24 S e acercaba el mes de diciembre y mil ideas acentuaban mi desvelo; ideas sobre la triste realidad que surgió al darme cuenta que la “magia” había terminado.
Todo comenzó cuando salí a la calle y me di cuenta de que aquellos niños no festejarían al igual que yo, pues ellos no tenían que cenar esa noche, muchos otros no celebrarán en familia. Bastó esa perspectiva para que todo se relacionara de una manera tan cruda. Después analicé, materialmente, la fecha de aquel día, fuera de ideales religiosos o culturales; me di cuenta que los medios de comunicación imponen a su mayor resplandor la celebración de aquella fecha, a comparación de otras, pues a las grandes empresas de juguetes les conviene; supongo que el mayor interés de tantos es inducir al consumismo desde temprana edad con el pretexto de celebrar una tradición. Además, no todo estaba allá fuera, observe el núcleo familiar y me di cuenta que dentro de este existe algo llamado “hipocresía”, pues quienes no están al tanto de la problemática interna, aparecen aquel día con regalos y “buenos deseos”. Seguí caminando por la fría noche, el cielo se pintaba de colores y a lo lejos se escuchaban las campanadas del templo; tristemente pensé que todo aquello era un sedante social, seguí caminando y concluí que estaba en lo cierto. ¿acaso nadie se da cuenta?-me dije- la violencia nos rodea, las injusticias también; miles de personas están sufriendo por carencias alimenticias y muchas otras muriendo a causa del mismo efecto, ¡y nosotros aquí!, pensando de una manera tan egoísta, limitándonos a lo superficial, abriendo los brazos para un regalo y no un abrazo… Llegué a casa, me serví una copa y fui a la cama para despertar al día siguiente e ir a trabajar. Y así pasaron los días, continuando en desvelo cada noche mientras mas reflexionaba. Era imposible dejar de hacerlo, pues cada lugar en donde volteaba se veían esos colores característicos; la única motivación que tuve, en esos días, era la inocencia que brillaba tras la mirada de cada niño, me recordaba cuando yo lo era. Llegó el día 24 de diciembre; como otros tantos, llegué exhausto del trabajo. Me serví una copa y me senté en aquel viejo sofá. El alcohol y la soledad me consumieron aquella noche, me encontraba en la mayor depresión con ideas en las que perdí mi cordura. Me paré y fui hacia el tocador, en el espejo se reflejaba una mirada nublada y en mi rostro esas lágrimas que lo recorrían. A lo lejos se escuchaban familias enteras riendo, niños jugando con pirotecnias que detonaban en el cielo, y yo ahí, entre el silencio y el abismo. De pronto mis manos se hicieron pesadas, mi corazón no dejaba de palpitar; cerré los ojos, respire profundo y sentí como el tiempo se detuvo… -Marco Velázquez