LA
DEL
INCERTEZA HABLANTE
N AT A L I A S I N D E
EDICIONES TILACINO COMUNICACIÓN
LA
DEL
INCERTEZA HABLANTE
LA
DEL
INCERTEZA HABLANTE
N AT A L I A S I N D E
EDICIONES TILACINO COMUNICACIÓN
Sinde, Natalia La incerteza del hablante / Natalia Sinde; edición literaria a cargo de Natalia Sinde.- 1a ed.- Junín: Ediciones Tilacino; 2013. 80 p.; 15x11 cm. ISBN 978-987-29095-2-9 1. Estudios culturales. I. Sinde, Natalia, ed. lit. II. Título. CDD 306
Fecha de catalogación: 13/02/2013 Segunda edición: Febrero de 2014 Edición y diagramación: Natalia Sinde Tapa: Cristian Guarinos & Natalia Sinde.
Ilustración de la tapa: Homenaje a Monet, óleo de Hugo Sinde (detalle) tilacinoproducciones.blogspot.com.ar La obra se encuentra bajo licencia BIENES COMUNES CREATIVOS. Ud. tiene derecho a copiar, distribuir, exhibir y representar la obra siempre que: reconozca y cite al autor y no tenga fines comerciales. Impreso en Argentina
Dedicado a mis padres y a mi hermana, por inculcarme el amor a la vida.
A Cristian, por la afirmación de esa afirmación.
A la Universidad de Buenos Aires, por ser el alma mater de la cual me siento orgullosa. A mis tíos maternos y a mis primas, por el apoyo brindado.
ÍNDICE PERSPECTIVA FILOSÓFICA
Dos respuestas al quehacer del hombre como intérprete | 13
Ruptura del equilibrio presocrático entre el ser y el pensar | 16 ¿Physis o profundidad ideal? | 18
El fundamento que rehúsa fundamentación | 20 El intérprete fotosensible | 22
La profundidad ideal como cicuta dosificada | 26 El cuerpo como prisión, la vida como deuda y el fetiche como ahorro | 28 Verdad, dinero y desconfianza | 32
La Verdad erigida a partir del olvido del ser | 36 Eidos o idea | 38
Tres razones para las formas simples sensibles | 42 La temerosa razón para la forma ideal | 44 El valor de la visión artística | 45
PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA Cuerpo, amor y comunicación | 49
El cuerpo como punto de apoyo de lo que es | 51 La physis en la relación cultura-naturaleza | 53
La relación naturaleza-cultura en Jacques Rousseau | 55 Cuando lo siniestro es lo acallado en uno: lo otro | 58 La amenaza silenciosa | 61
La curiosidad como valor ético | 66
PERSPECTIVA ARTÍSTICA El hablante y su decir | 71 El silencio en el arte | 74
Apuntes sobre el impresionismo | 80
El expresionismo y su petición de intimidad | 83 La abstracción lírica y su profundidad ideal | 87 Hablar y no decir nada | 91 S U P L E M E N T O S | 95
Palabras preliminares Podría decirse que el mundo es inaprehensible en la palabra,
pues el mundo es vitalidad fluyente, y, la palabra, nido de un ins-
tante que ya no es, y del que, en el mejor de los casos, se dice un po-
ético y exquisito cadáver. La palabra sería entonces como un ámbar
gemizando un insecto muerto: sin reponer ni su esencia ni su existencia, dice algo, muy poco, de él. Si en el Orden del discurso Michel
Foucault escribe que el deseo desea guardar silencio, es a sabiendas de la mortandad por la palabra instituida. A menudo los discursos
sociales son comparables a pretensiosas redes intentando apresar a la naturaleza como a un cardumen, redes ingenuas que matan su
mimética viscosidad y aprehenden muy poco de ella.
Asimismo podemos decir que lo que agracia la palabra es el
quehacer del intérprete al recrear el tejido de la red que le fue im-
puesta: siguiendo lo postulado por Foucault en Nietzsche-Freud-
Marx, nuestra consagración a ser intérpretes no se debe a la existencia de signos primarios y enigmáticos, sino a la no cesación,
por encima de todo lo que nos habla en el mundo, del gran tejido de las interpretaciones violentas, interpretaciones que nos prescriben
la interpretación señalada por las clases dominantes fijando así su
inversión como signos.1 Como intérprete, ni Marx interpreta la his-
toria de las relaciones de producción, sino una relación que se da ya
como interpretación y se presenta como naturaleza, ni Freud revela 7
traumatismos, sino que pone al descubierto fantasmas que aca-
rrean angustias, que ya son una interpretación.2 Así la interpretación se apodera de una interpretación ya hecha, violentándola,
invirtiéndola, revolviéndola3, pues “cada signo es en sí mismo no la
cosa que se ofrece a la interpretación, sino interpretación de otros
signos”.4
Pese a su apariencia, vale la pena preguntarse por la relación
entre el nombre y lo que es, no porque se tenga acceso a la lo que
es -que continuará siendo desconocida e indecible-, ni porque ha-
llemos en el nombre su valor -puesto que disociado de lo concreto
sólo es significante vacío, no poseyendo siquiera un valor metafó-
rico-, sino porque para el hablante, ese animal tan torpe como refi-
nado, la relación lo es todo. El hablante es cuerpo que habita en la
palabra, es un médium atravesado por el lenguaje del ser-ahí, es un
animal que, por más racional que se pretenda, insiste en que el sol
sale por la mañana y se oculta por la noche. Y, en tanto vía impotente, la palabra es abismo, ambigüedad: es pregunta y riña por y
con el otro por el sentido, por ese territorio compartido; es sublime
encuentro y desencuentro, es posibilidad de dominación o de mul-
tiplicidad, es pregunta por la relación y es perpetua interpretación.
Según Foucault, la interpretación es inacabada incesante tam-
bién en Nietzsche: “¿Qué es para él la filosofía sino una especie de fi-
lología siempre en suspenso, (…) desarrollada siempre más lejos, una
filología que no sería nunca absolutamente fijada?”.5 Como afirma
Foucault, para Nietzsche, la profundidad ideal, esa invención de los
filósofos que abandona la vía fenomenológica-hermenéutica de co-
nocimiento y es presentada como búsqueda pura e interior de la ver8
dad, enmascara resignación e hipocresía. Es el intérprete quien debe descender, escudriñador, para mostrar que esa profundidad
interior no es más que exterioridad a la vida, exterioridad enraizada.
El intérprete debe devolver la profundidad deshonesta como se-
creto superficial6, porque la palabra no es por lo que vale, por su carácter externo a la vida, sino por cuán capaz es de enriquecerla.
¿Qué impronta ha dejado en nuestra cultura la profundidad ideal? ¿Qué tan hondas son las raíces de este desprecio a la vida? Inicié-
monos en estas preguntas a partir de una mirada filosófica, para luego hacerlo desde lo antropológico y por último ver sus impli-
cancias sobre la mirada artística.
9
10
P E R S P E CT IV A
FILOSÓFICA
Dos respuestas al quehacer del hombre como intérprete Todo problema en un cierto sentido es un problema de horario. Implica una cuestión previa: ¿Qué tengo que hacer (que debo hacer o qué tengo interés en hacer o tengo ganas de hacer) aquí (en este mundo en que tengo mi naturaleza humana y persona) y ahora? Georges Bataille, La experiencia interior.
En tanto intérprete, el hombre se ha preguntado por la desti-
nación de todos los seres. Pero por sobre todas las cosas se ha pre-
guntado por su propia destinación, es decir, por el destino del intérprete de todos los seres. Esta interrogación manifiesta una ne-
cesidad propia del ser humano. ¿Cuál es la destinación del hombre?
¿Qué debe hacer aquí y ahora? ¿Por qué es éste un problema de horario?
La pregunta por el quehacer humano es un problema de hora-
rio porque el hombre es un ser finito capaz de dar cuenta de su fi-
nitud al figurarse su muerte. No lo preocuparía su discurrir si sencillamente fuese un ser eterno (en el no tiempo) o un animal in-
capaz de contemplarse en el lenguaje: ni el eterno ni el animal en su
inmanente aquí y ahora se preocupan por su quehacer. La pregunta
por el quehacer humano existe en tanto el hombre es un ser finito y hablante capaz de representarse el mundo en la palabra. 13
Acerca de qué debe hacer aquí y ahora el hombre, nos limita-
remos a abordar dos interpretaciones, dos respuestas a la pregunta por la destinación humana. Una de estas respuestas al quehacer del
hombre es de interpretación racionalista, iniciada en occidente por
Sócrates que, cual heraldo de nuestra ciencia7, lleva a Platón a la «respuesta de las respuestas» en tanto ésta se presenta como única
respuesta posible: el hombre debe producir de un modo útil en la univocidad del discurso que intelige un mundo simplificado. Esta
respuesta es propia de alguien que corrompió la razón confun-
diendo la causa y la consecuencia. El racionalista es un hombre que
creó un mundo detenido -el mundo de las ideas o «mundo verdadero»- tras arrancarse a sí mismo del discurrir de la naturaleza. Si su
discurso plantea un mundo detenido, es porque necesita sosegarlo
para poder pensarlo, y ello no se debe tanto a las limitaciones de la
facultad de pensamiento, sino a su propia incapacidad para lograr
lucidez en medio de un mundo vital, cuestión sí lograda por los antiguos griegos presocráticos8. El cientificismo, con su discurso vivi-
sectante de la natura reducida a su forma más elemental9, se
presentará entonces como la forma de racionalismo más acabada,
en tanto entiende al hombre como intérprete que ha de aplicarle a lo inútil (por ello intangible y durable) la medida de la utilidad10 sin
siquiera detenerse aquí, pues el cientificismo negará la finitud de
su discurso con la forclusión del sujeto interpretante y con la clau-
sura de la interpretación -limitando posibilidades estéticas o puntos de vista-.
La segunda respuesta al quehacer del hombre es la interpreta-
ción poética, practicada por los presocráticos Heráclito de Éfeso y 14
Parménides de Elea, recuperada por Friedrich Nietzsche y refor-
mulada por sus discípulos. La respuesta poética al quehacer hu-
mano se presenta como improductiva a los ojos del racionalista: el
trabajo de este poeta y pensador es ocio para el racionalista en tanto no detiene, no acumula en un sistema, sino que mantiene una
relación pasional con sus palabras, habla sobre aquello que lo afecta sangrando un discurso siempre intensificador de la vida. Su produ-
cir no es el fabricar o manipular actual, sino más bien un poner en manifiesto lo que es y esencialmente se oculta.11 En esta respuesta
al quehacer humano, la destinación del hombre se vincula íntimamente a la praxis artística, pues -como destaca Heidegger- el arte
constituye una superación de la metafísica en tanto nos salva del
olvido por la pregunta sobre el ser exhibiendo el misterio, mos-
trando la lucha entre lo que el escritor de Ser y tiempo llama el Mundo -donde las cosas están iluminadas mostrando la verdad de
lo que son- y la Tierra -lo en sí mismo oculto y a iluminar para la cla-
ridad del ente-. Afirma Emilio Estiú, prologador de la Introducción a
la Metafísica, que “como en alemán ‘salvar’ (Heilen) y ‘sagrado’ (Hei-
lige) tienen la misma raíz, Heidegger pudo decir que «el poeta nombra
lo sagrado», es decir, lo que nos repone en la olvidada inquietud por la pregunta ontológica.”12 ¿De qué modo se relacionan estas dos in-
terpretaciones sobre el destino del hombre? ¿Por qué la respuesta
racionalista malogra la artística cultura presocrática heredada?
15
Ruptura del equilibrio entre el ser y el pensar En el conocido diálogo de Platón titulado Crátilo, Sócrates in-
tenta disuadir al homónimo de su afirmación «cada ser tiene el nom-
bre exacto por naturaleza». Como antes lo hizo con Hermógenes,
Sócrates le expone a Crátilo el nombre y significación que los anti-
guos griegos dieron a lo nombrable (onomastón) como «el ser del
que hay una investigación», al no-ser (oukón) como «lo que no se
mueve», y a la verdad (alētheia) como “movimiento divino del ser” o “verdad en tanto «es un viaje divino»”, mientras la falsedad (pseû-
dos) indicaría lo contrario al movimiento. Sócrates afirma que de
esta manera “se nos presenta como cubierto de oprobio lo que re-
tiene y obliga a descansar: se asemeja a los «dormidos» (katheúdousi), aunque la adición de ps oculta el significado del nombre”.13 En direc-
ción hacia el descrédito de la antigua lengua griega, Sócrates había
dicho a Hermógenes: “con tanto revolver los nombres, no sería ex-
traño que nuestra antigua lengua, comparada con la de hoy, en nada difiera de una lengua bárbara”.14 A fin de culminar su desestimo, Só-
crates opone a estos los nombres de quien por el contrario, según él, quiere manifestar las cosas en reposo. Entre esos nombres en-
contramos el dado a ciencia (episteme) como lo que «detiene nues-
tra alma sobre las cosas», a lo consistente (bebaion) como imitación de base (básis) y de reposo (stásis), y al recuerdo (mneme) como «reposo en el alma».15 Sócrates afirma que si todo fluye no es posible
ni la existencia de algo (¿cómo podría tener alguna existencia aque16
llo que nunca se mantiene igual?, se pregunta), ni la de su conocimiento, y por ende, tampoco lo es la existencia de sujeto y de ob-
jeto de conocimiento. En cambio, “si hay siempre sujeto, si hay objeto de conocimiento, si existe lo bello, lo bueno y cada uno de los
seres, es evidente, para mí -dice Sócrates-, que lo que ahora decimos
nosotros no se parece en absoluto al flujo ni al movimiento.”16 De
esta forma, Sócrates pretende incitar a Crátilo a que llame razona-
bles sólo a los nombres afines a una visión estática (y tuerta) sin dar
cuenta de que la riqueza de la antigua lengua griega se halla en una búsqueda sobre la verdad del ser comprendiendo fuerzas pares y
contrarias (que no son o la una o la otra sino que son en armónica
ambigüedad). Así, Sócrates funda la dialéctica occidental dicotó-
mica a partir de la incomprensión de la lengua heredada que se le
escapa como Crátilo, quien sobre el final del diálogo discurre heracliteano.
Para los presocráticos, el comprender a la verdad como “movi-
miento divino del ser” no implicaría subsumir o renegar de la falsedad; definida por privación de movimiento, la falsedad sería una
apariencia, una forma o una imagen del ser dinámicamente ambi-
guo. Sin movimiento, el ser humano -que es ante todo un cuerpo-
sería sólo una sombra de sí mismo. El cuerpo de dos dimensiones no
es cuerpo por no poseer volumen; el cuerpo estático es una forma
o apariencia de sí, y su valor está en ser una imagen de lo que es, no
en ser el ser mismo -plural, viscoso-, sino en deberse a él. Esto lleva a pensar que si se adopta un ánimo dinámico, danzante, ligero, se
supera todo andar y pensar pesado (de las grandes ideas) y con él la voluntad de dominación, de concordia y su régimen de verdad. 17
Sócrates va de su concepción a la experimentación en los pro-
cesos naturales. Siguiendo el camino inverso los presocráticos ha-
llan la armonía entre contrarios. Mientras para el Sócrates de Platón
al menos, es imposible que lo que es repose y se mueva al mismo
tiempo, para los griegos presocráticos esto es necesario. Según
afirma Heidegger, a partir de una experiencia radical, poética e intelectual, es que los griegos descubrieron lo que ellos tenían que
llamar physis, que en su sentido amplio y originario significa: fuerza imperante que brota y permanece sosteniéndose a sí misma, fuerza
que incluye tanto el devenir como el ser (en el sentido estrecho de
lo que permanece inmóvil), “el estar-fuera (Ent-stehen = nacer), el
salir de lo oculto y el sostenerse así.”17
¿Physis o profundidad ideal? Mientras la interpretación presocrática del quehacer humano
es respetuosa de la fuerza imperante que nace y se manifiesta múl-
tiple, la interpretación racionalista la desprecia. Como espeta Nietzsche, desconoce a esa fuerza como origen de los impulsos nerviosos que el hombre extrapola artísticamente en imágenes, en me-
táforas. Olvida que en su sistema de ideas no acumula más que los
residuos de esas metáforas despojadas de toda sensibilidad; esos
residuos son los conceptos tal y como son comprendidos por la frialdad cientificista.18 La interpretación platónica del hombre como
ser subsumido a las directrices del pensar conduce a un ahorro de 18
la libido en su relación con el mundo y la redirige al sistema de ideas
constituido en torno a un fetiche: la profundidad ideal del filósofo,
“búsqueda pura e interior de la verdad”19, profundidad que como tal no significa nada y es por ello efectiva. «Sólo sé que nada sé» afirma Sócrates y sin embargo de todo opina; sabe todo, habla de
todo, y con nada se compromete. Más aún, al elegir un objeto su-
prasensible como fetiche, el hombre se ubica en el límite entre la
castración del sujeto en relación con mundo y la negación de esa castración, resultando entonces doblemente efectivo.
Siguiendo a la psicoanalista italiana Piera Aulagnieur, el feti-
chismo puede ser entendido como una profunda fijación por un objeto que funciona como última barrera para mantenerse dentro de
los límites de la neurosis. Esta fijación es la que hace posible esta-
blecer un régimen de verdad ahorrándose en la duda, y es esa Verdad la que lo salva de la psicosis, apoteosis de la certeza. Por eso se
aferra a ese principio del poder, propio del hombre que necesita
creer que todo domina; sin embargo, esa Verdad no posee sentido más allá de lo sintomático: como miedo y abulia por cobardía. El fetichismo de la verdad lograda por profundidad ideal es un estado in-
mediatamente anterior a la parafrénesis: psicopatía en la cual el
sujeto narcisista ya ha perdido todo interés por el mundo y dirige su libido hacia la creación de fantasías que alimenten su delirio de gran-
deza20, creación en la que su productor -a diferencia del artista ge-
nuino, laborioso- ha abandonado toda búsqueda, toda pregunta,
toda problematización de la creencia.
Lo que me propongo con este primer apartado es estudiar de
qué manera y por qué tiene lugar la interpretación platónica y cuál 19
es el valor de la -por ella malograda- tradición presocrática. Para ello, en primer lugar, abordaré el origen de la visión racionalista y su fetichismo. Luego trataré el por qué y para qué de las formas crea-
das por el hombre en su percepción del mundo: las eidee (presen-
tes en la naturaleza, para Platón), y sus similitudes y diferencia con la forma-fijación racionalista: las idee. Por último trataré muy brevemente la pérdida y la clave para el reencuentro del punto de
apoyo que hace posible la comunicación: la percepción de las fuer-
zas naturales (vitales y comunes) en las formas sensibles simples.
Con esta finalidad, mediante un método fenomenológico-hermenéutico, me iniciaré en la lectura de cuatro textos: Sobre verdad y
mentira en sentido extramoral de Friedrich Nietzsche, Introducción
al narcisismo y Fetichismo de Sigmund Freud, y El fetichismo de la mercancía de Karl Marx; algunos de sus fragmentos me permitirán
desarrollar las cuestiones aquí planteadas. A su vez, la Introducción
a la metafísica de Martin Heidegger funcionará como guía en la interpretación presocrática sobre el quehacer humano.
El fundamento que rehúsa fundamentación En su quehacer de intérprete el hombre pregunta y siente que
el mundo le habla. Y si ha de hallarse con la pregunta de las pre-
guntas posiblemente ésta sea la cuestión heideggeriana: la pre-
gunta por el fundamento de lo que es. Para la antigua tradición
griega, indudable es la profundidad del por qué de lo que es, como 20
también lo es el carácter acrecentador del ser. Esa fuerza ingober-
nable que llamamos physis es la que en ejercicio de tal carácter ha de arrastrar al varón sapiente en la búsqueda de la alētheia: la verdad del ser que lo fundamenta21. Esta búsqueda ha de conducirlo al
abismo apuntado por Heidegger, que no es otra cosa que la situa-
ción en la que queda el hombre ante un fundamento que rehúsa una
fundamentación22 negándose a responder su por qué. Tal situación
es de incerteza sobre lo real y condición de posibilidad poiética con
su infinita producción de decires sobre lo que es. Es causa y conse-
cuencia del hablante que se aleja y retorna a lo mimética relación con la naturaleza siempre rica, superabundante.
¿Cómo percibimos lo que es? Al iluminarse, la physis es apre-
ciada por el hombre a través de una forma humana: el eidos, figura
sensible que Nietzsche llama metáfora intuitiva y caracteriza como
individual, sin otra idéntica, que sabe ponerse a salvo de toda clasificación.23 Advierte que “lo que eleva al hombre por encima de los
demás animales depende de esa capacidad de volatilizar las metáfo-
ras intuitivas en un esquema” que, dentro del “gran edificio de los
conceptos, ostenta la rígida regularidad de un columbarium romano”.24 Sin embargo, aquel a quien envuelve el hálito de frialdad
necesario para tal empresa se resiste a creer que el concepto sea el
residuo de una metáfora y esta sea hija de la extrapolación artística de un impulso nervioso en imágenes.25
La concepción humana sobre la physis no crea seres reales,
pero sí agencia algo inexistente (creado caprichosamente, ex ni-
hilo, de decir: de la nada): una forma bautismal o nombre que omite las particularidades de lo que es. El nombre es algo innecesario en 21
el sentido parmenideano de que el ser de nada carece y por lo tanto no solicita ser nombrado, y nietzscheno en tanto “la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco ningún tipo de géne-
ros, sino solamente una x [indecible] que es para nosotros inaccesible
e indefinible”.26 Pero siendo que el ser necesita mostrarse, que el hombre es en cuanto hablante27 y su lenguaje es entremundo28, el nombrar en metáforas intuitivas (sensibles, eidee) o en metáforas
abstractas (conceptuales, idee), es la humana forma de hacer apa-
recer el ser, de descubrir la physis como si se mostrase por primera
vez al hombre. El lenguaje sería entonces el medio por el cual para
el hablante llega a aparecer el ente presente y también la ausencia
como tal.29 Por otro lado, acarrearía una susceptibilidad al error en la confusión entre el ser y su humano nombre. El hablante se pre-
sentaría como medidor de aquello que lo atraviesa, cuando en realidad es un intérprete de lo desvelado por la luz que ordena la physis,
luz que de ella nace generando en el hombre un impulso nervioso
a conquistar en figuras, en metáforas y metonímias.
El intérprete fotosensible A propósito de la interpretación del hombre sobre la natura,
Heráclito afirma que la divinidad de la luz, Apolo, no dice ni oculta,
sino que indica mediante signos (frag. 82) o aspectos sensibles. El
que dice sobre la physis, lenguaje mediante, es el hombre con su
bautismo de humana forma (eidos), metáfora particular, general22
mente visual o acústica. Apolo indica, el hombre dice, e implícita-
mente Heráclito incluye a alguien que oculta y no se pone (frag. 16)
como lo hace el sol. El vinculado a lo oculto y a sus misterios es Dio-
niso. La dualidad de la physis, luego retomada por Nietzsche con lo apolíneo y lo dionisíaco, es figurada a lo largo de toda la obra hera-
cliteana. El día con su luz que hace visible y la noche espesa e invisible son una dualidad que comulga en la physis haciendo que dos
fuerzas sean una jamás estática -en movimiento por su ambigüe-
dad o contradicción-. Heráclito afirma que aunque el tiempo discu-
rra dual del día a la noche y de una jornada a la siguiente, única es
la naturaleza de cada día (frag. 96). Se equivocan -entre ellos Hesí-
odo- quienes sencillamente creen doble la naturaleza de un día, sin dar cuenta de su íntima unidad (frag. 53). Si lo dual es uno se debe
a que brota de la physis y a ella retorna con constancia. Asimismo,
le place ocultarse, ser invisible como la oscura noche que devora las apariencias cuando la luz muere en el horizonte. Sí, a pesar de la lu-
minosidad del astro rey y del quehacer de los hombres inspirados
en su impronta, como asevera el «Oscuro»: a la physis le place ocultarse (frag. 123). Esto funda o restablece un misterio, el misterio que
inquieta al hombre, el misterio sobre el fundamento del ser del que
nace la magia que encanta al pensador y al poeta. Ambos desean
iniciarse al oscuro secreto de su verdad, pero en tanto creadores
del lenguaje -como afirma Nietzsche- para ambos la «cosa en sí», el conocimiento puro y sin consecuencias, no sólo les es inalcanzable sino que no es en absoluto deseable.30
El mundo es para el hablante incierto en última instancia, y sin
embargo, el empresario del columbario de ideas procede tomando 23
al hombre como medida de todas las cosas, cayendo en el error de
considerar que las cosas se le presentan de manera inmediata (sin entremundo), como objetos puros. Olvida entonces que las eidee
no son más que metáforas31 en las que tienen origen sus máximas
abstracciones: las idee. Si el mundo le es incierto en última instancia y esa incerteza es la que le permite al hablante ser, ¿por qué
actúa como si no lo fuese?
Siguiendo la evidencia de contrarios, posiblemente la única cer-
teza que posee el hombre es que, dado que aquí y ahora es, en
algún momento dejará de ser -al menos de esa forma que considera
más acabada-: un día habrá de morir. A mi comprender, el entendi-
miento racionalista sobre el quehacer del hombre tiene origen en el
horror ante la incerteza general y la resignación frente a la certeza
particular de su muerte, un acontecimiento sólo posible en el de-
venir. El devenir será, entonces, negado en tanto fuente de incer-
tezas y aceptado por propiciar la muerte como sosegamiento
último. El cese de su vida habrá de ser para él: (1) castración de la voluntad que insaciable se acrecienta en su búsqueda, castración que
es retraimiento del deseo sobre el mundo frente a la imposibilidad
de aprehender la cosa en sí; (2) posibilidad de certeza por detenimiento de lo que fluye, y posibilidad de posesión de aquello que
negó anteriormente. Hela aquí el origen y la doble costura del fetichismo de la verdad lograda por la profundidad ideal.
Para vincular este planteo con lo antes expuesto, pensémoslo
en relación a la pregunta por lo que es como punto de apoyo del
hablante. Si, aún a sabiendas de su imposible aprehensión, me pre-
gunto por lo que es, la incerteza persiste, la pregunta por el otro 24
no cesa y caben infinitas posibilidades en las construcciones sobre
el mundo - aquí es clara la falta superabundante-. Si, en cambio, declaro la pregunta caduca, me ahorro la creación infinita y esa cre-
encia que funda mi realidad perdurará incuestionada. Nos hallaremos entonces con un sujeto castrado en sus posibilidades,
que niega su castración y alardea tener el mundo en sus manos.
Este hombre se inicia en el narcisismo con una fijación fetichista inmediatamente anterior a la parafrénesis, psicopatía caracterizada -
según Freud- por el delirio de grandeza y el extrañamiento respecto
del mundo exterior.
Como afirma el médico vienés, el histérico32 y el neurótico ob-
sesivo33 también han resignado algo en el vínculo erótico con lo
que es, pero lo conservan en la fantasía. Así, por ejemplo, en el diá-
logo socrático se teatraliza la cooperación en la búsqueda de una
verdad que se ha decidido previamente. En definitiva, lo que se ha hecho es renunciar a emprender las acciones motrices que le per-
mitiría conseguir sus fines en los objetos reales y se los ha sustituido
por objetos imaginarios. A diferencia de esto, los parafrénicos parecen haber sustraído su libido del mundo exterior y, en lugar de
transferirla a fantasías sustitutas, la han conducido al yo dando lugar a la conducta narcisista en un excesivo amor a la imagen de sí mismo, que por el sólo hecho de ser mera imagen es una concep-
ción reducida del ser -lo que, como toda exaltación de una senten-
cia, suele ser síntoma de lo contrario que se afirma (es decir, la conducta narcisista suele ser síntoma de baja autoestima; de aquí -
quizá- la fustigación u olvido del cuerpo propio, su desprecio).34
Ahora bien, el delirio de grandeza no es una creación nueva sino el 25
despliegue de un estado anterior, la amplificación de un narcisismo primario que bien podría ser el puente entre la parafilia planteada y la parafrénesis narcisista. El parafílico fetiche -dentro del narci-
sismo primario- bien podría ser la última barrera que separa al sujeto
de un narcisismo secundario -parafrénico-. Pero ¿qué es el fetichismo
de la verdad lograda por la profundidad ideal y qué tiene que ver con el horror ante la incerteza general y la resignación frente a la muerte?
La profundidad ideal como cicuta dosificada En el Fedón, ante su inminente muerte, Sócrates afirma que
para los buenos hay algo mejor después de la vida, y que los filóso-
fos se ejercitan para ello, o más abruptamente: que “los que se de-
dican a la filosofía en el recto sentido de la palabra no practican otra cosa que el morir y el estar muertos.”35 Según Sócrates, la muerte es
la situación ideal a la que puede aspirar el filósofo pues, en tanto es
la separación del alma y del cuerpo36, permite alcanzar «la realidad de
las cosas»: “¿no haría esto (…) de la manera más pura, aquel que
fuese a cada cosa tan sólo con el mero pensamiento, sin servirse de la vista ni de ningún otro sentido en el reflexionar, sino que empleando
el pensamiento en sí mismo, en toda su pureza, intentase dar caza a
cada una de las realidades, sola, en sí misma y en toda su pureza, tras
haberse liberado en todo lo posible (…) de todo el cuerpo, convencidos de que este perturba el alma en gran medida y no le permite en26
trar en posesión de la verdad y de la sabiduría, cuando tiene comercio
con ella? ¿Acaso no es éste (…) quien alcanzará la realidad de las
cosas, si tal cosa es posible?”.37 El pretendido estado que permitiría reflexionar sobre las cosas en sí mismas no es otro que el de la pro-
fundidad ideal, y si efectivamente la muerte libera al alma del cuerpo haciéndolo posible, “hay una gran esperanza de que, una vez
llegado a donde me dirijo -dice Sócrates-, adquiera más allí que en nin-
guna otra parte aquello por lo que tanto he bogado durante toda mi
vida.”38 Pero además, si la muerte es comprendida como la sepa-
ración del alma y del cuerpo, siendo el cuerpo lo efímero y el alma lo eterno, tras la muerte del cuerpo se daría por tierra con la finitud
del hombre que tanto preocupa al mortal. Despreciando un cuerpo que poco comprende, Sócrates desea morir pues considera que
sólo entonces hallará, junto a la eternidad, el tan ansiado reposo
frente a la agotadora búsqueda por lo que es, cree además que en el sosiego ha de alcanzar la sabiduría acabando con la incerteza ge-
neral que lo horroriza. He aquí la apreciación de Nietzsche en El cre-
púsculo de los ídolos: “Sócrates quería morir: no Atenas, él se dio a sí
mismo el vaso de veneno, él forzó a Atenas al vaso de veneno… «sólo la muerte es aquí el médico… Lo único que sucedes es que el propio Sócrates llevaba largo tiempo enfermo…»”.39 Pero, ¿es Sócrates
capaz de hacerse cargo de tal decisión sobre su vida?
27
El cuerpo como prisión, la vida como deuda y el fetiche como ahorro Para Sócrates, dado que los dioses cuidan a los hombres por
ser sus posesiones, aún cuando el filósofo debe amar la muerte, no es lícito que se quite la vida ejerciendo violencia contra sí, sino que
ese es un favor que debe esperar de otro.40 Aquí se manifiesta una
vez más la castración de la voluntad y la negación de tal castración,
origen y doble costura de su fetichismo. Continuando con lo planteado por Freud, como todo fetiche, la verdad por profundidad
ideal es un sustituto del falo de la madre, es decir, de aquello en lo que el niño ha creído y no ha querido resignar, eso que justamente
el fetiche está destinado a preservar de su caída y de lo que obtiene
su interés. El varoncito -expone Freud- ha rehusado darse por enterado de lo percibido: que la mujer no posee pene, puesto que si
ella está castrada corre peligro su propia posesión de pene, hiriendo el narcisismo con el que la naturaleza ha dotado a ese órgano que
tanto deleite le proporciona y que imaginaba tan importante en su
madre (fuente de sus delicias). Luego, si el trono peligra -imagina
Freud-, el adulto sentirá un pánico semejante con consecuencias ló-
gicas similares. Esto redundará en miedo al cambio, enajenación
con respecto a lo real y aferramiento a lo estático y a aquello que lo sustenta: el régimen de verdad.41
Sócrates no se despoja de su voluntad realmente, sino que la
transvalúa junto a toda su visión del mundo proyectándola en un 28
ser supremo ideal, glorioso como lo será el dios cristiano, capaz de
condenarnos y de liberarnos de esa condena que es la vida y de la
prisión que es el cuerpo: “mientras estemos con vida estaremos más
cerca de la verdad, según parece, si en todo lo posible dejamos de lado
el cuerpo (…) y si no nos contaminamos de su naturaleza, mante-
niéndonos puros de su contacto, hasta que la divinidad nos libere de él.”42 Pero este juicio no es más que hipocresía del hombre que teme el abismo abierto ante la pregunta por el por qué de lo que es.
Es su fragilidad la que busca reparo en el intelecto, medio de con-
servación del individuo que -como afirma Nietzsche- desarrolla sus
fuerzas principales disimulando43. Vía de su intelecto creará un sus-
tituto de aquello que le hubiese dado una vida rebosante en el acre-
centamiento del ser por sí mismo, en su natura esplendorosa. De
carácter suprasensible (sólo de esta forma en apariencias todopo-
deroso como la physis), el fetiche sustituto será un monumento recordatorio del horror a la castración44, a la impotencia, a la
posibilidad de perderlo todo en la concupiscencia del devenir.
Tan grande como su horror a la castración es la ortopédica fija-
ción de su mirada estética, que evita la castración pero termina por
acarrearla. Sostiene Nietzsche que el «hombre de ciencia» -el cientificista- ata su vida a la razón y a los conceptos para no verse arras-
trado por fuerzas que constantemente lo amenazan oponiendo a
su Verdad verdades de un tipo completamente diferente. A modo de ayuda y protección, mediante la praxis científica se esfuerza en
llenar un andamiaje de conceptos que ha apilado desmesurada-
mente a la vez que se ocupa de ordenar dentro de él todo el mundo antropomórfico.45 Para Nietzsche, la castración, la extirpación, es 29
el remedio elegido por quienes tienen una voluntad demasiado débil para imponerse la mesura en un apetito. En otras palabras, la
enemistad mortal contra la sensualidad es síntoma que autoriza a hacer conjeturas sobre el estado de quien parece muy dado a los excesos: “Lo más venenoso contra los sentidos no está dicho por los im-
potentes, tampoco por los ascetas, sino por los ascetas imposibles,
por aquellos que hubiesen necesitado ser ascetas”.46 En tanto Nietzs-
che considera las ideas como síntomas de la vida que uno lleva, frente a un juicio tan tajante contra la sensualidad, el filólogo com-
prende la sentencia como aquella propia de una vida contraria a la que se propone.
Gracias al fetiche, la madre, la fuente primera de sus deleites47
y él están y no están castrados. Pero no sólo eso: como plantea
Freud, el fetiche perdura como signo del triunfo sobre y protección contra la amenaza de castración48, y promete ciertas facilidades en
sus elecciones amorosas49: un ahorro50 que consiste en la «suspen-
sión decisiva de un proceso» donde “el interés se detiene como a
mitad de camino”51. Esta suspensión es el último atajamiento del sujeto en su devenir psicótico. ¿Por qué? Dentro de teoría lacaniana,
se llama función paterna a aquella que limita el deseo de la madre
escindiendo la unidad inicial formada por ella y por el infante, esci-
sión positiva que transmite la ley desde un tercero introduciendo
al Otro. Las fallas en la función paterna suponen síntomas y cuando estos no aparecen es cuando se da la psicosis. Asimismo, forclusión
es el nombre que Jacques Lacan dio al mecanismo específico que
opera en la psicosis, por el cual se rechaza o expulsa del universo
simbólico del sujeto un significante fundamental. Podríamos decir 30
que, en el caso que aquí se estudia, el significante expulsado tiene
que ver con la aparición del otro que hace ver la relación, la dife-
rencia entre madre e hijo y que por ende se vincula a la separación entre el nombre y lo que es, de la que surgirían las potenciales relaciones establecidas. Lo forcluido sería entonces todo significante
que nombre la relación/separación (como dos cara de lo mismo)
entre el hablante y el mundo, entre el nombre y la cosa en sí inac-
cesible, entre el yo y el otro como un eterno extraño. El fetiche -la verdad por profundidad ideal- es una suspensión o fijación que fun-
cionaría como significante fundamental o nombre del padre y es-
tablecería la Ley asegurada por su régimen de verdad. Por estas
razones, la suspensión fetichista sería el último atajamiento del sujeto en su devenir psicótico.
En el límite de su neurosis, el yo en su racionalismo desmedido
“sofoca el ello al servicio de la realidad”, mientras que en la psicosis
vecina “se deja arrastrar por el ello a desasirse de un fragmento de la realidad”.52 Dado que este es un caso muy refinado en el que en la
construcción del fetiche han tenido lugar tanto la negación como la
aseveración de la castración, el anudamiento del fetiche es doble: su accionar reúne en sí aseveraciones irreconciliables53, y la vene-
ración del fetiche como signo de castración es apoteótica pues las
bondades negadas se hallarán transvaluadas como paraíso perdido o promesa póstuma. A propósito de esto, veamos lo sostenido por
Sócrates en vistas de su muerte: “Hay una gran esperanza de que,
una vez llegado a donde me dirijo, adquiera plenamente allí, más que
en ninguna otra parte, aquello por lo que tanto he bogado durante mi vida.54 (…) …la sabiduría; tan sólo entonces una vez muertos, se31
gún indica el razonamiento, y jamás en vida.”55
Volviendo sobre la cuestión del ahorro y atendiendo a la sen-
tencia efectuada por Georges Bataille, «el hombre es en el gasto»,
destacaré que el socrático es en el gasto pero por potlatch: “cons-
titución de una propiedad positiva de la pérdida -de la cual emanan la
nobleza, el honor, el rango en la jerarquía- que da a esta institución
su valor significativo”56. Al negar el devenir, el socrático gasta por
potlatch para acumular perennizando su cosmovisión, y se desen-
tiende de la entrega genuina: del don, del presente como regalo a
dar/se. Al negarse la entrega, se vuelve incapaz de comprender el
don sin usura: la vida entera se convierte en una deuda y él en un
deudor, un hombre en falta incapaz de crear como ser superabun-
dante. Así como se ve a sí mismo mira al mundo y se relaciona con
los otros desde el único lugar que se lo ha permitido: como pro-
ductor de deudas, de culpas y de tristeza. Malogra entonces el
dulce reconocimiento en la otredad, pues, creyéndose incapaz de
valerse por sí mismo, busca la vía más lamentable para su valora-
ción: si el prójimo no lo valora positivamente, por lo menos lo hará
negativamente en la deuda, en un sentimiento de falta en relación
a él, lo que implica, sino un arrebato de voluntades, sí un apacigua-
miento de su vitalidad.
Verdad, dinero y desconfianza Dado que el devenir tiene lugar en el orden de lo sensible y cam32
biante, y su apreciación es posible vía de la doxa (complejidad que
menciona a la fama como prestigio, y al parecer como aspecto que
se ofrece, como lucimiento y como opinión que se forma el hom-
bre57), en Platón la doxa es reducida a mera apariencia58 de lo que
verdaderamente es, al tiempo que el ser en cuanto Idea (ser des-
carnado) se desplaza a un lugar suprasensible59. Sobre este acon-
tecimiento versa Heidegger diciendo que se abrió aquel abismo que
luego estableció la doctrina cristiana, transformando lo inferior en
lo creado (el ente sólo susceptible de aparecer aquí abajo) y lo su-
perior en el Creador, pudiendo con lo que se trastocó oponerse a la
antigüedad acusada de paganismo60. Esta valoración suma des-
confianza a la relación del hombre racionalista con su otro (que ali-
menta la doca con sus opiniones y su apreciación del prestigio).
¿Cómo ha de relacionarse el racionalista con los demás? ¿En dónde
depositará la confianza que aquiete su angustia? Una vez más, en un
objeto suprasensible: en el fetichismo de la Verdad alcanzada por
profundidad ideal; la Verdad es el medio de intercambio común-
mente aceptado dentro del sistema de ideas. Análogamente, en el
fetichismo de la mercancía, el dinero por ellas obtenido, o la mer-
cancía misma, es el medio de intercambio comúnmente aceptado
dentro del sistema económico que sustenta la superestructura ide-
ológica en cuestión. ¿Qué otra cosa es la Verdad, esa superestruc-
tura ideológica, sino aquello apuntado por Nietzsche: una “hueste
en movimiento de metáforas, metonimia, antropomorfismos, (…)
una suma de relaciones humanas que han sido realizadas, extrapola-
das y adornadas poética y retóricamente y que, después de un uso prolongado, un pueblo considera firmes, canónicas y obligatorias”.61 33
¿Qué otra cosa son sino ilusiones que se han olvidado que lo son,
metáforas gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido
su troquelado y ahora son consideradas metal?62 Este quid pro quo63
apuntado por Marx, es característico de la Verdad racionalista y de
la forma suprasensible por él estudiada: la mercancía. Lo misterioso
en esta forma fantasmagórica consiste en que “refleja ante los hom-
bres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos
inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales na-
turales de dichas cosas, y, por ende, [consiste] en que también refleja
la relación social que media entre los productores y el trabajo global,
como una relación social entre los objetos existentes al margen de los
productores.”64 En otras palabras, naturaliza una valoración del
mundo extrapolando las relaciones humanas particulares en rela-
ciones estáticas entre productos del trabajo humano, entendidos
estos como objetos disociados de lo real, divorciados del padecer
de sus productores. Los conceptos sobre metáforas olvidadas, las
idee y su mundo ideal, en resumidas cuentas: la Verdad por pro-
fundidad de conciencia en su totalidad, o, como los llama Marx, los
“productos de la mente humana, parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro
tanto ocurre en el mundo de la mercancía con los productos de la
mano humana.”65 A esto es a lo que Marx llama fetichismo de la mer-
cancía, hallándole origen en una peculiaridad: “los productores no
entran en contrato social hasta que intercambian los productos de su
trabajo”.66 Sólo en el intercambio los productos del trabajo ad-
quieren un valor socialmente uniforme, separado de su realidad de
uso sensorialmente diverso.67 La equiparación de trabajos total34
mente distintos sólo puede ser fruto de una abstracción de su des-
igualdad real, de una reducción al carácter común que poseen en
cuanto gasto de fuerza humana.
Esta escisión propia de la forma del valor “se efectiviza, en la
práctica, cuando el intercambio ya ha alcanzado la extensión y relevancia suficientes como para que se produzcan cosas útiles destinadas
al intercambio”.68 Lo mismo ocurre con la Verdad producida por el
filósofo desde su profundidad ideal de conciencia: en términos nietzscheanos, a partir del contraste del mentiroso, en quien nadie
confía y a quien todo el mundo excluye, el hombre se demuestra a sí mismo lo honesto, lo fiable y lo provechoso de la Verdad.69 Su
confianza está depositada en lo suprasensible, en la Verdad y la pro-
fundidad ideal así como en el dinero y las mercancías; ya no confía
en nada ni en nadie que esté atado al devenir natural de lo sensi-
ble. Como ser racional, pone sus actos bajo el dominio de las abs-
tracciones; ya no tolera ser arrastrado por impresiones repentinas,
por intuiciones.70 Pero esta determinación no le brinda mayor cla-
ridad, pues, como destaca Marx, al equiparar productos heterogé-
neos en el intercambio, equiparan recíprocamente sus diversos
trabajos humanos: “No lo saben, pero lo hacen. El valor, en conse-
cuencia, no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo producto del trabajo en un jeroglífico social. Más
adelante, los hombres procuran descifrar el sentido del jeroglífico, desentrañar el misterio de su propio producto social”.71 Así también
se procurará desentrañar el mundo de las ideas con sus Verdades y carencias previamente sembradas.
Culminando la cosmovisión socrática, en una completa inver35
sión de la visión griega presocrática, la dialéctica hegeliana se pre-
senta como autodesarrollo del concepto absoluto, de la Idea: «verdadera alma viva de todo el mundo existente»72 En tal inversión, es
el concepto absoluto, y no ya lo que hemos llamado physis, lo que
deviene hasta llegar a ser lo que es. Siguiendo la profundidad ideal
del filósofo -en su desentendimiento narcisista para con el mundo sensible-, el concepto hegeliano73 se desarrolla de forma autónoma
siguiendo las leyes de la Lógica moderna -columbario filosófico ya contenido en el concepto-. Más tarde, así como en Platón lo sensible se aleja gradualmente de la idee, el concepto se «enajena» al
convertirse en naturaleza, perdiendo en su concupiscencia la con-
ciencia de sí. Sin embargo, es el hombre el que se ha enajenado al construir jeroglíficos sociales.
La Verdad erigida a partir del olvido del ser Tras ser despreciada la doca y en ella (por ser su contrario ar-
mónico, la otra cara de un papel) la genuina alētheia, se erige sobre
el ser una falsa ontología de la Verdad como sistema de ideas, Verdad alcanzada a través de la tekhne en su platónica oposición a la
physis. De dominio presocrático, la tekhne, el saber como creación
o construcción, la disposición o producción sapiente, es opuesta a la physis por Platón en el Fedro, y en esa oposición la estrecha.74 Y,
como los opuestos son dos caras de lo mismo, la estreches im-
puesta a la physis recae luego en la tekhne en su pasaje a la técnica 36
moderna como efectuación del destino de todas las cosas. (En tanto
efectista, también el hombre moderno procura entender del develar los fines, las metas de todos los seres, despreciando las media-
ciones). La Verdad será dictada en un Logos estático y dicotómico como nominalización de la Idea.
Despreciado el devenir y su vía: la doxa, descarnado el ser en la idee
y erigida sobre él una verdad ontológica75 falsa -la Verdad y su régimen-, se modifica la interpretación óntica del hombre, aquella que
dice sobre la verdad del ente76, sobre la verdad de lo que realiza al
ser, sobre lo que el hombre es así como “pudiente” es “el que
puede”77. Como el ser descarnado debe alejarse del devenir -en tanto este es un heracliteano fluir que nos acerca a la concupis-
cencia- lo que es obedecerá (aún a fuerza de imponerse sobre el ser) a una creencia en el valor en sí de la Verdad, que -como plantea
Foucault siguiendo a Nietzsche- “hace de la racionalidad el telos de
la humanidad, y liga toda la historia del pensamiento a la salvaguarda de esa racionalidad (…) y a la vuelta siempre necesaria hacia ese fun-
damento”78. Por esta creencia, lo que es (establecido como estado
naturalizado como dado) deberá ser objetivamente acumulable
para ser acumulado. En pro de un reordenamiento que afiance un
Estado sobre un estado natural, se practica y presenta como polí-
tica a imitar la castración del mundo y de la carne, de la mediación. En el caso del cristianismo, la mediación necesaria entre cielo y tie-
rra es el mismísimo Cristo, por ello debe ser crucificado para la ex-
piación de los pecados de la carne; con la crucifixión se tacha la
mediación. En el caso del capitalismo, es el obrero quien debe ser sacrificado a fin de que su superior ascienda impoluto al piso más 37
alto de los rascacielos; los obreros serán subsumidos en lo pequeñoburgués participando del ideal reinante.
Como antes dije, la estreches impuesta por la tekhne a la physis,
tras la dicotomización platónica, se vuelve sobre la tekhne signando
su pasaje a la técnica moderna a la manera de estreches productiva
o limitación de la creatividad: se niega al ser creativo, imitador de la
naturaleza de formas infinitas, y se lo tutela desde las directivas del
pensar-estatizante al agenciar imágenes quedas, unívocas (tan dis-
tintas de las imágenes de lectura polisémica por su forma dinámica
y no por su vacuidad). Servidor de una abstracción, el hombre para lo útil, “el hombre que se impone (…) es el funcionario de la técnica”,
destaca Heidegger. Únicamente el recordar la pregunta por lo que es le donará un quehacer despojado de su voluntad totalizante.
Eidos o idea La forma es necesaria pero no tiene por qué culminar en Idea.
El hombre necesita comprender lo que es a partir de su intelección,
debe aceptarlo en la palabra -morada del hombre- y lo logra me-
diante dos grandes figuras retóricas: la metáfora y la metonímia.
Aquí nos ocuparemos de lo metafórico y en el tercer apartado abor-
daremos lo metonímico. Como su nombre lo indica, la metáfora es
un más allá de lo que se quiere nombrar; implica un distanciamiento
de lo mimético, similar al extrañamiento de un pez en su relación
con el agua en la que fluye. Esta distancia se toma en pro de la cap38
tación en el discurso de una mínima porción de la realidad sensible.
La construcción de una metáfora consiste en equiparar o yuxtapo-
ner cuestiones distintas a fin de comprender lo nuevo a partir de lo ya conocido. La selección de disposiciones o memorias del intelecto que han de entablar un vínculo con lo desconocido, y el o los as-
pectos escogidos de aquello que se pretende nombrar, determina-
rán cómo habrá de referirse al motivo a representar. La forma de la
metáfora dirá más del intérprete que de aquello que pretende nom-
brar. Si la forma es sensible, la metáfora se referirá al motivo como
algo pequeño y vulnerable; si, por el contrario, se lo pretende de
manera grandilocuente, lo representará soberbio y superfluo. Siguiendo a Nietzsche, a la forma etérea como un suspiro o un bal-
buceo la llamaremos metáfora sensible o eidos; a la elemental,
disecada y efectiva, la llamaremos metáfora abstracta o idea.
En esto nos diferenciaremos de Platón, una vez más. Para él las
Formas, completamente diferentes a las cuestiones sensibles, son
la aceptación consciente de las entidades «universales»: idee.79
Pero no sólo eso, en su Teoría de las Ideas de Platón Davis Ross afirma que las “Formas son como modelos establecidos en la natu-
raleza de las cosas. Las demás están hechas a su imagen y son co-
pias.”80 Es decir que, las eidee, lo que para mí son capturas de esa
rica viscosidad que fluye, o formas percibidas de manera activa por el hablante sobre aquello que se manifiesta (llámeselo ser-natura-
leza o physis), para Platón es tanto un molde infinitamente copiado
en la naturaleza, como la aceptación consciente de las idee. Al ha-
blar de juicios perceptuales como aceptación consciente de enti-
dades universales, se confunde las formas de la physis con las llama39
das «formas simples» de la percepción humana y las figuraciones
organizadas a partir de ellas: las eidee o metáforas sensibles, que
son particulares. Cualquier figuración humana se dispone siguiendo
formas simples a las que la Gestalt refiere como «abstractas». Sin
embargo, como aclara Rudolf Arnheim, esas formas son más que
abstracta: debemos entender por ellas una simplificación sensible.
El niño pequeño abstrae un rostro en redondeles y rayas -por así
decirlo-, no en círculos y líneas. Ajenos le son a su subjetividad su-
mamente sensible las ideas o formas perfectas de la Geometría como los círculos y las líneas. Incluso las letras en toda su abstrac-
ción no son más que la representación de sonidos concretos pro-
ducidos por el hombre en tanto imitador o creador original, siendo las palabras combinaciones de sonidos bastante antojadiza.
La popularidad de la confusión sobre las formas simples de la
Gestalt posiblemente tenga origen en la equiparación platónica entre las Formas (ideales) y los moldes naturales (formas sensibles
simples) que, vale aclarar, son humanos y, antropocéntricamente, han sido generalizados al punto tal de ocupar el lugar de la natura.
Con la misma intención, Platón subsume en la Idea del bien a su ar-
tificioso creador: el ya transustanciado ser supremo de razón divina.81 A propósito de ello, Ross afirma que no hay ninguna duda
de que Platón no pudo haber confundido al ser supremo con la Idea.
En su filosofía, una Idea es una naturaleza en el sentido más depurado; a diferencia de ésta, un ser ya tiene una naturaleza. Para Ross,
“es inconcebible que Platón creyera en una Idea que pensaba, plane-
aba y hacía existir algo.” La explicación que halla a la cuestión es que el proyecto platónico exigía tanto una inteligencia divina como un 40
sistema de Ideas, y la primera debía subordinarse al segundo. En otras palabras: “La actividad de la inteligencia divina está sometida
al control ejercido por las relaciones necesarias entre las Ideas.”82
Aunque a Ross le resulte impensable que Platón creyera en una Idea
que planeaba y hacía existir algo, como vimos, al tiempo que este
filósofo reduce la doxa a mera apariencia de lo que es, el ser en cuanto idea (ser descarnado) se desplaza a un lugar suprasensible.
Como ya dijimos, a partir de esto Heidegger afirma que se abrió
aquel abismo que luego estableció la doctrina cristiana, transfor-
mando lo inferior en lo creado y lo superior en el Creador, pudiendo con lo que se trastocó en el logos oponerse a la antigüedad acusada
de paganismo. ¿A qué me refiero con lo que se trastocó en el logos?
Antes de la interpretación platónica, el logos no era entendido
como mero discurso o decir, sino más bien como un poner una cosa al lado de otra, reunir83, relacionar y destacar algo en esa relación.
Rehusado o forcluido todo significante fundamental vinculado a la
relación -y con ella toda genuina búsqueda del hablante por su religación con el mundo-, el logos será sólo un decir o una represen-
tación vinculada a las ideas que remiten a la idea con mayúscula y
al dios creador figurado ordenador en el Logos y traducido como
Verbo por San Pablo. Haya sido primero el Verbo -tal y como es com-
prendido por la teología cristiana- o la idea, el ser se ha transustancializado y los valores se han invertido. Me atrevería a decir que la
interpretación cristiana del platonismo, que prefiere hablar de
Verbo y no de idea, es más efectiva por permitir la crucifixión de la
mediación, sacrificio ritual que funda su cultura. Como dijimos, en Platón, hasta el afamado en su gloria de Dios84, hasta el ser supremo 41
(limitación, parecer sobre el ser, imagen gloriosa pero imagen al
fin) es sometido al control ejercido por su sistema de ideas; conse-
cuentemente, el ser no sólo perecerá bajo las directrices de ser su-
premo, sino también bajo los límites de un sistema de ideas: una
estructura que, en tanto mecanismo disciplinar, expone una re-
ducción utilitarista del pensar. Dada la importancia que Platón
brinda al parecer sobre el ser, ¿cómo es posible que reduzca la apariencia a mero aparentar y la desprecie? Encontramos aquí, otra vez,
la irracionalidad del racionalismo imperante.
Tres razones para las formas simples sensibles ¿Cuál es el fundamento de la forma perceptual humana? Si-
guiendo al Grupo Mu, existe una razón cuantitativa: el medio visual,
por ejemplo, “permite encaminar 100 millones de bits por segundo,
es decir 7 veces más que el oído. No obstante, esta enorme cantidad
debe ser considerablemente simplificada antes de llegar a eso que se
llama conciencia, que no admite más que de 8 a 25 bits por segundo.”85 El trabajo de reducción realizado por los procesadores
sensoriales consiste esencialmente en la selección y combinación con informaciones que vienen de la memoria. Se trata de reducir el
«espesor del presente», de transformar lo continuo en discontinuo.86 Dicha limitación no se hallaría tanto a nivel sensible sino más
bien consciente.
Existe además una razón cualitativa. Para su exposición será ne42
cesario apuntar dos cuestiones: (1) la invisibilidad de la fuerza imperante a la que llamamos physis, o el carácter sutil de su omni-
presencia vital; y (2) el carácter conservador del intelecto humano
como recurso de los seres más delicados y efímeros, aditamento
sin el cual el hombre tendría toda clase de motivos salir corriendo según afirma Nietzsche al comienzo de su ensayo87-. En Pintar las
fuerzas, Gilles Deleuze plantea que el cuerpo enfrenta las potencias
de lo invisible prestándoles su visibilidad, afirmando entonces una posibilidad de triunfar que antes le era negada. Eso es efectivamente lo que logra la tragedia griega, y es la respuesta al para qué de la pregunta nietzscheana: “¿Los griegos, el tipo de hombre más lo-
grado, el tipo más bello, el más envidiado, el mejor relacionado con la
vida, precisamente ellos tuvieron necesidad de la tragedia; más aún: del arte? (…) ¿Cuál es la razón del arte griego? (…) ¿No hay una va-
lentía temeraria en aquella mirada que busca lo terrible por creerlo
(…) digno enemigo contra el cual quiere probar sus fuerzas, del cual quiere saber qué es el «terror»?”88. Es en la conquista de esas fuer-
zas, a partir de los impulsos sensoriales percibidos bajo formas simples en metáforas intuitivas, que se hace visible lo invisible89 y se
siente uno capaz de afrontarlo.
Por último, existe lo que podríamos considerar como una ter-
cera razón para las formas simples y sensibles, un motivo de suma
importancia para el hablante: si no se trabaja la percepción de las
fuerzas, como se lo hace para la producción de metáforas sensibles,
la comunicación se ve imposibilitada. Cualquier forma de comuni-
cación halla su punto de apoyo en el reconocimiento de las fuerzas comunes a todos nosotros, incluyendo -aún más instintivamente- a 43
los animales. Para poder comprender a los seres con los que convi-
vimos, es necesario descubrir en ellos las mismas fuerzas que ac-
túan en uno aunque de forma distinta. Descubiertas las fuerzas se
valorará las formas en las que han sido conquistas por ese otro
cuerpo, y sólo entonces podrá uno aprehenderla, conocerla en la imitación, conaciendo con ellas -en términos de Merleau Ponty-.
La temerosa razón para la forma ideal Mientras la metáfora sensible trabaja el lenguaje de forma ins-
tintiva, como juego creativo que mediante imágenes más o menos
antojadizas pretende decir algo sobre lo que es, la metáfora abs-
tracta trabaja desde un lenguaje utilitario desprovisto de sutilezas,
de uso cotidiano y con una lógica reducida, donde lo que importa es
qué se va a decir para ganar la partida, no cómo. ¿Por qué el socra-
tismo elige la forma ideal y su visión cientificista despreciando la forma sensible y su visión artística? A esto Nietzsche podría con-
testar: solamente gracias al hecho de que el hombre se olvida de sí
mismo como sujeto creador, es que logra vivir “con cierta calma, se-
guridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante,
fuera de los muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto su «conciencia de sí mismo».”90 En Sócrates y la tra-
gedia, Nietzsche afirma que el racionalismo nunca se ha mostrado
tan ingenuo como en la norma según la cual «la sabiduría consiste en
el saber, y no se sabe nada que no se pueda expresar y de lo que no se 44
pueda convencer a otro».91 A propósito de ello, Platón se burla de la
facultad creadora del poeta por no ser ésta una intelección cons-
ciente de la esencia de las cosas, sino un talento irracional seme-
jante al de los adivinos e intérpretes de signos. A estos contrapone
la imagen del «verdadero poeta»: el filósofo, el único cuya lectura está permitida en el Estado ideal.92
El valor de la visión artística El ideal platónico del filósofo es un absurdo tan lleno de con-
tradicciones como la «percepción correcta» criticada por Nietzsche:
la expresión adecuada de un objeto en el sujeto entre los cuales no
existe ninguna causalidad o exactitud, sino, a lo sumo, una conducta
estética: “un extrapolar alusivo, un traducir balbuceante a un len-
guaje completamente extraño, para lo que, en todo caso se necesita una esfera intermedia y una fuerza mediadora libres ambas para po-
etizar e inventar”93. Esa esfera intermedia es el arte, y la fuerza me-
diadora es la potencialidad poiética del hombre intuitivo. Ese
hombre, como destaca Nietzsche, a menudo logra conformar una cultura para «la conquista del arte sobre la vida». ¿En qué consiste tal
conquista? En rechazar la indigencia94, la mera necesidad, y colmarla
de magia en la riqueza de las metáforas intuitivas, y en acompañar tal engaño con una vida semejante, una vida dionisíaca. Quien fir-
mara como Dioniso afirma: “Ni la casa, ni el paso, ni la vestimenta, ni
el cántaro de arcilla delatan que ha sido la necesidad la que los inven45
tó: parece como si en todos ellos hubiera de expresarse una felicidad
sublime y una serenidad olímpica y, por decir así, un juego con lo serio.
(…) …el hombre intuitivo [ese que no se limita a la razón y su pers-
pectiva acotada] (…) consigue, ya de sus mismas intuiciones, ade-
más de la defensa ante los males, un flujo continuo de luz, serenidad
y salud.”95 Ese hombre sensiblemente comprometido es capaz de
figurarse sus peores pesadillas y juntar valor para afrontarlas a la
manera de un héroe trágico. O, desde una visión más contemporánea, es capaz de rasgar los velos en pro de una vida más vívida.
El hombre intuitivo es poeta que no ve un problema en las fuer-
zas contrarias que lo habitan, es hablante que no pretender resol-
ver el dilema sino que quiere su equilibrio o armonía de contrarios
al devenir en lo que Bataille llamó soberano auténtico: un sujeto que
conociendo la ley está más allá de ella, una persona que aprecia el
juego entre la fuerza dionisíaca de la entrega completa y la fuerza apolínea que le da muerte como sacrificio necesario o límite que se
autoimpone la vida. Ese hombre anhelado es un ser que encuentra
en el juego poético la trascendencia humana, un ser jovial que
«danza con el tiempo que nos mata»96, lo demás es aletargamiento,
resignación y cobardía.
46
P E R S P E CT IV A
ANTROPOLÓGICA
Cuerpo, amor y comunicación En el relato conocido como Mito del andrógino, contrastante-
mente incluido en el Banquete de Platón, Aristófanes cuenta que
inicialmente tres eran los sexos de los hombres: masculino, feme-
nino y uno que participaba de ambos sexos y del cual sólo perdura el nombre: andrógino. Cada individuo era por completo esférico,
con la espalda y los costados en forma de círculo, una sola cabeza con dos rostros situados en direcciones opuestas, cuatro orejas y
dos órganos sexuales. Terribles por su fuerza y su vigor, atentaron
contra los dioses que se encontraron ante un dilema, pues de ma-
tarlos y extinguir su raza desaparecerían los honores y sacrificios que los hombres tributaban. Finalmente, Zeus descubrió una es-
tratagema: debían cortarlos en dos a cada uno, volviéndolos así más
débiles y útiles a los dioses al haber aumentado su número; y si to-
davía eran altaneros, de suerte que avanzarían en una pata. Disec-
cionada la natura, cada parte echaba de menos a su mitad, se
reunían y abrazaban anhelando ser una, y morían de hambre por su
absoluta inactividad al no querer hacer nada los unos separados de
los otros. Compadecido, Zeus trasladó sus órganos genitales a la parte delantera (hasta entonces por fuera) e hizo que tuvieran con-
cepción en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino,
a fin de que, si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, en-
gendraran y siguiera existiendo la especie, mientras que si se encontraba hombre con hombre, hubiera al menos plenitud del con49
tacto, descansaran y se ocuparan de las demás cosas de la vida.
Desde entonces es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de la antigua natura que intenta subsanar. Según este
mito, cuando los hombres se tropiezan con aquella verdadera mitad
de sí mismos sienten tan maravilloso impacto de afinidad que ya no están dispuestos a separarse ni siquiera un instante. Partiendo de
este mito es que concibo al amor como praxis del hacer común dos
fuerzas que pugnan para hacerse una, fuerzas poseídas por cada
hablante que -por preeminencia de una de ellas- hacen que el hom-
bre continúe buscando a su contrario, a su otra mitad irresoluble. La relación entre esas dos mitades que albergan en sí mismos contra-
rios (mitades completas de faltos-superabundantes) se asemeja a la
esbozada por Nietzsche en El origen de tragedia al referirse al des-
pliegue gradual del arte como la consecuencia de la relación entre
el espíritu apolíneo y el espíritu dionisíaco. Retomando a los preso-
cráticos, el filólogo compara la dualidad espiritual con la de los sexos, afirmando que este par engendra vida en medio de luchas
perpetuas donde la conciliación es esporádica. Contrapuestos tanto
en su origen como en sus fines, estos dos instintos caminan parejo en declarada guerra y mutuamente se incitan hasta su acople en-
gendrador de nuevas y más robustas creaciones.
En el mito de Aristófanes subyace una cuestión ya apuntada por
Parménides: si algo es lo es desde siempre. Aplicado al mito, si el
ser fuese sólo ese que cambia, no habría encuentro posible, sino
meras experiencias no transmisibles en temporalidades distintas o
seres dispersos cual esferas descentradas -en palabras de Merleau Ponty-. Pero tampoco habría encuentro posible si sencillamente se 50
subsumiese el ser a las directrices del pensar liberado de su encar-
nación. Yuxtaponiendo en mi interpretación Aristófanes, Deleuze
y un ánimo presocrático cercano a Heidegger quizás, comprendo a la comunicación como un hacer común fuerzas comunes, natura-
les, vitales, y como un hacer decibles fuerzas indecibles que podrían
prescindir de las palabras si pasáramos por alto al hablante. Desde
esta mirada, si se desestima el cuerpo se olvida la fuerza común, y
se torna imposible tanto el arte genuino como la comunicación amable en la que el conflicto es irreductible y la discordia es enri-
quecedora por ser multiplicidad que, en tanto positiva, tiene voz y se la escucha.
El cuerpo como punto de apoyo Cercanos a la fenomenología merleaupontyana, podemos decir
que el cuerpo en su relación con el mundo es fuente superabun-
dando de construcciones sensibles. En tanto continuum o sucesión
vinculada a la viscosidad del presente, el cuerpo es aquello del
orden de lo metonímico-sintagmático susceptible de funcionar
como fondo sobre el cual se percibe una figura o imagen del orden de lo metafórico-paradigmático, captada por el hombre en su acti-
vidad cognoscitiva. El racionalismo suele juzgar a la metáfora como
el tropos «más elevado» sin dar cuenta de que lo metafórico no
sería posible sin lo metonímico. Lo mismo ocurre con la razón:
pocos como Maurice Merleau Ponty destacan que el yo puedo del 51
cuerpo es el punto de apoyo del yo pienso. De cualquier forma, lo in-
teresante lo hallamos en el cruce de los opuestos, en la riqueza na-
cida de su ambigüedad. A propósito de ello, creo que el gran error que se comete en la lectura de las fuerzas apolíneas y dionisíacas, es considerarlas disociadas cuando, si bien Nietzsche las expone
irresolubles y las ilustra de forma separada, imposible nos será ha-
llar la una sin la otra (aunque siempre se evidencie la preeminencia de una de las fuerzas, alcanzando ambas un equilibrio o armonización particular en cada situación). Que juzguemos la presencia de
una excluyente de la otra es síntoma de nuestra percepción frag-
mentaria, afección de los hombres modernos cuya sinecdótica expresión llegará a nosotros de la forma más clara en las imágenes
del cuerpo mutilado por la pornografía, allí donde ya no hay un cuerpo sino un torso o un par de senos.
Como expuse anteriormente, vale la pena preguntarse por la
relación entre el nombre y la cosa en sí porque, al fin de cuentas, lo que se está cuestionando no son las partes en litigio sino las rela-
ciones que uno establece consigo mismo y con el mundo. A propó-
sito de esto, hallo dos motivos para continuar preguntándome por
esta relación aunque lo que es sea inaprehensible e indeseable para
el hablante: uno de ellos es el humano gusto por lo místico, por lo
inexplicable, por lo que para nuestra razón es inabordable y no por
ello menos digno de apreciarse de manera sensible; en término kantianos podríamos expresar este primer motivo de la siguiente
manera: “La razón humana tiene, en una especie de sus conocimien-
tos, el destino particular de verse acosada por cuestiones que no
puede apartar, pues le son propuestas por la naturaleza de la razón 52
misma, pero a las que tampoco puede contestar, porque superan las
facultades de la razón humana.”97 El segundo motivo es que si olvi-
damos la pregunta por lo que es dejamos de buscar y nos confor-
mamos con crear un mundo dado solamente a uno por uno mismo.
Vivimos en un mundo mediado por el lenguaje y construido a par-
tir de una creencia sobre qué es lo real, creencia en la que tenemos
fe. Aún así, incrédulos, debemos preguntarnos por lo que es más allá de la creencia, poniéndola así en duda, pues, como espeta Heidegger, “si aquella fe no se expusiese constantemente a la posibili-
dad de la incredulidad, no sería fe alguna sino comodidad o convenio
consigo mismo de atenerse en lo futuro, a la doctrina, como algo ad-
mitido. En tal caso, esto no es fe ni preguntar, sino indiferencia, y ésta
pueda ocuparse de todo e inclusive, interesarse mucho, tanto en ella como en el preguntar.”98 Tal indiferencia hacia aquello que nuestro
cuerpo abraza y de lo que nuestro cuerpo toma su forma, tal apa-
tía es el origen de todo fetichismo, incluido el fetichismo de la Ver-
dad obtenida por medio de la profundidad ideal. Frente a ello, la pregunta ontológica es compromiso y búsqueda constante.
La physis en la relación cultura-naturaleza Creo importante problematizar la manera en que se entiende la
relación entre naturaleza y cultura, pues de esa relación surgen las posibilidades y limitaciones que alimentan o sosiegan nuestra per-
cepción del mundo. Podríamos decir que, a grandes rasgos, exis53
ten dos interpretaciones de esta relación : una en la que se entiende
naturaleza y cultura como una dicotomía cuyas partes se niegan
mutuamente, y por lo tanto la cultura no puede ser más que un con-
junto de prácticas contranatura; y otra en la que la relación es más
armónica y la cultura es comprendida como una búsqueda cons-
tante, como un preguntar por el misterio de la naturaleza, por lo que en ella se esconde. Si, como en el primer caso, concebimos a la
cultural (y al lenguaje sobre el cual se asienta) como un ir en contra
de la naturaleza, nada bueno podremos hallar en ella ni tampoco en el hombre, pues negada la naturaleza nada queda. El hombre es
ante todo un cuerpo que se halla a sí mismo en la palabra cuando ésta realiza al ser, no cuando sofoca su voluntad. ¿Cómo pensar esta
cuestión en otros términos? En la plaza principal de la ciudad en la
que nací se puede leer la siguiente frase de José San Martín: «Serás lo que debas ser o no serás nada». Estoy segura de que, a menudo,
esta afirmación resulta un tanto incomprensible para quienes se
topan con ella, pues, en la actualidad, se entiende al deber ser como una carga, una obligación o deuda del sujeto. Para los griegos pre-
socráticos, ser y deber ser no se oponían como tampoco lo hacían
ser y pensar. El deber ser era lo mismo que el más profundo querer ser, pues se debía amar hasta las últimas consecuencias lo necesa-
rio para uno, lo que permitiría que me descubra, que «llegue a ser ese que siempre fui». Y esto era así para los presocráticos porque
en lo que llamaban physis concebían al ser humano y a la naturaleza como un todo armónico y no por ello menos fiero y belige-
rante. En la Introducción a la metafísica de Heidegger podemos leer
que “physis significó, originariamente, el cielo y la tierra, la piedra y el 54
vegetal, el animal y el hombre, la historia humana, entendida como obra de los hombres y de los dioses, y, finalmente, los dioses mismos,
sometidos al Destino. Physis significa la fuerza imperante que sale y el permanecer regulada por ella.”100 Es lo incólume y lo que fluye, el
alma y el cuerpo constituyendo un todo, algo inaceptable para Platón.
La relación naturaleza-cultura en Jacques Rousseau Una paráfrasis de Rousseau realizada por Cassirer en su Antro-
pología filosófica dice: “El hombre que medita es un animal depra-
vado: sobrepasar los límites de la vida orgánica no representa una
mejora de la naturaleza humana sino su deterioro”; a esto el filósofo alemán agrega: “…ya no hay salida de esta reversión del orden na-
tural. El hombre (…) ya no vive solamente en un puro universo físico
sino en un universo simbólico.” El juicio sobre el hombre como ani-
mal depravado pertenece al Discurso sobre el origen de la desigual-
dad entre los hombres, en él Rousseau afirma: “La extrema
desigualdad en el modo de vivir, el exceso de ociosidad en unos y de trabajo en otros, (…) los alimentos tan apreciados de los ricos, que los
nutren de substancias excitantes y los colman de indigestiones; la pé-
sima alimentación de los pobres (…); las vigilias, los excesos de toda especie (…): he ahí las pruebas funestas de que la mayor parte de nuestros males son obra nuestra, casi todos los cuales hubiéramos 55
evitado conservando la manera de vivir simple, uniforme y solitaria
que nos fue prescrita por la naturaleza. Si ella nos ha destinado a ser
sanos, me atrevo casi a asegurar que el estado de reflexión es un es-
tado contra la naturaleza, y que el hombre que medita es un animal degenerado (…) [que] al convertirse en sociable y esclavo, vuélvese
débil, temeroso, rastrero...”101 Dejando de lado justas consideracio-
nes, me detendré en frases como «reversión del orden natural» empleada por Cassirer-, «el estado de reflexión como estado
contranatura» y «el hombre que medita como animal degenerado»
tan sociable como «débil, temeroso, rastrero» -afirmadas por Rous-
seau-. Considero que el hombre es por excelencia un animal para
lo inútil, pero no por ello es necesariamente problemático, y ni
Rousseau ni Cassirer dan cuenta del carácter positivo de ese declinar meditatorio102: el ser para lo inútil es la humana forma de mo-
farse de la carencia, de las necesidades saciadas momentáneamente.
Rousseau ubica al hombre por fuera de la natura, como un ser
que -opuesto a ella- ha perdido toda animalidad, este ensayo por el
contrario comprende por naturaleza a la fuerza autosuficiente que
declina y permanece pues en todo se manifiesta, fuerza jamás ajena al hombre pero sobre la cual el racionalista neciamente pretende
reinar. En su pretensión de separar animal y hombre, Rousseau es-
peta: “Aquél escoge o rechaza por instinto; éste, por un acto de libertad.”103 Pero, aún cuando el autor de El contrato social lo llame
«acto de libertad», toda cuestión humana está fundada en el sin-
sentido, en la irracionalidad, en la creencia… en el instinto y su volición. En cuanto a la sentencia rousseana “el espíritu corrompe los 56
sentidos y la voluntad habla cuando calla la naturaleza”104, la con-
cepción de naturaleza presente en este ensayo permite un parale-
lismo con lo que Nietzsche llama vida: esa «realidad metafísica originaria de la que todo participa e integra», un surgir, eclosionar,
brotar e imperar que se manifiesta por sí mismo y haciendo ser a todo lo que es. La voluntad de poder sería entonces el «impulso acrecentador y superador de la vida», la esencia de todo ente, o lo que
la vida es de forma dinámica: en tanto devenir hacia su sobrepasa-
miento. Desde esta perspectiva, la voluntad no se contrapondría a la naturaleza, sino que sería la afirmación de su afirmación, contrastando así con el pesimismo romántico de quien juzga a la na-
tura como el receptáculo inmaculado de lo perdido, a lo que su hijo pródigo no podrá retornar.
Como revés de la oposición entre naturaleza y cultura, mien-
tras Rousseau aprecia positivamente el perdido orden natural en el
hombre, la visión socrática mutila la naturaleza pretendiendo sólo la «humanidad», pero, como afirma Nietzsche al comienzo de su
Certamen homérico, “tal separación no existe en realidad: las pro-
piedades naturales y las propiedades humanas son inseparables. (…)
El hombre, aún en sus más nobles y elevadas funciones, es siempre
una parte de la naturaleza y ostenta el doble carácter siniestro de aquella. Sus cualidades terribles, consideradas generalmente como
inhumanas, son quizás el más fecundo terreno en el que crecen todos aquellos impulsos105, hechos y obras que componen lo que llamamos
humanidad.”106 Comprenderemos entonces al crimen como la vio-
lencia degenerada de una humanidad criada en el rencor hacia la
vida; repudiado por el filósofo de El anticristo, el crimen es el más 57
pedestre fluir de sangre de un cuerpo entumecido y un alma desentendida.
Cuando lo siniestro es lo acallado en uno: lo otro Parece existir, inmanente a nuestra civilización y constituyendo la «triste mitad de sombra» en la cual se alimenta la luz (…), su negativa a dejar subsistir aquello que no es idéntico a ella. Pierre Clastres, Entre silencio y diálogo
La repulsa a la otredad que nuestra historia atestigua se ali-
mentó de la expansión política y del proselitismo cristiano presente
en la aurora griega. Podemos dar cuenta de ello en el segundo libro de una de las obras principales de Platón, cuando al meditar sobre
lo necesario para la construcción de la República, y luego de des-
cubrir el origen de la guerra en el ansia de riquezas, Sócrates y
Glauco estiman ineludible la existencia de un grupo de hombres es-
pecializados en el oficio militar. Convienen entonces que para esta
profesión hace falta una fuerza irresistible e invencible ante cualquier peligro así como también un carácter amable con sus conciu-
dadanos y feroz ante el enemigo. Según los disertantes, el buen soldado se caracteriza por ser fogoso, fuerte, veloz y filósofo, siendo esto último pertinente a la hora de distinguir la figura del 58
amigo de la del enemigo. ¿De qué modo se efectúa esta distinción?
Así como lo hacen los perros de raza que “enfurecen al ver a un desconocido aunque no hayan sufrido mal alguno de su mano y hacen
fiesta a aquellos a quienes conoce aunque jamás les hayan hecho bien
alguno”.107 Sócrates refuerza su juicio al decir que el soldado tendrá
deseos de aprender quién define lo familiar y lo ajeno por su cono-
cimiento o ignorancia de uno y otro, e insiste en que deberán edu-
car en la unidad entre conciudadanos a partir de narraciones
ficticias encargadas a los poetas con el único objetivo de persuadir acerca de que “jamás existió ciudadano alguno que se haya enemis-
tado con otro” y “es un crimen gravísimo hacerlo”.108
Con estos artificiosos relatos propugnados por Sócrates lo que
se pretende es la construcción de una identidad común, que en el
caso del Estado-Nación podríamos igualar a la identidad nacional. Stuart Hall, destacado investigador de la Escuela de Birmingham,
define la identidad como una cuestión referida al “uso de los recur-
sos de la historia, la lengua y la cultura en el proceso de devenir y no de ser”; en otras palabras podríamos decir que más que a quiénes
somos y de dónde venimos, la identidad se vincula a un en qué po-
dríamos convertirnos, cómo nos han representado y cómo ello atañe a cómo podríamos representarnos. Hall destaca que la homogeneidad interna o unidad que la identidad trata como fundacional, no es
una forma natural sino constituida de cierre, una inevitable virtua-
lidad o ficción del nosotros que no puede dejar de expresar como su otro necesario -aunque tácito, silenciado- aquello que le falta,
aquello que excluyó, su afuera constitutivo.109
Desde el nacimiento del Virreinato del Río de la Plata, la convi59
vencia entre nativos, afroamericanos, españoles, mestizos, mula-
tos y criollos fue difícil sino imposible a raíz de una mirada etnocéntrica mutuamente ignorante. La situación no hizo más que
complicarse para la oligarquía nacional, cuando al abrir las fronteras
hacia Europa no llegaron a nuestro país gentlemen ingleses, sino
italianos y españoles pobres y políticamente indeseados. Esta mix-
tura halló una fantasiosa unidad a partir de prácticas y discursos inculcados a los ciudadanos mediante la educación estatal a partir de
la Ley de Educación 1.420. Por entonces, cuando una familia caren-
ciada mandaba a su hijo a la escuela se empobrecía aún más, pues
esto implicaba el cese de una fuente de ingreso por trabajo infan-
til, pese a lo cual procuraban su asistencia no sólo porque el Estado así lo exigía, sino porque la Escuela, a cambio de libertad para moldear al niño, prometía un ascenso económico y social de la proge-
nie. Al ingresar a la escuela, el niño era despojado de la cultura
popular, particular y sensible, poseída y era igualado a otro montón listo para ser instruido en la cultura oficial: la nacional. Los guar-
dapolvos blancos junto a otras prácticas persecutorias de la igualdad establecida de forma superficial son síntoma de lo que pre-
tende ocultar: una desigualdad económica reproducida por el
mismo Estado Nacional. Desde la constitución de la identidad nacional lo popular siempre será interpretado a partir de lo nacional110
como un conjunto de prácticas decrépitas administradas por el Estado que un asiduo ejercicio convirtió en tradición.
Destacaremos por último que en nuestro país la forma de ejer-
cicio político que más ha florecido, en parte gracias a su íntima vin-
culación a la identidad nacional, es la peronista. Recordaremos que 60
Juan Domingo Perón dijo “Para un peronista no hay nada mejor que
otro peronista”, y luego, más conciliador y efectivo, trocó la frase en
“Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. Quizá no
haya sentencia más interesante a la hora de mostrarnos cómo una forma de ejercer la política comienza a actuar al nivel de la identidad
nacional. ¿Por qué? Justamente porque el otro tácito en el pero-
nismo es el no-argentino, el extranjero, enemigo al que suma el ci-
payo traicionero de los valores inculcados por la Nación. A la equiparación peronista=argentino subyace que lo que no es peronista no es nacional ni tampoco popular e inclusive no es argentino;
tales juicios nos competen en tanto sirven a construcciones identi-
taria que agrandan la brecha entre unos y otros, brecha de la que se alimenta la violencia.
La amenaza silenciosa Sigmund Freud define lo unheimlich (lo siniestro) como “aque-
lla suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares”. En su seguimiento de la voz alemana que nombra lo siniestro en-
cuentra que lo unheimlich se opone a lo heimlich y heimisch, es decir
a lo íntimo, familiar o doméstico. En consecuencia, deduce que lo si-
niestro causa espanto precisamente por ser algo extraño, no fami-
liar; pero no todo lo novedoso es espantoso, hace falta algo para que se torne siniestro. Evoca entonces a un estudioso de la cues-
tión, E. Jentsch, quien afirma que la condición básica para el senti61
do de lo siniestro es la incertidumbre intelectual: lo siniestro nace
allí donde uno se encuentra desconcertado, perdido.111 A partir de
aquí, Freud intentará superar la ecuación siniestro=insólito; yo, en
cambio, explicaré cómo allí donde él considera que su exposición rompe con la sentencia de Jentsch, es posible leer una confirmación de ésta.
El rastreo freudiano de términos similares al germano unheim-
lich nos pasea por vocablos latinos, griegos, franceses, españoles,
árabes y hebreos cuyas acepciones podremos resumir en tres cues-
tiones vinculadas a lo siniestro:
1. La alteridad xenófoba antes abordada; del griego xenos: ex-
tranjero, extraño, desconocido.
2. El movimiento o alteración temporal: como vimos en el apar-
tado anterior, la fluidez de la que da cuenta Heráclito en una refle-
xión tan denostada por Sócrates suele provocar en el hombre un malestar que podríamos calificar como inquietante, intempestivo, suspensivo.
3. La oscuridad que provoca el escozor propio de lo lúgubre, a
razón de que, siendo él principalmente un intérprete fotosensible, privado de luz se encuentra fuertemente imposibilitado.
De estas tres fuentes de lo siniestro nace la incertidumbre in-
telectual en la que anida lo traumático. A razón de que la segunda
fue tratada en el apartado anterior, y la primera ha sido abordada
al principio de éste, nos dedicaremos con especial entusiasmo a la tercera profundamente ligada a las otras dos. Veamos cómo esta
incertidumbre se expresa como ambigüedad en la confusión entre
un término y su contrario; detengámonos en el siguiente ejemplo 62
dado por Freud: “Los Zech son todos tan HEIMLICH -¿HEIMLICH? ¿Qué
quiere decir usted con HEIMLICH?- Pues bien: que me siento con ellos
como ante un pozo rellenado o un estanque seco. Uno no puede pasar
junto a estos sin tener la impresión de que el agua brotará de nuevo,
algún día. -Nosotros, aquí, le llamamos UNHEIMLICH; vosotros le decís
HEIMLICH. ¿En qué encuentra usted que esta familia tenga algo se-
creto o incierto?”112 Una vez figurada, la ambigüedad entre térmi-
nos supuestamente opuestos no hace más que agudizarse a lo largo de toda la investigación. Esta ambigüedad que define a lo si-
niestro como algo secreto e incierto con el siguiente ejemplo: “Sólo
la acción del conocimiento puede romper la acción de la Heimlickeit del oro oculto (Novais, 1,69)”.113 Sin embargo, pareciera ser que in-
mediato a la ruptura del silencio de lo que se oculta se da el carácter traumático de lo siniestro, una especie de arrepentimiento del
quiebre producido frente al terror por lo que puede llegar a suce-
der. A propósito de esto, citemos la definición de unheimlich dada por Friedrich Schelling: “Se denomina UNHEIMLICH todo lo que, de-
biendo permanecer secreto, oculto… no obstante, se ha manifes-
tado”. “Velar lo divino, rodearlo de cierta Unheimlichkeit (misterio).”114 Descubrimos de este modo la ligazón entre el cono-
cimiento y lo siniestro, entre lo desconocido que se ha vuelto fami-
liar debiendo permanecer oculto y la sacralidad con la que se debe
asumir la interpretación del mundo que concierne al poeta, a ese
desvelado por la red de innumerables mayas que dragas las aguas
en busca de un problemático tesoro según Pierre Reverdy. También
percibiremos en la acción de conocimiento lo que se niega a ser do-
mesticado, lo que permanecerá indecible brindando el misterio. Esa 63
sacralidad se pierde con el cientificismo contemporáneo pero per-
manece en la forma de conocimiento prometéico: el arte. El aura de la obra de arte, su aquí y ahora, su atmósfera inapresable, la ri-
queza que hallamos en el mito en tanto relato poético, es apreciada
por Freud en el acercamiento de lo heimlich a lo unheimlich: “Heim-
lich, en relación con el conocimiento, significa místico o alegórico: sig-
nificación heimlich (oculta): mysticus, divinus, occultus, figuratus”. Y
luego: “Sustraído al conocimiento, inconsciente, (…) impenetrable:
cerrado a la investigación.” No diría que se trata de algo impenetra-
ble, sino más bien de algo que se aleja del conocimiento analítico,
teórico, sintético, pero no de un conocimiento sensible, intuitivo y jovial. Esto nos devuelve a la valoración de Jentsch con la que Freud
se muestra escéptico presa de una mirada racionalista: lo siniestro
tiene como condición una incertidumbre intelectual y en ese des-
concierto anido lo traumático. Lo que impide a Freud apreciar esta
mirada es el pasar por alto que antes de la incertidumbre intelectual racional o consciente hubo una incertidumbre irracional o sensible,
y esto se pone de manifiesto con el cuento Der Sandmann (El are-
noso) de E. T. A. Hoffman, elegido por Jentsch para evocar los efectos siniestros en los cuentos fantásticos. Tanto Jentsch como Freud
abordan este relato para hablar de un terrible motivo de angustia
infantil, una mutilación que provoca más espanto que ninguna otra
en los adultos: la pérdida de los ojos. “¿Acaso no se tiene la costumbre de decir que se cuida algo como un ojo de la cara?” -espeta el
padre del Psicoanálisis y agrega:- “El estudio de los sueños, de las
fantasías y de los mitos nos enseña, además, que el temor por la pér-
dida de los ojos, el miedo a quedar ciego, es un sustituto frecuente de 64
la angustia de castración.”115 La antes destacada visión racionalista
con la que comulga Freud se presenta con mayor petulancia cuando, después de exponer el cuento, afirma: “Ya no se trata aquí
de una «incertidumbre intelectual»: sabemos ahora que no se pre-
tendió presentarnos los delirios de un demente, tras los cuales nos-
otros, con nuestra superioridad racional, habríamos de reconocer el
verdadero estado de las cosas; pero esta revelación no reduce en lo
más mínimo la impresión de siniestro. De modo que la incertidumbre
intelectual en nada nos facilita la comprensión de tan siniestro
efecto.” Sin embargo, sí nos aclara el por qué del terror a la ceguera el dar cuenta de algo que cualquiera intuye: para el intérprete fo-
tosensible la ceguera es amputación de su voluntad sobre el
mundo; para el hablante, que domestica lo que es en la palabra a
través de metonimias y metáforas, la castración de la capacidad de
percibir imágenes visuales concretas implica una gran limitación a nivel de las imágenes retóricas, lo desposee de buena parte de las armas robadas a Atenea.
Freud concluye en que la ambigüedad entre términos opuestos
se debe a que lo siniestro (unheimlich) procede de aquello familiar
(heimlich) que ha sido reprimido y que se mantendrá plausible de
ser reanimado con impresiones exteriores o con aparentes confir-
maciones de convicciones animistas que se creían superadas. Retornamos con esto al origen de la xenofobia y al planteo de Zizek
acerca de que sólo al atravesar la fantasía veremos en los excesos
atribuidos al extranjero lo que nuestro propio sistema social pro-
duce. Como con las demás fobia, en la xenofobia trasladamos nuestros fantasmas a aquello con lo que no se debe lidiar a diario, es 65
decir a lo no cotidiano, no familia, y de esta manera postergamos el
enfrentamiento con lo traumático volviendo, aparentemente, más amena nuestra existencia.
La curiosidad como valor ético Antes de concluir quisiera destacar primero que cuando el mis-
terio es evocado como quid del acto de conocimiento de lo ajeno y
perturbador, de modo alguno provoca sensación de siniestro. ¿Por
qué? Por lo dicho por el vienés: si el lector de un relato de terror lle-
gase a examinar y a verificar pronto el asunto que le genera incer-
tidumbre, fácilmente disiparía su estado emotivo especial. El
escritor nos conducirá de acuerdo a su arbitrio sin dejarnos adivi-
nar a dónde se propone conducirnos a fin de no perder la atmósfera desconcertante de lo siniestro.
En segundo lugar, es preciso mencionar el tema del doble o del
otro yo como fuente de lo siniestro trabajada por O. Rank. Para él
el doble fue primitivamente una medida de seguridad contra de
destrucción del yo, una representación del narcisismo primitivo
frente a la omnipotencia de la muerte. A cuenta de este protonar-
cisismo Freud evalúa posible que “adquiera nuevos contenidos en
las fases ulteriores de la evolución del yo” en la cual “se desarrolla
paulatinamente una instancia particular que se opone al resto del yo,
que sirve a la auto-observación y a la autocrítica, que cumple la fun-
ción de censura psíquica, y que nuestra consciencia conoce como cons66
ciencia”.116 Lo que me interesa destacar aquí, es que lo que en realidad se teme no es el doble, el otro yo, sino la incerteza o inquietud
que genera el figurarnos la muerte -a la que el doble responde-, de
la que dimos cuenta entre las cuestiones con las que se vincula lo siniestro como alteración temporal. Esto ha sido tratado ampliamen-
te en el primer apartado, así que no nos detendremos más en ello.
A modo de cierre quisiera destacar que frente a tanta hostili-
dad imperante, debemos conservar como un sano ejercicio del cuerpo y el espíritu la inquietud intelectual que nos fue dada desde
muy pequeños. Como Amos Oz, creo que la curiosidad posee una
dimensión ética y que la capacidad de imaginar al otro es un modo de inmunizarnos contra el fanatismo; esa capacidad y deseo no sólo
nos convierte en personas más humanas sino también en mejores
amantes. El problema del hombre actual no acaba en que utiliza el lenguaje como un muro entre guetos que mientras más se desco-
nocen y más se odian, sino que además es incapaz de imaginar los
temores y esperanzas de quienes están detrás de ese muro. Y peor
aún, empiezo a creer que mucho han perdido el interés, que su cu-
riosidad ha caducado y que el mal de nuestro tiempo es la falta del
deseo más entrañable, ese deseo que a menudo llamamos voluntad
y que se ve sosegado por el mal de nuestro tiempo: el ruido constante al que nos referiremos en el tercer y último apartado.
67
68
P E R S P E CT IV A
ARTÍSTICA
El hablante y su decir En la actualidad somos partícipes de un decir compulsivo: todos
debemos opinar de todo; hay que expresarse, ya no como una ne-
cesidad, sino más bien como un deber. Este grosero hincapié en la expresión llega incluso a la intimación para el desvelamiento de aquello que se prefiere callar, como si se adivinara la perversión de
lo oculto o -sencillamente- se temiera la incerteza frente a aquello que se oculta. El constante fluyo de información al que estamos ex-
puestos se presenta como una amenaza frente a la cual el hombre
no puede más que evadirse. Hemos llegado a un punto en el que la
capacidad discursiva del hombre, su posibilidad de expresión, se ha vuelto un tormento. Y esto no es una cuestión menor, puesto que
si algo anda mal en el lenguaje eso no es más que un síntoma de lo que le sucede al hombre. ¿Por qué? Porque en lugar de animal ra-
cional, debería ser considerado hablante, y si queremos dar cuenta
de qué es el silencio para el hombre, antes debemos entender en qué consiste tal condición.
Si analizamos el lenguaje desde teorías cognitivistas de las que
Nietzsche constituye un importante antecedente, encontraremos
que -como dijimos en el primer apartado- la metáfora no es un mero
adorno u ornamento del lenguaje, sino que está vinculada a la forma en la que el hombre conoce el mundo. Como vimos en el pri-
mer apartado, según el Centro de Estudios poéticos de la Universidad de Lieja en Bélgica, el medio visual, siete veces más potente 71
que el oído, permite encaminar una cantidad impresionante de información que debe ser considerablemente simplificada antes de
llegar a eso que se llamamos conciencia. Este trabajo de reducción es realizado por los procesadores sensoriales que seleccionan frag-
mentos de lo percibido y lo combinan con información proveniente
de la memoria. Reducir el «espesor del presente» o transformar lo
continuo en discontinuo no es otra cosa que metaforizar y metoni-
mizar para hablar de aquellos fenómenos naturales que nos exce-
den y sólo entonces se hacen comprensibles para nosotros. La
metáfora se construye mediante la superposición de dos dominios,
uno desconocido y otro conocido que nos permite asimilar el ante-
rior. Por medio de la misma relación de semejanza, desarrollamos
un nuevo lenguaje apoyándonos en lenguajes ya aprendidos. Por
ejemplo, para la composición de imágenes el cine se apoya en la fo-
tografía y ésta a su vez en la pintura; por su parte, la música se apoya en la oralidad y en la escritura.
¿Qué sucede con la metonimia? La metonimia es una figura que
se crea a partir de una relación de contigüidad o cercanía. Un caso
muy claro de metonimia es el de la sinécdoque que puede definirse
como la parte por el todo: las velas por los barcos, la pluma por el
escritor, Borges por la obra de Borges, o el elíptico relato de un día
en la vida una persona normal en lugar de la abarrotada narración de Funes el memorioso. Pero lo metonímico es mucho más que la
parte por el todo, lo metonímico es el conjunto de relaciones que
hacen posible ese todo. ¿Cuál es su valor cognitivo? En el orden metonímico, la percepción humana se organiza mediante aquello que
el fenomenólogo francés Maurice Merleau Ponty ha denominado 72
estructura punto-horizonte. Merleau Ponty afirma que nuestra per-
cepción termina en los objetos, puesto que estos, una vez constituidos, se presentan como la razón de todas las experiencias que de
él hemos tenido o que podremos tener, por eso Merleau Ponte dice
que el horizonte es aquello que asegura la identidad del objeto en el curso de la exploración, es el correlato de la potencia próxima que conserva mi mirada sobre los objetos que acabo de recorrer y que tiene ya los nuevos detalles que va a descubrir. ¿Qué quiere
decir esto? Yo puedo ver una casa desde distintos ángulos -dice
Merleau Ponty-, pero la casa no es ninguna de estas apariciones sino el término sin perspectiva del que se pueden derivar las demás, “es
la casa vista desde ninguna parte”117. A su vez, yo puedo ver la casa manteniéndola al margen del campo visual o fijando mi mirada en
ella; cuando esto último ocurre, cuando fijo mi mirada en un frag-
mento del paisaje, normalmente éste se anima y se despliega y los
objetos restantes se van al margen, se adormecen, pero no dejan de estar ahí.118
Lo que acabamos de decir de la perspectiva espacial, podría-
mos decirlo también de la perspectiva temporal. Si observo la casa
atentamente -expresa el fenomenólogo francés- tiene un aire de
eternidad. Sin duda que la veo desde un determinado punto de mi duración, pero es la misma casa que veía ayer un día menos vieja.
Tiene su edad y sus cambios, pero inclusive si mañana se derrumbara, será verdadero para siempre que hoy ha sido… Todo mo-
mento del tiempo invoca como testimonios todos los demás.119 Si
esto último no fuese así seríamos incapaces de percibir una melodía
en lugar de notas aisladas y les sería imposible a nuestros padres 73
reconocer en nosotros aquellos gestos que traemos desde niño y
que tanta ternura les provoca. De esta manera, por medio del orden
metafórico y del orden metonímico puedo acceder a una unidad
perceptual, o en otros términos: puedo percibir formas, tridimen-
sionales, y no elementos dispersos. ¿Por qué el hombre percibe for-
mas y por qué tridimensionales? Porque él mismo es una forma que posee volumen.
El silencio en el arte El hombre siente que el mundo le habla, que nada escapa a la
potencialidad discursiva: todo es susceptible de ser leído como dis-
curso. Y con discurso no me refiero sólo a una exposición oral… dis-
curso es esta silla, la arquitectura de este edificio, mi forma de
vestir, mi forma de expresarme, etc.… todo dice. Imagínense que, en medio del panorama del decir compulsivo que planteábamos al
principio, que potencialmente todo pueda ser leído como un dis-
curso convierte la existencia contemporánea en un tormento. En
esta situación, el silencio será entendido como una pausa discur-
siva, o tránsito durante el cual el hablante estará como ausente; por su hincapié en la falta a esta concepción la denominaremos valora-
ción negativa del silencio. Un caso de esta valoración es la de la te-
oría musical tradicional que define al silencio como ausencia de
sonido. Esto quizá contribuya al hecho de que los estudiantes recién iniciados en el estudio de la música, al solfear, salteen las figu74
ras que representan los silencios ubicando en su lugar las figuras de las notas musicales siguientes. Pero da de pensar que más que a la rápida incorporación de la definición teórica, este fenómeno se
debe a que el estudiante -como todos nosotros- vive a ritmo acele-
rado y es víctima de un decir compulsivo que lo lleva a no respeta las pausas discursivas necesarias y a fijar su atención en la figura de la nota siguiente, como si, en lugar de interpretar, atropellara el dis-
curso. Dentro de esta concepción del silencio, el transe es enten-
dido como un estado de ausencia del hablante. Por ejemplo: Una persona llega a su casa luego de un día laboral agotador, enciende
el televisor y mira cualquier cosa que casi no requiera atención.
¿Para qué? Para propiciar este tipo de transe. En alguna oportuni-
dad habrán encontrado a alguien viendo la tele durante largo
tiempo, le habrán preguntado de qué trata lo que está viendo y la persona no habrá sabido contestar. A menudo, esto se debe a que
la gente utiliza la televisión -o la internet- para ausentarse suspendiendo por un momento las imágenes mentales que lo agobian, lo
cual explicaría gran parte de la programación para televisión y para radio.120
Decíamos que este silencio puede definirse como pausa dis-
cursiva; como si en una obra de teatro los personajes dejasen la es-
cena sin que se cierre el telón, sin que las luces del escenario se
apaguen. Este silencio es blanco, no se vincula a la oscuridad sino a la luz constante, y en ese sentido es ruido, un ruido a partir del cual me ausento. Como si se interrumpiese la transmisión televisiva su-
cediéndose un ruido blanco frente al cual, en lugar de apagar la te-
levisión, me evado. Dado que hoy todo es griterío, imagen de colo75
lores chillones, o simplemente información y más información, no necesito que a la programación le siga un ruido blanco, sino que ya
estoy en presencia de un ruido general frente al cual suspendo, por un momento, las imágenes tediosas -televisivas, radiales, internáu-
ticas y personales-, acallando durante esa ausencia mi ansiedad (an-
siedad que volverá más intensamente aún luego de potenciarse con
placeres rápidos e insustanciales).
Esto comenzó a llamarme la atención no sólo en el fenómeno
televisivo, sino también en las obras del arte contemporáneo ac-
tual. Podría decirse que el arte contemporáneo tiene su origen en los postimpresionistas, particularmente en una de las dos escuelas
expresionistas: la escuela El jinete azul, de la que podemos tomar como ícono a Vasili Kandinsky. Leyendo un escrito suyo titulado De
lo espiritual en el arte, encuentro que, al habla de los colores, Kandinsky se detiene en el blanco para afirmar: “…el blanco actúa sobre
el alma como un gran y absoluto silencio. Interiormente suena como
un no-sonido equiparable a aquellas pausas musicales que sólo inte-
rrumpen temporalmente el curso de una frase o de un contenido, sin constituir el cierre definitivo de un proceso.”121 Vemos entonces que
lo planteado por Kandinsky consuena con la valoración negativa del
silencio antes expuesta. Kandinsky publicó el citado escrito en 1911, un año después de su Primera acuarela abstracta, creación considerada como la obra que inaugura la pintura abstracta, en la que prima un blanco puro no encontrado en las obras impresionistas.
Al afirmar que en los impresionistas no encontramos blanco
puro, estamos diciendo que el uso actual del lenguaje no siempre
fue entendido del mismo modo. Hubo una época en la que el silen76
cio era figurado como una mezcla entre el negro y el siena tostado,
como la oscuridad, como la noche en la que nada puede ser dicho sino -a lo sumo- susurrado. No estoy hablando de períodos prehis-
tóricos sino de la pintura barroca -lo que en primera instancia suena
muy irónico pues la idea heredada del clasicismo que se tiene del
Barroco es la de un arte recargado-. En obras como Judit y Holofer-
nes de Caravaggio, Vieja friendo huevos de Velázquez o en el famoso
autorretrato del viejo Rembrandt, podemos ver que las figuras
nacen de la penumbra. Con el claroscuro, Rembrandt, y sobre todo
Caravaggio, se aseguran un silencio que les permite decir el objeto
con los más mínimos detalles. Esta especie de hiperrealismo en
nada se compara con el hiperrealismo actual en donde todo está
expuesto generando a menudo la asfixia del espectador. Más allá
de sus particularidades, los tres pintores barrocos subordinan a un
todo las formas nacidas de la oscuridad. Esto no ocurre tanto en sus obras más comerciales, sino que en ellas encontramos figuras
más estilizadas y luminosas, con un carácter mucho más simbólico.
Tomemos por ejemplo a Felipe IV a caballo, un cuadro que poco y
nada tiene que ver con Velázquez; en esta obra la luz ilumina gene-
rosamente una imagen ridícula, ingenua y recargada en la que un
Felipe IV extremadamente pálido monta un caballo retacón que pa-
reciesen simbolizar la opulencia de la sangre azul. Algo semejante
ocurre con el autorretrato realizado por Rembrandt en su época de mayor éxito comercial.
Que las figuras nazcan de la penumbra tiene que ver con lo que
llamaremos valoración positiva del silencio. El esteta italiano Franco
Berardi define al silencio como la condición de posibilidad de la pa77
labra; es decir: el silencio es la condición sin la cual nada puede ser
dicho, o mejor aún: para que algo pueda ser dicho necesitamos si-
lenciar un resto. Esto ya lo vimos con lo planteado por Merleau
Ponty en la estructura punto-horizonte: para que algo sea percibido
de forma puntual debemos fijar la mirada en el objeto dejando un resto al margen del campo visual. Afirmar que para que algo pueda
ser dicho necesitamos silenciar un resto, es afirmar que la palabra
nace del silencio. Pedir la palabra, ese acto entendido como una cuestión de respeto al otro, es también respeto a uno mismo,
puesto que si hablo encima del otro, ni su discurso ni el mío serán escuchados. Dentro de la valoración positiva del silencio, el transe
ya no será comprendido como una ausencia sino como un estado de
atención flotante en el que el hablante está presente pero no fija su precepción en algún objeto particular. Esto se vincula íntimamente
con prácticas Zen como el tiro con arco, los arreglos florales (ike-
bana), o el simple barrido de la casa… actividades de bajo nivel de
tención psíquica que nos sumergen en estados perceptuales rela-
jados, silenciosos, de los que brota un flujo de imágenes continuas como sucede en las situaciones de ensueño que tanto alegraban a
los surrealistas: estados de sutil equilibrio entre el sueño y la vigilia,
entre lo inconsciente y lo consciente; flujo a partir del cual, de un instante a otro, como una flor que se abre, puede nacer lo maravi-
lloso trayendo consigo un tesoro del que se prefiere guardar silencio a fin de que no pierda su estado de gracia, o, que de ser dicho,
quiere ser poesía. Es entonces cuando comprendemos lo afirmado
por Michel Foucault en El orden del discurso: el deseo quiere guar-
dar silencio. Si el deseo quiere guardar silencio es porque sabe que 78
la palabra es un medio insuficiente que al instituirse mata la densi-
dad de lo percibido, destruyendo el estado de gracia de lo místico que la palabra no llega a asir.
¿Cómo pasamos de esta valoración positiva del silencio, apre-
ciable en muchas de las obras pictóricas del Barroco, a la actual apoteosis de la valoración negativa? Para comprender la razón de este
cambio gradual, debemos volver sobre la condición humana del ha-
blante que es, primordialmente, un intérprete fotosensible. Como decíamos al principio, la naturaleza nace como el día y a la luz se
sostiene para mostrarse, no obstante su deleite es ocultarse en la noche cerrada recelosa de toda fisonomía. Esto funda y restablece
el misterio que desvela al hablante. Pero ¿qué sucedería si el deseo
de conocer aquello que se esconde se conjugara con una preten-
sión de dominar y lo llevara a evitar la noche, a acabar con la oscu-
ridad, con la penumbra en la que anida el misterio? Con el período
pictórico clasicista, del cual Nicolás Poussin es ícono, comienza a
desplazarse el silencio y la subordinación al todo -apreciados en el Barroco- para volver la obra más luminosa y estática, recargada y
delimitada por los límites de la figura. Esta tendencia llega hasta al-
gunas creaciones del Romantiscismo, período en el cual pintores
como William Turner comenzarán a preludiar el arte impresionista.
Tanto el arte pictórico Impresionista como el Postimpresionista
son susceptibles de ser entendidos como disímiles peticiones de silencio. Durante el Impresionismo, la naturaleza, ese todo que no
necesita ser nombrado, es ubicado en el lienzo como un todo flu-
yente, múltiple, rico en su mixtura policromática. A esta indeterminación de la naturaleza se suman retratos de figuración ambigua: 79
ese balbuceo de la imagen es la forma de ser silenciosa del Impresionismo.
Apuntes sobre el impresionismo Cuanto más viejo me hago más cuenta me doy de que hay que trabajar mucho para reproducir lo que busco: lo instantáneo. La influencia de la atmósfera sobre las cosas y la luz esparcida por todas partes. Claude Monet, 1891.
El impresionismo es la corriente estética de fines del 1800 cuyos
pilares calarán hondo en las tendencias rupturistas del siglo conti-
guo. A menudo se considera como su obra fundacional la creación Impresión sol naciente de Claude Monet. Inspirado en el nombre
de esta obra Louis Leroy tituló su crítica Exhibición de los impre-
sionistas bautizando al nuevo movimiento sin darse cuenta. Pun-
tualmente sobre esta obra escribió: “Impresión… no me cabe duda.
Me decía a mí mismo que, como estaba impresionado, debía haber al-
guna impresión allí… y ¡qué libertad, qué fácil artesanía! El empape-
lado en su estado más embrionario tiene más terminación que este
paisaje marino.” Si comparamos las obras de Caspar David Friedrich, pintor de la corriente romántica imperante, y las nuevas creaciones
de artistas como Édouard Manet, Henri de Toulouse-Lautrec, Pie-
rre-Auguste Renoir -entre muchos otros-, daremos cuenta del por 80
qué de la sensación experimentada por Leroy. En el trabajo impre-
sionista encontraremos un hincapié en lo revelado por la luz, en la escena delicada que ésta provoca a nuestros ojos, ya no en figuraciones fijas. Sólo en las últimas pinturas del período, en las que se
inspirarán las estéticas que la suceden, comienzan a destacarse pro-
gresivamente los límites. En el caso de Paul Cézanne percibiremos
una gradual geometrización de la figura, lo que nos recuerda su sen-
tencia: Todo en la naturaleza está modelado según la esfera, el cilin-
dro y el cono. Para apreciar lo dicho basta con ver la serie titulada Los jugadores de naipes. Otras creaciones como Las grandes bañistas
de 1906 lo ubican entre los fundadores de la Escuela Fauvista cuyo
máximo exponente será Henry Matisse. Lujo, calma y voluptuosi-
dad, obra matisseana de 1904 considerada manifiesto de la co-
rriente, se expuso junto a creaciones semejantes en el Salón de Otoño de París de 1905 al que asistió el crítico de arte Louis Vaux-
celles, quien al ver una estatua del célebre Donatello rodeada de
pinturas del nuevo estilo dijo que se trataba de Donatello entre las
fieras; de allí que el vocablo francés fauve (fiera) a partir de entonces se vinculase con esta estética.
En las obras fauvistas podemos apreciar la acentuación de dos
leyes esenciales para los impresionistas: la ley del contraste cromá-
tico y la ley de los colores complementarios. Según la primera, todo color es relativo a los tonos que le rodean; esto permite, por un
lado, reconocer una figura a pesar de que sus límites no se en-
cuentren muy definidos y, por otro, pintar pinceladas de colores puros -inexistentes hasta mediados del siglo XIX- y que éstas for-
men colores complejos con las tonalidades que les rodean. En las 81
obras puntillistas de Georges Pierre Seurat podemos estimar tanto un uso extremo de esta ley del contraste cromático como de lo que
posteriormente la Gestalt denominará pregnancia y proximidad. En cuanto a la segunda, la ley de los colores complementarios plante-
ada por Isaac Newton, establece la existencia de tres colores pri-
marios -amarillo, rojo y azul- y tres colores secundarios -naranja, violeta y verde- obtenidos a partir de la mezcla de dos primarios.
Asimismo, Newton destaca que cada color secundario neutraliza al
color primario que no participó de su creación; estos colores, ubi-
cados en puntos opuestos del círculo cromático, son llamados colores complementarios. ¿De qué modo aplicaron los impresionistas
esta ley? Allí donde convencionalmente se pintaba con colores más
oscuros para la creación de sombras, ellos utilizaron colores fríos o
desaturados -azules o complementarios-; y donde se empleaban co-
lores claros para las luces, ellos recurrieron a colores cálidos o sa-
turados. Los fauvistas aplicarán estas leyes de un modo más radical,
con una paleta más intensa y contrastes pronunciados a partir del choque entre colores complementarios.
A la par del Fauvismo se desarrolló un movimiento estético de
duración semejante: el Cubismo, que también tomó su nombre de
una reseña de Vauxcelles en la que el crítico habló de peculiares
cubos para denostar la exposición de noviembre 1908 realizada por
Georges Braque, luego de lo cual se refirió a algunos pintores in-
fluenciados por Cézanne calificándolos de geómetras ignorantes que
reducían el paisaje y el cuerpo humano a insípidos cubos. De su in-
fluencia en el cubismo no cabe duda alguna si uno contempla su pintura de 1891 bautizada Madame Cézanne en el invernadero. 82
El expresionismo y su petición de intimidad Como destaca Arnold Hauser, al apreciar el impresionismo nos
encontramos por primera vez con algo comparable a las pinturas
más antiguas que ha conocido el hombre: las del artista paleolítico,
ese capaz de ver matices delicados que nosotros sólo podemos
descubrir con ayuda de complicados instrumentos.122 Como el re-
torno de una elección, al período naturalista le sucede uno más abs-
tracto durante el cual el hombre vuelve la mirada sobre sí mismo. Comenzaremos a analizar el movimiento Expresionista del que to-
maremos como íconos a dos artistas coetáneos: Edvard Munch (1863-1944) y Vasili Kandinsky (1866-1944); a partir de ellos se fundarán dos escuelas disímiles y en muchos puntos opuestas: las es-
cuelas El Jinete Azul y El puente. Como dijimos, tanto el impresionismo como el postimpresionismo pueden ser entendidos como una
petición de silencio, puntualmente para el Expresionismo esa petición de silencio será petición de intimidad.
En su escrito De lo espiritual en el arte, Kandinsky define al ar-
tista del momento como «un hombre que lo sabe dibujar y pintar todo»123, y a cuya muestra artística le corresponde la siguiente si-
tuación: “La muchedumbre camina por las salas y encuentran las pin-
turas bonitas o grandiosas. El hombre que podría decir algo no ha dicho nada, y el que podría escuchar no ha oído nada.”124 “Los ex-
pertos admiran la factura (así como se contempla a un equilibrista), y gozan la pintura (como se goza una empanada)”125. Kandinsky re83
prochará lo que él llama eliminación de los sonidos internos o dis-
persión de las fuerzas del artista en la nada, y -como gran parte de los
postimpresionistas- hará responsable de esta situación a la pintura
clásica y a aquella que entienden como su culminación: la pintura impresionista. El postimpresionismo, más precisamente el Expre-
sionismo pasará de la traducción pictórica de sensaciones visuales
percibidas por la inocencia del ojo -propia de los impresionistas- a la
traducción pictórica de sentimientos espontáneos producto de un mirar con el ojo del espíritu. Dicho pasaje puede ser entendido como una petición de intimidad en el sentido de que el artista deja de
mirar su entorno para mirarse a sí mismo. Esto adquiere un signifi-
cado histórico particular si tomamos en cuenta que el expresionismo se ubica en un período de entre guerras, pero este giro en la
mirada del artista tiene que ver no sólo con la lógica explosiva de la guerra sino también con un decir excesivo y nihilista del que Kan-
dinsky da cuenta en su escrito: “Todos se lamentan de la excesiva competencia y la excesiva producción. Odio, partidismo, camarillas,
intrigas y celos son los resultados de este arte materialista al que se ha robado su sentido”.126
Sin embargo, a los expresionistas no les quedarán muchas más
alternativas que ser parte de ese decir excesivo. La intimidad que
buscan no es ya la del artista del paleolítico -que pintaba bisontes en
el interior de las cavernas con el único objetivo de anticipar el hecho que invocaba: la caza del animal-; el expresionista no pretende dejar
de ser visto. Por una lógica excéntrica imperante, el mirarse a sí mismo será exponerse a sí mismo, ubicando en el centro de la es-
cena aquello que considera lo más íntimo de sí: su alma. Edvard 84
Munch dirá que él estudia el alma humana así como Da Vinci estu-
dió la anatomía humana diseccionando cuerpos. Su producción pic-
tórica tratará sobre la soledad, la angustia, la enfermedad, la
muerte y el erotismo. Su obra más famosa es una especie de tributo
a esa angustia cuya causa reúsa ser nombrada y se hace visible en una de las expresiones sin palabras: el grito.
Munch se angustia y descarga esa angustia colmada de ansie-
dad en un grito. Pero hay algo mucho más interesante de descubrir
en la tan famosa obra y es que Munch grita al atravesar un puente.
Como sabrán, una de las características fundamentales del postimpresionismo tiene que ver con un uso simbólico del color inapreciable en la obra impresionista. Pero con el cruce del puente
comenzamos a darnos cuenta de que el valor simbólico de la obra no sólo está en el color, sino en el motivo, y este simbolismo no
tiene que ver con los ideales luminosos de los románticos, sino con
motivos mucho más oscuros y abrumadores. Es porque el motivo
resulta tan abrumador para el artista que éste debe despojarse de
lo adormecido en el horizonte para ubicar el objeto fijado en la es-
cena; como si en la composición de un bodegón debiera uno tirar todo lo ubicado sobre una mesa para colocar en ella una res con la que se carga desde hace tiempo y que resulta insoportablemente
pesada y apestosa. Munch dice sobre su obra El grito: «Paseaba por
un sendero con dos amigos -el sol se puso- de repente el cielo se tiñó
de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de can-
sancio -sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad- mis amigos continuaron y yo me quedé quieto,
temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la na85
turaleza...». Todo esto se volverá más claro cuando sus seguidores, pertenecientes a la segunda generación expresionista, en 1905 bau-
ticen a su escuela El Puente evocando una frase que Nietzsche ex-
pone en Así habló Zarathustra-: “El hombre es una cuerda tendida
entre la bestia y el Superhombre; una cuerda sobre un abismo”127.
Con ello, por boca del profeta, el filósofo define al hombre como
un vínculo entre la animalidad y un superador ir más allá: un «santo
decir sí» a la vida y a lo que la acrecienta. Que el hombre sea un puente128 implica tanto el salto cualitativo que separa a la bestia
del superhombre, como también su íntima relación: el superhombre
no reniega de la bestia pues en sus instintos animales halla las po-
tencias que noblemente afilará en su voluntad con la vitalidad de
un cuerpo fuerte que exuda alegría. Agrega Nietzsche algo luego tomado por los expresionistas de El Puente: para los hombres “que
ansían pasar a lo otra orilla”129, para esos grandes despreciadores de
lo viene de arriba y no es un rayo: de la moral heredada y de su ni-
hilismo pasivo, para ellos “su cabeza no es sino las entrañas de su corazón”130, de su querer, de su volición. Asimismo, que la grandeza
humana indicada por Nietzsche se halle en ser “un puente y no una meta”, en ser “un tránsito y un ocaso”,131 señala la gracia de su fini-
tud, la liviandad que debe encontrarse en su creación, en el arte in-
tuitivo y en la ciencia jovial (arte y ciencia: las dos praxis desarrolladas por el hombre para conocer lo existente), despojadas ambas de valores absolutos que olviden con un mundo ideal el
mundo contingente. Los artistas reunidos en El Puente entienden
que el paso a la otra orilla implica la ruptura con el arte académico
y con todas las inhibiciones morales de una época en su ocaso; por 86
lo tanto, pretenderán desencadenar las potencias liberadoras de su naturaleza instintiva, esa que encuentran tanto en la obra de
Munch como en la de Matisse -quienes, sin embargo, declinarán la invitación a sumarse al grupo-.
La abstracción lírica y su profundidad ideal ¿Qué ocurre con Kandinsky y la escuela El jinete azul? El mismo
año en que publica De lo espiritual en el arte (1911), Kandinsky funda, junto a Franz Marc, la escuela expresionista El jinete azul, nombre
tomado de una de sus obra de 1907. Así como en el caso de El
puente, el haber bautizado a la escuela “El jinete azul” guarda un
particular hincapié simbólico. Esto tiene que ver, por un lado, con que -si bien participa del decir excesivo- Kandinsky guardará una pretensión más intimista o de movimiento concéntrico frente al excentricismo de Munch, Matisse y Cezanne. Este movimiento apa-
rece vinculado al color azul: Kandinsky dice que si pintamos un círculo de color amarillo y otro de color azul, podremos percibir que
mientras el amarillo irradia fuerza, adquiriendo un movimiento desde su centro que lo aproxima al espectador, el azul, por el contrario, desarrolla un movimiento concéntrico (como un caracol que
se introduce en su concha) que lo aleja del espectador; el primer círculo incide sobre la vista, el segundo la absorbe.132 Este movi-
miento tiene que ver con un desprecio de Kandinsky por lo material
y contingente, por los sentimientos que desgarran el alma de 87
Munch, de Matisse, y de sus seguidores. Cree que es una tentación superficial del artista la de pintar cuadros evocando sentimientos
«burdos» como el miedo, la alegría, la tristeza, etc.133; un cuadro
como La alegría de vivir de Henry Matisse para Kandinsky es una es-
tupidez. Este desprecio por lo material podemos encontrarlo ya en las primeras páginas de su obra De lo espiritual en el arte, donde,
vinculado al abismo humano antes expuesto, puede leerse: “Nues-
tro espíritu, que después de una larga etapa materialista se halla aún en los inicios de su despertar, posee gérmenes de desesperación, ca-
rente de fe, falto de meta y de sentido. (…) Nuestro espíritu tiene una
grieta, que cuando se logra tocar, produce el sonido de un fino jarrón
quebrado, hallado en el fondo de la tierra. Por eso, la inclinación a lo
primitivo, como la que hoy tenemos abiertamente tomada en préstamo, será de corta vigencia.”134 Con inclinación a lo primitivo Kan-
dinsky se refiere a una abstracción cercana al arte neolítico, y
pareciese estar indicando que los artistas de este período percibieron algo oculto en las profundidades bajo la materialidad de la tie-
rra. Esto me recuerda a la profundidad ideal criticada por Nietzsche, esa búsqueda pura e interior de la verdad a la que se hace referen-
cia en el Fedón cuando Sócrates plantea que aquel que pretenda al-
canzar «la realidad de las cosas» debe hacerlo empleando “el
pensamiento en sí mismo, en toda su pureza”, sin servirse de sus sentidos y liberado en todo lo posible de su cuerpo.135 Sócrates mani-
fiesta que el alma se halla impedida de entrar en posesión de la
sabiduría mientras comercie con ese gran perturbador que es el
cuerpo.136 Kandinsky no puede afirmar esto porque es artista; po-
dría decir -como Platón- que el verdadero poeta es el filósofo que 88
ejerce la profundidad ideal, pero esto traería consigo el abandono
del quehacer material del artista. Quisiera agregar que la abstrac-
ción lírica de Kandinsky me recuerda a Sócrates sobre el final de su vida reconociendo que hubiese deseado bailar más y convenciéndose a sí mismo de que su danza fue su apática filosofía.
Hablamos del porqué del Azul, pero no del porqué del Jinete.
En la misma obra Kandinsky afirma que: la vida espiritual en la que
también se halla el arte y de la que el arte es uno de sus más fuertes agentes, es “un movimiento complejo traducible a términos sim-
ples: conduce hacia adelante y hacia arriba. Este movimiento es el conocimiento. (…) Cuando se ha superado otro escollo del camino,
una mano perversa e invisible arroja nuevas piedras que parecen bo-
rrar por completo el camino por el que se andaba. Entonces aparece
un hombre parecido en todo a nosotros, pero que tiene dentro de sí
una fuerza visionaria y misteriosa. Él observa y enseña. Por momentos
desea liberarse de ese don superior que a menudo es una pesada cruz.
Pero no puede. A pesar de las burlas y los odios, lleva hacia adelante
y hacia arriba el pesado y reacio carro de la Humanidad que se detiene entre las piedras.”137 El jinete sería aquel que haciendo uso de los
medios materiales -que bien podríamos figurarnos en los caballos-
lleva a la Humanidad hacia la concreción de un ideal. El artista sería entonces una suerte de Cristo que viene a entregarse para redimirnos y salvar la Humanidad. Y, por si nos queda alguna duda de la di-
mensión celestial a la que aspira el artista ruso, permítanme leerle
el remate de este primer apartado: “…cuando no queda ya nada de
su ser físico en la tierra, se usan todos los materiales para reprodu-
cirlo ya sea en mármol, hierro, bronce o piedra. Como si representara 89
algo el cuerpo de estos servidores del hombre, mártires casi divinos,
que despreciaron lo físico y sólo valoraron el espíritu.”138
Que el arte tenga como finalidad el conocimiento como algo
depurado de lo material nos conduce a dos cuestiones. En primer lugar, a aquello ya planteado por Hauser en relación al artista del neolítico: el artista no pinta lo que ve sino lo que conoce, no pretende
pintar la complejidad percibida sino una reducida simplificación. Como vimos al principio, el artista conoce simplificando lo que per-
cibe y equiparándolo con lo ya conocido; tal es el hincapié puesto en el conocimiento que el hablante olvida y hasta desprecia la percepción que lo origina. En segundo lugar, la finalidad racionalista
del arte nos conduce a una relación entre saber y poder expresar presente en la famosa sentencia socrática criticada por Nietzsche
de la que dimos cuenta en el primer apartado: «La sabiduría consiste
en el saber, y no se sabe nada que no se pueda expresar y de lo que no se pueda convencer a otro»139. Esta racionalización, que tiene más
que ver con el crítico y el curador que con el artista, acentúa el hin-
capié en el decir excesivo que reprocha, puesto que desestima la actitud silenciosa frente a la maravilla. Esto nos sitúa en una para-
doja, pues el postimpresionista abstrae también como adaptación a un medio congestionado de discursos.
A lo largo de la historia, el hablante simplificará la imagen de
forma progresiva, pasando de visión óptica y orgánica a una teó-
rica y sintética por medio de la ruptura de la unidad perceptual po-
sibilitada por la estructura punto-horizonte. El artista comenzará a verse a sí mismo como un objeto desligado de un horizonte: ya no
adormecerá un resto, sino que en un giro economicista lo despla90
zará fuera de la escena. Ya no evocará la profundidad de las formas
tridimencionales por él percibidas, sino que se contentará con figuraciones planas. Esto trae aparejada la fragmentación de la percepción en el hombre moderno apuntada por Nietzsche: a partir de
esta ruptura para percibir obras complejas como una ópera el hom-
bre necesitará escuchar la música por un lado y por otro ver su teatralización.
Hablar y no decir nada Existe una cuestión más sobre la abstracción artística nacida del
desprecio por lo físico: es a partir de esa desvinculación con lo con-
creto, con lo material, que la palabra comienza a asemejarse al ruido en el que vivimos actualmente, a razón de lo apuntado al principio: a medida que aumentamos la volatilización de lo percibido, más
confusa volvemos su relación con lo real, más nos alejamos de lo
que es; y es allí donde la palabra pierde su sentido de ser expre-
sando el nihilismo que -irónicamente- Kandinsky desprecia. En su
texto el artista ruso dice: “La palabra es un sonido interno que surge
parcial, o quizá esencialmente, del objeto al cual designa. Cuando no aparece el objeto y sólo se oye su nombre, surge en la mente la imagen abstracta, el objeto desmaterializado, que inmediatamente des-
pierta una vibración en el corazón. (…) La repetición continua de una palabra (…) hace que ésta pierda su sentido. (…) El puro sonido de
la palabra en consonancia con el objeto abstracto, actúa directamente 91
sobre la mente, produciendo una vibración sin objeto más compleja,
yo diría más trascendente, que la conmoción provocada por el sonido de una campana, de una cuerda, etc.”140
A modo de reflexión sobre este juicio de Kandinsky, y para ce-
rrar, diré que el lenguaje es un medio inapropiado que no alcanza a aprehender lo que nombra; decirle a la serpiente serpiente porque
serpentea no la distingue de un gusano o de una lombriz, dice más
de quien la ha nombrado que de lo que ella es. Con esto se rela-
ciona la afirmación de Lacan el significante en cuanto tal no significa nada: con damas puede referirme a una señora en la audiencia, a
una ficha de ajedrez, a un sanitario público, etc. Esto que podemos
figurarnos como una mera limitación humana, funda su máxima potencialidad: al ser incapaz de nombrar de forma acabada, el ha-
blante podrá referirse de diversas formas a lo nombrado, así como
con un mismo nombre puede nombrar distintas cosas; desde esta
perspectiva, la falta es superabundancia, potencialidad poética. Pero, llevado al límite, que el significante en cuanto tal no signifi-
que nada no es riqueza sino pobreza, es convertir la palabra en sin-
sentido, hablar y no decir nada, es ruido, es la palabra como pura sensualidad, es el lenguaje propio del decir compulsivo que hoy nos
atormenta dejándonos abúlicos.
92
S U P L E M E NT O S
El homo mensura en Protágoras de Abdera En su tratado Sobre el ser, el célebre sofista heracliteano Pro-
tágoras de Abdera sostiene que el único ser posible es uno en cons-
tante cambio pues la realidad es plural y móvil. Teniendo en cuenta
la fluidez del objeto de conocimiento y del sujeto que conoce, y la decidida transformación que ambos ejercen sobre la sensación -
única forma de conocimiento por él admitida-, nada podrá ser en-
tendido como inmutable, universal y necesario en el campo
cognoscitivo. En la percepción del ser (de la materia), a diferentes
disposiciones de los sujetos cognoscentes se le corresponderán di-
versas representaciones del objeto apreciado. A razón de ello,
Sexto Empírico sostiene que para Protágoras el hombre es medida
o norma de todas las cosas -entendiendo por éstas lo real-: «de lo
que es en cuanto es, y de lo que no es en cuanto que no es», en palabras del sofista141. La materia es fluyente y al fluir las adiciones com-
pensan las pérdidas; así también, las sensaciones cambian con la edad y demás disposiciones del cuerpo. Para Protágoras, el funda-
mento de todo fenómeno oscuro e inaprehensible subyace en la
materia, de manera que ésta de expresa a los hombres así como es
en sí misma; que estos la perciban bajo una u otra representación dependerá de sus diferencias particulares y sociales -pues los sig-
nos lingüísticos no quedan a merced de cada hombre individual sino que es la colectividad la que construye y mide el lenguaje-.142 95
Sexto empírico también manifiesta que, para algunos, Protá-
goras de Abdera es uno de los filósofos que suprimieron el criterio de verdad, pues, según el sofista, todas las representaciones u opiniones son verdaderas y la verdad es relativa. De esta manera, el
sofista introduce el relativismo al admitir sólo lo fenoménico-subjetivo. En propósito de esto, en el Teetetos de Platón, Protágoras
dice: “Sobre lo justo y lo injusto, lo santo y lo no santo, estoy dis-
puesto a sostener con toda firmeza que, por natural, no hay nada que
lo sea esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que
se hace verdadero cuando se formula y todo el tiempo que dura ese parecer.”143 La valoración de Platón sobre tal relativismo pretende
ser demoledora; con esa intensión, en el diálogo antes citado, le
hace decir a Sócrates que lo sorprende que Protágoras, al principio
de su verdad no haya dicho “que la medida de todas las cosas es el cerdo o cualquier otro ser entre lo que tienen sensaciones, pues así
habría demostrado que le admiraban como a un dios por su sabiduría, pero que en cuanto a inteligencia no era superior a un renacuajo y
mucho menos a otro hombre.”144
Según Diógenes Laercio, Protágoras fue el primero en decir que
son posibles dos tesis contrarias entre sí sobre cualquier tema.145
Esta teoría traería consigo la complicación en la que han de reparar Demócrito y Platón, y más tarde Sexto Empírico: si toda representación es verdadera, también lo será que ninguna lo es, y “por tanto,
será falso que toda representación es verdadera”.146 Sin embargo,
al enunciar su principio de contradicción, el sofista señaló que la
misma sólo puede tener lugar al afirmar y negar en simultaneidad
y bajo la misma relación, siendo ésta multiforme o acorde con la 96
la pluralidad de polis existente. ¿Qué quiere decir esto? Tomando el
ejemplo dado por José Barrios Gutiérrez, prologador y compilador de sus Fragmentos y testimonios, para Protágoras sería insosteni-
ble afirmar que «el culto a Ateneas es laudable» y que «el culto a Ate-
neas no es laudable» en relación a la polis ateniense, no así si se
mantuviera el primer juicio en relación a la polis ateniense y el se-
gundo en relación a la polis persa. Para el griego, la contradicción existe pero su ámbito sienta tan extenso como acotado por el carácter multiforme de las relaciones establecidas.147
Por último, el sofista explica el origen de la ciencia y de las artes
partiendo de aquel mito según el cual, tras moldear las especies mortales en el seno de la tierra, los dioses ordenaron a Prometeo y
Epimeteo que le distribuyesen adecuadamente sus cualidades. Epi-
meteo pidió a Prometeo que le permitiese hacer tal distribución, y
una vez hecha la supervisaría; éste accedió. Distribuidas las cualidades equilibradamente para que ninguna especie pudiese ser ani-
quilada, Epimeteo descubrió que había dejado carenciada de ellas
a la especie humana. Al enterarse del problema, apurado por ase-
gurarle un medio de conservación al hombre, Prometeo se decidió
a robarle a Atenea el secreto de las artes y a Hefaistos el del fuego -que haría posible la adquisición de las primeras- y se los entregó a
los hombres que, de este modo, contaron con lo necesario para su vida.148 Coherente con el mito, Protágoras plantea que las activi-
dades científicas y artísticas son realizadas por el hombre para
hacer frente a las necesidades de su existencia. De esta manera abandona la tesis de la Edad de Oro que le será tan afín a Rousseau,
según la cual en el comienzo de los tiempos el hombre habría go97
zado de un estado paradisíaco de necesidades cubiertas. A su vez,
desde un pesimismo antropológico que lo convertirá en precursor
de la famosa sentencia de Thomas Hobbes «el hombre es lobo del hombre», Protágoras sostiene que la educación debe ser conside-
rada como el necesario proceso de socialización que llevará a la es-
pecie humana a alcanzar la virtud y la responsabilidad, las cuales
adquirirán un carácter más jovial y contingente con la moral circunstancial propuesta por el otro gran sofista: Gorgias de Leontini.
La incomunicabilidad en Gorgias de Leontini Contemporáneo de Sócrates y de Protágoras, el pensamiento
de Gorgias constituye, junto al del segundo, la gran aportación so-
fística al pensamiento humano. Como es sabido, su planteo onto-
lógico gira en torno a tres tesis: a) Nada existe; b) si algo existiera sería incognoscible; c) si algo existiera y fuese cognoscible, sería in-
comunicable. Es de suponer la discordia interpretativa que ha de
haber sembrado tales juicios, mas aquí nos detendremos única-
mente en la lectura tradicionalmente admitida, con raíces en la valoración realizado por Sexto Empírico: «Gorgias de Leontini formó
parte del grupo de los que negaron la existencia de un criterio de verdad».149
Para José Barrios Gutiérrez, Gorgias habría pretendido negar la
existencia de un ser único, eterno e inmutable -puntualmente afín 98
a la interpretación platónica de la filosofía eleática-, no así lo fenoménico, manteniendo la realidad de la apariencia y no la realidad
del ser. Por lo tanto, para el sofista, «ser» y «verdad» serían pala-
bras dotadas de un sentido inmanente al sujeto de conocimiento, plural en su estructura perceptual y singular en su individualidad.
De allí que hayan interpretado la filosofía del sofista de Leontini como un relativismo psicológico, y que también, al pretender expli-
car la incomunicabilidad del pensamiento, él dijese: “Y, si lo mismo
pudiera estar en más de un sujeto, nada obliga a que se les represente
como semejante, dado que no son ellos semejantes de un modo total
y que no tienen las mismas características. Pues, si tuvieran las mismas
características, serían un solo sujeto y no dos. / Además, un solo sujeto
no se nos muestra teniendo sensaciones semejantes al mismo tiempo,
sino que las del oído son distintas de las de la vista, y por otra parte
las sensaciones son diferentes en el presente y en el pasado. En con-
secuencia, difícilmente un sujeto tendría sensaciones idénticas a las
de otro diferente. Por tanto, nada existe; y si existiera, no sería cog-
noscible; y si fuera cognoscible, nadie podría comunicarlo a otro, ya que las cosas no son las palabras y que nadie puede pensar lo mismo
que otro.”150
Veamos las argumentaciones de Gorgias a las tres tesis apun-
tadas por Barrios Gutiérrez:
a) Nada existe. Para el sofista, la existencia del no ente es con-
tradictoria pues existiría según se lo ha establecido y no existiría en tanto no ente. Gorgias considera que el ente tampoco existe: de existir debería estar cualificado por alguna determinación entre tér-
minos contrarios -eterno o generado, por ejemplo- ya que un ente 99
sin determinación alguna se identificaría con la nada. Pero el ente
no puede ser eterno porque entonces carecería de principio, siendo
temporal y espacialmente infinito. Dado que como contenido ex-
cedería cualquier continente, lo infinito no está en ningún lugar y,
por ende, no existe. Además, de haber sido generado, debería haber partido de un término a quo teniendo que ser éste el ente o el no ente; sin embargo, si lo ente generase el ente no sería gene-
rado sino eterno, y lo no ente no puede generar nada porque no existe. Por último, para Gorgias es absurdo pensar que el ente sea
generado y eterno al mismo tiempo, pues sus predicados simultáneos violarían el principio de contradicción.151
Sin embargo, para esta ensayista la contradicción no sería tal si
se pensara desde un razonamiento paradójico, más afín a una ló-
gica oriental, dentro del cual el ser sería a la vez incólume y fluyente, tratándose de dos estados simultáneos, disonantes y convergen-
tes en su composición del ser. Sin ánimo de detenerme en este jui-
cio merecedor de un tratado, me apresuraré a presentar la
argumentación de la segunda tesis de sofista de Leontini, apun-
tando antes que para él es inadmisible pensar la conjunta presencia del ente y el no ente puesto que se identificarían en la existencia.
b) Si algo existiera sería incognoscible. Si lo pensado no existe,
lo existente no puede ser pensado; razón por la cual, suponiendo que algo existiera, sería impensable y, por lo tanto, incognoscible.
c) Si algo existiera y fuera cognoscible, sería incomunicable. El
hombre posee un medio de comunicación inadecuado, pues, como
dijimos, la palabra es algo muy distinto a lo que es. Dicha inadecua-
ción se hace visible tanto para el comunicante, que no encuentra 100
en la palabra un medio apto para transmitir sus estados de con-
ciencia, como para el comunicado, pues al recibirla ésta no genera
en él los mismos estados que se pretendían comunicar debido a la heterogeneidad humana o, en otras palabra, a la diversidad de in-
dividuos nunca semejantes de un modo total -pues de serlo serían un solo sujeto y no varios-.152 Sin embargo, si Gorgias se dedicó a la
actividad docente y oratoria fue porque, a pesar de ser inadecuada,
la palabra es el único medio que brindó la naturaleza al hombre para
relacionarse con los demás, y, posiblemente, en esa imperfección pudo hallar el fundamento de su pasión por la retórica y la gramática, deviniendo el desperfecto en algo sumamente enriquecedor.
101
102
C IT A S
1 FOUCAULT, Michel; “Nietzsche-Freud-Marx”; trad.Carlos Rincón; Revista Eco n° 113/5; Bogotá; 1969; p. 45. 2 Ibíd.; p. 43. 3 Ibíd.; p. 44. 4 Ibíd.; p. 43. 5 Ibíd.; p. 42. 6 Ibíd.; p. 38-39. 7 Nuestro modo general de entender la ciencia. 8 Afirma Heidegger: “…al subsistir la lucha entre el ser y la apariencia, los griegos combatieron por el ser del ente, llevando al ente a la constancia y al estado de desocultamiento: los dioses y el Estado, el templo y la tragedia, los juegos y la filosofía. Pero hicieron todo esto en medio de la apariencia, rodeados por ella; pero también la tomaban en serio, pues conocían su poder. Sólo en la sofística y en Platón la apariencia fue explicada como mera apariencia y con ello disminuida.” (HEIDEGGER, Martin; “Ser y apariencia” en Introducción a la metafísica; Ed. Nova; Bs. As.; 1966; p. 143). 9 Dice Heidegger: “La naturaleza será interpelada para que se muestre como una objetividad calculable (Kant).” (HEIDEGGER, Martin; “Lenguaje de tradición y lenguaje técnico”; Revista Artefacto; Bs. As.; 1996; p. 16). 10 HEIDEGGER, Martin; “Lenguaje de tradición y lenguaje técnico”; Revista Artefacto; Bs. As.; 1996; p. 13. 11 Ibíd.; p. 15. 12 ESTIÚ, Emilio, en HEIDEGGER, Martin; “El problema metafísico en Heidegger”; Introducción a la metafísica; Ed. Nova; Bs. As.; 1966; p. 25. 13 PLATÓN; Crátilo; versión digital en http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital; p. 66. 14 Ibíd.; p. 67. 15 Ibíd.; p. 86. 16 Ibíd.; p. 90. 17 HEIDEGGER, Martin; “La pregunta fundamental”; Introducción a la metafísica; Nova; Bs. As.; 1966; p. 53. 18 Ibíd. 19 Ibíd.; p. 38-39.
20 FREUD, Sigmund; Introducción al narcisismo; versión digital en www.philosophia.cl; Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.; p. 2. 21 PARMÉNIDES, Poema del ser, frag. 1. 22 HEIDEGGER, Martin; “La pregunta fundamental”; Introducción a la metafísica; Ed. Nova; Bs. As.; 1966; p. 41. 23 NIETZSCHE, Friedrich; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral; versión digital en www.philosophia.cl; Escuela de Filosofía Universidad ARCIS; p. 5. 24 Ibíd. 25 Ibíd. 26 Ídem cit. 68; p. 4. 27 HEIDEGGER, Martin; “Lenguaje de tradición y lenguaje técnico”; Revista Artefacto; Bs. As.; 1996; p. 17. 28 Ibíd. 29 Ibíd.; p. 18. 30 NIETZSCHE, Friedrich; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral; versión digital en www.philosophia.cl; Esc. de Filosofía Univ. ARCIS; p. 3. 31 Ibíd.; p. 4. 32 Que, por un bloqueo psíquico producido por su trastorno disociativo, encuentra paralizada alguna parte de su cuerpo. 33 Que mantiene conexión con la realidad, pero presenta la necesidad de desarrollar conductas repetitivas con objeto de disminuir su estrés por un alto nivel de ansiedad. 34 FREUD, Sigmund; Introducción al narcisismo; versión digital en www.philosophia.cl; Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.; p. 3. 35 PLATÓN; Fedón; Ed. Andrómeda Ed.; Bs. As.; 2004; p. 312. 36 Ibíd. 37 Ibíd., p. 317. 38 Ibíd., p. 319. 39 NIETZSCHE, Friedrich; “El problema de Sócrates”; El crepúsculo de los ídolos; Ed. Edaf; Madrid; 2006; p. 56. 40 PLATÓN; Fedón; Ed. Andrómeda; Bs. As.; 2004; p. 313. 41 FREUD, Sigmund; “Fetichismo”; Obras completas; Vol. 21 (1927-31); Amorrortu ed.; Bs. As.; p. 149.
42 PLATÓN; Fedón; Ed. Andrómeda Ed.; Bs. As.; 2004; p. 318. 43 NIETZSCHE, Friedrich; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral; versión digital en www.philosophia.cl /; Esc. de Filosofía Univ. ARCIS; p. 1. 44 FREUD, Sigmund; “Fetichismo”; Obras completas; Vol. 21 (1927-31); Amorrortu ed.; Bs. As.; p. 149. 45 Ídem cit. 88; p. 8. 46 NIETZSCHE, Friedrich; “Moral como contranatura”; El crepúsculo de los ídolos; Ed. Edaf; Madrid; 2006; pp. 68-69. 47 La concepción de deleite o placer presentada en este ensayo es la de los cireneos, seguidores de Aristipo, a quien Diógenes Laercio dedica varias páginas en su Vida de los más ilustres filósofos griegos. Para los cireneos existen dos pasiones: el deleite o «movimiento suave» y el dolor o «movimiento áspero»; todos los animales apetecen el primero y huyen del último. Según Laercio, en el libro De las sectas Panecio afirma que por deleite entienden el corporal y lo hacen último fin del hombre. Éste no el fin último epicúreo, consistente en la constitución del cuerpo mismo y la carencia del dolor que nos remueve de todas las turbaciones. Para los seguidores de Aristipo, el fin se diferencia de la vida feliz, pues el fin es un deleite particular y la vida feliz es un agregado de deleites particulares pasados y futuros; además, mientras los deleites particulares se apetecen por sí mismos, la vida feliz se apetece por deleites particulares. Por último, destacaré que los cireneos “no tienen por deleite la privación de dolor como Epicuro, ni tienen por dolor la privación del deleite”, sino que “ambas pasiones estriban en el movimiento”; la privación del dolor y la privación del deleite no son movimiento sino un estado como el de quien duerme. (LAERCIO, Diógenes; “Aristipo”; Vidas de los más ilustres filósofos griegos; Vol. I; Hyspamerica Ed.; Bs. As.; 1985; pp. 99-100). 48 FREUD, Sigmund; “Fetichismo”; Obras completas; Vol. 21 (1927-31); Amorrortu.; Bs. As.; p. 149. 49 Ibíd.; p. 147. 50 Ibíd.; p. 149. 51 Ibíd.; p. 150. 52 Ibíd.
53 Ibíd.; p. 152. 54 PLATÓN; Fedón; Ed. Andrómeda Ed.; Bs. As.; 2004;p. 319. 55 Ibíd.; p. 318. 56 BATAILLE, Georges; “La noción de gasto”; La parte maldita; Icaria Antrazyt; Bs. As.; 1987; p. 33. 57 HEIDEGGER, Martin; “Ser y apariencia” en Introducción a la metafísica; Ed. Nova; Bs. As.; 1966; p. 142. 58 Ibíd.; p. 143. 59 Ibíd. 60 Ibíd. 61 NIETZSCHE, Friedrich; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral; versión digital en www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS; p. 4. 62 Ibíd.; p. 4-5. 63 Latín, sig. tomar una cosa por otra. 64 MARX, Karl; “El fetichismo de la mercancía y su secreto”; El Capital; vol. I (Ed. varias); p. 88. 65 Ibíd.; p. 89. 66 Ibíd. 67 Ibíd. 68 Ibíd.; p. 88-89. 69 NIETZSCHE, Friedrich; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral; versión digital en www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS; p. 5. 70 Ibíd. 71 MARX, Karl; “El fetichismo de la mercancía y su secreto”; El Capital; vol. I (Ed. varias); p. 90-91. 72 ENGELS, Friedrich; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana; versión digital http://www.marxists.org/espanol/me/1880s/feuer/4.htm. 73 Ibíd. 74 HEIDEGGER, Martin; “La pregunta fundamental”; Introducción a la metafísica; Nova; Bs. As.; 1966; pp. 54-55. 75 Verdad ontológica o verdad del ser como “el estado-de-no-oculto del ser, o estado-de-desvelado.” (CARPIO, Adolfo; “Verdad óntica y ver-
dad ontológica”, en “Cap. XVI: Ser y existencia. Heidegger” de Principios de filosofía, Ed. Glauco; Bs. As.; 2004; p. 479). 76 Verdad del ente o verdad óntica como “el estado-de-no-oculto del ente, o estado-de-descubierto.” (Ibíd.). 77 CARPIO, Adolfo; “Los principios ontológico”, en “Cap. I: Los problemas de la filosofía” de Principios de filosofía, Ed. Glauco; Bs. As.; 2004; p. 1. 78 FOUCAULT, Michel; “Introducción”; Arqueología del saber; Siglo XXI; México; 1970; p. 21. 79 ROSS, Davis; “Retrospección”; en Teoría de las Ideas de Platón; Ed. Cátedra; Madrid; 1986; p. 266. 80 PLATÓN; Parménides; 132 d 1-3. 81 Ídem cit. 124; p. 146. 82 Ibíd.; p. 277-278. 83 Al hablar del logos Heidegger suscita la palabra latina legere que se corresponde con el vocablo alemán lesen, por él definido como poner una cosa al lado de otra, reunir y destacar una cosa de la otra. (Ver p. 161 del capítulo “Ser y pensar” en la Introducción a la metafísica). 84 Siguiendo a Heidegger, “En la teología helenística y en el Nuevo Testamento, gloria Dei, la gloria de Dios.” (HEIDEGGER, Martin; “Ser y apariencia”; Introducción a la metafísica; Ed. Nova; Bs. As.; 1966; p. 140). 85 GRUPO m; Tratado del signo visual; Ed. Signo e imagen; p. 54. 86 Ibíd. 87 Ver Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. 88 NIETZSCHE, Friedrich; “Ensayo de autocrítica”; El origen de la tragedia; Caronte; Bs.As.; 2005; p. 11-12. 89 DELEUZE, Gilles; “Pintar las fuerzas. Tres estudios para un autorretrato, 1972”; Revista Los Inrockuptibles; n° desc.; p. 50. 90 NIETZSCHE, Friedrich; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral; versión digital en www.philosophia.cl; Esc. de Filosofía Univ. ARCIS; p. 6. 91 NIETZSCHE, Friedrich; “Sócrates y la tragedia”; El origen de la tragedia; Caronte; Bs. As.; 2005; p. 161. 92 Ibíd.; p. 163. 93 Ídem cit. 135; p. 7. 94 Ibíd.; p. 10.
95 Ibíd. 96 BATAILLE, Georges; La conjuración sagrada. Ensayos 1929-39; 1970. 97 KANT, Immanuel; “Prólogo de la primera edición”; Crítica de la razón pura; Libertador Ed.; Bs. As.; 2004; p. 8. 98 HEIDEGGER, Martin; “La pregunta fundamental”; Introducción a la metafísica; Ed. Nova; Bs. As.; 1966; p. 45. 99 Estas dos interpretaciones de la relación naturaleza-cultura se condicen con las interpretaciones del quehacer del hombre tratadas en este ensayo. 100 HEIDEGGER, Martin; “La pregunta fundamental”; Introducción a la metafísica; Nova; Bs. As.; 1966; p. 53. 101 ROUSSEAU, Jacques; Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres; versión digital en http://www.opiniondigital.es/pdf/Discurso.pdf; pp. 16-17. 102 Praxis inútil por antonomasia según expone Heidegger en Lenguaje de tradición y lenguaje técnico. 103 Ídem cit. 31; p. 17. 104 Ibíd.; p. 18. 105 Se refiere a los instintos de la lucha y el goce del triunfo, cuya coloración ética bajo los conceptos de Discordia y Envidia tanto nos separa del mundo griego. Para Nietzsche «...cuanto más grande y elevado es un griego, más luminosa es en él la ardiente llama de la ambición y aquel instinto de rivalidad que siente contra todo el que recorre su mismo camino.» Ilustrativamente, el filósofo afirma: «Si queremos contemplar este sentimiento (…) en su manifestación más ingenua (…) recordemos el sentido primitivo del ostracismo (…) [en] las palabras de los efesios con motivo del destierro de Hermodoro. “Entre nosotros ninguno ha de ser el mejor; si alguno lo es, que lo sea en otra parte y entre otras gentes.” ¿Y por qué no ha de ser nadie el mejor? Porque entonces la lucha se acabaría y desaparecería la suprema razón de ser del Estado helénico. Ulteriormente el ostracismo adquirió otra significación respecto de la lucha: se echó mano del ostracismo cuando se temió que alguno de los grandes jefes políticos que tomaban parte en la lucha, en el fragor de ésta se sintiera tentado de emplear medios perjudiciales y perturbadores, peligrosos para el Estado. El sentido originario de esta
singular institución no es el de válvula, sino el de estimulante; se desterraba a los que sobresalían para que se restablecieran los resortes de la lucha; es ésta una idea que se opone a nuestro exclusivismo del genio en el sentido moderno, pero que parte del supuesto de que en el orden natural de las cosas siempre hay varios genios, que se estimulan recíprocamente, aunque se mantengan dentro de los límites de la masa. Esta es la esencia de la idea helénica de la lucha: aborrece la hegemonía de uno solo y teme sus peligros; quiere allegar, como medio de protección contra el genio, un segundo genio.» -Friedrich Nietzsche, Certamen homérico. 106 NIETZSCHE, Friedrich; “Certamen Homérico”; Cinco prefacios para cinco libros no-escritos; versión digital en www.nietzscheana.com.ar 107 PLATÓN; La República; pp. 63-66 108 Ibíd.; p. 69. 109 HALL, Stuart; “¿Quién necesita identidad?”; Cuestiones de identidad cultural; Amorrortu; 2003. 110 De la mentada frase nacional y popular, fíjese que siempre se nombra lo nacional y luego lo popular. 111 FREUD, Sigmund; “CIX. Lo siniestro” (1919); Sigmund Freud: Obras Completas; Librodot.com (versión electrónica); pp. 1-2. 112 Ibíd.; p. 3. 113 Ídem. 114 Ibíd.; p. 4. 115 Ibíd.; p. 7. 116 Ibíd.; p. 8. 117 MERLEAU PONTY, Maurice; Fenomenología de la percepción; versión digital de filosinsentido.files.wordpress.com; p. 87. 118 Ibíd.; p. 88. 119 Ibíd.; p. 89. 120 Ver Arte, ¿ritual o espectáculo? 121 KANDINSKY, Vassily; De lo espiritual en el arte; Ed. Premia; México; 1989; p. 73. 122 HAUSER, Arnold; “Paleolítico”; Historia social de la literatura y el arte I; Ed. Debolsillo; Barcelona; 2012; p. 14.
123 KANDINSKY, Vassily; De lo espiritual en el arte; Ed. Premia; México; 1989; p. 11. 124 Ibíd.; p. 12. 125 Ibíd.; p. 11. 126 Ibíd.; p. 12. 127 NIETZSCHE, Friedrich; “Prólogo de Zarathustra”; Así habló Zarathustra; RBA Coleccionables; Barcelona; 2002; p. 8. 128 Ibíd. 129 Ibíd. 130 Ibíd.; p. 9. 131 Ibíd. 132 KANDINSKY, Vassily; De lo espiritual en el arte; Ed. Premia; México; 1989; p. 66. 133 Ibíd.; p. 9. 134 Ibíd.; p. 8-9. 135 PLATÓN; Fedón; Ed. Andrómeda Ed.; Bs. As.; 2004; p. 317. 136 Ibíd.; p. 317. 137 KANDINSKY, Vassily; De lo espiritual en el arte; Ed. Premia; México; 1989; p. 13-14. 138 Ibíd.; p.14 139 NIETZSCHE, Friedrich; “Sócrates y la tragedia”; El origen de la tragedia; Caronte; Bs. As.; 2005; p. 161. 140 KANDINSKY, Vassily; De lo espiritual en el arte; Ed. Premia; México; 1989; p. 29-30. 141 SEXT., Hipot., pirron., I, 216 y sigs. (En BARRIOS GUTIÉRREZ, José; “Homo mensura”; PROTÁGORAS Y GORGIAS. Fragmentos y testimonios; Ediciones Orbis S.A.; Bs. As.; 1984; p. 51.). 142 BARRIOS GUTIÉRREZ, José; “Introducción” a Protágoras; PROTÁGORAS Y GORGIAS; Ed. Orbis; Bs. As.; 1984; p. 27. 143 BARRIOS GUTIÉRREZ, José; “Homo mensura”; PROTÁGORAS Y GORGIAS; Ed. Orbis; Bs. As.; 1984; p. 54. 144 PLAT., Teetet., 161 C. 145 DIÓG., IX, 51. 146 SEXT., Contra matemát., VII, 389. (Ibíd.; p. 60).
147 BARRIOS GUTIÉRREZ, José; “Introducción” a Protágoras; PROTÁGORAS Y GORGIAS; Ed. Orbis; Bs. As.; 1984; p. 25. 148 PLAT., Protág., 320 C y sigs. (Mito de Protágoras). 149 BARRIOS GUTIÉRREZ, José; “Introducción” a Gorgias; PROTÁGORAS Y GORGIAS; Ed. Orbis; Bs. As.; 1984; pp. 112. 150 Ibíd.; pp. 113-114. 151 Ibíd.; pp. 114-115. 152 Ibíd.; p. 117.
Organizada en tres ensayos que se corresponden con una mirada filosófica, otra antropológica, y por último una artística, la obra propone estudiar de qué manera y por qué tiene lugar en nuestra cultura la interpretación platónica del quehacer del hombre y cuál es el valor de la -por ella malogradatradición presocrática poética.