Libro diseñado por: Zulma Roque Quispe Diagramado en: Scribus 1 .4.5 Unidad de segunda especialidad en Computaciòn e Informática UNSA 201 5
PRESENTACIÓN
La municipalidad Provincial de Arequipa se complace en presentar la publicación “Arequipa Bicentenario” como un homenaje a aquellos visionarios hombres en dos siglos constituyeron la sociedad de Arequipa Ltda. La publicación contiene ocho capítulos excepcionales con expresiva narración de Antonio Ugarte y participación del equipo Editor de EGASA, que han querido recordar lo que eran las costumbres del poblador arequipeño antes de la llegada de la luz eléctrica: Hombre de jornada que vivía bajo la influencia de la naturaleza y profundamente dedicado a los designios de Dios desde el amanecer hasta el ocaso. Se describe el gran acontecimiento que significó la llegada de la luz al centro histórico de Arequipa. La historia cuenta que la catedral, portales, fuente y jardines de la plaza mayor se iluminaron por primera vez hace un siglo ante los ojos de los espectadores como jamás había ocurrido, y permitió que Arequipa fuera una de las primeras ciudades de América en ingresar a la modernidad, gracias al suministro eléctrico.
TERREMOTOS QUE CAMBIARON A AREQUIPA
LA AREQUIPA DE ANTES
01 LAS QUINTAS DE AREQUIPA
MENELIK EL TORO CAMPEÓN DE AREQUIPA
02 04
03
05 EL BALNEARIO DE TINGO
EL LEGADO FOTOGRテ:ICO DE LOS VARGAS
06
LA VERDADERA HISTORIA DEL TUTURUTU
EL TRANSPORTE DE COMIENZOS DE SIGLO
Contenido
08
07
¨el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas¨
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
01 La Arequipa de antes Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
Las costumbres de los habitantes de prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; Arequipa al finalizar el siglo XIX, verde intenso de la alfalfa, verde claro seguían siendo las mismas de siglos del maizal y violeta trémulo del patatal anteriores. Hombre de en flor. “jornada” por su antigua vocación agrícola, el En el medio, como perla arequipeño del campo engastada entre o de la ciudad, vivía esmeraldas, la bajo la influencia de sorprendente la naturaleza. arquitectura de la ciudad hecha de Despertaba con el sillar, se animaba al canto de los gallos toque tempranero y el trinar de las de las campanas de aves que las seis, que en su anunciaban el llamado de bronce amanecer. Se cantarín recordaban levantaba cuando al hombre su el sol, asomando su primera obligación: la luminosa faz entre las de cumplir con Dios. crestas de los Resplandeciente volcanes Misti y Pichu espectáculo de luz, color Pichu, inauguraba en el y sonido vibrando en la cielo el celeste purísimo de la inmaculada diafanidad del aurora; y en la tierra, la policromía aire.
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Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
02 Las Quintas de Arequipa Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor.
sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
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Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
03 Terremotos que cambiaron a Arequipa Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
03 Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero
de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. la primera obligación: la de cumplir con Dios.
¨el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas¨
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
04 Menelik el toro campeón de Arequipa Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor.
sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
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04 Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
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En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire. la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor.
arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de En el medio, como perla engastada cumplir con Dios. entre esmeraldas, la sorprendente Resplandeciente espectáculo de luz,
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¨el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas¨
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05 El transporte de comienzos de siglo Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
¨el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas¨
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor.
sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
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05 Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
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Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
06 El balneario de Tingo Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
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Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
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Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
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07 La verdadera historia del Tuturutu Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
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En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
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07 Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la
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Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza.
En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios.
08 El legado fotográfico de los Vargas Las costumbres de los habitantes de Arequipa al finalizar el siglo XIX, seguían siendo las mismas de siglos anteriores. Hombre de “jornada” por su antigua vocación agrícola, el arequipeño del campo o de la ciudad, vivía bajo la influencia de la naturaleza. Despertaba con el canto de los gallos y el trinar de las aves que anunciaban el amanecer. Se levantaba cuando el sol, asomando su luminosa faz entre las crestas de los volcanes Misti y Pichu Pichu, inauguraba en el cielo el celeste purísimo de la aurora; y en la tierra, la policromía prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; verde intenso de la alfalfa, verde claro del maizal y violeta trémulo del patatal en flor. En el medio, como perla engastada entre esmeraldas, la sorprendente arquitectura de la ciudad hecha de sillar, se animaba al toque tempranero de las campanas de las seis, que en su llamado de bronce cantarín recordaban al hombre su primera obligación: la de cumplir con Dios. Resplandeciente espectáculo de luz, color y sonido vibrando en la inmaculada diafanidad del aire.
08 Las costumbres de los habitantes de En el medio, como perla engastada Arequipa al finalizar el siglo XIX, entre esmeraldas, la sorprendente seguían siendo las mismas de siglos arquitectura de la ciudad hecha de anteriores. Hombre de sillar, se animaba al toque “jornada” por su antigua tempranero de las campanas vocación agrícola, el de las seis, que en su arequipeño del campo llamado de bronce o de la ciudad, vivía cantarín recordaban al bajo la influencia de hombre su primera la naturaleza. obligación: la de cumplir con Dios. Despertaba con el Resplandeciente canto de los gallos espectáculo de luz, y el trinar de las color y sonido aves que vibrando en la anunciaban el inmaculada amanecer. Se diafanidad del aire. levantaba cuando el sol, asomando su En el medio, como luminosa faz entre perla engastada entre las crestas de los esmeraldas, la volcanes Misti y Pichu sorprendente Pichu, inauguraba en el arquitectura de la ciudad cielo el celeste purísimo de la hecha de sillar, se animaba al aurora; y en la tierra, la policromía toque tempranero de las campanas prodigiosa del paisaje: dorado del trigo; de las seis, que en su llamado de verde intenso de la alfalfa, verde claro bronce cantarín recordaban al hombre del maizal y violeta trémulo del patatal su primera obligación: la de cumplir con en flor. Dios. Resplandeciente espectáculo de luz,
Zulma Roque Quispe Arequipa Perú 2015