Viejo

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VIEJO

Marco A. Velรกzquez


Y ahí estaba de nuevo aquel viejo personaje, aquella triste estadística de entre las demás en un mundo tan jodido; sentado con olor a alcohol y cigarrillos, mirando, observando su alrededor con una mirada acabada.

Con un empleo que odiaba, se la pasaba desperdiciando su tiempo entero. Esto para mantener la vida solitaria que el destino le había impuesto como un escupitajo en la cara. Lo odiaba todo y parecía que sus días no tenían razón de ser. Encerrado en la rutina, perdió la esperanza que en lo más profundo de su ser escondía; aquella esperanza de relucir una vida como la de los jefes que había tenido a lo largo de su historia laboral. Soñaba con tener una linda esposa, hijos, un auto y una casa; soñaba con aquello que compra la felicidad de quienes la carecen, pues él la perdió desde su juventud y quería recuperarla. Pero los años de anhelos fueron vanos y entró en aquel laberinto sin salida, donde agonizaba entre llantos y recuerdos. Su única escapatoria a la realidad eran aquellas botellas que destapaba con frecuencia, pero al igual que lo demás, terminó por serle otra carga. Bebía en nombre de la soledad, del silencio posterior a un día pesado; escapaba de la vida por un instante, por un momento creía ser feliz, hasta que volvía a su cordura. Coleccionista de sueños rotos, así se sentía. Ahora ¿que le quedaba?... un rostro con barbilla blanca, un cuerpo cada vez más frágil, un sin fin de frustraciones y aquel viejo cuarto alquilado donde solía reclamarse por no ser lo que buscaba. Los vecinos se preguntaban con frecuencia quien era aquella persona, que historia escondía. Todos le observaban a discreción y hacían de su imagen una peor a lo que ya era. El viejo lo sabía, sabía que las personas hablan sin reflejarse en el otro, sabía que su labia es egoísta al igual que ellos; pues ya bastante experiencia tenía sobre la mierda que las personas llevan como sentimientos. Pero ya nada le importaba al viejo, él sólo era preso de la cuenta regresiva, esperando cerrar la herida con su ultimo hálito. Caminaba entre gente que le miraba con desprecio, buscaba una sombra lejos de todo y destapaba una nueva botella. Cada sorbo le traía un recuerdo más y volvían los retratos de quienes algún día cruzaron por su vida; sin embargo, ya no lo hicieron y se olvidaron de aquel hombre a quien el tiempo le había dado la espalda, quien necesitaba un poco de compañía. Lo recordaba todo: cada nombre, cada mirada, cada relato… Le era imposible dejar de hacerlo en ese estado, parecía que ese fuese el motivo de su melancolía. Él sabia que vivir del pasado era autodestructivo, sin embargo, lo seguía haciendo; pues sabía que esa era la manera adecuada en la que podía sentir la fluidez dentro de sí. La noche anunciaba su presencia y era entonces cuando regresaba a su muy humilde hogar. Le temía observarse al espejo, pues quería evitar esa mirada de reclamo y esa inseguridad que se había ganado; pero en su enfrentamiento contra esos absurdos pensamientos se daba cuenta que la esperanza había muerto, pues sólo veía a esa persona cada vez mas vieja, cada vez mas frágil, cada ves mas innecesaria… El paso de los años le robó las fuerzas y por ende también sus oportunidades para sobrevivir. Las carencias aumentaron así como la desesperación de ser otra victima más


de la pobreza. Dejó el cuarto donde por necesidad dormía y decidió enfrentarse a ese lugar llamado calle, donde el frio y el hambre van de la mano, donde la inseguridad crece con cinismo, donde los minutos transcurren más lentos. Ahora la gente le miraba con temor; se alejaban de él al verlo pasar con su cabellera blanca y larga, con su piel rojiza y sus manos viejas, con su vestimenta desgastada y una mirada que nadie observaba. Ahora le era difícil no llorar y a mitad de la noche lo hacía en honor a su odio por la vida, por la traición de su dios si es que éste existía. Se desahogaba como nunca lo había hecho, las lágrimas recorrían su rostro, su voz solloza imposible de silenciar, sus manos temblorosas mientras tocaba en el pecho su cada vez mas débil corazón; en él aparecía un fuerte dolor, el cual nadie le daba importancia. Los años no favorecían la situación de este hombre; cada vez peor, cada día con una herida más. La fuerte adicción al alcohol cobró deudas pendientes y su salud fue empeorando. No importaron los fuertes gritos que protagonizaba este hombre ni tampoco bastaron las amargas lágrimas de auxilio, la gente que alrededor se encontraba lo ignoraba con el fuerte egoísmo que caracteriza a una sociedad apática. Los minutos corrían ahora más lentos, parecían nunca acabar. El viejo caminaba sin rumbo fijo, mirando al suelo, tembloroso y solo, muy solo. Una tarde decidió sentarse alejado de todo como lo hacía antes, observando su alrededor y tocando su débil corazón. Volteó entonces hacía el cielo, todo parecía tan tranquilo; las nubes siendo trasladadas por el frio y suave viento, las aves volando alejándose de la mano del hombre, la naturaleza floreciente demostrando su vejez y fortaleza. No hubo momento de mayor pureza que éste, mismo que el viejo protagonizaba después de años difíciles; sólo así, y hasta entonces, el viejo sintió calma. Fue así como el tiempo se detuvo; con su último suspiro, el viejo pasó a despedirse de este indigno mundo formando parte ahora de su mayor anhelo: la muerte. Fin


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