DOCUMENTO BÁSICO “en construcción”
Nuestro modelo de alimentación ha cambiado enormemente en las últimas décadas. Nada tiene que ver la forma en la que nos alimentábamos antes y ahora. Hace años la vida se concentraba en los pueblos y teníamos una relación más estrecha con el medio rural. Recordemos los caseríos, ya en extinción, en los que se funcionaba de manera autosuficiente. Desde la década de los setenta y ochenta, el peso de la industria trajo aquello que denominan “desarrollo” –entendido únicamente como crecimiento económico-, que cambió nuestra forma de vivir, nuestra forma de consumir, y nuestra forma de alimentarnos. Hoy, la vida se concentra en las ciudades y nuestra vida gira en torno al consumo. El consumo es el motor del sistema capitalista. Este consumo no se basa en bienes básicos y necesarios sino en bienes superfluos. El sistema nos lleva a comprar y renovar productos constantemente, y para ello utiliza todas las armas que están a su alcance. En este sentido la publicidad cumple un papel clave. Sin duda ha sido el instrumento que ha condicionado y cambiado nuestros hábitos de consumo y nuestro modo de vida. Las grandes empresas utilizan todos los elementos que están a su alcance para que cada vez consumamos más y nos olvidemos que el modelo puede ser otro. Si vamos a un supermercado observaremos cómo los productos de primera necesidad se encuentran al fondo del establecimiento o en la estantería más baja y los caprichos cerca de la caja donde hacemos cola o en las estanterías a primera vista. Podemos pensar también en los precios: 1,99 en lugar de 2 euros; ofrecer un producto gancho por debajo de su coste y encarecer el resto de los productos; ofertas 2x1 que hacen que te lleves algo que realmente no querías. Incluso la luz y la música responden a estrategias estudiadas desde la psicología de las personas consumidoras. El sistema de autoservicio o el pago con tarjeta de crédito también están pensados para aumentar las ventas. Verdaderamente las grandes cadenas dedican muchos esfuerzos para que aumentemos nuestro consumo. Y realmente consiguen su objetivo. Compramos cosas que no necesitamos, modelan nuestros gustos y no conocemos qué estamos consumiendo. Cada vez compramos más alimentos elaborados y no tenemos información sobre su composición. Leer las etiquetas es útil pero muchas veces no es muy clarificador. Podemos comer alimentos de apariencia perfecta sin conocer cómo han sido producidos. Por ejemplo, desconocemos a cuántos tratamientos químicos ha sido sometida una manzana o que los biscotes tienen más grasas que el pan. Otro ejemplo muy claro es el de la leche. Todas conocemos la cantidad de productos lácteos “enriquecidos”, con calcio, omega3, etc. ¿Cómo es posible que necesitemos enriquecer con vitaminas algo que en sí ya las posee? Las grandes empresas dedican muchos esfuerzos a estudiar a la clientela y proponer nuevos productos que puedan tener éxito. Deben hacernos insatisfechas para convencernos de que su producto nos dará la felicidad. Y no tiene ningún problema en utilizar las inequidades de género para vender. Se observa que en los casos de productos para las mujeres se potencia un ideal mujer perfecta, y en los casos de productos para “los otros” la utilización de la mujer como un mero objeto sexual es una práctica habitual. Esto es lo que denominamos como publicidad sexista. Habitualmente recurrimos a las grandes cadenas distribuidoras. Cada vez hay menos comercios de barrio puesto que no pueden competir con la maquinaria de las grandes empresas. Es importante que nos ubiquemos en el contexto de globalización neoliberal, lo que se denomina como globalización de la economía, y conozcamos
cómo funciona el comercio internacional. Para entenderlo conozcamos a sus actores. Todos los países del mundo son compradores y vendedores. Por muy poderoso que sea un país, éste no tiene de todo. Por tanto, se vende lo que se tiene y se compra lo que se necesita. Lo que ocurre es que todos los países no están al mismo nivel comercial. Los países industrializados, también llamados países ricos o países del norte por situarse en este hemisferio, tienen un gran poder político y militar, y un gran desarrollo industrial basado en la tecnología. Los países en vías de desarrollo, por regla general, son ricos en materias primas, se ubican en el hemisferio sur, se caracterizan por tener poco desarrollo industrial, altos índices de pobreza, y se enfrentan a la deuda externa. Las transnacionales (multinacionales o corporaciones) son empresas grandes que realizan actividades en muchos países del mundo. Se caracterizan por tener una casa matriz, desde donde realizan sus operaciones, que se ubica en el país donde nació. Como compradoras y vendedoras (petróleo, vehículos, químicos, alimentos,…) controlan el comercio internacional. Tienen mucho poder, influyen a gobiernos, incluso tienen más poder que algunos países. En el mercado internacional se compran y se venden materias primas (petróleo, cobre, algodón,…), productos agrícolas (trigo, maíz, arroz, café,…), productos manufacturados (maquinaria, armas, ordenadores, móviles,…), productos financieros (prestamos, inversiones,…), servicios (energía eléctrica, salud, educación,…). El precio se fija de acuerdo a la ley de oferta y demanda, es decir, que si se produce poco, el precio sube. También entran en juego las divisas, que son las monedas que necesitamos para comprar en el mercado internacional. Y los aranceles, que son los impuestos que se cobra a una persona o empresa para vender su producto en otro país. La Organización mundial del Comercio (OMC) es el organismo internacional que se encarga de fijar estas normas. En este organismo participan representantes de 142 países. El libre comercio propone la desaparición de aranceles para que todos los países puedan comprar y vender. Lo que ocurre es que, como decíamos, todos los países no están en igualdad de condiciones. Las transnacionales influyen a los gobiernos para que lleguen a acuerdos ventajosos. Por ejemplo, si Estados Unidos quiere vender computadoras en América Latina llegarán a un acuerdo para no pagar aranceles, pero si un país Latinoamericano quiere vender maíz en Estados Unidos, éste cierra sus puertas. Por lo tanto, estamos hablando de un libre comercio sólo para los más ricos. El sistema capitalista actual genera el empobrecimiento de los pueblos. No podemos olvidar también que si bien se potencia el libre comercio de mercancías, se impide la libre transición de personas. En este contexto, el proceso de producción-distribución-comercialización de la alimentación es controlado por un número limitado y reducido de empresas. Recientemente, según un estudio de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios), se afirmaba que son siete los supermercados quienes controlan el 70% de la venta de alimentos en el estado español -Alcampo, Carrefour, Mercadona, El Corte Inglés, Lidl, Eroski y Dia-. Circunstancia que les da un "poder enorme" a la hora de negociar precios y condiciones.
El modelo económico capitalista que se basa en maximizar beneficios al menor coste posible, ha convertido nuestro mundo en una sociedad de consumo insostenible. Se ha construido un sistema basado en el consumo y sin éste no se sostiene. Los 20 países más ricos del mundo han consumido en este siglo más naturaleza, es decir, más materia prima y recursos energéticos no renovables que toda la humanidad a lo largo de su historia. Las consecuencias de este modelo son diversas: Medioambientales: - Deforestación y erosión de los suelos. - Disminución reservas pesqueras. - Contaminación por emisiones de CO2, vertidos, residuos e incineración. - Escasez de agua dulce. - Planes Hidrológicos y trasvases que afectan a los ecosistemas naturales. - Pérdida de biodiversidad. - Proliferación de la energía nuclear. Salud: - Pérdida de soberanía alimentaria. - Hambrunas. - Calidad de los alimentos. - Nuevas enfermedades. - Mercantilización de las relaciones. Culturales: - Homogenización cultural. - Pérdida de saber tradicional y autosuficiencia. Políticas: - Lobby de grandes empresas condicionan las políticas. - Guerras por el control de los recursos naturales. Económicas: - Deslocalización de empresas. - Deterioro de las condiciones laborales, maquilas, explotación infantil. - Debilitación del tejido económico local por la desaparición de autónomos y PYMES. - Concentración del capital y el poder en pocas manos. - Blanqueo de dinero y negocios relacionados con armas, tráfico de personas, drogas,… Sociales: - Expulsión de comunidades de sus territorios. - Desigualdades norte-sur. - Feminización de la pobreza. - Inmigración forzada. - Inseguridad y violencia. - Aumento de las desigualdades de género. El modelo de agricultura y ganadería que se ha impulsado asfixia tanto al campesinado de países empobrecidos como al de los países industrializados. Nos ofrecen alimentos
“viajeros” que recorren miles de kilómetros antes de llegar a nuestras mesas y de una dudosa calidad. No tenemos más que abrir nuestras neveras. El modelo agroindustrial se caracteriza por: - Producción en intensivo. - Uso abusivo de químicos. - Transgénicos. - Concentración de poder. - Privatización de fuentes de vida (semillas, agua, tierra) - Empobrecimiento del campesinado. - Productos estandarizados. - Circuitos largos de comercialización (Exportación, grandes superficies). Las leyes comerciales internacionales son impulsadas por los países enriquecidos, y por consiguiente, benefician a las empresas de estos países enriquecidos, gracias a los tratados de libre comercio (TLC). Las políticas neoliberales actuales fomentan una agricultura poco respetuosa con las condiciones laborales de las personas productoras y con el medio ambiente. Comer hoy un tomate de Almería supone encontrarnos ante algo insípido, que esconde explotación de la mano de obra migrada; la contaminación producida por sus transporte. Desde el momento en el que la alimentación pasa de ser un derecho humano a ser un negocio, se está poniendo en riesgo nuestra alimentación. El 75% de la población que sufre hambre son campesinos y campesinas. Las grandes empresas deciden qué productos tenemos que consumir. Las personas campesinas, minifundistas, las pequeñas cooperativas locales poco tienen que hacer frente a éstas. El problema del hambre no es un problema de escasez de alimentos sino de distribución. Paradójicamente nos encontramos países enriquecidos en los que cada vez hay más obesidad. La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que entre un 10% y un 40% de los alimentos que se producen no se llegan consumir. Otros estudios calculan que en Estados Unidos se pierde un 27% de los alimentos entre la distribución, la hostelería y las personas consumidoras. Las cifras bailan pero de sobra es conocido que cuando hay producción abundante una parte se tira para mantener los precios. Sobran argumentos para demostrar que el sistema ha fracasado. Puede decirse por tanto que hay una relación directa entre la situación de pobreza que se vive en determinados países con las prácticas de las multinacionales y nuestro consumo. La rentabilidad comercial de la agricultura, la pesca y la ganadería está por encima del derecho a la alimentación. Frente a este sistema injusto y condenado al fracaso nace la propuesta del consumo consciente y responsable. ¿Son reales nuestras necesidades?, ¿Nuestro modelo de vida responde a nuestro ideal bienestar? ¿Es posible cambiar la forma de producir y comercializar sin cambiar la forma de consumir? ¿Podemos entender mejor qué ocurre desde el consumo? ¿Es el consumo un acto político? ¿Es posible un movimiento de ciudadanos y ciudadanas consumidoras críticas?
Desde estas reflexiones hay personas que están apostando por un nuevo modelo basado en la soberanía alimentaria y el comercio justo, pensando que existen fórmulas reales para que nuestra compra no se vea implicada en esta espiral de injusticias. Son propuestas que nacen desde la convicción de que nuestro consumo es poder, que si queremos construir otro modelo de sociedad consumir de otra manera posible y necesario, y en definitiva, CONSUMIR MENOS ES VIVIR MEJOR. El modo vida en nuestra sociedad es esclavo del trabajo, del dinero y del consumo, pero eso trae más felicidad, crea estrés y extiende males físicos como la obesidad.
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Comprar es un acto consciente, a través del cual podemos mostrar nuestras ideas. Entendemos que nuestros hábitos de consumos son votos diarios y como personas consumidoras somos poderosas y tenemos que ejercer ese poder. Sí lo hacemos cerca de casa daremos vitalidad a los barrios y facilitaremos la creación de relaciones humanas, además de evitar monopolios, apoyar a un modo de producción sostenible y reducir el impacto ambiental derivado del transporte de productos. Muchas personas ya han decidido introducir cambios en sus vidas. Existen alternativas que ya se están desarrollando en nuestra ciudad a las que nos podemos sumar. Veamos algunas alternativas para consumir alimentos de producción local, que se basan en unas condiciones de trabajo y de vida dignas para las personas productoras y que respetan el medio ambiente. Nos guiamos por los siguientes principios: -
Comprar en pequeños comercios o mercados supone fortalecer la economía local y dar vida a los barrios. Evitar las grandes superficies y cadenas, y cualquier sitio donde haya que desplazarse en coche. Buscar canales alternativos como la venta directa, los grupos de consumo o asociaciones de consumo. Evitar comprar a quienes no respetan los derechos humanos, el medio ambiente y la equidad de género.
Por ejemplo, a) Mercados locales: Donde personas agricultoras y elaboradoras disponen de un espacio para vender sus productos. El contacto que se establece durante la compra nos permite conocer el origen de lo que compramos y las personas que lo producen. b) Asociaciones o cooperativas de personas consumidoras: Un grupo de personas que se organizan para hacer la compra colectivamente. Se pueden organizar de muchas formas. Fomentan una vida más sana y respetuosa con el medio ambiente. Surgen del interés de personas que quieren consumir productos ecológicos y libres de transgénicos. En la medida de lo posible se abastecen de la agricultura y ganadería local. c) Grupos de consumo:
Una persona productora prepara cada semana una cesta con productos frescos y de temporada y las acercan a personas consumidoras que participan en la iniciativa, sin necesidad de intermediarias y recuperando la relación entre personas productoras y consumidoras. La cantidad de comida en la cesta y el precio están fijados de antemano. d) Huertos para el autoconsumo: Son una opción para las personas que tienen una parcela o se animan a poner en el balcón de su casa. Nos permite retomar el contacto con la tierra y producir lo que comemos. e) Tiendas de comercio justo: Son la alternativa a las grandes cadenas cuando queremos consumir productos que no se producen en nuestro entorno más cercano. Estas tiendas no son únicamente puntos de venta. Promueven campañas de sensibilización, información, presión y denuncia.