Hastío

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HASTร O

Marco A. Velรกzquez


Suena la alarma, señal de un nuevo día; mejor dicho, de otro día. Sí, otra mañana totalmente igual. Sé que despertaré y me miraré al espejo aún medio dormido, orinaré y trataré de asearme un poco; me dirigiré al refrigerador, no habrá nada, sólo los restos de comidas pasadas; sé que eso me frustrará y terminaré por prepararme café y huevos, como siempre. En fin, a mal paso darle prisa. Por alguna razón, es en estos momentos de soledad y desayuno cuando reflexiono acerca de lo que he logrado; pero mientras más lo pienso, más me decepciono. Me extraña que haya terminado en este agujero que jamás imaginé, y a pesar de todo el tiempo, no puedo separarme de los recuerdos sobre la vida estable que solía llevar: familia, amigos, una linda casa, estudios… Pero ahora, ¿qué hay de aquello?; hoy sólo son horas sin ninguna emoción, sin esperanza, sin compañía. Podría morir y el mundo no lo notaría, pero soy demasiado cobarde para tomar esa decisión. 6 am, salgo de casa y camino por las oscuras calles hacía la estación de autobús, decenas de personas se encuentran ahí, esperando la misma ruta que yo. El camión llega y todos suben a él: hombres y mujeres, niños, niñas, jóvenes y ancianos; todos abordo apretándose los unos a los otros, el aire se reduce y ni un alma cabe ahora. Avanza y después de un largo viaje entre tráfico y personas, pasa de una colonia pobre, donde chicas de 15 años salen con pandilleros y pronto se convierten en madres, a otra donde lo que menos abunda son niños. Durante ese trayecto observo a tanta gente, todos conformes con sus patéticas vidas y peor aún, sintiendo orgullo. Me pregunto entonces ¿por qué no puedo ser como ellos? Por qué no simplemente ser alguien más que va los domingos a misa y después al partido de fútbol, por qué no dejar simplemente que la televisión me eduque y olvidar así mi identidad, por qué no vivir para el trabajo y aspirar al puesto de gerente. En lugar de eso, tengo este vano pesimismo que no me ha llevado a ninguna parte, pero fingir cerrar los ojos sería caer en la estupidez de engañarme a mí mismo; sólo queda adaptarme a este mundo y esperar que mis días se terminen. Bajo del autobús y camino unas cuántas cuadras. El sol ha salido y la gente comienza su día. Muchos, como yo, lo dedican al esclavizante trabajo; otros, los magnates, a divertirse en familia, o quizá con alguna amante. Llego por fin a mi destino, no doy ni tres pasos dentro del edificio, cuando me cruzo con algún imbécil diciendo: -Buenos días, compañero -buenos días- respondo con una hipócrita sonrisa. Cruzo por el pasillo principal hasta llegar al ascensor, entro junto con otras dos personas -Buenos días- dice cada uno de ellos, como en coro


-buenos días- respondo, otra vez. Muchos dicen que el cambio inicia con uno mismo, pero ¿cómo cambiar si el mundo gira en torno a la cotidianidad?. Naces y descubres los detalles mas simples y significativos de la vida, creces y olvidas el arte de apreciarlos, estudias y estudias para aprender a contar y así formar parte de un sistema, quizá después te cases y formes una familia, envejezcas y sólo esperarás a que llegue ese esperado fin. Toda tu vida dedicada a esa constante lucha por sobrevivir dentro de un mundo capitalista, así lo repite todo mortal, sólo que no todos están al tanto de ello. Además, que absurdo sería creer que los problemas desaparecen si tú finges ser feliz. Ellos lo creen así, yo no. No están al tanto del mundo exterior, de las pésimas condiciones que hay que soportar por el simple hecho de nacer en el lugar equivocado. Las puertas del ascensor se abren y camino hacia mi cubículo. 4 años de mi carrera como ingeniero y obtengo un espacio de 2x2 donde invertiré mi tiempo; todo sea por sobrevivir, esto es así. Peor aún, a pesar de mi indiferencia con la gente, mi trabajo consta de marcar números telefónicos de una lista y esperar a que alguien responda del otro lado de la bocina; entonces finjo una voz amigable y ellos acceden entre trampas a nuestro servicio. Repito el mismo procedimiento durante 8 horas, 4 extras, por $1800 quincenales, un jefe clasista e ignorante y compañeros que malgastan su salario en satisfacer sus vicios de cada viernes. Durante mi descanso, escucho sus conversaciones, pues no hay nada que yo pueda aportar. Se cuentan entre ellos lo que hicieron el fin de semana, con que chica salieron, cuántas cervezas se tomaron… Me cuesta trabajo seguir escuchando sus absurdas historias, pero la hora del almuerzo es la misma y sólo hay unas cuántas mesas. -¿Por qué no vienes con nosotros un día? -me dice algún obeso- la pasarás bien -Amm claro -respondo -¡vamos!, eres alguien muy callado- dice otro obeso -no es eso, sólo estoy cansado. ¿Salir con ellos? No creo que valga la pena; prefiero encontrarme solo a estar rodeado de imbéciles que sólo tienen criterio para hablar de fútbol. Nunca podría esperar más de ellos. -¿cansado?, ¿de qué?, si aún eres muy joven -tú sabes, el trabajo, las deudas... -que si no, la otra vez me compré...


Y ahí van de nuevo, "yo, yo, yo", sólo pueden hablar de sí mismos. Es esta tonta competencia en la que miden el éxito mediante la cantidad de objetos costosos e innecesarios que posees; si tienes poco, no vales como persona. De regreso al trabajo, sólo puedo pensar en las horas restantes para salir. Escucho a tantas personas detrás del teléfono, unos acceden y otros tan sólo cuelgan. Me sorprendería, si no me pusiera en su lugar, pues al igual que ellos, estoy harto: harto del consumo, harto de el monstruo capital, harto del marketing y sus terribles estrategias. Quizá ese sea el único aspecto con el que coincido. El sol comienza a esconderse y el cielo se ruboriza con ese color rojizo, lástima que me encuentro voluntariamente preso en este piso y no puedo admirar más allá de lo que se filtra entre las persianas. Es triste cómo te vas perdiendo de aquellas cosas que le dan un sentido a la vida, cómo te vas alejando de tus sueños, de tu vida, de tu familia... todo por aquel cheque que llevarás en tu cartera y que probablemente te roben cuando lo cambies por efectivo, y no precisamente a punta de pistola; sino de una manera más sutil, llamada impuestos. Tienes que olvidarte de los valores para poder pisotearlos, pesar más de 180 kilos y saber abrir las piernas, si es que quieres ser gobernador; sólo así podrás vivir de lujos sin hacer el mínimo esfuerzo, a costa de la sangre y sudor del pueblo. Sin embargo, hay quienes aspiran a eso: a ser una rata más de las que mantienen jodido a nuestro país; peor aún, hay quienes portan su camisa blanca con el nombre de algún candidato en tiempos de elecciones, a cambio de una simple despensa, o hasta de una pantalla; esto varía dependiendo de qué tanto pierdes tu dignidad. Las manecillas del reloj apuntan hacia la hora que tanto he esperado: 7pm, la jornada cumplida. Apago la computadora frente a la que he estado sentado todo este tiempo, recojo mis cosas y me despido, por compromiso, de los sujetos que a mi alrededor se encuentran. -nos vemos mañana-dice uno de ellos. Y sí, tristemente, estaré aquí mañana. Por ahora me dirijo a la estación de autobús, misma que me vio llegar hace 12 horas, hace medio día. Subo y me encuentro con algunos de los pasajeros que vi esta mañana; ellos también tuvieron que doblar horas; quizá, al igual que yo, tienen una renta que pagar, o tal vez sea el recibo de luz o de agua, o el gas, o la colegiatura de sus hijos. Antes, cuando era un niño, el mundo resultaba fácil, incluso divertido; ahora sólo son deudas y complicaciones para subsistir de una manera "digna". Tomo asiento y cierro por un momento los ojos, pues siento un ardor dentro de ellos. Tal vez sean las horas sentado frente a la pantalla, o las tantas luces del autobús, o la ridícula contaminación que abunda en mi ciudad y en


el mundo. No sé, por ahora me recuesto sobre la ventana , esperando despertar en el preciso momento para bajar; así sucede. Camino dentro de la oscuridad de la noche, las lámparas amarillentas en las aceras dibujan la sombra que me persigue; luces policiacas que sólo observan, decorando innecesariamente la escena, circulan por las grandes avenidas, aparentando lo que no ofrecen: seguridad. En mi cartera conservo 50 pesos, lo suficiente para una cena callejera. Llego a un puesto de hamburguesas y pido la más barata. Me encuentro ahí sentado, en la barra junto a otros sujetos; la televisión del lugar sintoniza el canal de noticias y a nuestras espaldas los autos circulan. Me siento tranquilo por ahora, quizá me agrada este escenario. Mientras tanto, escucho lo que el conductor del noticiero dice; me extraña que la gente crea lo que ve en un medio donde las injusticias y la farándula tienen el mismo grado de relevancia. Es impresionante cómo éste ha sido un factor importante para la ignorancia, y cómo es que utiliza su poder para la manipulación de quienes lo alimentan. "El sujeto crea un objeto, el sujeto le da cualidades especiales a dicho objeto, el objeto toma posesión del sujeto". Aún recuerdo las palabras de aquél maestro, uno de esos pocos a los que les interesa en verdad la educación; que si bien he visto, es lo que más le hace falta a mi país. Aquí las personas gritan en lugar de hablar, se ofenden por cosas sin importancia y a las que la tienen, hacen caso omiso; utilizan la fuerza en lugar de argumentos, utilizan armas en lugar de palabras, prefieren una cómoda mentira a una verdad por la que se tenga que luchar. Me retiro de aquel lugar pagando la cuenta, con destino a mi apartamento. Llego entonces a mi localidad: lugar donde la juventud crece más rápido de lo que debería; donde a los 12 comienzas a fumar, a los 14 pruebas alguna droga por primera vez, a los 16 te conviertes en padre, comienzas a trabajar y dejas la escuela; y a los 18 te encuentras ahí, preso de la rutina y la enajenación, a lado de una mujer que no amas y criando a un hijo sin educación, el cuál crecerá y probablemente seguirá los mismos pasos que tú; y de pronto crece tanto ese círculo vicioso, que un día te encuentras rodeado en un ignorante entorno, donde la sensibilidad es para "maricas" y analizar mas allá es sinónimo de pecado; aquí los niños corren desnudos con las narices llenas de mocos, mientras que sus padres continúan apareándose como conejos. Aquí son fanáticos de todo: estrellas de televisión, fútbol, religión... todo, excepto de buscar el camino correcto En fin, llego a mi hogar. Sé que no es el lugar con el que alguna vez soñé, pero al menos tengo un refugio; también sé que no todos pueden tener uno, quizá sea eso lo que me hace valorar mis condiciones, que claro está, ni son las peores, ni tampoco las mejores: un sofá viejo y un pequeño


comedor, platos sucios de días anteriores y vecinos que me ven indiferente, como al resto de la gente. Nada me importa ahora, tan sólo quiero quitarme este ridículo atuendo que me etiqueta como al resto y me hace olvidar por un instante la autenticidad de mi ser. Me relajo al sentir aquel cálido humo en mi garganta mientras lo veo flotar; mi boca se va quedando sin saliva aún sin hablar, mi cuerpo yacente sobre aquel sofá se eleva, mientras mi mente se ocupa tan sólo en escuchar los pequeños sonidos del exterior. Innecesario, tal vez, pero es el único momento del día en el que dejo de lado el absurdo realismo y esta rutina que adormece a mi esencia.


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