Cuaderno lector 2º nivel

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Cuaderno

Lector

Primer Ciclo Segundo Nivel

C.E.I.P. Nuestra Se単ora de la Candelaria


Índice El camello listo

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El asno y el hielo El tren de la bruja Los cazadores de ballenas Las uvas y el ¡ay! El mosquito desobediente Marisa El despertador ¿Por qué la cebra usa pijama? La visita de la Primavera Sara se pierde La liebre y la zanahoria Mi nuevo amigo El gigante egoísta El pequeño de la casa El renacer de la vida El zurrón que cantaba Soy tu amiga En la aldea no hay agua El peso de la nada Los príncipes del año Una bolsa mágica La paloma Mari Paz Los cien lobos El honrado leñador Las ranitas en la nata La niña sin palabras Lío en la clase de Ciencias

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El más listo La bruja pelona

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EL CAMELLO LISTO Cierta vez un hombre robó un camello. Al principio la gente no se dio cuenta del robo. Todos estaban durmiendo. El hombre cabalgó por el desierto encima del camello, pero en el desierto hacía mucho calor. El ladrón estaba muy cansado. Desplegó su tienda y se puso a la sombra. Entonces el camello se le ocurrió una idea. Se deslizó dentro de la tienda. El hombre se puso a gritar, tenía un miedo enorme. La tienda entera estaba ocupada por el camello y el hombre ya no podía salir, porque aquel gigantesco animal tapaba la salida. El ladrón estaba prisionero en su propia tienda y pataleaba y gritaba. Pero el camello le importaba todo un pito. Permaneció allí quieto como una montaña y esperó a que llegase la gente. Como todos estaban buscando al camello, oyeron desde lejos los gritos. Entonces llegaron, pegaron al ladrón y le echaron fuera. Al camello le dieron azúcar y todos lo felicitaron, porque era un camello muy listo.


EL ASNO Y EL HIELO Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos estaban helados. El asno, que estaba cansado, no se encontraba con ganas para caminar hasta el establo. -!Ea, aquí me quedo, ya no quiero andar más! - se dijo, dejándose caer al suelo. Un hambriento gorrioncillo fue a posarse cerca de su oreja y le dijo - Asno, buen amigo, ten cuidado, no estás en el camino, sino en un lago helado. -!Déjame, tengo sueño! Y, con un bostezo, se quedó dormido.

Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto, se rompió con un gran chasquido. El asno despertó al caer al agua y empezó a pedir socorro, pero nadie pudo ayudarlo. El gorrión quiso hacerlo, pero no pudo.


EL TREN

DE

LA BRUJA

Antes, cuando Rosa iba a la feria, nunca quería montar en el tren de la bruja: le daba miedo. Elegía siempre otras atracciones para no subir a aquel tren que se imaginaba lleno de peligros.

Pero todo cambió el verano en que vinieron de Francia sus tíos y su primo Richard, que es Ricardo en francés. Una tarde de agosto, su madre los llevó a la feria para que se divirtieran. Nada más llegar, su primo se fijó en el tren de la bruja y propuso que se montaran. - Mejor vamos a los coches de choque -dijo Rosa, procurando disimular el miedo. - ¡No! ¡Seguro que esta atracción es más divertida! -insistió Richard. Así que se pusieron en la cola y, al poco tiempo, se sentaron en un vagoncillo. Cuando el tren comenzó a moverse y vio que se metían en un túnel oscuro, notó que le temblaban las piernas. Entonces miró a su primo y, para su sorpresa, ¡él estaba mucho más asustado que ella! Tuvo que agarrarle de la mano cuando, en la primera vuelta, las brujas salieron de las sombras y les intentaron pegar con sus escobas. En la segunda vuelta, ya sabían los dos que no les iba a pasar nada, y en la tercera, se morían de risa. Desde aquel día, ya no les asusta a ninguno el tren de la bruja.


LOS CAZADORES DE

BALLENAS

Desde hace muchos años el hombre se ha dedicado a cazar ballenas para aprovechar su grasa. Antiguamente los balleneros después de buscarlas en los mares, se acercaban con sus embarcaciones y daban caza a estos enormes animales con sus arpones lanzados con fuerza. Hoy en día las ballenas se buscan con radar y los arpones son disparados con potentes cañones que alcanzan mayores distancias. Este tipo de caza ha supuesto casi la desaparición de las ballenas. Algunas especies de ballenas están casi al borde de la extinción; es decir, que si no se deja de perseguirlas y matarlas, desaparecerán para siempre de los mares. Afortunadamente muchos países han firmado unos acuerdos en los que se prohíbe su caza durante varios años para evitar su desaparición. Pero otros siguen aún matándolas.


LAS

UVAS Y EL ¡AY!

Había una vez un hombre que buscaba un criado, pero no encontraba ninguno a su gusto. Y enseguida los despedía a todos. Un buen día llamó a su puerta un muchacho pidiendo trabajo. - No creo que me sirvas. Eres demasiado pequeño. - Señor, mándame lo que quieras que por difícil que sea yo lo haré. - Ya que te empeñas, ve al mercado y compra dos kilos de uvas y un kilo de “ay”. El muchacho fue al mercado y compró las uvas, las colocó en una cesta y puso encima un tallo de rosal lleno de espinas. Tapó la cesta con un paño y volvió a casa. - ¿Has traído todo lo que te pedí? - Señor, meta la mano en la cesta y compruébelo usted mismo. - ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!... - Debajo del ¡ay! están las uvas, señor. Popular


EL MOSQUITO DESOBEDIENTE Había una vez un mosquito chiquitín llamado Mosqui, que quería ir al circo. Pero su madre no le dejaba. Siempre le decía lo mismo: -

El circo es muy peligroso, Mosqui…

El pobre Mosqui no entendía por qué su madre le decía eso. Los leones no atacan a los mosquitos. Los elefantes tampoco. Ni los monos. ¿Dónde estaba el peligro? Mosqui pensaba que su madre le engañaba, así que desobedeció y una tarde se fue al circo. Para ver bien el espectáculo, se puso a revolotear entre la gente. Los asientos estaban llenos de señoras, señores, niños, niñas… Todos fascinados, viendo a unos elefantes que se subían unos encima de otros, formando una torre de elefantes. -¡Qué maravilla! – dijo Mosqui- ¿Por qué dirá mamá que esto es peligroso? ¡Bobadas! Entonces salió a la pista un elefante chiquitín con las orejas muy grandes. Tan grandes, que podía volar con ellas. Y aleteando, subió, subió y subió, hasta encaramarse en aquella torre de elefantes. De pronto todo el público, entusiasmado, empezó a aplaudir. Cientos de manos aplaudiendo. De milagro no aplastaron al pobre Mosqui, que estaba allá en medio de toda esa gente. En medio de todas aquellas manos enormes, dando peligrosas palmadas. -¡Ay, que me aplastan! ¡Uy, que me aplastan!... ¡Cuánta razón tenías, mamá: el circo es muy peligroso para los mosquitos!


MARISA Marisa tiene fama de ser muy observadora e inteligente. Un día, sus amigos y amigas deciden ponerla a prueba. Van a visitarla y le llevan cuatro rosas; una de ellas es de plástico. Cuando le dan las rosas le piden que adivine, sin tocarlas, cuál es la rosa de plástico. Marisa pide a sus amigos que pongan las flores en un jarrón con agua y las saquen al jardín, donde su madre les ha preparado la merienda. Marisa no deja de observar las flores del jarrón. Una abeja se para en ellas para recoger el polen. Sus amigos están merendando y se han olvidado de las rosas; pero Marisa no. Al cabo de un rato, Marisa exclama: -¡Ya está! ¡Ya sé cuál es la rosa de plástico! Es ésta. Marisa lo ha acertado.

Texto extraído de los materiales del Centro de Orientación de Andújar


EL DESPERTADOR Doña Despistes abre los ojos, y desde la cama, ve el sol por la ventana. Hay mucha claridad. - ¡Qué raro! piensa y mira la hora en el reloj. Son las diez. - ¡Qué horror!, -exclama-. ¡Ayer no puse el despertador y me he quedado dormida! ¡Voy a llegar tarde al colegio!Corriendo se ducha, se viste y sale para ir al colegio. Doña Despistes se cruza con varios alumnos suyos: Patricia, Pablo, Sergio,... Todos van con sus padres y ninguno lleva mochila. Pero ella no se da cuenta de nada. Tampoco se da cuenta de que las tiendas están cerradas, ni que no hay coches en la calle, ni de que la gente anda sin prisa. Cuando llega al colegio, se encuentra la puerta cerrada y no se oye ni un ruido. De pronto unas campanas rompen el silencio. Sólo entonces se da cuenta de que hoy no hay clase, ¡hoy es domingo!.


¿POR QUÉ

LA CEBRA USA PIJAMA?

Tal vez te interese saber la razón por la que la cebra va siempre en pijama. En un principio, hace ya de esto muchos años, la cebra era un burro. Tenía un traje marrón, o gris, pero no recuerdo muy bien. Un día de verano se estaba bañando y había dejado su ropa en la orilla. Mientras se refrescaba, unos traviesos monitos pasaron por allí y se llevaron la ropa. ¡Qué apuros para el burro! Le daba vergüenza salir desnudo. Tuvo que esperar la noche para salir del agua sin que nadie le viera. Pero al fin, trotando entre la maleza, pudo llegar a su casa. Allí buscó y buscó entre los baúles y solamente encontró un pijama de rayas. Se lo puso muy decidido. Desde entonces el burro dejó de serlo y se convirtió en cebra. Ya no se atreve a quitarse el pijama por temor a que los traviesos monitos se lo lleven. Carlos Reviejo Cuentos del Arco Iris. Editorial Vicens-Vives


LA VISITA DE LA PRIMAVERA Había una vez una ciudad en donde no conocían las flores. En los floreros ponían alcachofas, puerros y hojas de perejil. Y nadie sabía distinguir una rosa de una berza. Todo esto sucedía porque la Primavera nunca había pasado por allí. Mientras tanto, doña Primavera se aburría en un castillo sin saber qué hacer. El pobre don Primavero siempre tenía que inventar juegos para entretener a su esposa. Y no podía hacer otra cosa en todo el día. Doña Primavera decía suspirando: - Primavero, ¿qué hago ahora? ¡Me aburro! Don Primavero sacó una gran bola del mundo y dijo: - Con lo despistada que eres, seguro que te has olvidado de pasar por alguna ciudad. Estuvieron repasando la bola durante mucho tiempo. De pronto, dijo don Primavero: -¡Aquí hay una ciudad en donde no te conocen!


Doña Primavera se vistió un manto hecho de pétalos de rosa y, en un vuelo, llegó a la ciudad. Toda la gente salía de sus casas para ver aquel manto tan hermoso. Y doña Primavera pregonaba su mercancía: -¡Hay flores para todos! ¡Ha llegado la Primavera! Doña Primavera tocaba los árboles y éstos, inmediatamente, florecían. A su paso brotaban los rosales, los geranios y los almendros en flor. Doña Primavera derramó flores por los campos, por los jardines, por las plazas. Y todos cantaron y bailaron cogidos de las manos.


SARA SE

PIERDE

Hace ya mucho tiempo, antes de que existieran las casas y las tiendas, vivía en Órgiva, cerca del río Guadalfeo, una niña que se llamaba Sara y tenía 7 años. La niña nunca se alejaba de su cueva. Pasaba mucho tiempo jugando y nadando sola en las aguas transparentes del río; unas veces cruzaba a la otra orilla para ver las flores blancas y amarillas que crecían entre la hierba verde; otras veces, se sumergía en la profundidad o se dejaba llevar corriente abajo; aunque su madre le había advertido que eso era muy peligroso. Sara nadaba muy bien, pero un día la fuerza del agua la arrastró río abajo. El agua estaba muy fría. No podía salir y ya estaba cansada de nadar. Por fin, vio un enorme tronco de árbol; se agarró muy fuerte y consiguió ganar la orilla. Empezó a mirar a todos lados, pero… ¡No sabía dónde estaba! ¡La corriente la había llevado muy lejos! Un poco asustada, comenzó a deshacer el trayecto, caminando entre la vegetación y sin alejarse del río para no perderse. El sol ya calentaba mucho y empezó a hacer calor. Sara estaba cansada, hambrienta y sucia. Después de mucho caminar, apareció ante sus ojos un paisaje que le era conocido: recordó los árboles, las flores y la llanura que veía todos los días.


Decidió, entonces, ir a la parte del río donde su familia mezclaba la ceniza con la grasa de los animales que cazaban para alimentarse y que formaba la espuma que tanto le gustaba y la dejaba tan limpia. Cuando terminó de asearse, salió corriendo al encuentro de su mamá que la esperaba con los brazos abiertos.


LA LIEBRE Y LA ZANAHORIA Los campos y las colinas estaban cubiertos de nieve alta y la liebre no tenía nada que comer. Buscando comida, la liebre encontró dos zanahorias amarillas, se comió una zanahoria y dijo: - Cae mucha nieve y el frío es duro. Seguro que el burrito no tiene nada que comer, le voy a llevar una zanahoria. Inmediatamente, la liebre fue en busca del burrito, pero no estaba; la liebre dejó la zanahoria en casa del burrito y se fue saltando. El burrito se había ido también en busca de comida. Encontró patatas y volvió contento a casa. Cuando abrió la puerta se encontró la zanahoria. - ¿De dónde vendrá esta zanahoria? Se preguntó el burrito. Entonces el burrito comió sus patatas y dijo: - Con este día que hace tanto frío, seguro que el pequeño ciervo no tiene nada para comer. Le llevaré esta bonita zanahoria. Y se fue en busca del ciervo. Pero el pequeño ciervo también se había marchado en busca de comida. Al cabo de un rato el pequeño ciervo volvió a casa con una col que había encontrado en el campo. Al abrir la puerta, vio una zanahoria, y el ciervo se preguntó: - ¿Quién me habrá traído esta zanahoria tan grande y rica? El pequeño ciervo venía con hambre, entonces se comió la col que había encontrado y pensó:


Yo ya he comido, con el campo cubierto de nieve seguro que la liebrecita no habrá salido en busca de comida, le regalaré esta hermosa zanahoria amarilla. Y rápidamente el pequeño ciervo se fue corriendo a casa de la liebrecita, pero se había hartado de comer y se había dormido. El pequeño ciervo no la quiso despertar y silenciosamente hizo rodar la zanahoria dentro de la casa. Cuando la liebrecita despertó, se frotó sus ojos asombrada: - ¡Otra vez está aquí la zanahoria! Durante un instante reflexionó y luego dijo: - ¡Seguro que un buen amigo me trajo esta zanahoria! Y entonces se la comió. ¡Estaba deliciosa!


MI

NUEVO

AMIGO

Daniel es un niño de cinco años. Hace poco tiempo que ha llegado a nuestro pueblo y va a ir por primera vez a su nueva escuela. Su papá y su mamá le han contado que su maestra se llama Teresa y que, en su clase, hay un montón de niños y niñas que tienen muchas ganas de conocerlo. Él también los quiere conocer, aunque siente un poco de miedo y algo de vergüenza. -¿Y si no les gusto? –pregunta Daniel a su mamá. -¡Claro que les vas a gustar! -responde la mamá-. Venga, ahora...¡A la cama!. Ya es hora de dormir. -Es que no tengo sueño, mamá –se queja Daniel. De pronto, un relámpago ilumina el dormitorio de Daniel y se escucha el fuerte ruido de un trueno. -¡Vaya, hay tormenta! –dice la mamá-. Tápate bien, no te vayas a enfriar. -Donde vivíamos antes –dice Daniel-, había sapos y ranas que cantaban anunciando las tormentas. ¡Pero aquí no hay sapos ni ranas! –protesta suavemente. Después su mamá le arropa, le da un beso y le desea buenas noches recordándole que al día siguiente deberá levantarse temprano para ir a la escuela. A la mañana siguiente, la calle está cubierta de charcos. Daniel se pone las botas para poder chapotear en ellos de camino a su nueva escuela.


Está muy contento, pero cuando llega a la puerta, siente tanta vergüenza que se esconde bajo el impermeable de su papá. -Vamos, Dani -le dice papá-. Es hora de que conozcas a tus nuevos amigos.

-¡No quiero! –protesta Daniel-. Tengo vergüenza... Y además, aquí no hay sapos ni ranas, y yo los echo mucho de menos. -Claro, cariño –le dice su mamá-, pero fíjate en tus botas: son ranitas. Y gracias a ellas tú has saltado para no caer en los charcos. ¡Como si fueras una verdadera rana! Daniel se ríe y al fin se despide de sus papás. Entra rápidamente en la escuela porque tiene muchas ganas de enseñar las botas a sus nuevos compañeros y compañeras. Teresa, su maestra, lo recibe con un beso y lo invita a sentarse con los demás niños. Silvia, muy sonriente, le dice: -Yo me llamo Silvia, y ellos son Pablo y Raquel. Y tú, ¿cómo te llamas? -Daniel. Pero si queréis, también podéis llamarme Dani, es más corto. -Teresa nos ha contado que has venido desde muy lejos, ¿es verdad? – pregunta Pablo. -¡Es verdad! Vine en avión desde el otro lado del mar. -¿Y qué lado del mar te gusta más? –le pregunta Raquel-. -Este lado me gusta... –dice Dani-, pero echo un poco de menos las ranas y los sapos que cantaban en mi ventana. Aquí no he visto ninguno. Entonces Teresa, la maestra, busca dentro de un gran baúl que hay en la clase y saca un muñeco. -¡Es un sapo! –dice Daniel muy contento.


-¡Croac, croac, croac! – contesta el sapito -. ¡Hola Dani, qué botas más bonitas llevas! ¿Quieres ser mi amigo?

EL

GIGANTE

EGOISTA

Todas las tardes, cuando salían de la escuela, los niños solían ir a jugar al jardín del Gigante. Era un hermoso e inmenso jardín, tapizado de hierba verde y suave. Aquí y allá, entre el césped, crecían flores brillantes como estrellas, y había doce albérchigos que durante la primavera florecían, y en otoño se cargaban de rico fruto. Los pájaros se posaban en los árboles, y cantaban tan dulcemente, que los niños suspendían a menudo sus juegos para escucharlos. - ¡Qué felices somos aquí¡ - se gritaban unos a otros. Un día, el Gigante volvió. Había ido a visitar a su amigo el Ogro de Cornualles, quedándose con él durante siete años. Al llegar, vio a los niños jugando en el jardín. - ¿Qué hacéis aquí? - vociferó ásperamente -. Y los niños escaparon corriendo. - Mi jardín es mi jardín - dijo el Gigante -; todo el mundo debe comprenderlo, y a nadie permitiré que juegue en él. Levantó una tapia alrededor y puso un cartelón que decía: Se prohíbe la entrada Era un Gigante muy egoísta… Los pobres niños no tenían ya sitio donde jugar. Cuando llegó la Primavera, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Pero en el jardín del Gigante egoísta reinaba aún el invierno. Los pájaros, como


no había niños, no se cuidaban de cantar, y los árboles olvidaron florecer. Los únicos que estaban a gusto eran la Nieve y la Escarcha. - La Primavera olvidó este jardín - decían; así que viviremos en él todo el año.

La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco, y la Escarcha pintó de plata los árboles. Luego invitaron al Viento del Norte a que pasara una

temporada con ellos. Y el viento del Norte vino, y estuvo rugiendo todo el día a través del jardín, y derribando las chimeneas. - No comprendo por qué la Primavera tarda tanto en llegar- decía el Gigante egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su frío jardín blanco -; espero que el tiempo cambie pronto. Pero la Primavera no vino jamás, ni el Verano tampoco. El Otoño dio frutos dorados a todos los jardines, pero al jardín del Gigante egoísta no le dio ninguno. - Es demasiado egoísta - decía. Un día el Gigante oyó cantar a un pajarillo y dijo: - Me parece que ya llego la Primavera. Y saltando de la cama corrió a la ventana. ¿Qué fue lo que vio? A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían subido a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles se sentían tan contentos de tenerlos nuevamente entre sí, que se habían cubierto de flores. Los pájaros volaban piando en torno a ellos, y reían. - ¡Qué egoísta he sido¡ - dijo el Gigante -; ahora sé por qué la Primavera no quería venir aquí. Y les dijo a los niños:


- El jardín es vuestro desde ahora, hijos míos. Y empuñando un hacha derribó el muro. Al mediodía, cuando las gentes se dirigían al mercado, encontraron al Gigante jugando con los niños en el más hermoso jardín que habían visto nunca. Oscar Wilde

EL PEQUEÑO DE LA CASA Mario era el más pequeño de tres hermanos y estaba muy mimado por toda la familia. Casi nunca le regañaban, ¡era "el pequeño"!, y siempre le estaban haciendo regalos: juguetes, cuentos, lápices, golosinas,... Sin embargo, todo cambió para Mario cuando nació su hermanita Lidia. Cuando nació Lidia, muchos familiares y amigos fueron a conocer a la niña. Todos estaban pendientes de ella y parecía que se habían olvidado de Mario. Lo que más le molestaba a Mario era que ya no le traían regalos como antes. Todo se lo regalaban a la pequeña. La verdad es que a Mario no le gustaba lo que le llevaban a su hermana: colonia, talco, ropa, sonajeros..., pero ¿por qué a él no le traían nada? Una tarde entró en la habitación de Lidia y se inclinó sobre la cuna. Le dijo a su hermana que él era el pequeño y que ella le había quitado el puesto. Entonces, la pequeña le agarró un dedo con su manita y Mario lo entendió todo: ¡Era tan pequeña que todos tenían que cuidarla! Desde ese día, él también cuidó a Lidia. ¡Era la pequeña de la casa!


EL RENACER

DE

LA VIDA

Sonia vivía con su familia en una gran ciudad. Un día, se marcharon a vivir a un pueblo pequeño en el campo. En su nueva casa, Sonia estaba muy feliz. Su jardín tenía muchas flores y árboles, donde vivían algunas ardillas. Debajo del tejado, unas golondrinas habían construido su nido. Y dos pequeñas tortugas nadaban en un pequeño tortuguero. Sonia cuidaba a todos estos animales. Les ponía agua y comida. También jugaba con las tortugas. Al terminar el otoño, las hojas de los árboles se secaron. Las golondrinas se marcharon a un país lejano para no pasar frío. Y las tortugas se escondieron debajo de la tierra. Sonia estaba triste. Su papá le preguntó qué le pasaba y Sonia le respondió: - Estoy preocupada porque las golondrinas, las tortugas y las ardillas han desaparecido, creo que se han muerto y nunca volveré a verlas. Además, los árboles parece que se han secado. - No te preocupes, Sonia. En primavera, los animales regresarán al jardín y a los árboles les brotarán hojas nuevas –le dijo su padre. Llegó la primavera y Sonia fue muy feliz porque todos los animales volvieron a estar con ella. Una tarde, Sonia preguntó a su papá qué había ocurrido, y éste le explicó:


- En invierno parece como si la naturaleza y algunos animales estuvieran muertos; sin embargo, es un tiempo para preparar la vuelta a la vida que se produce en primavera: las plantas florecen; a los árboles les nacen hojas; algunos animales que duermen durante el invierno se despiertan, etc. Es como si la naturaleza pasara de la muerte a la vida.

EL ZURRÓN

QUE

CANTABA

Érase una vez una madre que solo tenía una hija a la que quería muchísimo y la cual era maravillosa, por lo que decidió regalarle una gargantilla de coral. Una mañana la madre pidió a su hija que fuera a la fuente a por un cántaro de agua, una vez allí, la niña pensó quitarse la gargantilla para que no se le cayese dentro del pilón. Un mendigo viejo y feo estaba sentado junto a la fuente y la niña sintió miedo cuando éste la miró a los ojos, por lo que lo más rápido que pudo llenó el cántaro y se fue de allí corriendo olvidándose la gargantilla. Cuando la echó en falta, volvió de nuevo a la fuente en su busca y al llegar allí, el viejo cogió a la niña y la metió en su zurrón. Y siguió su camino pidiendo limosna diciendo que llevaba un zurrón mágico. Las personas con las que se cruzaba no se lo creían y querían ver esa magia. Entonces el viejo decía: CANTA ZURRÓN, SI NO TE DOY UN PALIZÓN. Y claro, la pobre niña, muerta de miedo, cantaba como los ángeles. Hasta que llegó al pueblo de la madre de la niña y ésta reconoció la voz de su hija e ideó un plan para sacarla de allí, que era muy sencillo, le dio tal cantidad de comida al viejo que cayó frito después de cenar y pudo sacar a su hija del zurrón. En su lugar metió a un perro y a un gato, que cuando tuvieron ocasión le dieron un palizón al viejo.


SOY TU AMIGA Rubén tenía mucha fuerza y una mano muy larga, pegaba por cualquier cosa. Era incapaz de pedir bien las cosas y jamás escuchaba a los demás. La verdad es que no tenía muchos amigos. Bueno, en realidad, ninguno. El día de su cumpleaños, sus padres le regalaron una perrita llamada Ula. Pensaron que le serviría de compañía. A Rubén le hizo mucha ilusión ser dueño de una perrita, pero muy pronto se cansó de ella. -Bah, no sabes hacer nada. Y deja ya de mover el rabo, que me pones nervioso. Pero Ula seguía moviendo el rabo, porque así es como los perros muestran su alegría, moviendo el rabo. - ¿Es que no me has oído? - Guau, guau – ladraba contenta Ula, saltando alrededor de Rubén. - ¡Bah, no sirves para nada! – le dijo, y se sentó a ver la tele. Ula se le acercó y empezó a lamerle la cara, para demostrarle que servía para algo muy importante, que era ser su amiga. Pero Rubén no estaba acostumbrado a escuchar a nadie, y menos a un perro, así que la apartó de un empujón.


Rubén le hacía cada día menos caso a Ula y le ponía nervioso que le siguiera a todas partes. Pero Ula seguía siendo fiel a su amo. Lo que más le gustaba a Ula era correr detrás o delante de la bici de Rubén.

Un día, intentando darle a la perrita con la rueda de delante, tropezó con un escalón, se cayó de la bici y se golpeó en la cabeza, quedándose inconsciente en el suelo. Ula, al ver a su amigo allí tirado, empezó a ladrar como loca, pidiendo ayuda. Entonces salió a la calle y al primer señor que vio lo agarró por los pantalones. Fue una gran suerte que ese señor conociera muy bien el lenguaje de los perros. Y al ver que Ula ladraba tanto y le agarraba de los pantalones, la siguió hasta donde estaba Rubén. Mientras Rubén estuvo en la cama, recuperándose, Ula no se movió de su lado y continuamente le daba lametazos. Rubén empezó a comprender el lenguaje de Ula. Ahora le gustaba que le lamiera, porque esa era su manera de dar besos. Y le estaba muy agradecido por su amistad, por su compañía y por haberle salvado la vida. Poco a poco, Rubén se fue volviendo más amable con los otros niños, porque Ula le había enseñado algo muy importante: para tener amigos hay que saber comunicarse bien con ellos, saber escucharles y ser cariñoso.

María Menéndez-Ponte


EN LA ALDEA NO HAY AGUA Un día los niños de segundo preguntaron a la profesora: - ¿Cuándo va a venir a vernos otra vez tu amigo Antonio? Entonces, la señorita Carmen les contó que Antonio estaba de viaje y tardaría bastante tiempo en volver. A Sergio le extrañó que aquel señor pudiese tener tantas vacaciones y preguntó: - ¿Antonio no trabaja? - Sí, Sergio. Antonio trabaja mucho. Ahora está muy lejos, en África, porque él colabora con la FIS (Fundación Internacional de Solidaridad). En muchos lugares del mundo hay una gran pobreza y los niños y las niñas no pueden ir a la escuela. ¿Os acordáis de Samir? A veces tampoco tenía comida, ni agua cerca de su casa. Sergio, muy impresionado, interrumpió: - ¿Y no pueden beber? - A veces, no, Sergio. Os voy a contar una historia que ha ocurrido de verdad. Veréis, en una aldea de África se secó el pozo que había. Los habitantes de aquel poblado tenían que ir andando hasta un lago. Allí llenaban unos cántaros y los llevaban hasta su casa. Era un camino muy largo y un trabajo muy pesado. Pero tenían que hacerlo todos los días.


Entonces, Lisa intervino: - ¿Y no podían hacer otro pozo? Eso es lo que pensaron en la aldea y por eso pidieron al FIS que Antonio fuera allí. Entre todos han hecho un pozo nuevo.

Muy emocionada, María preguntó: - ¿Antonio también sabe curar a los enfermos? No. Él sabe hacer pozos, construir edificios, carreteras…Pero tiene compañeros que son médicos, profesores…Trabajan cientos de personas que ayudan a los demás. Todos los niños empezaron a aplaudir y a gritar: - ¡Bravo, bravo! ¡Viva el FIS!


EL PESO

DE

LA NADA

- Dime ¿cuánto pesa un copo de nieve?- preguntó un gorrión a una paloma. - Nada de nada, le contestó. - Entonces debo contarte algo maravilloso, dijo el gorrión: - Estaba yo posado en la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar. No era una fuerte nevada ni una ventisca furibunda. Nada de eso. Nevaba como si fuera un sueño, sin nada de violencia. Y como yo no tenía nada mejor que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando sobre los tallitos de la rama en la que yo estaba. Los copos fueron exactamente 741. Al caer el siguiente copo de nieve sobre la rama que, como tú dices, pesaba nada de nada, la rama se quebró. Dicho esto, el gorrión se alejó volando. Y la paloma, toda una autoridad en la materia desde la época de Noé, quedó cavilando sobre lo que el gorrión le contara y al final se dijo: - Tal vez esté faltando la voz de una sola persona para que en este mundo tenga lugar la paz.


“LOS PRÍNCIPES

DEL AÑO”

Sucedió, hace ya muchos siglos, que un rey poderoso pensó en nombrar tres príncipes que viajasen continuamente por su reino. El rey los llamó: Verano, Otoño e Invierno. Envió el rey a su pueblo al príncipe Verano, pero a los pocos días de su llegada, los manantiales se secaron y la sed y el calor amenazaron con devorar la vida de todos los habitantes del reino. Mandó entonces el rey al príncipe Otoño, que llegó acompañado de muchos frutos de regalo. Pero a los pocos días los árboles perdieron sus hojas, el cielo se cubrió de nubes grises cargadas de agua, y el viento azotó campos y poblados. Llegó después el príncipe Invierno, frío, majestuoso, haciéndose acompañar por centenares de vasallos que sostenían su pesada capa de armiño. El frío corazón del príncipe helaba todo a su alrededor. Viendo el rey la tristeza de su pueblo, tuvo compasión de él y decidió buscar una solución. En regiones doradas y de ensueño, vivía una princesa llamada Primavera. El monarca la mandó llamar, y apenas entró la princesa en los dominios del rey, la tierra se cubrió de flores, los pájaros cantaron alegres construyendo sus nidos y los árboles vistieron de verde sus


ramas. Un sol suave y limpio lució el firmamento, y, por las noches, las estrellas brillaron con extraordinario fulgor. El rey dejó entonces al país en manos de los cuatro príncipes, y éstos viajaron por el reino siempre en este orden: Primavera-VeranoOtoño-Invierno. María Jesús Ortega

UNA BOLSA MÁGICA Segrín vivía en un pueblo que había quedado amarillo y reseco porque hacía tiempo que ninguna nube regaba sus campos. Las plantas no crecían, los animales estaban flacos y sus habitantes pasaban hambre. Una mañana, mientras buscaba algunas raíces para comer, Segrín oyo: - ¡Socorro, auxilio! ¡Sáquenme de aquí! Se acercó al borde de un pozo y vio a un anciano caído en el fondo. Con grandes esfuerzos lo sacó de allí. El anciano le dio las gracias; le explicó que había tropezado y había caído en ese agujero y le preguntó: - ¿Qué haces tú por estos lugares? Segrín le contestó que estaba buscando algo para comer ya que llevaba varios días sin probar bocado y le contó lo que estaba sucediendo en su pueblo. El anciano, pensativo, metió la mano en su alforja, sacó una bolsa y le preguntó: - ¿Qué te apetecería comer?


- Un muslo de pollo- contestó Segrín. El anciano metió la mano en la bolsa y sacó uno bien hermoso. Al ratito, Segrín dijo: - ¡Qué rico! ¡Hacía tanto que no lo comía!

El desconocido volvió a meter la mano en la bolsa y sacó un pollo entero. - ¡Qué rico el pollo! Volvió a decir Segrín. Y el anciano metió la mano en la bolsa y sacó un racimo de uvas, cerezas, dulces y agua fresca. Segrín lo miraba asombrado. El anciano le explicó que era una bolsa mágica y que bastaba pensar en el alimento que se quería tomar y la bolsa te lo daba. Segrín se quedo pensando y dijo: - Si tuviéramos esa bolsa en mi pueblo nadie pasaría hambre. El anciano, contento ante la generosidad de Segrín, dijo: - ¡Te la doy!, llévala a tu pueblo y da de comer a todos sus habitantes. La bolsa seguirá fabricando alimentos hasta que vuelvan las lluvias y podáis sembrar la tierra. Y dicho esto, Segrín le dio las gracias y el anciano continuó su camino.


LA PALOMA MARY PAZ La luna grande y redonda brillaba en el cielo. Como hacía mucho calor, el mono Tono decidió darse un baño en la laguna. - ¡Vaya! Exclamó al asomarse al agua. ¡Una tarta de nata! ¡Qué rica! Me la voy a comer yo solito. En ese momento pasaba por allí la elefanta Amaranta, dispuesta a darse una refrescante ducha. Cuando vio al mono Tono, preparado para hincarle el diente a una gran tarta de nata, se puso a barritar. - ¿Cómo te atreves, mono mamarracho? gritaba levantando la trompa. Esta tarta es para mí. - Y ¿por qué? La tarta es mía, yo la vi primero. - ¡Ah! no, no, ni hablar . Es mía porque soy la más fuerte de la selva. Y si no estás de acuerdo, usaré toda mi fuerza y te haré papilla. El mono Tono, atemorizado, decidió volverse a su rama. La elefanta iba a darse un gran atracón de tarta, cuando acertó a pasar por allí el león Ramón. - Uy, que sed tengo. Voy a acercarme a la laguna a beber agua. Pero al llegar allí vio a la elefanta a punto de ponerse de tarta como el quico. - ¿Cómo te atreves a comerte la tarta sin mi permiso? Esa tarta es mía.


- Pero ¿por qué?

- Pues porque soy el rey y todo me pertenece. Si te atreves a rechistar, te expulsaré de la selva. La elefanta no se atrevió a decir ni mu y se fue.

Cuando el león se disponía a engullir la enorme tarta, apareció la urraca Paca y le dijo: - ¡Eh! León Ramón, esa tarta me pertenece. - ¡No es posible! Es mía. - No, porque soy el animal más rico del mundo y puedo comprarlo todo. Entre tanto, con tanta discusión, se había hecho de día y la luna se había ido a dormir, en su lugar lucía un enorme sol amarillo. Cuando la urraca se lanzó a darse un festín, se dio cuenta que… ¡la tarta había desaparecido! Mientras todos se echaban la culpa, pasaron horas y horas y se hizo de noche otra vez. La luna se volvió a reflejar en el agua y todos se abalanzaron contra ella. Sólo consiguieron darse buenos coscorrones y llenar sus bocas de agua. - ¿Qué es esto? ¿dónde está la tarta? dijo el mono Tono. - Ji,ji,ji,ji – reía divertida la paloma Mary Paz. ¿pero no os dais cuenta de que la tarta no existe? Es la luna que se refleja en la laguna. Todos quedaron muy decepcionados. - ¡Venid conmigo! – os voy a invitar a un pastel de chocolate que he cocinado yo. - Pero…¿por qué? Dijo el mono. ¿Es tu cumpleaños?


- ¡Oh no! Es que estoy convencida de que compartiendo mi tarta lo voy a pasar mejor. Y alrededor de la laguna, mirando la luna de plata, aquella pandilla lo pasó de maravilla. Después de mucho comer, aprendieron que compartir y ofrecer lo que tenemos a los demás, nos hace sentir muy bien.

LOS

CIEN

LOBOS

Había una vez un muchacho muy mentiroso. Un día iba con su padre por un camino por donde él no había andado nunca. De pronto dijo el chico: - !Una vez sí que vi yo lobos! ¡Vi mas lobos…..! - ¿Cuántos viste? ¿Verías cuatro? - !Que va papá! ¡Muchos más! - ¿Ocho? ¿Veinte? - ¡Más ¡!muchísimos más! - ¿Irían cincuenta? - !Y cien también! Se quedaron un rato callados siguiendo su camino, y al poco se pusieron a hablar de muchas otras cosas. Cuando ya empezaba a caer la noche, comenzaron a oír un ruido. El ruido era cada vez más fuerte. - ¿Qué es ese ruido? - No tengas miedo. Es un río que cruzaremos enseguida. - ¿Hay puente? - Claro, El río es muy bravo y el puente, muy seguro. Solo se hunde cuando pasa algún mentiroso.


- El muchacho se quedó callado. Cuando ya no pudo aguantar más, dijo: - ¿Sabes? Igual no había tantos lobos.

- Demasiados me parecían. - Muchos iban, pero igual eran menos de cuarenta. - ¿Cuántos viste entonces? ¿Treinta? - Quita lobos. Es que al principio me pareció que iban más. Pero ahora dudo que pasaran de veinticinco. Y así, poco a poco, fueron restando lobos. A diez pasos del puente dijo el padre: - Vamos que cinco lobos ya irían. - Cinco… Puede ser. Pero igual eran menos. - Pongamos que eran tres, y sigamos adelante. Llegaron al puente y el padre dio el primer paso. Pero el hijo se quedaba atrás. - !Espera ¡Es que no sé si llegaban a tres!. - !Pero ¿en qué quedamos? ¿Viste dos lobos, o no viste más que uno? - Solo uno. - De cien lobos que habías visto al principio… Pero sigamos, que ya no se hundirá el puente. - !Espera! Es que no sé si lo que vi era un lobo o una rama de boj.


Popular

EL HONRADO

LEÑADOR

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río se le cayó el hacha al agua. Entonces empezó a lamentarse tristemente: - ¿Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha? Al instante ¡Oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador: - Espera, buen hombre: traeré tu hacha. Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata. - Tampoco es la mía - dijo el afligido leñador. Por tercera vez la ninfa buscó bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro. - ¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!


- Pero por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces un premio.

LAS RANITAS

EN LA NATA

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían. Era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar. Una de ellas dijo en voz alta: - “NO PUEDO MÁS. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril “. Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco. La otra rana, más persistente, o quizás más tozuda, se dijo: - “¡NO HAY MANERA! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora “.


Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro durante horas y horas. Y de pronto, de tanto patalear, batir y agitar las ancas, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto, y patinando llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente. JORGE BUCAY

LA NIÑA SIN PALABRAS Blanca tiene seis años y no habla. Cuando era pequeña tuvo unas fiebres muy altas que se llevaron todas las palabras de su cabeza. Blanca aprendió a hablar por gestos. Un día, papá y mamá le dijeron que debía ir al colegio. Blanca imaginó el colegio como un sitio horrible, donde nadie la entendería. Pensaba que nadie querría jugar con una niña sin palabras. El cole le daba tanto miedo que se pasó todo el camino llorando sin parar. En cuanto llegó, se escondió bajo una mesa, empezó a hacer pucheros y se tapó la cara con las manos. Alberto la vio y se escondió con ella, y también lo hicieron Rosa y Miguel. La profesora se acercó a los niños. - ¡Seño, estamos jugando a los conejitos!- dijo Alberto. - Entonces, yo seré la mamá de los conejitos- respondió la señorita. Y se metió también bajo la mesa.


Blanca se llevó tal sorpresa que dejó de hacer pucheros. ¡Estaban jugando con ella! Bajo la mesa, la señorita Bárbara les leyó un cuento y dejó que Blanca pasara las hojas del libro para ver los dibujos. Ahora, Blanca va todos los días al colegio muy contenta. En su mochila lleva juguetes y libros para compartir. La seño y sus amigos la ayudan a buscar las palabras que se le olvidaron. Cuando Blanca consigue decir alguna palabra, todos lo celebran bailando y cantando.

LÍO

EN

LA CLASE

DE

CIENCIAS

El profesor de ciencias, Don Estudiete, había pedido a sus alumnos que estudiaran algún animal, hicieran una pequeña redacción, y contaran sus conclusiones al resto de la clase. Unos hablaron de los perros, otros de los caballos o los peces, pero el descubrimiento más interesante fue el de la pequeña Sofía: - He descubierto que las moscas son unas gruñonas histéricas dijo segurísima. Todos sonrieron, esperando que continuara. Entonces Sofía siguió contando: - Estuve observando una mosca en mi casa durante dos horas. Cuando volaba tranquilamente, todo iba bien, pero en cuanto encontraba algún cristal, la mosca empezaba a zumbar. Siempre había creído que ese ruido lo hacían con las alas, pero no. Con los prismáticos de mi papá miré de cerca y vi que lo que hacía era gruñir y protestar: se ponía tan histérica que era incapaz de cruzar una ventana, y se daba de golpes una y otra vez: ¡pom!, ¡pom!, ¡pom!.


Si sólo hubiera mirado a la mariposa que pasaba a su lado, habría visto que había un hueco en la ventana... la mariposa incluso trató de hablarle y ayudarle, pero nada, allí seguía protestando y gruñendo. Don Estudiete les explicó, divertido, que aquella forma de actuar no tenía tanto que ver con los enfados, sino que era un ejemplo de los distintos niveles de inteligencia y reflexión que tenían los animales. Acordaron llevar al día siguiente una lista con los animales ordenados por su nivel de inteligencia.

Y así fue como se armó el gran lío de la clase de ciencias, cuando un montón de papás protestaron porque sus hijos... ¡¡les habían puesto entre los menos inteligentes de los animales!! según los niños, porque no hacían más que protestar y no escuchaban a nadie. Y aunque Don Estudiete tuvo que hacer muchas aclaraciones y calmar a unos cuantos padres, aquello sirvió para que algunos se dieran cuenta de que por muy listos que fueran, muchas veces se comportaban de forma bastante poco inteligente.


EL MÁS

LISTO

A veces las personas discuten y pelean en vez de intentar dialogar para ponerse de acuerdo. Esta historia nos cuenta algo parecido que le ocurrió a un zorro y a un lobo. Había una vez un mono que, como todos los monos, se pasaba el día columpiándose en las ramas de los árboles. Un día, el mono observa a un hombre que prepara una trampa para cazar algún animal: el cazador hace un agujero, lo cubre con ramas para que no se vea y se va. El mono exclama: - ¡Buen trabajo! ¿Quién será el primero en caer? En ese momento el mono ve venir por el camino a una liebre dando saltitos. El mono grita desde el árbol: - ¡Cuidado! ¡No sigas!


La liebre responde: -¡Calla, escandaloso, me has asustado! Voy al bosque a buscar hierbas tiernas para mis hijitos. El mono responde: - Pues vete por otro camino. Un poco más allá hay una trampa que acaba de preparar un cazador. La liebre va a dar la vuelta cuando aparece un lobo:

-Hola, ¡qué suerte! Precisamente estaba yo buscando una liebre para merendar. La liebre se defiende: - ¿Cómo? Los dos vivimos en el bosque, somos vecinos, debemos ser amigos. El lobo se disculpa: - Bueno, yo no quiero comerte, es mi estómago que está vacío. Como la liebre es una parlanchina le propone al lobo: - Mira, vamos a preguntar al zorro, que viene por ahí, qué opina. El zorro los escucha y decide: - Yo creo que una liebre debe dejarse comer. La liebre no está de acuerdo. El mono, que lo ha oído todo, da un salto y se une a la discusión: -Vamos a ver... ¿Quién es más fuerte, un lobo o una liebre?


El lobo asegura: - Yo, claro. Tengo los dientes más grandes, las patas más largas, corro más deprisa... El mono lo interrumpe: - Eso lo dices tú, pero habría que verlo. El zorro añade: - Amigo mono, el lobo tiene razón Yo mismo soy tan veloz y tan fuerte como el lobo. Yo también tengo derecho a comerme a la liebre.

El mono insiste: - ¿Por qué no organizamos una carrera entre vosotros tres y así salimos de dudas? Pero si la liebre llega primera, dejaréis que se vaya. ¿Os parece bien? El lobo y el zorro se echan a reír: - ¿Si la liebre llega antes que nosotros? ¡Ja, ja, ja! ¡De acuerdo, viejo amigo, será divertidísimo! El lobo, el zorro y la liebre se preparan para la carrera. El mono cuente hasta diez: - Uno, dos, tres..., ¡diez! La liebre no ha dado más que unos pasos, cuando... ¡CATACRAC! El lobo y el zorro han caído en la trampa del cazador. La liebre se ha salvado: - Gracias, amigo mono. Tú eres el más listo de todos los animales. Y se va cantando al bosque, a buscar comida para sus hijitos...


LA BRUJA PELONA Había una vez una aldea en medio del bosque. Sus habitantes siempre habían vivido tranquilos y felices hasta que un día llegó una bruja volando sobre su escoba. Y se quedó a vivir en el bosque y se acabó la tranquilidad. Desde aquel día la bruja convertía en estatuas a todos los niños que iban al bosque. - ¿Dónde estás bruja? –gritaban los habitantes de la aldea. Pero cuando la bruja los veía, se convertía en árbol para que nadie pudiera encontrarla y se reía de ellos. Como los habitantes de la aldea no consiguieron atrapar a la bruja decidieron prohibir a sus hijos acercarse al bosque. Sucedió que un día Ana y Pedro, dos hermanos de la aldea, fueron al bosque sin que sus padres lo supieran. De pronto vieron a la bruja y se escondieron. Desde su escondite oyeron a la bruja que decía muy enfadada:


- ¡Qué aburrimiento! ¡A ver si viene algún niño y lo convierto en estatua! Me arrancaré un pelo, se lo tiraré y ¡zas! ¡Otro para mi colección! Al escuchar estas palabras de la bruja los niños se asustaron mucho. - ¡Qué miedo! ¿Qué podemos hacer para dejar a la bruja sin un pelo? Al día siguiente pusieron en marcha su plan. Fueron al bosque con un bote de cola y un muñeco. Colocaron el muñeco sobre la hierba para que la bruja lo viera y lo confundiera con una niña. … Y así fue.

- Je, je, je… otra niña a la que convertiré en una estatua de piedra. Al descubrir que era un muñeco se enfureció tanto que cogió su escoba y empezó a dar vueltas y más vueltas y escobazos y más escobazos... hasta que acabó dormida. Entonces los dos hermanos le quitaron el sombrero, se lo llenaron de cola y se lo volvieron a poner. Ellos en silencio regresaron a su escondite. Cuando la bruja se despertó, hacía mucho calor y quiso quitarse el gorro. Pero no pudo porque se le había quedado pegado a la cabeza. Y tiró y tiró hasta arrancarse toda la cabellera. - ¡Me he quedado calva! – gritó al verse reflejada en las aguas del río. - ¡Bruja Pelona! ¡Bruja Pelona! ... gritaron todos los animalitos del bosque.


Y como no le quedaba ni un solo pelo, no pudo cumplir su hechizo. De este modo, avergonzada, se montó en su escoba y abandonó el bosque. Entonces se rompió su maldición y todas las estatuas volvieron a ser niños que corretearon libres por entre los árboles. Y colorín colorado esta pelona historia ha terminado.


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