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CUANDO BORGES VEÍA

Ahora es el tiempo de mi tiempo.

En el cielo pasa un tris de luz fulminante que va plateándose en la oscuridad, esta incógnita atraviesa el todo, luego se pierde en el mismo universo, quedándose ante mis ojos nítida la luna inmensa y me quedo en el aire de otro tiempo, indefinido.

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La tarde cae.

Se desnudan, en lo oscuro detrás de la escalera donde nadie los ve, Jorge Luis se revuelve como entre luces y Ella, suelta perfumes en su voz sensual, tocando todo, destripando los ires y venires del viento. El, disuelve sus manos tibias firmes en ella. Ella, suspira desperezándose al amor pasional, estallan las horas de secretos relojes, él suspira y juntos distorsionan sus cuerpos atornillándose el uno en el

Enrique González Arias

Vías del universo. Cuentos

otro y quedan abrazados en silencio con dulzura, extasiados. Exhaustos, tendidos a los lados, mirándose mientras la luna se mete a través de las cortinasporlosembatesdelosairesque vienen desde la cocina.

Se oyen pasos que van por el camino del jardín entre las flores, llegan a la puerta de la casa con ímpetu, se siente girar el pestillo y se abre silenciosamente. Se percibe el aire de la cocina que se echa en las narices, en la ropa, es como un perfume de naranja agria.

La mujer que entró da dos pasos en la sala y deja su cartera de luces sobre la mesita de entrada.

Jorge Luis, ¿dónde estás? gritó en demanda sonando a marcialidad.

Aquí madre aparece un joven ante Doña Leonor, bajando la escalera alfombrada desde la habitación donde se acaba de bañar disolviendo los rastros de una muy bella tarde de amor.

En las calles suenan los cláxones, avispando el aire hay voces amontonadas con palabras que destartalan de lunfardo los objetos, la música de un bandoneón, un guitarra cachafaz y todos correteando ilusiones por la vida.

El día se fue.

Enelcielonocturno,muynegroseveun arco voltaico tan luminoso como un sol, elmismotrisquevi.JorgeLuis,saliendo de la casa con rapidez llega a la vereda, levanta su mirada también descubriendoesa luz maravillosa queva traspasando los tiempos y se estrella en el universo infinito que como siempre va llevándose las toscas memorias de fertilizantes ideas que desprendemos en el mirar los seres vivos curiosos, tan humanos que nocomprendemosquees, de donde vienen y quisiéramos saber que y como son.

En Jorge Luis salta el poeta

Enrique González Arias

Vías del universo. Cuentos

—Un verso a vos Luna mía, un verso de felicidad, de cada instante que me ves, y te veo vida mía, en esa centella de plata va mi corazón por la gran vía … dice en voz alta, observando ahora la luna inmensa, calla y camina perdiéndose en la noche bajo la luz de los candiles amarillentos.

La Luna se persigna en el retrete de las bancas, él poeta se levanta y ve los mustios soles, como se acongojan al ver esa luz brillosa inconmensurable que pasa y se escapa al incierto: DÓNDE.

La calle está vacía, Jorge Luis camina hasta la cabina telefónica, cargando en su bolsillo interiordelsaco la libreta.En ella está escondido el número perfecto, disimulando fórmulas de letras con miles de garabatos descubiertos en Irlanda, es apenas legible a los legos y menos visible a los comunes mortales, es el secreto vivo de su corazón y la lleva siempre con él y escapa a los inquisidores ojos y controles de Doña Leonor.

Entra en la cabina, toma el tubo, lee los signos y disca los números, espera.

Hola amor…

—Porque me llamaste— oye la voz de ella— no debes llamarme nunca, es mi dirección equivocada en este mundodice con piadosa sentencia.

Hay silencio.

No puedes llamarme Jorge Luis dice la voz con esa pena de no querer decirlo.

El silencio es la congoja de un niño, tan real y abstracto que ni está en la habitación.

—No debes llamarme— repite la voz entre las paredes de ladrillos rojos rústicos.

—Quiero que tú vivas— las palabras salen de las mismas paredes.

Enrique González Arias

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Trato de identificar si es a mí a quién habla el tiempo ahora o si es a Jorge Luis, a quién dice que viva, siento como que me deja el tiempo, otra vez aquí a que siga.

Resuena la voz ajena al tiempo, a la presencia física y me dice:

—Quiero que sepas que te amo, con tal intensidad amor mío que no puedes ver el horizonte, porque siempre estás en cada molécula viva y muerta, no sé el porqué, pero la vida se me extingue y se reaviva a cada instante, llego, vivo, vives, muero y sigues, me sigues y te sigo en el tiempo.

El silencio casi se ve en la calle mustia, hay fotos de personajes en los andenes de las paradas del tren que ya no circulan en Montevideo, se van esfumando los nombres, parece que escapan, se van de mi mente, se me escurren, estoy sintiéndome fuera del tiempo real y me hago futuro.

—No pierdas el tiempo en buscarme, pero no lo pierdas a ese deseo de encontrarme, bien sabes como Jorge Luis, que apenas veas ese destello cuando el perigeo llega me encuentras, eres un ser que siempre me busca, me buscasycreoquepuedesenloquecerlos alrededores, cuéntale a Adolfo, él ya sabe, ve a por él antes que sea tarde.

Laspalabrasenelaire ocupancadasilla del café abierto para unos pocos noctámbulos, el ambiente está cubierto de silencios, mientras el café servido humeaysuaromafuerteamargoenerva los aires veo por la ventana el aire que lleva las hojas de otoño por el suelo.

Jorge Luis escapado de su madre se encuentra con su enamorada con plena ternura y sensualidad, sublimes, hasta frágiles de tanto amor, caminan por las calles, desviándose en las sendas ocultas que los llevan a la casa de las alturas encomiables.

Enrique González Arias

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Jorge Luis camina y camina, cruza las plazas que no ve y Ella va a su lado, hasta en el paso se percibe su felicidad.

Entran al hotel, apenas abrir la puerta de entrada dan con esos olores de los muchoscuerpossacudiéndoseunoscon otros en los cuartos, destilando en el aire ese fuego de luces y se mete en la piel de los que llegan de manera que todos se visten con pasión de amor.

Afuera la playa, rebelde oceánica y mágica, deja la arena amarilla oreando al cielo celeste y ella, tendida bajo la sombrilla.

—No fumes amor, no fumes.

Jorge Luis, déjame hacer, estamos en el día más importante de la vida, hoy es hoy amor, estamos.

Está bien amor entrelazan sus brazos y es un nidal de hebras infinitas de líquenes que se embrionan el uno en el otro, el ayer, el ahora y el mañana.

Enrique González Arias

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En la arena suena una música de bardo que se escabulle y siembra una bella sinfonía al paisaje de amor, oyéndose contra el mar la romanza feliz: “…Vuela esta canción, para ti Lucía…” en la voz de Serrat

El barco cruza ante ellos que ni se dan cuenta como les observan, es pleno invierno y están en la playa con esa sombrilla llamativamente colorada. Todo en la pareja enamorada que veo en lo etéreo, es ensueño muy lejos del mundo.

¿Jorge Luis dónde estás? ¡Dónde estás! — llama la madre gritando al circunspecto recinto de la casa de techos altos a lo que no responde voz alguna, ni las paredes, ella solloza...

Esfumándose la autoritaria voz:

Vuelve Jorge Luis, vuelve.

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