Rutina

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Rutina

Marco A. Velรกzquez


Es hora de volver, volver conmigo, volver a creer en mi, volver a sentirme capaz, volveré después de haber sido partícipe de la monotonía; pero volveré desde el punto que dejé, hacía adelante. El motivo, o pretexto, de haberme alejado fue la batalla perdida contra la rutina; si, perdí contra la obligación y el trabajo. Perdí de la peor manera: alejándome de ti. Se que no fue justo, tú esperabas y esperabas mientras yo agonizaba en mi propio laberinto; siempre tratándose de mi. Dicho esto, describiré aquel lapso de tiempo lento, donde la desilusión formaba parte continua de mi ser. Todo comenzó al encontrar un trabajo; a estas alturas es necesario uno, pues no puedes andar por ahí totalmente ajeno al dinero. Sonaba muy prometedor y los horarias, así como la paga, se adaptaban a mis necesidades. La dueña era una anciana de cabello negro, con el brazo derecho enyesado y bastante religiosa, su nombre era Luz; junto a ella laboraban, por las mañanas, dos personas: Ale y Lalo, éste último es amigo mío y fue quien me consiguió ese trabajo. No fue difícil ser contratado, sólo lleve mi solicitud y listo. Recuerdo la primer semana, muy cansada. Mis horarios cambiaron totalmente, pues de ser alguien que se dormía y despertaba bastante tarde, pasé a ser alguien que tenía que llegar temprano a su trabajo matutino. Fue difícil al principio y demasiado agotador, pero terminé por acostumbrarme. El trabajo se situaba frente a la prepa a la que aún asisto; era en un negocio de comida casera, no muy limpio sinceramente. Tenía que barrer, limpiar el piso, lavar platos, preparar comidas así como bebidas, entre otras cosas. Quizá la parte de mayor molestia era atender a los clientes, tener que entablar un dialogo con personas distintas, con desconocido, en su mayoría alumnos de la preparatoria; la mayoría de ellos sintiéndose superiores por tener origen en una familia promedio, como esa que aparece en comerciales televisivos y cajas de cereal. La mecánica era simple: empezaba picando jitomate, cebolla y lechuga; después pasaba a partir 30 bolillos y a acomodar las cosas necesarias, atender a los clientes y al terminar, limpiar el desorden; era simple y a la vez agotador. Recuerdo que llegaba a mi casa, después de la escuela, y el sueño me esperaba en ese viejo sillón.; yo atendía su llamado durante una hora, despertaba, cenaba y me iba a la cama esperando escuchar el sonido de mi alarma, despertar y comenzar otro día totalmente igual. Fue éste el inicio de una rutina, donde mi actividad laboral era ejercida de una manera inconsciente. Sin embargo lo hacía bien, al menos eso es lo que creía hasta que recibí quejas; me dijeron que lo hiciera mas rápido y que fuera mas amable con los clientes. Esto me afectaba personalmente, pues me sentía ineficiente cada vez que me llamaban la atención, me sentía innecesario, me hacían sentir inútil; pero sabía que en un trabajo es necesario este tipo de exigencias. A la hora de la paga todo era olvidado, lo único que esperaba era tener el dinero ganado entre mis manos. Algunas ocasiones, después del trabajo, pasaba a un conocido restauran vegetariano que se encontraba a dos negocios de donde trabajaba. Allí había una


sala en la cual podías descansar un poco; llegaba y compraba un cigarrillo suelto, me recostaba sobre ese cómodo sofá, mientras que en el ambiente se escuchaba buena música y un futbolito en función. En otras ocasiones prefería llegar a mi casa. Recuerdo que abría la puerta y sólo mi perro estaba ahí, esperándome, ansioso por verme; me daba remordimiento el abrazarlo. No quería que me olfateara las manos, no con olor a tabaco y a desperdicio de comida; me sentía sucio, me sentía incómodo, me sentía cansado. No todo era trabajo, después tenía una obligación que cubrir: la escuela. La pasaba bien estando entre amigos, pero el cansancio aumentaba y la empatía disminuía día con día a causa del trabajo. Trataba de invertir la poca energía que me restaba entre aquellas 4 blancas paredes del salón de clases, pero los maestros y sus cátedras no contribuían para nada. Me resultaba difícil mantener los ojos abiertos, pero sabía que tenía que hacerlo; el maestro, a pesar de todo, está ejerciendo su trabajo y como tal merece respeto. Claro estaba que no todos lo veían de la misma manera; volteaba a mi alrededor y muchos compañeros se la pasaban platicando mientras el profesor hablaba. No hacía nada al respecto; podía elegir entre ser como ellos o ser de los pocos que realmente prestaban atención, elegía entonces continuar con mi lucha en contra del sueño. Sin embargo, mi desempeño no disminuyó; por alguna extraña razón cumplía más con las tareas que antes, quizá la obligación de mantener un orden en el empleo se veía reflejado también en mi vida cotidiana. Comenzaba a tener dinero entre mis manos, comenzaba a comprar, a salir sin tener que limitar mis gastos; comenzaba a cambiar para bien mis hábitos alimenticios, pues ya no me faltaba dinero como antes para poder comprar comida durante el horario escolar. A pesar de todo, el dinero no cambio mi forma de ser; realmente no era mucho lo que ganaba pero tenía en mente que gracias a mi esfuerzo conseguía ese dinero, sin tener que depender totalmente del salario de mis padres. Caminaba cada mañana por las mismas calles, el mismo gimnasio, la misma cremería, las misma avenida. El sol aún no aparecía y la oscuridad me acariciaba con sus fríos vientos. Durante mi recorrido, solía escuchar canciones de ritmos alegres mientras observaba cada detalle en el entorno. Al pasar junto a la parada de autobús, era inevitable ignorar el numero de personas que ahí esperaban; cada uno con diferente historia, con distinto destino, pero todos tenían algo en común: una mirada distante. Entre ellos no enlazaban conversación alguna, muchos estaban en sus celulares, otros ensordecidos con grandes audífonos y otros simplemente esquivando miradas. Todos ellos se dirigían a sus respectivos trabajos, y al igual que yo, eran empleados; trabajando tanto para ganar poco. La mayoría, si no es que todos, eran padres de familia en busca de sustento para poder mantener su hogar; quizá con dos o tres hijos, una renta y deudas que fomentaban a pasar preocupantes noches en vela. No los menospreciaba, pero pensaba en no seguir su ejemplo. Ellos estaban desperdiciando gran tiempo de su vida en el sitio que mas odiaban, abandonando los sueños que tuvieron durante su juventud; creando metas impuestas por un sistema, como lo es comprar un televisor mas grande que el del vecino u obtener tantos puntos durante tantos


años para pagar a largos plazos una pequeña casa en el lugar más marginado de la ciudad. Yo no quería vivir de esa manera: entre jodidas trampas, caminando con una carga más en la espalda, cegado por la rutina. Poco a poco comenzaba a caer dentro de ese juego. Dejé de maravillarme con insignificantes detalles a causa de la rutina, los días sólo pasaban como fechas en el calendario y el cansancio me obligaba a utilizar mis días libres para dormir; dejando así de lado a la persona que era antes: aquél joven con cientos de metas entre las manos y sueños que deseaba algún día hacer realidad. Toda esperanza moría lentamente al paso de las horas y la fluidez de éstas sólo lograban una percepción limitada. Un día comencé a analizar los distintos ambientes laborales con los que me veía incluido. Algunas personas tenían pequeños puestos que ellos mismos atendían, y a pesar que a simple vista parecía ser estable, la verdad es que apenas había ganancias. Por cada puesto había otros negocios vinculados, como lo eran los proveedores que a su vez formaban parte de una gran empresa manejada por arrogantes personas que a fin de cuentas no dejan de ser la servidumbre del verdadero propietario. Así fue como la realidad abrió mis ojos a la cruda realidad: las personas que hacían mayor esfuerzo ganaban menos que aquellas que sólo extendían los brazos para obtener ganancias a costa del bienestar ajeno; pero el afectado aquí no hacía nada, ni si quiera una mínima señal de inconformidad, quizá sea para obtener la imagen de “empleado del mes”, o quizá por miedo de perder el empleo que le ofrece un sencillo plato de comer a su familia. Sin embargo, muchos trabajadores sonreían a pesar de la enorme carga de problemas que les acompañaba siempre; ellos realmente se comprometían con el trabajo, compitiendo entre sus compañeros por un puesto mayor, olvidándose no sólo de sí mismos y de sus sueños, si no también de sus seres queridos. Esto me dejó en claro de cómo las necesidades económicas y la ambición logran tirar tu sensibilidad humana por la basura. Yo estaba ahí, como otros tantos, convirtiendo mi vida en un ciclo. Me alejé de aquello que mantenía una estabilidad emocional en mí, de aquella forma de canalizar mis sentimientos; me alejé de la virtud de poder expresar en ti lo que tanto callo, me alejé de ti, poesía. Los días en la cocina comenzaron a tornarse tensos; el negocio llegaba a su fin. Las deudas de éste aumentaban y los clientes disminuían; había ocasiones en las que nuestra jefa nos culpaba de tal hecho, pero sabíamos que su pésima administración era la responsable. Diferencias entre empleados de ambos turnos salían a la luz y constantemente eran mas notorios los murmullos. Sabía que algo estaba mal y que sería yo quien primero caería, pues a diferencia de los demás, tenía poco tiempo de estar laborando. Un día ale habló conmigo; mencionando la situación del negocio, me advirtió sobre mi despido, cinco días después estaba fuera. Sólo quedó agradecer y despedirme, en realidad ella fue una excelente compañera; ella, junto con Lalo, convirtieron aquellas pesadas horas en agradables momentos. Sentí una inmensa tranquilidad al saber que no habría mas horarios matutinos ni


insoportables clientes que atender, sabía que no vería más el arrugado y antipático rostro de aquella malvada anciana, no más olores a aderezos ni a cloro en mis manos; sin embargo, extrañaría el caminar dentro de aquel oscuro paisaje y sentir sus fríos vientos, observar al mundo obrero despertar, ver a madres llevando deprisa a sus hijos a la escuela, perros callejeros en puesta a la supervivencia, gente recibiendo el día mediante bostezos... En fin, extrañaría aquel paisaje del que alguna vez formé parte; paisaje donde un universo de detalles se esconde tras las secuelas de la enfermedad llamada rutina. Los días siguientes fueron extraños y bastante estresantes, pues el tiempo parecía eterno. Poco esfuerzo me costó regresar al antiguo horario; lo difícil fue adaptarme nuevamente a mis limitaciones económicas. A pesar de esto, volví de nuevo a ser quien era antes: un civil que pasaba noches en vela escribiendo, soñando despierto, persistiendo siempre a pesar de no ver resultados. Tiempo después, el negocio quebró y el local fue cerrado. Sinceramente, no siento lástima por doña Luz, se que ella no estará sola. Un negocio más ha muerto, sus empleados continuarán construyendo su camino, adaptándose a los diversos cambios que surjan en el futuro. Las calles seguirán siendo las mismas por aquellos rumbos, los mismos pequeños detalles, las mismas casas, el mismo oscuro cielo y la misma parada de autobús donde cientos de obreros comenzarán su día escuchando las exigencias del jefe: llegar antes de las 7:00 am, cumplir 8 o más horas de labor con sólo una para el almuerzo, callar si en algo estás en desacuerdo. El mundo seguirá girando como siempre, dando vueltas; quizá algún día el entorno cambie, y nosotros junto con él. Mientras yo seguiré aquí, esperando ansioso al porvenir, superando todo cambio con la madurez necesaria para aprender algo nuevo de cada suceso. Mi historia laboral no termina aquí; se que allá fuera hay todo un mecanismo que desafortunadamente nos aleja unos de otros, creando insensatas necesidades a través de diversos medios. No podría asegurar lo que pasará en un futuro, incluso conmigo; sólo puedo prometer que a pesar de esto seguiré siendo un gran soñador, para bien o mal, continuaré con mi lucha en contra de la rutina.


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