Zitarrosa canciones ilustradas

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El pulso de dos lápices Gabriel Peveroni

Alfredo Zitarrosa. El de la voz única. El de la elegancia oscura. El que es capaz de atravesar la piel de quien se acerca a escuchar el rasgueo de sus milongas cimarronas y zambas peleadoras. Canta, su voz canta, porque antes supo dominar el arte de la escritura. Porque antes sostuvo el pulso de un lápiz, sabedor de que una canción se dibuja en papeles, entre letras firmes, algún que otro borroneo y una grafía ansiosa por acertar el estribillo y el golpe exacto en el corazón. Porque para contar buenas historias, armado de palabras y sonidos, hay que saber encajarlas en melodías, en versos directos, en los misterios del decir. Las canciones de un poeta como Alfredo nacieron de dibujos, de garabatos, de la comunión entre lápiz y guitarra. Y es posible pensar, ejercicio que cierra un posible círculo de creación, que las canciones puedan volver al papel. Entonces hay que pensar primero en otro lápiz. Un lápiz de grafito, por ejemplo, un 2B. El de mejor trazo para componer un dibujo. Un lápiz que juegue a dibujar una canción, y luego otra, y luego un extenso cancionero de Alfredo, ensimismado en desaZ8

fiar las formas, texturas, perfiles y recovecos de una simple guitarra de madera. Serían versiones. Sí, definitivamente, versiones parece el término más adecuado para nombrar a esta serie de canciones ilustradas. Martín León Barreto no recuerda cuál fue la primera canción de Zitarrosa que se animó a dibujar, en Madrid, una noche febril entre lecturas y escuchas de canciones del cantor. Desde el primer trazo supo que saldrían bocetos varios, que sería un viaje peliagudo y entrañable. Supo también que el encargo hecho por su padre, a distancia, desde Montevideo, venía mezclado con la necesidad de enhebrar los trazos que construyeron su propia identidad y la de su oficio de dibujante: las ilustraciones de Carlos Palleiro —de hecho, el maestro hizo algunas portadas de discos de Zitarrosa, entre ellas el pájaro de «Adiós Madrid»—; o las de Ayax Barnes, en ese libro del que nunca se desprende y lo acompañó a España, el más querido, el de tapa dura que le regalaron cuando niño y se llama «El pueblo que no quería ser gris». Sabía que para versionar a Zitarrosa debía reencontrar ese aire, el de una gráfica que exige


trazo simple y el desafío añadido de alcanzar una alta capacidad de síntesis. Ese aire lo llevó directamente a los dibujos de su padre, su primer maestro en el oficio del lápiz, del decir en unas pocas líneas. Anjo es la firma de Juan José León Barreto, padre de Martín, en su juventud aguerrido ajedrecista sanducero que llegó a jugar simultáneas a ciegas hacia finales de los años sesenta y que alternó la pasión por la combinatoria del juego con la profesión de manipular el papel: dibujarlo, recortarlo, transformarlo en cajas, en estuches, en libros-álbum para niños, en marcalibros. El también dibujante y diseñador Sebastián Santana, de la misma generación que Martín —ambos nacieron en los duros años setenta—, sugiere que visite a Anjo en su apartamento de Montevideo, en la esquina de Canelones y Ejido. Lo considera un referente, uno de la vieja guardia de diseñadores y dibujantes de los años sesenta y setenta, de los tiempos de la gloriosa imprenta As. Una tarde de excesivo calor en Montevideo, toco timbre en lo de Anjo. Lo primero que hago es obsequiarle un libro en el que yo puse los versos y mi amigo Santana las ilustraciones. Me cuenta de sus trabajos en Mosca y en el estudio Forma; que no se considera dibujante. Me cuenta luego, de los años que Martín lleva viviendo en Madrid, de la idea que provocó la serie Zitarrosa, del trabajo abundante que tiene su hijo como ilustrador freelance en revistas y periódicos de España, Inglaterra y Estados Unidos. Me muestra también varios dibujos de su propio trazo, en libretitas, en pequeñas cajas de papel. Hay líneas comunes entre padre e hijo, un linaje. Hay miles de horas de dibujos y una pasión compartida. En la habitación donde Anjo tiene su estudio, hay también un estante repleto de libros de ajedrez y una vieja fotografía en blanco y negro. Se lo ve concentrado, jugando una partida de torneo. La conversación deriva al ajedrez, por un largo rato, hasta que decido preguntarle cuál fue la canción de Zitarro-

sa que le sugirió a su hijo para ilustrar. La primera de la serie. No la recuerda. No insisto. Dejo en el aire, entonces, otra intriga personal: desde la primera vez que vi las ilustraciones de Martín, no puedo evitar pensar lo cerca que están de ser reproducciones fotográficas de esculturas. La siento como una ambigüedad que perturba un poco. Sonríe. Dice que lo espere un momento. Vuelve con una pequeña escultura en madera. Es la réplica de uno de los bocetos de «Milonga para una niña». La hizo el padre de Vicky, que viene a ser el suegro de Martín. Todo en familia. Ni Anjo ni Martín recuerdan con exactitud cuál fue la canción de Zitarrosa que inició el juego. Este doble olvido, de padre dibujante y de hijo dibujante, uno en Montevideo y el otro en Madrid, equivale a intuir que no se puede hablar —en el caso de Zitarrosa— de una canción, sino de cancionero, de obra poética en la que se engarzan versos tan urgentes como asombrados. Pero hay, sí, como sobreentienden todos los admiradores del cantor, y en esto posiblemente no haya disensos, una mítica guitarra negra. Emblemática. Lo que lleva a entender que si alguien se decide a dibujar guitarras, deberá versionar la guitarra negra, rehacerla, con sus contrastes, con su verdad en la madera. Martín lo hizo. Es una de sus más logradas versiones, con las manos blancas de Alfredo rodeando la guitarra negra, formando parte de ella. «Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra… Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía… Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas…» 9Z


Cada lector tendrá su canción. Recorrerá las páginas de este peculiar cancionero buscando un rastro, una evocación. En mi caso, encontré ese algo más de manera casi involuntaria. Es otro círculo que se cierra, porque algunos meses antes de conocer la escultura de «Milonga para una niña» en casa de Anjo, supe encontrar la versión física de la canción revisando entre libros y discos de segunda mano en Diomedes. Nada más y nada menos que la edición en vinilo del primer simple de Alfredo, publicado por el sello Tonal. Una joya. La primera grabación del cantor, que tiene en el lado B la primera versión de otro clásico, «Mire amigo». Desde ese momento, era inevitable, pasó a ser mi canción preferida. Martín León Barreto está muy lejos de la mera ilustración, de hacer una traslación de las canciones al lenguaje gráfico-plástico. Busca generar un tipo de imágenes que dejen en quien mira, escucha o lee, un espacio que tendrá que completar con su propia sensibilidad. Esa sensación de espacio en el medio, de leve abismo, es el mismo territorio que sugieren sus versiones gráficas de las canciones de Alfredo. Lo que está en juego es precisamente lo que no se ve ni se escucha, lo que en definitiva completa el círculo de la canción. No hay descripción, ni relato. Tampoco redundancias. Hay posiblemente un juego de versiones, de deconstrucciones, que llevan al creador a huir de lo evidente para armar ensamblajes que dialogan con influencias más cercanas en tiempo y espacio, como las del diseñador español Isidro Ferrer, habilísimo en resemantizar figuras y formas, en hacer funcionar una máquina creadora en la que entra mundo y sale poesía. Y si lo que entra es Zitarrosa, el desafío es más que grande. No le tiembla entonces el pulso al dibujante para sacar guitarras y más guitarras. Marrones, negras, grises, rojizas. Y se verán lágrimas, raíces, relojes, llaves, alambrados, escaleras, pájaros, lápices, cuerdas, ojos, ruedas, ventanas, banderas, flores. Y se escucharán Z10

esas guitarras, y sus punteos, y rasgueos, y por cierto, arriba del surco del disco que sigue girando, la voz única. La de Alfredo. Sumergirse en estas versiones gráficas del cancionero de Alfredo Zitarrosa es un acontecimiento, una fina provocación poética. Es también una cortés invitación de un exquisito dibujante que homenajea al más grande cantor uruguayo y a una sensibilidad plástica —urbana y contestataria— impregnada de la sensibilidad de los años sesenta. Cada letra de canción completa su dibujo y grafía con cada una de las guitarras creadas por el dibujante. Siempre en el territorio del papel. Se sugiere acompañar la lectura escuchando a Zitarrosa. Si es posible, en la textura sonora de los discos de pasta de vinilo. Y cuando suene «Adiós Madrid», tenga presente el lector-escucha que fue muy cerca del barrio de Lavapiés que se inspiró este cruce de grafías entre dos artistas que andaron ambas ciudades. «Dulce Madrid, dura Madrid, duele Madrid, tierna Madrid. Yo hubiera sido en tus calles, un niño perdido, si hubieras querido arrojarme y odiarme». Dice Martín León Barreto: «Creo entender a Zitarrosa cuando canta sobre Madrid… Es una ciudad abierta, que te hace sentir que sos parte, pero en la que siempre tengo la sensación de estar en un apartamento alquilado. Cuando pongo un pie en Montevideo, cuando salgo del aeropuerto y hago todo el camino por avenida Italia, siento que todo vuelve a encajar. Es un lugar que me pertenece. Ahí está la importancia del trabajo que hice con las canciones de Zitarrosa, con este libro: es un vínculo con mis amigos, con mi familia, con mi ciudad». Y no duda en afirmar, cuando se le pregunta por Zitarrosa, que los textos de don Alfredo tienen una capa-


cidad de emocionar como muy pocos: «Lo que a mí me resulta curioso es encontrarme redescubriéndolo a esta altura de mi vida, a partir no de su voz, sino de su poesía. Leyéndolo, a mi ritmo, tranquilamente, descubrí al Zitarrosa poeta. Realmente sorprende su manera de describir cosas, hechos, relaciones, aparentemente intrascendentes, con una profundidad brutal. Un pájaro, una flor en un estanque». - ¿Cuál será la canción con la que empezó todo?, quiero repreguntar, insistir, pero evito develar el misterio. Pienso en sus padres, Anjo y Beatriz, visiblemente orgullosos de que una simple idea disparara todas estas conexiones. Luego pienso nuevamente en Martín, dando los últimos retoques a las imágenes, junto con Vicky, en Madrid. Pienso también en los editores de esta y otras tantas aventuras editoriales, que en lugar de encajonar un proyecto arriesgado, armaron toda una movida que incluye la temeraria organización de un homenaje en el Estadio Centenario de Montevideo, para que tú —lector—puedas tener este cancionero de versiones gráficas entre tus libros más preciados. Y recién entonces, la respuesta correcta será «la que usted elija». Porque hay, por fortuna, muchas guitarras para elegir, aunque la voz sea única. La de Alfredo.

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Mire amigo

Mire amigo no venga con esas cosas de las «cuestiones». Yo no le entiendo mucho discúlpeme, soy medio «bagual». Pero eso sí le digo no me interesan las «elesiones»; los que no tienen plata van de alpargatas: todo sigue igual. Fíjese por ejemplo en don Segismundo con diez mil cuadras: tiene dos hijos mozos que son «dotores» en la ciudad. Yo tengo cuatro crías y a la más grande tuve que darla; ninguno fue a la escuela y pa’ que «hagan muela» me falta robar. Z14

Mire amigo no venga con que los «gringos» son gente «dada». Yo lo vi a Mister «coso» tomando whisky con los del «clú»; pero nunca lo «vide» tomando «mate» con la peonada. No dirá que «chupaban» y que brindaban a mi «salú». Mire amigo disculpe, no se moleste, no tomo nada. Yo no sé si «usté» sabe que pa’ la trilla hay que madrugar. Los que nacimos peones no conocemos las «trasnochadas». Ando muy mal comido y si tomo un vino me da por pelear.



Qué pena

Qué pena, que no me duela tu nombre ahora. Qué pena, que no me duela el dolor. Dónde andarás a quién odiarás, de amor te morías por no poder amar. Quién te querrá pregunto quién serás la que yo conocía, no ha existido jamás. Qué pena, que no me duela tu nombre ahora. Qué pena, que no me duela el dolor. Qué pensarás a quién le dirás que conmigo podías perdonarte y llorar. Z16

Cuándo vendrás a buscar lo demás, el que ayer te quería hoy te puede olvidar. Cuándo vendrás a buscar lo demás, el que ayer te quería hoy te puede olvidar. Qué pena, que no me duela tu nombre ahora. Qué pena, que no me duela el dolor.



Para Manolo

Gallego, de nombre gallego junta dinero y parece un «dotor». Gallego, cabeza de hormiga, junta fatigas en el corazón.

Gallego, duro compañero no hay bolichero que cante mejor las rías que amó Rosalía cantan folías y son para vos.

«Polo mar abaixo vai unha troita de pé corre que te corre ¡quen a puidera coller! ¡quen a puidera coller! ¡quen a puidera coller! polo mar abaixo vai unha troita de pé.»

«Polo mar abaixo vai unha troita de pé corre que te corre ¡quen a puidera coller! ¡quen a puidera coller! ¡quen a puidera coller! polo mar abaixo vai unha troita de pé.»

Gallego, cachila y sombrero sos extranjero tanto como yo. Manolo, no te sientas solo suda a su modo tu humilde sudor. «Túa nai non o ten e teu pai non cho da ¿e de donde che sai? De teu trai la la lá de teu trai la la lá de teu trai la la lá túa nai non o ten e teu pai non cho da.» Z18

Te juego un truco y te gano, Manolito.



Adagio en mi País

En mi país, qué tristeza, la pobreza y el rencor. Dice mi padre que ya llegará desde el fondo del tiempo otro tiempo y me dice que el sol brillará sobre un pueblo que él sueña labrando su verde solar. En mi país, qué tristeza, la pobreza y el rencor.

En mi país, qué tibieza cuando empieza a amanecer. Dice mi pueblo que puede leer en su mano de obrero el destino y que no hay adivino ni rey que le pueda marcar el camino que va a recorrer. En mi país, qué tibieza cuando empieza a amanecer.

coro Tú no pediste la guerra, En mi país somos miles y miles madre tierra, yo lo sé. de lágrimas y de fusiles, Dice mi padre que un solo traidor un puño y un canto vibrante, puede con mil valientes; una llama encendida, un gigante él siente que el pueblo en su inmenso dolor que grita: ¡Adelante… adelante…! hoy se niega a beber en la fuente clara del honor. En mi país brillará, Tú no pediste la guerra, yo lo sé, madre tierra, yo lo sé. el sol del pueblo arderá nuevamente, alumbrando mi tierra. En mi país somos duros, el futuro lo dirá. Canta mi pueblo una canción de paz. Detrás de cada puerta está alerta mi pueblo, y ya nadie podrá silenciar su canción y mañana también cantará. En mi país somos duros, el futuro lo dirá.

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No se puede

Hablando con el boyero, decía un teru tero, hacer un nido de hornero, no sé…; no se puede.

Poniéndose colorada, y bajando la mirada, ella le dijo enojada, no sé…; no se puede.

Sacándose los zapatos decía un maragato ya aguanté mucho rato, no sé…; no se puede.

Y otra le dijo «gauchito –hablándole despacito–: espérame otro ratito, no sé…; no se puede».

Tenía sólo una cebolla para «parar la olla» y dijo mi mama yo ya no sé…; no se puede.

Porque el cura le pegaba, un sacristán se tomaba el vino, mientras pensaba: no sé…; no se puede.

La plata no vale nada; hay que pedirla prestada, si tenerla guardada no sé…; no se puede.

Me siento un negro distinto tomando vino tinto, dice un negro retinto, y no sé…; no se puede.

Se llevaba preso al Tito un milico chaparrito, y le decía ese delito no sé…; no se puede.

La otra tarde con mi yerno, hablándome del gobierno, me dijo: es un infierno… no sé…no se puede.

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