u Odysseas Elytis” Foto de Alejandro Zenker.
62 desde sus primeros pasos en la creación: la “Armonía Universal”, teoría que resume así: “Los elementos básicos del universo son la Armonía y la Música. El ‘talento’ y la ‘creación musical’ no son otra cosa que la conjunción de la sensibilidad personal con la energía que emana del Centro de la Armonía Universal. Una energía extensa, que se encuentra en el Principio y en la Quintaescencia de la vida, uno de cuyos atributos es el de inocular con la forma de la Armonía y de la Música a quienes se encuentran psíquica y espiritualmente preparados para recibir la semilla”. Lejos de la cultura Así, ha puesto su obra al servicio de este principio: conseguir que los griegos hagan a un lado sus diferencias y se unan para hacer frente a los problemas comunes coordinadamente con el fin de emanciparse de todo lo que los esclaviza, convencido de que “el Arte solo puede ser cabalmente comprendido por individuos libres”. “Por más que trate —escribió en 1972 en Problemas políticos inmi-
nentes— no consigo justificar el comportamiento de las masas como resultado del influjo negativo de factores externos (ideologías, partidos, gobiernos, oligarquías, etc.). Así que he llegado a la conclusión pesimista de que la imagen continua, y sobre todo agravada de las sociedades anteriores, se debe básicamente a la naturaleza misma del hombre, en la cual continúan predominando el miedo y la inseguridad, como residuos del hombre primigenio [...] que lo empujan a la codicia y a la acumulación de fuerza, es decir, esencialmente al empleo de la fuerza; o sea, de todos los elementos negativos que lo alejan de la cultura y del arte. En consecuencia, he llegado a la concepción artistocrática de que solo los mejores, es decir, una ínfima minoría, es capaz de vencer el miedo y la inseguridad con el fin de transformarse en individuos verdaderamente libres y aptos para recibir la donación de la obra espiritual, del Arte”. Lo anterior, porque cree firmemente que la comodidad material que ofrecen las sociedades económicamente desa-
El Sol En un país pequeño se perpetró un gran crimen Por esta razón, cada muchacho, cada muchacha en el mundo entero tendrá que llorar con amargura Porque cuando una flor es pisoteada es la juventud del mundo la que resulta pisoteada Porque cuando se mata una canción es la juventud del mundo la que acaba muerta Porque donde se crucifica a un pueblo es la juventud del mundo la que acaba crucificada Ayúdennos, muchachos y muchachas a levantar el Sol por encima de Grecia Nuestro Sol y el de ustedes son el mismo Sol. Mikis Theodorakis / traducción del griego: Guadalupe Flores Liera (De El Sol y el tiempo, IV; Filothei, julio de 1967)
rrolladas constituye la mayor trampa de la humanidad, porque en lugar de humanizar al hombre, lo embrutece. Pletórico, polémico, combativo, contradictorio, entrañable, siempre en la primera fila de las reivindicaciones, este heleno universal atraviesa ya su nonagésimo segundo año de vida y Grecia celebra su aportación humana y artística con diferentes conciertos en su honor. En el marco de la ejecución de sus obras “Primera Sinfonía” y “Dignum Est” —esta última basada en la musicalización de la obra homónima de Odysseas Elytis—, en el Teatro de Herodes Ático, en las faldas de la Acrópolis, durante el Festival de Atenas en julio de 2015, Theodorakis confesó en conferencia de prensa que se sentía incómodo por el hecho de que su música sería escuchada en una época en la que predomina el gran sufrimiento de los viejos que se consumen en las filas de los comedores públicos por un plato de comida. Y añadió: “Siento vergüenza especialmente porque yo, al mismo tiempo que llevo a cuestas sus mismos años, tengo el privilegio de disfrutar de la enorme alegría de un Artista cuya obra es presentada en un lugar histórico ante un público amplio”. Para rematar diciendo que “su único consuelo es el simbolismo de la coexistencia en el mismo pueblo del dolor y de la esperanza, pero también de la seguridad de que alguna vez el dolor se borrará, mientras que la esperanza se agigantará hasta convertirse en una realidad”. A lo largo de este 2017, y a la par de los homenajes en su honor, Theodorakis ha recordado que compuso su primera obra bajo las condiciones más duras que haya podido conocer la humanidad —la ocupación alemana—, paralelismo con la situación actual que solo lo ayuda a demostrar que la Esperanza vence al último, cuando se lleva dentro verdadera Fe en el Ser Humano y en la Vida. Y tal es el mensaje de la obra del gran compositor griego a sus contemporáneos.
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Tentativas
De puño y letra Vicente Francisco Torres
E
n varias ocasiones —Los viejos asesinos y La balada de Bulmaro Zamarripa, especialmente— Luis Arturo Ramos ha utilizado recursos típicos de la narrativa policial para escribir literatura oficial, según los términos que acuñó Alfonso Reyes. En su más reciente novela: De puño y letra (Ediciones Cal y Arena, 2015), vuelve a poner en juego esta combinación que tan exitosa ha sido en obras de la literatura mexicana como Ensayo de un crimen, La cabeza de la hidra, Dos crímenes, Las muertas y Los albañiles, entre las que ahora recuerdo. De puño y letra, como El miedo a los animales, de Enrique Serna, otra novela de la familia que mencioné arriba, ubica su enigma en el mundo de los hombres de letras para indagar en sus grandezas y en sus miserias. Si Enrique Serna casi elaboró retratos hablados de personajes de la literatura nacional, hecho que produjo irritación entre la gente del medio artístico, Luis Arturo Ramos solo entrega un personaje cuyos rasgos podrían atribuirse a un poeta poderoso que vivía en Reforma, “cuando estornudaba llamaba el presidente para desearle salud”, y la fonética de sus iniciales nos recuerda a una gloria mexicana siempre solícita y exigente con el poder: Orlando Pascacio, todo un intelectual orgánico. Aunque este personaje, su poderío y su verbo flamígero son el detonador del enigma, la novela echa a andar un mecanismo imaginativo sumamente notable. Si bien el estilo vitriólico era la marca de agua de El miedo a los
animales, la exactitud expresiva del planteamiento del enigma es la impronta de la novela de Ramos. La narrativa policial mexicana ha concebido los más estrambóticos investigadores: tipos bobos e ingeniosos como Péter Pérez, matones como Filiberto García, plomeros tuertos como el Belascoarán de Taibo II, abogados como el Armando Zozaya de María Elvira Bermúdez o el detective de Gonzalo Martré, sabueso que estudió por correspondencia en una academia de Catemaco que le entregó, junto con su diploma, un maletín con barbas y bigotes, pero que también traía un águila, que salió cuando una serpiente iba tras su amante manca. Luis Arturo creó a Bayardo Arizpe, oscuro poeta, tallerista, vendedor de libros usados y detective aficionado, con licencia para portar arma. El trabajo consiste en encontrar un mecanoescrito en el que el poeta de marras, como un Zeus redivivo, dejó dicho quiénes tendrían peso en la poesía mexicana del nuevo siglo. El escrito vale por quién escribía su parecer en ese material para publicarse después de su muerte, pero también porque sus palabras representaban el abismo o la gloria de los poetas vivos que allí estuvieran mencionados. Luego de un conjunto de peripecias típicas de la novela negra (boato de las élites, policías al servicio de poderosos, dinero para corromper), el misterio recibe una solución como sucede en las de enigma ajedrecístico, pero sin los conejos sacados del som-
brero que llevaron a Ricardo Garibay a decir que la novela policiaca es un enigma para idiotas que tiene 200 páginas. Aquí los hechos son perfectamente verosímiles entre los hombres de letras: alteración del original, curioso envenenamiento que, al menos yo, no había visto en la narrativa de este tipo, obtención de copias para un cotejo que conduce no solo a la elucidación de la naturaleza de un escrito, sino a la identificación de un asesino. Si Bayardo Arizpe fue contratado para encontrar un original, este aparece tan milagrosamente como la niña Paulette, que estaba oculta entre la pared y un colchón pero, dijeron, no la pudo hallar Bazbaz, procurador del Estado de México, ni la jauría que andaba con él en la recámara de la pequeña. Pues resulta que, Bayardo decide investigar cómo y por qué reaparece el texto y pisa algunos callos de quienes querían ver si figuraban en el libro póstumo. Golpes, amenazas, robos, chantajes, desaparición de documentos de autopsia y encuentros sexuales, naturalmente, todo como en la novela negra, a pesar de que el embrollo se va aclarando como un relato de enigma. Las cosas que plantea Ramos en su novela me hicieron recordar un incidente chusco. A finales del siglo pasado hice una antología de cuento que pretendía clarificar el magma narrativo de aquel momento. Tiempo después me buscó un periodista norteamericano que estaba recopilando material para hacer lo que yo había hecho. Una tarde que platicamos me dijo que estaba sorprendido porque, en otros países, le habían ofrecido dinero para que incluyera a unos autores, pero nunca le había sucedido lo que en México, pues le habían ofrecido dinero no para incluir a alguien, sino para sacarlo. Recomiendo que lean De puño y letra. Se van a sorprender.
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Circuito Interior Sonora
Casi una centuria de música en un libro Juan José Flores Nava
Después de recorrer Sonora por entero, el musicólogo Rodolfo Rascón Valencia reedita, tres lustros después, su volumen de 400 páginas donde recopila a los compositores de su tierra natal: Sonora.
E
l pequeño territorio de Aribabi —de unos 400 habitantes según el censo de 2010— muy pronto le quedó chico a Rodolfo Rascón Valencia. Dice Rodolfo que nació con tanta suerte que antes de ir a su primer día de clases ya sabía escribir y dibujar: “Yo nací hecho, pues; no necesité que me hicieran en las aulas”. Esa misma lumbre que calentaba el deseo de saber, le quemaba también los pies. Así que, cuando era apenas un muchachito, inició el descenso desde los casi 1 500 metros de altura en los que se encuentra Aribabi, en el municipio de Huachinera, al noreste de Sonora, para caminar y conocer la mayor parte de su estado. Fue en esos andares, en su ir y venir por Sonora, en su tránsito por caminos y veredas, brincando sierras y barrancas, como Rodolfo empezó a apuntar, a tomar nota mental de todo lo que hallaba en los pueblos para luego hablar y escribir de la fisonomía y la biografía de aquellos lugares. Pero también de su música. Entonces sucedió que tantos recuerdos, tantos documentos, tantas conversaciones, tantas imágenes y sonidos recogidos durante tres décadas ya no podían quedarse solo en su memoria o en sus dispersos apuntes, por lo que, en 1992, superando toda clase de escollos, reunió lo acumulado y lo publicó bajo el título de Compositores
“La música narca, de banda, de tuba y tambora, nos llegó de Sinaloa; no es de Sonora” sonorenses 1860-1940 (Universidad de Sonora/ El Imparcial). Casi tres lustros después, la Universidad de Sonora, el Instituto Sonorense de Cultura y el propio Rodolfo Rascón Valencia han decidido que es momento de reeditar (con el mismo título y con el apoyo y asesoría del pianista Jesús David Camalich Landavazo) este libro, que da cuenta de casi un siglo en el que la región ópata (Arizpe, Cananea, Moctezuma, Sahuaripa y Ures) vio brotar no solo la música indígena de Sonora, sino casi toda la música sonorense de la segunda mitad del siglo xix y de las primeras cuatro décadas del siglo xx: solo 46, de los 139 creadores de música localizados y confirmados en la investigación, no son originarios de la región serrana en que se extendían los viejos territorios ópatas. —Don Rodolfo, ¿en qué momento se empezó a perder esta inmensa riqueza musical de la que da cuenta su libro y fue sustituida por los tamborazos de banda?
—En la época de la que hablo, las orquestas típicas sonorenses abundaban (en la investigación se anotan más de 80). Constaban de un contrabajo, un chelo, un violín, una flauta, un clarinete, un trombón de émbolos y un cornetín al que también llamaban pistón. Durante muchos años tuvimos estas orquestitas preciosas en casi todos los pueblos de Sonora. Pero en 1920 empezaron a llegar las piezas de los gringos con las nuevas orquestas rítmicas que tocaban música mucho más alegre, como el jazz o el blues. Fue así como empezaron a desaparecer las orquestas típicas y aparecieron estas otras, muy informales pero muy alegres. En varios pueblos quedan aún orquestas así. Pero la música narca, de banda, de tuba y tambora, que es a la que te refieres, nos llegó de Sinaloa; no es de Sonora. —Su larga investigación de casi treinta años no fue patrocinada, desde luego, por ninguna institución. ¿Cómo hacía para sostenerse económicamente al viajar tanto, al ir de pueblo en pueblo
65 conociendo esta música, a sus autores y sus compañeros o familiares? —Siempre andaba con mi violincito y mi guitarra, una tercerola. Con eso me ganaba la vida. Llegaba a los poblados y buscaba con quien acompañarme o a quien acompañar. También llevaba joyitas o baratijas que vendía en los diferentes lugares. Le entraba a todo: con el hacha, con el pico, con lo que fuera. El tener que acompañar a otros músicos me obligó a aprender a tocar varios instrumentos para caber en cualquier conjunto. A veces comía, a veces no, pero me la pasé muy a gusto, muy feliz, haciendo desde entonces y ahora mismo lo que me daba y me da la gana. —Aparte del violín y la guitarra, ¿qué otros instrumentos aprendió a tocar? —La vihuela, el guitarrón, el contrabajo, la mandolina y hasta un poco el laúd y el acordeón. También me aprendí todos los ritmos y las formas que eran necesarios. Nada más instrumentos de aliento no, porque me dio una pulmonía doble cuando empezaba a tocarlos y ya no pude seguir. Mejor ni le hice la lucha. Además de la región ópata, escribe Rodolfo Rascón Valencia, en este periodo hubo compositores de excelente música regional en las ciudades de Hermosillo, Nogales, Magdalena, Guaymas, Navojoa y Álamos, pero también en pueblos como Foto de Eduardo Gómez, Imago.
Tónichi, Empalme y La Dura. Algunas de las piezas musicales más famosas, que incluso le han dado la vuelta al mundo son: “Las madreselvas”, de José Adalberto Encinas; “Desengaño” y “Amor de madre”, de Jesús el Chito Peralta; “Las cuatro milpas”, “La vida infausta” y “Mundo engañoso”, de Aristeo Silva Antúnez; “Soñador”, “Campanas de oro” y “Honor y gloria”, de Rafael Z. C. Jarero; “Ausencia”, de Ildefonso el Kilo Morales; “Me importa madre”, de Antonio O. Duarte; y “La sirenita”, que hiciera famosa Rigo Tovar, es de Ignacio Jaime. Las piezas, en fin, son tan variadas que en las 400 páginas de Compositores sonorenses 1860-1940 caben, entre otros géneros, valses, boleros, marchas, chotis, polkas, fox trot, blues y one step. Incluso se cuelan en el relato algunas historias de plagio, como sucedió con el vals “Tu amor es mi vida”, de Atanasio Castañeda, cuyo “trío” fue plagiado, según Rodolfo Rascón Valencia, para musicalizar la “Canción mixteca”, o como le ocurrió a la obra considerada el himno de los sonorenses: “Sonora querida”, que la Sociedad de Autores y Compositores de Música atribuyó siempre a Raúl Castell, cuando fue compuesta, de acuerdo con Rodolfo Rascón Valencia, en 1923 por el expresidente Adolfo de la Huerta Marcor, originario de Guaymas, y el chihuahuense Ernesto González Jiménez.
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El día franco de Adrián Curiel Rivera
Perros y humanos: juego de espejos
Eugenia Montalván Colón
Un libro donde la perritud aparece de manera tan natural que o nos acercamos con afecto a nuestras mascotas o las detestamos con ardor…
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sta semana hice algo inusitado: le regalé una cachorra salchicha a un amigo histórico porque, por supuesto, sabía que la apreciaría muchísimo, tanto que la recibió cuando se sintió realmente listo para vivir acompañado por una mascota; la perra pudo morir atropellada frente a mi casa, por eso me atreví a rescatarla; después investigué entre los vecinos si alguien sabía de quién era, pero no. Evidentemente, los perros me inspiran cariño y admiración por ser altamente sensibles, sin embargo no viviría con uno por ahora. Eso, los adjetivos para calificar a los perros (en un medio políticamente correcto) suelen ser muy halagadores; por ejemplo: “Roge no solo es fiel y guardián como el que más, sino inteligentísimo”; la descripción corresponde a un adorable cachorrito weimaraner protagonista de un cuento de antología: “Día franco”, del escritor Adrián Curiel Rivera. Este cuento está construido a partir de la catástrofe: las reacciones de un padre que se siente absolutamente defraudado por su hijo, para empezar; luego, el estallido de una olla exprés y, al final, un accidente mortal. Interpreto la concatenación de sucesos trágicos como una señal de alerta. Este cuento es el primero de un libro que lleva por título, precisamente, Día franco (unam, 2016), y me parece que es la mejor introducción a una colección de cinco relatos que aluden a la palpable decadencia social, aunque vista desde el punzante ingenio de Adrián
Curiel Rivera (Ciudad de México, 1969), capaz de dotar a sus cuentos de una tensión y una carga simbólica muy especiales a partir de ladridos, remilgos, colas moviéndose, etcétera. El libro resulta intrigante desde un principio no solo por el leitmotiv canino —que va del amor sin cortapisas a las ganas contenidas de “sacarle las cuerdas vocales” a un chocante callejero pulgoso—, sino sobre todo por el juego de espejos presente en estos relatos. Tanto la especie canina como la humana son capaces de grandes actos de valentía y solidaridad, y también de canalladas y cobardías abyectas. —Leyéndolo me doy cuenta de que a Moisés se le olvidó un mandamiento: honrarás a tus hijos… —Hemos sido educados en la cultura de la culpa, no sé si llamarla judeocristiana, bajo el peso de valores de autoridad que nos hacen decir, o casi recitar, por ejemplo, honrarás a tu padre y a tu madre, como si el cuarto mandamiento mosaico fuera una vacuna contra millares de padres y madres hijos de puta que arruinan y castran la vida de sus descendientes. Claro que, detrás de ese mandamiento, encontramos de forma indirecta el mandamiento superior de amar a Dios sobre todas las cosas. Como sea, el cuarto mandamiento es un mito tan grande como suponer que el solo acto de leer un libro, aunque sea pésimo, nos hará mejores. Pero, volviendo a tu pregunta, supongo que el egoísmo y la mezquindad tam-
bién podrían explicar el porqué de esa regla de conducta que mira hacia arriba y no hacia abajo. Por lo general, cuando alguien se transforma en padre o madre espera ese respeto incondicional, pero cuesta más ejercerlo tratándose de seres a quienes consideramos nuestras criaturas, como sucede con nuestros perros y mascotas. En “Día franco”, como bien señalas, ese es el conflicto medular. Un padre machista y alcohólico que quiere un hijo a su hechura, y no un hijo gay que se le resista y luche por encontrar su propio espacio en el mundo. El más realista —En “Salida número catorce”, el segundo cuento del libro, el lector se confronta con el dilema de un hombre aparentemente común y corriente a punto de tomar una decisión arriesgada. —Algunos lectores me han preguntado por qué incluí este relato en Día franco si los otros cuentos se refieren a cosas que sí pasan en la realidad. Les he respondido que, pese a su apariencia fantástica, “Salida número catorce” quizá sea el más realista de los cinco textos. Un hombre felizmente casado y acomodado, en efecto, conoce a una misteriosa mujer en una cena de trabajo. Al día siguiente desayuna con la familia y se prepara para a llevar a los niños a la escuela. Lo agobia la amenaza de los recortes de empleo de la empresa, se ha resignado a sobrellevar la pasión domesticada del matrimonio. Luego se percata de que en la ciudad hay una
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“O no. Depende de cómo se interprete. Quizá la moraleja, en caso de que la haya, nos sitúe en una angustiosa encrucijada: el que no arriesga no gana, pero el que arriesga puede perderlo todo” epidemia de perros, algunos callejeros, otros que han escapado de sus hogares, todos formando amenazadoras jaurías que trastocan la vida cotidiana de los habitantes. El personaje trata de seguir como si nada hasta que se declara el estado de emergencia y se ordena evacuar la ciudad. La desconocida reaparece. El hombre se pregunta, entonces, si los perros que se han apropiado de su cotidianeidad verdaderamente existen, o si son sus miedos más profundos que se han desatado repentinamente y corren desbocados. —Me inquieta la propagación (rabiosa) de perros en la ciudad como metáfora de la asfixiante rutina en que se convierte la vida, pero es muy elocuente el relato: ¡sí hay escapatoria! —O no. Depende de cómo se interprete. Quizá la moraleja, en caso de que la haya, nos sitúe en una angustiosa encrucijada: el que no arriesga no gana, pero el que arriesga puede perderlo todo. —“Te extraño, bestia” refleja la sublimación del amor extremo por los perros que marca la pauta aquí y ahora, esa moda o vorágine que seguramente disfruta como observador… —En este cuento, Filomeno, un perro que adquiere rango de coprotagonista, encarna la ambigüedad de los anhelos y frustraciones que solemos proyectar en nuestras mascotas, específicamente en los perros. Filomeno,
un callejero rescatado de un atropellamiento y al que le han tenido que poner una placa de metal en una de sus patas, manipula hasta tal punto la relación que su dueña se esmera en tener con una nueva pareja, que el lector no sabrá si acariciarlo o darle un puntapié en su pata chueca, como acaba haciendo, en un ataque de desesperación y a un precio muy alto, el novio de la dueña. Hay algo importante que resaltar en Día franco: aunque en todos los relatos está presente la figura del perro, no se pretende transmitir un mensaje como si la escritura del libro hubiera sido encargada por la sociedad protectora de animales. Los perros aparecen, por así decirlo, en toda su “perritud”, no como quisiéramos que fueran o como imaginamos que deben ser. Odio y complicidad —Ahora, en el cuento “Un anciano en la azotea”, el pertinaz ladrido del perro confinado a la intemperie resulta molesto: ¡pinche perro jodón! —En este relato el perro de los vecinos, en la azotea de enfrente, actúa no solo como un irritante ruido de fondo, sino como un disparador simbólico de la tragedia inminente. El anciano sube a la azotea con una escalera que él mismo arrastra, harto y de vuelta de todo, pero convencido aún de la necesidad de defender su propia independencia ante los rei-
terados intentos de su hija y de su yerno de confinarlo en un asilo. En todas las historias de Día franco se explora no solo el símil entre humanos y perros, también las potencialidades literarias de la figura o motivo del perro como metáfora de nuestras grandezas y miserias, de nuestros aciertos y garrafales errores. Entre el anciano que trepa y el perro que se desgañita a ladridos se establece una extraña relación de odio y complicidad. Lo que da cohesión, en última instancia, a los cinco textos, además de la obvia presencia de humanos y perros, son tres temas fronterizos que corren transversalmente: la familia, la soledad y la adultez. —¿Ha visto la sección de “El País Semanal” dedicada a retratar personajes con sus perros? La clase de relaciones que llegan a establecerse… —Sí, muchas personas llegan a extremos de irrisorio patetismo con sus perros, olvidándose de que los perros son, precisamente, perros. En ocasiones se parte de la falsa premisa de que una manera de respetarlos y mostrarles afecto es tratarlos como si fueran miembros de alguna extraña realeza o jet set, con horarios de paseo estrictos y un gabinete de psicólogos, entrenadores y nutricionistas a su servicio las veinticuatro horas del día, aunque luego no se tenga ningún respeto por el prójimo ni por nada ni nadie más. También es verdad que los vínculos que pueden establecerse entre un humano y un perro son asombrosos, no solo como codependencia o domesticación, sino en un sentido mucho más amplio y admirable. Y existe una abundante y valiosa literatura de especialistas que nos ayudan a entenderlos mejor. Aunque hay que insistir: entenderlos no es volcar en ellos nuestros complejos y ansiedades, o antropomorfizarlos como si fueran nuestros hijos, primos, hermanos o tíos. —Y, finalmente, ¿con qué perro se identifica? —Con los perros me pasa lo mismo que con los humanos. Estimo que algunos son maravillosos. Otros, detestables.
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Maiakovski en México
En un país rico pero pobre Luz Sepúlveda
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ladimir Maiakovski nació en 1893 en la provincia georgiana de Bagdadi —después llamada Maiakovsk— y, tras una agitada y turbulenta vida política, artística y romántica, deja una nota de despedida y se da un disparo en el corazón a los 37 años: “No culpen a nadie de mi muerte... Mamá, hermanas, camaradas, perdónenme; no me recuerden como débil de espíritu —esta no es una salida, pero no tengo ninguna otra. Lily —ámame… Saludos”. Cuando Vladimir tenía 14 años su familia se muda a Moscú y él se afilia a los bolcheviques, por lo que en 1910 es arrestado y sentenciado a 11 meses de prisión. Aprovechó ese tiempo en la cárcel para leer a los clásicos de la literatura universal; y al salir se une a la vanguardia futurista, todavía en boga en Rusia. Ser futurista significaba aliarte con los ideales políticos que desembocaron en el fascismo, y despreciar todo lo antiguo, clásico y bucólico. Ser futurista era proclamar que la guerra es la “única higiene del mundo” y que un automóvil es más hermoso que la Victoria de Samotracia. Con estas ideas se inclina por laborar para el Estado, sin abandonar una profusa obra poética
con lineamientos futuristas heredados de Marinetti, y que proclaman odas a la modernidad, el dinamismo y la máquina, aunado al regusto vanguardista por disgustar y provocar a la burguesía. Maiakovski mantuvo una intensa y pasional relación con Lilya Brick, a quien dedicó la mayoría de sus poemas. Lily era una judía rica y educada, casada con el crítico y poeta Osip Brik, hijo de un joyero (rico y judío). Lily era muy guapa, ambiciosa y cargada de una potente energía erótica que la llevó a cumplir el sueño de algunas chicas de la época: ser la musa de un poeta famoso y vivir a perpetuidad en la memoria. Se rumora que cuando Lily le confesó que se había acostado con Maiakovski, su marido exclamó: “¿Cómo podría alguien negar algo a ese hombre?” De hecho, Maiakovski y el matrimonio Brick vivieron juntos por una larga temporada, aunque los amoríos entre Vladimir y Lilya supuestamente terminan hacia 1923. Osip Brick, por su parte, fue consejero de Maiakovski, su promotor, inversor y cofundador de la revista vanguardista LEF. En 1925 Maiakovski toma un barco, y después de tres semanas de un plácido viaje y de cargar combusti-
ble en Cuba, llega a las orillas de Veracruz, donde sus primeras impresiones son un tanto escuetas: “Una costa insípida con casas pequeñas y bajas. Los músicos nos reciben con cornetas… un pelotón de soldados se entrena y marcha en la costa. Cientos de personas diminutas con sombreros de alas chillan y extienden las manos…” Le llama la atención la cantidad de limpiabotas y vendedores de lotería que merodean el puerto; le desconcierta el desorden del ejército mexicano; le maravillan los paisajes y, en especial, los cactus; y como a todo ser con sentido común, le apabulla la incertidumbre de cómo se lleva a cabo la política en México. Maiakovski llega cuando por los últimos 30 años había habido casi 30 presidentes en México. Diego Rivera lo espera en la estación y Maiakovski lo describe atinadamente: “Una persona robusta, con una buena barriga y un rostro ancho y siempre sonriente”. Dice el ruso que antes de conocer a Rivera, solamente sabía que había sido uno de los fundadores del Partido Comunista de México, que era un gran pintor y que podía acertarle con una pistola a una moneda lanzada al aire. De su visita por la ciudad, Maiakovski relata que “Diego se movía como una nube, respondiendo a cientos de reverencias, estrechándoles la mano a los que pasaban a su lado y saludando a gritos a los que andaban por la otra acera” (citas tomadas del libro América, de Vladimir Maiakovski, Editorial Gallo Nero, 2011, traducción de Olga Korobenko). Después de la visita a los murales de la sep, Guadalupe Marín, descrita por el ruso
como “una mujer alta y bella de Guadalajara”, les prepara una comida que Maiakovski parece no apreciar: “Unas tortas o crepas secas, muy sosas, pesadas. Carne picada enrollada con un montón de harina y un incendio de pimienta. Antes de la comida, un coco; después, un mango. Todo se acompaña con un vodka barato que sabe a aguardiente”. Enseguida lanza una perorata en contra del imperialismo estadunidense que ha dejado a México, “el país más rico del mundo”, reducido a raciones de hambre. En general, los comentarios del ruso son agrios y responden a generalizaciones, pero quizá sean producto de la misma incomprensión que los mexicanos tenemos acerca de la identidad del indígena, del español y del mismo mestizo, además de la paradoja de que somos un país rico lleno de pobres.
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Renacimiento Agustín Ramos
C
laro que el Dos de Octubre se olvida. Claro que se supera. La tragedia fue real y su verdad se documenta de manera cada vez más precisa. Sin embargo, el país donde ocurrió la tragedia se va desvaneciendo con un ritmo deforme, pero irrevocable —junto con las víctimas y los victimarios—, sin dejar otro rastro que una herencia maligna, envenenada, deletérea. El Dos de Octubre, con sus réplicas, sus ramificaciones, sus consecuencias, no necesita ninguna marca en el calendario cívico ni sacralizaciones ni, por sí mismo, promesas de recuerdo e inclemencia por un crimen de Estado que se perpetró con todas las agravantes: premeditación, alevosía y ventaja. Ni el recuerdo de ese medio millar de muertos ni la venganza contra los asesinos nos llevarán adelante. Responsables fueron los francotiradores y la tropa al jalar los gatillos obedeciendo órdenes, quienes organizaron la celada y quienes intentaron coordinarla o causar confusión entre gatilleros y militares, los comunicadores. Responsables, quienes traicio-
Lecciones de la historia
naron al movimiento antes y después de la carnicería, los cronistas que actuaron conforme a la ley del menor esfuerzo y la tradición de ser tuertos en reino de ciegos, los científicos sociales que restringieron su visión de los actos castrenses y paramilitares a los asesinados en la Plaza de las Tres Culturas y sus alrededores cuando el episodio abarcó toda la tercera sección de la unidad habitacional Tlatelolco. Responsables, los vicarios de Cristo que cerraron las puertas del templo a quienes buscaban amparo ante las balas, quienes no dijeron todo y quienes no dijeron nada, quienes han ido reduciendo su compromiso en relación inversamente proporcional a su edad, quienes hoy siguen ignorando lo que ocurrió aquella tarde y toda la noche de ese día miércoles Dos de Octubre, quienes obtenemos ventajas de cualquier tipo invocando la frase sustantiva Dos de Octubre. ¿Por qué insistir entonces? Porque así como las responsabilidades del crimen van quedando cada vez más claras, así también la respectiva visión moral va perfeccionando sus aristas. El Dos de Octubre se olvida porque su alternativa no es la desmemoria sino la historia. A medida que no se olvida ni se perdona, ¿a quién, a quién hay que perdonar: al país por seguir soportando al pri, al pri por seguir siendo
consecuente con su principal principio que es la falta de principios, a los partidos que antes, como hoy, como mañana buscan emularlo? A medida que el dolor de aquella desgarradura se va alejando como recuerdo para dejar su sitio, querámoslo o no, a la historia como conocimiento cada vez mayor de lo que ahí ocurrió, con todo y sus antecedentes, sus protagonistas y sus derivaciones. Con el deslizamiento del recuerdo a la falsificación individual sobreviene la conciencia, el perdón transformado de la colectividad. También el dolor, el resentimiento, el deseo de venganza abren paso, le pese a quien le pese, a una memoria colectiva, purificada por las emociones y las subjetividades y los agravios del ahora: memoria reencarnada y fortalecida en los hechos del hoy, hechos observados con mucho más ventaja y mejor artillería que la de los helicópteros verde olivo de la Fuerza Aérea Mexicana que coparon la zona comprendida entre los actuales ejes Central y Dos Norte, Paseo de la Reforma y Avenida Nonoalco. Los hechos, sin adjetivos como sin rencor, como con los puntos sobre las íes, como el momento, este, en que se vuelve a nacer y que sigue conteniendo cada vez con mayor levedad el Dos de Octubre. Una fecha inmejorable para celebrar el renacimiento de lo que volverá cada vez que se necesite, la palabra…
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Almanaque de las letras Mueren Víctor Manuel Cárdenas y Poli Délano
Ramón Xirau, solo poema en catalán
Rubén Martínez Cisneros
Julio 1 Las obras Confabulario y Bestiario de Juan José Arreola (1918-2001) fueron traducidas al chino mandarín bajo el sello Planeta y la Editorial Shanghai Translation Press y presentadas en la embajada de México en Pekín.
14 Dio inicio la XIII edición de la Semana Negra en Gijón, España. En ella se dan cita alrededor de 150 autores nacionales e internacionales. El madrileño David Llorente obtuvo el galardón Dashiell Hammett.
2 Un incendio se registró en el lado norponiente del Palacio de Bellas Artes sin que sufriera graves daños. La conflagración, al parecer, fue por un corto circuito en el sistema eléctrico del taller de iluminación.
15 Una encuesta elaborada por el inegi, a través del Módulo sobre Eventos Culturales Seleccionados, arroja el dato de que seis de cada diez mexicanos, mayores de 18 años, asistieron a alguna actividad cultural: obra de teatro, exposición, danza o cine, entre otros géneros, en los últimos 12 meses.
3 El escultor, dibujante, pintor y apasionado del cine José Luis Cuevas fallece a los 83 años. Su cuerpo fue cremado y posteriormente se le rindió homenaje en Bellas Artes. Ahí, el poeta Homero Aridjis expresó: “Yo venía a ver el cuerpo y me encuentro con cenizas”. Nueve días después, el diario Milenio da a conocer una copia fiel del original del acta de defunción de José Luis Cuevas, muerto a consecuencia de una “acidosis metabólica severa, presión sacra y cáncer de colon”.
17 Las series con temas relacionados con el narcotráfico confunden los sueños de la juventud sobre las fugaces bonanzas que genera, señaló Juan Pablo Escobar Henao, hijo del capo colombiano Pablo Escobar, en el marco de la Feria Internacional del Libro 2017 en Guatemala.
18 “Es un hecho mundialmente conocido que un hombre soltero, dueño de una gran fortuna, necesita una esposa”, se lee en Orgullo y prejuicio, de la escritora inglesa Jane Austen, quien falleció hace 200 años, a quien se homenajeó en Hampshire, Inglaterra. Su novela ha inspirado cientos de adaptaciones.
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Julio 19 El 2 de noviembre de 1975 fue asesinado Pier Paolo Pasolini por Pino Pelosi, quien murió a causa de cáncer a los 59 años. Pelosi asesinó al director de cine en la playa de Ostia, cerca de Roma.
22 El periodista Cándido Ríos Vázquez fue asesinado a tiros en el poblado Juan Díaz Covarrubias, municipio de Hueyapan de Ocampo, Veracruz. Se desempeñó como reportero del diario La Voz de Hueyapan y se encontraba en el programa Mecanismo para la Protección de Defensores de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación, pues había recibido amenazas de muerte.
28 El creador de la historieta Chanoc, Ángel Mora, falleció en Cocoyoc, Morelos. Chanoc (hombre rojo, en maya) fue creado en 1959 a partir de guiones de Martín de Lucenay.
30 El salón de baile Los Ángeles, lugar representativo del esparcimiento de la sociedad, festejó 80 años de abrir sus puertas en la calle de Lerdo 206, en la colonia Guerrero de la Ciudad de México.
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
26 La historiadora Ida Rodríguez Prampolini falleció, a los 92 años. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, donde fue catedrática e integrante del iie y fundadora del Instituto Veracruzano de Cultura, autora de Una década de crítica de arte (1974), entre otros libros. El poeta y filósofo Ramón Xirau (Cataluña, España, 1924) falleció en la Ciudad de México, a los 93 años. Xirau escribía poesía solo en catalán.
31 El poeta Jaime Labastida, director de Siglo XXI Editores, dio a conocer que la serie de libros del novelista y periodista Luis Spota, denominada “La Costumbre del Poder”, integrada por Retrato hablado, Palabras mayores, Sobre la marcha, El primer día, El rostro del sueño y La víspera del sueño, será reeditada por esa casa.
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Agosto 1 Ante la carencia de recursos económicos en Venezuela, este año no se entregó el premio de novela Rómulo Gallegos, de acuerdo con la agencia dpa. El galardón consiste, o consistía, en 100 000 dólares.
6 El poeta Víctor Manuel Cárdenas (1952) falleció a los 65 años. Fue director de la revista Tierra Adentro y catedrático de la Facultad de Letras y Periodismo de la Universidad de Colima. Publicó A la hora del fuego y Después del blues, entre otros libros. Recibió los premios Nacional de Poesía Elías Nandino y Ramón López Velarde.
2 El historiador Miguel León-Portilla recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Sevilla. Ramón María Serreras, catedrático de dicha academia, dijo: “Don Miguel hace tiempo que es historia viva de México, porque nos puso en contacto directo con la voz del indígena, con la voz de los vencidos”.
8 El caricaturista Eduardo del Río, Rius, murió en Tepoztlán, Morelos a los 83 años. Nació en Zamora, Michoacán, el 20 de junio de 1934. Sus primeros trabajos se publicaron en Ja-ja y Ovaciones. Creador de Los supermachos y Los agachados. Publicó más de 100 libros como autodidacta, entre ellos el muy conocido Cuba para principiantes.
5 Marcelino Perelló, quien fuera uno de los líderes en el movimiento estudiantil de 1968, falleció a los 73 años de edad. Se autodefinía como activista cultural, un agitador cultural. El controvertido catedrático de la unam y conductor del programa Sentido contrario de Radio unam fue despedido por “sus comentarios misóginos”.
10 El escritor Poli Délano, quien naciera en Madrid en 1936 y naturalizado chileno, falleció a los 81 años de edad. Exiliado en México durante la dictadura de Pinochet. Entre sus obras se encuentra El amor es un crimen.
15 José Vicente Anaya fue merecedor de un homenaje, en el Palacio de Bellas Artes, por sus 70 años de edad y a tres décadas de la publicación de su Híkuri. Ahí, el poeta expresó: “Han pasado ya 30 años de la primera edición, en la Universidad Autónoma de Puebla. Y fue rechazado por muchos premios literarios. Los jurados eran maestros poetas, formados en la literatura, pero con un criterio de que la poesía debería ser diferente a Híkuri”. Ahora, el volumen es reeditado por Malpaís. Con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México se abre una nueva etapa de la Casa Refugio Citlaltépetl y, coordinada por Daniela Flores Serrano, se enfocará a la protección de los derechos humanos, las migraciones y la libertad de expresión. De acuerdo con el diario La Jornada, “además, la apertura ya no será solamente para escritores y poetas, sino se amplía a periodistas, artistas y pensadores, ya sean extranjeros o mexicanos”.
14 Sesenta años de que el poeta y Nobel mexicano Octavio Paz publicara Piedra de Sol: Voy por tu cuerpo como por el mundo, tu vientre es una plaza soleada, tus pechos dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos, mis miradas te cubren como yedra, eres una ciudad que el mar asedia…
16 Fallece el periodista Jesús Aranda, quien se desempeñó como reportero de La Jornada; cubrió la fuente de la Defensa Nacional y la scjn por alrededor de 20 años.
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Agosto 22
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El Instituto Federal de Telecomunicaciones aprobó la migración de la estación Radio Educación a la frecuencia modulada. A decir del analista Fernando Mejía Barquera, “la importancia de la decisión tomada por el Ifetel puede apreciarse al observar los resultados de la Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales 2016, publicada recientemente por ese órgano regulador: 71% de los radioescuchas mexicanos prefiere sintonizar fm y solo 15% am”.
28 Se da a conocer que el escritor estadunidense Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) será galardonado con la Medalla Carlos Fuentes en la fil de Guadalajara, a verificarse el próximo mes de noviembre; el día 26 Auster presentará su novela 4 3 2 1, editado por Seix Barral.
Nueva época de la revista Antropología, publicación del inah. Fundada en 1939 durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, será cuatrimestral y abordará temas de antropología e historia.
26 De acuerdo con el presidente de la cndh, Luis Raúl González Pérez, del año 2000 a la fecha han sido asesinados 129 periodistas. Cabe señalar que en lo que va de este año nueve reporteros fueron acribillados sin que hasta el momento existan responsables de los crímenes.
30 Los festejos por la centuria de El Universal (1 de octubre de 1916) continúan: en la Feria Universitaria del Libro en Pachuca, Hidalgo, fueron presentados los libros 100 años de fotografía en El Universal y 100 años de caricatura en El Universal. Las ediciones contaron con el apoyo económico de la Secretaría de Cultura cuando estaba a cargo de Rafael Tovar y de Teresa, entidad que aportó un millón de pesos para la elaboración de los volúmenes. Cada ejemplar tiene un costo aproximado de mil pesos. Hugo Hiriart fue merecedor de la Medalla Bellas Artes por su trayectoria. Autor de la obra de teatro Casandra y de la novela Galaor, ha sido becario de la Fundación Guggenheim y el Sistema Nacional de Creadores, además de contar en su currículum con el Premio Xavier Villaurrutia.
31 Han transcurrido 90 años de que fuera asesinado el general Francisco Serrano y 13 de sus correligionarios en la población de Huitzilac, Morelos (3 de octubre de 1927), en manos del militar Claudio Fox. El crimen dio pauta al escritor Martín Luis Guzmán para elaborar su novela memorable La sombra del caudillo.
Foto de Alejandro Zenker.
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Signos visibles
Escrituras vitales
Gabriel Trujillo Muñoz
Dice el autor, contrariando la creencia generalizada, que el que escribe no es un ser solitario… El que escribe nunca está solo.
M
ás allá de la maestría escritural o de la pertinencia temática, una obra de ficción se sostiene en gente como uno, en personas como todos, en sueños y situaciones que compartimos: la búsqueda de la felicidad, el encuentro con la desgracia, la curiosidad por las vidas ajenas. A veces narramos una ciudad. Otras, un paisaje, un estado de ánimo. Pero los mejores retratos son de criaturas de carne y hueso, de seres que sangran y aúllan. Toda creación cuestiona el paso del tiempo, las ataduras de la vida. El lenguaje es el tablero donde juegas a ganar el mundo. Las pérdidas personales son ganancia para la literatura. Hoy las palabras son jauría: atacan al débil, hacen mofa del desesperado. No se detienen ante nada ni nadie. En estos tiempos el lenguaje se adelgaza, se rarifica. Carece de gravedad. Entre las palabras, el silencio tiene la cualidad del cielo mudo, del mar en calma. Cuando creas personajes sabes, desde un principio, que son tuyos, pero que terminarán viviendo al cuidado de sus lectores. La creación literaria calma y agita. Es fuerza natural y pensamiento ordenado. Contiene tanto lo que somos como lo que deseamos ser. Llevas a la escritura tu lucidez y tu ceguera. Lo que ves con nitidez y lo que solo percibes como una mancha borrosa.
El que lee para entender el mundo no debe olvidar el mundo. El que vive el mundo no debe olvidar leerlo. Las palabras son máscaras y son desnudamientos. Muestran la realidad tal cual es y crean la ilusión de otras realidades. Todo gran paisaje requiere una escritura expansiva, una larga mirada. En la literatura no hay criaturas menores: un águila o una sanguijuela pueden ocupar el sitio de atención. Un tiburón o una luciérnaga pueden sintetizar la vida entera. Escribir es una forma de dar consuelo. El mayor acto de prestidigitación de la literatura es hacer que las palabras sean la sensación misma, el nervio en vivo cuyo dolor no te deja en paz, cuyo gozo no puedes evitar. La literatura abre puertas al conocimiento, ventanas a la locura. Es un baúl de tesoros y una caja de Pandora. Lámpara maravillosa que al frotarla hace surgir de su interior genios y demonios, vidas ejemplares y turbios personajes. El oscuro horizonte que la luz desgarra hasta hacerlo reconocible, hasta volverlo soportable. Las palabras son fuego aparte, una fogata para calentarnos en días amargos, en noches intensas. En la literatura, lo frágil es lo duradero; lo fugaz, lo permanente. Las palabras son semillas persuasivas, frutos seductores. Se paciente con tus personajes, que ellos lo son contigo.
Viajas con la escritura: a veces conductor, a veces pasajero. Como los cetáceos cansados de un mundo que ya no es el mismo, de un mar que ya no les pertenece, las palabras encallan en páginas perdidas, en cuadernos olvidados. No hay bloqueos literarios: hay ganas de decir otra cosa sin conseguirlo. Entre una taza de café y otra, una historia se escurre, un verso gotea. No digas: lo sé. Di: lo supongo. No digas: lo supongo. Di: lo sé. Entre certeza e incertidumbre, las verdades se cuelan, los mitos nacen. Muchos dicen que la escritura es un juego. Claro que lo es, pero es mucho más que eso: es una estrategia intuida en un tablero invisible. Una danza hacia adentro por el solo gusto de mover las piezas, de tener compañía. Para contar historias que mantengan en vilo al lector, el infortunio es imprescindible. De tanto manosearlas, las palabras pierden su encanto, las historias su identidad. El lector de libros no es mejor que el bruto del pueblo. Su ventaja es que cuenta con pretextos culturales para hacer lo que hace, para pensar lo que piensa. Los líderes nazis y los inquisidores del Santo Oficio eran grandes lectores. Eso no los hizo mejores personas. A lo más los convirtió en estupendos asesinos, en perfectos verdugos. La poesía es el desierto proverbial: pleno de imágenes inasibles, de zarzas ardientes.
75 El valor moral de la literatura es la más vieja mentira de la civilización. Las palabras son como las palomas de los magos: siempre necesitan un sombrero para ocultarse en él, una mano hábil para salir al escenario. En la desmesura del instante, los recuerdos se agrietan, se desmoronan. Describirlos es quitarle su precariedad, su vulnerabilidad. Polvo de estrellas en la tolvanera del camino, los versos que olvidaste. Las verdades de la literatura se presentan entre signos de interrogación. El enemigo mayor de la literatura no es la censura: es la autocensura, el qué dirán. Lo políticamente correcto no necesariamente es lo literariamente correcto. Los villanos son más fascinantes que los héroes, más carismáticos. Son el emblema de una pulsión humana primordial: la del deseo voraz que no se detiene ante nada ni nadie, la del hambre nunca satisfecha por el prójimo. Una grieta en la memoria, como un sepulcro abierto en plena noche. Para eso está la literatura: para exhumar el pasado, para devolverlo a la luz. Antes los sueños sostenían al mundo. Hoy solo las pesadillas logran hacerlo. ¿Acicates para escribir? El dolor, de seguro; la esperanza, probablemente. El miedo a no estar a la altura de tus propias ambiciones. Las palabras te persiguen, te acosan. Te pisan los talones. Te muerden las corvas. Nunca digas: de eso no voy a escribir. Mejor di: aún no me interesa. Lo que escribes bajo tu nombre es un tatuaje permanente, el signo visible de quién eres. Escribes por voluntad propia, por esa voluntad que otros llaman destino. Curar los males del mundo: ya no hay palabras que sirvan para eso. Ya no. En cada palabra resuenan ecos de otras edades, voces de otros tiempos. Quien crea que el lenguaje pueda ser domado no sabe las furias que contiene, el salvajismo que esconde. La literatura no es juntar bien las palabras: es darles un sentido, un rumbo, una pertenencia. La escritura es un combate diario, un acto de vida o muerte en plena plaza pública.
“No digas: lo sé. Di: lo supongo. No digas: lo supongo. Di: lo sé. Entre certeza e incertidumbre, las verdades se cuelan, los mitos nacen” En los ojos del lector está la sentencia final, el juicio último de tu obra. La escritura no es una idea: es una decisión. ¿Cuál es el legado de la literatura? Una mezcla entre el jardín del Paraíso y la gran desolación, entre el parto sangriento y la muerte inesperada. El puente siempre precario, siempre vital entre el sol que despunta y la noche que llega. Escribir es no dar nada por seguro. El mejor crítico es el que todo escritor lleva dentro. En la literatura, las pesadillas son más importantes que los sueños, las muertes son más entendibles que las vidas, las emociones arraigan mejor que las ideas. El poeta californiano Gary Soto dice que él es como la mayoría de los poetas: un autor ignorado. No por eso deja de escribir poemas. Soto es un hombre paciente a la espera de ser escuchado por alguien, de ser leído por cualquiera. Dice que los poetas se mueren y ya. Son sus poemas los que se niegan a morir, los que resisten toda sepultura, todo olvido. Eso es ser poeta para Soto: alguien que deja versos para tropezarte con ellos, poemas para darte en la madre. La dimensión de tu obra no es lo valedero sino los frutos que dé en su momento, la cosecha que ofrezca al mundo. No escribas para quedar bien con los demás. Escribe para decir las verdades que son tuyas, las emociones que te perturban, los deseos que te mueven y animan. Tres leyes a seguir: escribe de lo que sabes, escribe de lo que imaginas, escribe. De todas ellas solo la última es la que importa.
La escritura prolifera en el suelo de la contradicción, en la tierra del conflicto. En la plaza pública las palabras se comen unas a otras, se vuelven música de fondo, ruido blanco. La voz de la escritura no siempre es la voz del escritor. Como los residuos del oráculo que muestran lo que vendrá, el texto nunca lo dice todo. Ni dice lo mismo para cada lector. Todo escritor es un monstruo en potencia. Todo lector, un caballero andante en busca de dragones. Las palabras dan vida tanto al ruiseñor como al buitre. Para escribir se necesita coraje. El poema es un cosmos reducido a su polvo esencial. Entre las palabras, la materia oscura del universo, el vasto silencio que las anuda y las fortalece. El lenguaje es un camaleón siempre alerta, siempre adaptándose a los cambios de su tiempo, a las circunstancias de su entorno. El mejor escritor es el que no se cansa de relatar sus propios cuentos, el que no se aburre al escribirlos. La literatura es valiosa no por las firmas que la adornan sino por las historias que contiene, por los cantos que alienta. Escribir no es un experimento de laboratorio ni un simple entretenimiento. Escribir es persistir en tus visiones, es darles vida aunque en ello te vaya la vida. Cada obra que empiezas es un levántate y anda, es un crear el mundo desde el primer día. La escritura es un oficio de esclavos.
76 Debajo de la novela más sórdida hay una canción de cuna. La literatura no salva a nadie de sí mismo. Escribir es salir a escena y tropezar. El mejor nudo para una historia es su desenlace. La literatura es una plaza pública: todos pueden entrar a ella, todos pueden participar. Las palabras son como las migajas que dejan como rastro Hansel y Gretel en los cuentos de hadas: sirven para regresar a casa, para volver con los tuyos. La literatura no remedia los males del mundo: a lo más los asume como propios. El libro es un secreto a voces. Las de su autor, para empezar. El sentido de la verdad es cosa de los lectores. Para el escritor solo vale el sentido del asombro. Toda buena narración está llena de vísperas, de revelaciones, de torceduras. Como la vida, la ficción es confusión, tropiezos, caídas. A veces atajos. A veces desvíos. Si el mundo no te da lo que necesitas, la literatura puede inventarlo para ti. Foto de Alejandro Zenker.
Los personajes más entrañables son los que cargan consigo su propia pira funeraria. Pregúntenle a Ahab. Pregúntenle a Kurtz. Pregúntenle al doctor Víctor Frankenstein. La vitalidad de una obra literaria no está en sus ideas: está en sus cabos sueltos, en su trasfondo. Escribir es discutir lo que somos. Leer es entrar a esa discusión, hacerla tuya. La literatura es una cápsula de tiempo: atesora lo ya vivido, conserva al niño que alguna vez fuiste. La escritura puede ser tan brillante como un espejo, tan filosa como una espada, tan hiriente como una piedra. El truco consiste en convertirla en espejo, espada, piedra. Escribir es exponerte al escarnio público, al tribunal de tus contemporáneos, al linchamiento mediático. Se necesita espíritu de mártir para asumirte como escritor, para reconocerlo ante los demás. Los mejores accidentes en la literatura son premeditados. Un escritor sabe que la tierra puede esperar, que el tiempo puede esperar, que la vida misma puede esperar. Pero
la creación no espera. La creación es soplo y vuelo. Es tómala y déjate llevar. ¿A dónde? ¡Qué importa: ya la escritura te lo dirá! No vivas de las palabras: vive con ellas. Hazlas tuyas. La perfección está sobrevalorada. El poema vive si tiene defectos, si muestra sus debilidades, si es como nosotros. La escritura es un salto al vacío. Son tus palabras, tu capacidad de urdir tramas y crear personajes, de levantar imágenes perdurables, tu única red protectora. En la literatura no hay escritores originales. Hay imitadores que saben ocultar las huellas de otros autores, que saben encubrir su aprendizaje bajo el manto de lo novedoso. A veces escribir es cortar la realidad como un cirujano. A veces es machacarla como un carnicero. Escribir narrativa es como jugar ajedrez: pretende saber cómo terminará la partida antes de jugarla. Los libros se asemejan al monolito de 2001, la película de Stanley Kubrick: a simple vista parecen impenetrables, pero una vez que descubres la clave y entras a ellos son universos completos abriéndose ante nuestros ojos.
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“Toda poesía es un retrato en sepia de uno mismo” El escritor es un viajero por antonomasia. Su escritura es su bitácora. En el vocerío que te rodea encuentra el silencio que te hace falta. Entre la respiración de las palabras, la música del lenguaje. En la escritura no hay punto final. Solo hay puntos suspensivos. Todo escritor es como Sherezada: solo quiere un poco más de tiempo para contar lo que sabe. No te midas con los autores del pasado. Mídete con los del futuro. Escribe para los tiempos que vendrán. Para la gente que nunca sabrá de ti. A veces tus personajes son mejor compañía que los seres humanos, son más divertidos que tú. El escritor es un Dios a la medida de sus sueños. La literatura es un cuento con pretensiones de mito. O es un mito contado en voz baja. Las palabras son boomerangs: por más lejos que las lances vuelven a ti para golpearte. La narrativa vale no por ser verídica sino por ser verosímil. En ella, parecer vale más que ser. La prensa agita, la literatura irrita. Ambas sirven para calibrar el mundo, para ponerlo patas arriba, para llenarlo de dudas y cuestionamientos. La literatura es un viaje antes que un destino. En la oscuridad reinante, el escritor es el picapedrero que usa las palabras como picos, es quien rompe el muro de la realidad para que entre la luz, para que todo se ilumine. —¿Cómo puedes escribir con tantas penas, con tantos dolores? —Solo así puedo sanarme a mí mismo. Solo así puedo mitigar mis cuitas. En la literatura, los muertos están vivos. En la literatura, la muerte es solo un acontecimiento más. No siempre el más terrible. No siempre el más hermoso.
Los poetas ya no cantan: susurran. Ya no se exaltan. Ya no molestan al público. Los poetas se han vuelto previsibles, doctos, eruditos. Ya no son salvajes danzando por el bosque. Ya no saben balbucear sus visiones. Cuando les pides portentos, te dicen que son becarios. Cuando les preguntas por su don de lenguas, te contestan que son buenos traductores. Si con sus versos el poeta no da luz, al menos debería dar sombra. La fuerza de la narrativa radica en llevar hasta las últimas consecuencias su visión particular de un acontecimiento único. La fuerza de la poesía radica en borrar las diferencias entre lo eterno y lo temporal, entre lo deseado y lo deseante, entre lo veraz y lo vital. Seamos congruentes: la narración fantástica quiere hacer pasar su historia como real, mientras que la ciencia ficción apela a lo que hoy sabemos. Para que el lector vea al monstruo como un pariente cercano, para que perciba el futuro como una realidad contemporánea. En poesía naufragar es mejor que mantenerse a flote. La literatura de horror es la literatura de lo diferente, de lo que no es como uno. En realidad, solo en la mirada de sus lectores hay monstruos, hay sed de sangre. Se puede escribir para cumplir un programa, para satisfacer una necesidad. Pero las mejores obras literarias son un fin en sí mismas, son el impulso que toca la realidad y nos devuelve su eco multiplicado. El fantasma que únicamente nosotros vemos, que solo a nosotros cuenta su historia. Cuando sus personajes se le rebelan, cuando adquieren vida propia, es que el escritor va por buen camino. Toda poesía es un retrato en sepia de uno mismo. La literatura embellece las mentiras, las hace creíbles, presentables. La imaginación es un recurso no renovable. Si los giros de tu propia historia te sorprenden al escribirlos, el lector te lo agradecerá. Nada es peor que un relato programado, que hacerlo que siga
los pasos de un manual de escritura creativa. Si el escritor es el piloto de su nave, esto no significa que sepa lo que hay detrás del horizonte, lo que está por suceder. Hay veces que las expectativas son más importantes que la trama para mantener una historia avanzando, para mantener el enigma de un personaje. Como si fueras un vendedor de carne fresca, en poesía debes pesar cada palabra antes de entregarla a sus consumidores. Y debes aceptar que estos te pidan menos grasa, filetes más finos, cortes mejores. La literatura es un imán para curiosos. Pero también atrae a los puercoespines. Cuídate de pescar historias que no puedas llevar a salvo a puerto seguro. Muchos autores son como el viejo pescador de Ernest Hemingway: solo vuelven con la carcasa de una bestia magnífica, con el esqueleto de una novela. El futuro de la literatura siempre puede rastrearse en su pasado. El escritor apuesta por la memoria. La escritura misma es un instrumento de la memoria, una herramienta para recuperar lo perdido, para reparar lo hecho pedazos. La escritura como pegamento de vidas pulverizadas, de sucesos fragmentarios, de historias inconclusas. El buen lector no pide repetir la misma fórmula libro tras libro. El buen lector busca lo novedoso, lo imprevisto. Otras historias, libro tras libro. La literatura no promete nada más que el placer de escribirla. Si eso no te es suficiente, busca otro oficio, por favor. No es solo dónde vives sino qué acontecimientos vives los que conforman tu identidad como creador, tus ganas de contar lo que has visto, sufrido, gozado. Las palabras, a veces, no dicen nada. Solo son sonidos, ritmos, cadencias. Como el trino del cenzontle entre los árboles o el rugido de las olas que van y vienen. Volver a contarlo todo, a cantarlo todo. Esa es la regla de oro de la creación literaria.
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Pedro Valtierra: ¿dónde empieza y termina el arte?
“Los fotoperiodistas siempre han estado en contra del tiempo” Víctor Roura
Con un reportaje gráfico de Pedro Valtierra (Zacatecas, 1955, renombrado artista de la lente que en el unomásuno y en La Jornada, en los años en que él participó, otorgara vitalidad visual a estos grandes medios, actual director de la revista Cuartoscuro, dedicada a la actividad fotográfica desde 1986 y con un número de imágenes que supera los tres millones y medio es, ya, una publicación icónica) inauguramos “La Ilustración”, corolario visual enteramente gráfico: nombre que da cabida no solo a un ejemplar momento en la historia de la humanidad, sino que también hace referencia connotativa a una inteligencia celebrable, que es lo que queremos valorar. Con el distinguido fotógrafo hablamos sobre el estado actual del arte de la mirada y su compleja situación en el mundo contemporáneo debido, sobre todo, al masivo uso mundial de los soportes digitales.
—D
ebido a la intensa actividad de improvisación “artística” en las redes sociales, ¿no se ha extraviado un poco el desarrollo creativo del fotoperiodismo? —El trabajo de calidad se va a imponer siempre. La mayoría de los fotoperiodistas de calidad no se ha confundido con la “improvisación artística en las redes sociales”, sin embargo, sí estamos impresionados con la gran cantidad de fotografías que se hace hoy. La tecnología nos facilita mucho todo, pero aún las buenas imágenes se procesan antes del disparo: un teléfono o una cámara profesional no nos hace de antemano buenos fotógrafos. En efecto, hoy hay más fotógrafos, se toman millones de fotos, muchas de ellas con calidad, pero a la mayor parte creo que aún le falta rigor y calidad. Las redes no han extraviado al periodismo, creo incluso que han alimentado más la competencia. Al final, confío en que todo eso va a mejorar. “Que las imágenes circulen en redes sociales no significa necesariamente que quienes las realizan sean unos artistas, como tampoco que por el hecho de cargar una herramienta con cámara o un teléfono con cámara el suje-
to en cuestión sea ya, forzosamente, un buen fotógrafo. Lo digital nos garantiza, solo, poder tomar fotos sin mucho esfuerzo; pero tenemos que recordar que la fotografía es un proceso de creación, que para tomar o hacer buenas imágenes necesitamos muchas otras cosas. Tener una cámara nunca fue suficiente para tomar buenas fotos. Los fotoperiodistas siempre han estado en contra del tiempo, incluso ahora, cuando la tecnología es tan rápida, aún tenemos esa preocupación, y eso es importante porque nos obliga, de alguna manera, a hacer mejores fotos para nuestros propios medios. “Sí creo, empero, que los jóvenes (periodistas o no) se han extraviado un poco en algunas cosas. Pero son dos cosas diferentes: una cosa son las redes sociales y otra la fotografía de prensa, digamos, profesional. Creo que ahora tenemos posibilidades de ser más crea-
tivos y, como siempre, va a depender de los medios y de cada uno de los fotoperiodistas. Creo que el fenómeno de las redes sociales lo que ha hecho es dar posibilidades a que todos (más que antes) puedan publicar sus fotos en todas las opciones que hay, aunque dependas de los likes (me gusta, no me gusta), y te percates por eso si eres bueno o no. Creo que en el futuro, debido a las redes sociales, se van a formar grupos muy grandes de amigos y seguidores con gurús de la fotografía y se irá cambiando la forma de comunicarnos. La forma de hacer periodismo se va a transformar y pronto tendremos nuevas manera de comunicarnos. ¿Cómo será? No lo sé. “Como sabes, para mí la fotografía artística es una manera de calificar un género de la fotografía, nos decimos artistas para catapultar nuestra proyección y para quedar bien con las galerías; pero
“La prensa mexicana tiene el enorme defecto de estar vinculada al Estado para poder sobrevivir”
79 en términos fotográficos, si es arte, tendríamos que abarcar todos los géneros de la fotografía en su totalidad. Yo, fotógrafo de prensa, seré un artista, y los que hacen naturaleza muerta también, y los dedicados al retrato también. En la fotografía ocurren muchas cosas muy curiosas que no están claras y que tienden a confundir sobre todo a los jóvenes. Pero eso es motivo de otra entrevista. “En la fotografía, ¿dónde empieza el arte y dónde termina? Muchos se dicen artistas porque tienen una buena cámara. Pero no, eso no tiene nada que ver con el arte. Es solo una forma de irse ganando la vida y hacerse notar”. Nuevos modelos de comunicación —Todo parece indicar que ya no hay nombres nuevos en la fotografía nacional dentro del periodismo, ¿por qué? —Sí hay muchos. Lo que ocurre es que los medios impresos y digitales cada vez publican menos fotografías de calidad. Los medios mexicanos, con sus honrosas excepciones, se han caracterizado por no valorar la buena fotografía pese a que tenemos una gran tradición en este ramo. Los periódicos se limitan mucho a la nota política, por lo que la fotografía no recibe espacios mejores. Es necesario voltear a ver lo que ocurre en algunos estados, donde destacan Alejandro Cossío, Rashide Frías, Félix Márquez, Daniel Aguilar, Javier Manzano, Narciso Contreras, Bernandino Hernández, Pedro Pardo y Guillermo Arias, entre otros. Hay decenas de buenos fotógrafos jóvenes a los que les faltan espacios para publicar. Las redes sociales no son suficientes para darse a conocer. También se tiene que considerar que los medios ya no ponen atención a los reportajes, solo les interesan los temas políticos, lo cual limita el desarrollo del periodismo en general y, por supuesto, también les quita mucha credibilidad ante los lectores. —Sí, ya no hay despliegue ni estímulos fotográficos en los grandes
“Tener una cámara nunca fue suficiente para tomar buenas fotos” medios, ¿qué lo motiva ahora en la observación fotográfica? —Con todo respeto, los periódicos mexicanos no se han caracterizado por los grandes despliegues de fotografía, salvo en los casos de temas amarillistas o en las finales de futbol. Están, en efecto, las excepciones del unomásuno y después La Jornada. Antes hubo casos como Sucesos. Hoy solo cuentan la revista Siempre! o Impacto, entre muy pocas. “Creo que hace falta que quienes dirigen los medios valoren más la foto, que ha demostrado ser uno de los componentes con mayor credibilidad ante las masas. Solo que la fotografía requiere de atención y espacio. “¿Qué me motiva ahora en la observación fotográfica? Yo creo que en algunos casos es la necesidad de contar algo; en otros, mi compromiso con la realidad, y también la necesidad de tener un trabajo. Siempre me he preguntado si realmente los fotógrafos están observando críticamente a la sociedad, a los políticos. No lo sé, no estoy seguro, pero creo que en ese sentido nos hace falta más compromiso con la necesidad de observar críticamente”. —Muchos fotógrafos son desilustrados e inleídos, ¿solo basta la mirada para afinarse en el oficio fotográfico? —La mirada no es suficiente, se requiere también el olfato, el sexto sentido y el conocimiento de lo que buscamos. Saber cuál es la nota o por dónde está lo interesante. Se piensa erróneamente que el fotógrafo es solo un aprieta botones, como les decían antes los reporteros exquisitos. No todos los que traen una pluma son ilustrados o leídos. El foFoto de Alejandro Zenker.
80 tógrafo debe saber cómo encuadrar, en qué momento disparar, etc. A lo largo de la historia hemos visto a fotógrafos con una mirada privilegiada que la combinan con su sexto sentido para producir buenas imágenes. —¿Qué lo impulsa a continuar ejerciendo el periodismo a través de su medio impreso Cuartoscuro? —A los que venimos de la prehistoria, es la necesidad del olor a tinta. De esa formación de tener la foto en nuestras manos y de tocarla. Pienso que aún vamos a necesitar, por muchos años, desayunar con el periódico en la mano y poder marcar con una pluma la nota que nos gusta o la foto que nos atrajo. O leerlo en el metro. Quizá es la costumbre. —¿Cómo observa la situación actual de la prensa mexicana? —Vive una crisis seria. Una de las más difíciles de nuestra historia. Una es la credibilidad ante el lector que cada Foto de Gretta Hernández.
vez cree menos en lo que se publica. La prensa mexicana tiene el enorme defecto de estar vinculada al Estado para poder sobrevivir. No en todos los casos, por supuesto, pero cada vez hay menos independencia. En otros países los lectores mantienen al medio, porque son muchos los que demandan o consumen noticias. La credibilidad de los medios en Inglaterra o en Argentina, Brasil o en otras naciones es alta. Aquí, lamentablemente, no nos caracterizamos por ser un país lector de periódicos. ¿A qué se debe? (Eso es una tarea para ustedes.) Desde siempre, la dependencia de la publicidad oficial para sobrevivir ha sido una de las características, que no está mal si se entiende que al final debemos mantener el respeto al lector. Por otra parte, la prensa, como toda en el mundo, debe hacer frente a las redes sociales, que tienen credibilidad y están marcando la línea que los medios siguen. Establecen
la agenda, lo que me parece que a una prensa débil la va a afectar. Creo que en un futuro un modelo único de medios (escritos, televisivos, radiofónicos) ya no va a ser tan necesario o, por lo menos, la competencia será más feroz con nuevas formas de hacer periodismo. “Creo que los medios mexicanos tenemos que reconocer que en el pasado se han cometido errores graves. Mientras exigimos una Comisión de la Verdad para los hechos históricos lamentables en nuestro país, la prensa mexicana no hace una autocrítica de cómo ha cubierto esos distintos momentos. Sería un buen ejercicio para la democracia que no vivimos aún. Nos falta mucho, quizá en unos 50 años empecemos a vivir lo que es la verdadera democracia. Mientras tanto, quedamos a merced de la corrupción de los jóvenes políticos”.
Corolario visual
Número 1 • 2 de octubre de 2017
Fotografías de Pedro Valtierra
Un microuniverso infantil O
ctubre de 1994. Al viejo estilo, como lo hizo Gustavo Casasola hacia 1935 —uno de los maestros olvidados dentro del clan Casasola— en el libro pionero La raza tarahumara (Departamento del Trabajo, 1936), Pedro Valtierra se adentra en la cotidianidad del pueblo rarámuri. Con Casasola, la vida diaria de los indígenas adquiere una profunda dignidad (con esos encuadres constructivistas de abajo hacia arriba). Desde principios del siglo xx, muy diversos estudiosos han querido dar a conocer el pueblo tarahumara (de Carl Lumholtz, pasando por Filiberto Gómez González en Rarámuri, mi diario tarahumara, 1948, a la terrible visión racista de Lucio Mendieta y Núñez y su fotógrafo Raúl Estrada Discua), pero pocos lo han logrado, entre ellos Nacho López y Pedro Valtierra. Es conmovedor atestiguar los procesos educativos, la alimentación infantil. La niñez, en aquellas heladas tierras, es protección, es arropamiento. Lo incomprensible —de parte de todos aquellos que han buscado exhibir a los rarámuris— se convierte, ahora, en cercanía. Líneas en perspectiva, desde la gramática de Valtierra, que siempre se cierran hacia esos pequeños trazos que inciden en el micromundo de su propio bienestar (espacios cerrados en donde apenas se asoma el paisaje). La sagacidad infantil ve al fotógrafo, pero voltea también hacia nosotros. Y en ese proceso seguimos conociendo al pueblo tarahumara. José Antonio Rodríguez
Guachochi, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - Niños en la escuela.
Guachochi, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - Comedor comunitario en una escuela del pueblo rarĂĄmuri Choguita en la Sierra Tarahumara.
Chihuahua, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - NiĂąos en el hospital de Creel.
Chihuahua, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - Comedor comunitario en una escuela del pueblo rarรกmuri Choguita en la Sierra Tarahumara.
Chihuahua, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - NiĂąos en la escuela.
Guachochi, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - NiĂąos en la escuela.
Chihuahua, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - Tarahumaras.
Chihuahua, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - Pisca de maĂz.
Chihuahua, Chihuahua, 25 de octubre de 1994. - NiĂąos en el hospital de Creel.
Todas las fotos son de Pedro Valtierra / Cuartoscuro.
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