Los tres canarios
Ilustraciones: Guille L贸pez de Ahumada Texto: Kiko L贸pez de Ahumada, sobre una idea de Guille
Ediciones Tantangao
Zitrivi Ediciones
Guillermo quiere agradecer su apoyo a su madre, su padre, sus abuelas, su abuelo y, especialmente, a su seño Noe. Kiko quiere agradecer la ayuda prestada en todas las labores de edición a Araceli Estrabón, Hipólito G. Navarro, Maribel Saldaña, Eva Botana, Paco Portillo, Lola del Pino, Fernando Polo y Alicia Herrera.
Ilustraciones: Guille López de Ahumada Texto: Kiko López de Ahumada, sobre una idea de Guille Montaje y diseño: Kiko López y Paco Portillo
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abía una vez tres hermanos canarios que vivían juntos en una gran jaula. Eran propiedad de una familia que vivía en un piso de una gran ciudad, cerca de un espléndido parque en una zona residencial llena de vida y actividad. Los canarios, pese a vivir enjaulados, cantaban felices todo el día, pues, cuando el sol del invierno calentaba, sus dueños sacaban la jaula a una soleada terraza y, cuando apretaba en verano, los llevaban a un fresco y sombreado patio interior. Siempre tenían agua fresca, alpiste en cantidad suficiente y lechuga recién cortada. Y no conocían otra vida que esa. El más mayor se llamaba Paco, era gordito y tranquilo y vivía muy feliz, aunque la comida siempre le parecía poca y monótona y sus hermanos eran muy pesados con él, insistiéndole en que hiciera ejercicio porque se estaba poniendo realmente orondo. El mediano se llamaba Pico y era de peso y talla media. Era muy metódico y pensativo. Comía con ganas lo necesario para estar sano y hacía ejercicio regularmente saltando de un apoyo a otro, a veces incluso complicando el salto desde un extremo de la gran jaula al otro para demostrarse que estaba en forma. Se hacía muchas preguntas sobre su existencia, sobre la jaula y sobre el exterior, sobre la seguridad y sobre el peligro. El pequeño se llamaba Poco y estaba al límite del peso aconsejable, realmente delgadito y poca cosa. Inquieto y activo, se pasaba el día saltando de apoyo en apoyo y revoloteando por la jaula. En alguna ocasión había intentado escapar de la jaula escurriéndose entre los delgados barrotes, pero no lo había conseguido pues no cabía, así que había llegado a la conclusión de que si adelgazaba más
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tal vez lo conseguiría, por lo que cada vez comía menos y se ejercitaba más para alcanzar el peso que le permitiera escapar y la forma física para volar lejos y alto, libre, su sueño recurrente. Cierto día apareció un colibrí aleteando. Hacía calor y al colibrí se le veía sediento y sudoroso. Desde fuera de la jaula miró a los tres canarios y, de repente, ni corto ni perezoso, se escurrió entre los barrotes, bebió un largo sorbo del bebedero, picó algo de alpiste, y se largó volando tras pronunciar un breve “¡Hasta luego!”. Paco, Pico y Poco se quedaron alucinados, sin saber qué decir. Al
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día siguiente el colibrí volvió a aparecer y repitió la misma escena, se coló en la jaula, bebió, comió y se despidió. —Pero, ¿este tío de qué va? —dijo Pico. —¡Qué morro, se come nuestra comida! —dijo Paco. —¡Qué tío, es libre como el viento! —comentó Poco. —Pero hay que hacer algo, esto no puede ser, qué cara tiene, no podemos permitir que entre y salga de nuestra jaula y coma y beba de lo nuestro por la cara —se enfadó Paco. —¿Por qué no?, a mí me gusta verlo y tenemos comida de sobra —repuso Poco. —Calma, hermanos, calma. Si vuelve mañana hablaré con él y veremos qué pasa —sentenció Pico. Efectivamente, al día siguiente Pico se encaró con el colibrí en cuanto terminó de picar alpiste y saciar su sed: —Oye, tú, ¿qué es esto de venir aquí y comer y beber de lo nuestro por la cara? —dijo Pico al colibrí. —Uy, perdonad, es que vengo cansado, hambriento, acalorado y sediento, y como vosotros estáis aquí cómodos y bien abastecidos, y además no dijisteis nada el primer día, pues he seguido haciéndolo pensando que no os importaba. La verdad es que no sabía cómo dirigirme a vosotros, ¡los de las jaulas sois tan raritos…! —Pues es de muy mala educación lo que estás haciendo —dijo Paco enfadado. —Bueno, es que a mí nadie me ha educado, me he criado solito en la calle.
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—¿¡Solo!?, ¿¡en la calle!? —se asombró Poco. —Sí. Me llamo Alí. Al poco de nacer, un día, mis padres no volvieron al nido. Me tuve que buscar la vida, echar a volar por mí mismo y procurarme el alimento. Veréis —continuó Alí—, como no me han enseñado nada, nada sé, ni siquiera sé qué debo comer, estoy muy desorientado. He comido algunas larvas y mosquitos pero no me convence alimentarme de otros seres vivos, por más dañinos que puedan ser los mosquitos. También rebusco comida por el suelo de los veladores cuando cierran los bares, pero es peligroso andar cerca de los humanos. Y también recolecto semillas en el parque, pero hay pocas, es difícil y trabajoso encontrarlas y hay mucha competencia de todo tipo de animales, incluso se expone uno a los depredadores del parque. Además, desde que llegó el verano está todo muy seco y no encuentro agua con facilidad. El otro día estaba tan sediento que no me lo pensé y me metí en vuestra casa a beber. Luego vi vuestra comida y como nunca la había probado no pude resistirme. Cuando me di cuenta de que no había dicho ni hola me avergoncé mucho y me fui inmediatamente. Al día siguiente volví a sentir mucha sed y lo hice de nuevo. Así que os pido disculpas por ser tan maleducado. Los tres canarios se asombraron mucho por la historia del colibrí, cada uno a su manera, pues Paco seguía indignado, Pico intrigado y Poco entusiasmado. Sin darles tiempo a reaccionar Alí prosiguió: —He pensado que me podríais ayudar a sobrevivir y a aclararme las ideas. Necesito agua mientras dure este verano tan seco y a vosotros no os falta nunca. Por otro lado, no tengo nada claro cómo debo alimentarme, qué cosas debería y qué no debería comer. Veo que os ponen abundante comida y que debe ser
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apropiada para pájaros, por lo que os pido que me dejéis comer de ella, ya que como poco y os ponen mucha, por lo que no os va a afectar realmente. Viendo a sus dos hermanos reaccionar de maneras opuestas, pues la indignación tiñó de rojo las amarillas plumas de Paco y la excitación por la novedad hacía que Poco aleteara ansioso por toda la jaula, Pico intervino con sensatez: —Mira, Alí, déjanos pensarlo tranquilos, vete como todos los días a tus asuntos, y mañana te diremos lo que sea. Así pues, el colibrí se alejó volando y, tras un corto momento de estupor, Paco exclamó: —¡Sí, hombre, este tío está loco y tiene tela de morro! Me niego a compartir nada con él, es un maleducado y un cara, y además, no siempre tenemos comida suficiente, a veces nuestros dueños se despistan y tardan mucho en rellenarnos el comedero de alpiste o en ponernos una nueva hoja de lechuga. A veces he tenido que sufrir hambre, no podemos alimentar a este desvergonzado. —¿Hambre? ¡Tú siempre tienes hambre porque eres un glotón! —dijo Poco—, ¡nos sobra la comida! No podemos dejarlo sediento, hambriento y desorientado, necesita nuestra ayuda y… ¡es tan mono, tan pequeño, tan gracioso y simpático! —Calma, hermanos, calma. He de reconocer que no ha sido muy educada su forma de meterse en nuestra jaula, le echa tela de cara a la vida. Pero también es verdad que no sabe hacerlo de otra manera. Creo que podríamos darle un poco de margen y ver cómo evoluciona esto. Incluso podría aportarnos cosas interesantes, y en ese caso no lo estaríamos alimentando a cambio de nada. —¿Qué puede aportarme a mí semejante descarado? —exclamó Paco.
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—No te vendría mal comer menos, hermanito —dijo Pico—, que te estás poniendo un poco gordo. Además, él encuentra comida que jamás hemos probado ni probaremos. Podríamos pedirle que nos trajera cosas de esas que encuentra en los bares o en el parque, ¿no te apetece probarlas? —Bueno —dudó Paco—, la verdad es que sí. —Estupendo, yo quiero que venga, pues en cuanto adelgace un poco más podré salir de la jaula y quiero irme de aventuras por ahí con él —dijo Poco entusiasmado. —No tan rápido, hermanito. Ni el más ligero de los canarios saldría nunca de una jaula para canarios. Si adelgazas más te vas a poner enfermo. Podríamos preguntarle si él es capaz de abrir el cierre de nuestra jaula que está por fuera. Si pudiera hacerlo podrías salir a dar una vuelta con él, siempre que vuelvas a casa para que no nos descubran nuestros dueños. —¡Sí, qué gran idea, Pico, sí! —se ilusionó Poco. —Bueno, yo estoy muy interesado en conocer más sobre el exterior y sobre la vida, y él sabe mucho, así que me gustaría que él me proporcionase todo tipo de información a la que yo no puedo acceder, por lo que, si os parece bien, le propondremos que puede entrar y salir para comer y beber siempre que nos traiga cosas nuevas para probar, nos ayude a abrir la jaula y nos informe de cómo es el mundo. ¿Qué os parece? —¡Genial! —dijo Poco. —Bueno, vamos a probar —dijo Paco, relamiéndose ante la perspectiva de degustar variados manjares—, pero hay que estar muy atentos, que este tío me parece un cara que se quiere aprovechar de nosotros sin más.
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—De acuerdo —dijo Pico—, le daremos la oportunidad. Siempre podemos acabar con la situación no dejándole entrar si su actitud nos disgusta. Así pues, los tres hermanos canarios estuvieron de acuerdo en permitir, aunque fuera temporalmente, que Alí comiera y bebiera en su jaula. Al día siguiente así se lo comunicaron, lo que hizo que Alí se sintiera muy feliz. Además, cuando le comentaron qué podía hacer por ellos, el colibrí se mostró entusiasmado con los proyectos y prometió cumplir con creces lo acordado: les traería comida para probar, intentaría abrir la jaula e investigaría e informaría sobre todo lo que le preguntaran. De hecho, se puso inmediatamente a intentar abrir la jaula, aunque no fue capaz de conseguirlo, pues si bien el cierre de la pequeña puertecita estaba muy accesible por fuera y Alí pudo hacer su intento cómodamente, no tenía de ninguna manera, siendo tan pequeño, fuerza suficiente para desbloquear la puerta. Poco se sintió muy decepcionado, pues siendo él quien con más fuerza apoyó la petición de Alí sin embargo se quedaba inmediatamente sin proyecto. Pero Alí lo tranquilizó, asegurándole que encontraría la manera de abrir la jaula para que Poco pudiera darse una vuelta en libertad con él. Habló un rato largo con Pico, explicándole cómo era el exterior más inmediato. Le describió las plazas y calles del barrio, la arboleda de los jardines, la actividad humana y el extenso pero cercano parque mientras Pico, callado, atendía concentrado a todas sus explicaciones. Al anochecer Alí se fue prometiendo volver. Los tres canarios quedaron muy sorprendidos de que volviera casi de inmediato. Traía en el pico algo que depositó en medio de la jaula:
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—Tomad, es tomate, lo he cogido de los restos de un plato en una mesa que acababan de abandonar unas personas antes de que el camarero la limpiase para el próximo cliente. El verano es bueno, porque los bares ponen las mesas fuera y los humanos comen y beben al aire libre. Paco miraba el tomate extasiado y ni siquiera fue capaz de hablar para dar las gracias a Alí, pues inmediatamente se aplicó a picotear el manjar y casi no dejó que sus hermanos comieran. Poco y Pico se despidieron de Alí agradecidos y luego consiguieron probar el tomate antes de que Paco no dejara ni una pizca. Aquella noche los tres, con su cabecita bajo el ala, durmieron felices. Alí en su nido también. Al día siguiente Alí llegó temprano pero los tres hermanos se asustaron mucho porque llegó acompañado de un enorme animal, peludo, de enormes dientes y garras afiladas, orejas de punta e inmensa cola retorcida. El pánico se apoderó de ellos y aleteaban y piaban descontrolados por la jaula. A duras penas Alí consiguió tranquilizarlos: —Amigos, por favor, escuchadme, no pasa nada malo, esta amiga viene a ayudarnos. Más tranquilos, viendo la pasividad del animal y escuchando las palabras de Alí, los tres hermanos se dispusieron a escuchar a su pequeño amigo, aunque Paco continuaba un poco nervioso imaginándose devorado por aquel extraño animal. Alí continuó: —Esta es mi amiga Lilla —dijo—. Nos va a ayudar a abrir la jaula. —¡Hola! —dijo Lilla. —¡Nos va a comer si abre la jaula! —gritó Paco aterrorizado.
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—¡Anda ya —dijo Alí—, Lilla no come canarios, jajaja! —¿Pero vosotros de qué vais? ¿No tenéis idea de nada o qué? Soy una ardilla, no como animales, soy vegetariana y sólo como frutos secos, pardillos —dijo Lilla. —Es que con esas garras y esos dientes… —dijo Poco todavía asustado. —Mis garras son hábiles, fuertes y afiladas para romper la cáscara de los frutos y mis dos poderosos dientes delanteros sirven para roer los frutos. No soy una depredadora, pringaos, jajaja. —¡Uf, qué alivio! —dijo Pico mientras la observaba curioso. Lilla se puso a manipular el cierre de la jaula bajo la mirada de los tres canarios. Paco, arrinconado en el otro extremo, seguía desconfiado. Poco aleteaba nervioso sintiéndose ya libre. Y Pico no perdía detalle sobre las características de aquel asombroso animal que nunca había visto. Poco tiempo después Lilla consiguió abrir el cierre: —Ya está. Abierta. Creo que podéis dejarla abierta disimuladamente, vuestros dueños no se darán cuenta. Si os la vuelven a cerrar os la puedo volver a abrir. Vivo cerca, en aquel pino cercano, os oigo cantar a menudo y es muy agradable. Si me llamáis gritando os oiré y vendré a abrirla de nuevo. Haría lo
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que sea por mi amigo Alí, el pasado otoño me salvó de un gato que casi me pilla despistada en el suelo donde había encontrado una castaña perdida por un niño, aleteando alrededor de aquella fiera mientras yo trepaba al árbol más cercano. Sin tiempo a más Alí propuso a los tres canarios ir a dar una vuelta. —¡Vamos! —chilló entusiasmado Poco. —¡De ninguna manera, yo de aquí no me muevo! —exclamó Paco. —Me lo voy a pensar —dijo Pico—. Es muy arriesgado, necesito más información. Id vosotros dos a dar una vuelta, pero no demasiado lejos, Alí, ten mucho cuidado con Poco que está muy loco y se cree muy fuerte y mayor, pero es muy poquita cosa y está muy delgadito, hace ya calor y se puede fatigar más de lo que él cree. —No te preocupes, Pico, así lo haremos, estaremos de vuelta enseguida, antes de que empiece a apretar el sol. Alí y Poco salieron de la jaula y dieron un paseo volando por el barrio, sin llegar siquiera a las lindes del parque, con vuelos cortos de árbol en árbol y sin pisar el suelo. Volvieron muy felices, Poco estaba exultante de gozo, deseando volver a salir, comió mucho alpiste y lechuga, más que nunca había hecho, y metiendo su cabeza bajo el ala se pegó una siesta mientras Alí charlaba y charlaba, relatando sus experiencias que asustaban a Paco y respondiendo a las constantes preguntas que Pico hacía para aclararse aspectos sobre todo lo que le preocupaba: depredadores, actitud de los humanos, peligros, alimentación, relaciones sociales… Luego despertó Poco y, al atardecer, salieron de nuevo ambos a dar una vuelta mientras Pico y Paco se quedaban en la jaula. Ya de noche volvieron
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y Alí traía en su pico una patata frita. La devoraron entre los cuatro y tras charlar animadamente todos, cada uno con su tema, Poco entusiasmado con el vuelo y la aventura, Pico fascinado por las cosas que estaba descubriendo y Paco relamiéndose pensando en todas las cosas que iba a degustar y que ya Alí le había ido adelantando (pan, aceitunas, altramuces, pipas…). Ya bien entrada la noche Alí se fue a dormir a su nido y los tres canarios, felices, tuvieron dulces sueños. El verano continuó de esta manera, estrechando las relaciones de los tres canarios con el colibrí. Probaron todo tipo de comidas que Poco y Alí traían de sus incursiones. Poco engordó o, más bien, se puso fuerte, sano y robusto. Pico se decidió a salir a volar con Alí y Poco y aprendió muchísimo, de Alí, pero también por sí mismo y por los amigos de Alí, especialmente de Lilla, a la que visitaba frecuentemente en su pino. Paco, con una alimentación más variada, estaba feliz, había adelgazado un poco, y terminó sintiéndose tan seguro que acabó por salir a dar una vuelta, aunque volvió pronto porque no terminó de sentirse a gusto volando por el barrio. Finalizaba el verano cuando Alí les comunicó que había decidido no comer insectos, que no sabía bien si deberían formar parte de su dieta, pero que había visto claro que con lo que encontraba en los bares y el parque y con el apoyo de sus amigos, que le ayudaban a buscar y comprender y que compartían con él su alpiste, lechuga y agua, se había hecho definitivamente vegetariano. Los cuatro amigos despidieron el verano con una fiesta en el nido de Alí, un banquete que consiguieron entre los cuatro buscando por el barrio y recuperando sobras de los humanos, charlando, riendo y disfrutando de una amistad
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que el húmedo otoño que se avecinaba y el frío invierno que llegaría después no podría ya destruir, porque sus vidas eran mucho mejores desde que Alí, sediento, se coló en su jaula un mediodía de julio.
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Este pequeño libro se terminó de componer para publicación electrónica el 18 de septiembre de 2014, en un día lluvioso que nos hizo pensar en las pequeñas avecitas que se preparan para sobrevivir al invierno
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¿Pueden colaborar animales domésticos que viven en cautividad con las criaturas salvajes que viven en libertad en nuestras ciudades? Ingenuamente tal vez, creemos que así es, que la amistad puede con todo, incluso con barreras tan reales como una hilera de barrotes y otras tan poco materiales como la desconfianza, el egoísmo o el rechazo a lo distinto
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